Epílogo
Estaba en un lugar oscuro, frío y húmedo. Un lugar estrecho, de paredes tan altas y lisas que le hacían imposible escalar para escapar; parecía ser un pozo. Un pozo cuyos muros de piedra se cerraban sobre su cabeza, asfixiándolo. Las paredes, llenas de humedad e inmundicia, le caían encima y sentía como si estuvieran aplastándole el pecho, impidiéndole respirar.
Gimió de dolor y angustia, impotente. Lo único que podía hacer era alzar la mirada al cielo. Recordaba que sobre su cabeza se podía ver una diminuta abertura que servía de entrada de luz, pero también se había transformado en su única fuente de esperanza.
—¡Auxilio! —gritó, mirando con ojos desesperados hacia la luz—. ¡Que alguien me ayude, por favor!
Pero las palabras murieron en su boca y cualquier sonido se negó a salir de su garganta. Poco a poco fue consciente de la paralizante sensación de estar consciente, pero impotente, a merced de la oscuridad y todo lo que ésta encierra. Estaba solo, desprotegido y atrapado. Su única conexión con la realidad era el punto de luz sobre su cabeza.
—¡No! —gritó sin palabras mirando hacia arriba.
—Kazunari…
Escuchó una voz suave, delicada, pero masculina. Sabía que lo había oído antes, porque sólo ese timbre le transmitió seguridad. Giró el cuello y no pudo ver más que oscuridad ¿Dónde estaba? ¿De dónde venía aquella voz? ¿La oía sobre su oído? Y de pronto fue consciente no sólo de la voz, sino del tacto de algo cálido sobre su cintura.
—Kazunari. —Esa voz otra vez—. ¿Estás bien? Parece que tienes una pesadilla.
Volvió a mirar hacia arriba y la luz, mísera y difusa, comenzó a expandirse, a rellenar cada espacio dentro del pozo. La mancha blanca e informe que era en un inicio, adquirió corporalidad, una forma circular perfecta que dejaba traspasar los rayos del sol hasta llegar a cegarlo con tanta claridad.
Soltó un quejido e hizo un mohín cuando la luz del día le dañó los ojos al abrirlos. Recorrió la habitación de ladrillos pintados de riguroso blanco, las cortinas de la misma tonalidad que dejaban traspasar la luz y las sábanas azul rey. Pestañeó aturdido y volvió a sentir el peso sobre su cintura. Bajó la mirada hasta el brazo pálido que lo sostenía con firmeza: era Tatsuya.
Sus labios se curvaron en una sonrisa y se giró en la cama. Tatsuya tenía los ojos cerrados y el ceño relajado. Dormía, pero aún durmiendo se encargaba de velar sus sueños. Kazunari estiró el cuello y lo besó en los labios con suavidad.
—¡No jodas! Esto sí que debe ser una venganza del karma o algo… cósmico y raro —soltó en medio de una carcajada—. Al fin y al cabo, tú resultaste ser mi luz…
—¿Ah?
Tatsuya arrugó la frente, sin entender, se removió bajo las sábanas pero aún no despertó del todo, sólo atinó a pegarse a su cuerpo por detrás y estrechar el agarre que tenía sobre su cintura.
F I N