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La luz detrás de tus ojos. por CrawlingFiction

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Notas del fanfic:

No pude estar mucho rato "descansando" de mis anteriores fics Bennoda y me motivé a hacer esto. Quizás sientan alguna similitud con "Un Encuentro Accidental".

Aclaración: Esto en fanfiction, la banda, miembros y sus vidas no me pertenecen. Puedo tomar datos de su vida y modificaros a mi gusto para esta historia que es un Universo Alternativo. Por mero entretenimiento.

Notas del capitulo:

¡Hola!

Pues pues, tenía esta historia en mente hace tiempo, me gusta mucho la banda y cosa llevo a la otra...(1313)(?

En fin, Espero les guste este 1er cap, se interesen en la historia, comenten, se animen, les llame la atención. Me encantaría que fuera así.

Unos detalles: Es un Universo Alternativo, así que no todo lo que ponga aquí está fielmente pegado a la historia de MCR.

Y, está narrado en primera persona, como un diario, un monologo..¿Vale? No sé porque, quise hacerlo de esa manera, para hacerla diferente...

En fin, espero les guste esta nueva basura que cree. No será muy larga...LO PROMETO!

 

La luz detrás de tus ojos.

Capítulo 1: Muerto en vida.

Estaba yo ahí, sentado en el mismo banco que ocupaba hacia un año.

El aula que recordaba no era más que papeles tapices avejentados, unos cuantos pupitres abandonados a su suerte dentro ese recinto ahora inhóspito, un escritorio con una delgada y nívea capa de polvo sobre su madera rubia, cuadernos bajo los bancos, como si se hubiesen olvidado de ellos sus anteriores dueños. Todo eso, perteneciente, ahora, al pasado, a un pedazo de mi memoria y recuerdos agridulces. Ese lugar fue mi martirio diario, mi distracción a través de la ventana a mi lado, puesta para hacerme mirar más allá que esas cuatros paredes, refugio de patrañas, de personas detestables, tan o más detestables que yo mismo.  

En eso se resumía ese salón vasto y hueco para mí. No obstante algo siempre me hacía volver allí de cuando en cuando, ¿Qué tanto interés podía ponerle a mi anterior salón de clases, ahora cerrado con una llave que sólo yo tenía? Recuerdos. Yo vivo del pasado y parte del dulzor entre toda mi desdicha y rabia también radicaba aquí, o mejor dicho, a una persona y la luz oliva detrás de sus ojos.

Sólo con mis recuerdos. Sintiendo de nuevo la tibieza de su mano cuando nos presentamos, primera vez, fijándome en su tranquilo actuar para conmigo y sus ojos de color imposible.

Recordando cuando dejé de ser un muerto en vida, por unos instantes.

*

—Gee.-Llamó mi hermano menor, a pesar de ser mucho más alto y de aspecto maduro nos llevábamos cuatro años de diferencia, no muy importantes para nuestra estrecha amistad. Yo sólo giré la cabeza detrás de mí para mirarle. Me saqué un auricular y arrugué levemente la nariz, a espera de su típico sermón mañanero. —Gerard, vi que dejaste el desayuno que preparó nuestra abuela en la mesa. ¿No has comido nada?-Preguntó. Yo indiferente me coloqué mi auricular nuevamente. —Excelente, ahora le has dejado un festín a las moscas.-Murmuró Mikey poniéndose su mochila al hombro.

—Me alegro por ellas, se las dejé fácil.-Dije en voz baja. No obstante Mikey sabía que algo debía de ocurrir conmigo para ser capaz de dejar el desayuno que preparó mi abuela a merced de los insectos. “Yo jamás le haría algo así a ella”. Pensé con una sonrisa triste haciendo apenas sobresalir mis pequeños dientes. Ya entrabamos al martirio que era el Instituto. Un nuevo año escolar lleno de clases aburridas e inútiles, burlas y chistes hacia mí, las miradas cargadas de decepción y reproches de Mikey, la preocupación de mi abuela por mi pésimo rendimiento y por otro año que no llevase un amigo a casa para estudiar. Mi madre dijo que quizás mi aspecto intimidaba a los demás. Me sugirió a cortarme el cabello y hasta teñírmelo para camuflar la cadavérica palidez de mi piel y oscurecer el verde de mis ojos, qué según ella, hacían más notorio mi aspecto de muerto. Muerto en vida, y eso era yo realmente. Alguien que despertaba y al abrir los ojos ya entraba en modo automático. Se estiraba, miraba a la ventana, queriendo buscar el cielo ambarino entre los edificios sucios y la neblina contaminada y me preparaba para ir a clases. Sólo la sonrisa y voz ronca de Elena me sacaba de mi letargo, y mientras desayunábamos platicábamos. Siempre fui muy apegado a mi abuela, ella hacía de madre, padre, amiga y hermana para mí, más que una abuela, más que una señora a la cual pedirle la bendición cuando mensualmente la visitase. Ella era Elena, quien entendía a fondo que yo era diferente, y me quería de todos modos.

Apreté los puños y entramos por el portal del Instituto. En cuestión de minutos vi a Mikey saludar a sus amigos y con un ademán despedirse de mí. Se fue con ellos, pude escuchar sus risas y pláticas a bajo nivel debido a la distancia que ahora nos separaba. Sonreí orgulloso y algo melancólico, sabía que él era un chico amable y relativamente popular, a pesar de tener como hermano mayor a una sombra casi necesitada de su cuidado, una sombra a instantes visible, para aquellos atolondrados por la superficialidad yo era un mero objeto de entretenimiento. Yo era su lacayo, un bufón disponible para sus motes y burlas. Al cabo de un tiempo poco me importó, caí en cuenta que sus emociones eran igual de huecas como los de los demás afuera de esta prisión.

Elena siempre me aconsejaba que fuese amable, que sonriera a quien lo mereciera, ¿Quién dentro de este pozo lo merecería? De todas maneras, ¿Quién aquí necesitaba de la sonrisa de Gerard Way? Razoné.

Caminé por esos pasillos de paredes sucias y cerámicas pulidas, entre esas personas que me clavaban sus miradas de puñal a mi espalda al pasar a su lado. Mi compañera era la música que perforaba mis oídos; un sedante, una aspirina para cuando mi propia debilidad instase a lastimarme con pensamientos demasiado sombríos para amortiguarlos.

Con paso suave me colé entre el tumulto de estudiantes que se acumulaba cuan amas de casa en una oferta de rebajas frente a la cartelera informativa. Allí mostraban el listado de estudiantes asignados a cada sección de Preparatoria para este nuevo año y mostraba además los horarios. Observaba a los grupos de chicas que nerviosas buscaban el nombre de sus amigas en las listas para asegurarse que este año tocasen juntas en la misma aula. Escuchaba grititos de alegría, sonrisas de alivio y preguntas nerviosas sobre cómo sería ese nuevo profesor de Química, si el rumor del amorío entre el profesor de Artes y la instructora de Natación eran verdaderos y más mierda contrapuesta una sobre otra. Una sinfonía de banalidades que no quería escuchar más. Me apretujé entre los demás que ya se daban cuenta de mi sombría presencia y me cedían puesto cuan anciana o persona discapacitada en un metro. Yo rechiné los dientes y me concentré a buscar mi maldito nombre en las diferentes listas frente a mis ojos.

Apoyé mi índice sobre el papel y lo fui deslizando mientras leía en voz baja los diferentes nombres de todos esos imbéciles posiblemente a mis espaldas.

Alguien me empujó con delicadeza, haciéndome un lado para poder buscar su nombre también. Giré y le miré con rudeza. Mis ojos se encontraron con los suyos por unos instantes que fueron eternos, como ese ligero paro a mi corazón enfermo. Su mirada lucía perdida, alguien quizás solo como yo, alguien diferente, alguien que me dedicó una pequeña sonrisa de cortesía y timidez.

— ¿V-Vas a tardar mucho?-Preguntó el chico que también puso su índice en la lista leyendo y buscando un nombre. Sin darme cuenta obstruía la visión de él y muchos más que queriendo evitarme preferían buscar en las demás listas.

—Yo…pues no, sólo me es difícil conseguir mi nombre en esta lista.-Dije cohibido. Él tenía la vista fija en el papel mientras asentía suavemente, asegurándome de que me escuchaba.

— ¿Acaso eres un extranjero árabe cuyo nombre es más un puñetazo a una máquina de escribir que otra cosa?-Preguntó alzando la ceja y sonriendo de medio lado. Su mueca me causó gracia, al igual que su comentario.

—Eso quisiera. Por cada empujón que habré recibido en mi vida podría acusarles de racismo y joderles.-Dije. El chico me miró algo interesado. Yo bajé la vista y negué con la cabeza.

—Dime tu nombre para buscarlo yo y ayudarte. ¿Te parece?-Preguntó amable. Yo me quedé mirándole mientras escudriñaba dos nóminas a la vez.

—Ge-Gerard Way.-Dije. El asintió, y quedamos en silencio a la espera de su asertiva.

—Felicitaciones Sr. Way tendrá el privilegio de estudiar en la 2-D durante todo este prometedor año escolar.-Dijo sarcástico.

— ¿Y tú? ¿Dónde quedaste?-Pregunté realmente interesado.

—En la 1-B.-Dijo encogiéndose de hombros. Luego rio. Se debió de haber fijado en mi reacción de sorpresa. Era un año menor que yo. Y ciertamente más bajo, pero sinceramente no lo veía venir. Hizo como si hubiese olvidado algo y me tendió la mano con una sonrisa. —Frank Iero. Mis padres me obligan a ser cortés.-Excusó divertido. Yo dudoso turné la vista a su diestra y rostro, luego de meditarlo unos segundos se la estreché. Me fijé en nuestras pieles entrelazadas por el apretón, la mía era notablemente más pálida y enfermiza, sentí la fuerza de su agarre y calor humano templando el sudor frío que cubría mi propia palma.

—Un gusto, Frank.-Murmuré todavía concentrado en nuestras manos. Me soltó y metí mi mano dentro el bolsillo de mi holgado jean. Estaba tibia. —Frank…Si tú estás en primero, ¿Qué hacías mirando las listas del segundo año?-Pregunté. El muchacho de ojos verde oliva se pasó la mano a la nuca y me sonrió.

— ¿Sonaría dramático si te dijese que parecías un niño perdido entre este rebaño de grandulones e intentos de ramera y quise ayudarte?-Me preguntó. El llamado rebaño ahora lucía disperso y casi ni hacia ruido. O esa sensación tenía al estar concentrado en el chico de ojos verdes frente a mí. Su mirada me perforaba cuan taladro a madera blanda. Era de un color todavía inexplicable a mi paleta de colores conocida. Un verde oscuro, brillante y algo amarillento. Sus ojos me eran un enigma.

—Curiosamente yo soy más alto que tu.-Murmuré queriendo desatenderme de sus ojos y llegar a decir una estupidez por ello.

—Pero tú pareces un niño, Gerard. Un niño con gripe que pide algo de guía dentro esta cárcel.-Dijo Frank. Yo sonreí o eso pensé hacer. Ya dudaba de si le sonreía o le expresaba mi natural mueca que parecía ser una sonrisa, pero era demasiado falsa e incómoda para llamarse como tal. Quizás le estaba sonriendo, quizás no. Ya había perdido la costumbre de hacerlo.

El estridente sonido de la campana aturdió nuestras cabezas y alteró el tumulto que hasta ahora me fue inexistente. Iero encogió los hombros e hizo una mueca de pereza. Dirigió su mirada a mí, su mirada ambarina sólo para mí.

—Nos vemos por ahí. Suerte en tu primer día y…no te pierdas, Gee.-Me despidió Frank con una palmada amistosa al hombro, perdiéndose entre las personas que iban dispersándose para cumplir con su nueva asfixiante rutina.

—Eso intentaré.-Musité mirándole irse. Dirigí la mirada al tablero, a la lista y a mi nombre ahora demasiado obvio entre ese tropel de letras negras.  “¿Gee”? Preguntaron mis pensamientos.  “¿Quién diablos te llamaría así?” Cuestionó. Yo sólo me di la vuelta y me perdí entre los pasillos de ese Instituto. Todo era para mí igual, mis audífonos viejos tapando mis oídos de los murmullos tras mi espalda, algo de inspiración y compañía a mi mente, alejándola de la austeridad de mis reflexiones. Todo lo sentía igual, sólo me acariciaba inconscientemente la mano y me ardían las mejillas.

*

— ¿Cómo te fue en tu primer día, cariño?-Preguntó mi abuela cuando la puerta abrió y cerró dando a notar mi regreso. La vi sentada en su sillón favorito, con una revista aprisionada en sus venosas y pecosas manos, y sus ojos y sonrisa puestas sobre mí, mirada y sonrisa que me había heredado. Dejé caer mi pesada mochila en una silla del comedor y me paré a su lado, tomó mi mano y la cubrió entre las suyas. Me estremecí, ¿Por qué mi piel era tan fría y blanca? “Soy un muerto en vida…”. — Y bien, ¿No piensas contarme como te fue?-Insistió con su amable sonrisa de dientes pequeños.

—No hay nada nuevo que contar, abuela.-Inicié sentándome en el suelo a su lado. Apoyé mi sien de un brazo del sillón mientras sus nervosas manos peinaban mi largo y enredado cabello negro. — Ya sabes; Listas, algún chico nuevo perdido preguntándome donde queda el laboratorio, las voces a mi espalda, las sonrisas hipócritas de los profesores…

— ¿No conociste a alguien interesante?-Preguntó. Yo cerré los ojos y plegado en lo oscuro de mis parpados se proyectaba Frank con la mano a la nuca y su sonrisa de medio lado. Abrí los ojos. Y subí la cabeza para ver a Elena que esperaba a mi respuesta con simulado entusiasmo.

—N-No…-Murmuré. Alguien con quien cruzaste palabras casualmente y que muy posiblemente no volvieses a ver no cataloga en alguien interesante, ¿O sí? Me fío en lo primero. En lo seguro y rutinario, lo que sería seguir con una sucia vida tranquila, abrumadoramente pacífica a juzgar por el exterior. Era rechazado, era burlado, era ignorado, estaba cada día más solo, hastiado e irritado. Seguía siendo un muerto en vida. Mi rutina era así. Pero… ¿Si algo cambiara? ¿Qué sería de mí estando en una situación diferente? ¿Sin la seguridad que me prodigaba el día a día? Despertar y empezar a vivir en semiautomático, con muecas parecidas a sonrisas, con audífonos a los oídos, drenando el ruido de mierda que sus bocas sólo sabían expulsar. Con un cuadernillo para dibujar mis personajes, que tenían vidas desdichadas, confusas, pero con aventuras. ¿Y si perdiera mi inestable y enferma seguridad? No supe exactamente porque esas dudas acudieron a mí después de tanto tiempo embauladas. ¿Por qué ahora dudaba de ello? ¿Algo iba, o debía cambiar? Me absorté tanto que Elena dándome una palmadita en la cabeza me hizo recuperar mi atención en ella.

— ¿Quieres que te prepare algo de comer, Gee?-Preguntó la mujer poniéndose costosamente en pie. Una corriente me electrocutó por dentro, ese diminutivo retumbó en mi cabeza, entorpeciendo mi rápida acción. “¿Quién diablos te llamaría Gee?”.

—Abuela, esta mañana te sentías mal, mejor descansa. Yo mismo me cocino algo.-Propuse tomando a mi abuela de los hombros invitándola a sentarse otra vez.

—No, no has comido nada en todo el día. Me dejaste el desayuno en la mesa, Gerard.-Me hizo recordar. Una sensación de malestar me inundó.

—Lo siento.-Murmuré con pesar. —Fue grosero de mi parte hacerte eso, abuela.-Sin embargo, Elena me sonrió. Ella era así. Era mi madre.

—No le des vueltas a eso, Gee.-Dijo. —Vamos a preparar una cena de reyes, para cuando tu madre llegue a casa esté la mesa lista y llena de rica comida.-Ofertó Elena. Yo sonreí. Ella era la única que recibía una sonrisa sincera de mi parte.

—Déjame ayudarte entonces, será mucho trabajo.-Dije yo dirigiéndonos a la cocina, mi abuela ya abría el refrigerador tomando diversas verduras entre sus amplias y expertas manos. Yo la miraba embelesado mientras le ayudaba.

Fue una cena digna de una revista de cocina con especial para la cena de Acción de Gracias. Cuando Mikey regresó de casa de un amigo y mi mamá llegó del trabajo poco después, quedaron sorprendidos de la hermosa mesa que esperaba por ellos con viandas tibias a merced de sus ansiosas bocas y rugientes estómagos. Hasta mi madre, una mujer fría y ausente, austera como la estepa, me felicitó por haber ayudado a Elena en todo el trabajo.

Pocas veces me sentía útil o funcional en casa, esta fue una de esas veces.

Me ofrecí a lavar los trastos. Mikey saltó de la silla sorprendido. Exclamó que estaba de buen ánimo. “¿Tan malas pulgas era?” Me pregunté a mi mismo divertido. Sentí la calidez de la sonrisa de mi abuela a mi lado.  La cena siguió con esa atmosfera familiar que mi abuela con esfuerzo intentaba cultivarle a nuestra disfuncional familia, nuestra a fin de cuentas. Estaba agradecido, algo inusual en mí. Sentí que éramos una familia unida, por fin. Cuando cuatro personas fueron capaces de acabar la cena que habíamos preparado para seis y los platos iban apilándose a la cocina a mis ojos la casa fue deformando, volviendo a ser el ambiente frío que siempre fue.

Mi madre se bañó, cambió y salió, sin decir a donde iba. Rechiné los dientes. Semanas atrás nos había prometido participar y estar más tiempo en casa con nosotros. Y le vi desde la ventana entrando a un auto desconocido. Desde allí oí su odiosa risa de puta barata queriendo seducir a otro borracho y se fueron. Mikey dijo sentirse mal por algo que comió en la cena y se encerró a su cuarto. Mi instinto de hermano me abofeteó, él era más apegado a mi madre que yo, y sentirse un perro, una mascota que la recibe del trabajo moviendo la cola y saltando, para verla volverse a ir, chillando frente a la puerta era su realidad noche con noche.

Sentí una palmada al hombro, era mi abuela. Me dedicó una sonrisa triste, avergonzada de su propia hija. Y con pasos lentos y cansados se fue a su habitación a dormir. Yo terminé de lavar y me encerré a mi habitación. Me hundí en las almohadas apestosas a mi apestoso cabello y cerré los ojos. Me obligué a dormir, me obligué a recordar la amabilidad y el sarcasmo de Frank y mis ratos con mi abuela, todo lo demás de este día y los demás valdrían mierda. A fin de cuentas, soy sólo un muerto en vida.

Notas finales:

Como vieron en este cap Gee empieza a narrar su día a día, sus pensamientos, su visión de la vida. Conoce fugazmente a Frank...

Gracias por leer, sé que suena pesado pero realmente me hace sentir bien saber que alguien me podría leer u.u

Os dejo mi Ask por si tienen alguna duda:

http://ask.fm/DaJoJellyfish


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