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The agent's mate. por nezalxuchitl

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Mientras iban rumbo a la casa segura Philip miraba su teléfono, sin decidir a cuál de los dos números llamar. Génova decidió por él.

-¿Estás loco Philip? Daños colaterales en suelo inglés requieren la autorización de un superior.

-Bueno querida, no hubo tiempo para preguntar.

-Una casa en llamas, tres autos robados y un montón de musulmanes muertos. Si no fuera la casa desde la que se enviaban los correos amenazantes a la rectora estarías en problemas.

-Fueron dos autos en llamas, uno robado y esa casa de mierda la tiraría el pedo de un frailecillo (ave, no monje).

-Gracias a Dios que sembraste coca y una puta muerta. Estoy arreglándolo todo para que parezca una lucha entre pecadores y fanáticos.

-Pregúntale quién era el imán. – Clint alcanzaba a escuchar su voz.

-Solo un viejo estúpido de la inquisición, que revisaba a los nuevos conversos. – ella también alcanzaba a oírlo.

Clint torció el gesto. Le hubiera gustado matar al Rashid de los cojones.

-No debía de estar ahí, lo hecho todo a perder. Mira que matar a la imbécil que se encargaba de la rectora. Ahora mandaran gente más efectiva. ¿Cómo diablos dieron con la dirección?

-Siguiéndola. Era la novia de Tim Clearwater. Génova, tenemos un bastardo vivo.

Silencio en la línea.

-¿Dónde están?

-Vamos rumbo a la cabaña de Heamptown forest.

-Me lo llevaré para interrogarlo.

-¿Dónde estás tú?

-En el lugar de los hechos. Venía con un equipo de sistemas para sacar todo de las computadoras.

-Ahora será más fácil. – dijo Philip y colgó. – Esa es la cabaña. – indicó a Clint.

El norteamericano (ex norteamericano) deslizó la tarjeta entre el marco y la puerta. Funcionó. Entró, inspeccionó, regresó al auto por Philip, lo cargó como a una princesa hasta el más cómodo sofá frente a la chimenea y luego arrastró al bastardo frente a él.

-Ayuda, por favor… necesito atención medica… tengo sed.

-Eso es porque te falta sangre. – dijo Clint levantándole la cabeza por los cabellos y dejándosela caer de vuelta. – Si aflojo ese torniquete y presiono un poquito así – con el pie sobre la herida – saldrá más, y la gente se muere cuando pierde la mitad de la sangre y yo diría que estas muy cerca de esa cantidad.

Philip lo miraba bajo una nueva luz. No lo había oído decir tantas palabras seguidas por voluntad propia y tan solo el tono le hacía desear no ser a quien se dirigía. Debería ordenarle que se detuviera y esperar a que la jefa de operaciones se lo llevara para interrogarlo.

-Ayuda, por favor… soy ciudadano británico…

-Y un cuerno. Papeles falsos, tienen todos ustedes.

-No, de verdad, los otros sí, pero yo nací en Devon, mis padres emigraron de Kazajastán en los ochentas… me muero, ¡ayúdame!

-¿No se supone que Ala debería ayudarte? – se burló Philip – Muchas chiquillas vírgenes como las que creían tener en esa casa te están esperando.

-Estoy mareado, ¡por favor! Tengo sed.

-Dijiste que los otros tenían papeles falsos. ¿Quién se los daba?

-Alguien, alguien de la embajada italiana.

Clint no pudo evitar notar como las cejas de Philip se elevaban solo para bajar con la misma rapidez. Pisó la herida.

-¿Quién?

-¡Tengo derechos humanos!

-Igual que la chica que lapidaste. ¿Sabes? Sería extraño que no te hubieras roto una costilla.

Si no la tenía, la patada que le propinó debió romper alguna. Aulló como aquel pobre perro medio quemado por los lanzallamas en tierra de nadie, por el que izó una bandera blanca, asomó la cabeza con riesgo de que se la volaran y disparó un piadoso balazo entre los ojos.

-Le decíamos embajador pero era una voz robotizada. No creo que fuera el embajador.

-¿Quién les ordenó matar a la rectora?

-¿Qué?

Una patada en el mismo sitio que la anterior. Un aullido lastimero.

-No tiene sentido que nos hagas perder el tiempo. ¿Por qué quieren matar a la rectora?

-No sé de qué estás hablando. ¡Piedad! El venerable y yo solo hacíamos una inspección de rutina. Los nuevos conversos, en particular los jóvenes… Estoy débil, por favor, llévenme a un hospital.

La puerta se abrió y Clint se volteó, listo para disparar.

-Baja esa arma. – dijo ella sin inmutarse. Lucía fabulosa a pesar de verse cansada; hinchazón bajo los ojos, unos cabellos fuera del peinado, unas piernas levemente hinchadas, pero aun en tacones de doce centímetros de alto, de piel de serpiente.

-¡Por favor! – se dirigió a ella el herido – Lléveme a un hospital, necesito ayuda.

Ella lo miró glacial.

-Vaya, alegra saber que la legendaria brutalidad de los marines estadounidenses se conserva.

-Quedó bastante así de la refriega.

-Refriega! – miró con reproche a Philip – sólo les falto apoyo aéreo ahí. ¿Tú lo hiciste todo, héroe?

Clint estaba, de hecho, condecorado.

-Un francotirador salvo mi trasero, o habría quedado ahí con ellos.

-¡Piedad, por favor…

-¡Oh, cállate! – le metió la punta del zapato en la boca.

-Dice ser ciudadano británico. – le informó Philip.

-Cuando terminemos con él a lo más a lo que podrán reconocerlo será a perteneciente del carbono, el hidrogeno y el oxígeno.

El terror en los ojos del hombre al mirarla era supremo. Hasta Clint sintió… ¿respeto? por ella. Y volvió a notar que tenía las uñas cortas. Cuídate de las mujeres de uñas cortas, le advirtió su madre, no son comunes y corrientes.

-No tardarás mucho con él – comentó Philip – Dice que su contacto está en la embajada italiana.

Ella abrió los ojos, sorprendida.

-Debería pasar más tiempo en mi trabajo oficial.

Clint contuvo su curiosidad a una advertencia, casi indetectable, de Philip.

-Joder. ¿Cuánto crees que afectara mi carrera el hecho de que haya estado bajo mis narices sin descubrirlo?

Philip meneó la cabeza.

-Cariño todos en Whitehall sabemos que a la embajada solo vas para hacer rabiar a las nobles con tus atuendos.

-Que mierda, pero lo encontraré. Si esta en mi embajada será pan comido. Pueden irse. – dijo – Límpiense y váyanse en el auto azul. Yo me hago cargo.

-¿No necesitaras ayuda?

-Todavía tengo a dos chicos de sistemas en mi auto, pero fuera de lo que esta rata pueda ensuciar mis zapatos – se los quitó y pareció más frágil descalza sobre la madera – nada me preocupa.

Cuando salieron ella venia entrando con dos pesadas garrafas. La bañera de la cabaña era de acero inoxidable industrial.

-Vaya, así que lo de los elementos químicos era literal. – Philip observó el grado de concentración de los ácidos.

Clint se apresuró a ayudarla, pero, en realidad, parecía que caminaba con dificultad por la ausencia de tacones.

-Ya sabes: – le sonrió ella – receta mexicana para hacer pozole.

-Nunca volveré a comer tamales en Ciudad Obregón. – Philip hizo un gesto gracioso, como entre horror y diversión.

Clint sintió una punzada de envidia por todo lo que ellos habían compartido. Punzada que se agravó cuando Génova dijo:

-En cuanto tenga los datos informare a lord Melville, y a ustedes. Pero probablemente esta operación se acabó. No más pareja gay, machote – le dijo – Lo hiciste mejor de lo que esperaba.

 

***

 

-No estoy conforme.

Clint estaba cruzado de brazos, junto a la cafetera, la cadera apoyada en la estufa.

-¿Qué? ¿No estás dispuesto a renunciar al pay de manzana de miss Daisy?

-La rectora sigue siendo amenazada, pero las adolescentes que se suponía que lo hacían están muertas o fuera de la causa, los hombres que supuestamente eran su conexión dicen no saber nada.

-Génova dice que confesó luego de ver su hueso.

-Y es mi palabra contra la suya, ¿no? – se volteó enfurruñado.

Génova todavía era italiana, bastarda de un príncipe romano, rica, una fashionista para el mundo entero, que tenía un trabajo casi nominal, chic y elegante, en una ciudad chic y elegante.

-Clint, lo estabas haciendo genial y seguramente hubieras llegado al mismo resultado. Pero el sujeto debe ser interrogado por el agente con más rango.

-¿Entonces porque no me detuviste?

Philip abrió la boca.

-Quería verte en acción. Tienes potencial. – asintió con el gesto grave.

-¿Seguiré siendo tu pareja? – preguntó sin voltearse aún.

-Claro. Aún eres un novato.

-Entonces está bien. – sonrió acercando a la nariz su taza de café – Podemos seguir investigando esto.

-Clint, se acabó. Ahora lo de la rectora no es solo un acto de… fe si no de venganza. Matamos a dos imanes, uno de ellos inquisidor que oraba en la misma fila que Ben Shalim. Es demasiado para un novato y un invalido, aunque nos duela. Van a traer artillería, y no hablo en sentido figurado.

-Perfecto. Que lo hagan. Que cuiden a la royal physician. Pero yo quiero cuidar al físico sabelotodo que Tim Berserker ha jurado matar con un rifle de largo alcanze.

-Clint…

-Mírame a los ojos y dime que no te apesta.

No podía. La confusión era demasiado… confusa, providencial. Los hijos de Odín y las hijas de Ala parecían no tener más en común que el gusto por la lencería hortera.

-Un físico. Van por un físico, porque para ellos el entendimiento y la paz son aburridos.

Philip agregó leche a su té. Tenía razón, a últimas fechas, los físicos estaban robando hasta eso a los curas, ser los portavoces de la bondad: gloria a las Matemáticas en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Sagan les había enseñado el camino y ellos lo habían seguido muy bien.

-Supongamos por un momento – alzo el dedo para que Clint no sonriera tan triunfal – que secundo tu loca idea. ¿Qué pista seguimos?

-Tim Berserker. Ahora que Fátima no está, tendrá que hablar directamente con quien le manda el dinero.

-De acuerdo. – se aseguraría de que la información siguiera pasando por sus celulares y ojala lord Melville no se tomara a mal que se tomara tal libertad – Pero hay otra pista que quiero seguir: en las altas esferas de la física, como de todo lo demás, no todo es buena voluntad. Hay físicos que se acuchillarían uno a otro si pudieran, o que hacen cosas peores, como inventar nuevas matemáticas que imposibilitan la teoría del rival.

Clint asintió.

-¿Cuánto tiempo tenemos? – preguntó luego de que Philip terminara su primer pastita.

-Oh, seria sospechoso que nos sacaran pronto de aquí, y tampoco es como que urjamos para otra misión – sonrió con amargura – Creo que seguiremos el plan original y nos quedaremos aquí hasta que el contraalmirante regrese.

-¿Seria sospechoso si fuéramos a en Skasvard, Noruega? Hay un festival de metal por estas fechas…

-Vaya – sonrió con interés – supongo que podríamos, tatuador. Me encantaría verte en pantalones de cuero.

-Y a mi afeitado.

-¡Oh, vamos!

-O con el pelo largo. Tú eliges.

Philip rodó los ojos, sonriente.

-Pero antes – dijo – iremos a un bar de stand up en Ginebra.

 

 

 

Notas finales:

Los casos mas sonados de tamaleros diabolicos no han sido en Ciudad Obregon, pero ahi vive una amiga a quien aprecio muchisimo ;) Maby, vales mas que tus pinturas, y es mucho decir!


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