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Sentimientos por contrato por AcidRain9

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Capítulo 14: Hierba mala nunca muere

I'm going back to 505
If it's a seven hour flight or a forty-five minute drive
In my imagination you're waiting, lying on your side
With your hands between your thighs

Stop and wait a sec
Oh, when you look at me like that, my darling
What did you expect?
I probably still adore you with your hands around my neck
Or I did last time I checked —505; Arctic Monkeys

Primero Ichiji dijo con crudeza: —No pienso cuidar niños.

Después Gallette respondió con una copia exacta de su expresión y su tono de voz: —No estoy pidiéndote que cuides de ellas, tampoco es tu responsabilidad hacerlo, estoy diciendo que las dejes quedarse hasta las siete de la noche, yo las recogeré.

Entonces Flampe, metro sesenta y uno, cabello azabache, ojos gigantes, capitana de animadoras, mejor promedio en matemáticas —según ella— participante recurrente en el club de oratoria y fundadora de una asociación contra el maltrato animal promovida por su secundaria —aunque sus botitas no fueran precisamente de piel sintética de zorro— le estrechó la mano y sonrió diciendo:

No tienes nada de lo que preocuparte, además la convivencia refuerza los lazos y nosotras necesitamos conocerte, ahora eres familia, Ichi.

El rostro serio de Gallete se desvaneció detrás de la puerta e Ichiji miró fijamente a la niña más grande, antes de agregar: —Si alguna se ahoga en el lago voy a lavarme las manos, así que mantén los ojos sobre ella.

Conozco la casa de mi hermano mucho mejor que tu— Flampe dijo desafiante, su tono ya no era agradable, reventó la goma de mascar que había inflado justo en el rostro del Vinsmoke. El aire se llenó de partículas con olor a fresa.

Todo lo que salía de la boca recién humedecida con bálsamo de Flampe era un yo-yo interminable, seguido de un Katakuri-Katakuri también interminable, y una charla en la que le hacía saber su punto de vista —el cual a Ichiji le importaba una mierda— sobre como nadie era merecedor de su hermano hasta que, pasadas más de las nueve de la noche, Ichiji pudo darse cuenta de que Galette no vendría por las niñas.

La hermana mayor paseaba en círculos por la casa, pegando el celular a la oreja y sonriendo mientras se divertía con alguno que otro chisme escolar, la menor por otra parte desaparecía por los pasillos buscando por algo de su interés, e Ichiji trataba de concentrarse en sus propios asuntos haciendo oídos omisos ante el ruido, abismándose en la energía cinética de una canción clásica, golpeando suavemente la suela de sus zapatos en el suelo al ritmo dramático en que el violín levantaba a las notas, hasta que suspirando tuvo que ponerse de pie.

Guardo sus folders y cuadernillos en el cajón del escritorio, y también metió los lapiceros y marcadores en un estuche, recalentó en el microondas la comida que las trabajadoras habían dejado antes de marcharse y se sentó junto a las niñas en silencio, Anana hacia ruidos innecesarios con los cubiertos y Flampe masticaba lentamente un trozo de brócoli mientras miraba al pelirrojo como si lo hubiera descubierto lanzando un escupitajo en su platillo.

— ¿No hay nadie que cuide de ustedes? — preguntó cauteloso.

—Flampe hizo llorar a nuestra niñera, así que renunció, y mamá está ocupada, nuestros hermanos son adultos y están ocupados también, algunos tienen sus propias casas, Gallete dijo que mañana llegaría un reemplazo.

—También soy un adulto.

—Solo eres un par de años mayor que yo. — Flample se burló e Ichiji frunció el ceño; una de las cosas que podían rivalizar con su odio hacia los insectos era su odio a los adolescentes, aun siendo técnicamente uno.

—Pero estoy ocupado.

—Y la idea inicial no era distraerte de tus "ocupaciones" — hizo comillas con los dedos. —Fui yo quien le sugirió a Galette traernos aquí para poder ver a Katakuri, sin embargo, si él no está, es un desperdicio de tiempo, no eres agradable, o divertido, o una compañía moderada ni siquiera para ser tan joven.

—A mí me gusta Ichiji, a Katakuri le gusta Ichiji.

—Come estiércol Anana.

—Come estiércol tú, Flampe.

Ichiji sonrió de lado, llevando un trozo de zanahoria a su boca.

— ¿En cuánto tiempo llegara Katakuri aquí?

Ichiji se limpió la comisura de los labios con una servilleta. —A veces trabaja hasta tarde, así que no te aconsejo esperarlo despierta. — comento tranquilo y lanzó una pequeñita risa cuando escucho el abismal gemido de exasperación de la adolescente.

Al terminar la cena Anana decidió finalizar los deberes, obligando a Ichiji a ayudarla, los ojos del muchacho se encogieron mientras minuciosamente corregía las faltas de ortografía de su ensayo sobre animales en peligro de extinción; y Flampe arqueó las cejas mirando a ambos competir por quién hacía el dibujo más feo.

—Es un rinoceronte de java, Anana, no un unicornio, los unicornios no existen.

—Más parece una enorme vaca con una lanza insertada en medio del...

—Rinoceronte de java, Flampe— los ojos acerados estuvieron sobre ella.

Flampe carraspeo, persiguiendo con la mirada a Ichiji mientras él respondía a todas y cada una de las preguntas de su hermana, era sumamente tranquilo y comprensivo, y ella no había esperado que se llevaran tan bien.

La primera vez que lo había visto fue durante la boda, parecía estar haciéndose pedacitos, siendo estúpido y hablando con uno de sus hermanos como si él estuviera haciéndole un favor a Katakuri al casarse con él. ¡También vio al rubio tirarle la bebida encima! ¡Vaya espectáculo habían dado los hermanos!, esa noche se carcajeo poniendo las manos en su boca y resoplo rogando por ser silenciosa, la expresión de Ichiji lo había sido todo, pero cuando ella quiso hablar con Katakuri resultó que se lo había llevado y eso la enfureció.

¿Quién se creía que era para absorber todo el tiempo de su hermano?, mastico la bola de mascar fuertemente, pegándola a sus encías y volviendo a desatorarla, casi podía ver a Pudding diciéndole que se le pudrirían los dientes.

Se tallo los ojos, que estaban rojos e hinchados por la falta de sueño y bostezo.

— ¿Por qué no vas a dormir? — Ichiji la miró por encima de su hombro.

—Porque no se me da la gana— le enseñó el dedo medio, lo hizo con ambas manos, como hacía a escondidas de su mamá y de sus hermanos para no infectar la imagen de señorita de bien.

—Como quieras— Ichiji le restó importancia.

La niña gruñó, mirando con ojos juzgones al esposo de su hermano que con sus rasgos vidriosos y de muñeca de los años 40 — ¡De las espeluznantes! Las que no se podían mirar un minuto completo sin ponerse inquieto—, la irritaba. Si Flampe no quisiera ser actriz, o cantante, o bailarina, o primera dama y estar siempre en E! , entonces estudiaría a las personas, personas como esa, las que seguramente tenían un tornillo zafado.

Ni la televisión o la internet habían sido suficientes para distraer a las niñas, Ichiji sabía que internet era la posesión más valiosa de los chicos jóvenes, sin exagerar significaba todo para muchos; Anana miraba la escena final de El rey león, arrojando malvaviscos que Ichiji no sabía que tenían hasta hoy, directo a su boca, en cambio Flampe le miró con rostro moribundo, quejándose de estar infinitamente aburrida.

Ichiji apretó los labios cuando sus pies se enredaron en una mochila roja tirada en medio de la alfombra, y levantó los ojos, mirando a la azabache. —Hacer tu tarea podría ser la solución— sugirió, y se inclinó recogiendo la bolsa del suelo. —Al menos harías algo productivo.

—Para eso es la escuela, siempre hay un idiota dispuesto a hacerla por ti. — bostezo sin cubrirse la boca y se rasco el tobillo con los dedos del pie.

Ichiji se preguntó si de verdad era la misma niña que había estado sonriendo educadamente afuera de su puerta, y en un acto ¿solidario? Aunque todavía dudando entre sí o no, decidió ofrecerle un libro que ella de inmediato rechazó, Flampe pasó la mano sobre su rostro, dejando que las costras de rímel en sus pestañas se regaran, puso la mano sobre su abdomen y cerró los ojos.

—Ah, es una tortura estar aquí.

—Tortura es escucharte quejarte cada cinco minutos.

Ichiji colocó un ligero edredón sobre sus hombros y su espalda, sostuvo una novela en su mano y caminó hacia el patio, el roció de la hierba le hacía cosquillas en los dedos, y su cabello se agitaba con fuerza y a veces se metía a su boca, por lo que refunfuñaba y trataba de apartarlo, chocó con una figura menuda y tuvo que inclinar el rostro, lanzándole una mirada curiosa a la niña de cabello rosado que lo había seguido.

—Deberías de estar durmiendo Anana, supongo que conoces las habitaciones libres y en donde están las sábanas, seguramente has estado aquí muchas veces ¿no?

—Déjame acompañarte un rato. — fue directa.

.

.

.

Katakuri levanto una ceja, se quitó su gruesa cazadora y la arrojó al sofá libre, porque en el más grande había una silueta acostada y que roncaba ruidosamente, Flampe tenía una cubierta de saliva seca en su mentón, los audífonos puestos y el reproductor de música preso en una de sus manos. Deslizo la puerta de cristal corrediza y miró a la figura que estaba sentado en el kiosko, debajo de la luz pálida y resaltando entre lo que antes habían sido lámparas chinas.

Los ojos de Anana comenzaron a cerrarse lentamente, pego la cara en el hueco del cuello de Ichiji, estaba sintiéndose demasiado adormilada; Ichiji sostenía en su mano libre un libro mientras que con la otra se aseguraba de que la niña no resbalara.

No tenía experiencia con los niños, tampoco había estado demasiado cerca de uno; pero mientras se quedarán quietos eran tolerables y esta niña en realidad era agradable, y aunque fantasiosa, muy inteligente también, ella llevaba una ligera camiseta y pantalones de salta-charcos, trato de acomodarla cuando sintió que enterraba su barbilla en su cuello, así que con la poca movilidad de la que disponía, la envolvió en la sabana y la protegió de los rezagos de lluvia.

La ciudad casi siempre estaba llena de nubarrones, y días húmedos en que las ligeras gotas de agua les caían sobre las cabezas, pronto llegarían las lluvias más promitentes, probablemente también las nevadas o la combinación de ambas.

Las páginas amarillas del libro crujieron cuando le dio la vuelta.

— ¿Qué hacen ellas aquí?

Parpadeo, alzando la vista hacia Katakuri.

—Galette las trajo, dijo que las recogería.

— ¿Has descansado algo? —Katakuri pregunto, conocía a las menores de los Charlotte, se sentó a su lado, mirando sospechosamente al bulto rosa que dormitaba en los brazos de su esposo. — ¿Te han dejado?

—No creo que sean niñas que necesiten de una supervisión o un canguro encima, parece que pueden cuidarse perfectamente — comentó, sin embargo, sabía que según las leyes los menores de edad no podían estar mucho tiempo sin la presencia de un adulto. —De todos modos, tú no has descansado y es tarde— Ladeo la cara, su expresión era suave. —Deberías dormir un poco.

Bajo la vista cuando Anana relincho como un pequeño caballo para que siguiera leyendo, así que se encogió de hombros y regresó los ojos al texto. Katakuri levantó una ceja, sabía que la niña estaba más dormida que despierta, pero suponía que le gustaba ser arrullada por la voz del pelirrojo.

—Espejito, espejito, ¿Quién es la más hermosa? La malvada reina fue idiota al seguirle el juego a Blancanieves. Llegada cierta edad, las mujeres tienen que buscar otra clase de poder. El dinero, por ejemplo*

— ¿No es un poco crudo para una niña de ocho años?

Ichiji negó con la cabeza, casi frenéticamente, su cabello se balanceo fácilmente y una diminuta emoción apenas palpable se elevó en sus jóvenes ojos.

—No es nada, este libro es demasiado suave, muy rosa, creo que era de mi hermana, no sé qué hace en mi colección, pero Anana no quería leer los míos. Cuando era niño, mi institutriz solía leerme cosas más crudas que esta todo el tiempo. No es la gran cosa, solo mírame. —sonrió con naturalidad, a punto de recobrar la lectura. —No hay porque alarmarse.

—No me convences lo suficiente.

—Debería.

Katakuri bufo dándole una media sonrisa, prestó atención a la voz barítono de Ichiji, y mantuvo los ojos cerrados por un momento, hasta que un ruidoso bostezo le interrumpió, e Ichiji sostuvo cuidadosamente de la niña hasta que ella estiró los brazos en dirección de su hermano.

— ¿Quieres que te lleve arriba? — El moreno preguntó y ella asintió.

Katakuri suspiro, tomándola de las axilas y cargándola, le quitó las gafas de Ichiji y estiró el brazo para que el pelirrojo las tomara de regreso; el ojiazul ahogó una risa, porque la niña se veía tan pequeñita en brazos de aquel hombre de musculatura bestial.

—Espero no hayas fingido prestarme atención, eso sería muy maleducado Anana—cerró la pasta del libro, acomodándola cómodamente sobre sus rodillas.

Anana se acurruco en el fuerte pecho de Katakuri. —Aja.

Ichiji espero en silencio hasta que las pisadas de Katakuri vinieron de regreso, traía dos tazas en cada mano, una llena de té negro y otra con café, le ofreció la segunda y se sentó a su lado una vez más.

—Media cucharada de azúcar, no más— le dijo e Ichiji agradeció. —Anana se ha quedado dormida apenas su espalda toco la cama. Estaba exhausta. ¿Seguro que no te han puesto en una situación difícil?

Ichiji sonrió, el olor a cafeína, moho, madera y el refrescante petricor le inundaron. —En realidad las tareas de jardín de niños no son tan exhaustivas.

Katakuri suspiro. —Gracias...— su voz fue pronunciada, sincera.

Ichiji negó con la cabeza. —Realmente no ha sido nada—giró la cara. —Pareces su padre—se aventuró.

—Estoy a pocos años de cumplir los treinta, es lógico que no me vea como su hermano.

—Bueno, tiene tus ojos— Ichiji susurro, acercándose al moreno y mirándolo inquisitivamente. Borgoña y brillantes, preciosos. —También...tu nariz, se parece mucho a ti, creo que serías un buen padre.

—Apuesto a que tú serías exigente.

—Haría que mis hijos leyeran a Bukowski. —se burló.

— ¿No hay alguien mejor en tu repertorio?

Katakuri se encogió de hombros, estiró la mano, tomando un mechón de cabello rojo y lo miró entre sus dedos minuciosamente.

— ¿Qué? —Ichiji arqueo una ceja.

—No hay flores en tu cabello esta vez, es una lástima, te quedaban bastante bien.

—Lo prefiero así. — su voz tenía complicidad, como si hubieran hecho una broma que solo ellos dos podían entender, después, se aclaró la garganta. — ¿Arreglaste lo de Oven?

Katakuri negó con la cabeza. —No se presentó, tampoco pude localizarlo.

—Debe estar sintiendo que la cabeza le da vueltas todavía—Ichiji sopló sobre su café. —Probablemente sigue procesando todo, dale tiempo.

La luz coloreada que provenía de las vidrieras de la casa estaban sobre su perfil, rompiéndose en él con la forma de poliedros irregulares.

—Suenas como si fuera algo muy común para ti lidiar con ebrios. —Katakuri lo miro.

—He estado bastante cerca de personas que están a nada de tener un coma etílico— suspiro. —Son cosas que no querrías oír.

Las facciones pálidas y uniformes se concentraron en el enorme cúmulo de verde; que se veía bastante misterioso y recóndito durante la noche, daba la impresión de que sus ojos estaban lacrimosos por como la luz danzaba en medio de la pupila.

—No tengo problema con escucharlas siempre y cuando estés listo— Katakuri dijo, e Ichiji prestó atención a él, lo vio tocar su cara y menear los dedos sobre sus pronunciadas cicatrices.

—Ya sabes la historia de estas— dijo, y el pelirrojo pensó inmediatamente en Katakuri conduciendo una motocicleta y el horroroso sonido de sus llantas derrapándose en la carretera, muchas chispas y el picoso olor a carne quemada. —Cuando mi madre me visitó en el hospital estaba muy preocupada por las cicatrices. Dijo que mi rostro se había arruinado. Estaba tan enojada que me llamó deforme y blasfemo cosas que nunca me imaginé que pensaba, todo porque mi cara ya no era la misma.

No tenía vergüenza en decirlo; tampoco se escuchaba afectado, su voz era trémula y casi visceral, él no recordaba a grandes rasgos porque estaba conduciendo como un loco ni que lo había llevado a hacerlo, pero el sabor a sal y hierro era persistente.

Ichiji tuvo que tragar saliva, y fue su turno de estirar la mano, tocando las heridas; entrelazo los dedos con los del hombre y apretó fuerte, cuando le conoció llevaba la cara cubierta, no tenía que hacerlo a su lado.

Pero Katakuri no las cubría por estética pues eran suyas suyas suyas, solo suyas. No era un hombre que se preocupase por una cara horrenda, no.

Entonces las palabras  empujaron en su garganta, la rasparon como una lija.

—Durante un tiempo él solamente bebía, para celebrar o desquitar sus penas, solía ser muy volátil y nunca se sabía qué esperar de él. Fingíamos que no le veíamos, de esa forma haría exactamente lo mismo con nosotros y no nos molestaría hasta estar sobrio otra vez, pero, aunque no pudiéramos verle, si podíamos oírlo todo. Las fiestas, sus amantes, sus peleas —sonrió a medias. —Preferimos ser ignorantes felices.

Ichiji entrelazo las manos e hizo un ruido de no saber cómo continuar. — Solíamos tener una mesa de billar en el garaje, y a mí me gustaba ir allí porque siempre estaba solo, odiaba que mi casa siempre fuera una fiesta eterna, un día me topé con uno de sus amigos y quiso enseñarme a jugar. No me gusta el billar, pero insistió y accedí, cuando mi abuelo entró estaba enfurecido y terminó amenazando a mi padre con pelear por nuestra custodia, él solo estaba enseñándome a jugar billar.

—Pudo hacerte daño.

—No lo hizo.

Katakuri apretó la mandíbula sintiendo un repugnante sabor en la boca. —Con Oven tu...

—Sí, le recordé. Mi padre tenía la misma actitud arrogante.

La lealtad patológica se germinaba en muchos de los hijos con padres dependientes a la bebida, algunos crecían pensando que la fidelidad ciega era un valor que debían sostener firmemente, Katakuri sintió repulsión.

Le tenía asco a Judge, a su olor a podrido que estaba impregnado profundamente en sus intestinos, y sintió una zozobra enajenada y venenosa en su esófago que pedía por el viejo.

—Es por eso que te sientes en la necesidad de hacer todo lo que él te pide, crees que le debes algo.

¿De verdad crees que puedes deberle algo?

Ichiji negó con la cabeza. —Así fui criado, para poder ser útil y un día ser capaz de pagar por la vida privilegiada que me dio la oportunidad de vivir. Comparado con otros cientos, la vida ha sido maravillosa conmigo.

Él era la imagen nítida de una vida sin propósito, de la falta de sueños; otro niño sin aspiraciones del montón sentado cómodamente —aunque en realidad no fuera tan cómodo— a esperar que le pusieran las indicaciones de qué hacer en las manos.

Sus dedos se engarrotaron la oreja de la taza, y bebió el último trago. Puedes creer que lo eres todo, pero siempre aparece alguien más fuerte, más listo, más atractivo y te desplazas un lugar atrás.

Antes de Charlotte Katakuri no había persona con la que pasará más de quince minutos hablando sin la abrupta necesidad de parar ya, solía ser idealizado, Katakuri le ponía los pies en el suelo, le bajaba del pedestal y le humanizaba.

—Entonces él simplemente tiene derecho sobre ti por haber tenido sexo con tu madre y fecundarte. — Fue tosco y por un momento hizo a Ichiji abrir mucho los ojos. —Ese imbécil — Dios, no podía controlarse. — Te puso en riesgo, tus hermanos también estaban en riesgo.

—Te dije que ese sujeto no me hizo nada.

— ¿Y si lo hubiera hecho qué?, ¿Qué tan complaciente estas dispuesto a ser para retribuirle a tu padre tú lo “benevolente” que ha sido la vida contigo?

—Por eso te dije que no eran cosas que querrías escuchar. No lo entenderías.

—Explícamelo.

Se quedaron en silencio.

Ichiji resoplo, meneando la cabeza hacia atrás. — ¿Sabes que es gracioso? Tus pestañas, tienes unas pestañas espesas y frondosas, Anana no, apenas y tiene pestañas.

—Ichiji. — Katakuri frunció el ceño. — ¿Por qué siempre minimizas las cosas?

—Bien— se dio por vencido— Sé que estoy ahí, sé que la gente se interesa en mí, que me encuentran llamativo— hizo un ruido con la boca. —Pero ser llamativo no es lo mismo que ser interesante, resulta que pasado un tiempo no soy lo suficientemente cautivador para motivar a alguien a quedarse, pero no es tan difícil cuando dejas que otra persona esté a cargo.

—Lamento decirte que tu estrategia eventualmente está destinada a fracasar y esa es la única realidad, no deberías de aceptar toda su porquería y hacerla tuya.

— ¿Hubiera llamado tu atención de no ser por mi apellido?

Katakuri suspiro e Ichiji se puso de pie, caminando por el césped, sus ojos se hicieron pequeñitos cuando vio una pequeña florecilla luchando por no morir sola en la tierra fértil. Katakuri le siguió, no empujo más el flujo de la conversación por mucho que realmente lo deseara.

— ¿Te gustan las flores?

—No realmente, pero tengo experiencia con ellas, erase una vez que mi madre las plantaba, Niji y yo las arrancábamos.

Eventualmente Reiju y Sanji fueron quienes comenzaron a plantarlas y dejó de ser divertido arrancarlas, le quitaron la gracia. Paso el dedo a lo largo de su diminuto tallo y maldijo cuando una recóndita espina le rasgó, llevó la extremidad a su boca y lamió la gota de sangre. ¿Cómo una cosa tan diminuta y apenas viva podía tener espinas? ¡No era nada, ni pétalos!

— ¿Crees que las plantas guarden resentimiento?

Katakuri tomo su mano, mirando la herida. — ¿Resentimiento como tal? No, pueden familiarizarse con los datos sensoriales de su entorno, sienten y reaccionan, no tienen un cerebro, pero reconocen los estímulos ambientales.

— ¿Crees que sobreviviré? — Ichiji pregunto dando dos largas zancadas.

—Bueno, todavía hay esperanzas. — el moreno susurro a milímetros de su cara.

Ichiji sonrió torcidamente, debajo de las pestañas negras; un rictus oscuro, ese algo de estar caminando en la cuerda floja y no saberlo, recuperó su mano y pasó los dientes en la carne, presionando la burbuja roja y frunciendo la ceja por el estremecimiento, un chico hiperbóreo, agrio y dulce, algo en el pecho de Katakuri rugió, Ichiji succiono más fuerte, y sus tétricos ojos perduraron en la oscuridad, le detonó, podría estar rodeado de cuervos y todavía sería precioso. 

El halo de luz se quebró debajo del techo de loza, recargó la espalda de Ichiji contra una de las columnas del kiosco.

—Hierba mala nunca muere. — su voz se deslizó áspera e íntima.

Ichiji resopló, una corta risa estalló de sus labios. —Eres tan idiota.

—Ha pasado tiempo desde la última vez en que me llamaste así— había diversión en el tono de Katakuri, e Ichiji se sintió contagiado, el mayor contorneo la esbelta silueta, lo toco como si fuera un violonchelo de cuerdas delgadas, ansioso y dispuesto a cortarse con ellas.

Ichiji gimió larga y placenteramente, arqueándose. — ¿Acaso lo extrañas? —se mordió los labios.

—En realidad no.

Ichiji siseo con fuerza, respondiendo con el cuerpo a la par en que Katakuri sostuvo sus hombros y dejó lentos besos sobre la piel de su cuello; agónicos, encargados de raspar la piel de tiza solo para lamer cuando comenzaba el ardor, le atrapó y beso su boca, adentrando su lengua, girando, sofocando.

El pelirrojo se separó un poco, soltando un pequeño gemido. —Hmm, no, no es un buen lugar, no estamos solos.

Katakuri se flexiono para poder tener control de la cadera de Ichiji, aplastó sus labios con los dientes, y metió la mano dentro de la playera, rasguño el esternón con la uña y sintió a Ichiji contraerse e inflar las mejillas lanzando una potente respiración.

—Muévete suavemente— Katakuri susurro, su voz profunda y masculina tenía el efecto de un narcótico. —Quiero verte moverte suavemente.

Presiono un pezón —rojo y erecto, apuntando hacia él, joderjoderjoder— y se quedó ahí, masajeando la areola mientras Ichiji le apretaba los hombros, Katakuri pellizco más fuerte, estrujándolo; levantó la prenda, y gruño sobre la tetilla de Ichiji, quien suspiro contorneando las caderas a un ritmo lento, se balanceo, de izquierda a derecha, era una serpiente y Katakuri el artista que con la flauta le hipnotizaba.

— ¡Katakuri!

El vaho de su cuerpo caliente, y su pecho subiendo y bajando, la boca abierta, respirando para no ahogarse, bamboleándose, las gotas creando vapor caliente entre sus labios y el sudor que hacía brillar su piel; estaba húmedo y excitado, Katakuri podía olerlo aún sobre su esencia de fressia. Escucho un gorjeo y vio tiritar su quijada.

—Eres interesante. Eres cautivador. — Él, con ese rostro que no parecía tener miedo por decir la verdad le observo detenidamente. Sus ojos eran mareas de rojo escarlata. —Lo que dijiste hace unos momentos no es verdad, ¿me entiendes?

Podía ser que no lo amara, pero lo valoraba, pensaba que era un chico especial y su convivencia podría ser perfecta. Hacerlo sentir lo que merecía, darle el valor que tenía.

Ichiji le abrazó el cuello, delirante, y susurro con la voz diáfana mientras la hábil mano de Katakuri magreaba uno de sus respingados glúteos, palpándolo en su mano, enterrando los dedos, soltando y volviendo a apretar. —Te pertenezco.

Katakuri osciló sus caderas, se tambalearon y otra vez chocaron contra la madera, las ramas y raíces crujieron debajo de sus botas, entonces se acercó a su oreja y su risa pequeña y gutural calo lo más hondo en los huesos de Ichiji. —No Ichiji, no lo haces. No eres mío.

Esta vez no fue Charlotte Ichiji, ni Vinsmoke Ichiji quien abrió los ojos, solo fue Ichiji.

Respiro.

Sonrió.

Murió.

—Quiero serlo.

Y Katakuri se acercó todavía más, comosiesofueraposible. La finísima y frágil llovizna impulsada por el viento tremaba sobre sus rostros, despertándolos. Los besos eran ruidosos, delatando el chasquido de sus labios al toparse, se recorrían de palmo a palmo como animales en celo que solo querían copular hasta estar satisfechos, duro, violento — le quiere mimar, le quiere besar, le quiere acariciar, le quiere ver despertar, le quiere en silencio, pero... rastrillo sus costillas con las palmas.

Ichiji se derretía en sus brazos.

Tomo sus manos y las situó sobre la cabeza pelirroja, pasando rudamente los dedos entre el hueco que el cuerpo de Ichiji creaba entre la columna y su figura cuando se doblaba inspirando por aire.

Los toqueteos subieron la intensidad, convirtiéndose en caricias desesperadas, que se resbalaban con la lluvia y el sudor, manoseos en un rincón, escondidos en el follaje oscuro mientras el miembro de Katakuri, enorme, duro y fuerte, le rozaba apropósito con toda la intención de que supiera el estado en que lo tenía.

Ichiji mastico su labio, su erección se removió también y gimió roncamente; estremeciéndose, retorciéndose, Katakuri suspiro, su pene palpitaba, apretó los dientes, la mano de su esposo aplasto su hombría, sus finos y delgados dedos la frotaron, estaba absolutamente erguido, más de lo que alguna mujer con caderas anchas y senos redondos, o varones con fisonomías similares a la de Ichiji lo habían puesto.

—Y no le debes nada a nadie.

—Puedo debértelo a ti, esta noche, puedo hacerlo. —gimoteo.

Katakuri beso otra vez, ahora su garganta, su mentón, le rasgó, acariciándole de arriba abajo.

—Lo cobraría todo.

La pálida luz de la farola le dio un aspecto tan suave, Katakuri enredo el cabello rojo entre sus manos; atrapando a esa hoja que se volaría con el aire si él no la sostenía, recorrió su vientre e Ichiji resoplo, sus ojos se oscurecieron como ónice; gimió, Katakuri puso un dedo sobre su labio inferior, presionando el centro hinchado y el exquisito bulto que brillaba por la saliva y las mordidas.

La mirada de Ichiji le siguió nebulosa mientras él acariciaba sus encías.

— ¿Crees que podrás mantenerte en silencio? — sonrió.

Recorrió su tórax y bajo por la esquina de su pierna, un poco más abajo de sus glúteos, a Ichiji se le contrajo el estómago y se puso de puntas, sosteniéndose para no perder el equilibrio, era tan alto, ¡Esa estúpida y abismal diferencia entre ellos! — Mierda, mierda, la amaba— tomo el rostro de Katakuri entre sus manos y lamió su yugular.

—Katakuri— dijo su nombre recorriendo su piel, volvió a repetirlo haciendo pequeñas pausas, prolongando el inicio o el final, soltando una mano y apretando su camisa; pectorales, deltoides, sus abdominales, Katakuri gruño, la voz de Ichiji hacia ecos que se metían por sus oídos y perforaban su cráneo. De pronto no quiso que se mantuviera callado.

Una canción comenzó a sonar, música violenta; lírica sexual, caprichosa y energética, el cable se había desconectado de los auriculares de Flampe. Ichiji recordó a las niñas.

¿Y si ellas?... — gimió quedamente.

Las manos amasaron su trasero de nuevo, les gustaba el sitio; su expresión se volvió agónica, otra vez la vocalización de su nombre; el sexo era magia, bruteza capaz de volver al más santo un pecador, al más callado perder la voz, Katakuri bromeo enterrando los dedos en su centro y él gritó.

—Shhh.... Silencio.

Ichiji cerró los ojos, resbalándose contra él, la enorme mano se colocó sobre el zipper de sus pantalones, y tuvo que contenerse cuando le dio un apretón.

Le acomodo de forma en que su núcleo sintiera el vigor y la consistencia del exorbitante falo que quería enterrarse y chocar con sus caderas, la madera crujió, le tomo de la cintura, cuando le bajara los pantalones le embestiría e iría rápido, sería un maldito, se hundiría hasta hincharle el vientre, hasta hacerlo perder la cordura, eyacularía dentro. Simulo penetrarlo.

—Date prisa Katakuri—Ichiji respiro en pequeños intervalos, estiro sus largas piernas. —Dios, date prisa, desabrocha tu cinturón ya. — se dejó ir, exigió y reclamo.

Y su voz fue como una ondulante ola de placer, Katakuri le oprimió las caderas y lo aprecio gemir silenciosamente, abriendo la boca y frunciendo las cejas. Katakuri repitió el movimiento, como si pudiera embestir a través de todas las capas de ropa.

Una risa ronca y hermosa, profunda y salvaje dejo su boca. —Eres un buen chico. —pellizco. — ¿Me lo pedirás por favor?

— ¡Huh! — apretó los labios, retorciendo los dedos sobre las manos de Katakuri que no le permitían caer.

—Realmente quieres esto...— Katakuri afirmo con la voz áspera, pasando la nariz sobre su cuello, Ichiji se ahogó.

—Tanto como tú te mueres por estar en mí. —lo desafío, pero la vergüenza se destilaba en su voz.

—Entonces nos entendemos endemoniadamente bien, Ichiji. — y su mirada fue capaz de hacerlo temblar, y fantasear. —Mírame mientras lo hago, mírame cuando entre, no quiero que dejes de hacerlo. — El pelirrojo asintió, Katakuri le volvía más obsceno de lo que había sido en toda una vida, lamió su oreja y susurro —Quiero follarte, quiero follarte tanto, y quiero que me veas haciéndolo. No vas a cerrar los ojos, no te daré esa oportunidad.

—Yo también quiero verte, necesito verte, quiero sentirte centímetro a centímetro. —las mejillas se encontraban ruborizadas, los ojos acuosos, la piel que había tocado roja y sensible, e Ichiji se sentía pegajoso y muy vivo.

— ¿Me quieres adentro? —siguió empujando.

—Sí, te deseo adentro.

Katakuri sonrió animalmente.

Pero basto de un toque suave seguido de un pequeño jaloneo hacia su playera para hacerle saber al pelirrojo que esa no podía ser la mano de Katakuri, levanto los ojos hacia el hombre, que también paró, los dos se helaron; no se sentía solo como si les hubieran arrojado un balde de agua, también era como si les hubieran pegado en las coronillas con la cubeta.

Oh, demonios, no.

—Tengo hambre.

—S-son las once de la noche, niña, deberías de estar durmiendo— la voz de Ichiji se cortó y le dio la espalda, carraspeando la garganta mientras le lanzaba miradas discretas al hombre mayor, su respiración era errática. Sus orejas estaban rojas por completo.

—Son las once de la noche, y tengo hambre.

Katakuri suspiro, aceptando que Anana se subiera sobre sus hombros, Ichiji se regresó a levantar su libro y cruzo los brazos sobre el pecho, caminando lentamente con los brazos envueltos alrededor del cuerpo —que le dolía, que le ardía, que quería que acabaran lo que habían iniciado, que quería ser malcriado — Katakuri le miro de soslayo. Era un hombre gigante, el voraz empresario, cargando a una diminuta niña.

— ¿Qué estaban haciendo? — Anana pregunto, la voz inocente. — ¿Y por qué tienen una expresión de sufrimiento?

—Cosas de adultos— contestaron sincronizadamente. Ninguno vendería jamás el cuento de las abejas y el polen.

Ichiji camino con un profundo rubor en la cara, pensando que algo que odiaba conjuntamente a la dupla insecto-adolescente, eran los niños. Parpadeo cuando sintió algo rozando su hombro, y levantó la cabeza; la pequeña mano de Anana colgaba esperando que él la tomara, con indecisión y lentitud, temblando, fue que alzo el brazo, y entrelazo sus dedos con los de ella, que apretó con fuerza y sonrió contenta.

Katakuri vio todo.

.

.

Sanji miraba la forma en que Ace y Marco hablaban, el rubio sostenía en sus manos el bate que él le había regalado, mientras la otra estaba perezosa en su hombro, después puso la mano en el cuello de Ace y lo acerco a él.

Fue un beso rápido, menos de tres segundos, pero sonrieron cuando se separaron hasta que los ojos castaños de Portgas se desviaron hacia el sillón y su sonrisa se volvió de tiburón; luego hizo una seña obscena en su dirección.

—Deja de fisgonear Sanji.

—No tendría que mirarlos si no estuvieran en frente de mí.

La fanfarria se prolongó durante una hora más hasta que sus ojos comenzaron a oscilar, y se acurruco en el asiento, cubriéndose con los cojines.

El interior del departamento era una copia exacta del de Zoro, pero tenía el toque personal de los Phoenix-Portgas que te hacía sentir bienvenido; escucho a alguien murmurar algo sobre el mousse de mandarina que había llevado y entreabrió los ojos, una mujer rubia, alta y sobre todo elegante comía una porción y hablaba con Zoro, no era muy animada, ni siquiera fingió cantarle a Marco un feliz cumpleaños, pero parecía interesada en la receta, y también comía con gusto aunque trataba de no ser muy demostrativa con sus gestos, sin embargo dejo su plato sobre el taburete y frunció el ceño mientras comenzaba a caminar hacia su esposo —Jyabra— quien fumaba escondido en el living.

Parpadeo lentamente, primero viendo la luz blanca de las lámparas y después solo un vacío negro, escucho los estallidos de carcajadas y de bromas, y después solo silencio.

Refunfuño irritado cuando una mano le levanto por las piernas y la otra lo hizo por la espalda, y estaba tan cerca del pecho de Zoro que podía oler la crema de afeitar, el desodorante y la menta desprenderse de su piel.

— ¿Quieres un poco de ayuda? — Ese había sido Marco.

—No, descuida, no lo voy a tirar por las escaleras.

Al llegar al departamento encendió la luz y le dejo en la habitación, recostado sobre la mullida cama, antes de irse le quito los tenis y el cinturón, y le echó una última mirada al rostro suave y joven.

Sanji despertó cuarenta y ocho minutos después, y se enderezo; sentía el estómago hinchado, no tenía idea de cuánto había comido o bebido. —dos perros calientes, tarta de nuez, ensalada de arándanos y pollo, dos cervezas internacionales— pero sabía que podría vomitar en cualquier momento.

Podía escuchar las pisadas de Zoro en el piso de abajo, y el murmullo liso y bajo de la radio en la cabecera que escupía una canción de los cincuenta.

Entrecerró los ojos y puso la mano sobre su rostro, su respiración subía y bajaba, y él se sentía un poco sofocado, probablemente volvería a su casa mañana; le gustaba vivir con el policía, pero sabía que las personas como Zoro, no, negó con la cabeza, que las personas en general, a veces necesitaban estar solas, si, la génesis de todo ser era encontrar a otros, tener a otros, relacionarse y coexistir; pero había connotaciones positivas en la soledad, aunque costara trabajo de comprender, Sanji lo veía como momentos sagrados e íntimos en los que cada persona era único dueño y no tenía obligación de compartir con nadie.

Paso la mano por su cabello, bajando los bucles desordenados y poniéndolos en orden, al menos sobre su ojo, ocultando sus ridículas cejas.

Ne me quitte pas…No me dejes

Sus pupilas se contrajeron con la luz.

Ne me quitte pas…No me dejes

Sintió un leve dolor de cabeza.

Ne me quitte pas

Quería una aspirina.

—Moi je t'offrirai des perles de pluie venues de pays où il ne pleut pas...

Tarareo con la voz rasposa la letra de la canción, Sora amaba aquella dolorosa melodía, pegaba la boca en su sien y sus gruesos labios le hacían cosquillas cuando susurraba con su preciosa voz.

La misma canción ahora le sonaba como un lamento lleno de culpa y agonía; que era realmente lo que era. El cantante —Jacques Brel—, conocía a una mujer, su preciosa dríada, y ella era carismática, exótica y cautivadora; pero el problema era que él continuaba con su esposa, amorosa y atormentada; eventualmente se hundió en traiciones y decepciones, y huyo cuando el amor lo hizo sentirse sofocado, trato de exorcizar sus demonios —vergüenza y arrepentimiento— escribiendo, Sanji se preguntó entonces que era lo que de verdad existía al tocar fondo, ¿realmente solo quedaba levantarse después de una buena revolcada?

Zoro camino hacia el televisor, el partido amistoso de baseball de pronto se vio deformado por líneas de color amarillo, azul, rojo y verde, seguido de estática y un espeso zumbido; era como estar arrugando papel fantasía en su oreja. Miro la mesa de centro, las tres macetas de barro cocido estaban acomodadas por tamaños, una brillosa y anaranjada camelia, una hortensia, y una begonia, la favorita de Sanji.

La casa olía como Sanji; humo y vainilla, sus ojos estaban cansados, así que los cerro poco a poco, dejando que su cuello colgara del respaldo del sofá, pero no durmió, mucho menos soñó.

Él pensaba que cuando se era adulto los sueños cambiaban —a veces dejaban de ser divertidos y se convertían en agobiantes recordatorios de deberes pendientes—, había pasado una eternidad desde la última vez que vio ese mercedes descapotable, su propio puto mercedes descapotable al que conducía a más de 350 km/h mientras el motor hacia un intimidante run run, la bacteria no había vuelto a vivir el momento en que Marco y él fumaron hierba en los bastidores después del concierto de su banda de rock favorita, el ser parte de los Giants, o a esa actriz —Boa Hancock— cantándole cherry pie al oído.

Sus ojos miel cayeron en los cigarros de Sanji sobre su mesa —porque todo era SanjiSanjiSanji— y paso saliva para calmar a su garganta deshidrata, todo el combo estaba ahí, cigarros, cenicero, encendedor; estiró el brazo para tomar la cajetilla y sacó uno, encendiéndolo rápidamente, aspiró el tabaco y lo dejo salir en un largo suspiro que formo virolas de humo, se lamió los labios, sabía a grama y cedro, pensó en Sanji.

Afuera, la lluvia antes tranquila se volvió torrencial y ruidosa.

las cosas —a las que Zoro no se atrevía a llamar monstruos— vinieron a su cabeza, entonces él pensó, primero en Marco, después en Mihawk, en la risa de Ace, en Jyabra, en Hina, en la sonrisa fresca-fresca como halls de menta de Shanks, en Kalifa, en Helmeppo, en Fullbody, en Smoker, en el instituto, Bonney y Saga, incluso en el hermano pelirrojo de Sanji vistiendo ese bonito traje blanco, en Sanji, en Tash, y el circulo vicioso se repitió una vez más, y luego otra.

Sanji y Tashigui. Tashigui y Sanji. 

Esos ojos chocolate lo auscultaban asegurándole que estaba irremediablemente condenado a amarla toda la vida.

Trago hiel.

El cigarro se consumió en su mano, las cenizas resbalaron sobre su piel, quemándolo, vocifero y se puso de pie de manera escabrosa, buscando el cenicero.

—Maldición, maldición, maldición. — graznó cuando en un mal movimiento tiro una de las macetas por el borde. — ¡La begonia! — y se partió en varios en pedazos, separo rápidamente los trozos y trato de levantar con las manos temblorosas la tierra, hasta que unos dedos delgados y largos envolvieron los suyos y sorpresivamente las cosas dejaron de hacer ruido.

—Pensé que estabas dormido. — miro a Sanji.

—Pensé que tú debías de estar dormido, mañana tienes turno temprano.

—Quería ver televisión.

—Oh si, la estática a mí también me parece fascinante, es como ver poltergeist, ¿no?

Zoro suspiró, moviendo la cabeza. —En realidad no podía dormir y...tome uno de tus cigarros y también maté a tu planta, lo siento.

Sanji se puso de pie, no prendió la luz, pero dejó encendido el televisor, Zoro le vio caminar hacia la cocina y regresar, se sentó en el suelo y le entregó una bolsa de papel.

— ¿Puedes meter los trozos? Si la reparamos podemos buscarle un nuevo uso, asegúrate de no cortarte— el moreno asintió.

El rubio estiró la mano, la puso sobre la de Zoro y le dio un suave apretón, acabando con esa mirada tan perdida. —Oye, tampoco está muerta, ¿de acuerdo?

—Si.

—Y por los cigarros, yo tengo tu sudadera puesta y tampoco te la pedí.

Su piel blanca brillaba en la oscuridad y sus ojos; Zoro los podía ver los dos, centelleaban como llamas de color azul; el moreno pensó en un pez linterna —que recordaba de Nemo e ignoraba su nombre científico—,atrayendo a otros peces, más grandes o más pequeños con el extremo luminiscente colgante de su cabeza para hacerlos su cena, y sintió su piel cosquillear cuando Sanji abrazo sus hombros y beso su frente, tuvo alivio al saber que no iba a preguntar nada, porque de hacerlo no sabría que responder.

—Mañana te traeré otra...— su voz fue queda, el rubio bajo la mirada, la flor ahora estaba en un recipiente de plástico, había tratado de ordenar la tierra para cubrir sus raíces, se iba a curar.

—La he pasado bien hoy marimo, siempre la paso bien— dijo después de unos momentos, podía escuchar la respiración desigual del moreno.

—Todos amaron tu mousse de naranja, ceja de dardo.

—Tú no lo probaste.

—No me gustan los sabores dulces.

— ¿Y si te digo que utilice una taza completa de coñac para prepararlo?

—Pudiste empezar por eso— Zoro dijo, sin un matiz real de humor; aceptando la mano de Sanji, quien le guio a la habitación como si de un niño de cinco años se tratara.

Las cortinas estaban abiertas, ondulándose sin contemplación, pero ninguno se paró a cerrarlas, las ramas de un árbol chocaron contra la ventana y la lluvia ahora podía escucharse cayendo como una cascada.

Zoro se acostó de espaldas a él y Sanji le rodeo con sus brazos y metió las manos dentro de la playera, contorneando sutilmente los músculos hasta que se durmió, y soñó. — ¡Amaba soñar! — En su madre mirándose en el tocador y peinando sus cabellos ondulados, en su padre —a quien de verdad trato de amar, pero no se dejó amar por él—, en sus amigos, en sus hermanos, el abuelo, en las fiestas, en las tardes tranquilas, en Zoro, y terminó temblando. 

 

 

 

Notas finales:

N/A:

 

*E!, E! Entertainment Television, es un canal estadounidense mayormente dedicado a la vida de las celebridades.

 

...."Llegada cierta edad, las mujeres tienen que buscar otra clase de poder. El dinero, por ejemplo" — la frase pertenece al libro Monstruos Invisibles de Chuck Palahniuk.

 

*Ne me quitte pas= No me dejes, cancion de Jacques Brel, hay demasiadas versiones (Apuesto a que cumbia tendrá lol) pero la de Jacques Brel de verdad dueeeeeeeele.

 

*Moi je t'offrirai des perles de pluie venues de pays où il ne pleut pas...= Yo te ofreceré perlas de lluvia que vienen de países en donde no llueve.

 

*Cherry pie es una canción de Warrant.

 

*Poltergeist es una película de terror muy controversial, y en la propaganda la niña tiene las manos sobre el televisor que se encuentra estático.

Me acabo de dar cuenta (¡APENAS!) de que habia pubicado el capitulo cortado, perdon ;u; de verdad,  ay :'( 

 

SIN MÁS, espero que el capitulo les haya gustado un poco, —¡Que miedo! — nos vemos hasta la próxima y les agradezco muchísimo saber que están aquí. ¡Abrazos! 


 


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