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Los 8 besos que te robé por Nayen Lemunantu

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Beso 8: Aunque estés enfermo.

 

—¡No! ¿Qué estás haciendo aquí? —Kise abrió la puerta de su departamento y se encontró de frente con la silueta de su novio—. ¿Por qué viniste, Aominecchi?

—¡Estaba preocupado por ti, Kise! —respondió arrugando el ceño.

—¡Vete! Vete ahora mismo —ordenó el rubio indicando con el dedo índice la puerta abierta—. ¡No quiero que me veas así!

—¡Déjate de tonterías! Además, vine a cuidarte y así me recibes.

Él sabía que Kise había estado resfriado desde hace un par de días, pero el día de hoy incluso había faltado a Kaijo debido a que el malestar se había agravado. Y aunque se habían comunicado vía celular todos esos días, él quería cuidarlo y cerciorarse con sus propios ojos del estado del rubio, y había llegado a su departamento con las mejores intenciones del mundo, sólo queriendo cuidar de su chico ¡Hasta le había traído naranjas frescas! Pero se había encontrado con una negativa feroz.

—Yo puedo cuidarme solo. ¡No necesito que estés aquí! —Kise le respondió con voz seria mientras se arreglaba el cabello con la mano y se miraba la ropa con expresión preocupada—. ¿Y por qué no me avisaste que venías? Aún estoy con pijama ¡Ni siquiera me he lavado la cara!

—Kise… —Él trató de suprimir la sonrisa que amenazaba con formarse en sus labios al enterarse del motivo del rechazo del rubio ¡Cómo podía ser así de vanidoso!—. A mí no me importa cómo te veas o con qué te vistas ¡Porque yo te amo tal como eres!

—¡Eso lo dices porque nunca me habías visto así! —Kise gritó con desesperación.

—¡Ya déjate te idioteces, Kise! —respondió casi sin mucha paciencia—. Mejor ven acá y bésame ¡Me debes mi beso de bienvenida!

—¡No, Aominecchi! Es mejor que no te me acerques —advirtió el rubio alejándose de él. Su voz sonaba nasal y ronca debido al resfrío—. No te quiero contagiar.  

—No me importa —replicó con voz fuerte—. ¡Ningún resfriado me va a impedir que bese a mi novio!

—¡No!

Esta negativa parecía ser la última palabra de Kise, porque realmente daba la impresión que no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer por nada del mundo y la cuestión de su aspecto de enfermo parecía ser realmente importante para él. Pero esto no lo detuvo: cerró la puerta con fuerza y dejó la bolsa que traía entre sus manos sobre la mesa, y caminó tras los pasos del rubio hacia el living.

—¡Te dije que no te me acercaras, Aominecchi!

Él se acercó porfiado al rubio, hasta tenerlo frente a él y al alcance de sus manos. Kise retrocedió con el ceño fruncido, sin darse cuenta que detrás de él estaba el sillón de dos cuerpos y chocando, cayó de espaldas sobre él. El rubio no alcanzó a reaccionar a tiempo y antes que pudiera ponerse de pie, él ya se había dejado caer sobre su cuerpo, aprisionándolo con su peso. Se afirmó de su antebrazo izquierdo para no aplastar tanto a Kise y con la mano derecha y le recorrió los labios en una caricia sutil. Era verdad que su piel antes nívea, ahora se veía del pálido que te da la enfermedad. Sus labios rosa pálido, ahora se veían resecos y rojos. Sus ojos dorados eran enmarcados por las sombras de leves ojeras. Y su cabello del color del sol había perdido su brillo.

Pero nada de esto lo hacía menos hermoso, ni podía hacer disminuir su amor ¡Ni mucho menos le quitaría el deseo de besarlo! Y lo besó, con intensidad y fuerza.

Su boca sabía a medicamentos y su respiración era demasiado caliente, pero nada de esto menguó la dulzura de sus labios sensuales. Y él los probó y degustó como si fueran el mejor manjar del mundo, tomándolo del mentón para alzarle la cabeza y tener libre acceso hacia su boca.

—Así está mejor —susurró. Sus labios aún estaban afirmados contra los labios ajenos y al hablar, los acariciaba con suavidad—. Te dije que nada me impediría besarte ¡Ni siquiera el resfrío!


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