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Surreal por MoonDrop

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Notas del capitulo:

Aclarar que Kibum no es escolar, es universitario~

Fue una línea que nunca arreglé, pero ahora sí jiji

-          ¿Y ya le diste tu número? ¿Han compartido mensajes hasta la madrugada? ¿Ya se han mandado emoticones de amor? ¿Ya tienen fecha para una cita?

 

-          Taemin, ¡basta! me mareas con tanta idiotez.

 

-          Pero entonces ¡cuéntame! me dejaste sin la mitad de la historia, ¿qué esperas sino suponer lo que ocurrió después?

 

 

 

 

Kibum, sentado de piernas abiertas en medio del colchón, con una mano trazando líneas en el papel blanco y con la otra atendiendo el móvil que expulsaba la voz alegre de su amigo, loco amigo. Y esta conversación era resultado de un mensaje desesperado en letras mayúsculas que el mayor le había mandado tres veces al chico, en una súplica de necesitar a alguien a quien expresarle la extraña situación que rebobinaba una y otra vez en su mente. Claro que omitió ciertas escenas que le era más favorable ocultar, antes de que le pregunten cuál se había inhalado.

 

 

 

-          Te lo dije, sólo fueron unas cuantas palabras, nada más -suspiró profundo, mitad porque añoraba aquel momento, mitad porque ese pequeño a veces le exasperaba- Luego llegó el bus y tuve que irme.

 

-          ¿Y él qué hizo?

 

 

 

Era una simple pregunta, de estas que se expulsan espontáneamente, sin mucho preámbulo, más bien como un conector entre las frases importantes y de contenido, pero a Kim le avergonzaba más de lo que quisiera, no porque el chico alto hubiera hecho algo que con el sólo recuerdo le ate el alma en la garganta y le tiña el rostro, no... La razón era que podía explayarse horas sobre que fue 'lo que hizo' y lo que 'no hizo' ese joven de sonrisa dulce; porque aunque quisiera o no, había seguido demandante con la mirada cada gesto, cada curva, cada minúsculo movimiento, cada línea -y entrelínea- de ese rostro, de todo ese cuerpo, tanto así que hacía suyo ese ángulo de su nariz, esa cicatriz en su mejilla derecha... Responder aquella pregunta con la información que guardaba bajo el brazo significaría un discurso completo, con lujo de detalle. Claro que no se lo iba a exponer a ese pequeño.

 

 

 

 

-          Pues se quedó abajo, a esperas de otro autobús -resumió, tragándose mil palabras, mil que ahora se plasmaban en papel al notar el camino que estaban tomando las líneas grafito.

 

-          No, me refiero a si se despidió formal, o con un beso, o si corrió junto a la ventana mientras el bu-

 

-          ¡Taemin! -explotó al fin, con algo de pena porque estaba deseando bastante el que hubiera ocurrido la última suposición de ese niño.

 

 

 

 

Pero no, ni siquiera se atrevió a ojearlo luego de ingresar al transporte para admirarlo por última vez, aunque bien, no era necesario.

 

 

 

Esto no iba bien, observó el block de dibujos sobre el acolchado, ahí estaba de nuevo. El perfil perfecto de ese chico alto.

 

 

 

 

~

 

 

 

 

"Bien, no olviden completar el folleto de…"

 

 

 

Esto iba más allá de sus límites, aceptaba el no concentrarse con el profesor aburrido, monótono, solterón y viejo que predicaba las eras del arte a través de la historia, o bien en cualquier otra clase, pero menos esa, esa donde unas señoras de estampa elegante y presencia firme habían platicado por tres cuartos de hora sobre becas y más becas en el extranjero. Ahora esto estaba realmente entrometiéndose de lleno con sus gustos, con su ser entero, y no hallaba forma de calmarlo. Observó el rincón superior de la hoja de su cuaderno extendido sobre el pupitre, y resopló, entre cansado y fastidiado, como con un cierto aire de madre al notar lo inevitable que le está ocurriendo a su hijo adolescente...

 

 

Los trazos suaves, ondeados, las curvas y sombras dejaban ver un par de ojos oscuros, expresivos, ¡diablos! si hasta podía leer en aquellos orbes un '¿te encuentras bien?'.

 

 

Arregló rápido sus cosas, saliendo con prisa del instituto; necesitaba aire de inmediato.

 

 

En el patio, recostado en un tronco de un viejo árbol, se dedicó a admirar las hojas que caían, lentamente, como en un ritual hipnótico... ¿qué ocurría exactamente? Hace más de una semana que le era imposible regresar al modo de vida que llevaba antes, e intentaba reprimir aquello, ese pensamiento, esconderlo debajo de la alfombra, detrás del mueble viejo.

 

 

Y entonces, cada día en la tarde, solía divisarse a un joven bonito de piel fina, cabello castaño brillando aún sin sol radiante, ojos de felino; esperando en la vereda junto a un árbol quién sabe qué, dejando partir los buses hasta que, a cierta hora, con una mirada menos vivaz que antes y un semblante caído, decidía ingresar al transporte, alejándose de aquel lugar.

 

 

 

Y aquel fue su panorama por más de un mes, anhelando un encuentro con alguien que dudaba fuera real, pero con ese sentimiento en el pecho que era tan verídico como el pleno otoño de la época.

 

 

 

 

 

 

 

~

 

 

 

Un martes de Octubre recibió una llamada. No duró lo suficiente para que los relojes de la tienda alcanzaran a avanzar un cuarto del círculo, pero el silencio en que se sumió luego de colgar fue eterno, muy eterno.

 

 

Minho tenía 11 años y algo más cuando el automóvil que llevaba a sus padres y su hermano mayor se volcó en medio de la carretera  al paso de una curva engañosa, un hecho terrible que le dejó solo y desprotegido bajo el cielo infinito. La vida no le supo para nada fácil luego de aquel trágico incidente.

 

El chico alto de la clase solía ser tranquilo y tímido, con una sonrisa vergonzosa en el rostro cada vez que le hablaban, pero luego de aquel día, esos adjetivos multiplicaron en sentido, volviéndose tan grandes que él no logró sobrellevarlos, y entonces terminaron por consumirlo, por absorberlo a un retraimiento y a un hermetismo tan abismal, que se volvió un cuerpo medio muerto, una presencia silenciosa que apenas se hacía notar; ahora nadie se percataba del chico alto que se sentaba al final del aula. Los profesores poco y nada ayudaban a la reintegración del muchacho, y los niños no mostraron ni la más mínima condescendencia de su parte.

 

Sin familiares aparentemente –las apariencias engañan; los parientes no quisieron lidiar con el chiquillo-, Minho quedó a cargo de un fiel amigo de la familia, tan cercano que hasta él pudo haber sufrido más el accidente que el propio hijo, él era el Sr. Park. Minho nunca supo su edad, pero en aquella época las cenizas en su cabello le indicaban que era lo que se podía llamar como ‘abuelo’ –ya que el suyo tampoco lo conoció-. El hombre de sonrisa cariñosa lo cuidó con aprecio hasta que Choi decidió irse a Seoul por sus propios medios, cerca de sus 15 años, en busca de un nuevo horizonte, de nuevos aires, de un nuevo futuro, porque no podía estancarse en ese lugar, no debía. Debía migrar antes de que lo consumieran por completo…

 

-             Sí, ¿Hablo con Choi Minho?

 

 ... Pero por más que intentaba, no lograba escapar de ese círculo sin salida.

 

-             El Sr. Park ha fallecido esta mañana, lo hemos encontrado en su habitación, al parecer…

 

Minho ya no quería escuchar. No podía.

 

 

 

 

Fueron los dos días más silenciosos que recuerda haber vivido en tiempo. El primero fue el de la noticia, el segundo, del funeral, pero éste último tenía reservado un especial incidente.

 

El viaje en tren hacia su ciudad natal fue lento, nostálgico, algo angustioso. Era como retroceder al pasado, en un tormentoso retorno, en ése sin fin.

 

De alguna manera, le reconfortó el encontrar a más personas de las que esperaba en el funeral, al parecer, y como se enteró luego, el Sr. Park constantemente esparcía su empatía y afecto a los que lo necesitaban. Se sintió agradecido por ser uno de aquellos que logró conocer y recibir el aprecio de aquel hombre que pareció ser un filántropo anónimo, pero aún así, no podía sonreír. El garullo comenzaba a humedecer los grandes espacios de prado interferido por sucesivos bloques grises con cientos de nombres que ya se han ido, mientras la gente se iba, y eso le recordó que él también debía hacerlo. Susurró un adiós al viento, al cielo, y se marchó a pasos lentos del lugar, con el alma escapándose en cada gota que ahora estallaba en el prado.

 

 

 

 

~

 

 

 

Claro estaba que le consideraban uno de los mejores estudiantes de arte, y que por ello mismo le seleccionaron para un viaje a Gangneung. Iban un profesor y otros nueve jóvenes más a esa ciudad,  que con la lluvia adquiría un especial ambiente melancólico y nostálgico, perfecto para el estilo que querían plasmar en el papel.

 

Le darían tres días para buscar un escenario que les llamase la atención y completasen sus cuadros estilo libre.

 

Kibum suspiró al aire, la verdad, había aceptado feliz esa oportunidad, pero ahora, justo en ese momento y por primera vez en tiempo, dudaba de sus habilidades. Y no era que éstas eran precarias, sino más bien el problema es que fuera a donde fuera a retratar un paisaje, éste no llegaría al papel de la forma más fidedigna posible, sino que siempre se escabulliría esa figura alta junto con el perfil simétrico en los trazos del dibujo. Aquello le superaba, no lograba separar la imagen del joven de su mente, por más tiempo que pasara, que ya eran más de cinco semanas. Era una foto perpetua en su mente, si incluso ahora mismo podría sentarse en la acera y delinear a ojos cerrados cada rincón del rostro moreno. Suspiró nuevamente.

 

Hace unos minutos había comenzado una tímida lluvia que amenazaba con estallar en el instante menos pensado. ¿Qué haría ahora? Sacudió con cuidado su cabello, el cual había aclarado unos tonos hace unas semanas, sin esperar desordenarlo.

 

Obviamente no podía echar a perder su peinado.

 

Avanzó lento por las calles notándolas de súbito mucho más despoblada y vacías, haciéndole sentir una incipiente sensación de pánico, de soledad. Abrió su paraguas en una reacción inconsciente de necesidad protectora, para sentirse más seguro, quizás, y también porque la lluvia agarraba más fuerza hasta detonarse en densos goterones que salpicaban con furia en el cemento. Barrió con los ojos el espacio a su disposición en busca de un techo donde poder refugiarse, pero no pasó mucho hasta que sus pasos se detuvieron de golpe, junto con  su circulación.

 

Oh dios.

 

Nuevamente esa sensación.

 

¿Qué ocurría ahora?

 

Alzó la vista lentamente, casi con miedo, y entonces advirtió lo inusual que ahora ocurría. Había advertido que el sonido de la lluvia contra su paraguas ya no estaba, y ahora lo entendía; las gotas se encontraban suspendidas en el aire, copando todo el espacio con numerosos pequeños puntos resplandecientes, creando un ambiente escalofriantemente divino.

 

¿Qué era aquello?

 

No sabía qué pensar, si era real lo que observaba, si estaba dentro de un sueño, si lo habían atropellado y aquello sería la transición de la vida a la muerte…

 

Sea lo que fuese, su mente le estaba regalando una imagen hermosa; eran millones de cabezas de alfileres titilando carismáticamente en armonía, en una perfecta introducción a la función mayor de todo ese espectáculo celestial.

 

Movió sutilmente el rostro en busca de algún indicio físico-real-coherente que le dictara que sí estaba en un planeta con leyes naturales aún. Percibió un sonido ínfimo, como un susurro a sus espaldas que logró dejarle un par de escalofríos en la espina dorsal, porque aquello no ayudaba en nada a su tranquilidad interior. Sin mucha más opción que voltearse, comenzó a girar en pequeños movimientos, sin hacerlo demasiado apresurado, pero tampoco para hacer el cambio de posición imperceptible, sólo lo hizo, casi inconsciente, porque justo en ese momento el sonido se hizo más fuerte, y entonces logró distinguirlo claramente como una voz, una voz masculina.

 

Quiero desaparecer…

Quiero desaparecer ahora…

Ahora…

 

Al alcanzar el giro de 180º la sangre comenzó a andar más lento, al igual que sus latidos. Lo vio, y no fue necesario pensarlo ni siquiera un segundo, o esperar a confirmarlo con el rostro que se encontraba mirando al suelo, escondido, porque Kibum lo sabía, sabía completamente quién era ese chico.

 

Quiero desaparecer…

 

Escuchó el susurro mucho más cerca y claro, y entonces sus neuronas hicieron conexión. ¿Cómo no lo había notado antes? Era su voz, la voz masculina y profunda del joven, de aquel que juraría no ver en siglos, de ese mismo que caminaba en su dirección, con la cabeza gacha, con el cuerpo a medio funcionar, con un halo lúgubre de amargura capaz de reconocer a kilómetros; con sus ángulos y líneas perfectas.

 

La idea se acopló a su pensamiento como cualquier otra, como si realmente fuera normal escuchar un susurro de un chico a metros, mientras éste avanzaba reventando las gotas suspendidas de esferas perfectas en sus ropajes ya empapados. Kibum no reaccionaba, sólo estaba estancado en la acera observando al chico que continuaba avanzando hacia él, hasta que la distancia se hizo inevitablemente casi nula.

 

Kim reprimió un quejido cuando el joven alto y apuesto llegó bajo su paraguas y alzó su rostro, encontrándose de frente y muy cercano a él. No quiso respirar, por miedo a que todo aquellos se desvaneciera como cada vez ocurría en sus sueños; su cuerpo se apretó entero, en una infinita mezcla de sensaciones. Era él. El que se aparecía en cada lugar, en donde menos lo imaginaba; el que se había robado su mente, su todo. Ahora el anterior fenómeno de la lluvia quedaba una página atrás, en ese momento sólo importaban aquellos ojos cargados de tristeza en los cuales se estaba hundiendo. Alcanzó a notar un brillo en ellos antes de que el rostro moreno se le acercara peligrosamente, para desviar la dirección, hasta recargar pesadamente la frente en su hombro izquierdo.

 

La lluvia y el llanto del chico explotaron en el mismo momento, en una sincronía mágica, despertando de golpe todos los sentidos del mayor.

 

 


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