Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

De la miel a las cenizas por Nayen Lemunantu

[Reviews - 20]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

OK, este es un capítulo de los antiguos, de los que había publicado la primera vez que publiqué esta historia. Aunque ha habido ediciones para adatarlo al nuevo rumbo que ha tomado la trama.


Espero lo disfruten tanto como la primera vez.

Capítulo II

Sol de Medianoche

 

 

Tú me deseas, y yo a ti, y sólo nosotros dos en este mundo nos merecemos mutuamente. ¿No te das cuenta de ello?

Anne Rice, Lestat el vampiro.

 

 

Cuando se despertó esa noche, faltaba menos de una hora para el anochecer, y aun así, salió a pasos sobrenaturales de su cámara diurna. Esa noche la sed lo asediaba. Esa noche sería de cacería.

Le tomó sólo unos cuantos segundos estar en la calle, pero una vez ahí, empezó a caminar con ritmo muy humano, con pasos pesados y lentos. Se encontró con una pareja que salía de casa hacia una fiesta al otro lado de la ciudad, una estudiante que volvía exhausta y un grupo de adolescentes fumando en una esquina. Estaba hambriento, pero esa no era la clase de presa que estaba buscando, así que los dejó pasar. En noches como esa, se comportaba como un dios de la muerte, evaluando entre los humanos que tenían la mala suerte de cruzarse en su camino, quién tenía la gracia de vivir o de morir.

Sus pasos lo guiaron por una calle un poco más oscura y angosta. Cuando vio la figura del hombre, recortada por las luces de neón de un bar a sus espaldas caminando hacia él con pasos tambaleantes, supo que había encontrado a su presa.

El sujeto llevaba ambas manos en los bolsillos del pantalón y no le quitó los ojos de encima. Leyó su mente: no era más que un prospecto fallido de yakuza cualquiera, de esos que hablaban a gritos, se tatuaban los brazos y pateaban objetos para intimidar, aunque cargaba con varios muertos a sus espaldas a pesar de su insignificancia como malhechor. Esa noche su consciencia estaba ahogada en sake. Estaban a sólo diez metros de distancia cuando el yakuza dejó de fingir que lo ignoraba y encaminó sus pasos hacia él, la mano derecha oculta en su bolsillo se movió intranquila y cuando la distancia entre ambos fue menor, sacó el puñal.

—¡Entrégame tu dinero! —dijo el sujeto en un grito. Mirándolo de cerca, sus ojos se veían distorsionados por el alcohol—. ¡Ya te hablé, maldito! Entrégame todo lo que llevas.

Una sonrisa torcida se instaló en sus labios como respuesta, no había roto el contacto de sus miradas en ningún momento, la caza de esa noche sería divertida. La sangre de los malhechores siempre era más consistente, como si estuviera espesada por su maldad.

En cosa de segundos, cayó sobre el sujeto y le hincó los dientes en el cuello. Sonrió el ver la inútil lucha de su víctima; el puñal que le clavó en el abdomen, quebrándole de paso un par de costillas. Pero nada de eso podría salvarlo, tragó su sangre con glotonería, degustando en el elixir granate el sabor a alcohol barato, sintiendo a través de la sangre del sujeto que ahora pasaba a su cuerpo un hormigueo que le recorría los miembros. Era una sensación muy parecida a la embriaguez que había sentido cuando fue humano; las piernas pesadas, los ojos adormilados, característicos del efecto del alcohol.

Cuando lo dejó caer al suelo, ya estaba muerto. Se quitó el puñal del costado y lo dejó caer, resonó con el timbre agudo del metal revotando sobre el concreto. La herida se cerró de manera automática e incluso pudo sentir cómo sus huesos se acomodaban otra vez en la posición correcta.

Luego del aperitivo, se encaminó a su casa. La auténtica cacería acaba de comenzar.

Vivía en una auténtica casa tradicional japonesa, una mansión muy cercana al monte Mitake, donde la arquitectura tradicional perduraba en la mayoría de las edificaciones, rodeada de un precioso y cuidado jardín. Tenía empleados que se ocupaban del cuidado de la casa y el jardín durante el día. Hombres y mujeres que recibían un cuantioso sueldo por no hacer preguntas sobre el extraño comportamiento del joven dueño, quien sólo se aparecía por las noches, cuando la casa estaba vacía.

Nunca le gustó pasar mucho tiempo ahí, no era de la clase de hombre paciente que se dedicara a contemplar y reflexionar sobre el mundo, ni menos se sentaba a leer sobre los avances de la humanidad en el último tiempo como hacían muchos otros de su especie. Él era un hombre práctico. Si tenía una casa, se debía sólo a una vieja costumbre de la cual no se había podido librar. O era tal vez que nunca se había podido olvidar de Nijimura, quien le había enseñado a tener siempre una conexión con el mundo en que vivía, una especie de cable a tierra.

Cuando llegó, la casa estaba desierta aunque las tenues luces de las lámparas estaban encendidas. En un pequeño altar los sirvientes habían encendido incienso frente a la estatua dorada de un buda. Él no se molestó, le gustaba el olor aunque su dios no significara nada para él.

Se encaminó a paso fuerte hasta la que era su habitación, aunque nunca había dormido en esa cama. Los fusuma estaban fijos siempre en la misma posición, separando los ambientes dentro de la enorme casona de madera, de modo que su cuarto siempre había sido el mismo. Antes de salir, decidió darse una ducha y luego eligió cuidadosamente su vestuario: pantalón gris ajustado, camisa negra, chaqueta y bufanda de hilo azul marino.

Cuando salió, decidió viajar en auto. Por lo general prefería movilizarse con sus propios pies, así podía poner a prueba sus capacidades y mantenerse en forma, pero esa noche quería parecer todo un humano. En eso le ayudaba la sangre recientemente ingerida; le daba un aspecto más natural. Su piel había adquirido un sano tono dorado, no la sobrehumana representación de una estatua móvil. Sus labios ahora tenían el rosa normal y su cuerpo se había calentado y creaba la ilusión de parecer vivo.

Todo estaba listo para la verdadera cacería.

Faltaban sólo minutos para la media noche cuando apareció en un elegante bar en los Roppongi Hills. Se encaminó lento hacia la barra, sus movimientos habían sido estudiados con cuidado a lo largo del tiempo para que parecieran humanos. En ese instante, el barman limpiaba un par de vasos con la vista fija en su tarea. Era un chico que a duras penas tendría más de veinte años, iba vestido con el uniforme del bar: un pantalón negro de tela ajustado en los tobillos, una camisa blanca impecable, una levita negra que le ceñía el torso y una corbata de lazo negra. Su elegancia era natural y hechizante.

En el ambiente sonaba un solitario y desgarrador violín, el bar era tan sofisticado que contaba con músicos de academia todas las noches. Las luces, pequeñas y numerosas, repartidas por el local daban un aspecto cálido al ambiente y destacaban espléndidamente el dorado del pelo del barman. Él lo miró en silencio mientras se acercaba con pasos lentos y medidos. ¡Ah! ¿Cómo sería el brillo de ese pelo a plena luz del sol? 

Se dejó caer en la butaca frente al rubio, sus movimientos eran casuales e indiferentes, pero no le había despegado la mirada de encima.

—Buenas noches, joven —lo saludó el barman con una sonrisa cordial en los labios. Tenía un tono de voz algo nasal, pero de una vibrante vitalidad—. ¿Qué desea servirse?

—Un whisky —dijo secamente.

El chico asintió con la cabeza y se dio la vuelta para tomar una botella, se giró rapidísimo para coger el vaso, pero cuando sus ojos hicieron contacto una vez más, se detuvo en seco para darle una mirada en mayor detención.

—¿No es usted demasiado joven para estar aquí? —preguntó el barman de pronto, mirándolo de arriba abajo. No había alcanzado a servir el vaso, así que volvió a dejar la botella en la barra y su ceño se contrajo en un gesto severo—. No se permite el ingreso de menores de edad en este local. Lo siento.

—¿No se les deja ingresar pero sí se los deja trabajar? —le respondió con una pregunta irónica—. No te preocupes, soy mayor de edad. De hecho, te sorprenderías si supieras cuantos años tengo.

—Realmente lo dudo —le respondió el barman esbozando una sonrisa ladina. Aun así, sirvió el vaso de licor y lo depositó sobre la barra con suavidad—. Que tenga buen provecho, señor.

—¿Señor? Oye, en serio... ¿Cuántos años tienes?

—Eso no debería ser de su incumbencia, señor.

«¿Señor? —pensó. Sólo levantó una ceja como gesto de incredulidad—. ¿Qué se cree este mocoso malcriado?»

—Cuando se presencia una falta a las leyes laborales tan grave como ésta —dijo entonando una réplica grave—, es deber de todo ciudadano inmiscuirse.

—No se preocupe, soy mayor de lo que usted cree —le respondió devolviéndole el gesto irónico—. Además usted no es ningún ciudadano. Dudo que sea de por aquí.

—¿Cómo te diste cuenta? —soltó sorprendido sin proponérselo. Llevaba viviendo más de un siglo en Japón, su idioma era perfecto, aunque admitía que sus rasgos faciales lo delataban.

—Es simple, no se ve como un japonés —le respondió el chico encogiéndose de hombros. Seguía secando los vasos que estaban sobre una bandeja y los acomodaba en la barra—. Además, tiene un acento muy particular. No logro identificar de dónde.

—Por favor, no me trates con tanta formalidad.

—¿Cómo debo llamarlo entonces, estimado cliente?

—Daiki.

Esa era la primera vez en más de cinco siglos que le decía su nombre a un humano. La última vez que alguien más lo había pronunciado había sido hace cincuenta años cuando de casualidad cruzó sus pasos con otro inmortal, un viejo conocido. 

—Yo soy Ryota Kise, Daiki —le susurró el barman mirándolo a los ojos. No había previsto el efecto que produciría en él escuchar su nombre después de tanto tiempo, mucho menos en esos labios—. ¿Y de dónde eres? ¿Estás en Japón de vacaciones?

—¿Qué hay de ti? —Prefirió cambiar el tema, no estaba en sus planes contarle todos sus secretos a un humano—. No te ves precisamente como un japonés.

—Mi madre es londinense —le respondió el chico algo más afable que en un inicio. De a poco había ido reparando más en él, dejándose envolver por el aire misterioso que emanaba de su figura imponente, por la sobrenaturalidad de su presencia—. Ahora vive en Estados Unidos con mis hermanas, pero yo me quedé aquí con mi padre cuando ellos se divorciaron. Aunque papá falleció hace cuatro años y yo vivo con Kazucchi ahora.

—¿Kazucchi?

—No te preocupes, él es sólo mi mejor amigo. —Puso ambas manos sobre la barra y se le acercó mucho para mirarlo directo con ojos curiosos. Esa cercanía lo tomó desprevenido y retrocedió de forma instintiva; no sabía cuánto control tenía de sí mismo ahora que lo sentía tan cerca—. ¿Vas a responder a mi pregunta o no, Daiki?

—Nací en Grecia, pero soy ciudadano del mundo. —No entendía por qué estaba siendo tan sincero, nunca se había abierto tanto con alguien en su primera charla y menos aún con un humano—. Y se podría decir que estoy aquí con planes de quedarme.

—¿Te gusta Japón? ¿O encontraste algo que hizo que te quedes? —le preguntó guiñándole un ojo mientras volvía a alejarse. Cada gesto, cada movimiento de su cuerpo era exquisito. ¡Estaba tan lleno de vida!

—Más bien yo diría que encontré a alguien.

—Ah… estás enamorado —sentenció con una entonación diferente… ¿desilusión tal vez?

—Sólo si crees que alguien se puede enamorar a primera vista —dijo mirándolo directo a los ojos—. Pero si quieres saberlo, tomé la decisión de quedarme en el instante en que te vi.

Ryota lo miró a los ojos, estaba por completo serio. Sus ojos estaban cargados de fuerza, brillaban más dorados que nunca y aunque su expresión era imperturbable, sus oídos sobrenaturales le permitieron oír el latido de su corazón; un ritmo que pasó de la tranquilidad a la intermitencia de un momento a otro.

—Con que amor a primera vista… —Ryota trató de tranquilizarse y tomar el control de la situación otra vez. Tomó una bandeja de vasos recién enjuagados y los comenzó a secar, como si toda aquella situación le causara indiferencia.

—Eso fue lo que dije —admitió encogiéndose de hombros. No permitiría que el chico le cambiara el tema; si ya había empezado a ser sincero, ahora no iba a retroceder, simplemente eso no estaba en su naturaleza—. Aunque no sé si la gente como yo pueda saber realmente lo que es amar.

Ryota soltó una carcajada repentina y dejó lo que estaba haciendo para mirarlo directo a los ojos.

—¡Qué cosas tan extrañas dices! —dijo sin poder parar de reír—. Todo el mundo puede amar.

—Yo no sé si puedo.

—Si quieres, puedo enseñarte.

Él sonrió, cuidando de no mostrar más que un poco de la blancura de sus dientes, pero toda la expresividad que le faltaba a su sonrisa sabía que era transmitida por sus ojos; ojos que ahora reflejaban con iridiscencia índigo el deseo que lo inundaba.

—No hay nada que me gustaría más que eso —respondió. Ryota le sonrió de vuelta—. Déjame llevarte a tu casa hoy. ¿A qué hora termina tu turno?

—Me quedan un par de minutos más. Pero si me esperas, aceptaré que me lleves.

—Te espero.

No supo exactamente cuánto tiempo pasó, sólo fue consciente de que había salido tras los pasos de Ryota cuando sintió el viento frío del exterior darle de lleno contra el rostro. Había pasado toda la noche escuchándolo, absorto. Él, el monstruo, el vampiro, había caído bajo el hechizo de un humano.

En la calle, un fino rocío caía sobre la ciudad, refrescando el ambiente y su propio cuerpo, que sentía arder a pesar de ser frío por naturaleza.

—Ven aquí o te mojaras —dijo mientras se sacaba su chaqueta azul marino y la usaba como capucha para cubrirlos a ambos.

—Un poco de agua no me derretirá. —Ryota rio bajo, pero no se alejó. Por el contrario, se apegó tanto a su cuerpo que quedó cubierto bajo la protección de su chaqueta y su brazo—. Aunque no me negaré si lo que quieres es tenerme más cerca.

—¿Y qué tal si te digo que esto no es lo suficientemente cerca? —susurró sobre su oído izquierdo. El contacto tan cercano con él lo abrumaba, estaba aturdido por su olor y su calor, sediento de su sangre—. ¿Qué tal si te digo que no quiero que nos separe ni un milímetro, que quiero estar completamente apegado a ti?

—Tampoco me negaré. —Ryota ladeó el cuello en su dirección; sus ojos dorados brillaban con intensidad, con deseo.

Tuvo que morderse los labios para tratar de aplacar la sed que se apoderó de él en ese instante, hizo acápite de todo el autocontrol que creía haber desarrollado con los años, pero aun así se sintió superado por sus deseos más bajos.

—Vámonos de aquí —dijo con voz autoritaria, escondiendo demasiado bien bajo el tono grave la súplica que había en su declaración.

No supo precisar cuánto tiempo les tomó llegar a su casona, sólo sabía que manejaba con rapidez por las calles resbalosas, que tuvo que abrir ambas ventanillas para dejar que el aire nocturno aplacara el aroma intoxicante de Ryota y que en todo el trayecto evitó abiertamente mirarlo, temiendo no poder controlar su deseo de tomarlo ahí mismo.

Cuando por fin llegaron, Ryota dejó caer la chaqueta en el sillón y se dio la vuelta rápido. Lo abrupto de su movimiento hizo que su pelo se moviera como si tuviera vida propia y envió una ola del perfume natural de su cuerpo directo a sus fosas nasales.

Debía reconocer que había subestimado la situación. Cuando estaban en el bar, el aire saturado de alcohol y el aroma de cientos de personas alrededor había opacado en cierta medida el aroma de Ryota, pero ahora, tenerlo tan cerca y en un lugar tan pequeño, a sólo pasos de distancia, hacía que sus instintos despertaran de forma vertiginosa e incontrolable.

Su aroma era embriagante, el salado de su piel mezclado con un levísimo olor a miel. Era un aroma a carne, a vida… Se preguntó si el sabor de su sangre sería tan exquisito y embriagante como le parecía su aroma ahora.

—Te deseo.

Se acercó con pasos firmes hasta quedar a centímetros de su boca. Cuando elevó la mirada, los dorados iris de Ryota lo miraban con fascinación; no había ni una pizca de miedo. Lo tomó de la nuca con fuerza y lo besó en los labios.

—Daiki…

El beso fue lento, pausado. Medía hasta el extremo la fuerza sobrehumana de su cuerpo, porque no podía correr el riesgo de dañar el delicado cuerpo humano que tenía entre sus brazos. Le envolvió la boca con los labios antes de adentrarse con la lengua en su interior. Lo besó con mucha suavidad, cuidando que su traviesa lengua no le rozara los colmillos.

—Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo. —Ryota rompió el beso, pero no se separó de su boca, susurró con los ojos cerrados, directo sobre sus labios—. Es como si desde hace tiempo estuviera habituado a estar contigo…

—¡Vaya! Probablemente eso significa que soy el hombre de tus sueños.

Ryota rio divertido. Él amaba su risa; era capaz de iluminar hasta la más oscura sombra de su vida.

—Tal vez tengas razón —admitió el rubio, y estrechando los brazos que le pasaba por el cuello, volvió a buscar su boca.

El beso esta vez fue más pasional, le costó un poco refrenar la intensidad que buscaba Ryota en su boca e incluso sintió cómo en cierto momento, le rozó los colmillos con la lengua, pero el gemido y el ceño fruncido que se produjo en respuesta fue aplacado a la perfección por el deseo que le nublaba la mente.

Cuando se separaron, Ryota abrió los ojos, lento y entre un batir de largas y oscuras pestañas; el dorado de sus ojos se había transformado en un fuego voraz. Se alejó de él, adentrándose a la oscuridad del pasillo. Pudo observar su espalda larga, sus hombros rectos y la natural cintura que se formaba en su cuerpo masculino. Cuando llegó a la puerta de su cuarto, giró la cabeza y lo miró.

No podía quitarle los ojos de encima, estaba seguro que aunque dejara de verlo, que aunque cruzara el mundo entero para alejarse de él, aún seguiría viendo sus ojos abrasadores en cada esquina, añorando la luz de su cabello en cada ser humano, que su presencia hechizante, casi mágica, lo seguiría como una sombra a donde quiera que fuera. ¿Alguna vez alguien, mortal o inmortal, le había parecido así de seductor? ¿Alguna vez, en sus dos milenios de vagar por este mundo, alguien le había generado tanto, lo había hecho sentir así de vivo? Al mirarlo, sintió que él era lo que había esperado la vida entera, que era el destino el que los había llevado hasta allí.

Se encaminó tras sus pasos, su aroma recargado dentro del cuarto era abrumador; un aire denso, revuelto y dulce que lo enloqueció. Sentía la garganta seca, ardiendo de sed, y su boca había empezado a salivar, sus largos colmillos escocían; quería morder, quería beber su sangre. ¡Lo deseaba tanto! 

Redujo la distancia entre ambos. Tal vez, gracias a su impaciencia, sus movimientos fueron demasiado rápidos para parecer humanos, aunque Ryota no dio señas de haberse percatado, estaba perdido en su hechizo, al igual que le pasaba a él. Al leer su mente supo que ni siquiera trataba de darle una explicación a lo que estaba viviendo, sólo se había dejado cautivar, arrastrar hacia las sombras.

Lo tomó entre sus brazos y volvió a unir su boca con la de él. Esta vez se mordió la propia lengua y el elixir sobrenatural de su sangre brotó ávido hacia la boca de Ryota. Éste gimió cuando la sangre pasó como un fuego por su garganta, extasiándolo.

Ese sólo gemido le causó un estremecimiento tan poderoso como el placer que le producía quitar una vida. Cada roce con su piel le producía un hormigueo en los dedos, cada sonido de su boca era como música para sus oídos y el olor embriagante de su piel lo aturdía. Necesitaba más contacto.

Le desabrochó uno a uno los botones de la levita negra de su uniforme de trabajo y deshizo el nudo de su corbata. Al rozarle el pecho con los dedos pudo sentir el bombeo frenético de su corazón desbocado; su camisa blanca dejaba traslucir su piel lechosa y pura. Le quitó la prenda con tanta lentitud que pudo acariciar el instante en que sus ojos le vieron la piel desnuda, resplandeciente de vida.

Ryota estaba como en un trance, con los ojos cerrados y la boca entreabierta soltando jadeos. Sentía el regusto metálico de la sangre en su paladar, aunque no alcanzaba a comprender la situación; era como si estuviera drogado. Nada le importaba ya, sólo sabía que en su vida no había experimentado una sensación así de arrolladora y anulante como el simple y suave beso de Daiki que sabía a sangre. Sentía que flotaba, y cuando se dio cuenta, estaba recostado de espaldas entre las sábanas blancas de la cama. Quiso incorporarse, pero la cabeza le daba vueltas.

—Daiki —susurró con voz extremadamente suave. Anhelaba otro dulce beso con sabor a sangre—. Más…

Y él sabía lo que Ryota le estaba pidiendo, entendía la abrumadora sensación que producía en un humano probar la sangre de un inmortal; lo recordaba de la noche de su transformación. Se dejó caer sobre él y lo volvió a besar, traspasándole un par de gotitas de sangre en medio del beso.

Ryota gimió extasiado y giró el cuello hacia la derecha. Ese gesto le permitió ver con toda claridad la carótida en su cuello largo, palpitando llena de tentadora sangre. Quería morderla, probar en el paladar su sabor embriagante, pero cuando llevó la boca a su cuello, sólo dio una lamida larga desde el hueso de la clavícula hasta la piel escondida detrás de la oreja; tenía muchos más sabores que probar de Ryota entes de llegar a su sangre.

Le acarició el pelo con los dedos. Era tan claro, tan brillante, tan sedoso; que parecía guardar en él ese sol que no había visto en dos milenios.

Sonrió sin tomar el recaudo de ocultar sus afilados colmillos, pero no importaba, Ryota tenía los ojos cerrados, estaba completamente a su merced, solícito a cada uno de sus deseos. Volvió a hundir la cabeza en su cuello y succionó la suave piel con una delicadeza extrema, temeroso de dejarse llevar y no poder controlar su fuerza sobrehumana. Del cuello pasó a una de sus tetillas, pequeña y flácida, de un rosa muy pálido, pero que después de minutos de jugar con ella entre sus labios, quedó roja y erguida… Otro milagro de la sangre.

Suprimió los deseos de morderlo y recorrió sus manos en una caricia lenta que terminó justo en el borde de sus pantalones. Lo arrancó con una fuerza brutal, el pequeño botón de plástico voló por los aires y el cierre se hizo añicos; en toda la noche, éste había sido el único momento en que había permitido salir un poco de su fuerza antinatural. Pero Ryota no estaba asustado; estaba apoyado sobre sus codos y se limitaba a mirarlo con una seriedad absoluta.

Se acercó de nueva cuenta hasta su boca y al momento de besarlo, pudo sentir las manos cálidas del muchacho arrugándole la camisa; estaba excitado, con la mente y los sentidos nublados por el deseo… Ambos lo estaban. 

Sin romper el beso que los unía, dejó que sus dedos se enroscaran sobre el miembro del rubio. Se sentía duro, extremadamente caliente, cargado del aroma más embriagante que sus sentidos habían percibido, y completamente henchido de sangre.

—Dai… ¡Ah! —Ryota se separó de su boca para soltar un sonoro gemido. Dejó caer la cabeza hacia atrás y la vista de su largo cuello le resultó una verdadera tentación.

Esta vez tuvo que morderse el labio inferior con fuerza, perforándose la piel, para aplacar las ansias de morder. Desesperado, turbado, soltó el cuerpo de Ryota y se dejó caer hasta su miembro. Lo succionó todo, con fuerza, con hambre, tanto, que ocasionó que el rubio gimiera mientras enredaba los dedos entre su cabello y lo jaló con fuerza. Sus piernas se cerraron en torno a sus hombros como por instinto, pero poco a poco su cuerpo se fue relajando ante el placer.

Luego de un par de minutos de lamidas, succiones y bombeos, pudo probar el néctar que estaba esperando… Más espeso que la sangre, carente de aquel color intenso y granate, sin el regusto metálico, pero casi igual de adictivo. Ryota eyaculó en su boca y él bebió hasta la última gota de semen, un sabor completamente nuevo en su paladar que sólo logró encender más su deseo por aquel chico.

Se dejó caer otra vez sobre su cuerpo. Ryota respiraba agitado, cubriéndose el rostro con el antebrazo derecho. Lo besó con suavidad en los labios; podía oír el latido de su corazón; tenue, pausado, tranquilo. Lo abrazó y pudo sentir su corazón humano palpitando excitado contra su pecho. Pudo imaginarse en ese momento el sabor de la sangre en su boca.

Los instintos se apoderaron de su cuerpo como no le pasaba desde que era un recién nacido a las tinieblas. Su apetito lo dominaba, y era un hambre voraz, despiadada; una sed que le quemaba las entrañas.

Ya no pudo refrenar sus instintos. Necesitaba beber su sangre.

Bajó repartiendo suaves besos por su mentón y cuello, buscaba el lugar exacto donde morder, el lugar donde sus propios colmillos le exigieran detenerse, donde no tuviera más control de sí mismo. Recorrió su pecho que latía con fuerza, lamió los músculos abdominales tan bien marcados y luego recorrió todo el largo de su pierna, en medio de suaves besos.

—Eres mío, Ryota —dijo mientras depositaba un beso suave en la parte interior de uno de los muslos níveos—. Esta noche y todas las noches. Serás mío en la oscuridad.

—Tómame… —susurró él con los ojos cerrados, extasiado y excitado.

Hundió los colmillos, rasgándole la suave piel. Ryota gimió tan suave, sólo era un suspiro que habían soltado sus labios, pero arqueó la espalda dejándose llevar por el placer de esa mordida, de la sensación de vértigo inexplicable que producía dentro de él.

Tragó la sangre, espesa, cálida, sabrosa. Inundó su cuerpo, la sintió recorrer cada uno de sus músculos dándoles vida, haciéndolo vibrar de placer. Su visión se tornó borrosa, sus oídos se cerraron, sólo podía oír un zumbido molesto, porque todos sus sentidos estaban sumergidos en ese único momento de sublime y puro placer. Eso era la sangre para un vampiro, no sólo el alimento, era el placer más exquisito de este mundo. Y de toda la sangre que había probado en su larga vida, Daiki no se había sentido nunca tan abrumado por nadie, como se sentía ahora por Ryota Kise.

—Τιήταν αυτό πουέκανα[1] —susurró contra su piel, con la boca inundada de sangre.

 



[1]¡Qué fue lo que me hiciste!

Notas finales:

Quiero dar las gracias a las personas que han seguido esta historia y me han dado su apoyo con cada comentario, a pesar de haberme tardado años en retomarla y a pesar de lo muerto que pareciera estar el fandom.


¡Un besote enorme para todos!


Nos leemos el próximo domingo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).