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Heterogéneos por LINALEE

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Notas del fanfic:

Oficialmente es una seceula de Elementos y Homogéneos.

La forma correcta de leerlo es la siguiente.

Elementos:

http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=92814

Homógeneos:

http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=98309

Y finalmente, esté...Heterogéneos.

Pero pueden leerse completamente por separado, ya que son historias independientes que se complementan, pero no demasiado.

Originalmente no tenía planeado hacerlo una Serie, pero se me fue de las manos.

Notas del capitulo:

Jade, si lees esto...proporcioname tu correo o pasame el tuyo, el mío no sirve, me lo hackearon y me metí en un lío, hace tiempo qie iba a dejarte un msj por aqui, pero no tenía inspiración para escribir sobre FMA...así que, si...puedes maldecirme un rato.

Repito, disculpame y escribeme al siguiente correo.

lizescorpin90@yahoo.com.mx

 

Para Jade, con quién temo he sido algo más que grosera. PERDÓN!!!

 

HETEROGÉNEOS

Llovía, llovía mucho…y era un aguacero extraño, no del tipo tormentoso donde los rayos y truenos obligan a los niños a ocultarse bajo las mantas y a las personas dar pequeños saltitos de miedo y sorpresa, sino una llovizna suave, constante y molesta, decidida a empaparlo todo, cada minúsculo rincón y pequeño hueco.

Algunos asistentes tenían sombreros, otros paraguas, pero la gran mayoría yacía de pie, mojados hasta los huesos, titiritaban de pena, dolor o frío. La mayoría no sabrían decirlo y si hubieran podido pararse a pensar, habrían dicho que las tres.

Alguien le cubría con un paraguas, la delicada y femenina mano de Riza le cubría y él, Él Führer, Roy Mustang yacía de pie con el rostro imperturbable y la mirada fija en el ataúd, su rostro no mostraba emociones.

Muchos lloraban, Al tuvo que sujetar a Winry para evitar que se lanzará sobre la tumba, a su lado, su esposa, Mei Chang se estremecía en pequeños sollozos, Izumi lloraba en silencio, las lágrimas le escurrían por el rostro imperturbable, finalmente alguien no pudo más, Elisya, la niña de Maes que andaba por los  doce años estallo en un llanto sonoro y lastimero.

Quizás recordaba al funeral de su Padre o por primera vez estuviera comprendiendo el significado de la muerte, pero ella fue la primera de muchos en caer al suelo y gimotear en voz alta, su Madre no tardo en consolarla y uno a uno, todos los que conocieron alguna vez y convivieron con el que alguna vez fue conocido como el “Alquimista de Acero”, Edward Elric dejaron de apretar los dientes y pestañear con fuerza para dar paso al torrente de lágrimas, incluso Roy sintió como una lágrima de Riza se escurría y le golpeaba en la muñeca.

Él permaneció de pie, sin pestañear ni llorar. No había terminado, nunca acababa.

Edward entró a su oficina, el uniforme sucio, el cabello desaliñado, la mirada cansada. En su mano traía el Informe sobre su última misión, un pueblo pintoresco, un terreno fértil, gente trabajadora y un gobernante estúpido.

Se lo arrojó sobre el escritorio y refunfuñó por debajo.

—¿Cuándo piensas instaurar una democracia? Si sigues de esta manera, terminarán amándote y no podrás escapar nunca.

—Siempre tan precipitado, Acero. No puedes esperar que un País se transforme de un día para otro, si yo me quito del poder y se lo entregó a otro, vendrán otros que quieran aprovecharse de la situación y entonces el trabajo que hemos realizado todos estos años no servirá de nada. Si quieres pelar una cebolla, debes empezar quitando las capas.

Ed alzó una ceja y soltó un suspiro. Lo entendía porque no era estúpido, pero él era un hombre de acción, no le gustaba pensarse mucho las cosas.

No agregó más.

—Estoy muerto de cansancio, me voy a casa—declaró quitándose la chaqueta y masajeándose los hombros. Eso de llevar el uniforme nunca se lo había dado bien.

Roy se puso de pie y lo tomó de la muñeca, Ed odiaba cuando hacía eso, pero no dijo nada. No le gustaba sentirse por debajo.

—¿Cuándo vuelves a salir?—le preguntó Roy

—Pasado mañana, me voy por dos semanas.

—No deberías salir tanto—replicó Roy antes de sujetarlo de los brazos con fuerza.

—¿Me extrañas, eh?—preguntó Ed con una sonrisa ladeada.

—Si—y la sonrisa en el rostro del rubio se desvaneció.

—Bastardo…—gruñó por lo bajo—. Sabes porque lo hago, si intentas…

Roy lo atrajo hasta si y lo abrazo, ya no era el niño pequeño y delgado que una vez hubo sostenido en un momento de debilidad. Era todo un hombre y uno bueno, uno digno de amar y seguir. Ed había acordado trabajar bajo las órdenes de Roy siempre y cuando tuviera total y absoluta libertad para moverse a su gusto.

Él Führer tenía una imagen que mantener, papeleo que llenar, discursos que dar; Edward por otro lado no podía permanecer mucho tiempo en un lugar, odiaba estar encerrado y el sólo hecho de entregar informes le desesperaba. Prefería el trabajo de campo y en Amestris había muchos campos en los que trabajar: pobreza, hambre, discriminación, violencia. Algunos nadaban en riquezas, otros se podrían en la miseria. Viajaba por el país tomando nota de todo esto y ayudaba donde podía, ya no era un Alquimista y exponía su vida.

Antes, la única posibilidad de escapar de una vida miserable había sido uniéndose al Ejército y conseguir el éxito, convirtiéndose en un Alquimista Nacional. Se habían descuidado otras muchas aéreas, las artes por ejemplo, la medicina convencional, incluso algunas ciencias como las de “Automail” estaban que en aras de perfeccionarse necesitaban más apoyo.

Roy y Ed querían cambiar esto, dar opciones. La Guerra y las armas no eran la respuesta. La gente debía saberlo y ese era su trabajo, poco a poco, un paso a la vez.

Pero Ed ya no era un “Prodigio de la Alquimia”, era diestro en el combate cuerpo a cuerpo, en el manejo de todo tipo de armas y hábil de mente, pero…

En cualquier momento podían herirlo, una puñalada, una disparo, un golpe y estaría…

Roy no soportaba la idea de perderlo y si no fuera por su terquedad le habría ordenado permanecer a su lado, como su sombra, siempre a salvo, seguro, rodeado de hombres que los protegieran.

—Voy a estar bien—susurró Ed jugando con sus mechones negros donde las canas comenzaban a asomar.

—No quiero perderte.

Ed rió con sorna.

—Jamás me iré de tu lado, estaré pegado a ti toda la eternidad.

Roy buscó sus labios y los acarició con la yema de los dedos, lo silencio. Ed continuaba siendo tan necio e irresponsable, apenas tenía veintiséis años y tanto por vivir.

—Promete que volverás. Siempre.

No dejo que contestará, lo besó y ambos sabían que Ed no volvería a su departamento esa noche, no cuando las habitaciones de Roy presentaban opciones mucho más interesantes.

Roy pronunció un discurso, largo y glorioso. Alabo a Ed como un miembro útil de Amestris y lo mucho que su gente lo extrañaría. Hubo más, palabras de elogio, de pena, de gloría y las dijo todas y cada una de ellas. No las recordaba, las pronunció claro y fuerte, pero no significaron nada para él. Él no había escrito ese discurso y si se desviaba por una sola letra, se saltaba una coma o ignoraba un punto, todo se vendría abajo, porque en ese momento sería consciente de que estaban enterrando al hombre que amaba y al que nunca más volvería a ver, abrazar, besar o siquiera tocar. Así que leyó, leyó y leyó. Porque era Él Führer y tenía un deber para con su pueblo y si no cumplía Ed no se lo perdonaría jamás.

Permaneció de pie durante horas, muchos habitantes habían venido desde muy lejos para despedir al Héroe de Amestris, le lanzaban flores, elevaban plegarias por su alma, maldecían a los asesinos en voz alta.

Paso mucho tiempo antes de que bajaran el ataúd en medio de los más altos honores.

Algunos soldados también lloraron y una vez que el ataúd desapareció en el hoyo bajo la tierra, Roy dio media vuelta y subió al automóvil.

“Aún no, aún no, aún no…”repetía en su mente cual letanía.

Y una vez dentro de su habitación lloró hasta perderse en la inconsciencia.

—¡Dilo!—exigió Ed mordisqueando sus dedos con delicadeza—. ¡Dilo! ¡Dilo! ¡Dilo!

Roy rió, giró sobre su cuerpo y quedó encima de Ed, sus cuerpos desnudos se encontraron y la calidez y lujuria los recorrió una vez más.

—¡Dilo o no lo volveré a hacer!

—Te amo…—dijo bajito antes de lanzar un ataque de costillas.

Ed rió, primer suave, después a carcajada limpia.

Era extraño, incluso ahora, la risa de Ed era algo difícil de conseguir, raro de escuchar. Seguía con esa personalidad hosca, gruñona e imprudente.

—Te amo y lo sabes, te amo, te amo, te amo…

Ed no contestó, envolvió sus piernas alrededor de su cadera y comenzó a besar su cuello.

—Yo también te amo…—confesó—no lo olvides nunca. Y siempre lo haré…incluso más allá de la muerte.

Roy despertó con resaca, la noche anterior había bebido brandy y whisky suficiente como para olvidar su nombre, pero ni de esta manera el recuerdo de Ed lo dejo.

Cada rincón y objeto de la habitación le recordaba a Ed, casi podía escuchar su vocecilla molesta por las mañanas quejándose porque lo había tirado de la cama. Roy tenía esa mala costumbre, revolverse en la cama cuando no había nada que lo preocupara.

A veces lo encontraba por la mañana, sentado en el sillón leyendo un libro y bebiendo una taza de café cargado y pocas veces, pero si las suficientes, como para recordarlas, se despertaba para verlo a su lado dormir con esa expresión de calma y tranquilidad propia de un niño que no tiene nada que temer.

Ed era feliz, había logrado sus metas, enmendado sus pecados y…no merecía morir.

Era joven, fuerte y valiente; en el futuro sería un excelente líder, incluso si se negaba, el pueblo lo reclamaría y él accedería, porque no conocía otra forma de vivir que no fuera sacrificándose por los demás.

—¿En qué piensas?—le preguntó Roy mientras Ed veía por la ventana con aire ausente.

—En mi vida.

Alzó una ceja con escepticismo.

—¿Si mi madre viviera estaría orgullosa de mí?

—Mucho.

—Roy, puedes prometerme algo.

Ed hablaba seriamente, pocas veces lo hacía, sólo cuando tenía algo muy importante que decir. Dejo de hojear la documentación y centró su atención en el rubio.

—Cuando era pequeño creía que si mi Madre se marchaba un día, como mi Padre lo hizo, sería el fin del mundo. Pero ella murió y el mundo siguió, pero no para mí. Yo no lo comprendí muy bien en aquel entonces, pero ella era mi mundo en aquel entonces y si ahora…—se mordió el labio inferior con nerviosismo, apretó los puños y continuó—. Si yo llegará a morir, prométeme que seguirás adelante, sin mí, por los que quedan, por el resto del mundo, por ti. Promételo…—susurró en poco más que un susurro.

Roy sonrió, se puso de pie y tomó sus manos.

—Acero, tú no eres el mundo y yo no soy un mocoso asustado de ocho años.

—Promételo—exigió con firmeza, aunque sin alzar la voz.

—El Fuego moldea al Acero y el Acero le da una razón de ser al Fuego, uno no puede existir sin el otro. Aunque son elementos Heterogéneos, están condenados a depender uno del otro. Además, eso no pasará, tú eres más joven que yo, moriré antes que tú y antes de eso daré mucha batalla. Debería hacer que lo prometieras tú.

—¡Promételo!

—Está bien, prometo que si mueres  haré como si nunca hubiera existido. ¡Vaya que eres necio!

—¡Cállate y bésame!

Y Roy lo beso…

Hacía años de eso.

Ed lo sabía, ¿cierto? De alguna forma lo presentía. Tal vez por eso vivía cada día como si fuera el último, porque tenía poco tiempo y debía aprovecharlo al máximo, dejar su huella en el mundo, cambiar la vida de millones.

Lo preparó para esto, incluso sin saberlo.

Y Roy Mustang tenía el corazón roto, treinta y siete años y un país que dirigir.

El dolor era muy intenso, con el tiempo iría disminuyendo.

Nunca había tenido una Madre o un Padre, pero Ed decía que perder a un Ser Querido era un dolor tan intenso y profundo que a veces creías que nunca se iría, que un Hoyo Negro se te abriría en el pecho y te tragaría.

Lo que más temía en el mundo Ed era olvidar a su Madre, ella viviría en su corazón.

Ed no era un muchacho cursi, pero cuando hablaba de su progenitora su rostro se suavizaba y su voz se tornaba dulce y Roy lo escuchaba, entendiendo sólo a medias.

Había declarado un Día de Luto Nacional por la muerte del General Edward Elric muerto en una escaramuza de bandidos que intentaban asaltar el tren en que viajaba.

Ed había peleado como siempre y ganado, pero a un costo muy alto. Disparos, sangre, muerte.

Ed había muerto, pero su leyenda viviría.

Roy se encargaría de eso, la gente no olvidaría.

Nadie jamás sabría lo mucho que se habían amado, ni imaginado los sacrificios que hicieron por el bien de los demás.

La imagen pulcra, valiente y digna de “El Alquimista de Acero” pasaría a la historia y viviría no sólo en su corazón, sino en el de todo un País que le debía su existencia.

Pero eso sería más adelante, una vez estuviera fuera de su habitación y tuviera que mostrar su rostro al mundo que esperaba más de lo que humanamente se le puede exigir a un hombre, en ese momento no pudo hacer otra cosa que caer de rodillas y abrazarse a sí mismo, lloró y lloró hasta que las lágrimas se acabaron.

—Ed…

FIN

 

 

 

 

 

Notas finales:

No estaba segura de escribir esto por obvias razones, bueno...siempre supe que iba a terminar así, por lo que me daba ñañaras terminar la serie, pero helo aqui...

Cualquier crítica, queja, sugerencia será bien recibida.

Gracias por leer.


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