Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El bosque de las luciérnagas por Akii Siixth

[Reviews - 15]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Shiu, he aquí mi pequeño gran regalo.

Espero que pases un día maravilloso, o más, que disfrutes tu mes :3.

Espero que cumplas muchos años para que sigas llenándonos con tus historias, y espero que esta pequeña idea sea de tu agrado.

Doña conejito, la quiero mucho, siga envejeciendo con nosotros :'3

Notas del capitulo:

Esta idea surgió un día cuando vi a una luciérnaga volar por el patio de mi casa y me pregunté: ¿qué harán las luciérnagas durante el día? xd.

Y, pues, así nació.

Espero que sea del agrado de todos, en especial de Shiu.

Gracias por pasarse ^u^

De árboles que hablan y dientes de león que callan

I

 

¿Sabes qué se siente vivir en la calle? ¿Sabes qué se siente que cada persona que pasa al lado tuyo te vea como un mero adorno de ella? ¿Sabes qué es no tener qué comer ni un lugar dónde dormir? No… ¿verdad? Aquel pequeño niño que estaba sentado al lado de uno de los puentes más transitados del pueblo sí lo sabía. Se quedaba allí todos los días a toda hora para mendigar por comida.

Padres no tenía, y si los tuvo en algún momento, ellos lo había abandonado. Era un chico de unos 13 años aproximadamente, era pálido, pequeño para su edad y muy delgado. Vestía todos los días el mismo yukata que originalmente era de color azul cielo, ahora estaba más oscuro, lleno de barro y quién sabe qué otras cosas. Nadie reparaba en él, nadie le ayudaba, nadie sentía ni un poco de lástima por él… nadie.

Era de noche en ese momento. Para ese tiempo, las personas que regresaban al pueblo de sus respectivos trabajos transitaba por el puente, tenía la esperanza que alguien le diera al menos un pan para comer. Hacía tres días que no se llevaba más que agua al estómago, pero nada, nadie reparó en él. Todos siguieron de largo, ignorándolo, siendo nuevamente solo un adorno para ese puente.

 

Luego de un momento se levantó, ya era bastante tarde. Sentía mucho frío y debía buscar un lugar donde dormir. Vagó por el pueblo, la mayoría de casas ya estaban a oscuras, y aun así seguía avanzando. No sabía exactamente hacia dónde iba, pero seguía avanzando como si algo al final del pueblo le llamase.

Pero él debió haberse detenido y darse la vuelta cuando vio a aquel grupo de hombres. Se dio cuenta tarde, muy tarde, que nada bueno pasaría si se acercaba a ellos. Trató de pasar de largo sin ser notado, pero uno de esos hombres lo tomó por el brazo y lo arrastró hasta dentro del grupo. Cuando se dio cuenta de las intenciones de aquellas personas luchó por zafarse, como pudo golpeó a aquellos que lo tenía sujeto —no era un chico fuerte, pero el vivir siempre en la calle le había enseñado a defenderse— y luego corrió. Tropezó unas tres veces antes de dejar de lado su calzado, lamentó que así fuera porque no podría conseguir otros pronto; pero en ese momento le importaba más su integridad física.

Corrió y corrió sin un rumbo fijo, él solo quería alejarse de esas personas. Llegó al final del pueblo y aun así no se detuvo, pues aún lo seguían. Desesperado se adentró en uno de los bosques que colindaban con el pueblo. Aún dentro del bosque siguió corriendo hasta que se escondió tras un árbol. Se dejó caer al suelo e intentó acallar su respiración. Aunque ya no era necesario, ya no le seguían. Aquellos hombres pararon desde que vieron el lugar donde el chico se había metido y que este probablemente ni se había dado cuenta.  

No supo cuánto tiempo después reaccionó y observó, saliendo lentamente de detrás del árbol, si aún estaban esos hombres por allí; pero nada. Solo se escuchaban los sonidos de la naturaleza. Ese pequeño detalle le hizo observar mejor a su alrededor y darse cuenta que en su intento de escapar se había adentrado en un bosque. No, no en un bosque, en «ese» bosque. Él conocía las leyendas, sabía lo que la gente decía y el respeto que tenían hacia ese bosque, el bosque de las luciérnagas, como había escuchado que le llamaban. Supo que estaba allí porque de un momento a otro, su vista se iluminaba con pequeños destellos voladores —cosa que no había notado antes—, por donde mirase había un destello allí. Tragó saliva, estaba nervioso, no podía seguir allí. Las leyendas de los aldeanos eran muy feas como para querer seguir allí.

Alguna vez escuchó que la gente que entraba allí no salía. Y estaba a punto de descubrir que era cierto. Ya que caminó por donde creyó haber llegado hasta allí, pero nada, no veía la salida, solo muchos árboles al frente. Se desesperó y comenzó a correr, sin darse cuenta que su recorrido era en círculos y por eso llegaba siempre al mismo árbol. En una de tantas carreras sufrió un accidente. Su pie izquierdo había sufrido un corte muy feo debido a que había pisado una roca y se hirió. Dejó de correr y se tiró sobre la tierra a llorar. No solo porque se había lastimado y le dolía. Sino también porque él quería salir de allí. A pesar de no tener un lugar adónde ir, ni mucho menos alguien que lo esperara; pero él no quería estar más tiempo allí. Se sentía observado desde todas direcciones.

Pasado un momento, varias luciérnagas se habían acercado a él y volaban muy cerca de su cabeza. Él ya había dejado de llorar, pero el malestar no se iba. Uno de esos pequeños animalillos se acercó a su también pequeña nariz y se posó allí. Él tenía la intención de alejarla, pero juró haberse vuelto loco cuando escuchó un pequeño susurro.

«Sígueme».

Fue lo que escuchó y seguido de la luciérnaga retirándose de su nariz. El chiquillo negó y trató de ponerse en pie. De alguna forma saldría de allí. Apenas logró apoyar su pie, daba pequeños saltitos para avanzar, pero entonces escuchó otro susurro.

«Por allí no. Sígueme».

Volvieron a decirle. Y entonces descartó estar loco esa luciérnaga se había vuelto a posar sobre su nariz. Abrió la boca, pero de esta no salió ningún sonido.

«¿Me escuchas?».

Preguntaron y él asintió. Entonces la luciérnaga se retiró y comenzó a volar en la dirección anterior. Esta vez decidió seguirla.

A duras penas logró alcanzarla, su pie dolía mucho, pero entonces vio que, más allá de unos arbustos, había un pequeño lago y entonces siguió. Llegó a la orilla y se sentó, metió sus manos para poder beber un poco de líquido y saciar su sed. Iba a meter sus pies allí, pero le dio pena que el agua fuese a ensuciarse, así que con sus manos sacó de a poquito para limpiarse su herida, esta había dejado de sangrar, pero le seguía doliendo mucho, era un corte más o menos profundo el que se había hecho.

Una vez sus pies estuvieron limpios, tomó otro poco de agua entre sus manos y se lavó la cara. Justo después de esto, observó a su alrededor,  y no encontró a la luciérnaga, solo vio árboles de nuevo, pero esta vez no se sentía vigilado y mucho menos angustiado.

Observó a su alrededor de nuevo, y esta vez reparó en un árbol frutal. Él conocía esa fruta, la había comido una vez, cuando encontró una casi podrida debajo del puente le supo tan bien y suponía que frescas sabían aún mejor. Puede que hasta fuesen más dulces. Se dirigió hasta ese árbol a rastras, estaba a unos tres metros de donde él se encontraba. Una vez a sus pies, se levantó apoyándose en el tronco. Trató de alcanzar una, pero entonces su subconsciente le interrumpía. ¿Y si alguien lo veía? ¿Y si el dueño del árbol llegaba y lo regañaba por haber robado de su fruta? Él no sabía muchas cosas, desde que tenía memoria había estado viviendo en la calle, pero aun así sabía el significado de robar, ya que él lo había intentado, sin saberlo, y esa vez aquella señora le quemó su mano por intentarlo. Él no quería que nadie más volviera hacerle daño, por eso... por eso… se dejó caer en el suelo. Iba a esperar a que cayera una, así no sería un robo. El árbol ya no la necesitaría y por eso la botaba. Él sabía que las personas botaban lo que ya no les servía, pensaba que los árboles hacían lo mismo.

 

Minutos después volvió a ver a su alrededor, no había nadie y parecía que nadie iba a llegar. Trató de ponerse de pie e intentó llegar hasta una rama, pero estaba muy alta y no alcanzaba, se volvió a rendir, se quedó de rodillas abrazando el tronco del árbol. Pero entonces escuchó una risita, se alarmó y comenzó a ver hacia todos lados, pero nada, no había nadie. Y se asustó cuando volvió a escucharla aún más fuerte.

—Ho-hola —dijo con el miedo tintando su voz. Entonces escuchó aquella risa más fuerte y clara, se asustó de más, abrazó un poco más fuerte al tronco—. N-no es gracioso, por favor salga —continuaba el chiquillo, pero por más que viera en todas direcciones, solo árboles y más árboles podían apreciarse, no habían personas, o algo que se le pareciese, nada.

—Tú eres gracioso. —Escuchó y esta vez sí tembló—. No tengas miedo, no te voy a hacer daño. —Volvió a escuchar, pero no sabía de dónde provenía.

—Por favor, salga para que pueda verlo —dijo tomando un poco de valor, pero aquella risa volvió a erizarle los vellos.

—Ya estoy fuera, soy yo, pequeño, a quien abrazas. —Aquellas palabras hicieron que automáticamente soltara su agarre ¿era cierto?, ¿el árbol... hablaba?

—¿E-el árbol? —preguntó dudoso.

—Sí. Y no me molesta que tomes una —dijo el árbol acercando una de sus ramas al chico. Este creyéndose verdaderamente loco, dudó un momento—; pero sí me molestaré si no la tomas ahora. —Y entonces la tomó. Ni siquiera sabía que los árboles hablaban, menos quería saber cómo sería uno enojado—. Siéntate, aquí no te pasará nada —dijo el árbol una vez que el chico había aceptado uno de sus frutos.

—Y-yo… no sabía que los árboles hablaran —expuso el niño dándole una mordida a aquel delicioso fruto. Que, en efecto, le supo mucho mejor que la vez anterior.

—Y yo no sabía que los humanos escucharan. —Fue la respuesta que recibió.

—¡¿Todos los árboles hablan?! —dijo con asombro, a lo que el árbol volvió a reír.

—No, no todos y solo hay de ese tipo en este bosque —contestó el árbol pasando otro fruto al chiquillo,  que ya se había terminado el que le había dado antes.

—¿Y las luciérnagas hablan? —preguntó recordando su temprano acontecimiento con una.

—No mucho, pero sí. —El chico vio fijo al árbol con sus ojos grises, todavía no podía creer que estuviese teniendo una conversación con un árbol, ¡un árbol!—. ¿Y qué haces aquí? —preguntó el árbol luego de un momento de silencio.

—Unas personas me perseguían y… no sé, yo solo corrí, ahora no puedo salir de aquí —comentó apenado.

—Eso sucede siempre, los humanos no deberían entrar aquí —dijo el árbol en tono serio.

—¿Por qué, señor árbol? —Al susodicho le hizo gracia aquel «señor», pero no dijo nada.

—Porque son débiles y su alma está corrompida. Aunque me doy cuenta que tú eres diferente —comentó.

—¿Yo soy diferente? —El chico no entendía a lo que se refería.

—Sí, generalmente ningún humano nos escucha. Solo aquellos que tienen el alma pura pueden hacerlo. Y si tú lo haces, es porque tienes una.

Aquel chico ya no respondió nada, no entendía qué era eso de «alma», menos que él la tuviera pura. Él siempre andaba muy sucio.

—¿Señor árbol? —llamó, este murmuró algo no muy audible—, ¿me regala otra? —dijo tendiendo su mano. Se había sentado a los pies de este y desde allí le extendía su mano pidiendo por otro fruto—. Gracias —pronunció cuando sostuvo otra entre sus manos—. ¿Cómo se llaman? —preguntó mientras le daba un bocado.

—Manzanas —contestó—. ¿No las conoces? —preguntó asombrado el árbol.

—No. Bueno, sí. Las había visto y había comido una, pero no sabía su nombre —contestó el adolescente dando otra mordida.

—Puedes comer las que quieras. Siempre nacen más.

—¿Señor árbol, puedo dormir con usted hoy? —preguntó luego de un momento en silencio, en el cual se había quedado escuchando el sonido de la naturaleza.

—Claro, de todas formas, no iba a dejar que te fueras, allá es peligroso. Aquí puedo cuidarte —dijo el árbol mientras veía como aquel humano se hacía bolita sobre el césped que rodeaba aquel campo—. Buenas noches, pequeño —susurró.

 

II

 

Sentía unos pequeños destellos de luz calientes que daban contra sus ojos, dejándole una cierta incomodidad para seguir durmiendo.

Abrió los ojos y se encontró con otro par, pero estos era azules, como su yukata. Aunque no tan sucios como esta.

—Hola —saludó aquella persona. El chico se quedó recostado un momento. No sabía qué hacer—. Veo que comiste muchas manzanas —dijo señalando los trozos que había dejado el otro. Este creyó que él era el dueño del árbol y que venía a reclamarle. Y el hecho de que el señor árbol ya no hablara, le comprobaba que lo de ayer no había ocurrido en verdad.

—Lo siento. Yo... yo solo tenía mucha hambre —comentó apenado poniéndose en pie.

—Tranquilo. No son mías —comentó el de ojos azules agitando  su mano graciosamente.

—¿No? —preguntó.

—No, y si las comiste es porque el árbol te dejó tomarlas. A ellos no les gusta que los toquen sin su permiso —dijo aquel chico que quién sabía de dónde había salido.

—¿¡En serio!? Espera... ¿de verdad hablan? —preguntó.

—Sí, muchas cosas de por aquí hablan. Aunque supongo que para un humano como tú es muy raro.

—¿Un humano como yo? ¿A qué te refieres con eso?

—A nada en especial, simplemente los humanos pensarían que muchas de las cosas que pasan aquí son imposibles. Solo algunos, muy poco diría yo, podrían apreciarlo.

—¿Yo soy uno?

—Así es. Mira tu pie, ya tu herida sanó.

El chico se observó su pie, y en efecto, su herida había sanado. Se sorprendió, ¿él... él lo había curado? Pasó a ver su otro pie, por si las dudas se había equivocado, pero no, ambos estaban intactos. ¿Pero cómo sabía ese chico que él tenía una herida?

—¿Tú... me curaste?

—No. —Rio agitando su mano en negación—. Yo no puedo hacer eso. De seguro te lavaste con el agua del lago ¿verdad? —El chico asintió—. Pues es eso. Es mágica y ayuda a mantener vivo este lugar, supongo que también se vio en necesidad de curar tu herida. Por cierto. ¿Por qué estás aquí? Este lugar es muy peligroso.

—Es que, yo solo corrí. Unas personas querían hacerme daño. Entré por accidente y cuando quise salir, no pude. Me sentía atrapado. Corrí, corí y corrí, pero siempre llegaba al mismo lugar, hasta que me lastimé y… lloré. —Cuando terminó de hablar, sus mejillas tomaron un leve color rojizo, algo que hizo reír a su acompañante.

—Ahora entiendo. Debiste caer en la trampa de algún lobo. Ellos hacen eso, cazan cerca de aquí y utilizan ilusiones para hacer creer a sus presas que están acorraladas o perdidas. Fue algo muy peligroso. Menos mal que viniste a este lugar.

—¿Por qué? —preguntó interesado el de ojos grises.

—Los lobos son solitarios, no les gusta involucrarse con otros seres mágicos, ni siquiera con otros lobos. Y aquí, con este árbol estás a salvo. No se acercarán hasta aquí —explicó el extraño.

—¿Quién eres? —preguntó curioso el chico.

—Disculpa, no me he presentado. Mi nombre es Ruki —respondió y le dedicó una tímida sonrisa—. ¿Y tú?

—Yo… —Calló e inconscientemente se mordió su labio inferior ¿quién era? Ni él lo sabía—. No sé —susurró.

—¡¿Eh?! ¿Qué no sabes?  —dijo sorprendido.

—Quién soy, no lo sé. No tengo un nombre, al menos yo no lo sé.

El chico identificado como Ruki no se creía lo que escuchaba, ¿qué le pasaba a ese chico? ¿Por qué decía no saber quién era?

—No te entiendo ¿por qué no conoces tu nombre? ¿Y tus padres?

—No sé. —Se encogió de hombros—. Nunca los conocí, yo paso siempre en la calle. No tengo familia, así que no sé si tengo un nombre —concluyó.

—Ah. —Por su parte, Ruki no sabía qué decir, nunca se había encontrado con alguien así—. ¿Y qué tal si yo te doy un nombre? Todo por aquí tiene nombre, tú también deberías.

—¡¿En serio?! —dijo emocionado—. Sí, sí quiero uno, por favor —finalizó igual de emocionado. ¿Un nombre? Él siempre quiso uno. Todos lo llamaban «niño», pero él entendía que eso no era un nombre, a muchas personas como él le decían «niño», él quería que fuese algo único.

—Déjame pensar… —Se puso pensativo, el niño se removía emocionado—. ¿Qué tal Reita? —preguntó orgulloso después de haberlo pensado un poco.

—¿Reita? —Lo pensó—. Reita. —Volvió a pronunciar—. ¡Me gusta! —afirmó.

—Me alegro —comentó el otro—.  Entonces ese será. ¿Y bien, Reita, quieres acompañarme? Debo hacer unas cosas. ¿Te gustaría? —ofreció. El recién nombrado no sabía. ¿Y si alguien los atacaba?, él se sentía seguro allí. Con el señor árbol, como él le llamaba.

—Pero, tú dijiste que es peligroso, y que los lobos atacan por aquí. Además… el señor árbol… —murmuró esto último.

—No te preocupes, durante el día los lobos duermen. No nos atacarán, además yo te voy a cuidar. Y, pues, el señor árbol también está dormido. —Sonrió.

—¿Sí? Por eso no ha hablado… —reflexionó Reita—. Está bien, vamos, Ruki —dijo. Se sentía extraño hablar tan abiertamente con alguien. Nunca lo había hecho, al menos no así, había gente que le hablaba para que le ayudara a hacer cualquier cosa, una diligencia o cosas así. También hacía un tiempo había tenido un «amigo»; pero este dejó de hablarle y regalarle comida cuando sus padres lo regañaron. Y eso había sido hacía muchísimo tiempo… él lo sentía así.

—Bien, vamos por aquí. —Le tomó de la mano y lo guio entre los árboles. Reita se fijaba en todo, no podía creer que estuviese vagando por el bosque de las luciérnagas. Lo que escuchaba de los aldeanos era totalmente diferente, allí había mucha vida y, en esos momentos, se respiraba mucha paz. De noche era distinto, pero ni siquiera sabiendo eso se sentía en peligro.

—¿Todos aquí hablan? —preguntó luego de un tiempo en silencio.

—Todos los seres mágicos sí. No todos son seres mágicos en este bosque —comentó Ruki con voz pasiva.

—¿Y tú qué eres? —preguntó. En verdad tenía curiosidad. Ruki era muy hermoso, no solo sus ojos tenían color como el del cielo, su cabello tenía color como aquellas manzanas que se había comido. Su piel era muy blanca, y llevaba puesto una especie de mantos superpuestos, uno era blanco, el de encima, y tenía otro de un tono verde muy delicado. Todos esos colores claros resaltaban muy bien sus ojos. Era alguien muy bonito.

—Pues, eso es un secreto —dijo guiñándole un ojos.

—¿Secreto? ¿Es eso que no me puedes decir? —preguntó Reita no muy seguro de saber si eso era un secreto.

—Sí, eso es un secreto.

—¿Y por qué no me lo puedes decir?

—Prefiero no hacerlo. No es por algo en especial, quiero dejarlo así —dijo caminando un poco más rápido, pero sin soltar la mano que sostenía. El dueño de esta le siguió el paso y decidió no volver a preguntar. Pensó que había dicho algo malo.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó tiempo después.

—Necesito unas cosas. No falta mucho —aseguró con una sonrisa.

Y en efecto. No faltaba mucho. Unos metros adelante, Ruki había encontrado aquello que buscaba. Soltó la mano de Reita y sacó, de debajo de su ropa, un pequeño bolso, avanzó unos cuantos pasos y se acurrucó a recoger de esa planta medicinal que necesitaba.

Reita al ver esto se acercó también. Aquel era un prado abierto, no había muchos árboles cerca, así que los rayos del Sol le daban de lleno. Observó la diversidad de flores que había allí, pero una llamó mayúsculamente su atención. Se acercó hasta ella, era muy extraña. Tomó una entre sus manos, la olfateó, pero no sintió olor alguno, entonces decidió probarla, pero...

—¡No, Reita! —Muy tarde, ya la había metido a su boca. La escupió pero el efecto estaba hecho, cuando intentó preguntar qué pasaba, no pudo—. No puedes hablar en este momento. Tranquilo, ya pasará —tranquilizó Ruki, pero él no se sentía para nada tranquilo, no podía hablar, no, es más, ¡ni siquiera podía emitir sonido alguno! Estaba un poco desesperado, pero la sonrisa de Ruki lo tranquilizó—. Estos son dientes de león. Ellos tienen la habilidad de silenciarte por un momento. Aunque también tienen otra, que, particularmente, me gusta mucho. Si tomas uno y le susurras algo, y luego haces volar sus cipselas. Estos buscarán al objetivo de tu mensaje y lo reproducirán. ¿Quieres probar? —preguntó, Reita asintió—. Bien, me iré por allá y te enviaré algo.

Al momento de decir esto, se puso de pie y caminó hasta un lugar un poco alejado. Reita esperó y un momento después escuchó «ya puedes hablar». Era la voz de Ruki, mezclada con el sonido del viento. Aquello era sorprendente, funcionaba, Ruki estaba algo lejos como para escuchar sus susurros. Probó y en efecto, ya podía hablar.

—¡Ruki! ¡Es sorprendente! —gritó y el otro corrió hasta él indicándole que guardara silencio.

—No grites, despertaras a todo el bosque —comentó medio sonriendo.

—Lo siento —pronunció—. ¿Puedo probar yo? —preguntó refiriéndose a los dientes de león.

—Puedes probar —dijo el pelirrojo, quería ver qué tan puro era ese ser que estaba con él. Porque, por supuesto, había omitido detalles, no cualquiera podía hacer aquello de los mensajes.

Reita corrió hasta donde Ruki había corrido antes. Llevó el diente de león cerca de sus labios y susurró un «me gustan tus ojos» mientras pensaba en ellos, esperó un momento y sopló aquellos frutos. Esperó otro momento y se dio la vuelta, corrió de regreso hasta Ruki y lo encontró con un leve sonrojo en las mejillas, aunque este no prestó atención a eso.

—¿Lo escuchaste?, ¿lo escuchaste? —preguntaba emocionado.

—Sí —respondió—. Gracias. Por cierto, a mí también me gustan los tuyos —dijo después. A Reita le costó un poco entender que le estaba diciendo que a él también le gustaban sus ojos. Después simplemente asintió contento.

—Pero ¿cómo saben a quién dirigir el mensaje? —preguntó tiempo después.

—¿Qué hiciste tú al enviar tu mensaje? —preguntó Ruki.

—Pues, me fui allá, susurré y luego soplé... Y ya  —comentó pensando en si había hecho algo más.

—¿Y mientras susurrabas no pensaste en mí? —preguntó curioso, el otro asintió—. Pues es así. Debes pensar en la persona a quien deseas que llegue el mensaje. Así funciona. —Sonrió al notar la expresión de asombro que tenía el otro en su rostro.

—¡Eso está genial! —dijo de repente y luego se cubrió la boca, ya que recordó que Ruki le había dicho que no gritara—. Lo siento —dijo después.

—Descuida.

 

III

Pasado algún tiempo en el que simplemente se había recostado sobre el pasto a ver el cielo. Eso hasta que Reita preguntó:

—¿Qué hacen las luciérnagas durante el día, Ruki? —Aquella pregunta tenía rondándole la cabeza por mucho tiempo, veía que la mayoría de criaturas dormía.

—Ellas duermen, para recobrar energías —contestó Ruki.

—Oh, como todos.

—Como todos —repitió asintiendo.

 Reita se sentó y vio alrededor. Hasta que frente, muchos metros adelante, vio un árbol con flores rojas que le llamó la atención. Se levantó y tomó la mano de Ruki halándole para ir allí.

—¡Vamos allá! —dijo comenzando una pequeña carrera. Carrera que detuvo en el acto—. Disculpa. No sé si tienes algo más que hacer. —Soltó la mano que sostenía y agachó su cabeza avergonzado.

—Está bien. Ya tengo lo que necesitaba. Vamos. —Ruki volvió a tomar la mano del otro y comenzó a caminar en dirección de aquel árbol. Frunció los labios de forma graciosa, pero siguió caminando.

—¿Estás seguro?

—Sí. Quien necesita estas plantas está durmiendo y las toma de noche, así que todo está bien. —Seguía asintiendo.

 —Oh, entonces vamos. —Afirmó su agarre le siguió el paso.

 

En un completo, pero no incómodo, silencio llegaron hasta aquel árbol.

—Lo llaman el árbol de fuego, por sus flores pareciese que fuego saliera de él —explicó mientras acariciaba con esmero el tronco de aquel árbol.

—¡Vaya! Es muy bonito. ¿Él habla? —preguntó.

—No, él no habla —respondió Ruki cerrando los ojos antes los rayos del sol que daban contra su cara.

—¡Oh! ¿Esas son luciérnagas? —preguntó viendo que habían pequeños animalillos en las ramas del árbol.

—Sí, lo son. Duermen aquí ya que reciben directo los rayos del sol.

—Eso que dijiste, que ellas duermen para recobrar energías ¿lo hacen aquí?

—Así es.

—¿Sabes? Las luciérnagas me gustan mucho. Bueno, ayer me asustaron, pero quitando eso, son bonitas. —Sonrió mientras veía a aquellos animales colgados de las ramas.

—¿Por qué te asustaron? —preguntó Ruki curioso.

—Es que... ayer cuando estaba llorando, muchas se acercaron a mí y una me habló…

—¿¡Te habló!? —dijo con asombro, esta vez Reita le advirtió que no debía gritar.

—Sí. ¿Es malo? —preguntó después.

—No malo exactamente, pero se supone que no deben hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque está prohibido para ellas.

—¿Por qué? ¿Es malo que hablen?

—No es parte de su deber hablar. Ellas iluminan el camino, que si notaste aquí de noche es muy oscuro, pero se dice que ellas gastan más energía si hablan. Por eso alguien se los prohibió. Antes ellas hablaban libremente, de hecho, hacía muchas cosas, pero ahora consideran que no es correcto.

—Qué mal. ¿Estará en problemas la que me habló a mí? —preguntó apenado por todo lo que escuchaba.

—Supongo que si nadie más la escuchó, estará bien —respondió sonriéndole.

—Ah, qué bueno. Es que quisiera agradecerle.

—¿Qué le quieres agradecer? —preguntó acercándose de nuevo a Reita, ya que se había alejado a ver más allá de la pequeña colina donde estaban.

—Me llevó hasta donde me encontraste. Y por lo que me dijiste quiero agradecerle, sino me habría pasado algo malo. —Agachó la cabeza. Se sentía avergonzado porque tal vez había causado problemas.

—Tranquilo, de seguro ya sabe que le agradeces —dijo Ruki atrayéndole hacia él.

—¿Qué hay allá, Ruki? —habló después de un tiempo en el que habían estado en silencio, solo abrazándose, contacto que a él le gustaba mucho, Ruki era muy suave.

—¿Adónde allá? —preguntó.

—Por allá donde se ve ese árbol grande —dijo y Ruki se sorprendió.

—¿Lo ves?

—Sí. ¿Por qué?

—No, por nada, es que, no es normal que lo vean. Pues, es un lugar peligroso.

—¿Eh? ¿En serio? —Inconscientemente apretó más la mano que sostenía.

—Sí. —Fue la simple respuesta que recibió.

—Tengo hambre, Ruki —dijo después de un momento en silencio.

El otro rio ante tal comentario. Era obvio que Reita quería evitar esa conversación del lugar peligroso.

—Pues, vamos al bosque y buscamos fruta. —Reita asintió y se dirigieron de nuevo al bosque.

Ya dentro este, en una zona específica donde habían varios árboles frutales. Vieron, manzanas, peras, melocotones..., Reita quiso probarlos todos a lo que Ruki rio. Al final solo «asaltaron» el peral.

—Ruki, ¿de dónde eres? —preguntó mientras se comía su tercer pera.

—De aquí —contesto sin entrar en detalles.

—¡¿Vives aquí en el bosque?! —dijo asombrado—. ¿No es peligroso?

—No —negó con su cabeza—. No exactamente en el bosque. Un poco más adentro. Y sí, es peligroso.

—¿Vives solo?

—No, con mi hermano mayor.

—Ah. ¿Y él dónde está ahora?

—Debe estar en casa. Sabes, yo también tengo que irme. Pronto oscurecerá y será peligroso. Ven, te llevaré fuera del bosque para que vayas a tu aldea.

—¡No! —dijo alterado—. Mejor al lugar donde estaba en la mañana —dijo no queriendo que se notara lo triste que le ponía quedarse solo de nuevo. Se había sentido bien en compañía de Ruki.

—Pero es peligroso que estés aquí. Te puede pasar algo.

—No, tú dijiste que ese lugar es seguro. Por favor llévame allí. El señor árbol me cuidará. —Avanzó unos cuantos pasos hacia adelante, Ruki no quería, pero accedió a llevarlo de nuevo hasta allí. Él ya no se podía quedar más tiempo tan lejos de su casa.

—Está bien, te llevaré con él. Mañana vendré de nuevo, ¿quieres? —Reita se dio la vuelta y lo vio con asombro, asintió emocionado y una nueva sonrisa se dibujó en el rostro.

Mientras iban por el camino, hablaban sobre su pequeña experiencia del día, hasta que Reita recordó algo.

—Ruki —llamó—, ¿cómo sabías que yo me había lastimado el pie? —Llevaba parte del día pensando en cómo Ruki podría saber eso.

—Eh... pues... —Estaba a punto de responder, pero entonces se escuchó un ruido fuerte, algo así como un rugido que les erizo todos los vellitos del cuerpo—. Tengo que irme, Reita. Te veo mañana y te explico, nos vemos —dijo corriendo en dirección bosque adentro.

—Pero, ¿qué es eso? —preguntó, pero su pregunta quedó en el aire porque Ruki ya no estaba en su campo de visión. Él avanzó hasta atravesar los arbustos que lo llevaban donde estaba el señor árbol. Mañana se volvería a encontrar con Ruki, con ese chico de bonitos ojos... Tenía tanto que preguntarle.

 

 

 Continuará...

Notas finales:

Three shots, recuerden, trhee shots xd.

Muchas veces me detenía y pensaba: ¿qué diablos me he fumado?, pero luego recordaba que nada y, bueno... entonces me resigné que así soy de... *prefiere no acabar la frase*.

Ojalá les haya gustado. Trataré de traer rápido el próximo capitulo ^o^/

Gracias por leer, se les quiere.

Conejito rumbero(?), la quiero ♥

 

PD: Lo revisé así muy rápido, así que si hay algún error, mis más sinceras disculpas, es que me sacan de la pc XD.

Por cierto... A-Y nunca me dejará poner sangrías, ya lo intenté de de todas las maneras posibles y nada... A-Y me odia T-T


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).