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Mi Poeta por MinnieLeeKimPark

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Notas del fanfic:

Holaaa~

-rueda-

Notas del capitulo:

e.e

subo esto porque he estado leyendo fanfics todo el día :D y me dieron ganas xD

Sólo una persona lo ha leído, y no es mi mamá xD

Así que... no estoy segura de que esté muy bien que digamos, o que esté entendible, o bien escrito, pero... heme aquí ke~

Shaini is bak bak bak~

*fangirl moment*

 

ok, ya XD

con respecto al otro fic... bueno, no he podido escribir como quisiera porque quiero levantar las notas para no dejar el año :c y no me queda mucho tiempo :c y me desespero mucho, me deprimo también :c

Alguein por ahí me dijo que si no paso el año, viviré bajo un puente y no iré a la universidad ): 

Buh~

Bueno, ya mucho, lean~

 

«No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos».


—El Principito, Antoine de Saint-Exupéry


 


Mi Poeta


 


 


Lo escuché hablar de mí a sus cuatro años, cuando su mamá le mostró el álbum de la familia. Yo ocupaba muchas páginas, porque mi madre me adoraba. Fui su único hijo, ya que, luego de que yo naciera, el doctor le hizo saber que ya no podría tener más hijos.


Me sentía culpable porque no pude darle lo que merecía, no la llené de orgullo, no fui nadie en la vida. Sólo dependí de ella, sólo le di preocupaciones. No vi con ojos propios sino que robé imágenes de la mente del, hasta entonces, último eslabón de la familia; sí, él, el que hacía una y mil preguntas sobre mí, quien se preocupaba por mi corta historia en la Tierra.


Su energía me mareaba. Era hiperactivo sin necesidad de comer dulces todo el tiempo.


Era también muy curioso y sus padres jamás lo dejaban con una duda. Su nombre era Jonghyun. Apenas lo supe, lo dije, creyendo que era para mis adentros. Sin embargo, él fue capaz de oírlo. Sólo fue un susurro inocente, pero me descubrí ante él. Estábamos entre polvo y sombras, en el ático de la casa, donde estaban todos los recuerdos de la familia envueltos en cajas.


Los rayos de luz traspasaban agujeros sin reparar en el techo de la humilde casita que habíamos heredado por años, y me traspasaban al ser yo sólo un alma.


—Jonghyun… —dije a su lado. Su nombre significó mucho dentro de mí, y ni siquiera sabía por qué. Pero él no me veía. Ni yo a él. Sólo lo sentía y estoy seguro de que él también percibía mi presencia.


Mis sospechas se confirmaron cuando me respondió con su voz extrañada un «¿Sí?» que me hizo morder mis labios y reprenderme miles de veces en mi cabeza.


Dejó la caja de recuerdos familiares a un lado lentamente, como si, si moviera algo por accidente, la ilusión se rompiera. Luego pasó a mi lado y juré que no me había notado, hasta que se detuvo. Con su mano traviesa, me tocó el hombro. Aún así estaba seguro de que no era más que coincidencia.


Lo sentí respirar demasiado cerca de mí y cerré los ojos con más fuerza. Todos los vellos se me erizaron.


De repente, caminó hacia la pequeña entrada seguida de una escalera y vociferó:


—Mamá, ¿con quién estás?


Pero su mamá le dijo que no había nadie en casa más que ellos dos.


Él por primera vez guardó una duda en su corazón. Yo era su respuesta.


Me echó un vistazo sin observarme sólo un segundo, suspirando como si quisiera verme de verdad. Luego bajó, me dejó solo en el ático y se encerró en su cuarto.


 


* * *


 


Años más tarde, cuando cumplió algo así como doce, llevó a su primera novia formal a la casa. Mientras yo estaba vagando por mi perpetuo camino en el ático, dando y dando vueltas por el mismo lugar, respirando y llenándome del aroma y vitalidad de los recuerdos, ellos estaban platicando en el jardín. Jonghyun tomaba su mano delicadamente y ella desviaba la mirada, avergonzada. Por fin se estaba enamorando de él. Podía escuchar ambos corazones correr rápido, las mariposas en ambos estómagos, las sonrisas idiotas.


Mi nueva costumbre era pasar en casa. Me había aburrido ya del cementerio, y las calles no eran divertidas cuando hay mucha gente paseándose por ahí. Prefería pasar el atardecer en el ático, me quedaba a sentir los rayos cálidos del crepúsculo y dormía en el hielo de la noche, sobre los tablones del suelo. Y sólo a veces me gustaba caminar por las calles por la noche, me encantaba sentir el frío soplar traspasándome.


Tomé el hábito de entrar a casa para escuchar a Jonghyun preguntar cosas tontas a su mamá o hacer estupideces y terminar siendo regañado sólo para volver a intentarlo. Era persistente. Era tan persistente que logró hacer que esta chica se fijara en él después de dedicarle cincuenta poemas escritos por él. Ella era una era una total estúpida por no fijarse en la calidad de chico que se tomaba el tiempo de verla pasar y suspirar. Jonghyun era un poeta y ella era una tonta. Lo que lo enamoró fue su sonrisa y sus faldas cortas, así lo escuché comentar con su padre, quien le dio un golpe amistoso en el brazo y dijo «Ese es mi hijo». Para mí, sin embargo, se me hacía que Jonghyun no le tomaba el verdadero significado a cada hermoso verso que escribía, él no estaba enamorado de ella ni ella era el motivo de sus palabras. Ambos estaban confundidos. Él estaba enamorado de otra persona, ella estaba enamorada de sentirse especial para alguien.


Más tarde supe que él buscaba su tipo ideal. Una chica que físicamente se parecía a Sekyung, pero no compartía nada en común en cuanto a personalidad. Jonghyun estaba encantado por belleza física. Una ventaja de ser ciego. Aunque deberé decir que soy débil ante la belleza de él, solamente la de él. Esperaba de verdad que no haya sentido mis dedos congelados delineando su perfil por las noches. Porque sí, me metí en su habitación cuando él ya casi cumplía quince años de edad. Casi teníamos la misma edad. Había terminado con Sekyung y ahora estaba conquistando a una chica con un poco más de cerebro.


Sus calificaciones me hacían estar orgulloso de él. Y sus padres también lo estaban, por eso lo dejaron estudiar música los fines de semana. Ya sabía tocar la guitarra, el piano y el bajo. Aprendía muy rápido. Tan rápido que ya comenzaba a usar sus rimas en canciones.


Él tenía curiosidad todavía. Se preguntaba cómo había sido mi muerte. Y yo también me lo preguntaba, pero ya no tan seguido como cuando recién morí. Ya era como si diera igual, porque era muy feliz escuchándolo cantar y tocar, era feliz con «vivir» cerca de él.


Me enamoré. Eso fue lo que pasó. Y después no pude despegarme de él, de su existencia, de su risa. Quería ver sus labios al sonreír en una linda curva, tierna, dulce, como su risa. Pero nunca había visto atisbo de luz, ni una figura, ni un resplandor. Nací ciego y jamás pude siquiera imaginar cómo era el mundo fuera del muro que impedía mi visión. Todo era oscuridad.


—Quisiera hablar contigo —musitó, y yo podía sentir las yemas de sus dedos acariciándome las mejillas en la fotografía—, quiero saber quién te mató, quiero hacerle lo mismo para que sufra lo que tú.


La fotografía que sostenía en sus manos, era de cuando tenía cinco años. Vestía shorts y una boina; eso era lo más particular que recordaba. Mamá solía vestirme muy bien, con ropa distinta, extranjera, diferente. Solía limpiarme con saliva, y yo extrañaba eso, por mucho que en su momento dijera que me molestaba. No la encontré jamás después de la muerte.


Mi deseo entonces era decirle a Jong —cómo cariñosamente me refería a él— que todo estaba bien, que no importaba. Pero sólo pude quedarme sentado a su lado. Anhelé mirar sus ojos fijados en mi fotografía, pero tuve que conformarme con acercarme sólo unos centímetros para sentir más su calor.


Mi alma decidió no hacer caso a mis mandatos y se recostó en su hombro.


Otra vez una onda electrificadora me recorrió y suspiré:


—Jonghyun...


Puse todas mis esperanzas en un deseo, en este mantra: «Que no me haya escuchado, que no me haya escuchado...». Pero sí lo hizo. Me llamó, esperanzado en una respuesta que no le di. Mi nombre en su voz parecía tener un nuevo significado. Mi corazón estaba a punto de detenerse, pero entonces recordé que ya estaba muerto.


Su mano buscó a la mía en mi regazo, encontrando sólo aire, aire en que estaba suspendida mi alma.


Estaba tocándome, su apoyo estaba reconfortándome. Me materialicé, en la figura que concordaba al día de mi muerte, sólo para entrelazar los dedos a los suyos y... desaparecí segundos después.


Hui de forma cobarde, sí. Pero ¿qué más había de hacer? No sabía qué pasaría si mantuviéramos una charla. Él podía tener mucha curiosidad y muchas ganas de ayudarme a vengar mi muerte, cosa en la que ni yo me intereso, pero cualquiera se asusta si un fantasma se recarga en ti y deja que tomes su mano.


—¡Kibum! —Gritó. Pero yo ya estaba corriendo por el jardín.


Me hice ovillo entre los rosales y me quedé a descansar allí. El aroma a rosas era tan dulce que me apetecía quedarme a vivir mi muerte allí.


Me di tiempo a mí mismo y, cuando me sentí listo, regresé a casa.


Jonghyun todavía no regresaba de sus clases de fin de semana, así que cómodamente me detuve frente al resplandor del sol en la ventana y apoyé las manos en el marco.  No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo pasó desde la última vez que hablamos. Después me dejé caer en la improvisada cama de cojines que él había elaborado, pues pasaba más tiempo en el ático conmigo que en su propia habitación. En el suelo había hojas a medio escribir con poemas, plumas, lápices de color y su reproductor de música.


Todos los días, iba a acompañarlo, me acostaba a su lado en el piso y le sonreía.


Sentí que entró al cuarto, lleno de enojo por sabe dios qué. Cerró de un golpe seco y tomó aire con la espalda pegada a la puerta. Creí escuchar gritos de sus padres. Quizás estaban discutiendo. Y tal vez escuché cómo lo reprendían por una baja en sus notas. Quizás.


Pero luego sonrió su corazón mientras se acercaba a mí.


—Hola.


Mi estupefacción no despareció ni cuando se dejó caer en el suelo con una libreta de notas y un lápiz a mi lado.


—He estado escribiéndote versos, ¿quieres oírlos?


Pero callé. Mis labios estuvieron sellados con fuerza por mis dientes.


—No pude... —Su voz tuvo un ligero estremecimiento—, no pude dejar de pensar en ti desde que dejaste que tocara tu mano y viera tu rostro, aunque sé que tú no puedes verme...


Hojeó un poco su libreta, quizás buscando algo para recitarme.


—Tus ojos... están grises. Pero me pareces hermoso, lo eres.


Me sonrojé.


—Escucha, cuando quieras, me dejas verte, por favor. Esperaré cuánto quieras —volvió a decir—. Mientras tanto, déjame decirte lo que te escribí ayer en Álgebra.


 


 


* * *


 


Cada vez que él me hablaba, yo no le respondía. Eso, de todas formas, no lo distrajo, no lo hizo desistir. Olvidó a la chica de la que tomaba inspiración y ahora eran dedicados a mí sus poemas.


—¿Cuál era tu materia favorita? —me preguntó suavemente, mientras terminaba de escribir cuentas en su tarea de Matemáticas.


Me recargué en mi otro brazo e hice un sonidito involuntario, pensando.


No sentí cuando contesté:


—Inglés.


El tiempo se congeló mientras recordaba la última vez que hablé, el día de mi muerte.


La voz de mamá preguntándome cualquier cosa, llegó a mí a la vez que recordaba mi primer libro escrito en braille en mis manos. Llegué a la mitad cuando mis días vivos acabaron en un vagón de tren al atardecer.


«Cariño, ¿te sientes bien? —cuestionaba, como si tuviera programada la pregunta siempre que sentía que algo en mí andaba mal. Yo asentí. Ella acarició mi mejilla. Besó mi frente. Y le sonreí—. Kibummie, mi bebé, te amo».


—¡No puede ser! ¡Yo odio eso! —Protestó Jonghyun, regresándome al presente, y yo reí.


Sentí su mirada sobre mí, dirigida en mi dirección. Pensé que buscaría sacarme información sobre mi muerte, pero no lo hizo.


—Nunca he disfrutado más la sola presencia de una persona, ¿sabes? —dijo por encima del aire tenso que cubría la habitación entera, con la mano sosteniendo su barbilla.


Me sonrojé, sí. Mis mejillas estaban calientes y mi mirada le rehuía otra vez tontamente.


—Siempre has sabido cuando estoy contigo, ¿eh? —Soné decepcionado.


—Claro... Es imposible pasarte desapercibido. Me transmites pura luz.


Otra vez escuché mi risa como si fuera ajena. No podía controlar nada cuando me dejaba llevar por Jonghyun.  Y su bella voz me hizo estremecer al unirse a mi risa.


La siguiente tarde, se atrevió a más:


—Déjame verte.


—Hay algo que no me gusta de ti —Me paseé frente a él y sus ojos me traspasaban, traspasaban la estela invisible de mi ser—, ¿sabes, Jongie?


—No me digas eso... —Trató de tomar mi mano, y lo hizo. Pensé que estaba siendo invisible, pero él sabía dónde estaba suspendida mi mano.


—No te bases sólo en apariencias, Jonghyun. —Arrebaté mi mano de su dulce caricia.


—No lo hago. Juro que renuncié a hacerlo hasta que dejaste que te viera... Eres tan... bonito que yo... soy débil por ti, tú me haces ambicionar más y más.


—Pero si yo no...


—No sabes cómo eres, Kibum. Jamás te has visto al espejo. Estoy seguro de que no tienes idea de lo precioso que eres...


—Oh, pero gracias por recordarme que no soy afortunado como tú, gracias por ponerme ambos pies en la tierra y recordarme que soy ciego y jamás he visto lo maravilloso que es el mundo que adoras. Perdón, Jonghyun, pero la belleza no lo es todo. Aquí quien está ciego no soy yo.


Recorrí el salón hasta la ventana, crucé el marco y caí en una almohada de pasto fresco.


Sus disculpas apenas sonaban como susurros en mi mente. Pero Jonghyun se quedó escribiendo una disculpa que sí oiría en cuanto regresara al ático: una canción.


Yo podía sentir cómo se movía todo a mí alrededor, pero no podía ver los colores, ni las formas a profundidad.


Estuve por las calles como una semana seguida. Los perros y gatos reparaban en mi presencia, pero las personas me ignoraban.


Jonghyun no dijo nada que yo no supiera, pero me molestaba su obsesión con la belleza. Además, quería alejarme de él porque es peligroso pasar ratos junto a él, platicar de cosas tontas, compartir opiniones... Estaba comenzando a enamorarme aún más de él. Y yo estaba muerto. Si continuábamos conversando a diario, si yo seguía permitiendo que me viera...


Porque no podía resistir su voz ronca. Porque era imposible quedarme por las noches fuera de su cama, porque me encantaba palpar sus rasgos cuando dormía, y anhelaba explorar mundos encerrados en sus sueños con él.


Pero en efecto, soy débil.


—¡Por fin regresaste! Escucha, perdón, de verdad yo no quería...


—Cállate. Sólo léeme los versos que me has escrito.


Me senté en el umbral de la ventana.


Entonces fue por su guitarra, que estaba desafortunadamente a mi lado, aprovechando para mirarme de nuevo sin verme, y su corazón sonrió de alegría.


Me mordí el labio al notar cuán feliz lo ponía mi presencia.


—No es sólo tu belleza, sino también tu voz, el latir de tu corazón, tu respirar.


—Yo no hago tal cosa —repliqué—. Estoy muerto.


—No lo estás. —Avanzó hasta tomar mi mano. Estaba tan cálido, tan suave que no puede evitar dejarme ser frente a él. No dijo nada, sólo humedeció sus labios para después continuar—: Yo te escucho. Estás vivo para mí.


Su mano obligó a la mía a tantear mi pecho en busca de latidos. Y los encontré.


Era imposible, ¿no?


Él era el culpable de mi inexistente taquicardia. Sonreí.


Levantó mi rostro con cuidado de la barbilla. Otra vez pedí un deseo mental: poder mirarlo. Pero sabía que mis ojos estaban abiertos en busca de luz, fijos en el infinito pero incapaces de enfocarlo.


Besó mi frente, sobre el mechón de pelo que me cubría hasta los ojos. Después comenzó a cantar para mí.


 


* * *


 


Cumplió dieciséis un sábado. Ya me llevaba un año de diferencia. Y para entonces tocaba de vez en cuando canciones en centros comerciales y había logrado entrar a más de algún concurso de talentos. No más novias para él, yo era su única princesa.


Yo lo amaba. Tan profundamente que no podía compararlo con nada que haya sentido nunca. Él me decía lo mismo en sus canciones y lo sentía verdadero.


—Déjame... —murmuré y luego me arrepentí. Me acomodé más en su pecho y cerré los ojos para armarme de valor—, déjame dormir contigo.


—Ya duermes conmigo, Kibummie —contestó acariciando mi brazo. Yo aferré más mi pierna sujeta a su cuerpo.


—Quiero entrar en tus sueños para poder ver lo que tú ves.


—Todo lo que quieras —Estampó sus labios a mi frente—, todo lo que quieras, te lo daré.


 


Mientras pintábamos con los dedos manchados de pintura sobre el cielo de sus sueños, me abracé a su cintura y me hundí en su pecho, sonriendo. Él jaló la colcha para taparme más, acariciando mi hombro, sin dejar de soñar, sobre su cama, bajo sus sábanas, en su calor.


—¿Cómo se llama este color? —pregunté y él tomó mi mano para después provocarme un choque eléctrico al besar mi mejilla.


—Rosado.


—Me encanta.


Yo agradecía el hecho de ser ciego en la metáfora de no ser débil ante la belleza. Y comencé a dudar de si era buena idea robar sus imágenes, cuando se vio en el reflejo del río en un valle lleno de estas hermosas florecillas llamadas «Margaritas». Ya me había visto a mí mismo, porque lo que llegaba a mí era lo que él veía. Mis ojos eran grises, él dijo. Mi cabello oscuro y casi tapaba mis ojos, haciéndolos ver más afilados. De la parte de atrás, en cambio, era muy corto. Mis shorts eran más oscuros que el color de mis ojos, al igual que el pequeño saco. El chaleco bajo él era rosado. Mamá decía que era su color favorito. Ese día descubrí que también era el mío. Mi sonrisa era tímida. Pero eso yo ya lo había sentido antes de poder ver. Lo malo fue ver sus ojitos tiernos y su sonrisa noble, temblorosos sobre el ir de las aguas.


—Kibummie —me llamó abrazándome por detrás—, te...


«...amo». Lo anticipé y me alejé.


Me vi a mí mismo evadiéndolo, parado en medio de la nada y sin rumbo cierto. Me recorrió desde mis pies, pasando por las calcetas blancas, mi short, donde se detuvo por tanto tiempo que me hizo sentir incómodo.


Volteé tímidamente a verlo y allí estaban mis ojos grises casi blancos mirándolo, mientras la única imagen que en realidad veía era la propia. Eliminó la distancia entre nosotros, me abrazó la cintura y besó mi frente antes de susurrar:


—Te amo.


Esta vez no fui capaz de adivinar que eso diría, así que me quedé de piedra hasta que reuní el valor —o la cobardía— de escaparme.


Otra vez sólo me encontré con oscuridad, pero mi cuerpo estaba acurrucado bajo el suyo. Me sentía tranquilo al simplemente estar con él, sabiendo que estaba dormido. Con mis manos, hallé el camino hasta su mejilla y deposité un imperceptible beso justo bajo su ojo derecho.


Él respondió con una risita suspirada y una sonrisa en el corazón. Me deslicé bajo la sábana con suficiente cuidado para salir de la cama y dejarlo con los brazos vacíos sin que despertara. Se removió insatisfecho, con el ceño fruncido.


Me fui caminando hacia la ventana y me senté en el alféizar, retirando las cortinas para que entrara aquel congelante viento. Me llené de él, pero Jonghyun se removió de frío. Así que sellé herméticamente las ventanas rápido, sintiéndome culpable, para después regresar a la cama a taparlo.


Dijo mi nombre en sueños durante toda la madrugada, así que nomás despertó salí de su cuarto y me quedé a esperar que bajara en las escaleras. De nada serviría hacerme invisible, él siempre me sentiría en su cuarto.


—Buenos días —murmuró enfadado, pasando a mi lado. Yo solamente bajé la mirada.


Su madre había salido y eran apenas las ocho de la mañana. Fue a buscar algo en la refrigeradora y lo metió en el microondas.


La pena me invadió. Tuve que salir a la terraza, a relajarme, a esperar que por fin saliera para que habláramos.


—¿Adónde vas? —pregunté en voz bajita, como si tuviera remordimiento, cuando arrastró la tensión abriendo la puerta principal. Pareciera que ya no estaba enojado conmigo por huir del sueño.


—Iba a ir al parque, pensé que estarías allí. —Se encogió de hombros para luego tenderme la mano—. Ven, vamos a dar un paseo.


Dudé.


—Irás hablando con el aire, ¿no será extraño?


Se encogió de hombros otra vez.


—No me importa.


Tomé su mano y él sonrió. Yo decidí hacerlo internamente.


El silencio me dolía, pero no tanto como para romperlo yo mismo. Él estaba bastante tranquilo, caminaba relajado mientras yo con esfuerzo me recordaba que debía mover un pie tras el otro.


—Si no me amas, sólo dilo.


—Ese es el problema. —Ahogué una risa hipócrita bajando tímidamente la cabeza.


Se detuvo, permitiéndome verme a mí mismo. Me vi así, con la cabeza baja y mis dedos amarrándose a los suyos con nerviosismo.


—Yo también te amo —dije acariciando con mi pulgar el interior de su muñeca, donde pulsaban sus latidos.


Cerrando los ojos, quise pasar por alto la ilusión que brillaba en su pecho.


Cuando de repente sus labios ya no buscaron contacto con mi frente sino con mi boca, retrocedí, frunciendo el ceño.


—Jonghyun, ¿qué estás haciendo? —Lo empujé lejos por los hombros, muy a mi pesar deshaciendo el agarre de nuestras manos—. Atrevido.


—Oh, por favor. Te amo, me amas, ¿por qué no puedo darte un beso?


—Quitando el hecho de que eres el hijo de mi prima y que yo estoy muerto, apenas acabas de declararte —le contesté enfadado, con mis manos en las caderas.


—Pero llevo escribiéndote desde hace... —No dejé que continuara.


—¿Quieres probar tu amor por mí? —gruñí ahora sí, muy molesto—. Está bien, sígueme.


Sin ver, me dirigí hacia dónde yo sentía que era la dirección que debía seguir. Y sus pasos me siguieron hiperactivos.


—Prefiero ir de tu mano. —Un rubor cubrió mis mejillas y él lo estaba viendo sin interrupciones, orgulloso al abrazar mis dedos con los suyos.


Suspiré resignándome.


Esa no era exactamente una prueba de amor, sino de apoyo. Quería sentir que en verdad me apoyaba, que de verdad no le importara las condiciones en que nuestro amor había nacido.


—Vamos al lugar en que morí —le informé con voz suave.


—¿Por fin me lo vas a contar todo?


—Algo así. —Dudé un segundo, recordando y poniendo en orden cómo le contaría—. No sé quién fue; no reconocí sus pasos. No sabré decirte ese dato.


Cosa que era buena porque así no se convertiría en un asesino por mi culpa. Pero no agregué eso en voz alta.


El camino me lo sabía de memoria. Cuando llegamos a la estación de trenes, casi escuché otra vez cómo el silbido anunciaba que estaba por partir. Pero hacía años que ese terreno estaba abandonado. Ahora sólo había puras hierbas malas estorbando en el piso y basura metálica descansando dentro y fuera de los vagones oxidados.


—Mi mamá trata el asunto de tu muerte como si fuera un tabú. —El viento nos despeinaba a ambos y me erizaba los brazos.


—Yo la quería mucho —dije con melancolía.


—Pero a mí no me han contado más allá de lo necesario.


Asentí, comprendiendo que no era nada fácil relatar cómo había sido mi muerte, y peor aún si debía de explicárselo a un niño curioso y tonto como Jonghyun.


—Fue en este. —Señalé caminando perezosamente frente a la puerta del vagón. Estiré mi mano para que Jonghyun la volviera a tomar (puesto que me soltó un segundo) y entrásemos juntos.


Yo ya no tenía miedo, ya nada me podía pasar, ya estaba muerto. Y no creía que algo malo llegara a pasarle a Jonghyun.


—¿Hace mucho dejó de funcionar esta estación? —Entrelazó nuestros dedos una vez más.


—Desde que me encontraron muerto.


—Ah.


Hubo un silencio largo.


—¿Qué te dijo el que te mató?


—Absolutamente nada. —Me volteé, mientras mis dedos escalaban sus brazos.


Respiré ahogadamente. No quería sentirme débil, pero era justo lo que estaba haciendo. Me dejé caer sobre su hombro, apoyándome en su pecho, con sus manos envolviéndome. Quizás yo era demasiado frágil o su constitución era demasiado fuerte; ya no me importaba.


—Estábamos regresando a casa con mi mamá, después de ir a ver a mi especialista y que él me diera mi primer libro en braille.


Hice una pausa livianamente larga y le agradecí mentalmente que no me forzara a seguir.


—Mi mamá me dejó sentado aquí dentro y se fue a buscar cambio de unas monedas. Y me quedé solo.


Sus manos hicieron círculos en mi espalda cuando me sentí sollozar.


—Odiaba quedarme solo. —Y odié el tono de berrinche que usé—. Apreté contra mi pecho a mi libro y a Marisela, mi muñeca de trapo. Siempre la llevaba conmigo. —Sonreí al recordarlo y Jonghyun asintió porque la había visto en fotos—. Sentí... miedo anticipado —titubeé ya con voz más sombría.


Me tomé una pausa.


—Ya se había tardado mucho a mi parecer, así que me levanté a esperarla en la puerta. Como no había mucha gente entonces, supuse que ya no entrarían más personas. Pero me equivoqué. —Mi voz se quebró.


—Ki...


—Al principio mi mayor miedo era que el tren se fuera sin mamá.


—Shh. —Jonghyun besó cerca de mi oreja.


—El aire cuando él entró se me hizo escasísimo. El miedo me obligó a retroceder, apegándome a la pared fría y sucia. Sentí su mirada sobre mí.


Unas pocas lágrimas rebasaron mis pestañas, mojando la tela de su camisa.  La franela absorbió la humedad.


—Me tomó de la barbilla para obligarme a mirarlo.


El puño de Jonghyun se cerró de rabia.


Casi estuve tentado a reírme cuando me puse a pensar en lo que me faltaba por contarle. Pero no podía arrepentirme, ya había empezado, ahora debía terminarlo.


—Un frío helado cortó a lo largo de mi cuello. Allí grité, tan fuerte como jamás lo había hecho. Y dejé caer mi libro al suelo. A Marisela la sostuve hasta que me desmoroné contra la pared metálica. Me abracé a mis rodillas. Pero el corte no fue lo suficientemente profundo para matarme.


Respiré antes de continuar.


—Agarró mis puños con las manos y de un solo movimiento hirió mis venas, rompiéndolas sin mayor esfuerzo. Soltó mis manos sin que me diera cuenta. Luego me jaló de los pies hasta dejarme acostado y me hundió el cuchillo en el estómago… una y otra vez. Hizo largos cortes en la piel de mis piernas solo por diversión durante lo que me pareció una eternidad. Me abandonó con el filo incrustado aquí… —Guié la mano de Jonghyun sobre mi pecho a mi corazón, que latía tristemente, irrealmente—. ¿Sabes? Todavía puedo escucharme gritar, gemir y retorcerme de dolor…


No mencioné que desde que comencé a meterme en su cama dejé de escuchar esos sonidos rezagados en mi memoria.


Jonghyun ya no me abrazaba. Tenía ambos puños rígidos a los lados de su cuerpo, aunque mis brazos seguían anclados a él. Mis lágrimas eran ahora huellas cristalinas en la piel de su cuello y la tela de su camisa. Se estaban entibiando ante su contacto, ya no eran frías.


—Déjame matarlo —musitó solamente.


—Ni siquiera sé quién es.


—Podríamos averiguarlo.


—No quiero que te rebajes a su nivel.


Él bufó.


No había forma de sacarle eso de la cabeza. O quizás sí.


Posesivamente, apreté mi agarre en él, tratando de bajarlo a mi altura. Él era más alto que yo por algunos centímetros y mayor porque yo seguía atrapado en los quince años y él ya casi cumplía diecisiete.


—Bésame —le pedí en un susurro.


—¿Estás haciendo esto para que me olvide de querer cobrar venganza?


Me reí entre sus labios, retándolo.


—¿Y si así fuera? —ronroneé.


Entonces pasó. Sólo bastaron un par de segundos para que el oxígeno escapara a un lugar donde yo no podía alcanzarlo, un lugar lejos de los brazos que me estrujaban la cintura y los labios que acariciaban a los míos.


El reloj corría y yo ya no podía continuar. Todo en mi cuerpo y corazón estaba vitalizándose, y mareándome al mismo tiempo. Mis manos subieron al cuello de su camisa y lo apretaron con fuerza, mientras que mi mente se debatía entre separarme o permanecer así toda la eternidad. Pero entonces sentí una corriente de aire caminando como un ciempiés sobre mi nuca. Abrí la boca, separándome, con las manos también ayudándome a liberarme de mi nueva droga: los labios de Jonghyun. Pero él no me quería dejar ir.


En un jadeo enojado, lo empujé.


Estaba por protestar, con el ceño adorablemente fruncido cuando le dije:


—Hay alguien más aquí.


Su expresión se suavizó, pero seguía molesto. Me atrajo nuevamente de la cintura y ató sus manos allí. Sus celos me hicieron reír para mis adentros.


Mientras planeaba la mejor manera de decirle lo que pasaba, arrastré mi atención lejos de él para observar más espiritualmente, sin mencionar que él sólo enfocaba mis labios y me ponía nervioso. Sentí que alguien lleno de furia estaba saturando el aire a mí alrededor. La sensación sólo logró recordarme al instante en que aquella persona irrumpió en el vagón para matarme.


—Es él —susurré en el oído de Jonghyun, y él al instante se crispó.


Miró en todas las direcciones, sin dejar de sostenerme, pero no vio nada.


—Lo puedo sentir —expliqué antes de que hablara.


—Pero…


—Vámonos —ordené. Y por supuesto que no estaba para negociar mi decisión.


Jonghyun me siguió una vez abandoné el vagón y lo primero que hizo fue aferrar su mano a la mía.


—No entiendo nada —dijo más para sí.


Lamentaba el hecho de que yo sí entendiera qué había pasado.


Él también estaba muerto.


 


Más tarde, en casa, Jonghyun me indicó con un gesto que subiera, y luego fue a saludar a su mamá, quien estaba en la cocina. Lo escuché darle un beso en la mejilla y decirle con una voz sonriente que había besado a la persona que más amaba en el mundo.


Corrí escaleras arriba, sabiendo que mis mejillas se habían ruborizado escandalosamente. Agradecí que él no estuviera cerca.


De nuevo en el ático, me dejé caer al lado de una caja, la que contenía los recuerdos pobres de mi existencia.


Jonghyun llegó más tarde y dormimos en el suelo juntos, hasta que el frío lo obligó a irse a la cama. Y llevarme a mí con él.


Una semana pasó de mi encuentro con el fantasma de mi asesino. Y mientras tanto, si pasaba las yemas de mis dedos atentamente sobre la piel que él tocó, lo recordaba. Una noche inclusive escuché su risa en mi oído. Estaba bajo las colchas azules de Jonghyun cuando una fuerza me jaló lejos de él. Luego oí su risa, grave y burlona. Pero como si nada, regresé a mi lugar, ignorándolo.


Sin embargo, por alguna razón, había una conexión con mi asesino, aparte de sentir que él estaba en cada corte que me hizo aquella vez, en cada rasguño y cada lágrima.


Pero no quería saber. No tenía interés alguno en ello. Todo lo que me importaba era que Jonghyun tuviera suficiente tiempo para jugar conmigo, para dejarme entrar en sus sueños y para pasear en el parque. A veces me llevaba rosas o margaritas. A veces murmuraba mi nombre en sus sueños, cuando yo salía de ellos para dejarlo descansar. A veces encontraba en los apuntes de clases, mi nombre.


—Averigüé algo —informó Jonghyun después de cerrar la puerta tras de sí—. Le pregunté a mamá —continuó—, y dijo que una nota fue dejada contigo la tarde de tu… muerte. —Le dolió decir las palabras.


—¿Sí? —Lo apresuré—. ¿Qué nota?


—Mamá la guardó muy bien, pero creo que por fin se ha dado cuenta que he madurado… —Comenzó a buscar en una caja extraña para mí, hasta que sacó un sobre pequeño y arrugado, de color degradado por el tiempo.


Me miró a mí y yo encontré un par de ojos grises ansiosos.


—Ábrela —atiné a decir.


Desdobló la nota una vez estuvo fuera del sobre. «Ciego o no, hijo mío o no, querida, ya no importa, ya está muerto». Lo vi de primera mano, entre los dedos firmes de Jonghyun.


—¿Eso es sangre?


Jonghyun asintió.


—¿Mi sangre?


Esta vez tomó aire antes de asentir.


—Mi padre me mató. —Ni siquiera yo entendí con claridad qué decía mi tono de cómo me sentía por dentro.


Mi mamá jamás me dio detalles sobre mi papá. Ella no se casó, ni tenía novio cuando yo nací. Y supongo que yo pensaba que me había traído la cigüeña.


—Mamá dijo que tu padre estaba... ¿Cómo dijo? ¿Psicológicamente inestable?, sí, eso, y que tu mamá huyó de él diciéndole que no eras hijo suyo para protegerte. Él vino de Inglaterra, y se enamoró de tu mamá. Por eso te gusta el inglés. Él la amaba tanto que pensar que ella lo había traicionado fue la gota que derramó el vaso.


Guardé silencio.


—¿Sabes que tu mamá se suicidó luego de tu muerte?


—Sí —contesté quedo.


—Yo no —dijo casi reprochándome por no habérselo dicho.


—¿Te lo acaba de explicar hoy?


—Sí.


El silencio cortó distancia entre mis recuerdos, las lágrimas, el dolor, y Jonghyun.


—¿Me haces un favor?


Jonghyun hizo trizas la distancia arrodillándose frente a mí.


—Lo que quieras —musitó.


—¿Me das un abrazo?


 


Junto a él, superé todo.


Podía tener amigas, podía salir de vez en cuando. Pero sentía en su corazón que yo era el único. Era una seguridad que me sentía privilegiado de ver.


Tomé su mano aquella tarde y le prometí con un beso que este sería su mejor cumpleaños.


La tarde entera se la pasó conmigo, aunque para sus padres estaba con su grupo de amigos celebrando y para sus amigos estaba con su familia.


Entre las cuatro y las cinco de la tarde, encontramos nuestro camino a casa atravesado por la estación de trenes. Y como yo había superado eso, no me parecía una dificultad. Con el paso del tiempo, Jonghyun aprendió a agradecer la manera en que sucedieron las cosas, porque, de no ser así, nunca hubiésemos estado juntos.


Jonghyun jugaba con nuestras manos enlazadas, se alejaba y luego se acercaba a mí, sacándome risas e insultos tontos.


Caí sobre una gruesa capa de maleza en el piso y sobre mí él, riéndose en mi oído.


—Eres un niño —lo regañé, pero mi risa no me dejaba mentir: estaba feliz.


Calló nuestra risa con un besito. Sus labios húmedos separaban a los míos lentamente. Mantenía atrapadas mis muñecas con sus manos a ambos lados de mi cabeza, haciéndome sentir preso. No podía evitar lanzar gemidos, que quedaban de inmediato silenciados por su boca, a cada instante.


—Key —jadeó. Tuve que esperar a que mis sentidos se estabilizaran antes de responder.


—¿Mmm?


—Es llave en inglés. —Se inclinó sobre mí y lamió la comisura de mi labio—. Y suena como tu nombre.


—¿Has estado estudiando? —pregunté divertido.


Él besó mi sonrisa, y esta no desapareció.


Tardé mucho en fijarme de que unas manos desconocidas hacían todo lo posible por empujarlo lejos de mí, sosteniéndome pegado al suelo. Pudimos jadear sobre los labios ajenos en busca de aire antes de que me sintiera impotente al querer iniciar un nuevo beso y no poder. Un gruñido de asco se deslizó por mi cuello. Una voz entró en mi mente y mis recuerdos. Una risa se mofó de mí y la sofocada respiración sobre mi otra oreja me alertó. Era él.


Jonghyun de repente buscó tomar mi mano, ahogándose con el aire en el hueco de mi cuello. Lo abracé y él apretó mis manos en advertencia. Entonces noté que las manos frías que siempre habían intentado separarnos, le estaban cortando el acceso al aire.


Mi padre estaba celoso. Celoso y enojado.


Un intento vano de sonrisa, sucia y asquerosa se desvaneció al mismo tiempo que el aliento de Jonghyun, con el último rayito de sol.


Intercambié posiciones con el ahora, aunque yo no quisiera ni procesar el hecho, inmóvil cuerpo de Jonghyun. Me recosté encima de él, con lágrimas precipitándose de mis mejillas a las suyas. Grité y gemí, jalando su ropa, tratando de hacerlo reaccionar. Pero era inútil. Él ya no respiraba.


En ese momento dejé de insistir. Jonghyun estaba muerto. Y eso no hacía nada más que unirnos.


Abrió los ojos y, respirando con torpeza y lentitud, me regaló una sonrisa relajada, que me indicaba que estaba procesando la situación con calma.


—Jonghyun...


Respiré entre mis labios, serenándome, antes de peinar los mechones negros que caían desobedientes en su frente. Lo vi. Lo estaba viendo pestañear y sonreír. Cada gesto y cada facción eran claros en este mundo nuevo para él, este mundo en el que yo llevaba caminando toda una vida. Un mundo que ahora compartíamos.


Sus ojos eran castaños, oscuros, preciosos y brillantes. Su sonrisa era hermosa y amplia. Sus labios poseían un color muy vivo. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas.


Depositó sus dedos eternamente cálidos en la piel más arriba de mis rodillas y los aferró a mí, haciéndome estremecer y sonrojar. Solté mi labio cuando noté que lo estaba mordiendo involuntariamente.


Cuando algo de vergüenza me abandonó, descendí suave sobre su pecho y presioné un beso en su boca.


—Key...


 


Fin

Notas finales:

Holi (?)

no fue un final triste~ (aunque también hubiera estado genial si lo hacía triste keke)

¿Saben qué? Es la primera vez que subo algo sin lemon :D

Me siento orgullosa de mí misma ~

-se va saltando-


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