Ambos nacieron cuando acuario recién regía, nacieron mellizos, el uno de cabellos verdes y el otro de cabellos rubios. Quién los trajo al mundo simplemente los dejó a la intemperie envueltos en una mezquina sábana a merced del frío, lluvia, sol y peligros.
Un hombre los oyó llorar y sin pérdida de tiempo los trasladó al hospital donde quedaron a cargo de las enfermeras y doctores.
—¿ Cómo los llamará Celia?—preguntó el pediatra a la enfermera de turno.
La mujer se quedó mirando con ternura a ambos bebés que estaban siendo alimentados con reservas de leche materna.
—el uno lo llamaré Hyoga por un amigo ruso—tomó al pequeño con un mechón rubio—y a este, Isaac, en honor a mi esposo que es finlandés.
—bonitos nombres—comentó el pediatra chequeando los signos vitales de Isaac—son como anillo al dedo.
Celia los cuidó hasta que ellos cumplieron un mes, pues lamentablemente la mujer no podía adoptarlos y es entonces que pasaron a un orfanato donde pasaron sus primeros años viendo a parejas que pretendían adoptarlos, algunos sólo querían a uno de ellos cosa que para el pequeño Hyoga era inadmisible pues su hermano era su única familia y fue por esas causas que era huraño y arisco con los adultos que llegaban ahí.
La única que logró penetrar esa coraza fue la trabajadora social.
Y luego fue Milo y Camus.
Todas las noches Isaac añoraba que los adoptaran personas que los quisieran de verdad, que no sólo les dijeran que eran lindos, que les brindaran el cariño que sus padres verdaderos se los negaron.
—¿ No quisieras que nos adoptaran?—comentó Isaac una noche mientras observaban las estrellas—digo, no quisieras unos padres.
El rubio lo miró con seriedad.
—sólo se quedarían con uno de nosotros.
—no, hermano—lo abrazó—no, todos nos querrán separar.
—Isaac, a veces los adultos son malos...—sus orbes miraron hacia un punto lejano—es mejor quedarnos aquí, juntos.
Isaac sabía que en algún momento Hyoga cambiaría de opinión, hasta eso se protegerían mutuamente, porque nacieron juntos y estaban en aquel lugar juntos.
Pero lo que Hyoga ignoraba era que su mellizo al ver una estrella fugaz, su deseo fue tener padres, los que sean, pero que los amen y los quieran sin restricciones.
—Isaac ¡ Ven!—apremió Hyoga desde su puesto en la cama—no, te olvides de apagar la luz.
Los días pasaron como siempre, el ir y venir de parejas eran el pan de cada día.
Pero un día fue distinto a los demás...
Estando junto a los demás niños, entró una pareja junto a la trabajadora social, sorpresivamente Hyoga salió corriendo hacia ellos colgándose del brazo del hombre de cabellos azulinos ondulados.
—¡ Hyoga!
Fue entonces que se dio cuenta de que ellos tenían buenas intenciones.
Y su hermano lo había intuido apenas los vió.
—¡ Él es mi hermano!—dijo efusivo.
Hyoga sonreía feliz, era una auténtica sonrisa.
El día en que abandonaron para siempre aquel orfanato, ambos lloraron de felicidad, sus vidas volvieron a los colores del mundo, ya no eran grises.
Hyoga se volvió " pegado" a Milo mientras que Isaac a Camus.
No les resultó tan difícil adaptarse al ambiente donde vivían Milo y Camus, más necesitaron de la ayuda de Shaka para adaptarse a la escuela.
Después de su adopción había transcurrido un año y algo más.
En la escuela, Hyoga tenía un amigo de nombre Shun, un pequeño de cabellos verdes de alma pura e inocente como ellos dos y todos los niños del mundo.
—soy feliz con mis padres—murmuró Hyoga a su amiguito mientras tomaban su break—no importa si son diferentes.
Shun se admiró de aquellas palabras maduras y ciertas.
—me alegro por ti amigo.
Sino era Camus, era Milo quién los iba a buscar a la escuela, pero antes de ir a casa pasaban por el parque pues era como una especie de ritual para ambos niños. Ahí casi siempre se topaban con Saga y Mu que recientemente habían adoptado a una nena que insólitamente tenía un parecido con Mu. Su nombre Briseida de cinco años.
Isaac y Hyoga jugaban con la pequeña mientras Milo o Camus charlaba con Saga y Mu, los cuales demostraban cúan felices eran, lo acontecido en el pasado era página rota.
—¿ Estas muy enamorado de él?—preguntó Saga a Milo uno de esos días.
Milo sin dejar de mirar a sus mellizos y a la niña respondió con total convicción.
—Camus es más que eso... Cuando pasó eso entre tú y yo, creí que jamás volvería a amar, pero él me salvó...
Saga emitió una sonrisa sincera, Mu regresaba de comprar algodones de azúcar.
—tú también lo salvaste—dijo—evitaste que el resentimiento por su verdadera paternidad, lo destruyera.
—prometí que estaría a su lado en la buenas y las malas.
Saga asintió.
Cuando los niños se cansaron de jugar, Milo se los llevó casi cargados pues habían terminado exhaustos al igual que Briseida.
—¡ Adiós! ¡ Qué pasen bien!
Cuando llegaron, Albert uno de sus suegros tenía en sus brazos a Terry el pequeño gato de Milo el cual adoraba al señor. Albert vivía ahí desde la reconciliación de Dégel y Camus pues su hermano se mudó a varias casas cerca de ahí para estar más cercano a Camus y él no quería quedarse solo tan lejos de su familia en especial de su hermana Kaileena.
—Milo, el pequeño Terry...—vió a los niños roncando en la espalda de su yerno
—¿ Donde estabas?
Haciendo un esfuerzo para que su espalda no se rompiera, Milo dejó a los pequeños sobre un mueble.
—en el bendito parque¡ Ouch! Mi espalda—se quejó—¿ Que pasa con Terry?
—¿ Con qué shampoo lo bañas?
—con el que me indicó la veterinaria.
—ah, con razón su pelaje tan suave.
Llevó a sus mellizos a asearse en tanto arreglaba su habitación.
Más tarde Camus como siempre le preguntaba como le había ido en su día de trabajo como asistente de tesorería en un banco.Camus jamás se cansaba de preguntarle a su esposo sobre su día y por eso Milo se enamoraba cada día más de él por que mostraba interés en sus cosas. Así mismo le preguntaba a Camus sobre su día.
—como siempre cargado de cuentas, cheques y balances y ¿ Tú amor?
—como siempre los coqueteos de las pacientes del Dr. Albuja* hacia mi nunca cesan—dijo apretujańdose contra el cuerpo de su pareja—él las corre diciendo que soy casado.
—más te vale—dijo subiéndose sobre él—sino me mostraría celoso.
Camus lo atrajo para besarlo en tanto colaba sus manos debajo de la camisa de Milo palpando su piel.
—no, tienes nada qué temer, yo te amo a ti al igual que a nuestros hijos...
—me has hecho muy feliz... Has sido mi salvación.
Esa noche se amaron con intensidad sellando aquel amor para siempre...
Hyoga e Isaac nunca más pasarían por penurias pues la vida les había dado dos personas que los querían.
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