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Surreal por MoonDrop

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Notas del fanfic:

Un día me ocurrió algo parecido a Kibum en este capítulo. Bueno, nada parecido, pero por lo menos me dejó la misma sensación.

La idea ha mutado y se ha transformado en un tipo de historia. Y me animé a compartirla~

Notas del capitulo:

Yo amo la palabra surreal. Ni siquiera sé si existe :((

La luz tierna de la madrugada se filtró tenue por las cortinas de leche de la ventana a sus espaldas. La espalda fornida y suave a la vista dejaba ver leves montes en la piel, gracias a la ejercitación de sus músculos fuertes y jóvenes. El joven, recostado bajo las mantas estiradas, pulcras, libres de cualquier imperfección, denotaba una noche tranquila, sin movimiento, sin pesadillas, rebosante de paz, de silencio. El silencio, se quebró en el momento en que el chico alzó la cabeza con los cabellos apenas desarreglados y estiró flojo el cuello para divisar entre parpadeos escasamente notorios, los números cuadrados y bien hechos que marcaba su reloj digital de velador.

 

 

 

"6:58"

 

 

Justo dos minutos antes de que el aparato estallara en pitidos agudos. Dos minutos antes, como siempre. Como cada día que llevaba habitando esas paredes crudas de aquel departamento.

 

 

Y todo aquello era un ciclo, uno del cual no lograba escapar, aunque bien, no hacía el mínimo empeño para revertir algo en aquel sustantivo que le adjudicaba el tedio y monotonía de adjetivo a su vida.

 

 

Se quedo mustio, estático, mirando a la nada en un punto fijo frente a sí, mientras esperaba que su reloj chillara como siempre.

 

 

Y lo hizo, dándole a conocer que comenzaba un nuevo día.

 

 

 

 

 

 

Su abrigo, una buena bufanda, una boina cómoda y cámara en mano.

 

 

La ciudad a esas horas de la mañana se tintaba aún más gris de lo que Choi la veía normalmente; recorría una brisa gélida, que le hacía doler las fosas nasales, los dedos atrofiados, cada cartílago de sus orejas, a pesar de todo el abrigo que se había arrojado sobre sí.

 

 

La polaroid captó la parada de autobuses a unos metros, con un niño en los brazos de una señora, y las hojas de un árbol cercano volando en el viento. El otoño es una época hermosa, lástima que el joven en el último tiempo no le encontraba sentido a las cosas ínfimas y bellas de la vida, más bien, sentía todo muerto, y él mismo tenía sospecha de que una semilla de puro y denso odio a la sociedad estaba emergiendo en sus entrañas más profundas. También era un misterio el que las imágenes de su polaroid resultaran estar en un viejo blanco y negro que no podía remendar por más que quisiera, de primera culpaba de lleno a la cámara, justificándose en una supuesta falla que tuviera, pero quizá el problema iba mucho más allá de lo que él creía; esas fotos plasmaban sola y únicamente su alma. Su alma perdida.

 

Tantas cosas habían ocurrido en su vida, tantas. Finalmente, aquellos pasadizos de su infancia fueron una peste que contagió sus años venideros, tiñendo su alrededor de un gris denso, que no lograba apartar de sí.

 

Aquel día fue muy fugaz, de hecho ya era hora de regresar a su departamento. Tal vez el fenómeno de la brevedad era producto de sus momentos de estar pensativo, que estaban proliferando en número desde hace algún tiempo, tornando todo más efímero, más pasajero, sin mucha importancia, y que lo estaba sumiendo en un estado de mutismo, de decaimiento, de retroceso. Su vida no iba avanzando como él hubiese anhelado, se había prometido el progresar y sobrellevar las etapas emocionales, en cambiar la página luego de algunos años, pero ya habían pasado algunos años y el resultado no era el esperado.

 

Su turno ya había terminado, lo sabía, no era necesario el levantar el puño de su abrigo para ojear la hora en su reloj; todos los relojes a la venta de esa sala marcaban los mismos números, denotaban la misma instancia.

 

Se puso su gorro oscuro y salió del lugar cerrando la entrada, huyendo de todos esos brazos que se movían a compás de quién sabe qué tonada desconocida.

 

A veces quería sólo desaparecer.

 

 Se colocó sus audífonos ya conectados al celular y le dio play en aleatorio.

 

Radiohead - How to disappear completely

 

Bufó al aire con pesar por la ironía.

 

Se dio el tiempo de caminar hacia la parada anterior porque el bus aún no aparecía, o quizás porque simplemente lo quería dejar pasar, o tal vez porque quería apreciar más la esencia otoñal que se difuminaba con gracia por la ciudad.

 

Generalmente se habría detenido pares de ocasiones en el camino para sacar la polaroid y plasmar alguna imagen, pero no ocurrió. Llámenlo pereza, cansancio, hastío. Pero no lo hizo, sólo se limitó a estancarse en la acera, con ambas manos en los bolsillos amplios, con su rostro medio alzado apreciando la brisa, entregado a la nada, escuchando las tonadas deprimentes, medio muertas.

 

“No estoy aquí”

 

Un ruido tosco que lo regresó a la realidad atravesó la melodía hasta sus oídos, captando su atención. Bajó los audífonos girando hacia el costado, encontrándose con un cabello castaño meneándose, con una figura menuda conectando las palmas de sus manos directo en el cemento duro e irregular.

 

Oh, claro que sí estaba aquí.

 

Cogió la billetera que seguramente debía pertenecer a esa persona, y fue a su encuentro.

 

 

-          ¿Te encuentras bien? –preguntó gentil.

 

 

Era un joven. Tenía el cabello lacio cayendo suave por la piel tersa y blanca; los labios en punta teñidos de rojo por el frío; los ojos asustadizos y brillantes, y el conjunto sumado presentaba un rostro bonito, rayando en lo femenino, pero sin sobrepasar la línea.

 

 

 

-          ¿Seguro? –quiso confirmar.

 

 

El chico continuaba con la mirada escurridiza, y en parte su comportamiento era bastante extraño, quizá se sentía mal, o quizá alguien lo había empujado, quién sabe. Minho le entregó la billetera, interrumpiendo su estado de adaptación post-caída.

 

No concurrió ni un minuto cuando un bus cuyo recorrido no le servía en lo absoluto aparcó cerca, debiendo llevarse al chico de cabello castaño. Choi, aún prendado por esas facciones lindas alcanzó a sacar la polaroid de su bolsillo, disparando la orden de retrato a una velocidad que no creía adquirir en un día tan vago como ése. Alcanzó a captar la figura delgada de perfil, lista para subir al autobús. Esperó algunos segundos antes de admirar el pedazo de papel, y luego permaneció quieto otros cuantos, muchos, antes de lograr adquirir movimiento. Parece que su bus había llegado, pero sus sentidos se negaban a responder, ahora todo se concentraba en su vista sobre esa foto.

 

Pestañó seguido, su transporte se había ido, y él continuaba embelesado admirando los colores concentrados en la figura del chico, en medio de la monocromía del entorno.

 

 

 

~

 

 

 

Es una escena simple.

 

Un chico de brillante cabello castaño espera el autobús que lo conduciría de vuelta a su casa luego de su día universitario. Su bolso café apegado al cuerpo; sus ropajes combinados perfectamente alternando tonos densos y lívidos; su mirada cortante; sus labios rosas en punta por tanta espera del anhelado transporte. Hacía frío, era otoño, y las hojas caídas se apilaban en la acera, otras chocaban con sus pies, otras volaban por los aires. Resopló una vez más, el día no iba nada bien, y ahora parecía comprobarlo nuevamente, por fortuna sólo faltaban unos cuantos pares de horas para que un nuevo día comenzara, y así mismo con una nueva suerte para él.

 

 

La dirección de la leve brisa le obligó a voltear la cabeza para no desordenar tanto su cabello, y quizá eso fue lo único bueno que le ocurrió desde la mañana, o tal vez todas los percances y molestias que le hicieron rechinar los dientes a lo largo de ese jueves nublado fue una mera preparación para ese momento en donde el tiempo pareciera haberse congelado, como sus pulsaciones, en unos segundos.

 

 

¿Qué posibilidad existía de que estuviera soñando?

 

 

Comenzó a armarse un lío en su mente, esto no era real. O quizá sí. O no. No importaba realmente. Bueno sí lo hacía.

 

 

Permaneció estático, abriendo bien los ojos a la escena que se presentaba frente suyo -al parecer no era una escena tan simple después de todo-. Las hojas marchitas que antes ondeaban al compás del viento, ahora se mantenían inmóviles, en el aire.  Sí, su pulso cardíaco no era lo único congelado, lo comprobó en el instante, y la verdad, todo a su alrededor se había detenido súbitamente; era como si el video de su vida se hubiera paralizado, y ahora estuviera cargando para mostrar los siguientes sucesos. Su internet vital no andaba bien ese día.

 

 

La situación era demasiado onírica, el ambiente había adquirido un suave tono blanco, que hacía ver todo algo borroso, con neblina, sí, eso era, neblina de los sueños, pero ¿era eso un sueño? no recordaba haberse quedado dormido, no parado, por lo menos. De pronto, notó un movimiento leve de las hojas suspendidas; estaban avanzando muy, muy lentamente hacia donde el viento las dirigía instantes atrás. Y entonces lo vio. Era un joven alto, las manos dentro de los bolsillos de un abrigo negro, una bufanda grande estrechando su cuello, con una boina oscura impidiéndole observar en totalidad su cabello oscuro.

 

 

¿Cuándo había aparecido ahí?

¿Por qué no se había percatado de su figura?

 

Lo sabía, seguramente era porque sólo se mantenía mirando la dirección de donde debería llegar el bus, o bien mirando sus zapatos mientras recogía un poco el cuerpo para darse algo de calor, o porque aquello era parte del día, de su mal día. Pero ahora lo veía, y ahora sí que sentía que la respiración le faltaba, más que en esa fastidiosa clase de educación física donde terminó con arcadas en el baño por tanto movimiento ridículo e innecesario.

 

 

Aquel perfil bien dispuesto, a unos metros suyo; aquella sonrisa casi imperceptible que se esbozaba tímida, y sus ojos cerrados, era como si hubiese estado sonriéndole al cielo, o al viento, mientras éste se paseaba suave por entre sus contornos perfectos.

 

 

Maldijo rápido por lo bajo, al no ser capaz de poder contemplar sus ojos, y maldijo a... a lo que sea, porque sólo tenía medio perfil a su disposición para escudriñar con la mirada. Y no estaba satisfecho con aquello, y tampoco sabía por qué ese hecho le desesperaba así tanto, de sobre manera.

 

 

Amplió la vista un poco más, apartando su focus de ese joven alto, y encontró su nuevo centro de atención. Las ya renombradas hojas en el aire, comenzaban a avanzar cada vez más rápido -en la medida correspondiente, lo que en ese instante correspondía a "lento" y no "muy, muy lento"- pero en cambio, ahora estaban yendo en el sentido contrario del viento, regresando, en esta ocasión, al cuerpo alto, joven que se estampaba en la acera más allá, y todo conocimiento científico se fue al traste de la basura cuando advirtió en el cambio que éstas estaban teniendo; cambiaban de color, se estiraban, se estilizaban, empezaban a tener vida, a medida que se aproximaban al chico. Era una imagen tan surreal, de los tonos cafés, muertos, cambiaban a amarillos, verdes, rojos vivientes, cada vez más rápido, y quiso hacer algo, porque nada tenía sentido, porque necesitaba tocar esas formas en el aire para cerciorarse de que aquello no era una mala pasada de su mente, del estrés, del jugo con sabor raro que tomó en la mañana.

 

 

 

Despegó un pie, con mucha fuerza, y en el exacto momento en que lo hizo, todos los sentidos le volvieron de golpe al cuerpo; el frío del ambiente, el frenar brusco de un auto cercano, algunas aves pequeñas en un árbol, el típico zumbido de las cigarras, y una ráfaga fuerte en su costado que le hizo perder el equilibrio, haciéndole caer de rodillas y manos en el cemento.

 

 

Sintió el ardor en las palmas y en el rostro entero, al advertir que acababa de caerse de bruces contra el suelo frente al chico guapo. Realmente ese día tenía gustosas ganas de contraponerle sucesos desagradables a su trayectoria de vida, y ahora podía afirmar que definitivamente no era la última.

 

 

 

-            ¿Te encuentras bien? -levantó la vista, con los sentidos revolviéndose, sintiéndose mareado. Asintió inseguro, demasiado para su gusto- ¿Seguro?

 

 

 

Dios, esto no podía ser verdad, lo tenía frente suyo, en cuclillas, con una mano fuerte rodeándole la muñeca, ayudándole a restablecerse verticalmente. Maldijo el momento en que anheló por conocer el perfil contrario que no lograba visualizar, porque, diablos, era hermoso, y ahora lo único que deseaba era descubrir todos los perfiles existentes en ese joven moreno.

 

 

 

-           Ten -el alto le tendió la billetera, que en la caída huyó de su bolsillo.

 

 

 

Mantuvo por un segundo el contacto visual, sintiendo un punzón en el pecho, que le ascendió rápidamente hasta colorear sus mejillas. Esa voz grave era un contraste perfecto para sus profundos ojos, para su blanca e infantil sonrisa. Era un equilibrio perfecto, y Kibum lo notaba, lo acariciaba y hacía suyo ese pensamiento.

 

 

Sí, estaba completamente jodido.


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