Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ironías en primavera por Leia-chan

[Reviews - 20]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

FOR FUCK'S SAKE! Suerte que nadie me paga para hacer esto, o me moriría de hambre!

Esta historia me pertenece a mí y esta publicada también en E-Lay, este es el link

http://www.estudiolay.com/ironias-en-primavera/

Los invvito a pasar y divertirse en el blog :D y a descargarse la revista y ver todo lo genial que hacen mis compañeros ojojojojo

Notas del capitulo:

ojojojojo, realmente, lo publico aquí, porque necesito audiencia... audiencia para decidir!! A finales de noviembre, tengo que entregar el capitulo final, pero la gente me hace dudar... No sé como terminará... así que... me harían el favor de leer y comentarme qué rumbo dirían que es el mejor?

Faltaba una semana para la llegada de la primavera, pero el clima que iba tornándose cálido repentinamente se volvió frío y lluvioso. Como si todo el universo estuviera conspirando para hacer de este funeral un evento aún más gélido y trágico. La iglesia estaba llena de gente vestida de colores oscuros. La esposa y los dos hijos estaban en los primeros asientos. La señora lloraba, pero los hijos no. El mayor sostenía a su madre, tratando de consolarla. El menor, un adolescente de unos quince años que aún no había alcanzado el estirón, estaba sentado con los brazos cruzados, tratando de aparentar indiferencia, pero con los ojos rojos.

Yo, como el amante que nadie conocía y que el difunto nunca reconoció, estaba atrás, lagrimeando en silencio, y apretando los puños tan fuerte que mis uñas dejaron medialunas rojas en mis palmas. Él acababa de morir, dejándome solo. Yo quería llorar y gritar a viva voz, como lo hacía aquella mujer, pero también quería reír y saltar, porque era libre.

—Te odio —murmuré entre dientes muy apretados, y salí de la iglesia.

Estábamos juntos desde la secundaria, donde aparentábamos ser mejores amigos. Los rumores corrían, pero él los burlaba a todos, acostándose con cuanta mujer le diera la oportunidad. Yo lo dejaba hacer. Aunque no me hubiera importado gritárselo al mundo, él decía que era mejor para mi carrera… y la suya. En realidad, todo ese secretismo era por él, ¿no es así? Él no era lo bastante fuerte para luchar por mí, no me amaba tanto como para hacerlo. Pero yo lo amaba lo suficiente para ser su loca aventura homosexual de los fines de semana, y siempre fui demasiado débil para decirle que no y dejarlo de una buena vez.

Es que siempre habíamos estado juntos, es que, al principio, me trataba bien. Me escuchaba, le importaba. Y cada vez que él venía a mi departamento y me sometía a la fuerza, yo me aferraba al recuerdo distante de sus ojos sinceros y sus toques llenos de cariño. Y los lunes, cuando él ya no estaba, esfumándose tan abruptamente como había aparecido, yo me quedaba a limpiar los destrozos, las botellas rotas, y a ordenar sillas y mesas. A veces, me dejaba moretones en el cuerpo, que dolían, pero podían ocultarse con los trajes que llevaba al trabajo. Los martes, ya con el departamento ordenado, me decía que no lo dejaría volver a entrar, porque esa relación —si podía llamarla así— simplemente no tenía futuro, que era mala para mí. Los jueves me sentía solo y salía a tomar algo con mis amigos.

Y los viernes me quedaba en casa, nervioso delante del televisor, temiendo y anhelando el momento en que llegara a mi puerta. Toda una vida llena de ironías. Pero quien terminó con esa enfermiza rutina fue él, al final. Otra ingrata ironía, ¿no? Dejándome atrás con una marea de sentimientos encontrados.

Pensaba ir a mi departamento, pero decidí recorrer las calles y ahogarme con alcohol barato. Terminé llegando a casa a eso de la medianoche, tal vez más temprano, tal vez más tarde. No tenía un jodido reloj conmigo y mi teléfono lo había dejado en la casa. Me tambaleaba por el pasillo, odiándome como siempre, cuando noté el bulto delante de mi puerta.

Me detuve en frente y lo miré con el ceño fruncido, tratando de entender qué era eso. Esose movió y alzó la cabeza, y lo reconocí. Eso era el hijo adolescente de él. Maldito sea, que hasta muerto me atormentaba. El chico se levantó, limpiándose el pantalón negro. Era la misma vestimenta que llevaba en el funeral, seguro aún no había ido a casa.

—Eres Adrián, ¿no? El compañero de colegio de papá —preguntó, y mientras procesaba la información, el chiquillo me lanzó una mirada fulminante—. Eras su amante, ¿no es así?

—¿Qué? —Seguro estaba más ebrio de lo que pensaba y comenzaba a alucinar. Me restregué el rostro con las manos, tratando de recobrar algo de sobriedad—. ¿Qué haces aquí?

—Es cierto. Lo sé —se contestó él mismo—. Déjame entrar —pidió el chico, altanero como sólo su padre solía serlo. Y lo odié en ese mismo momento, porque esos ojos oscuros eran los mismos que los de él. Ni siquiera se dignaba a verme. Pero no dejaría que un muerto me ordenara, así que iba a negarle la entrada, cuando el chico volvió a hablar—. Necesito hablar contigo. —Y había algo tan vulnerable y sincero en su voz, tan distinto a su padre, que me convenció.

—Apártate. —La voz me salía algo quebrada por el alcohol—. Te dejaré entrar porque es muy tarde, pero… como ves, no estoy en condiciones de ese tipo de… —Tragué saliva— charla. Te quedarás a esperar un taxi y ya.

Se hizo a un lado, dejando que llegara a la puerta y lo dejé pasar. El chico se tiró en el sofá como si fuera suyo, pero yo no tenía fuerzas en mí para pelearme con él. Al menos, no en ese momento. Me saqué los zapatos y lancé mi saco sin fijarme donde caía. Mañana, con la resaca, ya lo recogería. Aflojándome la corbata, me tiré al lado contrario del sofá. Tomé el control remoto y pensaba encenderlo, cuando el chico habló.

—¿Por qué tienes flores sobre la mesa? Eso es de maricas.

Ese era un comentario típico de su padre. Rodé los ojos y se me escapó—: ¿Y qué te crees que soy yo? —Lo vi fruncir el ceño y cruzarse de brazos—. El teléfono esta allí, llama a un taxi o a alguien que venga a recogerte.

—No quiero —respondió tajante—. Pasaré la noche aquí —sentenció, firme como ninguno.

—¡No! —me quejé—. Yo no soy niñera de nadie.

—No quiero ir a casa y no me  queda otro lugar a donde ir.

—No me importa. No te quedarás aquí —repetí.

Él se acomodó para verme directamente a los ojos, amenazante y certero, como si tuviera todo el poder sobre mí. —Deja que me quede o le diré a todo el mundo que eres… eres…

—¿Qué soy gay? Hazlo. No me importa. También puedes divulgar lo que teníamos tu padre y yo. A la única que le molestaría es a la perra de tu madre —musité con saña, encendiendo el televisor. Por supuesto, hablaba el alcohol, que sobrio no se me escaparían tantas barbaridades.

—Así que odias a mi mamá —comentó, con la ira contenida. Yo lancé un suspiro.

—No, no es así. Lo siento. —Eché la cabeza para atrás. Necesitaba un baño… y unas buenas horas de sueño—. Ni siquiera la conozco. Tu padre jamás… —Me incliné hacia delante— jamás dejó que me acercara. —Volvía a deprimirme pensar en lo mucho que él me había apartado de su vida. Y aun así, no me dejaba ser libre para vivir la mía.

Nos quedamos en silencio un rato. Yo jugaba con la corbata en mis manos. —Te pagaré el taxi —le ofrecí.

—No. —Volvió a negarse—. No quiero ir a casa. —Se mordió el labio, y volvía a verse tan indefenso—. Por favor… no quiero. —Sus ojos se humedecieron—. No quiero oírla decir que lo amaba tanto, que era un buen hombre, que es una pena que haya muerto. —Algunas lágrimas se le escaparon y podía ver que sus hombros temblaban—. ¿Él…? —comenzó a preguntar, pero la voz se le cortaba. Yo no sabía qué hacer, sólo me quedé allí, viéndolo—. ¿Al menos, te trataba bien a ti? —terminó por preguntar, con el rostro empapado en lágrimas.

Y no sé qué rostro habré puesto, pero yo sentía que la sangre se había ido de mi cara y tenía el corazón por el piso. No, él no me trataba bien. Pero quería creer que era solo conmigo, que yo era su escape, o tal vez, el pasado que odiaba. Quería creer que me gritaba y me insultaba sólo a mí, y no a su familia. No quería pensar que fuera ese tipo de padre. No sabía qué contestarle. El niño estaba llorando en mi sofá. Seguro estaba más confundido que yo. El hombre que le dio la vida, pero que a la vez había hecho de su vida un infierno, había muerto. Y él quería sentirse aliviado, pero allí estaba, tan dolorido y perdido como yo.

—Dormirás en el sofá —le dije—. Te traeré unas mantas. —Me levanté, tambaleándome un poco—. No puedo tener esta conversación en este estado. —Me llevé la mano a la frente, soltando un quejido lastimero, y él se rio.

El niñato se estaba burlando de mí, pero no me importaba. Sólo sonreí y fui a por las mantas. Después pensaría en cómo enfrentar esa situación.

*****

Después de mucha pelea, lo convencí de avisarle a su madre que estaba bien y que volvería a casa cuando se calmara. Podía oír desde el comedor el eco de los gritos de su hermano mayor, seguro regañándole. Él cortó antes de que el otro terminara de hablar y se sentó a la mesa, cruzando los brazos sobre la mesa y recostándose sobre ellos.

—¿Estás contento? —me preguntó, aun enfadado.

—No, realmente no. Si tu madre se entera que estás aquí, no dudará en acusarme de secuestro. —Puse un plato con un sándwich de queso derretido delante de él, y me senté con mi café en la mano—. Come eso, Eduardo, que no quiero que le agreguen malos tratos a mi sentencia —le pedí. El chico tomó el pan de mala gana y comió.

—Se supone que los hombres como tú son buenos cocineros. —Otro comentario ofensivo. Me reí al recordar que su padre me había dicho lo mismo hacia unos años, y yo me tragué las ganas de decirle que él tampoco era tan buen cocinero y no era muy distinto a mí.

—Lo siento, pero tener un pene en el ano no te hace mejor cocinero de la noche a la mañana. —Vi de reojo cómo se ahogaba un poco con el pan. Seguro no esperaba una respuesta tan soez, y yo tampoco era propenso a ese tipo de respuestas, pero quería molestarlo un poco. Lancé un bostezo y miré el reloj de la pared. El mundo no se detendría por un funeral y yo tenía que trabajar en media hora—. Debo salir ya —le avisé, levantándome—. Pero puedes quedarte, mientras tanto. —Enjuagué mi taza y la dejé para que se secara. Me quedé tieso un momento, pensando si contestar o no a su pregunta.

Agité la cabeza y decidí no hacerlo. Capaz Eduardo ya se habría olvidado de eso. Pero mientras caminaba a mi habitación por un saco limpio, podía sentir su mirada sobre mí. Cuando salí de la habitación, él estaba parado en medio de la sala, esperándome y fulminándome con su mirada inquisidora. —Responde —me ordenó y vi que apretaba los puños—. ¿Él… mi padre… te… te? —Jamás sabría cuál fue realmente su pregunta, pero podía adivinarlo.

Caminé hacia él y puse una mano sobre su hombro. Estaba temblando. —Él… —No sabía qué decirle, pero tenía que ser la verdad. Mejor en ese momento que debía salir y no tendría que quedarme a enfrentarlo—. No. —Lancé un suspiro—. Hubiera deseado que fuera más… humano conmigo —terminé, al fin. Levanté la mirada al oír un sollozo ahogado. Apreté el hombro que tenía bajo mi mano—. No sé qué decirte… Lo siento. —Fue lo único que pude balbucear, antes de salir corriendo, como si estuviera huyendo.

*****

Ese fue un día pesado, y más aún con la resaca y las pocas horas de sueño encima. Me repetía una y otra vez que debí haberme tomado el día libre. O que no debí haber bebido tanto en un día laboral. Maldecía a todos los cielos, al estúpido que se había muerto, y al problemático niño que tenía en mi departamento. Una parte mía deseaba que el chico se hubiera marchado para cuando llegara. Que estuviera satisfecho al saber que su padre era un idiota abusivo con todos. Que yo también conocía el dolor de sus golpes.

Pero no tuve tanta suerte. Al llegar al departamento, noté que al menos había limpiado un poco. —¿Eduardo? —llamé, aún en la puerta, quitándome los zapatos. Escuché que gritaba mi nombre y me pedía que lo esperara. Yo alcé una ceja. ¿Qué diantres debía esperar de un adolescente como ese? Oí sus pasos rápidos acercándose a mí, y en lo que me quitaba el saco, quejándome de mi dolor de cabeza, él se paró delante de mí y enterró un ramo de flores blancas en mi cara.

Aspiré de lleno el hermoso aroma. Rayos, como adoraba las flores, pero enseguida, la tos comenzó y sentí cómo se me cerraba la garganta. Lo quité del camino de un manotazo, tosiendo y gimiendo por aire. Caminé tan rápido como pude al sofá. Él se acercó a mí, preocupado como nunca lo había visto.

—Alergias —musité y señalé un cajón en el modular donde descansaba el televisor. Él entendió enseguida y lo abrió, trayendo la caja de primeros auxilios donde tenía los remedios para mis alergias.

Eduardo musitaba sus disculpas mientras trataba de ayudar con los frascos. Yo trataba de tranquilizarlo y tranquilizarme mientras los dilatadores hacían su trabajo y me devolvían la capacidad de respirar. Cuando al fin recuperé la voz, lo vi al borde del llanto y puse mis manos sobre su cabeza, alborotando su cabello.

—Ya, detente. No fue tu culpa… no lo sabías. —Trataba de consolarlo, con una sonrisa cansada—. Soy muy alérgico a la mayoría de las flores —le expliqué.

—Pe-pero… —Miró de reojo las flores de plástico sobre la mesita.

—Pero me encantan todas esas flores que no puedo tener cerca. Si fuera por mí, tendría un jardín bellísimo que cuidaría con mi vida cada día. Ironías de la vida. —Trataba de hacerlo reír, pero no me salía nada. Era un fracaso en eso de tratar niños.

—Que patético… ni siquiera puedes ser un maricón decente —farfulló, limpiándose algunas lágrimas de sus ojos. Y me pareció tan tierno y desamparado que no me importó el insulto.

—Sí, así es. Lo siento. —Le palmeé la cabeza—. Pero agradezco mucho el gesto, Eddy.

—¿Eh? —Alzó una ceja, confundido por el sobrenombre.

—Es tu nombre. Eddy, Eduardo. —Traté de explicar y él parecía a punto de replicar, cuando lo interrumpí—. Es que, ya sabes como los maricones nos desvivimos por ser gringos —le dije, fingiendo ser la loca más loca de la disco. Y al fin, Eduardo se rio.

*****

El resto de esa semana, muy a pesar mío, la pasé muy bien con el chico. Me despedía al irme del trabajo y luego me recibía al volver, como si me estuviera esperando. Me gustaba ese sentimiento. Y en las noches, nos sentábamos a ver películas y conversar. El tema de su padre lo evadíamos como si fuera una maldición, y tal vez lo era. Pero había tanto de lo que podíamos hablar. ¿Quién diría que estaría tan al día con todo? Me sentía tan joven de repente. Él tenía sus momentos y sus expresiones rudas, pero dentro de todo, no se parecía en nada a su padre. Eduardo se preocupaba por la gente a su alrededor y se preocupaba por su madre. Llamaba para ver cómo estaba todos los días, aguantando las quejas de su hermano.

A pesar de que ambos habíamos perdido a una persona importante —tal vez, no querida, pero sí importante—, no parecía que estuviéramos tan  destrozados. Al menos, no lo estaba yo. Me sentía… capaz de superarlo. No pensé que fuera capaz con ese chico que me miraba igual que ese hombre, pero… al final, resultó sencillo.

Hasta que la primavera llegó. Y con el cambio de clima y las flores adornando el mundo, mi ánimo terminó por el suelo ese día. Solo podía pensar en lo solo que estaba, en lo mucho que lo extrañaba y en lo idiota que era por extrañar a ese patán. ¿Cómo diantres podía quererlo aún después de saber que trataba igual de mal a su propia familia? A su hijo. Eduardo, que era un chico tan… adorable a pesar de todo.

Me sentía la peor basura del mundo. No volví al departamento ese día. Me quedé fuera, bebiendo y saltando de bar en bar. No recordaba mucho de lo que sucedió después de la medianoche, pero a ratos, me veía en un callejón sucio, con un extraño quitándome la ropa. No sé cómo terminó ese, sólo sé que a la mañana siguiente desperté en un banco de una plaza, con el peor aspecto de mi vida y el cuerpo hecho trizas. Me pagué un taxi y llegué tambaleándome a mi puerta, tratando de recordar si usé o no protección. Tendría que irme a hacerme los exámenes, a ver si no había agarrado algo. ¿Y que tal si lo había hecho? ¿Qué tal si por una noche de estupidez desbordante me amargué lo que me quedara de vida?

Abrí la puerta y recordé en ese momento que ya no vivía precisamente solo. Eduardo saltó del sofá al oírme entrar y me clavó esa miradita tan suya. Me estaba reprochando mi estado, mi ausencia, mi todo. Y yo me sentía culpable, en serio. Y me molestaba. Traté de ignorarlo, quitándome los zapatos y quejándome del dolor.

—Pues, claro que te va a doler todo, maricón de mierda, ¿quién sabe lo que dejaste que te hicieran allá afuera? —explotó Eduardo. Y yo iba a explotar en cualquier momento si no se detenía. No estaba en condiciones de enfrentar los caprichos de un adolescente.

—Ya, cállate. No tienes derecho de reprocharme nada. —Y era cierto. Eduardo y yo no éramos nada. Pero yo sentía que él estaba en todo su derecho. Porque el chico me importaba y yo me maldecía por dentro. Era tan irresponsable. Caminé, pasando de él. Sólo quería darme un baño y echarme a dormir.

—¿Cómo que no? —Se volteó y me tomó del brazo, deteniéndome—. Si no hubieras seducido a mi padre… —Ah, ese fue un golpe bajo.

—Para aclararte cualquier novelita que te hayas hecho. —Me paré derecho para enfrentarlo—. Yo nunca lo invité a venir, ni siquiera lo dejaba entrar. Él me atropellaba y entraba a mi vida como se le daba la regalada gana. No sabes cuánto me hubiera gustado que se olvidara de mí. —Eso era cierto. Era tan cierto, que me dolía.

—Pues… —Se veía confundido, sin saber qué decir—. Si hubieras sido más fuerte, si te hubieras resistido más… ¡Admítelo! Eres débil. ¡Un puto maricón cualquiera! —Si me hubiera detenido a pensar en ese momento, me hubiera dado cuenta de que ese ataque no era más que otra muestra de vulnerabilidad. Que Eduardo lanzaba sus peores insultos cuando peor se sentía consigo mismo, siendo esa una ironía más en toda nuestra relación. Tal vez, me hubiera concentrado en hacerle sentir bien, en pedirle que se disculpe, en… en… Quién sabe. Si me hubiera dado un tiempo para pensar, en definitiva, no lo hubiera abofeteado como lo hice.

—¡Basta! —le grité—. Ya has dicho demasiado —Hasta yo me asusté de mi voz. Pero no podía vacilar en ese momento. Mi dolor no me lo permitía—. He sido demasiado amable contigo. —Él no decía nada, asombrado con la mirada perdida en el piso. Era la primera vez que lo golpeaba. Y tal vez, estaba recordando los golpes y las palabras de su padre. Pero no me importaba—. Quiero que te vayas. Desaparece de mi vida de una vez, ¿quieres? —Me di vuelta y caminé a la puerta—. Ahora sí seré fuerte, Eduardo. Ahora, por fin, voy a borrar todo rastro de tu padre de mi vida, y voy a empezar por ti.

Ya después, en la ducha, me daría cuenta de toda la estupidez que se me había escapado por la boca. Desde el baño, oí los pasos de Eduardo, algunos lloriqueos y luego que la puerta principal se cerraba con fuerza. Lancé un suspiro y traté de no pensar en eso. Era difícil, demasiado difícil.

*****

Al salir del baño, Eduardo y todo rastro de su estadía en mi departamento había desaparecido. Quería sentirme aliviado. Me forzaba a sentirme contento, pero no lo estaba. Así como no podía celebrar la muerte del hombre que me había hecho tanto daño, tampoco podía dejar de extrañar a ese niño. Y pasaron tres días y yo no podía hacer nada para evitar llegar a la conclusión de que… Por su culpa, había alejado a la única persona que se había acercado a mí en años. La única persona con la que podía tener algún tipo de conexión, porque sólo él entendía lo que era odiar y amar a una misma persona, y no saber si llorar o reír, y sentirse tan solo porque nadie en el mundo podría entenderlo.

Y había sido culpa de él. Por que si no me hubiera deprimido al recordarlo, no hubiera salido a ahogarme en alcohol, no tendría que pagar todos los estúpidos exámenes que al final me salieron negativos y no hubiera abofeteado a Eduardo. Rayos, me preocupaba mucho ese chico. Lo primero que me había dicho era que no tenía dónde ir y que no iba a volver a su hogar. Le rogaba a todos los dioses que conocía no encontrarlo en la calle, mendigando. O que no acabara de alguna forma peor. Me daba escalofríos solo pensar en esa posibilidad.

Era de noche, y estaba solo en mi departamento. Una tonta serie mexicana rodaba con sus actuaciones exageradas y nada creíbles. En realidad no la estaba viéndola, solo quería el ruido como compañía. Ese día, el tercer día después de la partida de Eduardo, me sentía particularmente solo. Sabía que en cualquier momento me derrumbaría y lo trataba de evitar con todas mis fuerzas. Entonces, como una ironía más de un destino que disfrutaba hacerme sufrir, llegaron los comerciales y anunciaron el estreno de una película de monstruos que Eduardo estuvo esperando toda la semana.

Ya no podía reprimir el llanto. Como una niña pequeña, lloré al saber que desde ese momento, pasaría toda mi vida solo. Que fui muy débil y que jamás mejoraría. Que era un idiota. Que no merecía a nadie a mi lado. Y seguía llorando, cuando sonó el timbre. No quería levantarme a contestar, no con los ojos hinchados y el rostro mojado, pero podría ser la pizza que había pedido horas antes y nada mejor que comida para ahogar las penas. Ya no volvería a beber hasta el hartazgo. Podía ser idiota, pero había lecciones que sí aprendía.

Pero al abrir la puerta, con la billetera en mano, no me encontré con el repartidor. Me encontré con un adolescente que se revolvía inquieto delante de mi puerta, como si estuviera perdido y no supiera comunicarme su problema.

—Adrián… —me llamó, con la voz llena de pena—. Yo… sólo pasaba a… —Y al fin levantó la mirada y vio que estaba llorando—. ¿Qué sucede? —preguntó asustado y preocupado por mí. Ay, Dios. Hacía años que nadie se preocupaba por mí. Y allí lo tenía a él, él que había vuelto. Como su padre siempre volvía, pero Eduardo… Este niño no era como ese hombre. Este niño era todo amor e incomodidad adolescente, y no lo quería alejar nunca más. Me incliné a abrazarlo, llorando sobre su hombro. Pobre chico, no sabía qué hacer—. Vamos, Adrián… ¿pasó algo malo? —preguntó.

—Sí… que te extrañe mucho… —contesté, sin levantar el rostro—. Y pensé que ya no volverías. —Se me quebró la voz al terminar la frase.

Eduardo lanzó un quejido incrédulo. Debió tener una cara digna de telenovela, pero no la vi. —Vamos, cálmate. Eres un adulto… —terminó diciendo y me apartó. Entonces, lo vi, sonrojado e incómodo por la situación y tuve que reírme un poco. Eduardo lanzó un bufido y negó con la cabeza—. En fin, Pacific Rim se estrenará la semana que viene y quería comenzar a ver películas de Kaiju… como un ritual, ¿entiendes? —Me mostró una bolsa con muchas películas parecidas a la de Godzilla. Y yo asentí.

—Sí, está bien. —Me limpié un poco el rostro y me aparté del camino, pero él no entró.

—Pero no podré quedarme a dormir. Debo volver a casa y, esto… ¿Podrías pagarme el taxi? —Maldito niño malcriado.

—Claro, no hay problema. —Me aliviaba ver que estaba en buenos términos con su familia.

—Y… —Me dio la bolsa y se inclinó a tomar un cuadro recargado contra la pared— te traje esto. —Era una hermosa fotografía de un campo lleno de lilas—. Te gustan las flores, pero eres alérgico. Así que sólo me queda esto para… para… —Tragó saliva— disculparme —terminó—. No debí… decir esas cosas. Lo siento. —Mi corazón dio un vuelco y quería volver a llorar, pero de felicidad—. A veces, me parezco demasiado a mi padre —admitió con vergüenza.

—No, Eduardo —le corregí, tomando el cuadro—. No te pareces en nada a él. —Le di un beso en la frente, como agradecimiento. Él se sonrojó y me hizo a un lado para entrar.

—Pues, que suerte, ¿no? No tendré que preocuparme de que trates de ligarme o algo así. —Se tiró en el sofá, de nuevo, como si fuera suyo y yo me reí al cerrar la puerta.

—Querido, ni aunque fueras legal. —Me acerqué y lo miré de arriba abajo, negando—. No te tendría en cuenta —terminé, acomodando el cuadro cerca del televisor.

—¡Oye! —se quejó él, tomando la bolsa de películas y acercándose al reproductor a poner una—. Hay muchas chicas que se mueren por mí —se ufanó, volviendo al sofá, donde ya lo esperaba.

—Sí, claro, todas ciegas ¿no? —me burlé y él me sacó la lengua.

Y mientras la película rodaba, noté cómo comenzaba a dejar el pasado detrás, y todo gracias a Eduardo, hijo de ese mismo pasado. Vaya ironía, ¿no? Pero también pensé que tal vez, las ironías no son tan malas, porque nada puede ser tan sencillo y lo malo no puede simplemente desaparecer. Todo es cuestión de aprender a enfrentarlo y seguir adelante.

Notas finales:

Primer cap. En el blog, ya subí el segundo, pero aquí lo subiré la semana que viene :D Ojala que les guste y no se olviden de decirme que les parece!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).