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Ironías en primavera por Leia-chan

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Notas del capitulo:

alafjlsñk

En el primer cap puse que era capitulo unico, porque... en un principio era unico XD

... anyway... lo subo aquí y al fin... desato la pregunta...

Debería seguir con la idea de AddyXEdu o introduzco otro personaje para Edu? Qué dicen???!!

Eduardo no tenía una buena relación con sus familiares, en lo poco que podía notar de sus conversaciones por teléfono, pero el chico lo estaba intentando. Eran su madre y su hermano, que al parecer, acababan de descubrir mi existencia después de la muerte del padre los que no querían ser nada flexibles. El chico no me contaba nada, solo venía los fines de semana o después del colegio, cuando ya no aguantaba estar en su casa. A veces, se quedaba a dormir, a veces, volvía muy tarde a casa. Yo… Yo sólo estaba contento de no estar solo durante mi duelo, pero sabía que no podía depender de un niño de 15 años, hijo de mi amante muerto, un hombre violento que marcó nuestras vidas. Era demasiado drama y yo ya estaba cansado del drama.

Este… arreglo sólo duraría hasta que el adolescente se aburriera y yo volvería a quedarme solo. Eso no pasaría. No podía enfrentarme a eso. Así que comencé a salir en busca de… alguien. Tal vez, no era el movimiento más inteligente de todos, pero mi cumpleaños se acercaba y no lo iba a pasar solo, con una botella de alcohol que de todas formas no tomaría después de aquella noche espantosa de primavera. Salí un viernes que Eduardo no se apareció por casa. Suponía que vendría el sábado o tal vez, al fin se hubiera cansado de mí, pero no le iba a dar vueltas. Esa era mi noche y de nadie más.

Esperaba que hubiera sido más difícil volver a casa acompañado. No tenía mucha confianza en mi imagen, en mi… edad o en… bueno, nada. Y no esperaba que alguien me atrajera tanto en la primear noche, pero sucedió. Poco después de las una, volvía a casa con… ¿Carlos? ¿Raúl?

… De acuerdo, admito que bebí un poco y nuevamente estaba perdiendo mis límites, pero estaba lo suficientemente sobrio para no hacerlo en la calle y para comprar un par de condones y lubricantes. Y más alcohol. Entramos a mi departamento, riendo como adolescentes que se embriagaban y llegaban tarde a casa por primera vez. Apenas conseguí cerrar la puerta cuando ya lo tenía encima, todo manos y besos húmedos. Ansioso. Genial. Porque yo también estaba más que ansioso.

-       ¡Papá! – gritó una voz desde la sala y él se alejó de mi como si fuera a contagiarle algo si me tocaba. Yo me sobresalté, por supuesto, y vi a Eduardo en la sala, en la ropa que usaba para dormir, parado y acusándome con la mirada.

-       ¿Eduardo? ¿Cómo entraste? – es lo primero que pregunté.

-       ¡Esta es mi casa! No puedes preguntarme eso – el adolescente hacía el teatrito de hijo dolido con una habilidad que había que envidiar.

-       Edu, por favor… - me volteé a mi pareja de la noche para tratar de explicarle – No es mi hijo, él es…

-       ¿Qué no soy tu hijo? – oh, por Dios, Eduardo estaba soltando lágrimas de indignación. Este chico tenía que ir para los Oscars.

-       Escucha, Addy – sí, así me llamaba – Eres genial y todo, pero… yo no estoy para meterme en situaciones complicadas. Seguro entiendes – volteó a la puerta y la abrió, saliendo.

-       Pero no es complicado – lo contradije, mintiendo. La situación era tan complicada, que ni yo la entendía.

-       Sí, seguro – y sí, no me creía – Pero en serio, estas muy bien conservado para tu edad. Jamás pensaría que podrías tener un… - se trabó con la palabra – Un… niño.

Y se fue. El hombre que a pesar de mayor, no tenía ni un gramo de madurez para siquiera decir la palabra hijo. Diablos, cuántos años creía que tenía. Ni que él fuera tan joven. Cerré la puerta de un manotazo y me di vuelta para enfrentar a Eduardo.

-       Te odio – siseó, entre dientes, dejando que mi frustración tiñera mis palabras. En verdad, quería tener… compañía de otro tipo esa noche.

-       Tsk, ¿qué hace un viejo como tú tratando de tener levantes de una noche? Es patético – se cruzó de brazos. Yo fruncí el ceño. ¿Acaso esto era ser padre soltero y tener un hijo adolescente que no te dejaba seguir con tu vida? Miradas acusadoras, bolas hinchadas, falta de sexo. Lancé un gruñido. No me gustaba para nada. Pasé de largo y me senté en el sofá.

-       ¡Qué tengo 38 años! Estoy en la plenitud de mi vida, por favor – exclamé, harto de que sacaran más canas de las que tenía.

-       ¡No mientas! Papá tenía más de cuarenta y ustedes eran compañeros.

-       Tu padre era prácticamente un delincuente juvenil que perdió tres años de colegio antes de conocernos – le expliqué. Y enseguida me arrepentí por la forma en que lo dije – Eduardo… - esperaba que estuviera algo dolido, pero el dolor en esos ojos me asustó – Lo siento, yo…

-       ¡Haz lo que quieras! – gritó – Acuéstate con cuanto vejete se te tope en el camino – y corrió a mi habitación, con pasos largos y fuertes. Cerró la puerta de golpe y escuché que giraba la llave.

Genial, me habían dejado fuera de MI habitación en MI casa. Y lo que era peor. Esas últimas palabras sonaban como si Eduardo estuviera… celoso.

-       Genial. Lo que me faltaba. Mas drama… - me acosté en el sofá, sintiendo un martilleo en la cabeza – Es demasiado tarde para lidiar con esto – me dije y me propuse dormir hasta el día siguiente.

No sé cuando Eduardo empezó a convencerse de que sentía algo romántico por mí, pero la cosa no se detenía. Es más, se intensificaba. Unas dos semanas después –y otra noche de diversión arruinada-, Eduardo estaba más que extraño a mi alrededor. Y me molestaba, y también me preocupaba. Podría ser que algo le sucediera afuera y quisiera contármelo, pero no podía. Cualquier cosa podía ser posible con nuestros antecedentes.

Eduardo era un manojo de nervios cuando estaba conmigo. Apenas hablaba y temblaba si de repente nos rozábamos por accidente, aunque solo sea un roce de brazos. Me estaba sacando de quicio. Ni que estuviera ardiendo u oliera mal para que me tratara así. Pero no decía nada, y yo no quería forzarlo. Pensaba que sería mala idea.

Ese sábado almorzamos pastas en un silencio sepulcral. La incomodidad del niño me hacía sentir culpable, aunque yo no lo obligaba a quedarse. Por lo menos, era más educado cuando estaba así y se ofreció a ayudarme con los cubiertos sucios cuando recogí la mesa. Yo lavaba y él secaba. Y el silencio seguía. Me estaba aburriendo. Y supongo que él también, por lo que sucedió luego. Le pasé uno de los vasos de vidrio y él, que todo el tiempo estaba tratando de no tocarme, se le escapó y tomó el vaso, rozando mis dedos. Para mí, fue un accidente y solté el vaso. Justo en ese momento, él dio un saltó para atrás, también soltando el vaso que cayó al suelo rompiéndose con un estruendo.

-       ¡Lo siento! – gritó Eduardo, apenado y al borde de las lágrimas, mientras hacía el ademán de agacharse para juntar los pedazos. De inmediato, me imaginé a su padre lanzándole insultos y golpes por ser tan idiota.

-       ¿Acaso estás loco? – exclamé por mi parte, tomándole del brazo, para detenerlo. En su rostro había miedo – Te vas a cortar – le aclaré que era por su bien, que no estaba enfadado por el vaso. Pero lo que él hizo fue separarse de mi con un movimiento brusco.

-       Entonces… Iré por la escobar – dijo, bajito, con el rostro rojo y frotándose donde lo había tocado. Eso terminó por enfadarme.

-       ¡Ya basta! – saltó al oírme gritar – Si no quieres estar aquí, lárgate. No te estoy forzando a quedarte y ciertamente no quiero tener por compañía a alguien que me trata como si fuera a mudarle la puta viruela.

-       ¡Estoy aquí porque quiero! – me gritó, enfadado, pero tomando otro paso hacia atrás.

-       Pero sigues alejándote. No es como si fuera a contagiarte lo gay, ¿sabes?

-       P-pues… - tartamudeó un poco, buscando con la mirada por todos lados las palabras correctas, y sin encontrarlas - ¡Es lo que esta pasando! – terminó por exclamar y corrió a esconderse en el baño.

Yo me sostuve con una mano sobre el mostrador para no caer. Sospechaba de lo que sentía, pero… rayos, de sospechar a confirmarlo, hay mucha diferencia. Y lo peor de todo, era yo el culpable. Me froté la frente, tratando de encontrar una luz en todo ese dilema.

-       ¿Cómo diablos voy a solucionar esto?

 

 

Horas después, Eduardo salió del baño, mientras yo trataba de ver televisión. Caminó detrás de mi sigilosamente y yo no le dije nada, esperando no asustarlo o algo así. Pensé que se iría sin decir nada, pero no fue así.

-          Me voy a casa – me avisó. Volteé a verlo y le sonreí, inclinando la cabeza.

-          Ten cuidado – fue lo único que se me ocurrió.

Se quedó allí un rato más, rascándose la nuca o moviendo las piernas con inquietud. O quería decirme algo, o esperaba que yo le dijera algo. Pero no sabía que decir. ¿Quién te enseña a lidiar con un adolescente que esta descubriendo su sexualidad? Nunca me anoté para ser padre, por favor. Al final, ante mi silencio, se rindió y bufó molesto.

-       Eres un viejo bastardo solitario – escupió y me dejó allí, con un insulto como despedida. Escuché que la puerta se cerraba de golpe. Por lo menos, tuvo la decencia de cerrar con la copia de la llave que me robó.

-       Lo de solitario no es precisamente elección mía – musité, enfadado, cambiando de canales.

¿Cómo hacía para meterme en tantas situaciones estresantes a la vez?

Esa semana aprendí que las mejores personas las conoces por casualidad, no en alguna disco gay llena de desesperados. Fue un encuentro sencillo, cuando fui al café a almorzar. El lugar estaba abarrotado y él me pidió sentarse conmigo a la mesa, que no había más espacio. Yo no me opuse, un poco de compañía en el almuerzo nunca hace mal y él no se veía nada mal. Empezamos a hablar y las cosas se dieron con tanta fluidez y naturalidad que tuvimos que intercambiar teléfonos y pactar para almorzar al día siguiente. Terminamos reuniéndonos todos los días esa semana, pero no quería apresurar nada, no necesitaba presión, así que no lo invité a que pasara conmigo mi cumpleaños el fin de semana. Sabía que Eduardo estaría ahí y con su idea de que yo soy un buen candidato para él, las cosas solo podían salir mal si encima llevaba a Erik.

Así que, llegó mi cumpleaños, y a pesar de todo, la pasé muy bien, acompañado solo del niño. Trajo sus consolas de video y yo alquilé algunas películas. Había comida, bebidas e incluso una torta. Pero lo que más me importaba era tener a alguien importante con quien pasar el día. Tal vez, me ponía nostálgico con la edad, o fuera el reciente hallazgo de un hombre decente en mi ciudad, pero me encontraba pensando que hubiera sido bueno tener un hijo como Eduardo. Por supuesto que, para evitar malos entendidos, le había explicado a Erik todo lo que podía sobre Eduardo. Mi historia con su padre y como el niño se quedó con la rutina de visitarme con frecuencia. Incluso le conté mis sospechas sobre sus sentimientos hacía mí en un desesperado intento de encontrar buenos consejos.

“Los niños que crecen en hogares violentos, con padres abusivos, tienden a idolatrar a sus padres, aún más que los niños no maltratados” trató de explicarme, sin sonar ofensivo, “creo que lo suyo es una mezcla de verte a ti como figura paterna, y saber que no eres su padre. Además, por lo que escucho, ese niño no tiene mucho refuerzo positivo además del tuyo”.

Sí, Erik era psicólogo y adoraba escucharlo hablar y hablar sobre esas cosas que apenas entendía. Al final, lo único que entendí era que lo mejor sería esperar a que Erik decidiera o, ignorar sus sentimientos, o actuar en pos de ellos. Y que si lo último pasaba… pues tendría que tener una conversación muy seria con él. Rayos.

Pero al parecer, Erik se había decidido por no hacerle caso a lo que creía sentir e ir por lo sano y lógico. Genial, porque rechazar a un adolescente tan emocionalmente inestable no estaba en mi lista de cosas predilectas.

Ya era de noche y yo trataba por cuarta vez de vencer a Erik en un videojuego de carreras. Erik había dicho que se quedaría a dormir, así que no me preocupaba por el taxi o la hora. Aún nos faltaban un par de películas por ver y terminar la pequeña torta que tenía en la heladera. Y justo cuando pensé que ese iba a ser mi primer cumpleaños feliz en años, ya que estaba por ganarle a Eduardo, escucho que alguien azota la puerta con fuerza.

Por el susto, ambos abandonamos el juego al mismo tiempo. Yo tomé mi celular y detuve a Eduardo cuando se levantó para ir a la puerta. Ya había tenido algunos encuentros con homofóbicos que venían a darme su cálida opinión en las puertas de mi casa. Le dije que hiciera silencio y marqué a la policía. Pensaba que podría esconder a Eduardo en el baño, o dejar que huya por el lavadero. No iba a dejar que le tocaran un pelo a mi único invitado. Le estaba dando marcar, cuando el invitado inesperado comenzó a gritar

-       ¡Sé que tienes a mi hermano ahí, maricón de mierda! ¿Qué crees que le estás haciendo? – de reojo vi como Eduardo palidecía un segundo y se inflaba de ira al siguiente.

-       ¡Manu, ¿qué mierda haces aquí?! – le gritó Eduardo, antes de que yo pudiera decirle que iba a ser mejor que se ocultara - ¡Déjame vivir mi vida en paz!

-       ¡No voy a dejar que ESE te vuelva marica a ti también!

Oh, así que el consenso común es que es mi culpa que ese hombre de familia viniera a irrumpir en mi casa sin invitación. Sí, claro. Genial.

-       ¡Nadie me va a volver marica! – le gritó Eduardo por su parte y yo me moría de ganas por gritarle a ambos que dejaran por favor de gritar esa palabra cerca de mi departamento - ¡Vete de una puta vez!

-       ¡Tú te vienes conmigo! – y empezó a golpear la puerta otra vez.

Los hermanos siguieron intercambiando gritos, con mi puerta de por medio y yo estaba perdiendo la cabeza. - ¡Ya cállense los dos! Este es un edificio tranquilo.

-       ¡Abre la puerta o te enseño lo que es un verdadero escandalo! – me amenazó Manuel, y, sin siquiera pensarlo, obedecí.

Mala jugada, muy mala jugada, pensaba mientras recibía un puñetazo en la cara. Caí de espaldas por el impulso y Manuel entró sin reparos a la sala a tomar a Eduardo por el brazo y estirarlo hacia la puerta.

-       Voy a llamar a la policía, puto maricón. ¿Qué le estabas haciendo a mi hermano?

Si hubiera sido capaz, en ese momento, me hubiera defendido, pero el dolor era siempre una de mis debilidades. Por suerte, Eduardo estaba allí. Pateó a su hermano mayor en la puerta y se soltó de su agarre, para venir en mi ayuda.

-       Pues llámalos, a ver a quién le creen. Al chico con una reputación de mierda o al hermano que siempre va a sacarlo de la cárcel – dijo con una mirada feroz.

Manuel le sostuvo la mirada por unos cortos segundos. – Eres un enfermo – escupió Manuel – tú y ese desviado – y es que no podía despedirse sin insultarme a mí también, ¿no es verdad? Por suerte, fue lo último que dijo, antes de salir, azotando mi puerta. Las puertas en mi casa eran azotadas con una frecuencia que comenzaba a molestarme.

Eduardo cambió su semblante desafiante a uno de infinita pena y preocupación cuando su hermano desapareció y se quedó sólo conmigo. Se deshacía en un mar de disculpas y preguntas sobre mi estado y yo no sabía de cuantas formas más podía decirle que estaba bien, que sólo me dolía un poco. Me ayudó a llegar al sofá y me trajo la bolsa de hielo que le pedí. Diablos, como este niño tan atento podía ser familia de ese par de hombres, pensaba, mientras chillaba por el dolor al tacto frío.

El chico seguía mirándome con esos de mártir fracasado que me deshacían y, desesperado por cambiar el ambiente, hablé sin pensar en las consecuencias.

-       Así que ya se te estás notando lo gay – bromeé. Eduardo se sonrojó, asombrado, y esperaba que se enfadara conmigo, pero en vez de eso… empezó a llorar – Hey, hey… no, espera… estaba bromeando, yo no…

-       ¡Es tu culpa! – me gritó. Y yo me quedé helado, porque así también lo sentía yo. Era el adulto, tenía que asegurarme de que Eduardo estuviera bien.

-       Lo sé, lo siento – me disculpé, sin tener en cuenta de que, diablos, en mi vida invité al chico a quedarse aquí. Él hacía todo por su cuenta. Un niño demasiado independiente.

-       ¡No lo sientas! ¡Quiéreme!

Ok, eso me descolocó. La juventud de hoy en día… o tal vez, es la misma, pero se pasaron tantos años que ya olvidé lo que era ser joven… quién sabe, quién sabe…

Pero no me dejé llevar por el asombro y decidí confrontarlo.

-       Yo te quiero, Eduardo. Pero no… no soy gay por ti – recordé esas estúpidas frases de las películas que veíamos – Tampoco te diré que eres como un hijo para mí, aunque me haces desear tener uno… - me reí, pero tuve que concentrarme al ver su cara de desconcierto – Eres… eres como mi sobrino favorito, ¿entiendes?

-       No, no tiene sentido. Siempre eres amable conmigo, a pesar de… a pesar de que me parezco tanto a él – se acercó más y temí que quisiera besarme. No solo me asustaba por las implicaciones legales, sino porque mi rostro ardía y temblaba al pensar en el dolor que sería recibir un beso – Quiero… quiero estar contigo siempre. Quiero vivir aquí, contigo.

-       Eduardo… - no sabía que decir. No sabía como enfrentar todo eso, pero no tenía excusas para huir.

-       Es que… No entiendes, en casa… en casa todos me insultan y me dicen que soy un idiota…

-       No eres un idiota – me apresuré a afirmarle, tomando su rostro en mi mano, para que me viera a los ojos y entendiera que lo decía en serio.

-       Lo sé… - dijo con la voz ronca por el llanto – Y sabía que dirías eso, por eso quiero estar aquí. Aquí puedo ser alguien, si me quedo contigo – se acercó aún más y escondió su rostro en mi pecho, abrazándome – Me-me… me gustas mucho, Adrián. ¿P-podemos… ser… algo más? – me pidió, tímidamente. Y mi corazón dio un vuelco. Tal vez, mi adolescencia había terminado hace años, pero aún recordaba todo el coraje que había que reunir para declararse de esa forma. Y ahora tenía que rechazarlo. Me dolía el alma.

-       Edu, no… - le dije, separándolo – Eres demasiado joven y…

-       ¿Y qué? La edad es solo un número – me lanzó el típico argumento.

-       No para las autoridades – le dije y trate de no agregar que para su cuerpo también. La pubertad se estaba alargando en este chico y él seguía desgarbado – Además, yo no… - me mordí el labio – No siento lo mismo, Edu. Te quiero y mucho, si quieres quedarte aquí, te dejo con gusto y haré todo lo que necesites…

-       ¡Necesito que me quieras! – me interrumpió.

-       Y lo hago, pero no puedo quererte… de esa forma. Eres un niño – se me escapó. Las únicas palabras que no le dices a un adolescente. Que es un niño.

Sus ojos hinchados se inyectaron de ira y se levantó, aprovechando para darme un empujón. - ¡Te odio! – me grito, por segunda vez en el mes, y caminó a la puerta. Corrí a detenerle, al recordar que el chico no tenía muchos amigos.

-       ¿A dónde irás? – apoyé mi mano sobre la puerta, para evitar que la abriera.

-       ¡No te importa! ¡Soy sólo tu sobrino, de todas formas! – rodé los ojos. Debía esperar muchos comentarios de ese tipo.

-       No puedo dejar que estés en la calle tan tarde, Eduardo. Si no quieres verme, bien. Ve a dormir a mi habitación y en la mañana te vas – me iba a decir algo más, y a los gritos, pero por una vez me aferré a mi responsabilidad de adulto – Sé que no irás a tu casa y sé que no tienes otro lugar a donde ir, chico. Y conozco muy bien las calles como para saber que no estarás seguro ahí afuera.

Eduardo apretó el puño y los labios. Se sentía ofendido. Porque en ese departamento, el que más sabía de la vida de la calle, era él, y yo venía a hacerme la autoridad. Pero en el fondo, Eduardo sabía que sólo me preocupaba, que no quería que pasara frío o incomodidades. Así que se rindió y se dio media vuelta-

-       Más te vale no dirigirme la palabra nunca más – sentenció, con toda la seriedad del mundo y se encerró en la habitación.

Yo me tiré al sillón, con el rostro adolorido y nuevamente, confinado al sofá en mi propio departamento. “Sólo los adolescentes pueden ser tan definitivos y tan flexibles a la vez”, pensé con angustia y me tragué las ganas de llamar a Erik para contarle mis penas. Tendría que esperar al lunes.

Al día, siguiente, Eduardo se escapó del departamento sin que lo notara. Mejor, así nos ahorramos un encuentro muy, muy incómodo. Llamé a Erik, le conté lo que sucedió y me invitó a cenar para animarme un poco. A qué no es un amor. Toda esa semana, la pasé en el trabajo, con Erik y mensajeando con Eduardo que insistía con tener algo conmigo. Que le dejara demostrar que no era para nada un niño en donde importaba. Suerte que las conversaciones eran por mensajes y así no podía ni ver, ni oír mis risitas. No me estaba burlando de él, era sólo la nostalgia. Recordaba que yo a su edad, me desesperada por aparentar una experiencia que no tenía cada vez que conocía a alguien. Oh, esa falsa confianza. Al final, opté por distanciarnos un tiempo. Debo admitir que era una idea estúpida, ya que yo era el escape de ese chico de sus problemas familiares, pero no se me ocurría nada. Oraba para que un tiempo separados le permitiera a Eduardo entender que… un adulto como yo no era realmente lo que él quería o necesitaba.

Pero toda esa semana en que no lo vi, lo extrañé y fue peor el viernes, cuando venía al departamento con sus películas, una más rara que la otra. Me sentía tan solo que prácticamente le rogué a Erik que se hiciera tiempo para acompañarme. Por suerte, una de sus consultas le canceló a ultimo momento y tuvo tiempo para salir conmigo. Paseamos un poco por la ciudad, sin hacer nada en particular. Se hacía tarde y teníamos que despedirnos pero yo no quería. Lo invité a mi departamento. Sin promesas o insinuaciones de que algo más sucedería. Sólo pasaríamos un rato más juntos, hasta que él tuviera que irse otra vez.

Íbamos lentos, apenas llegando a tomarnos de las manos y repartirnos uno que otro beso. Me sentía tan bien con él.

… y era tan guapo, a quién miento.

Pero más que eso, era paciente, era amable, era listo… a veces, se pasaba de creído en eso, pero no me importaba. Nadie podía ser perfecto.

Llegamos a mi departamento tomados de la mano, y yo sonriendo como una colegiala enamorada. Y allí, en la sala, como siempre, estaba Eduardo. Fue como desatar el infierno. Se levantó como una fiera y corrió hacia nosotros. Me moví igual de rápido y saqué a Erik del departamento, cerrando la puerta y tirando del picaporte para que Eduardo no abriera.

-       L-lo siento… estaba seguro que… - no podía ni explicarle la situación, con Eduardo llamándome perra barata y tratando de abrir la puerta.

-       No te preocupes, lo entiendo – me dio una sonrisa y una mirada de decepción – Me hubiera gustado pasar más tiempo contigo… - y justo en eso llegó otro insulto de Eduardo que lo interrumpio. Yo me quería morir. No quería que Erik huyera de mí por esta situación. Estaba desesperado.

-       Erik… - supliqué.

-       Esta bien, en serio. Ve a encargarte de ese problema, y llámame cuando puedas – dio un paso adelante, con la intención de darme un beso de despedida, pero Eduardo dio un golpe particularmente fuerte a la puerta y quebró el momento. Mi corazón estaba por los suelos – Suerte, la necesitarás… - terminó por decirme Erik y se fue, antes de empeorar aún más el problema.

Yo estaba deshecho, vencido, triste, enfadado. Entré al departamento, tratando de no llorar como una niña y fui al sofá, con Eduardo haciendo un coro de insultos y gritos a mi alrededor.

-       ¿Por qué me haces esto? – farfullé al tirarme al sofá, con las manos cubriendo mi rostro.

-       ¿Por qué YO te hago esto? – preguntó incrédulo - ¿Por qué me haces TÚ esto? Sabes lo que siento por ti, sabes que…

-       Y tú ya sabes que no te correspondo – le interrumpí con firmeza. Diablos, diablos, diablos. Me arruinó mi noche, este niñato sin corazón.

-       Porque me crees un niño.

-       Eres un niño y a mi me gustan los hombres – volví a interrumpirlo. Que no le quedara dudas.

-       Oh, por favor. Es más delicado que una flor con ese tapado – se burló y yo me ofendí.

-       Oooh, no. Querido, bajo ese tapado, es bastante hombre – le corregí, recordando una de sus fotos en el gimnasio. Fue muy difícil seguir yendo lento con él después de saber lo que ocultaba bajo la ropa – Pero ¿qué rayos hago yo discutiendo la masculinidad de mi novio con un niño que dice estar enamorado de mí?

Se puso como un tomate al oír eso. – No creo estarlo. Lo estoy – me afirmó – y no soy un niño – tenía que corregir esa parte. Luego, su rostro se contrajo de dolor – ¿Tu… tu novio? – preguntó. Y yo me quería dar una patada. Aún no le había explicado a Eduardo que ya tenía novio – Pero… pero tú me quieres – comenzó a llorar - ¿Por qué no soy suficiente para ti? – se sentó a mi lado, y me lanzó una de las miradas más llena de sentimientos que podía sacar de su armamento.

Lancé un suspiro agotado. Todo se me estaba yendo de las manos. – Apuesto a que ni siquiera puedes excitarte conmigo – me arrepentí en el momento en que las palabras abandonaron mi boca.

-       S-sí, sí puedo – trató de refutarlo, el rostro tomando un color tan rojo que me asustaba – Déjame demostrártelo.

Lo miré, iba en serio. Yo estaba… adolorido, solo, enfadado. Estaba cansado. Que hiciera lo que quisiera. – Adelante – le dije, descansando mi espalda en el respaldo y esperando a que el chico hiciera su movimiento.

No creía que fuera virgen. No creía que ningún adolescente de quince años pudiera ser virgen, pero por el nerviosismo y sus manos temblorosas, no podía pensar otra cosa más que… “Niño virgen”. Se acercó vacilante a mí, subiéndose sobre mis piernas y posando sus manos en mi pecho. Luego se inclinó y con algo de temor, rozó mis labios con los suyos. Y sí, era agradable. Él era suave y esa hesitación suya me parecía adorable, pero lo adorable no era lo que me ponía en marcha, si me explico. Y al parecer, por más que tratara de corresponderle, yo tampoco era lo que lo ponía en marcha.

Unos segundos después, cuando notó que las cosas no se iban a dar como quería alejó sus labios.

-       N-no entiendo… - admitió, al borde llanto, nuevamente, y con la humillación escrita en todo su cuerpo. No podía dejar que se sintiera tan mal, así que tenía que explicárselo un poco.

-       Es que estás demasiado nervioso – suspiré, echando la cabeza hacia atrás – A todos les pasa, no te sientas tan mal – se froté los ojos – Pero dime que entiendes que estás confundiendo un “te quiero” con el otro.

Se mostró el labio, vacilante. Aún seguía avergonzado por su fracaso - ¿En serio te apena no excitarte con un hombre veinte años mayor que tú? – le pregunté.

-       Son más años de diferencia – me corrigió y fue una puñalada en el corazón. Era cierto, pero ¿por qué el mundo se empeñaba en recalcarme que el tiempo estaba pasando para mí? – pero… no lo entiendo… aún así, tu… emm… s-soñé… co-contigo – admitió, más que avergonzado. Y, oh, por dios, si tuviera unos diez años menos, tal vez. Solo tal vez.

-       No es tu culpa, son lo nervios – le aseguré, pero su animo no cambiaba – Mira, te mostraré… - terminé diciendo y lo tomé de la nuca para besarlo otra vez, esta vez, con más entusiasmo.

Lanzó un quejido por el susto, pero se dejó llevar muy fácilmente, tratando de seguir el ritmo que marcaban mis labios. Lanzó otro gritito cuando colé una mano bajo su remera y le acaricié la espalda. Eso empezó a ponerle en calor. Se volvió tan dócil en mis manos. Lo acosté en el sofá y me puse encima, con una pierna entre las suyas y volví a besarlo. Mis manos acariciaban cuanto podían y él se revolvía debajo de mí, lanzando gemiditos ahogados por mis besos. Y hubiera podido continuar. Estaba muy seguro de que lo hubiera hecho, si Erik no se me hubiera cruzado por la cabeza.

Me erguí, lanzando una gran bocanada de aire. – No, no puedo – musité. Y Eduardo se quedó quieto un rato, inmovilizado por todo lo nuevo que le acababa de suceder. Diablos, terminé siendo el primer hombre en su vida, rayos. Mierda.

-       ¿Por qué? ¿Te desagrado? ¿O no soy suficiente? – preguntó, sintiéndose herido.

-       No, no. Por Dios, no – me cubrí los ojos – No es nada de eso, Eduardo. Es que… tengo novio. Eres menor. Podría ser tu puto padre… - comencé a citarle mis razones y él me miró con el ceño fruncido – Pero definitivamente, tú no eres el problema -. Me separé tanto como pude en el sofá, porque no confiaba mucho en mi mismo cerca de él en ese momento. Eduardo se sentó y se arregló sus ropas y el cabello. El sonrojo no abandonaba su rostro. – Lo siento – le dije, de corazón. No quería pasarme con él de esa forma. Me sentía tan idiota, tan sucio.

-       Pero… si todo eso no existiera. Si no fueras compañero de papá, si no fuera ilegal, si no… si estuvieras solo… ¿Podría ser yo? – preguntó, bajito. Y la respuesta salió antes de que le diera permiso.

-       Sin duda – respondí, desde el fondo de mi corazón, y tuve que apresurarme antes de que las esperanzas se avivaran – Pero todo eso existe, así que no… Sólo puedes ser mi sobrino preferido – trate de bromear – Y esto jamás volverá a suceder, ¿de acuerdo?

Vi que vacilaba, vi que estaba decepcionado, estaba triste, estaba enfadado y frustrado. Pero al final, sólo lanzó un suspiro y asintió, resignado. Y yo solté todo el aire que tenía atrapado, aliviado de que por fin, ese problema se solucionaría… o al menos, eso esperaba.

Notas finales:

... esta es la versión sin editar... perdonen todos los errores XD

Me dicen que les parece? :3


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