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Caminando en el Aire. por Streiff

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Notas del fanfic:

Aclaro que éste fanfic es una traducción de uno ya creado. 

Hay una caja en el umbral de la residencia de Onew. Es alargada, rectangular... De tamaño espectacular. Yace ahí durante un par de horas mientras Onew está en el trabajo. Los vecinos especulan, susurran entre ellos al pasar, pero es eventualmente dejada en el olvido tanto como muchos rumores y chismes existen en el universo.

Onew llega a casa a eso de las 6 de la tarde, la camisa abotonada, la corbata deshecha, cansado, con los hombros caídos. Ve la caja en frente de su puerta y la contempla unos cuantos segundos, pero la deja en su lugar por otra media hora mientras toma una ducha y se pone el pijama. Luego la arrastra al interior, tropezando con la basta de sus pantalones, dejándola cuidadosamente sobre la alfombra.

Se arrodilla junto a ella y desliza sus dedos por debajo de la cinta. Habiendo quitado un extremo la retira diligentemente, abriéndola hasta que el cartón no es más que un montón de pedazos junto a sus pies descalzos. En su interior hay otra caja, metálica y pesada, más como un estuche. Onew se dirige a la cocina en busca del código que había recibido previa entrega, guardándolo en el bolsillo de su camisa de franela, y regresa a la sala de estar donde digita dicho código. El estuche se abre con un clic, la parte superior removiéndose sólo un poco, y con dedos temblorosos Onew la aparta. Echa un vistazo breve a la hoja de instrucciones, saltándose la mayor parte de la letra chica, y hurga dentro de la caja hasta que ajá, ahí



— Hola, Minho —dice Onew, mirando dentro detenidamente.

Minho parpadea con parsimonia, como si despertara de una larga siesta. Observa a Onew hacia arriba sonriendo en respuesta.

— Mi nombre es Lee Jinki —dice apuntando con un dedo hacia su propio pecho— Es agradable poder verte al fin.

Minho no sabe de comportamiento o etiqueta adecuados. No entiende coreano, ni inglés, ni mandarín... Ningún idioma, más bien. Lo único que sabe es que Onew es bueno con él, como un padre; escucha sus palabras, trata de unir las ideas en su cabeza. Aun así es un ávido aprendiz, y para el término de la segunda semana adopta el vocabulario de un estudiante de primaria. 

 

 



— Me voy al trabajo otra vez —dice Onew. Pasa junto a Minho, va y viene de un lado a otro como siempre hace antes de irse, dejando un beso tímido en su mejilla. Minho sonríe y ondea su mano despidiéndose conforme Onew cruza el umbral de la puerta con maletín y corbata en mano, antes de alzar su brazo para rozar sus dedos sobre la piel que Onew recién ha tocado. 

 

Se siente cálido. 

No como un padre en absoluto. 


 
Para la tercera semana, Minho entiende cinco idiomas, puede hablar tres de ellos con fluidez, y se entiende en muchas materias relacionadas a la historia universal. No le gustan la física ni la ciencia en general, pero Onew le dice que para ser una persona normal, debe tener una educación completa, le gusten esas materias o no. Minho hace caso a todo lo que Onew le dice, así que aprende de física y ciencia también.

Existe una clase de rutina diaria para ambos. Onew está en el trabajo desde las nueve hasta las seis mientras Minho estudia en sus libros de texto, prepara la cena, y observa a la gente por la ventana de la cocina situada justo sobre el lavaplatos. No le parece aburrido. De hecho, le gusta. Y cuando Onew llega a casa, exhausto y hambriento, a Minho le gusta besarle dulce, despacio -tal como Onew le enseñó- y borrar de él todo el estrés.

Esta vez, sin embargo, mientras Minho observa a la gente que trota y a los ciclistas pasar frente a la casa, ve a una pequeña niña en su bicicleta, con ruedas de aprendizaje tambaleando a los costados mientras su hermano sostiene una mano firme en la parte trasera de su asiento. Minho nunca antes la había visto; lleva un casco rosado y cintas colgando de las manillas de la bicicleta. Da un grito al virar hacia el borde de la acera, la bicicleta inclinándose hacia un costado, y su hermano se abalanza a recogerla cuando comienza a llorar. Saca una curita y se arrodilla junto a ella para decirle algo mientras se la coloca sobre la rodilla herida. La pequeña se pasa la mano por el rostro y deja el llanto, pero se niega a montar en la bicicleta otra vez.

Luego el auto de Onew aparca en el estacionamiento y Minho aparta la vista para recibirle en la puerta.

 

 

Es fin de semana. Onew y Minho están acurrucados en el sofá, las caricaturas de sábado por la mañana en la televisión. Onew está sólo medio despierto, con la cabeza recostada en el regazo de Minho. Una caja de cereal yace en el suelo, desde donde, de cuando en cuando, Onew saca un puñado para masticar mientras Minho pasa los dedos por su cabello y observa cómo el ratón en la televisión es, otra vez, más astuto que el gato y se burla de él desde encima de la mesa. 


— Hyung... —dice Minho, viendo cómo Onew deja unos granos de cereal en su boca— ¿Puedo probar un poco?

Onew alza la mirada hasta él y parpadea con expresión seria. Se le dibuja una sonrisa antes de coger unos granos de cereal de su mano y dejarlos frente a los labios de Minho, quien abre la boca obedientemente y mastica.

— ¿Y? —pregunta Onew aun sonriendo— ¿Saben bien?

— No puedo saborear nada, hyung —Minho frunce el ceño, tragando. La sonrisa de Onew se desvanece y sus ojos responden 'Sí, lo sé'. Y Minho siente una especie de tirón en alguna parte de su pecho, así que acaba inclinándose para besarlo. Onew no le responde, regresa la vista al televisor y comienza a llorar. Minho no sabe qué hacer así que sólo se queda ahí, continúa pasando los dedos a través de su cabello.

 

 

 

Onew llega a casa borracho una noche. Sin duda es algo de ver. Mientras ríe y canta Minho tiene que arrastrarle dentro antes de ayudarlo a caer sobre el sofá. Va camino a traerle algo de agua cuando siente un tirón en la basta de su camisa, deteniéndole.

— Jamás pensé que podría verte otra vez —dice Onew con una sonrisa tonta en el rostro. Es la sonrisa más gentil que Minho jamás haya visto— No después del accidente.

— ¿Qué accidente? —pregunta, pero Onew ya está girado hacia un costado y roncando entre los cojines del sofá. Minho contempla a Onew con una suerte de mezcla entre curiosidad y afecto. Va por algo de agua. Mañana le preguntará sobre el accidente.

 



— ¿Accidente? —Onew ni siquiera se molesta en alzar la vista hacia él desde tras su periódico— No sé de que hablas.

— Lo mencionaste anoche.

— ¿De verdad?... No lo recuerdo.

— Sí. Y dijiste algo sobre mí —ahora Onew sí le está mirando, los ojos cargados de aflicción.  

— Oh... Lo siento, entonces.                          

Minho contempla sus manos, considerando darse por vencido con el tema. Se pone de pie levantando los platos. Onew olvida su beso de despedida antes de irse al trabajo.

 

 

 

Son casi la una de la madrugada cuando Onew trepa dentro de la cama de Minho. Tiene las manos frías, congeladas, con las que le rodea el torso, y se arrastra aún más cerca conforme Minho gira el cuerpo hacia él. Se quedan en silencio por un momento antes de que Onew comience a hablar.

 

— Yo iba manejando... Contigo. Iba manejando contigo. Y tú ibas en el asiento del copiloto, estudiando para un examen que tenías en la universidad  y yo me reía por algo gracioso que habías dicho. Estábamos frente a una señal de alto y te inclinaste para besarme —Onew se detiene, su cuerpo tiembla contra el costado de Minho— Luego nos chocaron. Por detrás.                              

El silencio inunda otra vez la habitación, pesado y morboso. Minho intenta romperlo.                          

— ¿Y luego qué? —arrastra una mano hasta el brazo de Onew para reconfortarle.                              

— Y luego… Nada. No recuerdo. Me encontré despertando en un hospital con una intravenosa en mi muñeca. Al parecer, el tipo que nos chocó iba a casi 70 cuando viró. De alguna forma nos empujó de costado  dejándonos atrapados contra un árbol. Y tú no lo lograste.                      

Minho se mantiene en silencio. Ve como Onew, temblando, frío, humano Onew se viene abajo frente a sus ojos, y desea poder hacer más que sólo sostenerle de cerca, tras una máscara de empatía.                                                            

 

 

Desea poder comprender.

 

 

Cuando Onew se ha ido, Minho se sienta en la computadora y comienza a investigar sobre las emociones humanas; qué las provoca, de dónde provienen, cómo afectan a las personas. Trata de estudiarlo, memorizarlo, tal como hizo con sus otras materias escolares.

 

Se toma su usual descanso para preparar la cena cerca de las cuatro sin tener suerte en eso del frente emocional, y pasa junto a la ventana que hay sobre el lavaplatos justo cuando aparece la niña pequeña de hace unos días atrás. Aún está con ruedas de aprendizaje y su hermano le pisa los talones, pero ahora luce feliz y no necesita que le sujeten la bicicleta. Él sonríe y le sigue con la vista conforme avanza cuesta arriba por la colina. Termina por resbalar en algún punto cercano a la cima, y como mera reacción humana, Minho sale corriendo por la puerta para ayudarla pero tropieza a medio camino en los escalones de la entrada cayendo al suelo, observando con sorpresa cómo la niña se pone de pie por su cuenta y vuelve a subirse en la bicicleta.

Minho se levanta pesadamente para tomar asiento en los escalones con la vista hacia abajo, observando atentamente su rodilla. Recuerda la curita, al hermano de la niña y el pequeño corte que se había hecho en la rodilla. Y luego se mira fijamente los cables que sobresalen desde el lugar donde se hirió con su caída. Así, regresa dentro para acabar la cena.

 

 

 

A la siguiente semana Minho deja de funcionar propiamente. Comienza con pequeñas cosas, como comida quemada y mezcla entre la ropa limpia y la ropa sucia de Onew, quien en un principio cree que lo hace por diversión. Pero cuando Minho se apaga en medio del día, con la batería al mínimo de forma casi constante, teme por lo peor.

 

— Minho —le calma. Esta vez es Minho con la cabeza en el regazo de Onew, los párpados se le cierran de forma similar a agotamiento— Creo que debo llevarte para que te reparen.

— No. No soy un robot. No necesito reparaciones.


Onew baja con tristeza la vista a él antes de levantarse para marcar el número de la compañía.

Minho va sentado en el puesto del copiloto, embelesado con el escenario que pasa velozmente junto a ellos. Nunca antes había estado en un auto, así que es nuevo para él.            

 

— ¿A dónde vamos? —pregunta cuando dejan atrás la señalética de 'Abandonando Seúl'.            

Onew no responde y continúa con la vista en el camino en frente. Minho pronto olvida su pregunta y estudia en cambio lo borroso de los árboles y las marcas de la autopista.                  

 

— Asumo que esto no es más que un chequeo simple, ¿verdad? —pregunta un hombre vestido completamente de blanco que carga un portapapeles.                                                      

 

Onew asiente. "Sí." Minho lanza una mirada hacia abajo cuando siente que aprieta el agarre de su mano, haciendo lo mismo como respuesta, sonriendo, esperando así calmar en Onew lo que sea que le está molestando. Sus hombros se relajan y su agarre se afloja. Le sonríe también, aunque con cansancio.                

— Lo tendremos listo en una hora o dos, Señor Lee. Tómese la libertad de revisar nuestros catálogos si gusta —dice el hombre del portapapeles, llevándose a Minho por el hombro hacia un vestíbulo bien iluminado de paredes encaladas. Hay unas cuantas puertas a ambos costados de ellos conforme avanzan, pero Minho es finalmente guiado por la doble puerta al terminar el pasillo, la cual se cierra con un estruendo.                                                       

 

 

— Dicen que tengo que enviarte de regreso con ellos... Dicen que tienes algunos errores que no han podido arreglar aún, y que tengo que regresarte.                                                        

 — No quiero regresar.

Onew se muerde el labio y parpadea frenéticamente por unos segundos, tragando antes de hablar.

—Lo sé.

 

El resto del viaje a casa es silencioso.

 

  

Es de noche cuando Onew finalmente saca el estuche de tamaño humano fuera del closet. Está polvoriento y no ha sido tocado en mucho tiempo. Revuelve el estante superior en busca del código y digita nuevamente los números. El estuche se abre con un clic. Se queda con la vista en el manual de instrucciones, viejo y sin usar en el fondo del estuche. Lo saca, lo pliega y lo guarda en el interior del bolsillo de su pantalón. No es como que vayan a extrañar un manual de instrucciones, piensa.

Llama a Minho, poniéndose de pie para encontrarle. Le rodea la cintura con los brazos y Minho le abraza de vuelta, estrechándolo en cuanto le siente temblar, marcas de lágrimas en su camiseta.

 

— Es tan difícil —susurra Onew, apoyando la frente contra su hombro— Verte partir una segunda vez. Es tan difícil, Minho.

Minho acaricia su cabello dulcemente mientras Onew comienza a hipar. Su pecho se encoge y no puede explicarse el por qué.

— No quiero que me dejes otra vez.

 

Se quedan ahí, sus cuerpos enlazados, aún después que Onew logra apaciguarse. Se siente cálido, pero hay una extraña suerte de sensación de vacío, como si todo lo que una vez tuvieron simplemente se derrumbara, desperdigándose. Y luego Onew se calma, aparta sus brazos y le dice a Minho que se recueste, porque todo va a estar bien, Minho. Vas a estar bien.

Onew presiona con las yemas de los dedos en su pecho, en algún sitio cercano a su corazón, como si presionara un botón. Y entonces todo comienza a volverse negro.

 

 

 

 

Onew está de rodillas frente a una lápida, dejando flores en el suelo junto a un breve poema dedicado a un chico llamado Choi Minho. Sonríe ente lágrimas.

— Estoy feliz. Finalmente pude decirte adiós —toma asiento y se mantiene en silencio por un par de minutos más antes de levantarse y caminar hasta su auto.

 

 

 

Conduce sin volver la vista atrás.


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