Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La luz detrás de tus ojos. por CrawlingFiction

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Bueni, este es el segundo capitulo. Noté que quizás no estoy teniendo mucha acogida...

Espero este nuevo capítulo les guste. (:

La luz detrás de tus ojos.

Capítulo 2: Voces disparando a mi espalda.

Abrí los ojos. El eco estridente metalizado de la campanilla de mi alarma me sacó con violencia de mis sueños. Cuando por fin mis ojos se acostumbraron a la oscuridad grisácea de mi habitación me incorporé sentándome en la cama. Miré las paredes avejentadas de mi recamara, una de estas cubierta casi en su totalidad con hojas de papel; mis dibujos pegados con cinta adhesiva a la pared, como galería improvisada, estos diseños sin sentido, estos personajes y sus vidas eran mi orgullo y flanco más débil. Donde sacaba parte de mí para exponerlo. Un suave golpeteo a mi puerta me distrajo de mi embeleso.

—Gee, cariño. ¿Ya estás despierto?-Preguntó tras esa barrera de madera blanca Elena. Acto seguido abrió con cautela, haciendo asomar su coronilla de ondas rubias ya encanecidas.

—Abre con confianza, mamá. No duermo desnudo o algo así.-Dije. Si, se me solía escapar decirle mamá, pues para mí lo era. Así eso incomodase a mi madre y enorgulleciera a mi mamá. Abrió la puerta de lleno y se quedó de pie mirándome desde el umbral. Me recordó fugazmente a una estatua de mármol, esculpida con suaves golpes de pico y martillo, siendo con el tiempo esas marcas emborronadas, siendo una pieza antigua, agrietada, con riesgo de desmoronarse y ser polvillo ante el ventarrón más insistente.

—Lo sé, pero ya tienes diecisiete años, estás en esa edad que necesitas tiempo y espacio a solas para, tú sabes…-Comenzó a explicar. La palidez de mi piel delató cuan rojo me puse.

— ¡Abuela!-Exclamé clavándole mis dedos delgados a la almohada. La mujer sólo rio.

—Ya, ya, lo siento.-Dijo con una risita. Ve a bañarte y alistarte, ya estoy preparando el desayuno. Hoy serán panquecas.

—Pero mamá, eso va a tardar. Recuerda que a Mikey debes prepararle una torre para quede satisfecho.-Le recordé.

—Cierto. Ese niño come más que un remordimiento.-Le oí murmurar. Más ese ligero brillo en sus ojos verdes se opacó. —De todas maneras hoy sólo cocinaré para ti, Mikey me dijo que se siente bien, amaneció con dolor estomacal y no irá al Instituto hoy.-Me informó Elena. Yo sólo fruncí el ceño. Anoche esa había sido su excusa para retirarse temprano, apenas y mi madre se largó a hacer las de ramera, ¿Terminó siendo cierta su excusa o tan mal se sentía, de nuevo? —Ya sé lo que piensas Gerard.-Atinó Elena. Le miré sorprendido.

—Me alegra un poco que esté enfermo.-Murmuré haciendo cierta su adivinación y mis deducciones. —Ya pensaba que se sentía mal porque ella… ¿Vino a pasar la noche aquí?-Pregunté. Elena negó con la cabeza.

—Me pasó un mensaje a la medianoche diciéndome que se quedaría donde una amiga.-Dijo. Yo bufé.

— ¿Ella acaso es una maldita adolescente para quedarse a dormir con su amiguita cuando le pega la gana?-Bramé. — ¡Esa mujer lo que está ahora es revolcándose con otro estúpido borracho! ¡Eso es lo que ella siempre hace!

— ¡Gerard!-Exclamó horrorizada.

— ¡Estoy diciendo la verdad, abuela!-Estaba de pie, rojo de ira y sintiendo las uñas clavarse a mis palmas por lo fuerte de mi empuñadura. —Pero, a mí me vale mierda lo que ella hace con su estúpida vida, ¡Quien me preocupa es mi hermano! Él la necesita más que yo.-Dije calmándome. No valía la pena gritarle a Elena. Relajé los nudillos y miré las medias lunas rosáceas que se grabaron en mis palmas.

—Gerard…-Musitó Elena entristecida. —Ella es tu mamá.

—No, ella no es mi mamá. Habrá sido la perra esa la que me parió pero mi mamá eres tú. Y siempre va a ser así.-Dije. Elena suspiró. Me sentí algo culpable. Al fin y al cabo esa mujer era su hija y yo su nieto.

—Ahora estamos pasando por momentos difíciles Gerard. Cuando pase el tiempo, y madures sabrás cuantos sacrificios hizo su madre por ustedes. Sólo dale tiempo.-Me aconsejó con pesar. Yo asentí por el mero hecho de no contradecirla.

—Como sea, ya me da igual.-Dije saliendo de la habitación cogiendo una toalla colgada tras la puerta.

El agua fría siempre me tranquilizaba. Para alguien con la temperatura tan baja como yo una ducha de agua helada no me hacía estremecer mucho. Más bien me calmaba, mis pensamientos negros se diluían entre las pequeñas cascadas que se formaban en mi ligera silueta.

Comí en silencio acompañado de mi abuela. Subí las escaleras y me paré frente la puerta del cuarto de Mikey. Cerré los ojos y apoyé mi oreja a la madera. Oía silencio, incertidumbre, un sollozo muy suave, casi inexistente. Mi mandíbula tensó. Deseé tener el valor y las palabras exactas para abrir esa maldita barrera entre mi hermano y yo. Mi mano, envoltura del picaporte aflojó. Me sentí débil e inútil, una vez más. Con cautela bajé las escaleras y me fui.

<<Una mañana lluviosa, para variar, una acera empapada, un abrigo de Mikey cubriéndome, ¿Realmente era yo el hermano mayor? Me sonrió despreocupado. Recién me recuperaba de un fuerte resfriado cuando tuve que volver a clases y el me dio su abrigo, a sabiendas que el mío estaba roto. Los dos caminábamos por esas calles grises y desteñidas por la llovizna. Él sostenía un viejo paraguas de mi abuela y bajo ese frágil techo de tecla negra nos protegíamos los dos de la lluvia que arreciaba. Yo tenía el calor de su abrigo y el soportaba el viento frío de buena manera. “¿Era yo el hermano mayor?”>>

Recordé con amargura mi debilidad y el deber como hermano mayor que estaba incumpliendo. Con pasos algo toscos para mi menudo cuerpo entraba al amplio portal de rejas negras. El clima iba oscureciendo a tonalidades grises y celestes. Aviso de que lloverá dentro de poco. Ese hecho climatológico me recordó más vívidamente ese vago momento donde Mikey cuidó de mí, algo que yo no pude hacer por no tener valor ni palabras precisas.

—Hola Gerard, ¿Cómo estás?-Me preguntó Raymond Toro con una amplia sonrisa. Mi estado de ánimo no era precisamente el mejor, era inevitable, los malos recuerdos y las vueltas que da la mente te terminan dejando muy mal situado.

—Ah, Hola Ray. Estoy bien, gracias.-Dije en voz baja. Ray era el mejor amigo de Michael y aunque este chico de afro castaño claro no fuese allegado a mí no merecía mi mal humor. Por eso quería evadirlo.

— ¿Seguro que estás ben? Luces desvelado…-Me preguntó Ray. —A todas estas… ¿Dónde está Mikey?-Preguntó. La suavidad de mi facción tensó. Por más afable que fuese Ray, sabía que su intención de hablarme no era por interés hacia mí, sino a mi hermano. ¿Acaso era sólo un buzón de correos?

—Está enfermo, no vendrá.-Respondí cortante. A duras penas por lo tensa que estaba mi quijada. Escuché el suspiro de aquel chico de bucles madera clara. Ya ni le miraba.

—Oh, qué pena de verdad.-Dijo para sí mismo. Yo seguí caminando como si realmente quisiera ir a clases sólo que más bien lo hacía para librarme de él y las cortesías. —No, ¡Espera Gerard!-Llamó Ray alcanzándome con grandes pasos. Me enfrentó y con una sonrisa me entregó una carpeta negra de tapa dura.

— ¿Qué es esto?-Balbuceé más irritado que curioso.

—Son unas composiciones que hice. Le había dicho a Mikey para entregárselas hoy y les diese el visto bueno… ¿Puedes dárselas por mí?-Preguntó con ese brilló de súplica típico de los niños dentro dulcerías y cachorros muertos de hambre.

—Mikey apenas y está empezando a tocar bajo. Todavía no sabe leer.-Respondí tajante. Otra persona me hubiese mandado a la mierda por mi actitud, pero Ray es una persona excepcional.

—Lo sé, lo sé. Pero él ansiaba verlas y realmente necesito de una opinión.-Replicó insistente el de pequeño afro. Alcé la ceja y bufé resignado.

—Está bien, está bien.-Refunfuñé. —De todas maneras, si quieres yo también las reviso, sé más de estas cosas que Mikey.-Solté.

— ¡Muchas gracias, Gerard! Eres un buen amigo.-Exclamó agradecido Toro. Se despidió despeinando mi cabello y perdiéndose entre la multitud dejándome a mí con la carpeta en mano y una cara de impresión como si el hombre me hubiese insultado. ¿Amigo? ¿Cómo puede llamarme amigo a mí? Si amigo es Michael Way, no Gerard. No yo, no el enano piel de papel y aura de muerto al que le acabas de arrojar tu carpeta sucia, Querido Raymond.

Dos polos emocionales: Enojo y algo de… ¿Alegría?, alguien me decía amigo y no era familiar. A veces me preguntaba. ¿Por qué era tan ermitaño? Ya ni sabía si por gusto a la soledad o porque no tenía alternativa que no fuese el amigarme con la melancolía.

Seguí caminando absorto en mis inútiles reflexiones, con la vista al suelo mirando a la nada. Las agujetas curtidas de mis converse eran más interesantes de captar que las sonrisas falsas y miradas de desprecio ubicadas al nivel de mi rostro. Me debía de ver vulnerable.

Un cuerpo fornido chocó de frente conmigo haciendo caer la carpeta que minutos atrás Ray me había dado. Mis auriculares salieron colgando por el cuello de mi sudadera negra escuchándose apenas el murmullo y las vocecitas desde el exterior siempre histérico. Dediqué una mirada fulminante que perdió efectividad cuando mis ojos se encontraron con los suyos otra vez.

— ¡Oh! Lo siento Gee. Te ayudo.-Dijo agachándose Frank Iero.

—No me hables como si fuese una niñita a la que se le cayeron los cuadernos.-Dije entre dientes acuclillándome tomando con prisa los papeles sueltos.

— ¿Y esa cara?-Preguntó.

—Con esta cara nací y con ella me conociste, no veo el interés.-Respondí. Yo seguía ocupando recogiendo los papeles cuando sentí la pinza formada por sus dedos índice, medio y pulgar tomar mi mentón, elevándolo para mirarme. Sentí que ese instante en que mi rostro contra mi voluntad subía se helaba mi sangre, mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho y un leve gemido de sorpresa murmuraba dentro mi garganta.

—No…te pasa algo. Andas más cabreado que de costumbre, ¿Qué tienes?-Insistió mirándome fijamente y obligándome a mí a hacerlo. Mi estómago se estrujó descendiendo su temblor hacia mi vientre. No recuerdo en que momento de la jugada me quedé perdido en sus ojos. Confundido.

—N-No me conoces.-Dije con voz temblorosa. Al instante, mi razón coordinó empujándole. — ¡No conoces mi temperamento!-Exclamé obstinado. Mi cuerpo todavía reaccionaba torpe, me tenía que ir. Tomé las hojas faltantes y me largué de allí a paso rápido. Dejando al de ojos imposibles impávido en el suelo. “Qué chico tan grosero” “Tienes razón, el otro sólo le ayudaba” “He notado que siempre está solo, que no tiene ningún amigo” “¡No me extrañaría! ¿Quién querría estar con alguien así?” Voces de distintos calibres disparaban a mi espalda.

Paré en seco y maldije. Llegué frente la puerta de mi aula, cerrada con llave.

— ¡¿Qué diablos!?-Cuestioné jalando del pomo molesto. Un susurró de memoria rozó mis oídos. Abrí mi mochila y entre anotaciones de mi libreta releí la primera clase rápidamente y di con una pequeña nota que avisaba de un cambio de último minuto en el horario. Lo había olvidado. En pocas palabras no debía estar aquí a esta hora. ¿Me levanté temprano y me lleve tales disgustos por nada? Ninguna estúpida y mediocre clase de matemáticas lo merecía.

La campana sonó, una tropa de imbéciles se aproximaba y quería evitarlos. El laboratorio de química estaba con la puerta entreabierta y las luces apagadas. Entré y encendí el interruptor de luz. Para mí desagradable (o agradable, al sol de hoy no lo sé) vi a ese chico bajo de cabello oscuro despeinado y ojos verde-miel.

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).