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Aquél que traicionó a la Tierra por DasHerz

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Notas del fanfic:

 

Notas del capitulo:

Publicando los Fics que encontré en mi vieja libreta >.>

PRIMER PARTE. Al principio del final

    Su mirada parecía extraviada, extraviada en el caos que se estaba llevando a cabo debajo de él. Se encontraba a varios metros del suelo, arrodillado a la orilla de la plataforma de un crucero de combate, sus manos estaban atadas detrás de su espalda, sus negros cabellos, incluyendo el anormal mechón que asemejaba una guadaña sobre su cabeza, se movían salvajemente al ser azotados por fuertes ráfagas de aire caliente que soplaban contra su cara y cuerpo, aquel aire era abrazador y sofocante, pero aun así sus ojos no perdían detalle de lo que estaba sucediendo en su amada Tierra. Era de noche y el cielo estaba cubierto por estrellas púrpuras y moradas, la ciudad parecía estar de fiesta entre eufóricos gritos y luces mortales de color naranja.

  Llevaba casi dos horas en la incómoda posición que se le había obligado a tomar, sus adoloridas rodillas, y los calambres que sufría en la parte baja de su cuerpo se lo corroboraban, pero él no había pronunciado palabra, ni realizando alguna clase de movimiento durante ese lapso de tiempo; las instrucciones habían sido bastante claras, si se atrevía a mover un solo musculo o si pensaba si quiera en apartar la vista… sería arrojado por la borda de una patada. Aunque la muerte parecía una mejor opción a lo que probablemente le aguardaba, no se atrevía a romper las reglas, pues aun apreciaba demasiado su vida o lo que quedaba de ella, y sobretodo, aún apreciaba al ser que pretendía quitársela. Estúpidos sentimientos… ¡Estúpidos y podridos sentimientos!  

  El crucero llevaba dos horas suspendido en el cielo nocturno, esparciendo ruina sobre sus ya de por si arruinados enemigos. De vez en cuando un silencioso y enorme rayo láser salía del cañón que estaba a su costado a unos pocos metros, seguido de una gran explosión a causa de. De igual forma si algún helicóptero se acercaba, era recibido por algún misil que jamás fallaba en alcanzar su objetivo.

  Mientras tanto él sentía náuseas, el olor a carne chamuscada que impregnaba el ambiente cada vez era más intenso, pero daba gracias porque la terrible migraña que había estado taladrando su cerebro una hora atrás, había desaparecido; había desaparecido junto con los terribles gritos.

  Ahora todo estaba sumergido en un calmado y bien recibido silencio, que rara vez era  interrumpido por una de esas estrellas moradas o púrpuras que disparaba su mortal rayo a cierto punto de la ciudad, provocando más estruendosas luces y más gritos a la lejanía.

  Su mirada antes extraviada ahora barría la zona que horas atrás era el lugar donde él vivía, y en realidad no quedaba mucho que mirar, ya no había más gente corriendo y gritando con terror, no había más llantos, no había más explosiones; tan sólo quedaban abundantes escombros,  pequeños incendios por aquí y por allá, cuerpos y restos humanos esparcidos que  decoraban grotescamente las destrozadas calles,  a veces acompañados de los quejidos agonizantes de aquellos mutilados y heridos que no tardarían en perder la vida.

    Los tripulantes del crucero realmente gozaban el espectáculo, aunque no entendía el idioma en el que hablaban, sus escandalosas risas los delataban. De igual forma, sabía bien que el responsable de tanta masacre también lo disfrutaba, pero hasta el momento no había escuchado su risa, ni  lo había escuchado proferir alguna palabra o burla; aun así se sabía observado, sentía todo el peso de aquellos penetrantes ojos magenta en su espalda, observándolo, esperando a que cometiera alguna infracción contra las reglas antes establecidas.

  Esperaba que el tormento pasara pronto, ya había tenido que pasar por demasiadas cosas y situaciones en ese día, cada una más incómoda que la anterior. Si lo pensaba matar, ojalá lo hiciera de una vez y si no… ¿Y si no qué? ¿Qué iba a pasar entonces?

  —Zim… —dijo en voz baja,  con las pocas fuerzas que le quedaban, sin esperar realmente una respuesta.

  Sabía que había sido escuchado, los delicados y largos apéndices que tenía el Invasor sobre la cabeza en lugar de orejas, lo dotaban con una audición extraordinaria. Claro que lo sabía muy bien, él se había entrenado…sin querer, durante 5 largos años para poder caminar sin ser detectado por esas increíbles antenas que parecían poder percibirlo todo. Ahora era todo un experto, parecía un  ninja, se movía con un silencio casi imposible.

  Obviamente la respuesta nunca llegó, y en lugar de lamentarse o quejarse, decidió pensar en la serie de acontecimientos matutinos que lo habían puesto en esa situación.

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  Todo comenzó esa misma mañana de domingo, supuesto día de descanso. Como siempre él  había madrugado y se encontraba sentado a la computadora, revisando la nueva evidencia recabada por sus cámaras de alta definición, que habían sido perfectamente instaladas en una vivienda abandonada supuestamente embrujada. Todo era perfectamente normal, o al menos lo más normal que se podía cuando se hablaba de Dib Membrana, el paranoico y loco chico amante de lo paranormal, que aun a estas alturas juraba y perjuraba; que el extraño chico extranjero de piel verde que había llegado a la ciudad 5 años atrás, era un extraterrestre.

  Todo estaba en calma, hasta que esa calma se vio interrumpida por el crujir de cristales rompiéndose, esa era su ventana haciéndose añicos. Al darse la vuelta en su silla, se encontró en su cama con un ser que había visto en demasiadas ocasiones, su gran obsesión, su compañero de clases, su némesis. Esta vez no llevaba disfraz por lo que podía ver sus grandes ojos magenta escudriñándolo con cuidado.

  —¿Qué estás haciendo aquí?, no tienes ningún derecho a entrar a mi habitación de esa forma  —le dijo mientras su mano recorría su escritorio en busca de una nueva arma en la que había estado trabajando, aunque aún no funcionaba, esperaba al menos cumpliera con la función de intimidar a su enemigo.

  —¡Silencio! Yo soy Zim y entro a donde se me da la gana humano insignificante —respondió con su usual arrogancia, poniéndose de pie y caminando hacia Dib.

  El acercamiento fue muy rápido y el joven trató de retroceder en vano, pues enseguida su silla chocó contra el escritorio. En cuanto se vio acorralado no dudó en levantar su arma y apuntar directamente a donde esperaba se encontrara el corazón del alienígena.

  —Jajajaja por favor —rió acercándose más, presionando su propio pecho contra el cañón—. Si piensas amenazar a un Invasor irken, por lo menos hazlo con un arma que constituya un real peligro.

  —¿P-por qué piensas que no es un peligro? Podría disparar y atravesarte el pecho con esto —se defendió el humano lo mejor que pudo, temiendo su amenaza fuera en vano, fingiendo que presionaría el gatillo en cualquier momento.

  —¡Mientes! —gritó presionando su garra enguantada contra su frente para enfatizar su acusación—. He trabajado con armas desde mucho antes que nacieras, reconozco un trabajo no finalizado.

  —¿Qué es lo que quieres Zim? —preguntó y volvió a depositar el arma en el escritorio, no tenía caso seguir fingiendo cuando había sido claramente descubierto.

  —Sólo venía a decirte que se terminó —respondió serio, casi indiferente.

  —¿De qué estás hablando Zim?

  —¿Qué acaso estás sordo?... estoy diciéndote que yo gané, se acabó, perdiste. Zim es oficialmente el gran aniquilador de éste estúpido planeta.

  —¿Qué? No sé supone que eras el futuro dictador, ¿cuándo  cambiaste de idea? —respondió con sarcasmo ante el nuevo título que Zim se había dado.

  —Sí, así era… pero entonces decidí que ésta  sucia bola de Tierra no aportaba ningún beneficio a nuestro planeta ¿Por qué debería de seguir existiendo?

  —No digas tonterías Zim,  la Tierra es única y hermosa —defendió el chico poniéndose de píe, obligando al irken que le llegaba apenas a los hombros a retroceder.

  —Escúchate, tú eres el que dice tonterías, he estado aquí 5 largos años Dib-gusano, creo que conozco bastante bien tu estúpido planeta para saber lo que digo —respondió Zim ofendido, cuando claramente el ofendido debería ser el chico—. Claro que tu planeta es único, está lleno de enfermedades, contaminación, agua tóxica, comida imposible de ingerir, un sistema de enseñanza pobre que como resultado obtiene pura gente idiota… y tú deberías estar de acuerdo. Además tu planeta no es tan hermoso, he visto planetas más impresionantes que este e igual los hemos destruido.

  —¿De qué clase de insensible raza vienes tú? —dijo con escepticismo sin poder creer con que facilidad Zim le decía algo tan horrible como eso.

  —Del poderoso Imperio Irken, ya lo sabes… pero no venía a hablar de eso contigo humano Dib —aclaró su garganta antes de seguir hablando—. Yo… antes de destruir tu planeta… ehmm, es que hum…

  Dib lo miró confundido, podría jurar que el irken estaba nervioso, lo conocía bastante bien, conocía cada gesto y ademán. Podía leer a Zim como si de un libro abierto se tratase, sus grandes ojos redondos que miraban sus inquietos dedos que se entrelazaban una y otra vez, intentando encontrar las palabras que buscaba, sus antenas que  brincaban ligeramente sobre su cabeza, la forma en que su extraña lengua se asomaba de entre sus delgados labios casi inexistentes, todo lo delataba.

  —Quería pedirte que vinieras conmigo… ­­­—dijo finalmente, sin darle importancia a lo ridícula que sonaba la petición.

  —Que cínico, primero amenazas con destruir mi planeta, y luego me pides que acepte ser tu esclavo. ¿Sabes que voy a detenerte verdad? No importa cuál sea tu plan, voy a hacerlo.

  —No quiero que seas mi esclavo Dib, sólo… es que… ¡No quiero que mueras aquí!...Te quiero conmigo.

  El irken había apoyado las manos en sus hombros, mirándolo con seriedad, casi podía jurar que su petición era sincera, pero no podía confiar, no podía, Zim era su enemigo, no más, sólo eso. Finalmente tomó los delgados brazos del Invasor y los retiró con brusquedad.

  —¿De qué hablas? ¿A qué estás jugando ésta vez? —preguntó enfadado.

  —No estoy jugando a nada... yo he estado sintiendo algo, algo que no entiendo, y te llevaré conmigo para averiguarlo —habló con seriedad, pero esta vez sí había mentido.

  Zim sabía perfectamente lo que sentía, al principio se lo había negado así mismo, consciente de lo ridículo que era querer tener al humano para sí, se supone que eran enemigos, pero al final eran más que eso. Para Zim, Dib significaba muchas cosas, era el único ser humano con el que podía tener una conversación de verdad, aunque la mayoría de las veces esas conversaciones terminaran en insultos y peleas. El humano le había alegrado la estancia en ese horrible lugar, sin importar lo molesto que a veces le resultara su presencia, le resultaba más molesto no tenerlo cerca, no poder tocarlo, no poder tenerlo.

  —Hey hey hey, espera ¿Cómo que estás sintiendo algo? Explícate mejor quieres.

  Zim bufó molesto y antes de que Dib pudiera seguir hablando, se levantó de puntillas y  lo besó, que mejor explicación que esa. El beso no fue ni tierno, ni tímido, todo lo contrario, sus labios se estrellaron con fuerza y al instante, Zim devoró los carnosos labios rosas sin darle al chico mucho tiempo para reaccionar. Dib trató de separarse, pero Zim a pesar de ser más pequeño en cuanto a estatura, era mucho más fuerte, y lo rodeó por el cuello con sus brazos amoldando así su cuerpo a él y evitando cualquier intento de escape.

  —Z-zim deten… —trató de decir, pero el irken aprovechó el momento para introducir su lengua.

  Aquél beso forzado se estaba tornando cada vez más apasionado, y Dib poco a poco comenzó a ceder ante su primer beso, dejándose llevar por la sensual y extraña lengua que envolvía la suya así como  el delicioso sabor dulce de la saliva irken.

  El beso se rompió cuando el humano comenzó a necesitar el aire que no podía conseguir en la boca del Invasor. Zim le dio un poco de espacio, esperando con eso conseguir un sí como respuesta, lo único que deseaba era abandonar ese planeta con su humano y volver a la Inmensa victorioso para tomar unas pequeñas vacaciones en Irk antes de ir a otra misión, con suerte a un mejor planeta que tuviera potenciales esclavos, y no inútiles monos sin pelo o cerebro como lo eran los humanos, a excepción del Dib claro.

  Al principio la expresión del chico denotaba sorpresa, pronto esa emoción cambió a enfado, disgusto quizá. En cuestión de segundos sus brazos ya habían aventado a Zim con fuerza, haciéndole caer en la cama. 

  —¡Que asco! ¿Por qué me besaste? —interrogó molesto, limpiando su boca con el dorso de su mano.

  —Y ahora vas a decirme que te dio asco —respondió Zim con calma, en realidad no estaba sorprendido—. No pareció que te diera tanto asco mientras tu lengua se enredaba con la mía.

  —¡Cállate! Esto no cambia nada, aun así intentaré detenerte… no cambia nada. Tú eres un maldito alíen, no puedes sentir nada, me das asco.

  Zim se puso de píe nuevamente, ésta vez su mirada caía con severidad sobre el humano. Acaso… ¿lo estaba rechazando?

  —Que humano tan cabezón y tonto, deberías sentirte halagado —respondió evocando toda la paciencia que tenía, era un día hermoso; era su día, y no dejaría que nada lo arruinara, por el contrario, las cosas se irían poniendo mejor y mejor—. Me iré, pero regresaré más tarde para darte una oportunidad, la oportunidad para que me supliques por tu patética vida.

  —Jajaja —rió, bastante divertido con la seguridad en las palabras de Zim—, jamás te suplicaría por nada Zim.

  —Esta tarde, cuando la Armada llegue… suplicarás por tu vida. No habrá agujero donde tu patética especie pueda esconderse, ni habrá forma de que se defiendan, porque yo ya me encargué de eso. No hay forma de que me detengas o sabotees mi plan esta vez, porque ya está hecho Dib… gané…

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Cerró los ojos un momento, mientras algunas lágrimas recorrían el camino  seco que habían dejado lágrimas anteriores. Jamás imaginó que ese día llegaría, al menos no tan rápido, porque ni siquiera estaba listo, Zim había actuado tan rápido, y su plan había sido tan inesperado y bien ejecutado.

  Miró el cielo una vez más, ese cielo cubierto por naves púrpuras y moradas que devastaban la Tierra sin consideración o muestra de piedad. Niños, ancianos, animales…familias enteras, todos eran asesinados por igual. Algunos tenían una suerte peor, como su padre y hermana, que habían sido tomados como esclavos.

Jamás te suplicaría por nada Zim”, se repetían esas palabras en su cabeza una y otra vez.

Pero que equivocado estaba, al final sí le había suplicado…aunque no por su vida, ni por su familia, ni siquiera por su amada Tierra… le había suplicado por algo muy distinto.

El Sol se pone y todos se vuelven locos, cae la noche y han perdido la gracia.

En la oscuridad seremos reformados, en las estrellas renaceremos

, y en la luna seremos transformados.

CONTINUARÁ…


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