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De diez maneras por Kyasurin W

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AoKise

 

El sonido de las respiraciones agitadas se tendía como bruma por entre las cuatro paredes. Aomine apresaba las caderas del rubio con sus manos, mientras le devoraba la boca a besos impacientes y húmedos.

La espalda de Kise se estrelló contra los casilleros del vestidor, provocando un crujido que, si no fuera porque la multitud se encontraba aglomerada en la cancha donde un partido se disputada, hubiesen sido descubiertos con facilidad.

Aomine pegó su cuerpo lo más posible al contrario, restregándose y, aprovechando el apoyo que la cercanía de los dos le brindaba, recorrió con la palma de sus manos los muslos de su acompañante, ascendiendo ocasionalmente, aprisionando sus glúteos con firmeza.

Por la otra parte, Kise correspondía con vehemencia, rodeando con sus piernas la cintura de Aomine para asegurar su agarre y a la vez impedir que se separara un centímetro de su cuerpo, impedir que le arrebataran el calor que le provocaba el abdomen del moreno al rozar con su entrepierna. Con manos desesperadas se paseaba por los hombros de su excompañero de equipo, delineando los definidos músculos y de tanto en tanto, sus dedos iban a parar a su cabellera, estrujándole los cabellos sin cuidado.

Cuando el aliento de los dos se vio tan sofocado por el frenesí de besos que intercambiaban, con un gemido ahogado, Kise observó el par de iris azulinos que le devolvían una mirada anhelante. Sonrío.

Aomine acercó su rostro lentamente al cuello de Kise, rozando su nariz con la piel tersa de aquel lugar, y aspiró su esencia. No supo cómo descifrarla, pero olía tan exquisitamente bien, aunque estuviera diluida en el olor del sudor. De repente, sintió una humedad centrarse en el lóbulo de su oreja, junto con un aliento cálido que le acariciaba el tímpano.

—Hazlo ya… —le susurraba.

No lo pensó, no hacía falta para saber que el deseo que sentía por Kise no era una simple mala jugada de sus hormonas, era mucho más, Kise era muchísimo más que un rato de placer.

Soltó al jugador estrella de Kaijo una vez que sus pies hubieron tocado el suelo. Fue menos de un minuto el que los dos necesitaron para despojarse del chándal del equipo y prepararse para lo que venía.

Kise dio la cara hacia las taquillas, mientras que Aomine a sus espaldas lo guiaba a colocarse en una posición cómoda para facilitar la penetración. Y con el rubio aferrado al metal y las caderas levantadas, Aomine se introdujo en él. No le fue difícil, pues ese era otro más de los tantos encuentros que habían tenido y, aunque hubiesen deseado hacerlo en un lugar más cómodo, sus cuerpos se reclamaban con fuerza.

No faltó mucho para que Aomine sintiera la confianza de iniciar con las embestidas, asiéndolo de las caderas y recorriendo su anatomía con sosiego, como dándose el tiempo de admirar cada centímetro de la piel que recubría a su amante; empezando por sus piernas, su trasero, posándose en sus costados mientras se inclinaba hacia el frente, profundizando la penetración, y tomándolo con posesión descarada de la cintura.

Kise jadeaba al compás de las embestidas, sin cohibirse, haciéndole saber a su acompañante lo mucho que disfrutaba tenerlo detrás. Arqueaba su cuerpo, satisfaciendo las peticiones que Aomine demandaba sin decir. El sonido grave y vibrante que producían los gemidos de este último era algo que a Kise le hacía perder la razón; no había cosa que le satisficiera más que saber que la otra persona estaba gozando con la misma intensidad que él.

Fueron menos de diez minutos para que ambos pudiesen alcanzar el clímax. Aomine sintió un latigazo de placer recorrerle la espina dorsal para luego anidarse y liberarse, finalmente, en su entrepierna, cubierta por las entrañas de Kise, mismo que hacía unos segundos había eyaculado sobre su mano, de la cual pequeñas gotas de semen se escurrían derramándose en los azulejos.

Estaban conscientes que no podían tardar mucho, puesto que el pitido que anunciaba el final del tercer cuarto había sonado, y los jugadores no tardarían en llegar; por lo que ambos se volvieron a enfundar en sus ropas con velocidad, arreglándose el cabello, limpiando los restos de evidencia que habían y secándose el sudor que perlaba sus frentes para separarse en el pasillo una vez afuera.

Y antes de que Kise cruzara la puerta, Aomine no dudó en acorralarlo contra la misma, susurrándole en un tono que se le antojaba erótico, a la vez que amenazante:

—El único que puede hacerte esto, soy yo.

El rubio sonrió, echándose hacia atrás, conectando el calor de sus cuerpos nuevamente.


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