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PLACERES LIGEROS por NYUSATSU NO AI

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Notas del capitulo:

Y entonces cuando me dio el primer beso, pude mirar atrás y darme cuenta porque el amor me había abandonado tan a secas. Y luego, con el segundo beso, le miré y comprendí que cada una de mis lágrimas estaban teniendo su recompensa en él. Y finalmente, en el tercer beso, supe que ya no tenía pasado, solo presente y futuro, porque justo en ese beso descubrí que le amaba y que nadie en el mundo podía hacerme más feliz.


Relata Danny.

Aun si Christopher había dicho que debía resolver mis diferencias con Enrique, no lo hice y después de que salió de la ducha, disimuladamente le vi acostarse. Su semblante abatido y triste, casi me hace ceder. No hubo beso de buenas noches ni su usual – ¡Que sueñes bonito amor! – mi corazón dolía, porque extrañaba sus atenciones y sus cariños. Pero todavía estaba molesto y aun si la distancia entre nosotros me estorbaba, no iba a dar mi brazo a torcer así de fácil.


Enrique debía entender, que acercarse a su familia representaba un peligro para él, para su integridad física y emocional. Yo le protegía de mis padres y me enfrentaba a ellos cuando querían causarle alguna molestia o siquiera, incomodarlo. Y mantenerme distante, era mi manera de demostrarle que no estaba de acuerdo con lo que había hecho.


Lamentablemente el castigo fue por partida doble, tuve que contener las intensas ganas que tenía de abrazarlo, de mimarlo como lo hacía cada día y como sabía bien, que le encantaba. Pero al menos, lo pude observar desde un sillón frente a la cama, como fingía dormir. Mientras que yo simulaba que revisaba unos papeles de la empresa.


Pasaban de la una cuando, ya no pudiendo soportarlo más y dejando todo de lado, me metí a la cama. Su cuerpo ligero descansaba cómodamente entre las sabanas. De tanto fingir que dormía, el sueño lo había tomado por sorpresa, hasta que lo hundió en la inconciencia.


Enrique y yo teníamos algunas reglas que considerábamos primicias en nuestra relación. Una de ellas era que nunca nos dábamos la espalda, aun si estábamos muy enojados y nos íbamos a la cama sin resolver nuestro desacuerdo, no lo hacíamos. Razón por la cual, mi pareja dormía de mi lado izquierdo mirando hacia la derecha, yo por mi parte, conservando mi postura digna, miraba al techo. Pero en algún momento, mi honra cedió ante la bella imagen de su rostro dormido y me descubrí frente a él, observando esos ojitos hinchados por tanto llorar y esa nariz roja. Se abrazaba a sí mismo como si con eso pudiera sustituir mis brazos que cada noche lo rodeaban y le daban calor. 


Lo deseaba, aún con el correr de los años, no había dejado de desearlo. Si por mí fuera, lo amaría cada noche, a todas horas. La distancia entre nuestros de hoy, hacía que lo quisiera sentir justo ahora. Cerré los ojos y lentamente, muy lentamente me fui acercando a sus labios, me detuve cuando los míos estuvieron sobre los de él, su respiración cálida y tranquila me hacía cosquillas en el rostro.  Comencé a moverme, mis labios probaban su labio inferior, con ternura, con todo ese amor que me provocaba. La piel suave y tibia me causaba sensaciones agradables que me recorrían todo el cuerpo. Su boca pequeña me provocaba, y aun sin responder a mis caricias, tal y como ahora, me seducía. 


Pero aquello no duro mucho, moría por tenerlo debajo y para eso lo necesitaba despierto. Mi lengua encontró la manera de entrar a su boca y se enredó con la suya. Inmediatamente sentí su cuerpo tensarse, mis manos acariciaron su rostro tratando de calmarlo, quien más podría tocarlo de esta manera si no yo. Pero aun cuando su cuerpo se relajó, seguía abrazándose a sí mismo, incluso con más fuerza y no respondía a mis besos. Tal parece que yo no era el único que tenía dignidad y orgullo, esta era su manera de decirme que hoy no estaba de humor. Pero yo había realizado un posgrado en hacerle cambiar de opinión. Colocándome sobre él, me las arregle para jalarlo al centro de la cama sin dejar de besarlo, hubo un quejido de molestia cuando lo obligue a quedar frente a mí, con sus brazos a los costados ambos sujetos por mis manos, sus piernas presas entre las mías y mi peso sobre él, cuidando de no aplastarlo demasiado, solo lo justo para que no pudiera moverse. Mis besos se volvieron más deseosos y desesperados. – ¡Te extraño! – Le susurré en el corto espacio que nos di para respirar. Enrique mantenía sus ojos cerrados con fuerza, estaba ese sonrojo que adoraba en él, a pesar de las incontables veces que habíamos hecho esto, seguía premiándome con su vergüenza. Pero también había algo más, nunca soportaba tanto sin responder, estaba triste, la humedad que comenzaba a mojar sus pestañas, amenazaba con volverse lágrimas. – No llores… – Le pedí – Tus lagrimas son como dagas que se clavan en mi corazón… – Yo que había prometido que jamás lloraría por nadie, y ahora me encontraba aquí, sufriendo porque no sabía qué hacer para borrar esa nostalgia en mi amado. Sintiendo que no podía remediar el daño que le había causado. Y lo sentía tan real y punzante como lo sentía él. Mi corazón y mi alma lloraban las mismas lágrimas que él derramaba. – Esta bien, si no quieres hacer esto hoy, lo podemos dejar para después, pero no llores.


– Si quiero… – Contestó de inmediato dejándome ver, después de lo que me pareció una eternidad, ese par de iris color café, de ese que te quita el sueño y te hace suspirar. Oscuros, hermosos, con una luz propia que apagaba mi penumbra.


– ¿Si, mi amor? – Le pregunté mientras besaba su frente y después la punta de su nariz. – ¿Quieres te que haga el amor, mi vida? – Antes de conocerlo me juré mil veces que jamás enfermería de ese mal que llaman “cursilería” y heme aquí, chorreando miel por él.  


– ¡Sí!


– ¿Si que, cariño? – Quería escucharlo de esos labios bonitos.


– ¡Quiero que me hagas el amor! – Su mirada fija sobre la mía, y su voz juguetona que intentaba disimular lo mucho que le emocionaba lo que estaba por suceder, me hicieron reír. Hasta aquí, todo rastro de tristeza había desaparecido, aun si una que otra lagrima bajo, las recogí con mis labios. Bese sus mejillas y la comisura de la parte de su labio herido.


– ¿Es una orden? – Continúe con el juego, porque Enrique amaba ser cortejado. Alargar el momento lo más posible, y yo se lo concedía porque lo amaba. Independientemente de las casi incontrolables ganas que tenía de fundirme en él, sabía que justamente ahora estábamos haciendo el amor. Que estuviéramos vestidos no estorbaba, porque él se había entregado a mis caricias, a mis palabras y a mis besos.


– No mi amor…


– ¿Soy tu amor?


– ¡Sí!


– ¿Si, que? – Incluso alguien tan dulce como mi Enrique, se aburre de tantas palabras, el que buscara la manera de alcanzar mis labios, era la prueba. – ¿Si, que…? – Insistí, cortando el contacto. Volvió a recostarse sobre la almohada, su mirada serena que estaba fija sobre mis ojos y esa apariencia de suficiencia y extremada paciencia me incitaban. Era claro que no le había gustado que no le dejara besarme, pero aun así… ¿Qué era esto?  ¿Ese brillo especial en sus ojitos y esa disimulada sonrisa que ya casi no podía ocultar? – ¿Estas coqueteando conmigo? – Estallo en risas, ambos lo hicimos.


– ¡Te amo, mi amor! – Dijo mientras envolvía sus brazos alrededor de mi cuello y me jalaba hacia él para que volviéramos a besarnos. – Por favor, hazme tuyo… Ámame de nuevo. – Me hablaba sobre los labios, llenándome de su aliento dulce, provocándome, cautivándome.


Amaba escucharlo decir esas palabras, porque no solo me estaba dando el permiso de tener su cuerpo, también me entregaba su corazón, sus sentimientos, su confianza, y todo lo que él representaba. Se soltó de mí para apagar la luz de la lámpara que descansaba sobre el velador, pero lo detuve.


– Dejala encendida… – Le pedí y volví a recostarlo, mis labios llegaron esta vez hasta su cuello, el olor de su perfume se intensificaba en esta zona, y me extasiaba – ¡Quiero ver tu rostro cuando me tengas dentro! – Mis palabras y mis besos lograron estremecerlo y un gemido bajito se le escapo.


– Per-pervertido… – ¿Problemas para hablar? Sonreí porque ahora sabía que lo estaba haciendo bien y sobre todo, que le estaba gustando.


– Niega que te gusta que te observe cuando estás tan pasional y entregado… – Lo acusé.


– ¿Pervertidos…? – Iba a reírse, lástima que la pregunta hubiera quedado incompleta cuando tuvo que morderse los labios para no gemir, en el momento justo que a mi lengua le dio por lamber todo el largo de su cuello, haciendo surcos de saliva, mismo que volví succionando lentamente. Tembló, su cuerpo entero sucumbió ante esa caricia.


Lentamente, levante mi rostro para poder mirarlo, Enrique mantenía los ojos cerrados con fuerza y con ambas manos se cubría la boca. – ¿Qué decías amor? – Me burle. Suele ser ruidoso, pero se sentía cohibido sabiendo que mi hermano estaba abajo. Mis manos se colaron por debajo de su ropa, su piel calientita se guardaba recelosa de mi vista. Pero el estilo de ropa que Enrique usaba en las noches, jugaba a mi favor. Después de todo, la ropa holgada es más fácil de quitar. Rápidamente me deshice de todo lo que lo cubría, la vestidura de su desnudez era la prenda que mejor lo hacía lucir. Admiré el esplendor de ese cuerpo mediano y de apariencia frágil, aun si los músculos estaban marcados, debido a su obsesión por tener un vientre plano, no había dejado de tener su adorable cuerpo de niño.


Me recosté a su lado, mientras recargaba mi cabeza en mi mano y con la derecha comencé a acariciarlo. Su torso desnudo se erizaba ante mi tacto, mis dedos iban haciendo pequeños círculos sobre su piel que le provocaban ligeras contracciones. Ese par de puntos rosas en su pecho, exigían ser atendidos, y mi lengua los acaricio. Estaban puntuados y erectos, y aun así los succione uno a uno, mientras mi amado se revolvía con frenesí sobre la cama. Extrañamente, salvo por los gemidos ahogados que se habían vuelto una sinfonía irresistible para mis odios, estaba callado. Solemos hablar mucho y a la hora de hacer el amor, no es la acepción.


– ¿Qué sientes, mi amor? – Le pregunté mientras nuevamente me colocaba sobre él, e iba dejando besos por su pecho, su estómago y su vientre. Pero con prontitud volvía fielmente a sus pezones. – ¿Te gusta? Hablame… quiero escucharte. – Exigí.


Le tomó tiempo responder, mi bebé estaba perdido en su mundo de placer. – Dame más… quiero más de esas caricias que me roban la razón. – Su voz necesitada y cargada de deseo resulto exigente. – ¡Ámame! ¡Tocame!


Debajo de mí, su cuerpo se había vuelto un manto que despedía todos sus encantos tan solo para mi deleite. Solo él representaba en mi vida, el verdadero significado de lo que es el amor.  El amor de mi vida. Porque mi mundo era ciego hasta que encontré su luz. Y me había hechizado, me dominaba con su amor de magia, y pronto comprendí que era inútil intentar huir, porque a donde quiera que yo vaya, lo llevaba dentro de mí.


Enrique me permitía hacer míos sus gestos, su risa, sus palabras, su vida y su corazón. Sentía que todo podía ser y todo podía lograrlo cuando estaba a su lado. Y tanta fortuna no me cabía en el pecho.


Con desesperación volví a sus labios, que me acogieron amables. Sus manos despeinaron mis cabellos, mientras nuestros labios se abrazaban en besos dulces. Mis manos a su vez, luchaba por desabrochar mi camisa. Mi piel tenía hambre de su calor y sed de ese sudor que lentamente lo bañaba.


– ¡No puedo! – Me quejé exasperado aún sobre sus labios que no querían soltarme. Cuidaba de no dejar sobre él todo mi peso, sosteniéndome con una sola mano. Pero los ojales de la camisa eran demasiado justos y no podía desabrocharlos. 


Molesto por tener que separarme de él, me senté sobre mis pies para deshacerme de toda esa estorbosa ropa. Enrique sonreía ante mi arrebato. – ¿Cómo diablos me puse esto? – Otro berrinche, era estúpido, lo sé, pero quería estar sobre él y no luchando por desvestirme.


– ¡Dejame ayudarte! – Con cuidado lo vi salir de entre mis piernas, y arrodillándose a mi lado, volvió a besarme.


Inmediatamente mis manos abandonaron su lucha con mi ropa y se enredaron por esa cintura pequeña acercándolo más a mí, para después recorrer su espalda y sus piernas. Finalmente ambas descansaron sobre su provocativo trasero, cuando la camisa cedía ante sus manos.


Mientras desabrochaba los botones de mis mangas, descendí por su cuello y él en respuesta volvió a gemir para mí. – No sabes mi vida… cuanto te he imaginado así, desnudo y solo para mí. Tu piel envuelta en mi cuerpo y el mundo se detiene aquí. – Mis ultimás palabras vinieron acompañadas de un abrazo que volvió a dejarlo de bajo de mí. Enrique no abandono la lucha que sostenía con el seguro de mi pantalón, aun cuando el movimiento lo tomó por sorpresa. Me sostuve con ambas manos a sus costados mientras nos besábamos de nuevo, pero no lograba llevarme el ritmo, su completa atención estaba en terminar de bajarme los pantalones. – ¡Quítatelos! – Ordenó. Y obedientemente lo hice, intentó hacer lo mismo con mi ropa interior, pero se lo impedí.


– Aún no… – Le susurré y acomodándome mejor comencé a frotarme de manera cadenciosa sobre él. Su excitación era tal, que al rozarse con la mía, Enrique no pudo acallar un grito aunque se cubrió la boca.


Me preocupo que Christopher nos hubiera escuchado y que subiera. Aun con todo, no me detuve, seguí moviéndome para que nuestras durezas se acariciaran mutuamente.


– ¡Relajate! – Le pedí.


– Des-despacio… ¡Por favor! – Suplicó – Hazlo despacio… – Su voz lastimera me obligo a mirarlo de nuevo. – ¡Me duele! – Se quejó.


– Puedo tocarte, lo haré si lo deseas… – Él negó de inmediato.


Había algunas caricias que le incomodaban a tal punto que las evitamos. Darle placer con mis manos o con mi boca en su hombría, era de las principales. Muy esporádicamente me permitía prepararlo, por lo general, prefería sentirme sin tantos preámbulos.


Lo hice como me lo pedía, internamente mi cuerpo también estaba cambiando. Su excitación ejercía un extraño poder sobre mí, sentía mis pies y mis manos atadas a su cuerpo y mi corazón acorralado. Enrique se llevó una almohada al rostro y la sujetaba con fuerza sobre sí.


– No hagas eso, no te cubras…


– ¡Quiero gritar! – Confesó, aún con la almohada sobre su rostro y su voz me resulto desconocida, quizá por toda esa excitación que contenía.


– ¡Hazlo! Pero dejame mirarte… – Los roces se fueron convirtiendo en embestidas, algo muy parecido a como se lo haría cuando me tuviera dentro.


Él me negó el deseo de deleitarme con su rostro y en venganza una de mis manos se envolvió alrededor de esa piel suave que palpitaba dura y caliente entre mis dedos. Más tarde estaría en problemas por esto, pero lo haría valer la pena. Su respuesta no se hizo esperar, un gemido ronco y varonil se escuchó salir desde su pecho, su espalda se arqueo lo suficiente como para que nuestros estómagos también se rosaran. Todo lo demás fueron jadeos, sudor y temblores que lo recorrían, intentaba apartarme, luchaba contra el placer que sentía para que le soltara.    


– ¡Dejame hacerlo! – Le pedí, mientras subía y bajaba mi mano alrededor de toda la extensión.


– ¡No! – Su determinación era débil, ese “no” se escuchó más como un “si”. – ¡Detente! ¡No!


Mi hermano había dicho que los besos eran más eficaces que las palabras y no se equivocó. No hubo espacio para más negativas de su parte, con mis labios sobre los suyos. Comencé a estimular, casi con ternura la cabeza de su miembro y mientras más rápido lo frotaban mis dedos, más brusco se volvía él con sus besos y sus espasmos.


Por eso evitábamos este tipo de cosas, Enrique fácilmente mataba lo romántico y se volvía salvaje, frenético, resultando ser todo lujuria y apasionamiento. Sus labios perdían la miel, ahora me besaba con fiereza, incluso me lastimaba cuando intencionalmente me mordía.


– ¡Detente ya…! – Vociferó frenético. – ¡Basta, Dann!… No me provoques. – La amenazá implícita en ese “no me provoques” solo me llenó de deseos de acabar con su paciencia. ¿A dónde habían quedado los te amo? ¿La ternura? – ¡Suéltame!


– ¡No! – Su obstinación me molesto y también dejé de ser amable con respecto a lo que mi mano agarraba. Se estremeció y casi lloró cuando comencé a friccionar con aspereza la blanda carne de su virilidad. Provocando que temblara de manera estrepitosa y soltó un inconfundible gemido que me hizo sonreír. Se mostraba bastante sincero, teniendo en cuenta que no le gustaba que lo tocara de esa manera. – Quiero que mis manos terminen llenas de ti… – Fue como haberle dado cierto permiso, porque el líquido pre-seminal comenzó a escurrir por entre mis dígitos. Algo como esto sobrepasaba sus límites, pronto se vendría, aún si ahora luchaba por contenerse y no dejarse vencer. – La experiencia derrota el talento, mi vida… – Intenté advertirle, pero contrario a lo que hubiera esperado, Enrique dejo de luchar, sus manos cayeron lapsas a sus costados y escondió su mirada de mí. Me detuve.


Nuevos temblores lo sacudían lento, pero de manera constante. – ¿Amor? – Le solté mientras buscaba esos ojos que encontré llorosos. – ¿Te lastimé? – Pregunté asustado y él asintió de inmediato.


 – No me gusta así… – Sollozó y comprendí a lo que se refería, la violencia en ninguna de sus formas, resultaba ser su fuerte. Aún si yo había sido el primero y hasta ahora el único que lo había disfrutado de esta manera, había cosas del pasado que aún lo atormentaban. – No me gusta convertirme en un mounstro sexual… – Reí, era tan tierno. ¿Cuál mounstro sexual? Yo solo veía a un niño asustado por todo el placer que podía hacerle sentir.  Pero hacerlo disfrutar y sentirse seguro, era mi prioridad en ese momento.


Volvimos a los besos lentos y seductores, nuestros cuerpos se mecían despacio, ahora sí, piel sobre piel. Estando ambos desnudos, la sensación era mil veces más placentera, mi niño volvía a ver estrellas de colores y me premiaba con sus gemidos.


– Dann… Danny… ¡Ah, Dann! – Me llamaba pausadamente mientras suspiraba y sus manos acariciaban mi espalda. Junte nuestras frentes mientras mis ojos se perdían en esa mirada empañada.


– ¿Estás listo? – Le susurré intentando acercarlo más a mí, lo cual era imposible, mi cuerpo estaba completamente sobre él. – ¿Amor?


– ¡Sí! – Se limitó a responder.


Tampoco necesite más, mis brazos lo envolvieron como cadenas y coloqué una almohada debajo de sus caderas, quería que estuviera lo más cómodo posible, debido a la manera en la que él lo había decidido, esta parte siempre era dolorosa. Con cuidado volví a recostarlo y me sostuve con los codos sobre sus hombros, de esa manera podía sostener su rostro y disfrutar de sus gestos, acomodarme entre sus piernas fue sencillo, más cuando sus piernas rodearon las mías, permitiéndome una entrada limpia. Con mi peso en la medida justa para que no pudiera lastimarse mientras lo penetraba y nuestros rostros demasiado cerca el uno del otro, comencé a moverme.


Estaba lo suficientemente excitado como para no necesitar dirigir mi virilidad a su entrada, conocía su cuerpo y la mejor manera para que todo resultara menos doloroso. Las ansias me quemaban por fundirme en él. Se estremeció al sentir la lenta intromisión, yo estaba húmedo y en verdad desea que lo estuviera lo suficiente como para facilitarnos el acceso. La respiración de Enrique se volvió errática, casi podía escuchar a su frenético corazón, de la misma manera que sentía el cambio en su cuerpo, que se anticipaba al dolor inicial de la penetración. Sabía que mi niño era valiente y que mentalmente estaba más que preparado.


Me fui abriendo caminando mientras él enterraba sus uñas en mi espalda, tuve que besarlo para que no gritara, y aun así, gemía en mi boca. Terminó mordiéndome por lo que deshice el agarré, justo para verlo morderse los labios acallando otro gemido ronco. Su rostro había adquirido un tono rojizo muy fuerte y las sensaciones de dolor comenzaron a hacerle difícil respirar.


Por mi parte, la presión que sentía alrededor de mi virilidad era tan sublime, tan suave y a la vez sofocante. Continúe moviéndome lentamente, mientras Enrique me entregaba una serie de lamentos placenteros, su respiración acariciaba mi rostro debido a la cercanía de nuestros rostros, pero su vista estaba perdida, se relamía una y otra vez los labios en respuesta al goce que sentía. Dándole una apariencia crudamente sensual.  


Pronto me llevaba el ritmo, y en medio de todo, su vista se detuvo sobre mis ojos, fue entonces que me sonrió. Estaba listo, y quería sentirme.


Las envestidas se volvieron rápidas, lo reconozco, satisfacerlo nunca había resultado ser una tarea sencilla para mí. Ahora mismo, mi final estaba en la puerta, tocando ansioso por liberarme. La sensación de lo que sabía que sería el orgasmo, me quemaba la razón. También me sentía cansado por la posición que había tomado para no aplastarlo del todo.  Así que era momento de hacer trampa. Salí completamente de él y casi con la misma velocidad entre de una sola estocada, golpeado justo donde sabía que lo hacía delirar. Sonreí cuando incluso logró levantar mi peso al arquear la espalda. Sus manos volvieron a cubrir sus labios, se lo permití porque yo mismo estaba por rendirme, fueron necesarias un par de estocadas más de la misma manera para que Enrique terminara sobre nuestros vientres.  La presión que ejerció sobre mí virilidad al disfrutar de su liberación, fue el impulso que necesitaba para terminar, ni siquiera tuve tiempo de salirme y terminé llenándolo de mi esencia.


Mi amado sintió la necesidad de buscar mis labios, aun con lo difícil que le estaba resultando respirar tomó mi rostro entre sus manos e intento unir nuestros labios. Se lo concedí, lo bese con dedicación, con ternura, con infinito amor. Porque este hombre al que aún seguía unido, me había robado el corazón, me había cambiado la vida a tal punto que solo sus labios lograban encender mi piel. Era un ser hermoso no solo en apariencia, también era hermoso en su interior, mi niño era noble, tierno, amable y me había devuelto la ilusión. Y gracias a él, ahora mis demonios estaban en paz.


– ¡Te amo y te amaré mi vida entera! – Confesé. – ¡Lo prometo!


– No prometas ese tipo de cosas bajo los efectos de un orgasmo… – Bromeó.


– Hablo enserio… – Le interrumpí. – Siento que no hay nadie que me ame tanto como tú lo haces… Aun si a veces no entiendo con claridad cuánto. Quiero que nos amemos de igual manera... Para siempre…– Enrique extendió la palma de su mano frente a mí, mis dedos la recorrieron sin vacilación.


– Para siempre… – Aseguró.


Esa caricia era la firma de cada una de nuestras promesas. Yo podía tener la certeza que si el extendía la palma, cumpliría su palabra y él sabía que si mis dedos la recorrían, no le fallaría. 

Notas finales:

ACLARACIONES DEL CAPITULO:


- Es un capitulo con dedicatoria. Por supuesto, para mi chica de los reviews. Taiga, gracias por el apoyo y las correcciones que nunca faltan. Prometemos que este será el último capi que metemos de “chocolate” a partir de ahora, seguiremos fielmente los capítulos tal y como te había dicho. Recuerda que mis hombres son los que deciden como se haran las cosas, aún si yo deseo seguir el orden.


 


- Sobre la razón por la cual a Enrique le incomoda recibir ciertas atenciones, a grandes rasgos, diré que toda se remonta al inicio de su relación. Antes de Danny, Enrique tuvo dos parejas, no fueron relaciones trascendentes o siquiera de importancia, pero intimo con ellos, siempre manteniendo el rol de activo. Dann por su parte, también mantuvo un rol activo con todas sus parejas, hasta el momento del incidente que sufre. Cuando ambos se conocen, la violación era un suceso reciente. Enrique vio la parte frágil de Danny, una cosa llevo a otra y al momento de estar juntos intenta mantener su rol, Dann se niega y con tal de estar con él, Enrique sede. (No fue así de fácil, pero esta historia es como para relatar en un capitulo largo, pero alguien se niega a que siga violando el orden de la historia) En un principio la relación es 100% pasional, todo era erotismo y sensualidad. Entregas bruscas donde todo estaba permitido, y en las cuales Enrique siempre terminaba herido, no solo físicamente, sino también en los sentimientos, pues él fue el primero en enamorarse. En resumen, le evoca sentimientos de cuando Dann aún no lo quería. Y ese tipo de caricias lo vuelven alguien poco racional, “animal salvaje” que solo busca satisfacción dejando de lado los sentimientos. Y le desagrada porque para él, sus sentimientos y amor hacia Dann deben estar por encima de todo.   


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