Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El lugar donde nacen las fantasías por manimoe

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Buenaaaas~ la verdad casi nunca sé que decir por acá ;__; 

Se supone que ésto debía ver la luz del día para el día de mi cumpleaños... pero bueno, la pasé tan bien que me olvidé de él por unos cuantos días... 

¡CUMPLÍ 20 AÑOS, BITCHES! 

En fin, acá va la respuesta del desafío propuesto en le grupo de FB... me costó pero aca está :D

 

Lleva MESES por mi cabeza y por fin vi la oportunidad de hacerlo realidad, para ustedes :D

 

Mierda, siempre se me acaban las palabras e__e 

Notas del capitulo:

En fin, espero les guste c:

 

En especial a ti, YumeRyusaki, lo hice con amor para ti :D

 

¡Y le debo mi alma a mis betas! ¡Gracias, pulguita y Pony! 

Cuando los dioses quisieron crear el mundo, tuvieron un dilema. Uno de ellos, quería un mundo perfecto, con seres hermosos y frágiles que aprendieran con el paso de los años la perfecta convivencia y armonía, siendo guiados por el amor. La otra, su fuerte compañera, quería seres despiadados, a quienes no les temblaran las manos a la hora de asesinarse entre sí, quienes supieran que la supervivencia siempre había pertenecido al más fuerte; seres guiados únicamente por el rencor y la sed de poder. Al final, ambos habían cumplido su cometido.


Pero con el paso del tiempo, ambas razas estaban aniquilándose mutuamente. Los elfos, aquellas criaturas despiadadas, no tenían compasión alguna con los humanos, los seres frágiles. Y los frágiles humanos habían terminado por ser más inteligentes que sus adversarios y les habían igualado en fuerzas. Los dioses no estaban complacidos.


Y fue su hijo, el creador de una tercera raza de elfos –más parecidos a los humanos que a los elfos de noche–, quien decidió poner fin a la contienda. Separó ambos mundos en dimensiones diferentes, dejando solo portal que sería abierto por el amor. Una puerta que sería el más fuerte y a la vez el más frágil cómplice de dos almas destinadas a amarse por la eternidad. El cual sería roto para la paz  manchada de sangre.


 


.--.


 


Kai escaló las últimas rocas que lo separaban del lago de cristal que había llamado su atención a pesar de las advertencias de su padre sobre ir al corazón del bosque. La curiosidad hiperactiva de sus –apenas– once años le había llevado hacia ese lugar, sin tener cualquier amago de protesta por parte de su consciencia. Estaba disfrutando de la vista. Probablemente su padre terminaría por regañarlo, pero en ese mismo momento no le importaba. Era un niño después de todo.  


Sus cortas piernas le hicieron resbalar en el último pico de una de las rocas, haciéndole un corte en la mano con la que se sostenía. Soltó una queja y en seguida soltó un puchero y siguió subiendo, hasta poder observar el pequeño lago con una cascada diminuta en él, justa para que pudiera reflejarse en la misma. Sonrió ante la belleza etérea que parecía desprender de ella, por aquel halo de plata que parecía llamarlo.


Se quitó las sandalias y su yukata descosido; sumergió los pies en el agua cálida que parecía reconfortante, sintiendo pequeños repiqueteos de peces en las plantas de los pies, los tobillos, las rodillas y su demás cuerpo en cuanto se iba sumergiendo poco a poco. Reía con genuina felicidad ante tan placentero sentimiento. Porque, a decir verdad, era la primera vez en su vida que sentía tanta plenitud en un lugar definido.


Se dio cuenta de que el lago no era realmente profundo en cuanto llegó a la mitad del mismo. Sumergió la cabeza por completo para mojar todo su cabello y la sonrisa se borró de su rostro en cuanto abrió sus ojos fuera del agua. Una criatura que parecía sacada de sus más profundos sueños y fantasías lo estaba observando.


 


Sus ojos terminaron prendados del rostro curioso que lo observaba sin realmente mirarle al otro lado de la mística cascada. Dejó a un lado la canasta de frutas que llevaba en una de sus manos y, sin retirarse su túnica, se introdujo en el agua brillante del pozo que tanto le gustaba observar.


Desde que era un pequeño elfo y todavía no hablaba con la naturaleza, ese pozo le era el centro del mundo. Había algo en él que hacía que su corazón siempre quisiese ir hasta las cristalinas aguas que, según los ancianos, tenían la facultad de volver realidad tu destino.


La sonrisa sincera del humano que se sorprendía por las maravillas de donde se sumergía le estaba llenando de calor su pecho. Algo había en él que sus ojos no podían dejar de mirarlo, de observarlo, de devorarlo con la mirada curiosa. Los profundos ojos del otro se encontraron con los suyos, en un acto que siempre supuso imposible, haciendo que una necesidad creciente en su interior pareciera rugir en busca de libertad. Se asustó casi al mismo tiempo en el que las mejillas redondas del otro se tornaban pálidas por el miedo.


 


Estaba perdiendo el juicio. Definitivamente fueron esas bayas, que había robado de la cocina de su casa, las que lo habían hecho imaginar cosas. Los elfos eran un simple mito en el que él, como un niño demasiado racional para su edad, no creía. Su padre siempre estaba predicando por aquí y por allá la necesidad de destrucción entre ellos: humanos y elfos; además de la crueldad de estos últimos. Pero él nunca creyó. Por lo tanto, los ojos coloridos, entre rojo y marrón, que lo observaron por segundos antes de fundirse con el agua que corría, no estaban fuera de su imaginación. Definitivamente no lo estaban. Se levantó de donde estaba apoyado y salió con el mismo cuidado con el que entró en su nuevo descubrimiento. Ya le preguntaría a su padre acerca de eso y podría dormir tranquilo esa noche sabiendo lo que siempre había sabido. Que los mitos sólo estaban en la imaginación de los ignorantes.


 


Sus ojos lentamente se llenaron de decepción al ver cómo se alejaba el humano justo al otro lado del velo. Suspiró derrotado y caminó hacia la orilla que lo separaba de tierra firme. Una vez afuera, una cálida ráfaga de viento le secó sus ropas sin tener que pedirlo. Simplemente sonrió agradecido y, recogiendo la canasta de manzanas que había dejado a un lado, se encaminó hacia la magnífica edificación que era la casa de su benefactora.


Uruha, a su nacimiento, había quedado huérfano por un ataque de los humanos a su aldea. Era el último elfo de sangre que se podría observar jamás. Ahora, con catorce años y mucho sufrimiento por parte de sus hermanos de piel oscura, tan sólo buscaba un poco de consuelo a su alma en aquellas cosas que le recordaban que la vida no sólo era lo que le habían enseñado a ver. Y aquel castaño de sonrisa maravillosa,  aunque sonara como un cliché, era, por mucho, lo más hermoso que hubiese observado en su vida.


 


—Papá… —susurró Kai con sus labios apretados por la vergüenza—, yo… hoy… —Las palabras parecían no querer salir de la pequeña boca que se abría y cerraba continuamente. Su padre le miró después de un rato de observar el libro que sostenía entre sus manos e inmediatamente se arrepintió de cualquier confesión que planeara hacer. Dejaría ese asunto zanjado y no volvería a ese oasis jamás. —Comí de las manzanas del árbol del vecino… —Y soltó la primera excusa que pasó por su cabeza, alejando la atención de su padre de cualquier hecho más significativo que pudiese sospechar.


 


.-.


 


Tan sólo una vez más.


Ésas eran las palabras que, al día siguiente, Kai se susurró cuando sus pies inevitablemente lo dirigieron hasta la orilla rocosa de aquel lago encantado. Miró con desaprobación el agua, casi como si ella tuviera la culpa y, aun así, sin sentir vergüenza de ir a un lugar prohibido. Sin miramientos, de nuevo se introdujo en el lago.


 


Casi como si el llamado del viento le hubiera susurrado a los oídos, Uruha soltó las telas que sostenía entre sus largos dedos para observar con asombro el otro lado del velo formado por la pequeña cascada que separaba los mundos. Ahí estaba de nuevo aquel humano inocente, mirando, observando, buscando. Sonrió con curiosidad al tiempo que se introducía dentro del agua tibia que le acariciaba las piernas  con mimo e hizo eso mismo que el día anterior, desear ver a aquel humano.


 


Y de nuevo los ojos color granate le estaban observando. Un escalofrío recorrió su columna vertebral al tiempo que sus miembros quedaron paralizados, más por el asombro que por el miedo. La sonrisa tranquila y absurdamente hermosa del elfo –en el que realmente no creía–, le estaba dejando un poco aturdido. Cerró los ojos y sacudió la cabeza desesperadamente con el fin de dejar de pensar en él y, por lo tanto, dejar de observarlo. Al abrir los ojos todo era más claro.


 


El agua le llegó hasta las rodillas y empezó a hacerse más clara en su caída, casi como un vidrio transparente que separaba su mundo del otro. Se acercó unos cuantos pasos más, sin dificultad alguna, y posó su mano en el fino velo que ahora hacía de barrera. Sus dedos tocaron el frío cristal de agua en frente suyo y sus ojos acariciaron el rostro del humano que se acercaba hipnotizado.


 


Lentamente se sintió más atraído hacia aquel ser realmente fantástico y hacia el agua que se paralizó convirtiéndose en hielo. «Ilógico»,pensó. Su corazón bombeaba sangre por todo su cuerpo con violencia y su cerebro no dejaba de repasar todas las imágenes a su alrededor. Los oídos le pitaban y casi podría decir que aquella sonrisa le estaba robando el control de su cuerpo.


 


Sonreía sólo para él. Para el pequeño humano al frente suyo y se sentía correcto. Las manos del otro se levantaron con miedo y vergüenza, hasta posarse exactamente donde él tenía puestas las suyas. Sonrió más amplio cuando, a través del viento, pudo escuchar la voz del otro en una caricia inaudible.


 


— ¿Qué eres? ¿Qué es esto? —soltó avergonzado. El elfo sonrió aún más al escuchar su voz, aunque estaba seguro de que no podría hacerlo. El sonido le llegó como si el viento le susurrara a los oídos palabras inentendibles pero que podía comprender perfectamente.


 — ¿Conoces el lugar a dónde van las promesas rotas que hacen los humanos? ¿Conoces a dónde van las lágrimas de los niños? ¿Sus risas? ¿Su alegría? Éste es el fino velo que separa lo real de lo irreal; tu mundo del mío; tu realidad de la mía. Para mí, tú no eres real. Para ti, yo no soy real. Y sin embargo ambos existimos y ambos nos miramos. ¿Puede ser esto más absurdo? —La voz que parecía un tibio viento de verano le hizo temblar las rodillas—. Yo soy tu destino, y tú eres el mío.


Las palabras llegaron a aturdirlo, incluso más que los ojos irreales de quien sonreía al frente suyo. Abrió la boca para dejar salir el aire que se acumulaba en sus pulmones y para pensar una respuesta coherente.


—Me llamo Uruha, es un gusto —Kai asintió después de unos segundos. El silencio entre los dos se instaló al no procesar correctamente una respuesta. — ¿Cómo te llamas tú?


—Kai… —dejó salir casi como un suspiro—. Mi nombre es Kai.


.--.


 


Cuando sus pies tocaron el empedrado del suelo de aquella edificación extraña, sintió que algo iba mal. Las altas elfas corrían de un lugar a otro arrastrando sus túnicas por todo el salón principal y los fornidos elfos de piel oscura se veían con su mirada y sus gestos endurecidos.  Apretó contra sí mismo la cesta que cargaba entre sus manos.


—Uruha —llamó una de las sacerdotisas del templo—. Tu madre está furiosa, es mejor que vayas a tu habitación y no salgas de ella —el aludido sintió cómo el sudor frío resbalaba por su espalda. Si su madre estaba furiosa, no eran buenas noticias. Sintió el terror recorrer sus huesos al pensar que tal vez lo había visto hablar con el humano.


— ¡Uruha! —Un grito hizo que todos en aquel salón se quedaran paralizados. La sacerdotisa Ellyllon se envaró a su lado antes de que bajara la cabeza en señal de respeto—. No sé… —Los pasos de Seelie resonaban casi por toda la edificación en cuanto sus pies tocaban los escalones mientras bajaba por la escalinata. Uruha mantuvo su rostro sereno, aun cuando por dentro se moría por el miedo que provocaba esa mirada sobre sus pupilas claras—, ¿en qué momento a ti se te permitió llegar hasta los extremos de desobedecer mis deseos? —La fúrica mirada verdosa entre esa piel lila le aturdía—. No creas que no me entero de lo que pasa por mis territorios, pequeño —sintió cómo la mano de su benefactora acariciaba con frío y fingido cariño su barbilla. Cerró los ojos al sentir las uñas clavarse en su blanca piel—. No seré más tolerante con esta clase de comportamientos, Uruha. ¡No quiero que vuelvas a pisar el templo! —Y, como si su alma hubiese vuelto a su cuerpo, sintió salir el aire contenido, aliviado—. ¡Es un lugar sagrado que tú en tu inmundicia no debes pisar! — ¡Ella no sabía de Kai!  La repentina rigidez en su espalda se relajó y su madre notó eso—. No creas que no tendrás un castigo. Por ahora, ve a tu habitación y mañana se hablará de eso.


—Sí, señora —Uruha se retiró casi corriendo hasta la escalinata, seguido por Ellyllon con mucha más paciencia. La elfa lo alcanzó antes de que el cerrara la puerta de su habitación.


—Estuviste en el velo —soltó en cuanto cerró tras de sí. Uruha le miró con algo de miedo—. Se te nota en la cara —Uruha volteó hasta el ventanal donde se reflejaba su cama y él mismo—. Sabes que no debes estar allá. Terminarás muerto si lo haces —no sintió como fue que las manos suaves llegaron a acariciarle el rostro—. Estás más pálido de lo normal. No soportas estar en ese lugar y te estás descuidando.


—No pasará nada —dijo bajando la cabeza. Debía mantener a Kai en secreto, no podía exponerlo al peligro que conllevaba estar cerca de los elfos de la noche. Ni siquiera cerca de su maestra. —No me pasará nada por estar cerca del velo si yo no lo deseo. —Levantó la mirada desafiante hasta los ojos comprensivos de Ellyllon.


—Es mucho más de lo que tú deseas ver, pequeño. Te matará lentamente y yo no podré evitarlo —Uruha bajó la cabeza, negando las palabras de la elfa—. Y también sabes perfectamente que está prohibido bajo pena de muerte el ir a ese lugar. Si tu madre se llega a enterar de lo que has hecho, cariño, no podré defenderte.


—No quiero hablar de esto ahora, Ellyllon. Por favor —la elfa retiró sus manos de la cara de su hermano de piel clara.


—Está bien, Uruha, está bien —Y cogiendo la canasta con las prendas limpias, salió de la habitación, dejándole solo frente a las cortinas de organdí rojo que colgaban rígidas desde el alto techo. Abrió el ventanal para dejar entrar el viento, su elemento favorito. Susurró algo antes de sonreír y volver adentro para dormir.


 


.-.


 


Los ojos de Kai se estaban cerrando, viciados por el sueño de un día largo y mentalmente agotador. Acostado en su cama, mirando el reflejo de la luz en el suelo de su habitación, por su ventana abierta entró de nuevo esa brisa tibia que le hablaba al oído y de la cual se había acostumbrado con el pasar de las horas. Un suave buenas noches que entendía sin realmente hacerlo fue el preludio para que sus sueños se apoderaran de su realidad.


 


.-.


Era bastante curioso el ver como aquel ‘tan solo una vez más’ se había convertido en un hábito de todas las tardes para ambos. Incluso si solo podían pasar horas –o minutos– mirándose, hablando de trivialidades e incluso jugando un poco con el agua. Kai descubrió que Uruha era bueno controlando los elementos que le rodeaban, lo cual explicaba muy bien como era que podían hablar a través del viento.


Uruha le contaba cómo fue que su familia fue destruida por humanos mucho antes de que él tuviera consciencia de la realidad y también como su familia adoptiva le odiaba. Su madre había buscado matarlo desde el mismo momento en el que le vio, y su maestra le protegía con su vida.


Los segundos parecían eternidades cuando sus pupilas se encontraban, haciendo el ambiente más cálido sin importar la estación del año. Pero ambos sabían que el tiempo les estaba siendo arrebatado, ambos sabían que llegaría el día en el que se verían por última vez.


Las caricias prohibidas con el agua corriendo entre ellos eran esporádicas, pero no inexistentes. Con el paso de los años, la necesidad de ambos por tocarse era mucho más grande que su propia racionalidad y el deseo escondido del amor crecía con cada día que se veían.


El frío del invierno los recibió como todas las tardes del último mes, abrazándolo casi con crueldad y haciéndole saber que su fino yukata no era suficiente. Miró hacia todos los lugares a su vista y, con  mucho sigilo, corrió hasta la entrada del bosque que ahora se tornaba blanco por la nieve de invierno. Caminó por aquel camino que, hasta con los ojos cerrados, recorría todos los días desde los últimos siete hermosos inviernos. Su aliento se hacía visible en cuanto salía de su boca y nariz. Cruzó los últimos metros para llegar al único lugar verde en todo el bosque. Escuchó el agua correr con la delicadeza de siempre y, sin pensarlo dos veces,  se introdujo en ella sintiendo las caricias que no terminaban de ser normales para él. La pequeña caída de agua se empezó a despejar ante el deseo de su corazón, el cual bombeaba eufórico.


Los castaños mechones de cabello largo y liso como el agua que caía frente a él se descolgaban despreocupados por entre las orejas puntiagudas. Los ojos felices le miraron inmediatamente y sus manos se encontraron como la primera vez que cruzaron palabras. Para ambos era reconfortante el verse mutuamente. Uruha bajó la mirada hacia una de las bolsas que colgaban de su cintura, sacando un pañuelo de color perlado. Kai lo miró curioso y esperó.


 


Desenvolvió nervioso el dije color ocre que Ellyllon le había dado esa misma mañana. La sonrisa nerviosa no se derretía en su rostro y podía sentir la mirada de Kai a través del cristal, curioseando lo que sostenía. Levantó el rostro, mirándole con los ojos algo temerosos y le tendió el dije, para que lo viera. Kai sonrió como siempre lo hacía y apegó su nariz al velo. Uruha hizo lo mismo hasta que casi pudieron sentirse mutuamente. Se despegó para acercar el dije a la vista de Kai.


 


Aquella joya curiosa brillaba frente a él. Tal vez por el agua que corría entre ellos. Las hojas entrelazadas en su longitud y respaldadas por aros de lo que parecía oro envejecido se dejaban adivinar en las manos delgadas de su acompañante. Miró los ojos que tanto adoraba y sonrió, aceptando el regalo. Uruha bajó la mirada sonrojado y, agachándose, dejó el pañuelo con el dije flotar en el agua, pasando a través del velo. Kai lo recogió y sintió emocionarse. Era tan hermoso.


—Gracias —dijo a Uruha, a lo cual respondió con una sonrisa. Kai se alarmó al ver que la sonrisa se tornaba algo tirante y sus mejillas aún más pálidas de lo habitual. Llevó su mano hasta la altura de la cabeza ajena y Uruha notó el desconcierto de sus ojos—. Estás pálido —afirmó —, ¿pasa algo? –Dijo luego de unos segundos de silencio por parte del otro—. Uruha… ¿pasa algo? —Terminó por repetir.


—No es nada, Kai —susurró bajando la cabeza, escondiendo la mirada del otro. Kai supo que estaba mintiendo.


—Uruha, por favor… no quiero que me mientas —el otro Levantó la cara y lo miró con sus pupilas desbordando súplica. Kai se sintió aturdido un momento.


—Es… complicado, Kai. Lo siento —e hizo aquello que ambos sabían era prohibido desde cualquier lado del velo.


La mano blanca y delicada iba tornándose roja y lastimada en cuando el agua dejaba de tocarle por el otro lado del velo. Kai estaba paralizado, mirando con pánico como la piel brillante ardía al contacto del aire y del mundo humano. Sus dedos tocaron suavemente la mejilla contraria y saltaron lágrimas del rostro delgado del elfo. Lágrimas que se mezclaban y morían en la sonrisa satisfecha que su rostro no podía disimular. Aquel tacto era la cosa más increíble que ambos pudieran sentir a lo largo de su vida, y fueron necesarios tan solo unos cuantos segundos para saber que verdaderamente su destino era estar juntos.


Kai, con toda la delicadeza del caso, atrapó aquella mano y la devolvió por donde había venido. Aún sentía la caricia en su mejilla y la calidez en todo su cuerpo. Pero la culpa también se había alojado en él, al ver como la piel del otro no terminaba de volver a su color natural. La marca roja se extendía desde la punta de sus dedos hasta su delgada muñeca y hacía un violento contraste con el níveo color del brazo que le precedía. Uruha llevó la mano hasta su pecho, queriendo ocultarla del otro.


—Kai —lo llamó para que levantara sus ojos de su piel—. Viviremos juntos, ¿cierto? Cuando seamos mayores —dijo con ilusión en su mirada—. Serás mi compañero y estarás ahí para mí, ¿cierto? Yo cuidaré de ti y estaremos los dos para toda la eternidad… —Las lágrimas se desbordaban ahora de sus ojos, sabiendo una verdad que nadie quería escuchar.


—Lo prome… —Uruha le calló al escuchar aquellas palabras.


—No digas eso, no prometas nada… —Casi gimió posando su palma en el velo. Kai lo siguió—. No hagas de este lugar algo más miserable… No digas cosas que no se podrán cumplir —Kai pudo ver como agachaba la cabeza con tristeza.


—Seré tu destino y tu eternidad, Uruha. Te lo juro.


 


.--.


 


Unas horas después cuando Kai ingresó a su casa empedrada por la puerta de la cocina, su padre estaba esperándole sentado en una de las sillas del comedor, con un cigarro entre sus labios y su cabello largo aún mojado. Kai se sintió avergonzado.


—¿Dónde has estado? —Aquello, lejos de sonar como una pregunta, sonó más como una orden. Bajó la cabeza y llevó las manos (las cuales sostenían el dije con fuerza) hasta su espalda, haciéndose ver apenado—. He estado toda la tarde esperando por ti. Necesito que vengas conmigo, esta noche se atacarán a las malditas criaturas que han atormentado el pueblo desde hace años —la mirada se posó en el rostro fuerte y muy parecido al de él, llena de pánico—. Por fin la puerta se ha dejado ver.


—E… ¿esta noche? —tartamudeó con sorpresa, haciendo levantar una ceja de su padre.


—Sí, Kai, esta noche se llevará a cabo lo que se ha tardado décadas en concretarse. ¿Quieres participar o eres un cobarde?


Debía pensar rápido… Uruha, atacar, el velo…


¡MALDITA SEA!


Tienes que hacerlo.


Susurró la brisa en sus oídos. Cerró los ojos con impotencia al tiempo que dirigía sus pasos hacia las escaleras.


—Lo haré, padre —Y subió a prepararse.


 


.--.


 


Entró sigilosamente y mirando hacia los lados del salón principal. Su mano vendada escocía como no podría imaginarlo nadie. Caminó un poco hasta la escalera, antes de escuchar como la voz de su madre resonaba por el salón, haciendo eco y clavándose en su corazón cada vez más profundo.


¡¿CÓMO QUE ATACARÁN?! ¡MALDITAS ALIMAÑAS! —Apresuró sus pasos escaleras abajo, apenas reparando en su hijo parado a un lado—. Gwyllion, llama a los generales. Necesito una reunión de carácter urgente —ordenó con más calma, volteando sus ojos centelleantes hacia su hijo–. Uruha, ve a cambiarte, tú también defenderás —Uruha la miró con pánico y pudo ver su vestido ondeando, alejándose de él. Subió las escaleras con algo de prisa para encerrarse en su habitación. Sus profecías se estaban volviendo realidad.


 


Si los humanos atacaban el velo, todo estaría perdido.


 


 


El cabello azulado de Ellyllon ondeó un poco por la brisa tibia y particular que entró por su balcón. Se levantó de la silla sonriendo, conociendo la firma en aquella deliciosa brisa. Se asomó para ver como su pequeño estaba en el otro lado del muro, mirándole suplicante. Salió de su habitación por la puerta y pronto se vio tocando  las puertas de la otra habitación. Uruha le abrió alarmado.


Los matarán —dijo apenas cerró la puerta detrás de él. Ellyllon cerró los ojos y suspiró.


Sí —Susurró después de un rato de intenso silencio. Uruha empezaba a desesperarse. Salió al balcón a escuchar las palabras del viento.


…participar o eres un cobarde…


Abrió los ojos, susurrando suaves palabras de regreso.


Es un error que él venga —dijo ella con tono compasivo.


Ya, pero no tendré otra oportunidad de verlo. ¡No podré verlo jamás! —gritó alterado, dejando que las lágrimas inundaran sus ojos y posando las manos en el pecho de su maestra.


Uruha, sabes que eso no es verdad… —musitó tomándolo suavemente por las manos. El movimiento involuntario del otro la alertó.


Tomó con algo de brusquedad la mano pequeña y delicada del otro, sosteniéndola entre las suyas mucho más grandes.


Uruha… ¿has intentado cruzar el velo? —Sus ojos se abrieron sobre manera, alertando al otro. El golpe del metal contra la piedra fría del suelo los alertó a los dos. Seelie los miraba con la ira reflejada en sus pupilas grandes. El pánico se apoderó de ambos, sabiendo la gravedad del asunto.


Ellyllon… –susurró Seelie antes de avanzar— Apártate —y, tomando del brazo a Uruha, lo haló contra sí.


Seelie, Seelie… es sólo un niño, no sabe lo que hace —decía Ellyllon corriendo detrás de la sacerdotisa madre, quien arrastraba con saña al castaño.


Ellyllon, él fue quien trajo a los humanos hasta nosotros, es traición a nuestra raza —pararon en cuanto la tristeza de las mazmorras los recibieron—. Sabes cuál es el castigo de la traición —dijo entregándole el látigo de tres cabezas que había en una pared—. Hasta la muerte —y salió de allí, dejando que las lágrimas nublaran los ojos de ambos.


Lo siento, Uruha… no pude protegerte… —soltó entre sollozos. Uruha dejaba su llanto caer calmado; sabía su destino y lo aceptaba.


De todos modos, en un mundo donde su destino no existiera, él tampoco querría existir.


 


.--.


 


Las horas expuesto al mortal frío de las noches de invierno le hacían doler las manos. Su padre estaba a su lado, perfectamente armado y esperando la señal. El pánico estaba haciendo mella en sus entrañas, nublando sus sentidos y acelerando su corazón. Apretó el dije entre su mano derecha y avanzó en cuanto las filas lo hacían en frente de él.


Toda esa calma, todo ese dolor, toda esa tristeza que se respiraba en ese momento no era el mejor augurio que pudiera tener.


El primer golpe de la noche sonó cuando, al parecer, el agua del lago se vio desbordada en cantidades absurdas contra ellos. Y todo se volvió un torbellino de descontrol y sufrimiento para los ojos inocentes de quienes no debían estar allí.


 


.--.


 


Las horas sentado en el rincón del oscuro calabozo le habían engarrotado los músculos. Sintió como si pequeñas cuchillas le atravesaran las piernas y los brazos cuando se vio arrastrado por uno de los elfos guardianes del templo. De sus ojos no paraban de caer las lágrimas de las muertes que sabía se cobraban allá afuera, y en su pensamiento solo rogaba porque su Kai estuviera bien, porque su corazón siguiera latiendo, al igual que el suyo.  Sintió como la brisa helada del invierno le golpeó las mejillas en cuanto lo sacaron el edificio, llevándolo a la colina en el centro de todo ese pueblo. ¿A cuántas personas había visto morir allí? Más de lo que jamás podría llorar. Y ahora aceptaba ser él quien muriera. Trató de sonreír pensando en los ojos amables y la sonrisa encantadora de Kai.


Las palabras de su madre condenándole a la muerte por la traición a su raza y la desobediencia a las leyes llegaban por momentos hasta sus oídos. Deseaba estar en aquel lugar donde su alma estaba completa. Donde estaba su Kai.


Sus manos se vieron atadas a una barra de piedra que lo dejaba casi colgando por su estatura ligeramente más baja que sus hermanos de piel oscura. Sus pies colgaron un poco sin llegar a tocar el suelo y sintió como el frío lo atravesó al verse despojado de su túnica. La humillación de verse de esa manera ante los ojos de su maestra y de los esclavos de su madre sólo podía soportarla sonriendo a la par de sus recuerdos. El primer latigazo de la noche cruzó por su espalda, arrancándole un grito de sufrimiento.


 


.--.


 


Se sentía estúpidamente aterrado.


La daga en sus manos goteaba la sangre violeta del elfo que estaba debajo de él. El velo se había roto, lo que parecía una eternidad antes y ahora ellos llevaban la ventaja sobre los otros, cuyas pieles no soportaban aquel entorno sin el misticismo de la magia y terminaban por sufrir ante el contacto con el aire. La sangre violeta casi alfombraba el pasto, dando un paisaje macabro ante la vista de cualquiera. Su padre y su raza casi cantaban victoria.


Lo que ni él ni nadie pudieron ver, fue como aquel elfo que agonizaba entre sufrimiento y dolor clavaba una de las flechas que caían desordenadas de su aljaba en el abdomen ajeno. Kai gimió de dolor, llamando la atención de su padre. Inmediatamente cayó a su lado, de rodillas.


— ¡¿Kai?! —gritó sosteniéndole. El pequeño quitó la mano de su padre de sobre las suyas y se levantó con más voluntad que fuerza.


—Déjame, padre —dijo serio. Debía encontrar a Uruha a como diera lugar, necesitaba saber si estaba realmente bien. Necesitaba verlo antes de morir.


 


.--.


 


Los gritos habían dejado de escucharse. Su blanca piel, a diferencia de la comúnmente lila de los elfos de la noche, ahora dejaba salir importantes cantidades de sangre de ella. Su espalda estaba casi destrozada y ya no le quedaban fuerzas para mantener los ojos abiertos.


¿Había dejado de sentir el dolor o los golpes habían cesado? Ya no importaba. Ya casi podía ver la cara de su Kai sostener la suya entre sus manos y poder tener aquel contacto que habían anhelado por años.


 


.--.


 


Corrió todo lo que el dolor le permitió, sintiendo una repentina necesidad de ir hacia donde la luz bañaba aquel monte. No le importaban los muertos, no le importaba la sangre que escurría de su cuerpo, no le importaba nada que no fuera aquel sentimiento de muerte y desconcierto que le embargaba.


Ya casi, ya podía ver entre sus lágrimas las pocas personas paradas ante sí. La elfa de cabello largo y azulado le miró.


Y en un movimiento que ni él mismo pudo ver, ella atravesó a la otra elfa que estaba de espaldas a él con una cimitarra brillante. La victima soltó un grito de furia al tiempo que se desplomaba entre los brazos de quien ahora lo miraba suplicante. Sin pensarlo dos veces, miró a su derecha y todo el mundo se le vino encima.


El cuerpo mancillado de su amado elfo estaba terminando de respirar su último hálito de vida. Corrió hasta él sin importarle el verdugo que ahora se movía hasta la que parecía ser su reina. Tomó el rostro de Uruha con mucho cuidado, casi devoción, y lloró ante la sonrisa enamorada que le devolvió el castaño. Soltó las cuerdas que lo sostenían y lo dejó caer entre sus brazos. Su propia herida parecía querer absorberlo. Ambos cayeron al suelo, sin importarles nada que no fuera el tacto mutuo, aquel sueño que ansiaban desde que se conocieron.


Sonrieron mirándose a los ojos, mirando su inminente destino y aun así no importándoles.


—Siento mucho no poder cumplir lo que te dije… —Y Kai por primera vez pudo escuchar la voz de su castaño sin un intermediario, como lo era el viento—. Siento mucho no estar una eternidad para ti… —Prosiguió casi sin fuerzas, con lágrimas resbalando por sus mejillas.


—No Uruha, no lo sientas. Ahora somos parte del destino. Ahora tenemos nuestra eternidad —murmuró con lágrimas en sus ojos también, y besó con delicadeza los labios de su destino.


Y en un último suspiro de vida, se fundieron en la eternidad que un mundo mortal no podría darles nunca.


 


.--.


 


Dejó caer la última caja en el suelo del nuevo departamento. Su pareja asomó la cara por la cocina y sonrió mirándole a los ojos.


—Yutaka~ —canturreó el castaño desde el sillón donde se había instalado. Kai asomó de nuevo la cabeza y le miró expectante—. Yutaka, cariño… ¿qué es esto? —En sus manos, Kai pudo observar el dije que le había regalado su abuela. Las hojas color ocre se enredaban en sí mismas a la par de que se recostaban en dos aros artísticamente ubicados. Sonrió ante la historia que ella le había contado cuando se lo dio.


—Es  una reliquia de la familia, Shima, sólo eso —respondió sentándose a su lado en el sillón y besando sus labios—. Mi abuela dijo que debía dárselo a quien fuese mi destino, pero has arruinado la sorpresa… —Continuó logrando un puchero adorable en su pareja.


—Kai, es hermoso… pero no necesito esto para saber que mi destino es tuyo y que la eternidad es nuestra. –Kai sonrió, adorando con toda su alma a aquel hombre que hacía que el destino no fuese tan oscuro.


—Te amo…


 


Susurró la voz del viento.  


 


Fin.

Notas finales:

¡Espero les haya gustado! Fue con mucho amorsh fjlkdsañjfklds

 

Maka

 

@GomitaAmarilla


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).