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Promesas por Baddest_Female

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Notas del fanfic:

FELIZ CUMPLEAÑOS KAI~ ¿Sabéis que conseguimos ser TT mundial ayer? *^* pic.twitter.com/9nraYNiSS0

 

Bueno, pues yo os traigo de regalo un hermoso fanfic Kaoi romanticoso; porque amo esta pareja y hay una personita que me incita.

 

No os explico mi vida porque es la misma de siempre, solo más vale que os guste el fanfic(?)

Tampoco me pondré a canturrear como querría porque eso ya lo hice en el cumpleaños de Mao; y no es plan(?)

 

«Recibió el balón a mitad del campo y, con gráciles y ágiles movimientos, se deshizo de un par de contrincantes que buscaban quitarle la pelota, o al menos detenerle para que no se adentrase más en su campo.

Iban empate, uno a uno, cuando debían quedar unos cinco minutos, sino menos, para que el recreo acabase. A un equipo y a otro les corría prisa meter un gol, también evitar que el equipo contrario marcase. Solo era un juego, niños entre siete y nueve años jugando al fútbol en un pequeño torneo que habían montado para matar el tiempo, mientras las niñas de sus respectivos cursos jugaban a saltar a la cuerda o a cosas, menos violetas.

Kai cruzó la línea del área y se dispuso a chutar. Aoi se colocó en posición para parar el balón, doblando las rodillas e inclinándose para adelante; siendo ya consciente, que le iba a ser muy difícil parar esa pelota si el tiro lo efectuaba Yutaka, pero no por ello le iba a dejar ganar tan fácilmente.

Pero antes que él llegase a chutar, uno de los del equipo contrario le arrolló violentamente, haciéndole caer al suelo y rodar un par de veces, destrozándose con el áspero pavimento, sus piernas, sus brazos y sus manos. Además de destripar parte de su camiseta y sus pantalones.

Se mordió fuerte los labios cuando el dolor primeramente le atacó. Notaba la sangre correr por parte de las quemaduras que acababa de hacerse con el roce. Dolía; pero no iba a permitirse de ninguna de las maneras ponerse a llorar allí. Aunque tenía ocho años solamente, era el capitán de su equipo. Debía mantener la compostura por mucho que ardiesen sus heridas; por mucho que notase su piel en carne viva. Además, que no iba a permitirse el lujo de que Aoi le viese llorar.

—¡Kai! —chilló Yuu. Los jugadores de ambos equipos se habían colocado a su alrededor para ver qué ocurría. Quien había hecho falta a Kai de esa forma tan violenta y poco justificada, le tendió la mano para ayudarle a levantarse y, aunque Kai aceptó la ayuda, Aoi apartó al chico de su propio equipo de un empujón.

»¿¡Se puede saber en qué estabas pensando!? —le espetó con ira. El contrario solo parpadeó ante el regaño de su compañero de equipo y más tarde agachó la cabeza.

—Yo… lo siento, Yuta.

—¡Solo es un juego! —siguió encarándose con él Yuu, sin dejarle siquiera terminar de hablar.

Tenía unas tremendas ganas de pegarle, de marcarle la cara por haber herido de esa forma a su mejor amigo  en medio de un partido. ¿No se suponía que jugaban por diversión? ¿Qué de divertido había en darle un placaje a un jugador que estaba a punto de lanzar? Ni que fuesen a morir si no ganaban. Kai, en verle las intenciones, pronto agarró uno de sus brazos; deteniéndole. Dolorido, había terminado por incorporarse con lentitud, aunque tampoco se veía capaz de levantarse sin ayuda. Sentía punzadas en aquellas heridas, pequeñas piedras clavarse en su piel y las lágrimas peleando por escapar de sus ojos sin su permiso.

—Aoi… —susurró, y el contrario enseguida terminó por tranquilizarse un poco, al menos, llevó su atención a Kai para ayudarle a levantarse.

—Kai…

—Solo es un juego, tú lo has dicho —suspiró, aferrándose al cuerpo de Aoi, a quien le sacaba una cabeza entera de altura en esos momentos—, no pasa nada. —Incluso a tan corta edad, Kai tenía un temperamento y una madurez que sorprendía a todos. Incluso a los adultos. Si no fuese por sus enormes mejillas y su sonrisa de niño, pocos creerían que tenía solamente ocho años. A Aoi eso le tranquilizaba, lograba estabilizarle. Él, quien era un torbellino de emociones y quien no podía estarse quieto en un sitio más de cinco minutos seguidos.

Con una de sus manos, acarició sus largos cabellos negros; y Aoi terminó suspirando y rindiéndose, de nuevo, a los encantos de Yutaka.

 

—Ya han llegado —anunció la madre de Kai.

Todos los presentes se giraron hacia la puerta de entrada, y en ver a la mujer junto con su marido, con el bebé de apenas unos días de vida en brazos, no pudieron evitar levantarse y aproximarse a toda prisa a contemplar al recién nacido. Haciéndole caras graciosas y mirándole como si fuese lo más adorable del mundo. Mientras el pequeño Takanori, miraba con sus ojos muy abiertos a quienes le rodeaban, bien con curiosidad, bien algo asustado por tener la atención de tanta gente.

Todos menos Aoi. Aoi se separó rápidamente de la multitud en cuanto tuvo ocasión, con el ceño fruncido al igual que sus labios; denotando su infantil enfado, sus celos, porque toda la atención que hasta entonces había tenido de sus padres y de sus conocidos, ahora se la llevaba su pequeño hermano. Todos menos Kai, quien se había mantenido de rodillas en  el suelo en medio del salón, donde hasta la llegada de la familia Shiroyama, había estado jugando con varios coches de juguete sobre aquella alfombra en la que se dibujaba un largo circuito. En esos instantes sencillamente miraba como todos se habían abalanzado a mirar al crio, y más tarde a Aoi, quien parecía realmente enfadado.

Se aproximó hasta Kai y se dejó caer sobre el suelo, a su lado. Le miró de reojo y pronto, con sus manos temblorosas aproximó sus dedos hasta el coche de color negro. Sabía que era el favorito de Kai, y sabía que no dejaba que nadie lo cogiese, pero él quería ese coche, no quería otro. Y Yutaka siquiera se quejó ni hizo el ademán de quitárselo; solo alcanzó otro y lo posicionó al principio de la pista. Y Aoi sonrió. Él no era igual a los demás. Los demás no podían siquiera tocar ese coche, él iba a conducirlo.

—Estás enorme, Akira… —dijo la madre de Yuu, dejando a su bebé en brazos de la otra mujer que había en la sala, la madre del aludido y de Yutaka. El chico rubio sonrió cortés e hizo una sutil reverencia a modo de agradecimiento.

—El año que viene entrarás a la universidad, ¿verdad? —preguntó el padre de la criatura, y el chico volvió a responder con un asentimiento— ¿Ya sabes qué estudiarás?

—No, todavía no… Estoy esperando, a ver cómo me va este curso.

Y en cuanto terminaron las formalidades y los saludos, Akira volvió a acercarse hasta los más pequeños y se sentó a ver cómo jugaban, algo alejado para no molestarles en la carrera.

—¿Y vosotros? —preguntó—, ¿vosotros qué vais a ser de mayores?

—Astronauta —dijo Kai, todo convencido, sacando alguna que otra risa a los mayores por la cara que puso en decirlo y el tono tan infantil que utilizó, todo ello sin dejar de hacer avanzar al vehículo por aquél circuito, ya que Aoi le iba ganando.

No tardó demasiado el coche negro de Yuu cruzar la línea de meta, a lo que se levantó de golpe y alzó los brazos, haciendo evidente que había sido el vencedor. Kai, en cambio, se limitó a fruncir el ceño y cruzarse de brazos ya que de nuevo había perdido contra Aoi. Se levantó y pronto se le tiró encima, empezado ambos a revolverse en el suelo y pelearse más jugando que otra cosa, hasta que al final Aoi terminó en la espalda de Kai, abrazándole con brazos y piernas y mordiéndole el hombro mientras Yutaka se quejaba y buscaba quitárselo de encima sin demasiado éxito.

—¿Y tú, Yuu? —volvió  preguntar Akira, ya que no había recibido respuesta de él en primer momento.

—Yo… —dijo, soltando el hombro del más alto, donde habían quedado bien marcados sus dientes— yo de mayor quiero casarme con Kai.

Todos en la sala callaron inmediatamente al oír las palabras de Aoi, y pronto todos rieron. Cosas de niños… pensaron muchos. Aquello dicho por Yuu había sonado tan tierno y entusiasta, que no fueron capaces de retener sus sonrisas.

—Pero, si Yutaka es astronauta y se va al espacio, ¡no le verás! —dijo Akira, siguiéndole el juego al más pequeño.

El aludido abrió sus labios con sorpresa. No había caído en eso. Y pronto miró mal al más alto, haciendo un puchero.

Kai solo alcanzó a reír en ver sus facciones y, pronto y rápidamente, dio un beso en la mejilla del contrario.

—Si voy al espacio, Aoi se viene conmigo.

 

Agotado, Kai se dejó caer al suelo. No importaba cuánto corriese o cuánto hiciese sudar a Aoi, aquél nunca se cansaba, nunca terminaba por caer agotado. Miró de reojo a su hermano mayor, quien sobre sus piernas tenía al pequeño Takanori, quien  sonreía y emitía graciosos sonidos ante los gestos y los juegos del chico de hebras rubias teñidas. Finalmente, fue en el bebé y en sus caras donde fijó su atención, en silencio y sin moverse; hasta que Akira hizo algo indebido y el pequeño terminó por morderle un dedo como si se tratase de un chupete, sacándole un quejido al rubio y una risita a su hermano pequeño.

—¿Quieres cogerlo? —Kai dudó un instante, pero enseguida terminó por extender los brazos y aceptar ese bulto tan pequeño que era Takanori en sus brazos.

El bebé extendió sus brazos hacia el rostro de Kai, sacándole una sonrisa. Era realmente bonito. No se parecía en nada a su hermano Yuu. Tenía la cara redondita y los mofletes muy marcados, casi rechonchos. Inspiraba una enorme ternura. Era a Aoi, al único que esa carita no le gustaba. Él sabía, que ese niño terminaría por ser su perdición. Y, en cuanto vio las facciones y los gestos de felicidad que hacía Yutaka al mirar al menor, sintió una enorme rabia recorrerle por dentro.

—¡Kai! —espetó. Y cuando éste alzó la mirada, se encontró con los ojos anegados en lágrimas de Aoi y sus puños apretados con rabia.

—Yuu… —murmuró. Se sintió tremendamente culpable en ver la expresión de enfado que el más bajo tenía. Lo sabía, Aoi había caído en algo similar, aunque más suave, que una depresión desde que su hermano nació. Se sentía rechazado, desplazado.

Kai ni lo había pensado al coger al niño, no creyó que Aoi se enfadaría por semejante cosa, sin embargo era completamente consciente que, sabiendo cómo se sentía Yuu, había sido una total imprudencia arrullar de esa forma al bebé en sus brazos teniendo a Aoi delante.

Suspiró. De todas las cosas, nada iba a hacerle más daño que ver a Yuu llorar delante de él y por su culpa. De esa manera, le devolvió al bebé a su hermano mayor y se levantó para acercarse a consolar a su mejor amigo, pero éste le rechazó de un empujón y siguió mirándole con los ojos llorosos y una mueca de enfado reflejada en su rostro. A Yutaka le dolió ese rechazo, si bien entendía que el otro se enfadase, lo que no podía entender era que el otro le empujase de esa manera cuando trataba de disculparse, cuando se estaba preocupando por él. Y de esa forma, quien terminó por empezar a llorar, fue Kai.

—¡Lo siento! —chillo. Aoi se quedó boquiabierto en cuanto observó aquellas lágrimas surcar sus mejillas de esa forma; nunca, nunca había visto a Kai llorar. Se habían criado juntos, sus familias se conocían desde antes que ellos naciesen, habían estado juntos incluso antes de tener uso de razón; pero Yuu jamás había visto aquellos ojos, siquiera, anegados en lágrimas. En esos momentos, se estaban haciendo daño mutuamente y sin darse cuenta.

Aoi volvió a aproximarse y le dio otro empujón, de tal modo que Kai terminó cayendo al suelo y no fue capaz de moverse de allí. El llanto de Kai había sido un interruptor, el detonante que le había hecho empezar a llorar de la misma forma en que Yutaka lo hacía. Kai desde el suelo, sencillamente le observó llorar y emitió varios sollozos que fue incapaz de acallar, de mantener retenidos en su garganta. Aoi era y sería siempre, su gran y enorme debilidad. Y sin saberlo, se dejó caer de rodillas frente a Kai y le miró a una distancia prudente. Estaba odiándose por haber hecho llorar a Kai, pero no era capaz de decir nada, solo le miraba esperando que su llanto cesase, sin éxito.

—No llores. Kai, no llores…

—No estoy llorando —mintió, secándose rápidamente las mejillas con las mangas de su camisa, emitiendo un par de hipidos incluso cuando ya había dejado de derramar lágrimas.

Gateó con lentitud sobre el suelo, hasta llegar a la posición de Aoi quien sí seguía llorando, e hizo lo mismo que había hecho con sus lágrimas, secarlas con sus mangas, limpiando el rostro ajeno con éstas mientras el contrario seguía sollozando, aunque sintiéndose mucho más reconfortado en esos instantes que Kai se dedicaba a secarle las lágrimas de esa forma tan dulce y tan suave.

»Ya pasó…

Se inclinó, sin pensarlo siquiera, sin saber qué hacía o por qué lo hacía; actuando sin más motivo que por impulso. Y por impulso, sus labios terminaron posándose sobre los de Yuu, quien se sonrojó de una forma que no creía posible cundo sintió dicho beso en ese punto de su anatomía. Sin poder creerse, siquiera, que Kai estuviese haciendo aquello. Ni él mismo se creía que estaba haciendo, pero sintió un dulce cosquilleo en sus labios cuando estos rozaron los contrarios, el mismo cosquilleo que sintieron ambos en el estómago, como si supiesen que estaban haciendo algo mal; pero una vez se separaron, ninguno hizo el intento siquiera de salir corriendo, solo se quedaron mirándose a los ojos hasta que el sonrojo en las mejillas de ambos se disipó y sonrieron como si no importase nada más, como si estuviesen solos en ese lugar.

Kai se levantó con lentitud y sacudió sus ropas llenas de tierra de haberse arrastrado por el suelo y  más tarde tendió su mano a Aoi. Aquel rápidamente la aceptó y se levantó, pero una vez lo hizo se negó a soltar aquellos dedos, y entrelazó los propios con ellos. El contrario le miró más que sorprendido por el gesto, pero no por ello se apartó. Yuu tenía el cabello muy largo para ser un chico, de color negro azabache al igual que sus irises dentro de esos ojos rasgados y pequeños; ojos que ahora permanecían llorosos por el reciente llanto.

Mientras más miraba a Kai, más se daba cuenta de lo importante que debía ser ese chico para él. ¿Estaba bien que le gustasen los niños y no las niñas? No podía entender qué era aquello que tenía en su cabeza, por qué no era igual a los demás, porqué la única persona que había logrado cautivarle del todo, era de su mismo género. Pero él lo sabía, a su corta edad lo sabía. A él no le gustaban los chicos, a él le gustaba Kai, solo Kai. No le importaba nadie más porque no había nadie más importante que Kai.

Y en cuanto Aoi le devolvió a Kai el beso que antes de levantarse había recibido, Reita a lo lejos y todavía con Takanori en brazos, sonrió.

—¿Sabes qué, pequeño? —le susurró al bebé, quién le miró con sus ojos bien redondos sin entender qué decía— algún día tú y yo seremos concuñados, ya lo verás —rió.

Cuánto le hubiese gustado retirar esas palabras años más tarde, cuánto… como si hubiese llamado a la mala suerte, como si los dioses no quisiesen que ese par de muchachos que tanto se necesitaban y que se apoyaban el uno en el otro, no estuviesen juntos de ninguna de las maneras. Solo una semana más tarde, le llegó la noticia. Los Shiroyama se mudaban. Lejos, muy lejos. Demasiado lejos para esos dos chicos que eran incapaces de pasarse una tarde entera sin verse.

 

—¿Es cierto que te vas, Yuu? —susurró uno de sus tantos amigos, después que se escondiesen todos dentro de una de las casas de juguete de ese parque; tras asaltar por completo el chocolate y dulces de casa de uno de ellos, dulces que ahora devoraban casi sin piedad. Menos Kai, quien con la cabeza gacha y sus ojos fijados en sus manos, no había probado bocado desde que llegaron, siquiera había dicho una palabra.

Aoi asintió, denotando en sus facciones su tristeza; después miró a Kai. Dolía tanto verle tan desolado… tanto.

—¡No te marches! —suplicó uno de ellos— no puedes dejarnos. Nos quedaremos sin portero si te vas. —Hizo un puchero, mas Yuu no pudo hacer más que sonreír falsamente y con enorme tristeza, tratando de fingir que no dolía nada. Pero sentía como si le estuviesen arrancando la piel.

 

Su madre tiró de su brazo, pero él se separó bruscamente y sin importarle si aquello iba a tener un castigo. Aun si estaba muerto de frío, no iba a subirse a ese coche. No hasta que…

—¡Yuu! Tenemos que irnos ya…

—¡Él vendrá! —espetó. No se iba a ir sin despedirse de Kai; no se iba a ir sin verle por última vez, sin darle un abrazo, sin besarle por última vez y sin decirle que sí, que aunque no supiese qué significaba eso, le amaba.

Pero Kai no apareció. Incluso si esperó una hora entera, incluso si pataleó y terminó resfriándose. Incluso si chilló hasta quedarse sin aire y lloró como no había llorado en su vida, Yutaka no se presentó. El padre de Yuu al final perdió la paciencia y terminó por meter a su hijo mayor en el coche casi por la fuerza, mientras éste se revolvía y gritaba como si estuviesen tratando de secuestrarle, o de matarle.

Llorando, llorando intensamente e hipando sin poder hacer nada por evitarlo. No era normal el amor que sentía, tan fuerte, hacia Kai; aquel cariño que había ido creciendo durante años y años, sin parar. Y allí estaba, encerrado en un vehículo, sin saber dónde iría, sin querer saberlo, pero lejos, lejos de la persona que había sido durante siempre, su apoyo, su mejor amigo.

Introdujo las manos en sus bolsillos, descubriendo que no estaban vacíos. Y, entre extrañado y curioso mientras las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas, sacó el contenido de éste. Un pedazo de papel arrugado y un coche negro de juguete.

“Iré a buscarte, espérame”. Las palabras mal escritas de un niño y el coche favorito de Kai. Sin saber cómo, se aferró a esa promesa como si su vida dependiese de ello».

 

—¡Me gustas! —espetó la muchacha tras armarse de valor. Se inclinó hacia adelante y cerró fuertemente los párpados, como si temiese mirar a quien tenía frente a sí a los ojos; como si temiese el rechazo.

Yuu la miró intrigado y confuso. A sus veinte recién cumplidos, era una de las personas más frías e indiferentes con las que podías llegar a cruzarte. En sus labios, jamás se dibujaba una sonrisa; siempre miraba con seriedad a todos los que le rodeaban, o sencillamente no miraba a nadie. Siempre perdido en sus pensamientos, leyendo algún libro; concentrado en estudiar. Una persona solitaria, poco sociable; eso era, eso había sido desde que llegó a Shiga.

Pero, aun con eso, se había terminado convirtiendo en un hombre realmente atractivo. Y sus ojos, en los que no podías ver nada, eran ciertamente hipnóticos. No sería aquella, ni la primera; ni la última que se le declarase de esa manera. Pero la respuesta por parte de Yuu, siempre sería la misma.

Se aproximó hasta ella y posó la mano en su hombro, haciendo que ésta se incorporase y, en mirarle a los ojos, se sonrojase completamente.

—Lo siento —susurró Yuu. La chica suspiró, derrotada, y pronto el moreno acarició una de sus mejillas y sonrió falsamente tratando de consolarla. Pero ni a él aquello le sirvió para sentirse mejor, ni a ella tampoco.

 

La profesora le tendió el examen, dejando sobre la mesa los papeles con un 97 sobre 100 por nota. De nuevo, la mejor nota de toda la clase. Incluso cuando todos se levantaron a felicitarle, más dado que la segunda mejor nota era de un 76, él solo cogió el examen y lo guardó en su carpeta. Sin esbozar siquiera una sonrisa de satisfacción o algo que denotase que estaba feliz de haber rozado la perfección en un examen. Quizá porque quería más, quería el 100; quizá porque desde hacía tiempo le daba igual absolutamente todo. Los días seguían pasando demasiado lentos y, de alguna forma, el dolor solo crecía.

Pronto el timbre que indicaba el final de las clases sonó, y él sencillamente suspiró y miró por le ventana. Lo odiaba. Al menos, cuando estaba en clase, podía distraerse tratando de entender las explicaciones del profesor, haciendo ejercicios o estudiando en los recreos. Pero en cuanto pisaba aquella casa, sentía que de nuevo la frustración y la tristeza le atacaban. Vivía sin vivir, dejando que los días pasasen. Sin dejar de esperarle, porque Kai le había hecho una promesa y Yuu sabía que la cumpliría. Aunque tardase en hacerlo, le tendría de vuelta, podría volver a verle y volver a abrazarse. En diez años, no había dejado de pensar en ese hombre en ningún momento.

Fue al cabo de un rato, cuando fijó su atención en aquello que veía y no en sus pensamientos depresivos, cuando cayó en la cuenta que en el patio, había un grupo de niños peleándose.

 

Consiguió colocarse sobre el más alto y, una vez así, alzó el puño con intención de pegar a ese muchacho de cabellos castaños tan largos y mirada afilada que lograban intimidarle. Takanori no era una persona realmente conflictiva, pero Kouyou podía con su paciencia, le sacaba de sus casillas como nadie podía.

Desgracia para él que, antes que su puño se estrellase en el rostro de Uruha, alguien tiró bruscamente de él hacia atrás, quitándole de encima del contrario casi con violencia.

—¡Takanori! —le riñó su hermano mayor. Todos aquellos que habían estado vitoreando en la pelea y que habían animado a que siguieran, se dispersaron y salieron casi corriendo cuando Yuu les separó. Era una mala señal. El único que se quedó parado en el sitio, fue Uruha; quien sencillamente se incorporó y observó a los dos hermanos, quienes no tardarían en empezar a discutir. Como siempre.

—¡Me ha llamado enano! ¿Qué querías que hiciese?

—Ignorarle. No puedes solucionarlo todo con violencia. Además, si no podéis ni veros, ¿por qué seguís yendo juntos? No hay quien te entienda, Takanori.

—Es problema mío —Yuu frunció el ceño y pronto sostuvo con más fuerza el brazo de su hermano. De forma que, por mucho que se revolvió y trató de soltarse, no lo logró.

—Nos vamos a casa.

Tuvo que tirar de él hasta llegar al apartamento en el que vivía con él y sus padres, y Takanori no dejó de revolverse hasta que la puerta se cerró y Yuu le soltó bruscamente, notando que había dejado sus dedos bien marcados en su brazo por la rudeza con la que le había sujetado.

—¡Te odio! —espetó.

—Me da igual —respondió su hermano mucho más tranquilo, mientras subía las escaleras y su madre les gritaba a lo lejos cosas que el moreno prefirió ignorar, mientras Takanori sí respondía y de qué manera a su progenitora, hasta que aquella se cansó y terminó por castigarle una semana entera sin salir de casa.

Yuu se encerró en su habitación y pronto se desplomó en el suelo, sentado sobre sus propias piernas mientras sus pesares se hacían más y más grandes. Era la soledad de esas cuatro paredes la que le hacía tanto daño. Intentaba imaginarse cómo sería el rostro de Kai tras tantos años; pero la verdad es que le era completamente imposible. Sonreír entre sollozos se había hecho demasiado habitual para él, una rutina que no tenía y que detestaba; de la que deseaba librarse con todas sus fuerzas.

Sacó aquel papel que llevaba encima siempre en uno de sus bolsillos y volvió a leer aquello que ponía «Espérame»… ¿pero cuánto tendría que esperar?  Empezaba a hacérsele demasiado lejana esa promesa; como si no sirviese de nada. Quizá… quizá Kai ya se había olvidado de él.

 

No sabía, por qué las noches eran tan largas, ni por qué los días tan amargos; siquiera sabía, por qué no dejaba que el recuerdo de Yutaka, su Kai, se disipase en su cabeza, de sus recuerdos; y pasase página. Lo único cierto era que, ni él mismo sabía qué era aquello que le ataba tantísimo a ese hombre, a aquél que recordaba como un niño de preciosa sonrisa que no dejó de protegerle hasta que… hasta que él se fue. «Tienes que ser fuerte, no podré estar cuidándote siempre», le decía; pero Aoi se rehusaba porque, si dejaba de necesitar a Kai, ¿Kai se alejaría de él? Quería depender de él para darle un motivo para quedarse. Y, al final, quien se terminó marchando fue él, y no Kai.

Cualquier cosa por estúpida que fuese, le hacía estallar en llanto. Siempre escondiéndose de los demás, siempre buscando la soledad que aunque le hacía daño, le hacía sentir mejor que la compañía de otros. E incluso si los días, lentos, fueron pasando, el dolor no se disipaba; sino que se hacía todavía más, y más grande.

 

Algunas pequeñas piedrecitas, se estrellaron en la ventana cerrada de la habitación de Takanori, una tras otra; haciendo que el sonido que hacían, terminase por alcanzar los oídos tapados con unos auriculares y música a todo volumen del dueño de la habitación. Ruki frunció el ceño y, tras tirar los auriculares a lo lejos, terminó por aproximarse a la ventana y abrirla.

—¿Se puede saber qué quieres? —espetó en un susurro, tras divisar abajo la figura de Uruha con un balón de baloncesto bajo el brazo.

—Enano, baja; vamos a la pista a jugar un partido y nos falta uno —susurró en el mismo tono el castaño.

—Sigo castigado; y por tu culpa —largó—. Y no me llames enano. Maldita sea.

—Venga… Taka, escápate; solo será un rato. —Takanori rodó los ojos y pronto volvió a suspirar. Siempre terminaba cediendo si se trataba de Uruha, siempre. Era imposible decirle que no cuando hacía aquellos pucheros con sus labios tan gruesos y tan… llamativos.

Él siempre le insultaba por esos labios, siempre le insultaba por parecer una niña; mientras Uruha siempre se metía con él llamándole bebé, enano; o cualquier cosa similar que le hiciese acordarse de que parecía mucho más joven de lo que era con la cara que tenía, y que para su edad, su estatura estaba por debajo de la media. Incluso muchas chicas de su curso eran más altas que él. Eran como hermanos, como dos hermanos que no se soportan pero no pueden vivir el uno sin el otro. Si no se insultaban, no se pegaban, no se perseguían; no eran del todo felices.

—Como me pillen te vas a llevar la paliza de tu vida, que lo sepas. —Uruha se rió.

—Venga, date prisa.

Se subió sobre el alfeizar y se dispuso a saltar sobre el falso tejado que quedaba casi por debajo de su ventana; para que la altura fuese menor y no terminase haciéndose daño; pero la voz de su hermano tras su espalda, le detuvo.

 —¿Dónde vas?

Fue tal el susto que Takanori se llevó, que poco le faltó para terminar cayendo.

—¡No me pegues esos sustos! —espetó. Ni cuenta se había dado de la cara de espanto que se le había quedado a Uruha cuando casi cae desde esa altura— no te voy a decir dónde voy.

—Bien –espetó Yuu, con una sonrisa—, le diré a mamá que mi queridísimo hermano pequeño intenta escaparse por la ventana de su cuarto para irse a jugar con esa persona a la que casi golpea el otro día. —Ruki suspiró.

—Vamos a la pista a jugar a baloncesto… ¿me cubres? —dijo, mirando a su hermano haciendo un puchero. El aludido, suspiró y pronto revolvió los cabellos del menor.

—Voy ir contigo —concluyó. Importándole bien poco si su hermano se negaba a ello.

—¡No! —espetó el menor; respuesta que él ya esperaba.

Quiso discutirle tanto como le fuese posible, incluso amenazarle con decirle a su madre que su preciado hijo pretendía escaparse del castigo impuesto. Pero oyó su teléfono sonar en su bolsillo y, aunque trató de ignorarlo, terminó por atender la llamada, no sin antes hacerle a su hermano menor un gesto con la mano para que se esperase; pero en cuanto descolgó y puso atención al teléfono, Takanori descendió hasta el suelo y salió corriendo calle abajo junto con Uruha.

—¡Eh! —espetó, pero para cuando quiso darse cuenta ya había desaparecido de su campo de visión— pero será…

Casi había olvidado que seguía al teléfono hasta que una risita al otro lado de la línea, le sacó de sus pensamientos y le devolvió al mundo real.

—¿Ah? ¿Diga?

—¿Yuu? —preguntó su interlocutor, dejando algo aturdido al aludido, quien no recordaba para nada haber oído esa voz antes.

A paso lento, abandonó la habitación de su hermano y paseó por el pasillo con el teléfono en la mano dirigiéndose a su cuarto, sin saber muy bien con quién hablaba.

—Sí, soy yo… ¿Quién habla? —De nuevo, la persona que aguardaba al otro lado del teléfono, rió suavemente; desconcertando todavía más a quién escuchaba.

—Mira por la ventana. —Yuu arqueó una ceja.

—No lo haré —espetó—, ¿quién es?

Abrió la puerta de su cuarto y se adentró en él, cerrando tras de sí. ¿Quién era esa persona y qué quería de él? ¿Qué mirase por la ventana? ¿Qué tipo de imposición era esa?

—Si quieres saber quién soy, solo mira por la ventana —solo por curiosidad, Yuu terminó por alzar la mirada y divisar por la ventana. Frente a su casa, había una vieja furgoneta roja con alguien apoyado en ella, al teléfono. Alto, de complexión fuerte y de cabellos castaños largos, fue lo único que logró ver. Pero… ¿no había visto antes a esa persona—, Aoi. —Fueron segundos los que estuvo abstraído antes que su interlocutor terminase la frase; llamándole con aquél apodo que solo una persona utilizaba; esa persona a la que él tanto había esperado. ¿Era posible… que esa persona con la que hablase fuese Kai?

No tuvo tiempo ni a pensarlo, solo por impulso y sin creer siquiera en lo que hacía; sin ser consciente de ello, empezó a correr hasta la entrada de su casa, dejando su teléfono sin descolgar, tirado en algún lugar. ¿Qué poco importaba un mísero teléfono en esos momentos? Solo quería, asegurarse que se encontraba en lo cierto y, si era así, quería ver tras tantos años de nuevo el rostro de Kai, su preciosa sonrisa y sentir que aquellos brazos le abrazaban de nuevo. Cuánto, cuánto habría soñado desde que pisó esa ciudad, el momento en que se volvería a encontrar con Kai. Su corazón latía desbocado; no sentía sus piernas, no sentía su cuerpo, estaba corriendo sin saber qué hacía o porqué. Solo el deseo de su subconsciente de volver a ver a esa persona que obligaba a actuar de esa forma.

Y así, en cuanto cruzó la puerta de la entrada y le vio delante de él, estuvo seguro que no se había equivocado. Yutaka, su Kai, no había cambiado nada incluso si habían pasado, ¿cuántos? ¿Once?, ¿doce años? Su sonrisa, sus hoyuelos; seguían siendo iguales a los de cuando era niño. Incluso si tenía unas facciones mucho más adultas y el cabello de una tonalidad más clara y más larga, estaba seguro que se trataba de Kai.

Y de nuevo, sin pensar, cruzó la carretera casi sin mirar; mientras Kai colgaba el teléfono y trataba de meterlo en su bolsillo; aunque no pudo dado que antes, Aoi se arrojó sobre sus brazos a abrazarle como si no se creyese que esa persona, fuese real.

—Kai… —susurró con el rostro contra su cuello. Estaba peleándose porque las lágrimas no saliesen de sus ojos. El latido de su corazón era tan intenso, que seguramente Kai lo sintiese en su propio pecho debido a la cercanía. Y así era. Pronto le abrazó tal y como aquél lo hacía, estrechándole fuerte entre sus brazos como si temiese perderle de nuevo. No… Aquella vez sí que no iba a volver a separarse de su lado— ¿de verdad eres tú? ¿Estás aquí?

—Estoy aquí, ya estoy aquí… lo siento.

Fue pronto, que Aoi se separó de Kai lo suficiente como para mirarle y poder estudiar su presencia. Aquello era demasiado nuevo para él. Con una sonrisa estúpida adornando sus labios, delineó con sus dedos el rostro de Yutaka, como si verle con los ojos no fuese suficiente y necesitase más. Porque necesitaba más.

—No has cambiado nada —susurró aún con la respiración agitada por la carrera y Kai sonrió sin quererlo, porque su Aoi tampoco había cambiado nada, seguía siendo ese torbellino de sonrisa preciosa, tan imprevisible como dulce e igual de hermoso y perfecto que antaño. Y le encantaba tenerle de nuevo en sus brazos.

—Tú tampoco —respondió él, dibujando una hermosa sonrisa en sus labios. ¿Cuánto hacía que ninguno de los dos sonreía de esa manera?

—Yutaka —una tercera voz interrumpió el reencuentro de ambos y, Aoi, entre sorprendido y algo avergonzado por la situación, terminó por separarse abruptamente de Kai, sonrojado; hasta que al poco terminó por darse cuenta que había sido Akira quien había interrumpido la escena tan emotiva— voy a ir a por algo de tabaco. La abstinencia me está matando.

—Vale —rió— ¿ya te aclararás?

—Espero no perderme —respondió él, justo antes de dirigir su mano a los cabellos de Aoi para revolverlos— Por amor de Dios cuánto has crecido, con lo chiquitín que eras de pequeño y ahora eres igual de alto que Kai…

—Di un buen estirón hace unos años, sí… Te veo bien, Akira. La última vez que te vi ese trasto que tengo por hermano solo era un bebé.

—Un bebé muy bonito, por cierto.

—Sí —rió— sigue siendo bonito ahora; quizá demasiado. Dejaría que lo comprobaseis con vuestros propios ojos, pero ha salido corriendo antes de que sonase el teléfono; así que… —suspiró. Su madre iba a terminar por matarle cuando se enterase que se había escapado otra vez y, ésta, estando a su cargo.

Empezaron a hablar de cosas banales y no tan banales; poniéndose al día después de tantos años sin verse. Se enteró, que Akira estaba casado y esperaba un hijo de la hermosa mujer que tenía por esposa. Que Kai se había graduado por los pelos y poca cosa más. Y él tampoco se atrevió a preguntar nada demasiado íntimo delante del hermano mayor de Yutaka. Preguntas como si había tenido alguna pareja, si le había echado de menos o, sobre todo, por qué había tardado tanto en cumplir aquella promesa. Pero ninguna de esas palabras salió de sus labios; siquiera cuando Akira se hubo marchado dejándoles solos, como si hubiese un muro enorme entre ellos.

Pero pronto ese muro que había sentido Aoi entre ellos, se encargó Kai de romperlo estrechando fuertemente al de cabellos morenos entre sus brazos, con semejante fuerza, que Aoi se sintió una muñeca siendo abrazado de esa forma por Kai, por su Kai. Pero también sintió en ese gesto la enorme, necesidad que tenía Yutaka de él después de tantísimos años sin siquiera tocarse.

—Si supieses cuánto te he echado de menos… cuánto te extrañé y cuánto daño me ha hecho tu ausencia… cuánto.

Yuu no pudo aguantarlo más y volvió a enroscar sus brazos alrededor de su cuerpo, y su cabeza terminó recargada en su hombro mientras Yutaka acariciaba sus cabellos negros con dulzura, con cariño. Estaban tan cerca, después de tantos años, que casi se les hacía imposible creer que, realmente, aquello estaba aconteciendo de verdad. La respiración de Aoi se había calmado; no así su ritmo cardíaco, su corazón que seguía latiendo como loco, pero no más rápido que el de Kai.

—¿Quieres ir dentro? —preguntó Aoi al cabo de un rato. Realmente, se sentía algo incómodo de estar abrazando de esa forma a Kai en la calle; no es como si temiese que alguien le viese con él de esa manera, sencillamente quería una intimidad que fuera de casa no tenían; quería sentarse junto a él y preguntarle mil cosas, que le explicase qué había sido de su vida durante tantos años; explicarle él qué había hecho, aunque no fuese gran cosa dado que prácticamente su existencia se había limitado a echarle de menos. Y con un suave asentimiento; Kai aceptó la propuesta del chico de hebras azabaches.

 

Akira se apoyó en el mostrador y miró dentro de su cartera. Le faltaba un billete para alcanzar la cantidad que valía ese paquete de tabaco. Tenía dos opciones, conformarse con uno más barato, o volver a casa de Aoi a mendigarle algo de dinero a su hermano pequeño. Suspiró de forma sonora, mientras divisaba en la tienda sin encontrar a la dependienta o dependiente del lugar.

—¿Por qué siempre me pasan a mí estas cosas? —bufó.

—Eh, viejo —la voz maleducada de un niño le sacó de sus pensamientos; pronto, con una ceja alzada, miró a quien le hablaba con tan poco respeto. No le sorprendió demasiado encontrarse que esa persona era un niño que debía tener unos doce años, no muchos más, de facciones algo infantiles y femeninas y sus cabellos bien largos y castaños. Lo que sí le sorprendió, fue que ese niño casi midiese lo mismo que él de alto.

—¿Tus padres no te han enseñado modales? —espetó, consiguiendo que el menor frunciese el ceño. A Uruha siempre le había molestado que mencionasen a sus padres.

—No —largó, dejando más que estupefacto a Akira—. ¿Te falta dinero para comprar tabaco? Yo te pago lo que te falta si a cambio me das.

El rubio parpadeó. Lo tenía claro ese niño si creía que le iba a ofrecer un cigarro a un menor por las buenas. Estaba necesitado de tabaco, pero no tanto como para caer tan bajo; y ese niño estaba loco si creía que el ansia le iba a hacer cometer semejante estupidez.

—Estás loco si crees que te daré un cigarro —bufó.

—¡Uruha! —espetó Ruki. Ese chico tan alto siempre hacía lo mismo, y a Takanori conseguía sacarle de quicio— ¡deja a los adultos en paz, joder!

—Taka… no seas aguafiestas —dijo remolón el de cabellos más largos, sacándole una mueca de disgusto al más bajo.

—¡No me llames así!

—¿Prefieres enano?

—Tampoco —largó, todavía más enfadado que hacía unos pocos momentos—; ¿no puedes llamarme Ruki como todo el mundo?

—No, Takanori. No me gusta ese apodo.

—¿Has dicho Takanori? —interrumpió el rubio, haciendo que los dos niños le mirasen.

El más bajo de ambos asintió, estudiando las facciones de ese hombre de treinta y pocos años, por si recordaba dónde le había visto, o si le había visto antes pero, ciertamente, aquella cara no le sonaba de nada.

—¿Te… conozco?

Reita pronto se acercó a los dos niños, quienes retrocedieron algo asustados por el acercamiento, en especial Ruki que tenía tendencia a ser bastante asustadizo, y Uruha se quedó delante de él, como protegiéndole en el caso que fuese necesario. Pero el rubio solo sacó una foto de su cartera y se la enseñó al más bajo. En ella, salían los cuatro; Takanori, Yuu, Yutaka y él, Akira. Takanori en esa foto era muy pequeño, debía tener un año como mucho y entre los brazos del rubio apenas se le veía, pero ambos reconocieron a Aoi en dicha foto y, en hacerlo, dieron por supuesto que el bebé era el más bajo de ambos niños.

—Oh… —susurró Uruha— eras monísimo de pequeño. —Takanori le miró, arqueando una ceja, y pronto Uruha hizo lo mismo y al ver su expresión, se rió—. Lástima que hayas empeorado con los años —rió y Ruki pronto le dio un empujón recriminándole sus palabras.

—Habló la princesa —rodó los ojos, haciendo que fuese ahora Uruha y no él quien pusiese mala cara por las recientes palabras pronunciadas por el más bajo.

 

—Han pasado muchos años —repitió Aoi por décima vez. Estaba tan nervioso que apenas era capaz de articular palabra.

Mientras él permanecía sentado en su cama, Kai estudiaba su habitación como si fuese lo más interesante del mundo. Sonreía orgulloso viendo los exámenes con excelentes desperdigados encima del escritorio, sus trabajos. Estaba todo bastante desordenado, lo que a Aoi le causaba enorme vergüenza pero a Kai parecía gustarle, más que nada por los nervios que parecían invadir al moreno.

—Eres un estudiante de matrícula, por lo que veo…

—Estoy  esforzándome —sonrió; podía adivinar cuán orgulloso estaba Kai solo por cómo hablaba, y eso le causaba una enorme felicidad—, seguramente me den una beca.

—Eso es grandioso, Aoi… ojalá pudiese decir yo que estoy haciendo con mi vida algo de provecho —suspiró; y Aoi hizo lo mismo. No sabía qué palabras podía utilizar para darle ánimos. Estaba empezando a sentir terror, un terror enorme de que esa persona que tenía frente a sus ojos, fuese ya un enorme desconocido.

Kai siguió divisando aquella habitación con esmero. Necesitaba saber todo de esa persona, de esa persona que se mantenía quieta en la cama, temblándole las manos de forma casi imperceptible, pero visible para los ojos de Kai; quien ya conocía esos gestos. ¿Cómo era posible que siguiese siendo, Yuu, tan transparente para él como lo era años atrás cuando ambos eran unos niños? Su mera presencia, tan cercana; le hacía sonreír como un idiota.

Incluso si estaba agotado, incluso si había pasado demasiadas horas dentro de un vehículo, conduciendo a ratos y no durmiendo casi nada desde hacía 72 horas, estaba feliz y lleno de energía solo por el hecho de tener a Aoi tan cerca de sí.

Y sonrió como un estúpido cuando sobre la cómoda, se encontró con aquél coche de juguete que había metido en los bolsillos del abrigo de Aoi pocas horas antes de que se marchase, para no volverse a ver en tantísimos años; tan largos para ambos. Bajo aquél, se encontraba la nota arrugada donde le había hecho aquella promesa, la promesa de un niño que aunque había tardado; había terminado cumpliendo. Le parecía increíble, que Aoi todavía conservase todo aquello.

Tomó el vehículo entre sus dedos y pronto una lágrima descendió por su mejilla, alarmando a Aoi, quien había estado estudiando todos sus movimientos sin descanso y para quien aquella gota deslizándose por su rostro no había pasado desapercibida de ninguna forma. Pero, en cuanto él hizo el mero gesto de levantarse, Kai se acercó a paso lento dejando a un Aoi paralizado, quien se quedó a medio levantar sin saber si terminar de incorporarse o quedarse sentado. Y Kai posicionó la mano en su hombro y le obligó a sentarse, al tiempo que se sentaba él también, frente al moreno.

—No creí que lo guardarías después de tanto tiempo… —susurró con una sonrisa nostálgica, y Aoi no pudo evitar sonreír algo avergonzado.

—Amabas ese coche… no dejabas que nadie lo tocase, que nadie se acercase siquiera. Pero no solo me dejaste conducirlo mil veces; me lo diste en cuanto me marché para que nunca me olvidase de ti… —Para cuando quiso percatarse, quien lloraba no era Kai sino él. Eran pequeñas lágrimas que se desprendían desde sus ojos mientras él seguía sonriendo— Incluso si lo rallé una vez… —Kai se rió.

—Cierto… te caíste mientras hacíamos una carrera y el coche rodó y se hizo algún que otro rasguño… te pusiste a llorar como loco y yo me asusté porque no te habías hecho ninguna herida y temía que te hubieses roto algo…

—Y yo estaba llorando porque te había rayado el coche —terminó Aoi la frase, agachando la cabeza mientras el rojo en sus mejillas solo se hacía más y más intenso—, no paraba de repetir que lo sentía pero tú solo estabas preocupado por mí…

—Si no se hubiese tratado de ti, le hubiese gritado a esa persona y me hubiese enfadado y de qué forma —rió con ganas—. Pero, tú eras mil veces más importante que un pobre coche de juguete, por mucho que le tuviese tanta estima.

Aoi sollozó, alarmando sobremanera a Kai, quien se apresuró a alzar la cabeza del moreno con sus manos, manos que enseguida fueron cubiertas y sujetadas por las de Yuu. En sus ojos rojos, podía ver tantos recuerdos… tantas veces que ese chico que tenía frente a sí había llorado de esa forma mientras él le consolaba; muchas veces hasta que aquél se había quedado dormido. Se preguntó, cuántas noches desde que se separaron Yuu habría llorado de esa manera, sin que nadie le consolase, sin tener a nadie que le abrazase y le susurrase cualquier cosa al oído con tal de tranquilizarle. Aquello le dolió, le dolió muchísimo porque sintió que le había fallado. Había tardado demasiado en ir a buscarle. Nunca, nunca debió haber dejado que le arrebatasen a la única persona a la que él necesitaba y querría.

—Kai… —susurró, buscando tranquilizarse; pero no lo logró y siguió llorando mientras las lágrimas aterrizaban en los dedos de Yutaka y sus sollozos le hacían estremecerse de pies a cabeza.

—Siento haber tardado tanto —Emitió un largo suspiro, y pronto se inclinó hasta que sus frentes chocaron, quedando tan cerca que, al mirarse a los ojos, ambos tuvieron el instinto de separarse por la incomodidad que causaba dicha cercanía. Pero ambos se quedaron quietos, mirando los ojos negros ajenos y tratando de descifrar qué había tras ellos; en qué estaba pensando cada uno, cuando cada uno solo estaba pendiente del otro sin pararse a pensar en nada más.

Y Kai no soportó la distancia que, aunque corta, les separaba y pronto hizo que desapareciese, besando aquellos labios que hacía tantos años que no tocaba, que en tantas pocas ocasiones había tenido el valor de besar. Solo eran niños en ese entonces, ni siquiera sabían qué hacían o por qué lo hacían; solo eran juegos. No debía significar nada pero, a la vez, significaba demasiadas cosas.

De nuevo, ese cosquilleo les atacó, y Aoi sintió temblar sus labios y Kai sintió su corazón latir tan fuerte que parecía querer salírsele del pecho. Con movimientos torpes, quisieron ir más allá de donde habían llegado de pequeños, moviendo con lentitud sus labios contra los ajenos, con tanta dulzura que ambos sentían derretirse solamente con ese toque. Un nudo en sus estómagos por los nervios y las manos de ambos bien unidas y temblorosas. Kai ladeó el rostro buscando acoplarse mejor a esos labios, solo imitando gestos que había visto en películas; porque a decir verdad jamás había besado a otra persona que no fuese Yuu, al igual que la persona a quien besaba. Aoi temblaba tanto que parecía estar a punto de sufrir un ataque.

Kai despegó sus brazos de las mejillas de Aoi, dejándole una sensación terrible de vacío en ellas al de hebras oscuras. Pero aquellos brazos, tan fuertes, pronto rodearon su espalda y le atrajeron con fuerza hacia sí; y Yuu hizo lo mismo, para, despacio, dejarse caer sobre las sábanas, tumbados uno encima del otro mientras seguían besándose de esa forma tan lenta, como si temiesen ir más allá.

—No he besado a nadie nunca —admitió Yuu—… y nunca me había sentido así con nadie…, Kai, ¿qué me has hecho?

Las manos de Kai se dirigieron de nuevo a aquellas mejillas y, una vez las ancló allí; sacándole una sonrisa  a quien permanecía debajo, volvió a juntar sus labios con los ajenos de una forma muy casta, un beso que apenas duró pocos segundos.

—¿Y tú conmigo? Que han pasado once años desde la última vez que te vi… y me haces sentir como un niño perdido. Es como si estuviese en un laberinto del que no sé salir, ese laberinto eres tú. Tú que nunca sales de mi cabeza… tú, tus ojos, tu sonrisa…

Aoi boqueó, quedándose sin palabras para contestar lo que acababan de oír sus oídos. Aquellas frases tan hermosas que habían salido de la boca de Kai de improvisto y las cuales le habían dejado un llamativo sonrojo en sus mejillas. Y sencillamente rió y volvió a besarle, una vez tras otra y tras otra; de forma corta cada uno de esos besos, dando uno tras otro y sacándole más de una sonrisa a Kai, quien rodó sobre la cama hasta colocarle sobre sí, a ahorcajadas sobre sus piernas.

—Te amo —susurró Aoi, mirándole a los ojos— no me dejes nunca…

—Trato hecho…

Se acurrucó contra el cuello de Kai y cerró los ojos; a lo que aquél volvió a tumbarse sobre las sábanas y miró al techo, tan blanco. Tenía los ojos empañados en lágrimas que no quería dejar salir; porque estaba feliz; nada podía hacerle más feliz. Y mientras acariciaba con inmensa ternura aquellos cabellos tan negros; los cabellos de ese hombre que oprimía su cuerpo entre sus brazos con fuerza, Aoi terminó por quedarse dormido y él, tras un buen rato observando cómo dormía aquél, acabó sucumbiendo al sueño él también. Debía hacer muchos años que ambos no dormían con semejante calma, sin temor a despertar con la cama vacía, tras haber tenido pesadillas; con los ojos anegados en lágrimas que no querían secarse.

 

—¡Yuu! —espetó Ruki, justo antes de abrir de golpe la puerta de la habitación de su hermano, allí donde éste y Kai dormían plácidamente, hasta que aquél grito les despertó.

Takanori parpadeó cuando vio lo que había dentro de aquella habitación, cómo se encontraban aquellos dos hombres.

»Lo siento… no sabía qué…

—Aprende a picar antes de entrar —bufó Uruha, rodando lo ojos.

Aoi se talló los ojos y bostezó, mirando el reloj cuando se habituó a la iluminación de la habitación.  Les habían dado las nueve y media de la noche entre unas cosas y otras; ya era de noche y la única luz que entraba en la habitación era la de la luna. Kai pronto encendió la lámpara, cegando a su compañero que se quejó golpeándole en el pecho con el puño, sacándole alguna que otra risa a Yutaka; obligando a sonrojarse al moreno para terminar riéndose también.

Quién permanecía en la puerta, no pudo evitar parpadear entre la perplejidad y la confusión que sentía. Jamás, en sus doce años de vida, había visto a su hermano reír o sonreír de esa forma. Siempre sus gestos de felicidad eran secos, fríos y falsos. Era completamente impensable para él ver a esa persona, a su hermano mayor, rebosar tanta felicidad. Y sonrió él también, sabiendo que la única diferencia que había entre el Yuu de antes que él se marchase a jugar a baloncesto con Uruha y el de después, era esa cuarta persona que se encontraba en la casa, el hermano menor de Akira; Yutaka.

—Llegué antes que mamá —dijo Ruki, sonriente, y Aoi alzó una ceja. Acababa de acordarse de que ese niño se había escapado cuatro horas antes, de casa; aun estando castigado.

—Es que si no, no volvías a pisar esta casa.

—Hemos estado con Akira —dijo, y ambos dentro de esa habitación se rieron. Cuánto le habían gustado a Reita siempre los niños—y ahora nos íbamos a ir todos los del equipo a cenar juntos.

—Habla con tu madre —interrumpió—; no pienso dejar que te vayas. Estás castigado. La próxima vez no le respondas mal.

—¡Pero Yuu! —Aoi le lanzó una mirada de aviso, y su hermano sencillamente agachó la cabeza y asintió. No podía discutirle a su hermano mayor.

 

Fue al poco rato, que oyeron la puerta abrirse, y Ruki salió corriendo hasta las escaleras para gritarle a su madre desde arriba.

—¡Mamá! Los del equipo de baloncesto se van a cenar todos juntos. ¿Puedo ir? ¿Puedo ir? ¿Puedo ir? —repitió, terminando por sacarle una carcajada a Yutaka y una sonrisa tanto a Uruha como a Aoi.

—No puedes —respondió rotundamente su madre, haciendo a Ruki escurrirse hasta terminar de rodillas en el suelo, para darse un par de cabezazos después contra la barandilla.

—¿Por qué no?

—Estás castigado.

—Pero…

—Pero nada —concluyó—, te quedas en casa, otra vez te lo piensas antes de discutirme.

Suspiró, y pronto miró a Uruha, quien no pudo hacer más que encogerse de hombros. El castaño se levantó del suelo, donde había aguardado sentado desde que llegó, hasta que la madre de aquél irrumpió en la casa; y, tal como horas antes había abandonado la casa Ruki, se fue descendiendo por la ventana de la habitación de Takanori para que la madre de los Shiroyama no reparase en su presencia.

—Por cierto —susurró, todavía de rodillas—tenemos visita…

La madre de ambos, desde la planta baja parpadeó y buscó cerca del cuerpo de Ruki, a esa persona que tenían por visita; pero no encontró a nadie. Estaba por gritarle de nuevo a su hijo menor por, estando castigado, haber traído a alguien a casa; y gritarle más a Yuu por haberlo permitido, pero la persona que, junto con Aoi, se asomó para mirarla; no tenía la edad de Ruki sino la del mayor, y era una persona a la que ella ya conocía. Ese muchacho era el vivo retrato de su madre, era imposible no reconocerle aunque hubiesen pasado tantísimos años.

—Yutaka… —susurró y él asintió con vehemencia, sacándole una sonrisa a Aoi, y Ruki volvió a quedarse embobado, desde el suelo, mirando a su hermano. ¿Cómo era posible que, con la presencia de esa persona, su hermano frío y distante se convirtiese en una persona que desprendiese semejante optimismo? ¿Ese era el poder que tenía Yutaka? ¿Ese era el poder… de los sentimientos de Aoi hacia ese hombre de cabellos castaños tan largos?

Bajaron los tres las escaleras y saludaron a la recién llegada, quien les devolvió el saludo uno por uno, sonriente aunque Ruki llegó a ver cierta falsedad en esos gestos. Cuando mentía hacía las mismas cosas que él, por eso lo sabía. Pero prefirió no decir nada y solo sonrió con la misma falsedad con la que lo hacía su progenitora.

—¿Te vas a quedar a cenar? —preguntó la mujer, cortés.

Kai negó vehementemente con la cabeza, pero los dos hermanos hicieron caso omiso de aquellos gestos y respondieron con palabras por él y al unísono.

—Sí, se queda.

—¿Todavía te gusta cocinar? —preguntó Aoi, obligando al castaño a parpadear.

—Sí, todavía me gusta…

—¿Vamos a preparar nosotros la cena? —preguntó Takanori, todo emocionado. Si bien no le gustaba demasiado trabajar, las tareas en grupo le encantaban.

—Exactamente —dijo Aoi, asintiendo a la par— así mamá no tiene que trabajar más de la cuenta debido a que Kai se presentó sin avisar —rió.

 

Ruki terminó de preparar la mesa a toda prisa y ayudó a su hermano y a Kai con los platos. Ciertamente, la comida tenía muy buena pinta y se moría por probarla, más habiendo ayudado a hacerla. Pronto se sentaron los cuatro en la mesa y una vez lo hicieron, Takanori dio el primer bocado.

—¡Está riquísimo! —dijo. Casi le brillaban los ojos de lo emocionado que estaba.

Empezaron a comer y entre que lo hacían,  Takanori, quien era muy hablador y no perdía la ocasión de decir cosas y cosas sin parar, empezó a explicar cómo había sido su día, sacándoles con alguna que otra anécdota una sonrisa a los otros tres. La madre de Aoi y su hermano pequeño estaban perplejos. Ruki jamás había visto a su hermano sonreír de esa manera. Le habían diagnosticado depresión hacía unos pocos meses, aunque la llevaba arrastrando desde hacía mucho más tiempo. Por mucho que Ruki lo había intentando con todas sus fuerzas, jamás había conseguido hacerle reír de forma verdadera; porque él sabía que todas las veces que Yuu le sonreía, lo hacía porque sabía que si Ruki se percataba que su hermano estaba triste, terminaría llorando él. Porque Takanori era así, odiaba ver a los demás tristes, y su hermano era la definición absoluta de desolación y tristeza. Y eso era extremadamente doloroso para él. Y su madre hacía tantos años que no le veía reír así, que creyó que estaba soñando. Y se sintió terriblemente frustrada porque supo, que la única persona que era capaz de hacer feliz a su hijo, era Yutaka.

—Oh, y al final ganamos el partido por doce puntos. Fue muy divertido.

—¿Juegas a baloncesto? —preguntó Kai, intrigado; mirando al menor de los cuatro. Ruki asintió con vehemencia y con una sonrisa—. Tu hermano de pequeño jugaba a fútbol. Era muy buen portero, muy bueno.

—Yutaka era un excelente delantero, también —dijo Aoi—. Nos decían que íbamos a llegar muy lejos. Sus padres querían que llegase a ser jugador profesional; pero él quería ser astronauta —rió un tanto.

—Me extraña que todavía te acuerdes de eso…

—Tengo muy buena memoria —concedió, mirando a Kai para después sonreírle. Ruki no podía parar de mirarles. Había algo, algo muy fuerte que unía a esas dos personas, pero era incapaz de descifrar qué era.

—¿Jugabais en el mismo equipo?

Los dos aludidos, estallaron en risas cuando oyeron la pregunta, tuvieron que cubrirse los labios por educación, porque de poco no escupieron la comida.

—Que va —convino Kai, que fue el primero en terminar de tragar—, estábamos en equipos rivales. Era más divertido así.

—Pues yo creo que eso no sería divertido…

—Oh… —interrumpió Aoi, mirando con una sonrisa juguetona y burlesca a su hermano menor— ahora que recuerdo… tú te metiste en el equipo de baloncesto para estar con Kouyou…

—¡Eso no es cierto! —espetó Takanori a gritos— ¡no soporto a ese prepotente, lo sabes!

—¡Venga, vamos! No mientas Taka… no mientas que te conozco…

—¿Kouyou es el hijo de los Takashima? —preguntó la progenitora de ambos, curiosa.

—El mismo —respondió Aoi.

—No me gusta ese muchacho, Takanori… parece una niña; no es… normal —espetó con la máxima tranquilidad del mundo, aunque ocasionó que los tres chicos que se encontraban en la mesa, dejasen de comer por lo ofensivo que les había sonado ese comentario.

Aoi rayó el final del plato con los palillos en oír semejante comentario por parte de su madre. Poco le faltó para partirlos, a diferencia de Ruki quien frunció el ceño y no tardó en arremeter contra su madre.

—Claro, es que como parece una niña ya tiene que ser mala persona, ¿verdad? —largó, su voz parecía cargada de veneno. Su madre sabía cómo hacer enfadar a su hijo menor solo con una frase.

—Yo solo digo…

—Ya le has amargado la vida a uno de tus hijos, ¿qué más quieres? —la interrumpió; dejando estupefactos a los otros dos chicos que permanecían en la mesa, y atónita a la madre de Aoi y suya.

—¿De qué estás hablando? —respondió ella, con un tono bajo pero amenazante. No quería seguir con el tema pero el menor no lo iba a dejar así.

—¡De ese tipo de comentarios hablo! ¿Acaso te crees que estoy ciego? —alzó el tono, hasta el punto de chillar—. Mamá, tu forma de pensar no es normal —Yuu estaba perplejo con los comentarios que estaba oyendo de la boca de Ruki. Si bien sabía que ese muchacho tenía mucho carácter, no esperaba que respondiese de esa forma a su madre— Nos mudamos solo porque a ti no te parecía bien lo unidos que estaban Yuu y Yutaka.

—¿Quién te ha dicho semejante cosa? ¡Eso no es cierto!

—¿Ah no? ¿Y por qué nos mudamos sino?

—¡Queríamos daros una vida mejor! Tenéis una casa enorme, vais a un colegio privado y tenéis todos los caprichos que pedís, ¿qué más quieres?

—¿Cuánto hacía que no veías sonreír a Yuu así? ¿¡Cuánto, mamá!? —Takanori apretó los dientes. Incluso si sabía que estaba hablando más de la cuenta, era incapaz de retener las palabras en su garganta— ¡no puedes comprar nuestra felicidad con objetos y caprichos! Si no querías tener hijos, ¡no haberlos tenido!

—¡Yutaka nunca fue una buena influencia para mi niño! —explotó. Ya poco le importó que esa persona sobre la que hablaba estuviese sentada en la misma mesa que ella. No entendía cómo sus hijos podían odiarla cuando ella había hecho todo lo posible por darles una vida mejor—, ¡cuando tenía ocho años ya decía que de mayor se casaría con él! No una vez, si le preguntabas qué haría de mayor era lo único que respondía. ¡Solo traté de protegerle!

Quiso seguir chillando, pero el fuerte sonido de un puño estrellándose contra la mesa, haciendo rebotar levemente todas las cosas sobre el mantel, le obligó a mirar a su hijo mayor, autor del golpe. Tenía la mirada gacha y los dientes apretados. Quería llorar, pero no lo estaba haciendo. Sencillamente estaba lleno de ira. No podía creerse lo que acababa de oír de boca de su madre.

Todos se quedaron en silencio, y Yuu lo único que hizo fue levantarse de la mesa y, sin decir una palabra, salir de la casa dando un fuerte portazo.

Y fue en cuanto aquella puerta se cerró tras su espalda, que las lágrimas empezaron a recorrer silenciosas sus mejillas. Y empezó a caminar sin rumbo, tratando de recapacitar sobre todo lo que había oído en aquella discusión sin sentido. Y cuanto más lo pensaba, más le dolía. Le temblaban una barbaridad las piernas y solo quiso que ese nudo en su estómago tan desagradable desapareciese y no volviese jamás.

No era posible que hubiese perdido tantos años de su vida solo porque a su madre no le parecía bien que fuese tan cercano a Kai, que le amase. Porque jamás lo negaría. Amaba entonces y seguía amando en esos instantes a esa persona de hebras castañas y ojos negros; con una preciosa sonrisa que conseguía sacarle una igual de bonita a él.

Sus puños se estrellaron en la primera pared que encontró. Uno tras otro mientras no le arropaba del frío nada más que la luz de las farolas, tan naranja, y la de la luna que aquella noche con las nubes casi no quería ni asomarse. No hacía mucho frío, estando en abril la temperatura era estable. Pero en la noche refrescaba y Aoi no llevaba encima más que una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos.

Sintió un terrible dolor y sus nudillos quedarse en carne viva; pero ni por esas se detuvo. No pararía hasta estar satisfecho. Y no paró hasta terminar por derrumbarse y echarse a llorar entre sollozos e hipidos. Su consciencia no cesaba de repetirle que ya no era un niño, que no podía llorar; que los hombres no lloraban y que debía ser fuerte. Pero apenas podía respirar de lo intenso que era su llanto. Rozaba el ataque de ansiedad la forma en que lloraba y cómo se convulsionaba entre sollozos, buscando el aire que le faltaba en los pulmones.

 

—Deberías ir a buscarle —susurró Takanori, bajando el bordillo para sentarse junto con Kai, quien tras haber huido de aquella casa se había dejado caer al lado de su furgoneta roja, sentado en la acera y mirándose las manos como si en ellas fuese a hallar la respuesta a todo lo que pasaba por su cabeza.

—Ni siquiera sé dónde ha ido… Nunca pensé, que el motivo por el cual le perdí, fuese tan… —suspiró. Siquiera tenía palabras para terminar aquella frase. Se sentía desolado—. De todos modos, no está bien que le grites a tu madre. Incluso si no tiene razón.

Le oyó sollozar, y alarmado Kai viro el rostro hasta encontrarse con el de Ruki. No estaba llorando, pero sí sollozaba.

—El padre de Uruha, de Kouyou… siempre se está metiendo con él, insultándole por parecer una chica —suspiró, y Kai sintió como un nudo se formaba en su garganta en oír aquello. Las palabras de un padre nunca deberían ser para dañar a un hijo; aquello era demasiado cruel—. Solo se apuntó al equipo de baloncesto para que su padre se sintiese orgulloso de él —poco a poco, las lágrimas empezaron a descender por sus mejillas. Ruki admiraba como no admiraría a nadie, la fortaleza que tenía Kouyou. Él intentaba con todas sus fuerzas darle ánimos, tratar de que pensase en otras cosas. A su manera. E incluso si parecía que se odiaban, ambos se tenían un gran aprecio que demostraban con golpes. Solo eran niños—. Uruha odia el baloncesto… me apunté para hacerle compañía. Quiero verle sonreír, igual que quiero ver sonreír a Yuu…

—No puedes hacer feliz a todo el mundo… —susurró.

—Eso es cruel.

—Lo sé. —Pronto pasó su brazo por sobre los hombros de Ruki y le arrulló contra su cuerpo, hasta que al poco se secó las lágrimas y dejó de llorar—, pero puedes centrarte en hacer feliz a Uruha. De tu hermano mayor me encargo yo, ¿te parece?

Entre hipidos que todavía no podía controlar, el menor asintió.

»Vayamos a buscarles… venga.

 

Uruha botó la pelota un par de veces y siguiendo las indicaciones que Reita le daba, lanzó a canasta, encestando a la primera y sin tocar el aro ni el tablero. Una enorme sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios y pronto corrió detrás de la pelota para repetir la jugada, mientras el resto de jugadores de su equipo le aplaudían y daban ánimos.

Yuu sentado en un banco y observándoles a lo lejos, con sus nudillos ardiéndole por los golpes que le había propinado a aquella  pared, sonrió tristemente. Sentía que todas las personas del planeta eran felices menos él, que estaba condenado a la desdicha. Y justo cuando más hundido se encontraba, una mano se posó en su hombro. Kai…

—¿Qué sería de mí sin ti, Kai?

—No lo sé —respondió el contrario, justo antes de sentarse junto a él—. Pero vengo a salvarte de tus demonios, como siempre.

Kai arrastró su mano sobre el banco y pronto la posó sobre la del moreno, entrelazando sus dedos, como si, en separarse, todo fuese a quebrarse. A lo lejos, pudieron ver como Ruki entraba a la pista a toda prisa, corriendo rápidamente con sus cortas piernas y, sin pensarlo, arrolló a Uruha quien terminó en el suelo y con aquél encima.

—¿¡Pero qué haces!? —le espetó el más alto, pero el contrario sencillamente rió; y pronto y de golpe, dio un beso en su mejilla.

—Te quiero —susurró, provocando que Uruha se sonrojase y negase después con la cabeza de forma reiterada.

—¡Taka! ¡A mí me gustan las chicas!

—¡Como amigo! Eres un idiota, Kouyou… un maldito idiota

Sin saber cómo, consiguió que Uruha se sonrojase todavía más si era posible, pero pronto se echó a reír y empezó a hacerle cosquillas al más bajo, sabiendo que era una de sus grandes debilidades, a lo que éste empezó a revolverse y a chillar para que le soltase, provocando la risa no solo de sus compañeros de equipo y de Reita, sino también de aquellos dos que aguardaban a lo lejos y les observaban entre sorprendidos y animados. Aquellos dos, incluso si eran solo amigos y ellos algo más, les hacían recordar la relación que habían tenido de pequeños. Y era bastante hermoso.

—Déjame llevarte a un sitio —susurró Kai, levantándose lentamente sin soltar la mano de Aoi, quien le miró intrigado, pero pronto sonrió y terminó por levantarse del banco y seguirle hasta aquella furgoneta que Kai tenía por vehículo.

 

Pasaron el viaje en silencio, Aoi miraba el cielo estrellado por la ventana mientras abrazaba sus propias piernas subidas sobre el asiento. Cuando más le miraba Kai, más se daba cuenta que ese chico seguía siendo el mismo niño de mirada perdida y acciones torpes de antaño. Ese que actuaba sin pensar y luego se arrepentía, quien aunque estuviese triste siempre tenía una hermosa sonrisa para él. Ese niño, su Yuu, su Aoi. Todos sus temores se habían ido, todo el miedo de encontrarse con una persona completamente distinta, se había esfumado.

Yuu se sorprendió cuando Kai aparcó el coche cerca del lago Biwa. Aunque había vivido muchos años en Otsu, jamás había estado en ese lugar; lo que en sí era bastante triste. Y no pudo evitar reír al pensarlo, haciendo que Kai le mirase con curiosidad, pero el moreno solamente salió del coche y se acercó casi corriendo a la orilla, deshaciéndose de los zapatos por el camino, para terminar deteniéndose solo cuando el agua fría tocó sus pies.

—Siempre dijimos que iríamos a la playa juntos… —susurró Aoi.

—No es el mar pero… este lugar es hermoso.

El moreno prontamente se giró y miró a Kai, con una hermosa sonrisa de esas que solo le dedicaba a él.

—¿Por qué tardaste tanto…? Te he echado mucho de menos.

—Lo siento —susurró Kai—, he estado trabajando cuanto he podido para reunir dinero suficiente para venir durante años… Muchas veces pensé en dejar los estudios para dedicarme enteramente a trabajar; pero Reita decía que no te lo hubieses perdonado su supieses que lo había por ti.

—No me lo hubiese perdonado jamás —sonrió. Y Kai comprendió que ninguna persona en la faz de la tierra lograría hacerle tan feliz como lo hacía Aoi cuando sonreía, su Aoi.

Tiró de él y ambos acabaron sobre la arena, volviendo a besarse de esa forma tan torpe, revocándose sobre el suelo,  atreviéndose aquella vez sí, a morderse los labios y llevar un ritmo mucho más frenético. Porque ya no eran niños, porque no eran dos personas que decían ser amigos cuando se querían más que a nada en el mundo. Y ambos se preguntaban, cómo era posible que algunas personas jamás conociesen e verdadero significado de la palabra amor, y que ellos supiesen que estaban condenados el uno al otro desde tan pequeños. Depositaron su felicidad en el contrario, y todo fue hermoso hasta que les obligaron a separarse. Porque hacerlo les había arrancado un pedazo de alma a los dos, les habían dejado vacíos y sin ganas siquiera de respirar. Pero habían sido fuertes, habían sido fuertes y se habían aferrado a una promesa y al deseo de volver a verse aunque fuese lo último que hiciesen.

Kai le retiró la camisa a Aoi con rapidez, haciendo que el moreno le mirase algo sorprendido y avergonzado, pero tras la sonrisa que Kai le dedicó, fue incapaz de decir que no e imitó el gesto de su compañero, quedándose ambos desnudos de cintura para arriba, abrazados mientras sus pieles se rozaban y sus labios se fundían como si quemasen al tocarse, pero de una forma demasiado placentera.

—¿Estás seguro de esto? —susurró Aoi, temiendo arrepentirse de aquello que, sobre la arena, terminarían haciendo.

—Nunca he estado más seguro de nada —murmuró, antes de adentrar su lengua con torpeza en la cavidad ajena, cavidad de quien sonrió en sus adentros y buscó corresponder aunque no tenía demasiada idea de cómo. Solo actuó como su cuerpo le pedía, y eso fue suficiente para los dos.

Se desnudaron con suma lentitud, entre caricias y suspiros que lograban embriagarles y sacarles enormes jadeos que acababan muriendo en la boca contraria y más tarde, los de Aoi en el aire y los de Kai en la anatomía desnuda del moreno que iba besando y lamiendo a placer, con demasiada delicadeza como si temiese marcar esa piel tan blanca y perfecta que el otro poseía. Y no lo hizo. Por mucho que Aoi fuese suyo como siempre lo había sido, no iba a demostrarlo con feas marcas que pudiesen desdibujar la textura homogénea que esa piel tenía.

Descendió por su pecho y los jadeos de Aoi aumentaron. Las caricias se centraron en sus labios y aquella traviesa y caliente lengua acarició una de sus areolas, haciéndole arquear la espalda. Nunca, jamás, nadie le había tocado de esa forma, ni siquiera él había caído en la tentación de hacerlo. Era nuevo para él, todas esas sensaciones; todos esos estímulos que llegaban a su cerebro haciéndole sentir que terminaría derritiéndose.

Cuando se cansó de estimular esa zona, siguió repartiendo besos por su vientre, de forma cariñosa viendo como aquél cerraba las manos en torno a la arena, estrujándola mientras su ritmo cardíaco aumentaba, su respiración se agitaba y su piel se perlaba debido al sudor.

Con un poco de reparo, una vez ya los dos completamente desnudos, sin nada que se interpusiese entre sus pieles más que algún que otro grano de arena, Kai se colocó sobre Aoi, quien permanecía con las piernas algo abiertas, posicionando su miembro sobre el ajeno y empezando a moverse con lentitud para estimularlos ambos a la vez entre sus vientres, empezando los dos a jadear y, de la misma forma, Aoi empezó a mover sus caderas al compás de las de Kai buscando más placer.

Fue entonces que Yuu eligió tomar un poco de iniciativa y rodeó con sus brazos el cuello de Kai, a quien atrajo hacia sí rápidamente para devorar esos labios con su boca, con sus labios y con su lengua. Beso en el que ambos participaron de forma ardiente. Uno y otro rasgaron los labios ajenos con los dientes, los lamieron tras maltratarlos buscando curar el mal que pudiesen haber ocasionado en dichas perfectas bocas, y, finalmente, concluyeron con sus labios; sin dejar de sentir esos temblores y esos nervios cuando sencillamente se rozaban.

Fue en cuanto el placer les abrumó que se separaron, ambos sonrojados; sentados sobre la arena cada uno de una forma distinta; y mirándose sin saber muy bien cómo seguir, o si hacerlo siquiera. Pero al final, Aoi se armó de valor y abrió un poco las piernas, a la par que le indicaba con gestos al de hebras castañas que se acercase; aquél que sin dudarlo obedeció.

Con inexperiencia, Kai aproximó una de sus manos hasta donde la espalda del contrario perdía su nombre y tanteó con uno de sus dedos la entrada de Aoi, introduciendo con lentitud un primer dígito, ocasionándole un respingo y un siseo de dolor al moreno.

—¿Estás seguro? —susurró, y pronto Yuu asintió sin dudarlo un solo momento.

Adentró una de sus falanges entera y pronto quien era estimulado de esa forma se dejó caer hacia atrás. Dolía levemente, pero nada a comparación del placer que terminaría sintiendo.

Cuando hubo dilatado suficientemente ese hueco, adentró un segundo dedo, y más tarde un tercero. Siquiera sabía cuánto tiempo debía dejarlos allí, siquiera cuánto dolor o cuánto placer le estaba ocasionando a Aoi, se sentía completamente inseguro y tembloroso; lo único que le incitaba a seguir era tener al moreno abrazado a su cuello y jadeando directamente contra su oreja.

Retiró sus dedos de aquella cavidad y pronto posicionó la punta de su virilidad contra la obertura que Aoi escondía entre sus glúteos. Aquél, abrazó con brazos y piernas a su Kai y le sonrió, dándole permiso para entrar; entregándose completamente a la persona a la que amaba y había amado siempre.

De una estocada, se adentró completamente en la cavidad de Aoi, obligándose ambos a besarse para que los gemidos de uno y otro no se oyesen a quilómetros de distancia. Abrazados como estaban, cuando Aoi movió sus caderas en el momento que se sintió cómodo con la intromisión, empezaron las suaves embestidas que les obligaron a jadear y a gemir casi contra su voluntad, moviéndose uno sobre el otro entre lentas caricias.

Les gemidos fueron subiendo de tono y las embestidas de Kai pronto se dirigieron a ese punto que tanto lograba estremecer a Aoi, quien se abrazó fuerte a la espalda de Yutaka mientras sus labios seguían anclados a los de aquél.

Rodaron sobre la arena y cambiaron de posición en centenares de ocasiones, siempre buscando poder mirarse y perderse en los ojos negros ajenos, que cual pozos conseguían de la misma forma tragarse el alma ajena. Apretando sus manos, sus dedos con los del contrario, rodeando sus cuerpos. Todo ello entre gemidos, jadeos y dulces suspiros que emanaban sin permiso y de la misma forma de la boca de uno y de otro, haciéndoles tocar el cielo, rozar las nubes y no desear volver jamás a pisar la tierra.

Y siendo la primera vez de ambos, Kai no tardó demasiado en descargarse dentro del moreno; y, mientras Yutaka le masturbaba de forma torpe, Yuu también entre ambos cuerpos, impregnándose de su esencia; los dos. Terminando por desplomarse el uno sobre el otro y sin soltarse, sin dejar de ejercer el fuerte agarre que ejercían en la otra persona; ambos sujetándose como si no quisiesen separarse jamás. Porque no querían.

—Ya eres oficialmente mío —susurró Aoi, mientras le miraba; para finalmente dar un beso en aquellos labios.

—Oficialmente…

 

Aoi se abrazó más a Kai sobre el capó de la furgoneta donde, solamente vestidos con su ropa interior y cubiertos con una manta que Kai portaba en el vehículo, se habían propuesto ver amanecer.

Pasaron horas en vela, explicándose mil cosas de tantos años, poniéndose al día hasta en el más mísero o mínimo detalle. Por muy triste o horrible que fuese; querían saberlo todo del otro. Y cuanto más sabían, más se abrazaban ambos no deseando soltarse jamás. Ni se creían, que hubiesen pasado tantos años sin tocarse, ni verse. Tanto tiempo perdido…

—No he vuelto a jugar al fútbol desde que me mudé —susurró Yuu, y Kai acarició los cabellos de la persona que descansaba su cabeza sobre su torso desnudo.

—No dejé que nadie me llamase Kai una vez te marchaste —dijo Kai, sacándole una sonrisa al moreno.

—Parecemos dos idiotas… —susurró— creí que te habrías olvidado de mi.

Kai suspiró, y pronto uno de sus brazos se aferró más fuerte a la cintura de su amado, quien entendió aquello como un gesto de posesividad tan dulce, que ronroneó acurrucándose más sobre ese cuerpo.

—Yo también lo creí… —Ambos habían tenido el mismo pensamiento, y a ambos les había dolido pensar así pero, ciertamente, lo raro fue que después de once años, ninguno de los dos se hubiese planteado siquiera, la posibilidad de pasar página.

»Aoi —espetó con seriedad Kai, de golpe, haciendo que el aludido alzase la cabeza hasta que sus ojos negros se encontraron con los del contrario— cásate conmigo.

Él abrió los ojos con sorpresa en oír aquella afirmación, y Kai rió ante la cara que se le quedó a Yuu al escuchar la proposición; dicha tan enserio. Se incorporó de sobre el cuerpo de Kai y le miró, comprendiendo que no había sido una broma y que, realmente, hablaba en serio.

—¡Dos personas del mismo sexo no pueden casarse en este país, Kai!

—¡Pues vámonos a otro! —respondió Yutaka con toda la tranquilidad del mundo. No había ni una pizca de broma en aquellas palabras, estaba hablando muy enserio, más enserio de lo que había hablado o hablaría en su vida jamás— ¿dónde quieres ir, Aoi? Donde sea, dime un lugar y yo te llevaré. Donde tú quieras…

—Estás loco —susurró con una sonrisa.

—Estoy loco por ti…

—¿Y si nos estamos equivocando? —preguntó— Hace tanto que no nos veíamos… solo hemos pasado un día juntos tras once años sin vernos, ¿cómo sabes que lo que sientes por mi es real…? Que no somos, solo dos desconocidos…

—No lo sé Aoi, no sé qué somos —dijo, haciendo que Yuu agachase la cabeza y emitiese un suspiro—. Pero quien no arriesga no gana. Yo quiero ser feliz y tú me haces feliz…

»Déjame intentarlo.

El aludido pronto volvió a mirarle, negando con la cabeza y riendo; pensando en lo tonto que era su Kai por decir cosas tan hermosas. Y rodeó su cuello; y Yutaka rápidamente se colocó sobre él y le besó con suma dulzura y lentitud, abrazados mientras el sol comenzaba a dejarse ver tras el horizonte.

Sellando con aquello, con ese beso tan dulce, una nueva promesa.

—Acepto, Kai…

Notas finales:

PERO QUÉ COSA MÁS CURSI. Hola de nuevo gente(?)

Bueno, es tarde así que... solo diré que nunca había escrito nada tan ñoño y espero que os guste porque sino me mato(?)

¿Solo yo me quedé con ganas de Uruki?(?)

 

Yume, tienes que amar este fic; que se me ocurrió por ti y tu obsesión estos últimos días con el Kaoi(?)

 

Feliz cumpleaños Kai~


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