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Dulce Amor por Sabaku_No_Akemi

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Alejandro suspiro pesadamente y echo la cabeza para atrás.
Necesitaba pensar, lo necesitaba y mucho. Le resultaban estúpidas las circunstancias en las que se encontraba.

—Hey, Lituania, ¿Me haces un favor?— El nombrado observo a México y sonrió, dándole a entender que estaba dispuesto a responder otra de sus preguntar o hacerle un favor, lo que le pidiera. Claro, eso mientras no arriesgase su vida en el intento. Y porque no sabía lo que le iba a pedir el mexicano, debía añadir. — ¿Me dejarías salir? Bueno, yo sé muy bien que no estoy preso ni nada, pero tampoco iba a saltarme la reja así nomas porque me da la gana ¿no?

El país Báltico observo al latinoamericano un minuto y bajo la mirada.

—M-me temo que no, señor México—Al ver el rostro del moreno se apresuro a añadir: — B-bueno, vera… Rusia puede molestarse mucho y puede…. No se… hacer algo… tonto… y, además, usted no conoce la ciudad y podría perderse fácilmente.

—Bueno, eso lo sé muy bien, pero quiero tomar mis riesgos…

—Pero, señor, esto también me afecta a mi…

—Bueno, mira, hagamos algo: Tú dejas “accidentalmente” abierta la puerta y me voy, así nadie es culpable más que yo mismo, ¿no?

Lituania no estaba dispuesto a aceptar, pero México consiguió hacer que hiciera lo que le pidió. Se puso el suéter más calientito que tenia y una chamarra que lo hacía ver enorme, con lo que supuso que estaría lo suficientemente abrigado.
Salió de la casa sigilosamente, aun se podían escuchar ciertos gritos de ciertas personitas, por lo que pudo suponer que el ruso no se había dado cuenta de que salía. No sabía porque, pero quería alejarse de aquella mansión lo mas que pudiera, al fin y al cabo, llevaba el móvil. Lo mínimo que podía pasarle era que se perdiera, tener que llamarle a Rusia, disculparse por lo que había hecho y “tan tan”, asunto arreglado.

Observo la nieve un momento, su mirada estaba llena de melancolía. Se veía tan hermoso el patio del ruso, aun cuando estaba temblando de frio tenía la oportunidad de tener aquella vista tan hermosa e impactante. Como le gustaría que nevara, en los inviernos por lo menos, en su casa. Pero no, solamente sus montañas y el nevado (que por algo se llamaba así) tenían nieve. Suspiro, congelando sus pulmones por el aire fresco. Siguió caminando hasta que llego a la puerta de la reja, escucho un zumbido y la empujo, con lo que salió. Se arrepintió de no haberse puesto unos guantes después. Podía sentir el frio calar sus huesos.
No sabía a dónde ir, eso quedaba más que claro. Estaba en la casa de un país desconocido, muriendo de frio y con la mente echa un lio, solo podía pensar en lo tonto que era.

Camino sin rumbo fijo, observando las grandes construcciones, edificios, casas, todo era atractivo. Se veía todo tan hermoso cubierto de nieve, que inclusive empezó a agradarle el estar muriendo de frio… bueno, tampoco era para tanto. Llego a una plaza, veía gente ir y venir, acostumbrados al tan mal clima que poseía el país. Se sentó en una banca y casi al instante se arrepintió, sus nalgas se helaron al contacto con la madera y la nieve que estaban ahora bajo él. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, pero debía ser mucho, porque sus piernas se sentían cansadas y entumidas.

Observo a los niños jugar. Se veían todos muy lindos con aquellos enormes gorros y sudaderas, mientras se lanzaban bolas de nieve o jugaban haciendo muñecos en ella. Pensó en que hacer un castillo debería ser más entretenido que hacer monos de enormes bolas que al final terminaban con caras hechas de piedras y ramas (porque realmente no es como en las películas, aquí nadie iba por la vida llevando zanahorias para ponérselas de nariz a los muñecos esos). La mayoría de las personas a su alrededor eran rubios, de ojos de color. México suspiro recordando los hermosos cabellos platinados de Rusia y sus ojos entre violetas y azules, le gustaban mucho.

—“Quizás si fui yo el que empezó” —Pensó mientras comenzaba a mover su pierna derecha, un nerviosismo le llego de repente.

—“No es normal todo esto. Yo llegue con un maldito propósito, ¿Por qué termine cogiendo con él? Ni me gustan los hombres, ¿Qué pedo? ¿Qué me pasa?”
Sus pensamientos le torturaban. Este viaje no había sido el mejor que había hecho, en especial porque sus propósitos de llegada habían sido modificados de forma violenta. La Unión Soviética debía estar relacionada a todo aquel alboroto: Sí. Seguro Rusia era amante de aquella mujer, seguro que se puso celoso y para hacerlo dudar le había hecho lo que habían hecho.


—Pues claro— Dijo en voz alta mientras soltaba un bufido y observaba de nueva cuenta a su alrededor.

Aparte de todo, tenía que encontrar su paliacate… porque si no lo encontraba el asunto iba a ponerse color de hormiga. Frunció el ceño con fuerza, rascándose el cuello al sentir la ausencia de aquella prenda. De repente un estruendo en su barriga le recordó algo: No había desayunado. Suspiro con fuerza y miro a su alrededor esculcando en las bolsas de su chamarra, buscando la billetera para comprar algo por lo menos, pero su suerte empeoraba. Había dejado la maldita cartera en casa del ruso, lo cual no era para nada agradable, en especial porque tenía hambre.
Cerró los ojos y metió sus manos en los bolsillos delanteros de su chamarra, intentando protegerse inútilmente del frio que lo rodeaba, inclusive estaba temblando.

De repente sintió algo cálido cubrirlo, abrió los ojos inmediatamente y observo detrás suyo. Rusia estaba ahí, mirándolo con tristeza mezclada con melancolía y cubriéndole con su abrigo, quedando solo cubierto por una camiseta de manga larga color blanco, sus guantes y la inmensa bufanda que siempre llevaba puesta.

—Meksika— Le llamó el más pálido mientras tomaba asiento al lado del nombrado. —Te estás muriendo de frio… deberíamos regresar a casa.

México estaba anonadado de saber que Rusia lo había encontrado, ¿Cómo? Solo había caminado y caminado, y según él ni cuenta se había dado de que se había salido de la Mansión. Entonces, ¿Qué hizo para encontrarlo?

—No quiero regresar. — Quizá el tono que había utilizado fue demasiado infantil, pero era verdad. No tenía ganas de regresar al domicilio del ruso, solo quería alejarse de todo un momento, estar solo, pensar en las idioteces que había hecho.
Rusia le sonrió con amabilidad, México le observo de reojo y no pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en su rostro.

—Entiendo. —Rusia tomo de la mano al moreno, sorprendiendo al mismo y haciendo que él le mirara incrédulo a lo que hacía. —Meksika… no quisiera tener problemas contigo.

—Ajá — Respondió secamente en respuesta mientras separaba con violencia su mano de la del ruso, metiéndola de nuevo en su
chamarra.

Rusia observo a México, luego se enderezo en la banca y miro en suelo.

—Me gustas. Me gustas mucho. —Alejandro abrió los ojos de manera absurdamente grande, volteo a ver a su acompañante y se sorprendió al ver que lagrimas escurrían de sus ojos. Su pecho se lleno, su rostro enrojeció aun más, su cuerpo empezó a temblar, y esta vez no era por el frio. Pero él rechazo todas aquellas sensaciones tan hermosas ¿Qué mierda pensaba Rusia? ¿Acaso creía que con lagrimitas iba a solucionar el pedo mental que México poseía?

— ¿Y que se supone que quieres que haga? — Le dijo intentando verse lo más frio que podía. No aguantaba más. Se sentía tan feliz… pero… ¿Por qué?

El albino sonrió amargamente y se quedo mirando los zapatos del morocho. Sabía que él reaccionaria así. Debió quedarse siendo un cobarde. Sentía como su cuerpo desfallecía ante la simpleza y la rudeza que México utilizaba al hablarle ¿Tanto le había disgustado al morocho terminar en la cama con él? Se veía tan animado anoche, como le susurraba cosas extrañas, como se movía, inclusive como le hacía al tonto cuando se dio cuenta de que iba a terminar siendo el pasivo, todo le decía que la había pasado bien, ¿Por qué ahora era todo tan diferente?.

—Nichego*—Rusia resoplo.

México se sintió muy mal. Tenía una opresión en el pecho, era increíble como su cuerpo le reclamaba lo que salía de sus labios. Él no quería de esa forma a su amigo, a él no le gustaban los hombres, el no sentía nada más que afecto amistoso hacia el ruso.
Entonces, ¿Por qué se había acercado a él, le abraso y le susurro de aquella forma tan sincera un “También me gustas, wey”?
Cerró los ojos con fuerza al darse cuenta de lo que había hecho. ¿Y la Unión Soviética? Seguía pensando en ella, pero Rusia… Su rostro sorprendido, el olor que despedía su chaqueta, sus labios formando una sonrisa pequeña y sincera… ¿Por qué le gustaba tanto ver eso?
Rusia observo los ojos chocolatosos del moreno. Tan hermosos, profundos, cálidos. Lo llenaban de amor. Tenía una mirada tan confundida y sincera, tan extraña. No podía resistirse. Acerco su rostro lentamente al de su acompañante y deposito un leve beso en sus labios. México se separo en seguida, alarmado por la cantidad de sentimientos y cosas que pasaban por su mente.

—Háblame de la Unión Soviética. ¿Dónde está? — Le dijo mientras se ponía las manos en el rostro y notaba un temblor extraño en sus brazos.

—No existe más. Hablamos de esto anoche. No… ¿No recuerdas nada?

— ¡¿Hablamos de esto anoche?! —Le espetó con furia el moreno, mientras miraba a Rusia con el ceño fruncido. — ¿Cuando? ¿Mientras nos empedabamos? ¿Mientras planeabas cada movimiento para confundirme y tener la oportunidad perfecta para metérmela?
Rusia observo detenidamente a México. Su humor era tan increíblemente cambiante. Sonrió sin más, aun si sabía que le estaba insultando. Alex ya le había dicho que sentía lo mismo que él, entonces, ¿Por qué habría de sentir mal con lo que decía?

—Mientras bebíamos. Te explique muchas cosas. —Le respondió de manera calmada.

— ¿A sí? ¿Y esperabas que recordara todo lo que me dijiste, aun sabiendo que estábamos chupando? — Chocaba sus dientes con tal fuerza que el castañeo que producía dicha acción era demasiado rápido. Ya no sabía si estaba temblando de frio o de ira. —No todos tenemos la maldita habilidad que tú tienes para no olvidar nada ¿eh? Algunos como yo andamos medio imbéciles y no nos acordamos ni de lo que…

—Yo cree la Unión Soviética. No era un país: era un conjunto de países. — Rusia sonó tan firme, que inclusive logro hacer que un escalofrió recorriera la espalda del mexicano. — Y yo era el líder.

Alejandro abrió la boca incrédulo. ¡Todo este tiempo había estado enamorado de muchas personas juntas! No era una bella mujer, no era una esplendida guerrera, era un general y un ejército.
Llevo su mano derecha hacia su cabello y lo peino hacia atrás, mirando al frente incrédulo a lo que acababa de escuchar. Entonces, como si apenas se diera cuenta, dijo:

—Estoy enamorado de ti.

Rusia se sintió extraño. Su corazón latió con fuerza, su mente se quedo en blanco, su rostro poseía una sonrisa estúpida. Y todo por el imbécil que estaba sentado a si lado, todo por el inepto que en ese mismo instante estaba rojo por la vergüenza que estaba pasando.
El albino le abraso, dejándose llevar por sus sentimientos, tratando de demostrarle a México que él también le quería, que deseaba ser algo más que su amigo.

Y el morocho no sabía qué hacer, correspondió el abraso y se embriago con el delicioso aroma que la colonia del ruso despedía. Estaba confundido, pero estaba feliz, extasiado, eufórico, con lo que acababa de pasar. Quizá… no necesitaba a la Unión Soviética, quizá solo necesitaba a Rusia…

Escondió su rostro en el cuello ajeno, cerrando los ojos con fuerza y tratando de comprender lo que ocurría.

—“Déjate llevar… todo saldrá bien, quizá mejor de lo que esperabas” —Pensó mientras sentía como el abraso iba perdiendo fuerza.
Y el gruñido del estomago de México arruino el momento.
Rusia sonrió con ternura y tras decir un simple “Vamos a casa” le tomo la mano y se lo llevo. Caminaron bastante tiempo, ahora México se había dado cuenta de que realmente si había caminado mucho. Durante el trayecto no dijeron nada. Dejaron que sus manos unidas fueran lo que les uniera en ese momento. Necesitaban hablar, lo necesitaban en serio, pero no en ese instante. No había nada que los llenara más que estar tomados de la mano.

Al llegar, México se sintió apenado al sentir la mano desocupada del ruso posandose en su cintura y verlo agacharse para darle un beso,
por lo que giro el rostro, haciendo que a Rusia se le impidiera tal acción.
Entraron a la Mansión por completo. México sentía que su cuerpo se relajaba un poco al notar lo calientito que estaba dentro. Se quito la chaqueta de Rusia y se la entrego sin decir palabra, a lo que el sonriente ruso solo asintió y se la colocó de nueva cuenta.
Rusia se acerco una vez más a México, deseando que esta vez su beso fuese correspondido. Y ocurrió. Al sentir el impacto de los labios ajenos a los suyos, el moreno suspiro y comenzó a mover sus labios de manera lenta. Le encantaba aquella sensación tan deliciosa. Quizá se acostumbraría a esto rápido, más de lo que pensaba.

Notas finales:

*Niechgo : Nada

 


Bueno, muchisimas gracias por leer.

¡Ya casi se acaba! unos capitulos más y pim pam, final amoroso pa´ustedes :V

¡Gracias por el apoyo, saludos de una Bier!


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