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One last wish. por KanonxKanon

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Notas del fanfic:

Respuesta al desafío: El sueño de una noche de verano.

Bueno dejo mi respuesta al desafío, usaré este espacio para presentar a mis personajes por si alguien no los conoce y las demás explicaciones las dejaré para las notas finales.

 

Shun - Dueljewel: http://24.media.tumblr.com/tumblr_m9ximmNLeW1qjhpqwo1_500.jpg

Hitomi – Moran: http://pic.prepics-cdn.com/ncmrsj/15258912.jpeg

Velo –ex Moran: http://i388.photobucket.com/albums/oo321/pscthunder/Jrock%20si%20VK/moran8.jpg

Hayato -Dueljewel: http://1.bp.blogspot.com/-0b6-yN4_x0U/URjyx4y8lxI/AAAAAAAABhM/RvzC0Cchlx8/s320/3102673.jpeg

Soan – Moran: http://images5.fanpop.com/image/photos/31000000/Soan-moran-31086084-320-430.jpg

I

Por más lejos que volara, mis alas siempre me regresaban al mismo lugar; como si fueran atraídas, como si mi vuelo fuera llamado por su presencia.

No renegaba de ello realmente, si estaba ahí era porque, muy en el fondo, deseaba estarlo; y no era para menos, llevaba ya casi diez años visitándole, observándole desde algún sitio alto donde su mirada no diera con la mía que le profesaba una devoción que, en todos mis siglos de existencia, no había experimentado. Él era un joven tranquilo, a decir verdad, cuando le conocí me llegué a imaginar lo vivaracho que posiblemente era, pero con el tiempo me percaté de que su tranquilidad, esa manera serena de ser, ese modo tan afable y tan dulce que poseía, era algo que llevaba en su ser desde su nacimiento.

Me gustaba recordar en ocasiones —sobre todo cuando la suerte me dejaba abierta una ventana y podía dedicarme a verle mientras dormía—como fue que nos conocimos.

Nueve años atrás, en el punto exacto en que mi existencia terminaría para dar inicio a un nuevo ciclo.

Regresaba a lo que yo llamaba mi hogar, mi vuelo era algo débil, lento, pero tenía la seguridad de que no importaba si me tomaba mi tiempo; los años de mi existencia pasan como si nada, mi cuerpo es fuerte y mi azafranado plumaje se mantiene brillante, pero, cuando el fin de mis 500 años está cerca, todo el cansancio de la vejez se me viene encima. Mi confianza era demasiada y probablemente exponerme tanto fue mi principal error. A  una buena distancia por recorrer aún, un pequeño grupo de humanos se percató de mi presencia y al parecer habían tenido un día de mala caza, ya que, inclusive antes de que yo me diera cuenta de que me seguían, una lluvia de varias flechas interceptó mi camino haciéndome revolotear confundido antes de buscar un trayecto rápido para escapar de su ataque.

Me moví tan rápido como pude y sin embargo, el peso de mi vejez no me permitió  escabullirme de un par de flechas que fueron a atravesar mi ala derecha; solté un lastimero graznido que les informó que habían conseguido su objetivo y entre dolorosos aleteos fui descendiendo en dirección de un boscaje  cercano; al tocar tierra, avancé apresuradamente hacia los arboles más altos y frondosos del paraje, debía encontrar un escondrijo lo suficientemente bueno para que se rindieran de la caza o la noche cayera, ayudándome a volver a mi hogar con más seguridad. Para mi fortuna  no tuve que avanzar mucho antes de toparme con un árbol bastante grande y de un tronco, viejo sí, pero ancho y con un conveniente hueco entre sus raíces y la tierra de donde estas emergían.

No dudé en usar ese hoyo como escondite y, una vez que me ubiqué dentro de este, me sumergí tanto como pude, evitando que mi ala derecha se viera presionada; dolía y bastante, y estaba seguro que algún mal movimiento  me haría quejarme de nuevo. Pasaron algunos minutos antes de que lograra advertir el sonido de los pasos entre las hojas secas del suelo, aunque no eran más que las de dos seres, y por las voces, que se volvían cada vez más cercanas, aseguraba que se trataba de un infante y un adulto.

—Seguramente ya volvió a su nido, está herido ¿por qué no le dejan en paz? —se quejó la voz infantil. El adulto reprendió las quejas del infante y le ordenó que revisase los alrededores; los pequeños bufidos del humano más joven se aproximaron aún más mientras los pasos del mayor se alejaban; cerré los ojos, cansado, fastidiado y débil, aún tenía que aguantar lo que restaba del día para que el ciclo de esa existencia terminara y el golpe de los pasos del humano sobre el suelo, eran una presión que ciertamente no necesitaba, pero ahí estaba, haciendo que me hundiera en aquel tronco cada vez que el chiquillo daba un paso, aun cuando ya era imposible sumergirme más. De repente, me invadió esa sensación extraña que se tiene cuando alguien te observa y al abrir de nuevo los ojos, me topé con los del humano, que me observaban con una fascinación que no sé si sería capaz de describir.

Lo más seguro es que la mirada me cambió   en aquel instante, probablemente se tornó seria, dura, desafiante, quizá, pues la de aquel infante se aderezó con algo de miedo; sin embargo no retrocedió ni un solo paso, me seguía contemplando desde su lugar el tiempo suficiente para que yo grabara aquella imagen en mi memoria; era un chico delgado, de cabellos castaños y ojos de un azul que, con la luz adecuada atinándole en las pupilas, se alcanzaba a apreciar gris y claro tenía las facciones de un niño: mejillas redondas y abultadas, los ojos grandes y sus pequeños labios, curvilíneos y abultados, matizados de un color similar al de los melocotones, era un niño bonito, tenía que admitirlo.

—No te haré daño — fue lo primero que dijo tras un largo instante, pero esas palabras más que tranquilizarme, me ponían a la defensiva. Aleteé intentando asustarle, obligarle a que se fuera —sin pensar que eso probablemente le haría llamar a los demás humanos —, pero no lo hizo y solo provoqué un brusco movimiento   de mi ala derecha me hizo quejarme de nuevo, y al parecer eso motivó las pequeñas piernas del humano que comenzaron  a moverse rápidamente en mi dirección.

Me miró con miedo sí, pero podía atisbar algo más que solo eso; sus jóvenes manos se estiraron entre un titubeo, buscando tocarme aunque solo logró que  comenzara a aletear de nuevo; quería alejarle, el instinto lo hace a uno buscar cualquier medio para repeler aquello que tememos nos haga daño, pero a ese pequeño no pareció afectarle mi intención. Sus pequeñas manos asieron la punta de una de las flechas  y, habilidosas, se encargaron de retirarla con extremo cuidado; mi cuerpo tembló ante la sensación, ese hormigueo y ese punzante dolor que se mezclaba con el alivio; la otra flecha fue removida enseguida y de una pequeña bolsa entre sus ropas, aquel pequeño sacó algunas hojas que colocó enseguida sobre las heridas. Por un momento sentí un ardor que me hizo temblar de nuevo, pero tras unos segundos un nuevo hormigueo relajó mi ala herida y al mismo tiempo que lo hacía con todo mi cuerpo al punto de obligarme a cerrar los ojos.

—Estarás bien, mamá usa esto conmigo cuando me raspo las rodillas y eso —la vocecilla del infante me hizo entreabrir los ojos y me encontré con la figura borrosa de una de sus manos que se acercaba a mi cabeza, misma que posteriormente  fue consentida con pequeñas caricias por parte suya —. Nunca había visto un ave como tú —susurró y cerré de nuevo los ojos, entregándome al cansancio que era confortado por  esas atenciones de parte del infante.

Por supuesto, mi fascinación para con aquel muchacho no comenzó ahí.

Sucedió un tiempo después, tras que mi existencia llegara a su fin y de aquellas cenizas en las que me convertí; un poco antes de que el sol se ocultara el infante se fue —sin avisar a sus congéneres ni advertirme a mí, simplemente desapareció— y al anochecer el fuego consumió mis alas, mi cuerpo, se llevó mi vejes y dejó a una cría que esperaba ansiosa poder volar para regresar a su nido.

La mañana llegó y con ella mi ahora joven cuerpo comenzó a aletear entre las cenizas restantes de mi muerte; me tendría que quedar ahí al menos uno o dos meses, tiempo necesario para que mis alas adquirieran de nuevo su fuerza y pudieran retomar el vuelo. No estaba mal, después de todo, los humanos parecía que no iban a volver y esa zona del bosque estaba bastante despejada, por lo que se me antojaba tranquila para pasar ese lapso de tiempo. Me acurruqué en el fondo de aquel hueco  y cuando justo cerraba los ojos, escuché unos agitados pasos entrando en mi escondrijo, entorné una desconcertada mirada hacia la figura que ahora se acomodaba junto a mí, aquel infante castaño había vuelto y me escrutaba con sus enormes ojos azulinos y curiosos.

—¿Y el ave más grande? —preguntó extrañado, mientras miraba hacia todos lados; su cándida mirada se posó en mí tras unos momentos  y enseguida gateó para acercarse un poco más—. ¿Eres el polluelo de aquella ave? ¿Es tu mamá? —indagó, antes de llevar una de sus manos a mi cabeza; sus pequeños dedos se deslizaron por mi cuerpo y una sonrisa orlada de terneza se insertó en los bonitos labios de aquel niño—.  No temas —susurraba—, yo te cuidaré mientras no esté —afirmó y con esas palabras una sensación cálida invadió mi piel y ese vago plumaje que apenas nacía.

No había tenido un trato directo con algún otro fénix  y mucho menos con un humano; era un ser solitario a decir verdad, me gustaba surcar los cielos, ir muy lejos y conocer el cielo de muchos otros lugares, pero cuando mi vida estaba por terminar, regresaba a aquel pequeño nido que tenía oculto en unas viejas montañas no muy lejanas a donde me escondía en aquel momento. Repelía el contacto, fuera cual fuera, pero el permitírselo a aquel infante, me hacía extrañarme de mi mismo.

—Me llamo Sanaka —dijo repentinamente el muchacho, mientras me mostraba una bolsa que había llevado consigo y cuyo contenido era enteramente comida—. Tú acabas de nacer, así que probablemente tu mamá no te ha puesto algún nombre. —Extrajo una pequeña hogaza de su bolsa y tras arrancarle tres pequeños pedazos, tendió su mano extendida ofreciéndomelos—. Pensaré en un nombre para ti —sentenció contento y se quedó esperando a que yo tomara el pan que me ofrecía.

Aceptarle las caricias era una cosa, pero comer de su mano era algo que definitivamente no haría, podía aceptar que tenía hambre, pero no me mostraría tan dócil; me acerqué sin mirarle a los ojos  y con mi pico empujé fuera de su mano los pedazos de pan que posteriormente me comí del suelo, picoteándolos tranquilamente.

—Que delicado… —se quejó el muchacho y puchereó de una manera tan encantadora que hasta ahora no he olvidado.

Los días fueron transcurriendo de una manera tranquila, y todos y cada uno de ellos  recibía la visita de Sanaka en aquel árbol, se había convertido también en su escondrijo de alguna manera: iba ahí para alimentarme, pero también se escondía de sus padres tras alguna riña, además había tomado la costumbre de conversar mucho conmigo y, aunque él no lo supiera, sus pláticas comenzaron a convertirse  en algo ameno que disfrutaba bastante. Sanaka hacía muchas cosas para mí: desde llevarme semillas, pan y agua, hasta agitar mis alas animosamente en un intento suyo por enseñarme a volar. Pienso ahora, que fueron esas primeras semanas las que despertaron una pequeña llama dentro de mi ser, una que realmente lograba quemarme el interior.

Primero los  días, luego semanas y finalmente los meses; mis alas ya eran lo suficientemente fuertes para levantar el vuelo, de hecho, pude haberme ido desde hacía al menos dos semanas atrás pero estaba de sobra decir que Sanaka se había convertido mi motivo para quedarme. Llegaba por las mañanas, con ese rostro redondo —y en ocasiones adormilado— alumbrado por su tierna sonrisa y se quedaba hasta que el cielo se cubría de un anaranjado similar al de mi plumaje —que en ese momento ya podía presumir— y aunque se despedía con su carita apesadumbrada, prometía volver al día siguiente. 

 Aquella llama que habitaba dentro de mí era avivada por su sonrisa al llegar y quemaba fuertemente mi ser con su partida; ahora puedo admitir, que en aquel momento le tenía un inmenso cariño a ese muchacho.

Dejé que pasaran unas semanas más y esas semanas pronto se convirtieron en mesesn nuevamente, meses que se convirtieron en un año completo; probablemente lo que me hizo esperar tanto para irme fue que necesitaba de cierta manera un impulso, esperaba un motivo que me animara a irme: que él no fuera más, que me dijera que ya era tiempo de regresar a mi nido, inclusive, llegué a pensar en la posibilidad de que en algún momento sería él quien se daría a la tarea de terminar la caza que los de su índole no lograron ya un año atrás. Pero nada de eso pasó. Sanaka continuaba yendo a nuestro escondrijo con la misma sonrisa con la que le recuerdo.

—¿Sabes? He escuchado a muchas personas decir que volar ha sido el sueño de los hombres desde tiempos inmemorables. —Su voz tranquila me hizo alzar un poco la cabeza y le observé tendido a mi lado, degustando una pequeña manzana—. Pero yo no siento que ese pudiera ser un sueño al que aspirara, me gustaría más que las aves nos contaran que se siente eso, así soñaría con esa sensación y no con la ambición de poseerla. —Se levantó de un pequeño impulso y enseguida se puso de pie, terminando al mismo tiempo la fruta a grandes mordiscos—. Hoy regreso a casa temprano —dijo con las mejillas algo abultadas—. Acompañaré a mi padre a un pueblo cercano, pero regreso mañana por la tarde.

Me quedé expectante de sus palabras y aunque estuve tentado a asentir, haciéndole saber que entendía, permanecí quieto observándole salir de aquel enorme tronco.

—Si algún día tú aprendes a hablar, tienes que decirme que se siente volar—dictaminó y tras dedicarme una sonrisa, abandonó el sitio en apresurados pasos.

En cuanto dejé de escuchar su andar, asomé la cabeza y el sonido de unas hojas al agitarse me hicieron dirigir la mirada hacia las ramas de un árbol próximo a donde yo estaba; una pequeña sombra negra brincaba de rama en rama y, al llegar a la más cercana al suelo, se dejó caer  mostrando a un pequeño gato de pelaje negro y grandes orbes de un verde grisáceo que me observaron burlones durante algunos segundos. Pude haber tomado eso como cualquier cosa, de no ser porque un gato era la última cosa que aparecería en un bosque como aquel, además, aunque el felino se retiró —con ese caminar altivo distintivo de los de su especie— esa sensación de ser observado se quedó todo el día.

Debía marcharme, aquel fugaz encuentro logró crisparme los nervios y si yo era vigilado, no dudaba que Sanaka también lo era; podía ser un pensar paranoico, pero había algo más en aquel felino que solo esos peculiares ojos verdes. Esa noche sería  la última que pasaría dentro de aquel árbol, al amanecer emprendería el vuelo para regresar a mi nido, cosa que muy en el fondo no deseaba que llegara; me vi despierto toda la noche, teniéndole miedo al alba porque con ella llegaría la despedida, una despedida que únicamente daría yo, pues de tan solo imaginar la cara redonda de Sanaka con un semblante acongojado, me proponía a mí mismo el no irme. Pero, ¿qué podía hacer después de todo? Él crecería y viéndolo de una manera, digamos realista, yo era algo así como una mascota a la que quería mucho y eso podía sentirlo, podía sentir su cariño cada que me acariciaba la cabeza mientras dormía, lo sentía en esas ocasiones que se acurrucaba junto a mi cálido cuerpo para dormir y por supuesto, me lo transmitía con cada sonrisa que me dedicaba al verme; pero yo no le quería solamente, él se había convertido en algo más: se transformó en esa llamarada que calentaba mi corazón inmortal. Había comenzado a amarle y no podía permitirme aquello, no con tantos “peros”  no solo en mi cabeza sino reales también; él era un muchacho humano y yo un ave que se había condenado a amarle durante el resto de su inmortal existencia.

Con mi cabeza sacudida por todos aquellos pensamientos y una desconocida sensación oprimiéndome el pecho, emprendí el vuelo a la hora que me había impuesto: justo cuando el sol comenzaba a salir. Me alejé de aquel pequeño sitio lleno de recuerdos, recuerdos de tan solo un año que atesoraría por siempre  y pude sentir como aquella llama en mi interior se ponía tan inquieta hasta el punto de doler.

Los días volvían a correr con tranquilidad; yo no volví a aquel sitio aunque muchas veces sentí que debía hacerlo, inclusive, llegué a pensar que Sanaka estaba aún ahí, esperando a que regresara, pero con todo y esa sensación no regresé; sabía que si le encontraba, que si le veía una vez más, no querría volver a irme pero al mismo tiempo un sentimiento se encontraba con esa decisión: le extrañaba. Un vacío se había creado dentro de mí y se volvía más grande con el pasar de los días, quería verle y pensé, que no pasaría nada si solo le observaba. Comencé a vigilarle, a seguirle y, de alguna manera, a cuidarle; además había confirmado aquel fugaz pensamiento mío: me di cuenta que aún iba a aquel árbol; pasaba horas ahí y cuando el sol caía, terminaba por rendirse y volvía a casa; aquello agitó mi interior y decidí que fuera  a donde fuera ese muchacho, yo le seguiría para cuidarle y estar con él con solo esa pequeña distancia entre nosotros, sin que lo supiera, me bastaba con solo poder verle todos los días.

Me las había ingeniado para surcar cerca de él. Conocía el pequeño pueblo donde vivía, no estaba lejos de donde nos veíamos a diario y al ser un sitio algo poblado, podía ocultarme entre las diversas casas o entre el follaje alrededor del pueblo. Poco a poco, Sanaka dejó de visitar aquel árbol y no era para menos pues su resignación se alimentaba de esa desilusión que se llevaba día con día al no verme regresar a ese escondrijo.

Pienso que una de las cosas más maravillosas que observé al vigilarle fue el verle crecer; Sanaka se hacía más alto, su rostro dejaba esas mejillas redondas atrás y las facciones masculinas de un adulto comenzaban a aparecer, aunque a mis ojos aún tenía muchos aspectos de cuando niño: sus ojos grandes, sus labios rosas y esa sonrisa que me embelesaba durante mucho tiempo. Fui un expectante silencioso de su vida y le vi enfermarse, reír, llorar…  y aunque agradecía el poder seguirle de esa manera, deseaba con todo el corazón, no solo ser un espectador, sino estar dentro su existencia, ser el motivo de su sonrisa, aliviar su llanto y caminar a su lado como lo hacían aquellos más allegados a él.

Fue en uno de esos tantos días —en los que le miraba recorrer el pueblo para comprar el alimento de su familia— que me percaté de un comportamiento totalmente nuevo por parte de él; lo  noté bastante nervioso al llegar al pequeño local donde compraba frutas y verduras y aquello pareció aumentar cuando una joven muchacha apareció para atenderle. Sanaka hizo la compra en aquel local  y se quedó al menos un par de horas conversando con aquella muchacha; al principio pensé que sería como los otros humanos que le acompañaban, una amiga con la que le agradaba conversar, pero con el pasar de  los días me di cuenta que los ojos de él cambiaban; algo nuevo aparecía en ellos y solo se hacía presente cuando se encontraban con los de aquella mujer y no tardé mucho en descubrir que ese nuevo brillo en su mirada era similar al que aparecía en mis ojos.

Con el pasar de las semanas, aquella mujer comenzó a mirarle igual que yo lo hacía, observé como Sanaka hacia hasta lo imposible por verla la mayor parte del día y ahora, cuando caminaban juntos, sus manos se unían con fuerza;  esa muchacha era capaz de hacer todo lo que yo tanto anhelaba: sostenía su mano, podía abrazarle y Sanaka le correspondía con tal entrega que atraía una dolorosa punzaba a mi pecho; podía unir sus labios con los de él en una muestra de enorme cariño que yo envidié con todas mis fuerzas, logrando únicamente que esa llama en mi interior se avivara con tal deseo que mis ojos se nublaron y terminaron cerrándose con fuerza, incapaces de seguir soportando observar aquello.

Ese día regresé al árbol donde había convivido con Sanaka; el lugar donde estaban mis recuerdos y los suyos,  ahí me pertenecía, ahí solamente me observaba a mí, en ese sitio no existía nadie más, solo él y yo.

Aterricé a unos cuantos metros del enorme árbol y comencé a andar casi arrastrando las patas, como si perdiera fuerza con cada escena que regresaba a mi cabeza y al final volví a esconderme en aquel hueco; ya no de cazadores, sino de una realidad que para mí era imposible cambiar. Me acurruqué ahí dentro y cerré los ojos por un largo instante trayendo aquellas remembranzas de hacía años, esos recuerdos que anhelaba volvieran, pero terminaba viendo aquella escena de Sanaka abrazando a la muchacha y volvía a abrirles, encontrándome solo en aquel silencioso lugar con esa dolorosa imagen del que fue mi niño amando a otro ser atormentándome.

—Qué triste es ver así a un ave que las leyendas presumen tan magnificente y gloriosa. —Levanté la cabeza de golpe al escuchar eso no muy lejos de donde estaba y siguiendo el sonido de aquella voz, mis ojos se toparon con unos brillantes ojos verdes ocultos entre la maleza—. Y todo por un simple humano que no vale la pena. — Esas palabras y el tono burlón que empleaba en ellas me hicieron hervir la sangre; salí de golpe de aquel hueco y me le abalancé en picotazos que daba a diestra y siniestra contra aquel sitio donde escondía.

Las hojas y ramas se sacudieron, y la pequeña criatura salió disparada a trepar un árbol cercano, le seguí con la mirada y en una de las ramas más altas estaba un felino de pelaje negro, el mismo que había visto años atrás observándome. Los orbes del felino brillaban nuevamente y su mirada, fija en la mía, se me antojaba socarrona.

—Pero que ave tan agresiva, bien dicen que la verdad no duele pero incomoda, ¿no es así? —Aquello me hizo soltar un graznido lleno de cólera y sentí como mi piel y plumaje comenzaban a hervir.

—Hayato… —Una nueva voz se hizo presente muy cerca y me hizo detener el agitar de mis alas, dándole oportunidad al felino de huir de mi ataque dando un salto hacia el siguiente árbol—. Si le sigues provocando no moveré un dedo si te mata. —Aquella voz se apreciaba suave y serena y comencé a deslizar la mirada de un lado a otro en busca del dueño de esta.

—No puede matarme, además tengo mis trucos para evitarlo; un ave que se deja cegar por un humano no representaría un gran peligro para mí. —El tono solapado del felino me hizo graznar  de nuevo y cuando me giré hacia el árbol donde yo estaba anteriormente, una figura humana se asomaba detrás de este.

Mis ojos se cruzaron con los profundos de aquel ser y éste me miró como si lograra penetrar más allá de solo mis ojos y aun pese a la distancia, alcancé a atisbar una fugaz y extraña sonrisa; sentí que me compadecía.

—No hemos venido a pelear —aseguró con voz suave el ser tras el árbol y en un parsimonioso andar fue revelando su figura; salió de entre aquellas sombras dejando que el brillo de la luna le iluminara lo suficiente para que yo lograra vislumbrar su rostro. Era un joven humano, de facciones redondeadas, labios gruesos, cabellos negros y una vestimenta algo estrafalaria, pero hecha de finas sedas y chiffon, además de enormes ojos de iris oscuros que mostraban una mirada etérea, acorde con su semblante impasible.

—Hayato —volvió a decir el muchacho y le dedicó una rápida mirada al felino, quien sin decir nada saltó del árbol y en apresurados pasos se colocó al lado del joven—.Mi aprendiz es un poco sonso y atrevido, disculpa si te ha ofendido —dijo el joven dirigiéndose a mí y el gato comenzó a frotarse mimosamente contra una de las piernas del joven y fue deslizándose lentamente, rodeando estas hasta quedar a espaldas del muchacho.

—Pero yo solo estaba diciendo la verdad —masculló el felino y de repente unos brazos envolvieron los hombros del joven y el rostro de otro humano se colocó paralelamente al de éste—. No te enojes conmigo, Velo… —dijo el nuevo ser  con la misma voz de aquel felino y posteriormente dio una pequeña lamida en la mejilla del aludido.

El humano en el que se había convertido aquel felino era más alto que Velo, tenía una mirada maliciosa y sus cabellos eran azabaches, tan solo un poco más largos y un tanto ondulados y sus ropas negras y algo brillantes, se asemejaban al pelaje de su cuerpo como felino. Estaba confundido, molesto y la escena no ayudaba mucho a calmar mi creciente mal humor, por lo que pensé que lo mejor sería acabar con ello lo antes posible y por ello, les dejé escuchar mi pensamiento; yo no podía hablar de una manera que fuera audible, mi método para comunicarme lo hacía a través del pensamiento dejando que, quienes yo creyera fuera conveniente, lo escuchasen.

—¿Qué es lo que quieren? —Ambos seres clavaron su mirada en mí y yo concentré la mía en el más bajo de ellos—. Me han estado observando desde hace mucho, no solo el felino, sino presiento que tú también.

—Así es —susurró Velo.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que buscan? —cuestioné, echando una rápida mirada a Hayato, quien parecía haberse quedado bastante tranquilo, colgado de los hombros de Velo.

—No buscamos nada realmente; estamos aquí porque sabíamos que tarde o temprano tú nos necesitarías —respondió Velo nuevamente y se removió entre los brazos de Hayato, obligando a éste a que le soltase.

—¿Necesitarlos? ¿Para que los necesitaría?

—Demasiadas preguntas —intervino el más alto de ellos antes de que yo cuestionara otra cosa—. Deja que Velo hable. —Una vez más me mostró esa sonrisa burlesca y en tan solo esa fracción de segundo que le observé, Velo había avanzado lo suficiente para estar delante de mí.

—Porque yo puedo darte los medios para obtener eso que tanto deseas. —Su voz me pareció extraña; mantenía ese tono suave y afable, pero lo que dijo me hizo vacilar un paso hacia atrás, provocándole con ello una nueva sonrisa que desapareció tras un segundo—. ¿Lo quieres no es así? A ese muchacho que observas todos los días —me susurró acercándose nuevamente.

—¿A dónde quieres llegar? —inquirí—. No es asunto tuyo… de ustedes, no les importa eso…

—Sí que nos importa —dijo Hayato sin moverse de su lugar, expectante a Velo y a mí—. Bueno más que importarnos, nos da un poco de curiosidad el que… —Velo levantó una de sus manos, haciendo con ella un ademán para que el azabache guardara silencio.

—Solo responde —musitó Velo— y entonces te daré razones. —Le miré fijamente y algo dubitativo asentí sutilmente con la cabeza y  una sonrisa se insertó en los labios del  joven—.Entonces, ¿por qué no hacer algo para obtenerle?

—¿Algo cómo qué?

—Algo como un trato conmigo.

—¿Y quién eres tú?

—Soy con quien debes hacer un trato. —Entrecerré la mirada y Velo se agachó un poco para recoger en brazos a Hayato quien aparecía de nuevo con el cuerpo de un felino—. Mi nombre, como ya escuchaste, es Velo; éste de aquí es Hayato, mi aprendiz —explicaba y aquel felino se acurrucó entre sus brazos dejando escuchar segundos después un tranquilo ronroneo—. Soy un hechicero que viaja todo el tiempo haciendo trueques con quien lo cree conveniente.

—¿Qué clase de trueques? —cuestioné y Velo sonrió de nuevo.

—No pienses que eres el único que desea cosas que parecen imposibles; hay muchos seres en el mundo dispuestos a hacer un trato, un intecambio para cumplir su deseo, y bueno, yo me encargo de ello al menos hasta que Hayato aprenda a hacerlo también. Él es un hechicero al igual que yo, solo que sus habilidades aún requieren madurar. —Con suma elegancia, Velo fue agachándose hasta sentarse sobre sus talones delante de mí. Hasta ahora no sé por qué me quedé, pero lo hice; quizá fue ese deseo del que hablaba el que me motivaba a escucharle, o mejor dicho, el que me llevó hasta el final—. Pero ¿sabes? Rara vez nos encontramos con una criatura mítica que requiera de nuestros poderes, lo cual hace muy atractivo un posible trato contigo. ¿Te has enamorado de ese humano, no es así? —No respondí, me limité a observarle, pero estoy seguro que la respuesta era clara en mis ojos—. Bueno, pues yo puedo darte los medios para estar con él —afirmó.

—¿Cuáles son esos medios?

—Puedo transformarte en uno de los de su índole; te daría las capacidades y la apariencia de un humano y ya no tendrías que conformarte con solo observarle de lejos. —Por un instante, aquella propuesta me dejó cegado; comencé a imaginar las miles posibilidades que tendría al ser un humano; me veía en el lugar de aquella muchacha, siendo yo quien le hiciera reír, le abrazara, quien pudiese besarle de aquella manera… pero las fantasías que formulaba mi mente se detuvieron en cuanto el hechicero añadió—: Eso claro, con un precio de por medio; no es la gran cosa realmente, no comprado con todos los beneficios que tendrás gracias a mí, además, creo que es algo que ya no necesitarás.

Medité sus palabras durante un largo rato; el silbante sonido del viento al cruzar entre las hojas era lo único que se escuchaba a nuestro alrededor y el tranquilo ronroneo de aquel gato se había sumergido en lo que parecía un profundo sueño; por supuesto, gracias a los muchos años que había vivido ya, estaba al tanto de la existencia de los brujos y aunque nunca me había topado con alguno, tenía conocimiento de sus grandes poderes. Pero mi duda ya no radicaba en sus palabras si en mí mismo. Le quería, claro que le quería, deseaba estar con aquel niño que cuidó de mí, ansiaba su compañía y hacerle saber lo mucho que se había clavado en mi ser, enterarle que había sido el único capaz de penetrar en mi alma y hacerla encender como nunca lo habían hecho. Me embriagué de ese deseo y agaché la cabeza por un momento, rindiéndome, olvidando la razón y entregando esa decisión a aquella llama en mi interior; elevé la cabeza una vez más para mirar a Velo a los ojos y entonces mascullé:

—¿Qué es lo que quieres? —El hechicero sonrió con amplitud.

—Tus alas —susurró y lo miré confundido, una risilla le abandonó los labios y tras esta, añadió—: No hablo de las físicas exactamente, hablo de su capacidad de volar.

—Eso podrías obtenerlo de cualquier pájaro…

—No, la capacidad inmortal de las alas de un Fénix es algo sin duda valioso; podría tomarlo de un pájaro cualquiera, como dices, pero esa habilidad se terminaría tarde o temprano, sin embargo, las tuyas prevalecerían eternamente y eso es lo que yo quiero; como verás, no es mucho. Además, considerando que te convertirás en humano, es algo que no necesitarás más ¿no es así? —Vacilé; surcar los cielos era sin duda lo más valioso que un ave podía poseer y estoy seguro de que él notó mi duda, por lo que enseguida, añadió un incentivo que no pasaría por alto—. ¿Qué puede significar el no volar más en comparación de estar con el ser que  has amado desde hace tanto tiempo?

Desvié la mirada hacia aquel árbol, ese escondite donde estuvimos Sanaka y yo; aquellas imágenes de él con la muchacha regresaron a mi cabeza, y sin pensarlo más, susurré:

—Acepto... —Velo entornó su mirada a la mía y atisbé como un deje de regocijo aderezaba sus profundos ojos. Sus manos dejaron cuidadosamente al gato sobre su regazo y enseguida llevó la diestra a sus labios; las yemas de índice, medio y anular sellaron su boca y esta se movió furtivamente sobre estos siseando unas palabras que no fui capaz de escuchar.

Los ojos del hechicero se fueron cerrando y al mismo tiempo lo hacia su mano, hasta quedar hecha un puño sobre sus labios; posteriormente, extendió su brazo hacia mí y cuando sus dedos se estiraron, una  lycoris aurea se asomaba en la palma de su mano.

—Cómela —dijo Velo acercándola a mi pico—.Cómela y cerraremos el trato —musitó y tras un titubeo, abrí el pico para tomarla.

Comí la flor pensando únicamente en la imagen de Sanaka que habitaba en mi ser.

No recuerdo nada de lo que pasó después; me invadió un pesado sopor y mis ojos se cerraron, dejando solo esa imagen borrosa del hechicero poniéndose en pie.  El olor de la mañana llegó y con el, comencé a sentir pequeñas sacudidas entre un vago sueño.

—Oye, oye —decía una voz lejana, lejana pero vagamente familiar.

Sentía los parpados pesados, pero algo se esmeraba en moverme de un lado a otro; resoplé y con desgano, abrí lentamente los ojos, dándole forma a la figura que me sacudía.

—¿Estás bien? —inquirió la figura y sacudí la cabeza, disipando esa nubosidad en mis ojos, que se abrieron a pares enseguida al lograr vislumbrar el rostro de aquel ser.

—Sa…

—¡Sanaka! — Me interrumpió otra voz a la distancia y el aludido volvió el rostro en dirección de dónde provenía otra persona.

—Ah, Natsuki —dijo Sanaka y  una muchacha de largos y ondulados cabellos marrones se posicionó a su lado y acercó a él un pequeño cubo con agua—. Gracias, pero parece que ya ha despertado.

—Qué bueno, el  estanque está algo lejos de aquí, corrí tan rápido como pude. —Un suspiro aliviado salió de los labios de la muchacha y la mano derecha de Sanaka se posó entre sus cabellos, acariciándoles confortantemente.

—No te preocupes, al parece está bien, además, si pasó la noche aquí, lo más seguro es que tenga sed —afirmó el castaño y la muchacha sonrió únicamente para él, eso me hizo entrecerrar la mirada y me removí para poder levantar.

Contorsioné las piernas, el pecho y apoyé la frente en el suelo y cuando quise agitar las alas para tomar un poco de equilibrio, caí de lleno al suelo.

—¡Oye! —exclamó Sanaka—.  Si estás débil no deberías hacer esa clase de movimientos. —Pronto una de sus manos se acercó a mí y escudriñé todo lo que alcanzaba a ver de mi cuerpo: mis alas se habían ido junto con mi plumaje y demás, como había dicho el hechicero, dejé de ser un ave y ahora, mis manos torpes se apoyaban en el suelo para ayudarme a erguirme.

—Sanaka… —dije sin pensar y me quedé algo perplejo al escuchar mi voz y darme cuenta que él la había escuchado también.

—¿Si? —preguntó extrañado de que le llamara por su nombre repentinamente y me cogió de los hombros para ayudarme a ponerme en pie como era mi intención; mis piernas se tambalearon un poco y me di cuenta de que iba ataviado con viejas ropas humanas—. Si necesitas descansar un rato más, hazlo, nos quedaremos aquí para ayudarte; debió ser largo tu viaje como para que terminaras dormido aquí —aseguró él y por primera vez yo le tuve tan cerca que me fue inevitable el no llevar mis manos a su rostro, como si necesitara percatarme de que era real.

Su mirada curiosa se me antojó tan hermosa que mostré una sonrisa inconsciente y Sanaka la respondió con una amplia y afable de su parte.

—Vayamos al pueblo ¿quieres? Allá descansaras más cómodo. — Asentí ante el ofrecimiento sin dudarlo y el castaño dirigió la mirada a la joven—. Natsuki, regresemos a casa, otro día te mostraré este lugar. —La muchacha se levantó al escuchar eso y se acomodó al lado de Sanaka a quien enseguida le tomó de una mano.

—Me parece bien, además por estas fechas es algo frío dormir a la intemperie —añadió ella y dirigió sus ambarinos orbes a los míos—.  Yo soy Natsuki, me presento yo porque alguien… —Miró de soslayo a Sanaka y abultó sus sonrosadas mejillas por un instante—. No se molestó en mencionarme, y eso que yo fui por el agua. —El tono aniñado de la joven hizo reír torpemente a Sanaka y éste apretó la mano de ella entre la suya antes de acercarse a darle un pequeño beso en una mejilla.

—Lo siento —susurró Sanaka y ella sonrió con amplitud deshaciéndose de ese mohín infantil que turbaba sus redondas faces.

—Está bien, pero solo por eso te toca hacer de comer hoy.

—¿Qué? Eso no es justo, yo lo hice ayer y anteayer, es más lo hice toda la semana —alegó Sanaka y la muchacha lo vio enfurruñada.

—Pues es que siempre haces algo para que te castigue y si las cosas siguen así, te ganarás que no te saque a pasear más —sentenció ella.

—Lo dices como si fuera una mascota, mujer… —Sanaka arrugó la frente y Natsuki se acercó a medio abrazarle mientras una de sus manos palmeaba la cabeza del castaño.

—Sí pero eres mi mascota —dijo la joven y una de sus mejillas se frotó con terneza en el hombro de Sanaka, quien reía entre dientes divertido.

Un visaje turbó mis facciones y sentí como me invadía una molestia al ver aquella escena; quería separarles, un deseo enorme de alejar a esa muchacha de él me llenó por completo, pero lo único que se me ocurrió fue acercarme en un par de tambaleantes pasos a ellos y musitar:

— Aka-jū. —Ambos volvieron a verme y mis ojos se quedaron fijos solo en los de Sanaka—. Seres que conocí hace mucho solían llamarme de esa manera, así que supongo que ese es mi nombre. —Al menos eso bastó para que la atención de Sanaka se separara de la joven.

— Aka-jū  —repitió Sanaka en un susurro y la joven hizo lo mismo repetidas veces en pequeños en un tono aún más bajo, como si lo practicase antes de decirlo en voz alta—. No había escuchado un nombre así antes, ¿qué significa? —Le adoraba, ahora le observaba tan de cerca como hacía años y hablaba con él como no llegué a imaginar hacerlo. Me dejé llevar, por el movimiento de sus labios, por ese brillo en sus ojos y nuevamente una de mis manos fue a tocar su rostro; uno de mis dedos se arrastró por una de sus mejillas y no solo Natsuki me observó extrañada de mi acción, sino que él también ladeó su rostro, curioso de aquello.

—Bestia roja —susurré—, significa bestia roja.

Ese día me llevaron a su casa, un pequeño hogar que yo había observado construían hace algún tiempo y estaba llena de un ambiente cálido y agradable; me convertí en su huésped a petición de ambos y claro estaba que no me negaría a ello, Sanaka estaba ahí y si era el mismo quien pedía que me quedara, no dudaría en hacerlo.

Me di cuenta de muchas cosas durante mi estadía en su hogar y una de las principales fue que, claro, se querían mucho; también me enteré de que esa vez que me encontraron, fue porque Sanaka quería mostrarle el refugio de la hermosa ave escarlata que cuidaba cuando niño.

—Yo le quería mucho, pero supongo que las aves nacen con el justo derecho de ser libres; aquel pájaro se fue sin más y aunque si me entristecí bastante, lo acepté con el pasar de los días. —Nos contaba Sanaka a mí y a Natsuki quien servía la merienda de esa noche—. Me gustaría verle ahora, debe ser tan bonito como era su madre o inclusive más, aunque supongo que no se acordará de mí. —Se rascaba la nuca con una mano y su rostro nostálgico me hizo sonreír.

—Sí te recuerda —afirmé repentinamente— y está tan agradecido de conocerte que probablemente te cuida desde entonces. —Mis palabras hicieron sonreír a Sanaka y eso bastó para que me invadiera un sentimiento enorme de regocijo.

En esa ocasión no solo me enteré de que me quería y pensaba en mí —aunque solo fuera como un ave al que admiraba mucho—, también recibí una sonrisa suya dedicada exclusivamente a mí, que logró llenarme de felicidad.

Muchas veces pensé que la presencia de Natsuki me molestaría o inclusive, que con el pasar de los días llegaría a odiarla, pero no fue así; si bien, me molestaban esas muestras de afecto que tenía con Sanaka, pero debía admitir que era una muchacha bastante peculiar; a diferencia de él —que era sereno, de una manera de ser un tanto tranquila y pasible—, Natsuki era un rayo de energía que iba para todos lados jalando la mano de Sanaka y en ocasiones la mía para ser parte de sus juegos o de los quehaceres.

—Sanaka se está tardando —musité mientras esperaba sentado al pie de la puerta principal de la casa; ese día el castaño había salido a ayudar al padre de Natsuki y aunque insistí en ir, me dejaron a cargo de la casa y de Natsuki.

—Tienes razón, pero no podemos hacer nada, nos excluyeron injustamente de su paseo —sentenció Natsuki y se sentó a mi lado. Ella era muy  bonita, debía admitirlo, con sus ojos grandes de color ámbar, sus cabellos marrones y largos —que raramente llevaba atados, pero que esa vez los llevaba en una abultada trenza que caía sobre su hombro derecho.

—No pienso que sea algo injusto; según dijo tu padre no se necesitan personas escandalosas en un bote de pesca y tú eres escandalosa; si fueras más tranquila y te comportaras como Sanaka te llevarían, pero a veces tu comportamiento se asemeja al de un chiquillo hiperactivo —afirmé en un tono burlón y cuando quise recargar mi hombro derecho en el marco de la puerta, sentí que algo tiraba de mis cabellos.

—¿Eh? ¿Qué dijiste? —inquirió Natsuki, observándome con sus grandes y curiosos ojos  mientras sus menudos dedos tejían una trenza en mis cabellos.

—¡¿Pero qué estás haciendo, joder?! —Me alejé de ella, poniéndome en pie y comencé a deshacer aquella trenza mientras le miraba con el ceño fruncido y ella reía abiertamente.

—Pensé que se te vería linda —dijo entre risas y llevó sus manos a cubrirse la boca, amortiguando algunas carcajadas.

Chasqué la lengua y cuando me giré, amenazando con irme de la casa, ella se aproximó y palmeó mi espalda, dedicándome una amplia sonrisa. Sanaka llegó justo en aquel momento, cargando una enorme canasta llena de pescados y yo me apresuré a auxiliarle; Natsuki se encargó de cocinar el pescado para la cena y Sanaka y yo fuimos obligados por ella a montar la mesa.

—Natsuki, vas a engordar si sigues comiendo así —dijo Sanaka repentinamente, en el instante en que la castaña se servía un tercer plato de pescado frito.

—No es cierto —se quejó ella.

—¿Cómo no? —inquirí yo y señalé su vientre con la mirada—. Si ya se nota que estás creciendo para los lados. —Ahogué una pequeña carcajada y cuando pensé que recibiría sus acostumbrados regaños, el color se le subió al rostro y se acomodó de nuevo en su lugar envolviéndose el estómago con los brazos.

—Esto no es por eso… —masculló desviando la mirada y comenzó a echarle tímidos vistazos a Sanaka.

Me quedé extrañado por aquella reacción y escuché el sonido de un cubierto caer contra la mesa; Sanaka había dejado caer el tenedor que usaba y se quedó mirando perplejo a Natsuki quien tamborileó los dedos en su vientre dedicando una amplia sonrisa al castaño, quien cubrió su rostro con una mano y comenzó a reír un tanto nervioso.

Creo que esa noche fue en la  que más cosas experimenté. Abandoné la habitación del comedor, dejándoles a solas —ni siquiera sé por qué lo hice, creo que solamente no quería estar presente en lo que yo consideré un momento lleno de felicidad, una felicidad que era exclusiva de ellos, me sentiría excluido como tantas veces sucedía—; salí de la casa y avancé en calmados pasos mientras perdía la mirada en el cielo nocturno y en las miles de estrellas que orlaban el manto azuleo. 

—¿Aka-jū? —La voz repentina de Sanaka me hizo volver un poco el rostro para verle de refilón y me encontré con su rostro que, aunque tranquilo, no disimulaba ese resplandor de dicha que provocaba su sonrisa.

—¿Qué sucede? —cuestioné y regresé mi atención al cielo. Sanaka avanzó parsimoniosamente y se colocó a mi lado; escuché un profundo suspiro abandonar sus labios y deslicé de nuevo mis ojos hasta observarle de soslayo.

—No sé qué hacer —susurró con la voz algo trémula—. Natsuki será madre y por consecuencia me hará padre… —Comenzó a rascarse la cabeza y reía, reía con tantos nervios que por un momento lo vi frágil y al mismo tiempo tan fuerte—. Y estoy tan feliz que… quiero gritar, correr, pero solo puedo reír y mis manos tiemblan…

Giré sobre mi eje con un paso para observarle mejor y un sentimiento extraño me invadió al ver esa sonrisa temblorosa en sus labios; dolía no ser el motivo de su sonrisa nuevamente y al mismo tiempo no podía evitar estar contento de su felicidad. Esa vez, me atreví finalmente a tocarle, estaba tan desesperado por hacerlo que esa sonrisa, ese estado en el que estaba me llevó al límite y cuando menos pensé mis brazos ya se encontraban envolviéndole con fuerza. Sanaka se quedó algo sorprendido ante mi acción, pero no se alejó, se apoyó en mí  y yo aproveché para estrecharle con tanta fuerza que sentí mis brazos temblar, no solo de emoción, sino de impotencia.

Sé que, pude haber hecho muchas cosas para tenerle conmigo; se me ocurrieron los métodos más rastreros para alejarlo de Natsuki y sin embargo no hice nada, me sentía incompleto, sí, no podía conformarme con solo ser  como un amigo para él, pero tampoco podía destruir su felicidad con tal de obtener la mía; pudiera sonar ridículo, cobarde, o algo por el estilo pero yo le amaba tanto que no me imaginaba a mí mismo destruyendo su alegría con aquella muchacha, solo para que después fuera feliz conmigo y además, nadie me aseguraba que así fuera a ser; cargaría con la culpa de haberle hecho sufrir y estaba seguro que un daño a los sentimientos se queda grabado para siempre. Uno puede olvidad cuando es herido físicamente, la herida duele, cicatriza y después, desaparece, pero con los sentimientos es diferente y prefería cargar yo con esa herida, a dársela  a él.

Hundí mi rostro entre sus cabellos y aspiré de estos profundamente, embriagándome de su aroma.

—¿Qué pasa? —Sanaka se removió un poco entre mis brazos y yo agaché mi rostro hasta ocultarlo en un recoveco de su cuello. Su calidez me enloquecía y tras rosar fugazmente mis labios en su tierna piel, llegué a mi límite.

—Te amo… —susurré sin pensarlo—. Desde hace tanto. —Mis labios se arrastraron por su cuello y me extasié a tal grado que temblé aferrándome a su cuerpo.

Debía decirlo, aquello era más fuerte que yo y  aunque después él se alejó y me vio completamente confundido; en ese momento fui tan incapaz de contener mi deseo que me atreví a tomarle el rostro para profanar sus labios con un brusco beso; sentí por primera vez el tibio de su boca, probé lo dulce que eran sus labios y me entregué de nuevo a él; aquel beso me hizo enamorarme de Sanaka nuevamente y ese sentimiento ya no me cabía en el pecho. Su reacción fue más que obvia: aunque mis labios se movían suplicantes de los suyos, estos solo se arrastraban de un lado a otro en busca de alejarse y al no ver posibilidad de ello ante mi insistencia, sus manos empujaron mi pecho, marcando una dolorosa distancia.

El silencio iba y venía entre nuestras miradas, creo que le era imposible articular palabra alguna y yo había dicho lo único que deseaba que supiera.

Lo que pasó después es vago en mis recuerdos, aunque pienso que es porque son cosas que, de alguna manera, no deseo recordar; Sanaka se separó un poco, dijo que me estimaba mucho y comenzó a disculparse… un hermoso carmín le matizó las mejillas y cuando mencionó a Natsuki, le detuve, le pedí que no dijera nada y  que volviera a casa, titubeó un momento mirándome a los ojos con un deje abrumado y en cuanto le aseguré con una sonrisa que volvería en un rato, se retiró un poco más tranquilo. Me quedé observando su espalda mientras se alejaba, hasta perder la vista de su figura cuando atravesó la puerta.

Mis ojos se habían quedado fijos en la entrada y solo fueron atraídos por el movimiento que se presentaba entre algunos árboles ubicados al costado de la casa; atisbé una esbelta figura y al observarla con más escrutinio, vi el rostro impasible de aquel hechicero. Un grito dentro de la casa me hizo regresar mi atención a esta y cuando eché un vistazo de nuevo a los árboles, la figura del brujo había desaparecido. Me apresuré a regresar al interior de la morada y cuando llegué a la entrada, Sanaka me interceptó en un choque algo brusco;  su mirada desesperada buscó la mía enseguida.

—¿Qué pasa?

—Natsuki… —gimió—. Una araña…

—Tranquilízate, Sanaka —dije y mis manos tomaron las suyas para confortar el temblor de estas. Sanaka aspiró profundamente, estaba pálido y sus ojos miraban continuamente hacia atrás.

—¿Qué le pasa a Natsuki? ¿Qué araña?

—Una araña negra estaba pegada a su cuello, cuando entré estaba ya inconsciente, pero el bicho no dejó de morderle hasta que me apresuré a  quitarla —dijo a media voz  y se cubrió la frente con una mano, antes de continuar—.No sé qué le hizo ese bicho… pero no reacciona, está pálida y comenzó a ponerse fría…—la voz de Sanaka se cortó y mis ojos intentaron ubicar el cuerpo de la muchacha desde la entrada, posándose antes sobre una de las ventanas, llamados por un par de luceros verdosos, que nos observaban expectantes.

—El gato…—mascullé y con un semblante colérico me adentré a la morada dirigiéndome de inmediato al lado de Natsuki; Sanaka me hizo segunda y no tardó en coger a su mujer en brazos para llevarla al lecho de su habitación.

Como  había dicho Sanaka, Natsuki no despertaba; el rosáceo de sus labios y  mejillas desaparecía poco a poco y su cuerpo estaba frío; respiraba sí, pero lo hacía tan lento, que su pecho apenas si se movía. Estaba claro que lo primero que se debía hacer era llamar un médico, pero aunque el que residía en el pueblo respondió enseguida y la atendió con suma profundidad, no logró descubrir el porqué de su letargo, además que los síntomas que presentaba no cuadraban con los del veneno de alguna araña nativa del paraje.

—No había visto estos síntomas  —dijo el doctor—, por lo que me dices, si era una araña negra, es posible que se tratase de una viuda negra pero su veneno no llega a estos extremos y normalmente, solo es letal en niños y personas mayores. —El médico suspiró y Sanaka, invadido por un aura apesadumbrada, le miró suplicante.

—Tienes que hacer algo, Soan… —El médico sacudió cabeza, agitando sus rubios cabellos y llevó una mano al hombro de Sanaka.

—Haré lo que pueda, créeme, usaré alguno de los antídotos que usamos para las viudas negras, posiblemente eso ayude al menos a que recupere la temperatura. —Sanaka forzó una sonrisa y mirando a Natsuki, susurró:

—No quiero perderla… —Aquello provocó que yo agachara la mirada  y que Soan apretara su hombro.

—Iré al pueblo vecino, el doctor de allá tiene un equipo un poco mejor que el mío; volveré por la mañana, estoy seguro que aún tenemos tiempo —afirmó y aunque eso no calmaba del todo a Sanaka, éste asintió y le acompañó tranquilo hasta la salida.

Me quedé durante unos minutos a solas con Natsuki; creo que no podría encontrar las palabras justas para describir las miles de cosas que me pasaron por la cabeza, más que nada, porque eran deseos egoístas, situaciones maliciadas, en las que busqué mi propio beneficio. <<  Si ella ya no está, ¿qué me impediría amar a Sanaka libremente, sin que nadie estorbara? Si desaparece, yo podría hacerle aún más feliz de lo que es ahora. Podría darle todo y sonreiría de nuevo. ¿Qué otra cosa podría detenerme?  >> Me cuestionaba internamente y cuando pensé que tenía clara mi decisión, aquella llama en mi interior  pareció agitarse, llamando a una voz lejana que se limitó únicamente a susurrar dentro de mi cabeza: <<  Sufrirá, y aunque tú juntes todos los pedazos de su corazón herido, habría un trozo que estaría tan machacado que sería imposible unirle de nuevo; quieres su felicidad y ahora solo estás pensando en la tuya. Haz algo, salva su corazón, protege esa felicidad que él ama; tú puedes hacerlo, tu verdadero ser, puede hacerlo.  >>

Chasqueé la lengua, enfadado con aquella voz y conmigo por desearle algo tan ruin a esa muchacha que jamás me negó una sonrisa, a esa joven que se encargaba de hacer feliz al ser que yo amaba. Me incliné hacia Natsuki y retiré de su hombro aquella trenza abultada que llevaba en los cabellos; su cuello quedó expuesto a mi vista y en el vi una pequeña huella: << la mordedura de la araña seguramente >> pensé, pero entonces me di cuenta  que esta iba abriéndose, como si ese punto rojo en la piel albina fuese el botón de una flor que ahora floreaba únicamente para mis ojos.

— Aka-jū… —La voz de Sanaka me hizo volverme enseguida y seguramente mi faz   deformada por el cólera le desconcertó, ya que sus ojos se abrieron enseguida a pares —. ¿Qué tienes? —Le miré a los ojos por un largo instante y aunque mis brazos estuvieron tentados a querer envolverle de nuevo, únicamente una de mis manos tuvo el valor de llegar al menos hasta una de sus mejillas, la cual acaricié enseguida con suavidad.

Le grité con la mirada que lo amaba y él respondió llevando una de sus cálidas manos a sobre la mía; la apretó contra su propia mejilla y yo sonreí por un momento antes de susurrar:

—Ya vuelvo…

Salí corriendo de aquella pequeña casa llevándome en los dedos la calidez de su piel y aunque Sanaka me siguió hasta la entrada, no fue capaz de dejar sola a Natsuki, por lo que mi figura se perdió de su mirada cuando me adentré al bosque.

Corrí  tan rápido como pude y conforme me fui sumergiendo en la espesura de los árboles y demás, lucecillas de un verde esmeralda revoloteaban a los alrededores. Me dirigía hacia mi escondrijo, al sitio donde había comenzado todo, y cuando faltaban tan solo unos metros para llegar, atisbé una figura al pie de aquel enorme árbol. Me detuve en seco, con las piernas adoloridas, el cabello revuelto y lleno de hojas, con el pecho subiendo y bajando agitadamente y clavé enseguida la mirada  en la figura de aquel joven que yacía sentado, siguiendo esas lucecillas esmeralda con la mirada.

—Tú… —gruñí y antes de que diera un paso, su voz me interrumpió:

—Es una noche tranquila, ¿no lo crees? Rara vez estos bosques se llenan de luciérnagas. —La voz de Velo era tranquila y su semblante parecía haberse congelado desde la última vez que lo vi, pues se mantenía impasible, tan tranquilo e inexpresivo que se me antojaba asemejarlo con el de una muñeca—. Son como las estrellas ¿sabes? Si uno es  lo bastante atento, te das cuenta que se unen formando figuras maravillosas.

—Déjate de tonterías —espeté y en pesadas y grandes zancadas me acerqué al brujo a quien tomé del pecho de sus ropas y le  jalé hacia mí  posteriormente—. ¿Qué le hiciste? ¿Qué es lo que le has hecho y dime qué hacer para remediarlo? —Exigí saber y de la nada, una mano se asomó a mi izquierda y se cerró sobre mi similar que jalaba las ropas de Velo.

—Oye, oye, relájate pichón. —Los dedos del contrario se apretaron en mi muñeca y gruñí, removiendo mi mano para que me soltase; mis ojos se deslizaron hacia mi zurda y me encontré con los profundos ojos verdes de Hayato—.Cuida con quien te pones agresivo —advirtió.

—¿Por qué, le defenderás tú? ¿Crees que podrías  comparar tu fuerza con la mía? —Sonreí socarrón y Hayato movió la cabeza negativamente.

—En realidad lo decía para que tuvieras cuidado; no necesito defenderle ¿sabes? De hecho, deberías agradecerme, prácticamente te salvé.

—¿De quién? ¿De esta muñequita? —Regresé la mirada a Velo y me percaté de que su figura ya no estaba; mi mano solo apretaba un puñado de hojas secas. Hayato soltó mi mano y giré el rostro hacia ambos lados en busca de aquel hechicero que al parecer se había desvanecido.

—Hagamos un trato de nuevo —dijo repentinamente una voz a mis espaldas y me giré enseguida encontrándome con la imagen de Velo—.Pensaba arreglar la travesura de mi aprendiz sin pedir nada a cambio, pero ya que no has sido muy cortes para con quien no ha hecho otra cosa más que ayudarte, entonces le pondré un precio. —Los  ojos azabaches del hechicero se fijaron en los míos, tan adustos y altivos que contradecían su tranquilo semblante.

—Mira ¿ya ves? Lo has hecho enojar —canturreó Hayato a mis espaldas y su figura felina apareció de nuevo, yendo enseguida a frotarse entre las piernas de Velo quien se agachó un poco para cogerle de la piel del lomo y posteriormente estiró el brazo, tendiéndome al felino.

—Éste ha sido quien provocó la enfermedad de la muchacha, si quieres desollarlo adelante, al parecer no me sirve como aprendiz —dijo Velo y aunque  el felino comenzó a removerse me miraba burlescamente, tentando mi exasperación.

Negué con la cabeza, deshaciéndome de esas ganas de tomarle la palabra al hechicero y enseguida entorné la mirada a éste, dejando a aquel felino en segundo plano.

—Haré el trato, quiero salvar a Natsuki.

—Me parece bien, pero yo no tengo un antídoto para eso, y como no ha sido mi magia la que provocó eso, no puedo interferir, si lo hago, habría que arreglar la enfermedad desvelando la magia que usó para ella y eso requiere tiempo, tiempo, que probablemente no tenemos.

—¿No tenemos? ¿Qué quieres decir?

—Una hora, quizá; ese tipo de enfermedades, las que van consumiendo la vitalidad poco a poco, son reguladas por el brujo en si, sin embargo la magia de Hayato es irregular aún y como ha sido muy estúpido, sino la mató enseguida fue por mera suerte. —El felino gruñó y logró zafarse de la mano de Velo solo para irse a trepar a un árbol cercano—. Pero, si has aceptado el trato es porque debes saber qué hacer ya ¿no es así?

No respondí; le miré a los ojos y tras unos segundos, susurré:

—Quiero regresar a mi forma, ser un fénix de nuevo.

—Te costará.

—Lo sé, pero estoy dispuesto a dar lo que sea. —Una sonrisa muy fugaz atravesó los labios de Velo y se acercó a mí, en los únicos dos pasos que nos separaban; una de sus manos se posó sutilmente en mi pecho y de una manera muy lenta, comenzó a cerrarse.

—Tus ojos —musitó—, quiero esos ojos que han visto al mundo desde hace muchos años, su conocimiento visual y todas las escenas que han guardado —dictaminó  y tras un suspiro mis parpados cayeron lánguidamente, hasta cerrarse por completo.

—Acepto —dije únicamente y el hechicero comenzó a hablar en un tono demasiado bajo como para que yo le escuchara.

La mano de Velo se cerró en mi pecho y cuando comenzó a alejarla, sentí como si esta extrajera algo de mi interior; algo que se había hilado con mi ser ahora era roto, arrancado desde la raíz y cuando ese algo fue totalmente extirpado, mis piernas dejaron de sostenerme obligándome a caer al suelo. El hechicero dejó caer su brazo al costado de su cuerpo y su mano se abrió, dejando que el viento nocturno se llevara los pétalos de aquella lycoris que había ingerido tiempo atrás.

Apreté los ojos con todas mis fuerzas y sentí como nuevamente aquel ardiente plumaje me envolvía; mi cuerpo regresaba a su forma original y en cuanto me sentí capaz de poder levantarme, agité las alas y solté un fiero graznido; despegué cual llamarada dejando azafranadas chispas a mi paso y dirigí mi vuelo de regreso al hogar de Sanaka.

—Oh… debí recordarle que no podrá volar durante mucho tiempo, ambos precios se tomaran juntos —susurró Velo y de entre sus ropas sacó un paño de albina seda, mismo que parecía atraer a aquellas chispas, pues todas se iban depositando en este, convirtiéndose entonces en rojizas plumas.

Apresuré el vuelo y no llevaba ni la cuarta parte del trayecto, cuando mis ojos comenzaron a nublarse y mis alas eran víctimas de punzadas, de un dolor exactamente igual al que se siente cuando el cálamo se separa de la carne;  sin quererlo descendía de nuevo hacia las copas de los árboles, la fuerza de mis alas se terminaba y  por más que les agitara ya no lograba elevarme; peor aún, mis ojos apenas si distinguían el camino e inminentemente caí entre las copas de los árboles y finalmente choqué bruscamente contra el suelo. Me levante lo más rápido que pude y aunque todo a mi alrededor se había vuelto una figura distorsionada, no dudé en aventurarme en ella rápidamente.

Corría de nuevo, me movía lo más rápido que podía por entre el frondoso paraje, chocando con los árboles, hiriéndome con profundos raspones las alas a causa de las ramas que no alcanzaba a esquivar, pero pese a todo, pese al dolor y la desesperación de no saber siquiera si llegaría a tiempo, seguí avanzando hasta llegar a los alrededores de la casa de Sanaka y Natsuki. De mi garganta emergían profundos gruñidos y aleteé dolorosamente antes de apresurarme a llegar a la entrada de la morada.

Las luces de unas lámparas de aceite aún estaban encendidas y yo empujé la puerta de entrada con el pico, abriéndome paso para poder entrar al sitio; el chillido de la madera alertó a Sanaka, quien se asomó enseguida con la faz totalmente invadida por la preocupación.

—Aka… —Su voz se cortó al verme y aunque  pensé que me echaría enseguida del sitio, en lugar de ellos alcancé a escuchar  un susurrante << Tú. >>

Volví a agitar las alas y retomé mi paso, dirigiéndome hasta la habitación donde se hallaba Natsuki; Sanaka me siguió con la mirada, extrañado más de mi presencia en aquel sitio que de mis acciones, pero yo no podía detenerme a explicar y avancé hasta llegar al lecho; con mucho trabajo me las ingenié para trepar al lecho y enseguida me coloqué al lado de la joven.

—¿Qué haces? —Inquirió Sanaka y yo fijé mis ojos en los suyos.

Ya no podía ver muy bien su rostro, su figura era tan borrosa que solo me guie por ese brillo en sus orbes que siempre lograron atraer a los míos, los cuales, tras un momento, cerré lentamente.

<<  Los fénix tenemos quizá, escasos dotes, somos más que nada recordados por la habilidad de resurgir de entre las cenizas, y no hay más que un par de atributos más por los que somos plasmados en las leyendas: nuestro canto es capaz de despertar el coraje en un corazón noble y nuestro llanto… es capaz de curar el mal y cualquier enfermedad en los seres vivos.  >>

Sonreí internamente y volví a abrir los ojos, rememorando la imagen de aquel niño que me ayudó sin buscar nada a cambio, de aquel joven que se esforzaba día con día en las labores más simples, del hombre que conocí años después y logró colocar en mi ser un llamarada que sé, jamás se extinguirá; el mismo hombre que ahora me observaba con esa misma fascinación de hacía años, ese ser que amaba y que, aunque comenzaba a borrarse poco a poco de mis ojos, trascendería en mi memoria para toda mi existencia.

La acuosidad de mis ojos me cegó por completo y  dejé que esas ambarinas gotas que emergían de ellos cayeran sobre el rostro de la joven; cada lagrima lograba despertar de nuevo el color de su piel, como si se tratasen de pequeñas manchas de pintura que avivaban un lienzo en blanco y la tibieza de las mismas, regresaban la calidez a su cuerpo y la normalidad a su respiración.

—¡Natsuki! —Exclamó repentinamente Sanaka al ver como la joven se removía y yo incliné mi cabeza hasta pegar esta suavemente en la frente de la muchacha.

—Cuídale mucho… —le pedí a ella desde lo más profundo de mi ser y cuando volví a alzar la mirada en busca de Sanaka, su imagen ya no estaba, solo una profunda oscuridad  entre la que yo supuse ellos volvían a abrazarse; sin embargo algo surgió de entre manto negro que ahora cubría mi vista: unos cálidos brazos envolvieron mi cuerpo y  sentí en mi cabeza,  como unas gotas de agua aún más tibias humedecían mi plumaje.

—Gracias… —la susurrante voz de Sanaka me hizo estremecer y refugié por un instante mi cabeza bajo su barbilla—.Gracias… —dijo de nuevo y sentí su cuerpo temblar; extendí una de mis alas, sin importar cuanto doliera, e intenté cubrirle con ella con tal de responder a ese abrazo tan especial que me regalaba. No sé, cuanto fue que duró aquel abrazo, pero para mí, fue aún más largo que todos los años que llevaba existiendo y estaba seguro de que aún después de que el fuego me consumiera de nuevo, que aun después de que volviera a nacer, seguiría sintiendo esos brazos alrededor de mí para siempre.

II

Yacía tendido bajo al pie de un enorme rosal que se ocultaba entre una colina lejana al pueblo donde vivía Sanaka; me despedí de él esa misma noche y aunque fue un esfuerzo enorme regresar a mi nido, me tomé mi tiempo para ello, olvidando el volar y aprendiendo a andar sin mis ojos. Fue una existencia realmente vacía durante los primeros diez años; era un ave que jamás volvería ni a volar ni a ver y eso me convertía en un ser más que inútil a la opinión de cualquiera, pero no me arrepentía a decir verdad, tenía mis recuerdos y la seguridad de que Sanaka estaba feliz al lado de Natsuki, además, seguramente su bebé ya sería un  jovencito similar al que fue Sanaka; era entretenido imaginar eso, su vida como una familia, pero más que nada, lo hacía para recordar su sonrisa, su voz, su imagen; remembraba la calidez de sus labios, de sus brazos, de aquellas lagrimas agradecidas, todo, aunque no estaba a su lado, él seguía siendo mi motivo para sentirme completo y lo fue hasta que, de nuevo, mis días llegaban a su fin.

Ese día me imaginé de nuevo escondido en aquel árbol y alguna parte de mí, deseaba con tantas fuerzas que todo se repitiera, al menos el solo verle de nuevo; ya no intentaría estar a su lado, quería verle, saber que sonreía al menos, pero estaba de sobra decir que eso era imposible; yo podía seguir después de ya 500 años, pero era obvio que Sanaka dejó de existir físicamente hacía muchísimos años atrás. Aquel era un pensamiento triste pero eso no evitaba que ese profundo deseo mío estuviera latente. El viento sopló con fuerza y aunque disimuladas entre el silbante sonido de este, alcancé a escuchar unas pequeñas pisadas que se acercaban hacia mí.

—¿Qué haces aquí? —dije levantándome enseguida y giré mi rostro en dirección del pequeño ser que se acercaba.

—Uy, pero sí parece que los años no han servido para que se te arregle ese mal humor que tienes.

—Soy un ave tranquila, que me ponga de esta manera solo lo logras tú —espeté y seguí el sonido de esas pisadas hasta que estas se detuvieron justo delante de mí—. ¿Qué es lo que quieres?

—¿De ti? Nada realmente, solo vine a dejarte algo que quizá te interese. —Nuevamente el sonido de las pisadas se hacía presente y el pequeño ser se acercó hasta mis garras y sobre una de ellas sentí como caía el suave y delicado roce distintivo de una flor—. Bueno ahí está, y ojala te sirva, me ha costado bastante y eso era todo—dijo rápidamente y cuando escuché el emprender de sus pisadas, una voz salida de la nada, masculló:

—Hayato, al menos debes decirle para que sirve.

—Pero, Velo…

—Pero nada, después de todo lo que has hecho y el tiempo que te ha tomado crear eso, al menos termina las cosas correctamente. —La voz del hechicero hizo gruñir al felino y este arrastró las patas de regreso frente a mí.

—La resurrección del fénix, encontré una posibilidad de modificarla, y esa flor sirve para eso…

—¿Modificarla?—Inquirí.

—Sí, no es algo seguro, mi magia no es tan poderosa como la de Velo, por eso se podría decir que existe solo una posibilidad entre miles de que renazcas cerca de, digamos la rencarnación de aquel humano, pero de ahí en adelante, ya no sería mi problema si se juntan o no —sentenció el felino en un tono altivo y escuché un suspiro por parte de Velo.

—¿Por qué me darías algo así?

—Porque si no lo hacía, ya no le dejaría aprender de mí —respondió Velo—; su travesura fue en contra de mis órdenes  y enseñanzas, si no lograba remediarla ya no le dejaría estar conmigo —explicó con calma   y tras meditar unos instantes, pregunté:

—¿Y si no funciona?

—Hayato pierde su oportunidad para seguir aprendiendo y tú no volverías a renacer en ninguna forma, ni en ningún ser; si la rechazas lo entendería perfectamente  y no te pediría que la aceptes; es tu decisión. — Sentí como una de las manos del hechicero se posaba en mi cabeza y  acarició mi plumaje por un instante antes de alejarse.

Me extrañó aquel gesto de su parte; sentí que me compadecía y al mismo tiempo que me animaba a tomar una decisión…

III

—¿Hitomi? Ey, Hitomi… —El muchacho se removió, frotando su espalda contra el césped donde se hallaba tendido a la sombra de un enorme árbol; abrió lánguidamente los ojos, encontrándose con la figura borrosa de un alto hombre de cabellos carmín y apretó los ojos por un momento.

—¿Shun?—Susurró Hitomi aun entre sueños y parpadeó repetidas veces, tratando de disipar lo nuboso de su mirada—. Me quedé dormido. —Una risilla se escapó de sus labios y Shun movió la cabeza negativamente.

—Lo siento, me ha entretenido bastante uno de los profesores — se excusó el pelirrojo y su pulgar derecho acarició bajo el ojo izquierdo de Hitomi, limpiando una ligera humedad—. Y al parecer no era nada agradable lo que soñabas.

—No importa, me tomé mi siesta y al parecer eso me terminó de animar —afirmó Hitomi y  apoyó las manos en el pasto para poder sentarse al lado de Shun, quien se encontraba acuclillado a su lado—. Y pues… no lo recuerdo del todo realmente, pero no fue un sueño desagradable.

—¿Entonces? ¿Por qué las lágrimas?

—No lo sé, pero… —Los orbes azulinos de  Hitomi se encontraron con los de Shun y enseguida se desviaron hacia el pequeño quiosco en medio del parque donde se encontraban.

—¿Pero?

—No, nada —masculló Hitomi y se puso apresuradamente de pie—. Bueno, ya es tarde, deberíamos volver a casa. —La diestra del pelirrojo tomó una de las manos de Hitomi y tiró de ella obligando a éste a inclinarse lo suficiente para que sus labios fueran capaces de tomar un rápido beso de los ajenos.

—Dime —susurró Shun y lentamente Hitomi retomó su sitio, solo que se acomodaba un poco más próximo al contrario.

—De repente me ha parecido que no fueron solo algunas horas las que te esperé, sino que también, yo te hice esperar y mucho. —El pelirrojo miró a Hitomi algo extrañado, pero una sonrisa amplia se insertó en sus labios antes de que sus brazos envolvieran los hombros ajenos, atrayendo al contrario con fuerza.

—Yo he tenido esa sensación desde que te conocí —susurró Shun y refugió la cabeza ajena bajo su barbilla—.  Desde que te vi, desde la primera vez que hablamos, desde ese momento en que decidimos que comenzaríamos a caminar de las manos… —Hitomi sonrió y sus brazos rodearon el cuerpo de Shun; sus manos se cerraron sobre en la espalda de la camisa ajena colgándose un poco de ahí—. Desde siempre he creído que me has hecho esperar mucho, pero esa sensación se calma en el momento en el que vuelves a abrazarme.

Los ojos de Hitomi se cerraron lentamente, rindiéndose a la cálida sensación de aquel abrazo y apretó fuerte sus brazos, estrechando al pelirrojo.

—Gracias —susurró Hitomi.

—¿Uhm? ¿Por qué gracias? —Musitó Shun, extrañado de aquello dicho y Hitomi elevó su rostro, apoyando su mentón en el pecho ajeno; sus ojos se fijaron en los contrarios y  dedicó una amplia sonrisa al pelirrojo.

—No lo sé, sentí que debía agradecerte el cariño que me tienes.

—Pues, no lo veo así. —El pelirrojo llevó una mano a la mejilla de Hitomi y mientras acariciaba esta, añadió—: Además no solo es cariño, sabes que yo te am… —Las palabras de Shun fueron interrumpidas, cuando de la copa del árbol algo pareció ser arrojado para caer sobre su cabeza; levantó la mencionada con brusquedad y aquel peso bajó a su hombro y luego al césped.

—Un gato —dijo Hitomi divertido y Shun chasqueó la lengua y con una mano comenzó a hacer ademanes para alejar al felino—. No le espantes, seguramente tenía miedo de bajar y aprovechó que estábamos aquí.

—Claro que no, si esas criaturas son traicioneras y maldosoas, más los de ese color.

—¿Los negros? ¿Por qué?

—No lo sé, simplemente no me gustan —sentenció Shun y Hitomi dejó escapar una pequeña risa.

El felino miró con saña al pelirrojo y con un parsimonioso pero arrogante andar, se fue alejando de ambos.

—Mira lo has hecho enojar —reprendió Hitomi abultando los labios y sin prestar atención al reclamo, Shun se apresuró a dejar redundantes besos en ellos.

—No me importa, solo tú me interesas ahora. —Hitomi cambió aquel mohín infantil en su rostro por una azorada sonrisa y enseguida llevó sus brazos a ovillar el cuello de Shun.

—¿Solo ahora?

—No —masculló Shun y abrazó al contrario por la cintura —. Todo el tiempo, siempre, siempre has sido tú quien me interesa… —afirmó y sobre los labios de Hitomi, culminó—: Te amo…

—Y yo a ti, Shun… —Una sonrisa amplia no se hizo esperar en los labios del aludido y terminó por unir sus labios en un profundo beso, absortos en aquella entrega, ese roce, ese intercambio de cariño, sin saber que unos profundos ojos azabaches les observaban con atención.

—¡Ah! Ahora me arrepiento de haberle dado la flor. —El dueño de aquellos ojos obscuros deslizó sus orbes hacia la pequeña figura que se acercaba.

—No digas mentiras, sino hubiera salido de esta manera, no estarías aquí ahora, Hayato. —El felino se acercó hasta la figura del joven y éste se inclinó hasta poder tomar al pequeño ser con sus manos, acurrucándole luego entre sus brazos.

—Hacía mucho que no me llevabas en los brazos —mencionó el felino.

—¿Lo extrañabas?

—No, solo decía. —Hayato se acomodó entre los brazos del joven y pequeños ronroneos emergían tranquilamente de su ser—. Cuando recupere mi magia y pueda tomar de nuevo mi forma, te llevaré yo; eso sí lo extraño, llevar a Velo entre mis brazos. —Una muy sutil sonrisa se instaló en los labios del hechicero y de un paso, le dio la espalda a los jóvenes que observaba.

—No creo que eso tarde mucho; mira que aunque sacrificaste tu forma humana para crear aquella flor, tu magia ha sido lo suficientemente fuerte para que durante los últimos dos siglos esos dos se encuentre de una u otra manera. —Las orejas de Hayato se agitaron animosas y se levantó, apoyando sus patas en el pecho de Velo.

—¿En serio? ¿Entonces podré tener forma humana pronto? —Velo fijó su mirada en los glaucos orbes del felino y tras un instante, dijo:

—No, solo te estoy sobreestimando y es el deseo del fénix lo que logra eso; aprendiz inútil —culminó Velo y Hayato dejó caer su cuerpo sobre uno de los hombros del brujo, quedándose colgado de ahí; una muy suave risa salió de los labios de Velo y el felino crispó las orejas.

—Es la primera vez que te escucho reír.

—Bueno, si te sigues portando bien, es probable que lo escuches más seguido, pero… —El hechicero se detuvo y dio un último vistazo hacia atrás vislumbrando las figuras de Shun y Hitomi que se alejaban tomados de la mano—. Quien sabe, eso solo el tiempo lo dirá —susurró y al retomar su paso, una pequeña ventisca de hojas secas envolvió su figura, misma que desapareció entre el murmullo del viento, dejando atrás aquella imagen que sus ojos captaron de último: la de un infante andando al lado de una magnificente ave carmesí, que le resguardaba bajo sus alas.

Notas finales:

!Muchas gracias por leer! Antes que nada, y como siempre, les dejo su respectiva dedicación a mis mujeres hermosas: mi flanecita, mi  buñuelo y mi panquesima ♥ las amo mujeres *-*.

Y ahora sí. ~

El poema que utilicé de resumen lo tomé del manga de Clamp: Clover; me imaginé muchas de las escenas de la historia al leerlo y pienso que se ajusta de alguna manera al fic.

Sanaka fue el nombre de Hitomi durante su participación como vocalista en Fatima.

Aka-jū es un sobre nombre que tiene Shun dentro y fuera de su banda.

Espero les guste la historia y bueno creo que esa era la única aclaración xD.

Gracias por leer, otra vez uwu ♥.

Au revoir. ~


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