PROLOGO
Se despertó abrumado con los labios de un extraño en los suyos activando cada nervio sensible de su cuerpo tan solo con esa caricia. Se sentía extraño, templado y agradable como flotar en un mar de agua tibia. No pensaba, no lo necesitaba, solo quería dejarse llevar; y se abrazó a su cuello desesperadamente intentado permanecer allí eternamente.
Gradualmente, tal como el sol cuando comienza a salir, sintió el calor besar su piel, extendiéndose por todos sus horizontes y fluyendo por su cuerpo. El roce del fuego concentrado en su torso, derritiendo su corazón y calentando su vientre. Y todo lo hacia él. Ese hombre rubio, alto y apuesto, cuya belleza extranjera sobresalía. Y esos ojos grises, como el manto de una chinchilla, lo miraban con adoración una vez sus labios se hubiesen separado.
Gimió, quejándose por perder su confortable capullo de ilusión y rogando internamente por recuperarlo, aunque la calidez aun permaneciera en su cuerpo como los resquicios de un fuego, brazas aun quemándose.
El hombre cernido sobre su cuerpo le peinó los cabellos de hebras de grana, quitándoselos del rostro e intentó levantarse, pero el joven se lo impidió aprehendiéndose de sus ropas.
—No voy a irme —aseveró el rubio principesco, recostándose a su lado sin dejar de observarle. Lo arrulló y lo acaricio hasta que la duermevela le llegó y en un estado de semi-consciencia disfrutó de su anhelado toque.
Perdió la noción del tiempo, pero cuando la bruma del sueño se dispersó, él seguía allí. Con su rostro cerca del suyo, fue lo primero que vio al despertar, la nariz recta, los pómulos altos, la mandíbula cincelada, los labios firmes y la mirada de un líder.
—¿Cuál es tu nombre, belleza?—le preguntó acariciando sus labios con los propios mientras hablaba. Una mano vagando en su cintura distrayéndolo y esos ojos grises mirándolo interrogante.
—Llurfyr —atinó a contestar. Solo se le quedo mirando, admirando su belleza exótica, y decidiéndose por un beso, asalto sus labios devolviéndole las caricias que antes le había regalado.
El hombre rubio gimió, sorprendido, pero aceptó gustoso su regalo y tomándolo entre sus dos brazos lo levanto acomodándolo sobre su cuerpo. El gunar del joven se deslizó con el cambio de posición, dejando sus muslos internos rosarse contra la ropa del otro, pero sintiéndose cómodo se tendió sobre el cuerpo bajo el suyo.
Absorbido por el erotismo beso y se dejó besar, acaricio y se dejó acariciar, y antes de darse cuenta estaba agitado por la falta de aire, pero aun así no tenia deseos de parar.
Oyó a alguien gritar a lo lejos. «Príncipe» logro descifrar fuera del velo que lo recubría cegándolo del mundo exterior. Entre los sonidos sordos que le llegaban discernió la voz de Rei y aun apabullado de sensaciones escapó como una gacela, irguiéndose y saltando sobre él. Evadiendo a los concubinos que pululaban por el hareka, perdiéndose entre ellos antes de que pudiesen detenerlo. Lo que no sabía era que, por más que huyera, no podría huir de su destino, y mucho menos aún, de su príncipe de cabellos de oro.