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FRISSON por hexotic

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Se hicieron tatuajes a juego cuando ambos tenían ya dieciséis. El niño de invierno tuvo que esperar hasta que su primavera le igualara en edad, porque quería que los tatuajes fueran para recordar que, de alguna forma, se pertenecían en la misma época.

La  idea era de Jongin: había visto a turistas en la playa que se hacían tatuajes temporales para recordar su estadía en el lugar. La mayoría eran diseños patéticos en su opinión, los de ellos no debían ser típicos tatuajes sobre tribus desconocidas ni corazones con los nombres de sus madres. Al final, decidieron hacer algo especial. Sehun llevaba escrito en el brazo derecho ‘’never”, en letras cursivas y algunos garabatos en el término de la ‘r’.  Jongin prefirió tener números, precisamente 94:13* con un estilo de reloj digital en el brazo izquierdo. El hombre que los tatuó les preguntó que significaban ambas cosas, pero no  quisieron contestar.

Trataron de mantenerlos en secreto, pero el caluroso comienzo de mayo les obligaba a no usar tantas prendas de ropa y finalmente la hermana mayor de Jongin lo descubrió en menos de una semana, justo después de que éste saliera de la ducha sin siquiera recordar que su pequeño secreto no se borraba con jabón neutro.

 No dijo que se lo había hecho a juego con Sehun, ni que mintió sobre su edad para que se lo pudieran hacer. Solo que era único y no había forma de quitárselo. Su hermana de en medio trató de defenderlo, pero su madre intervino en la discusión y el regaño se extendió hasta la madrugada.

Su padre le dio una bofetada cuando se enteró al día siguiente. Desayunaban en un silencio bastante incómodo hasta que el señor Kim preguntó que sucedía, estaba agotado del viaje que había hecho hasta Seúl para un curso de veterinaria y la noticia hizo que algo en él explotara. El joven tenía un vaso con agua entre los labios, le daba pequeños sorbitos mientras ocultaba su rostro hasta que la mano de su padre entró en contacto e hizo que el recipiente cayera y tirara todo su contenido.  Su madre se llevó las manos a la boca y trató de ahogar un pequeño grito, pero después se interpuso entre ambos para evitar que los golpes llegaran a mayores. Ciertamente, era una familia conservadora y tradicionalista, pero nunca habían llegado al punto de golpear a sus hijos por una travesura o algo grosero que se les hubiera escapado, pero era más que nada un arranque de rabia por la locura que su único hijo había cometido y la acumulación de estrés una semana exhausta llena de dolores de cabeza que al final hicieron una mala y explosiva combinación.

A Jongin le prohibieron salir a cualquier lugar que no fuera a trabajar con la vieja de las flores por unas semanas, Sehun corrió con un poco más de suerte y sus padres solo tuvieron una plática seria con él por teléfono.

Todo progresaba lentamente. El primer beso llegó a finales de julio, aún en vacaciones.

Las hermanas de Jongin tenían ya trabajos de los cuales preocuparse todo el día y el moreno solo laboraba en el medio turno de la tarde. Había conseguido un horario fijo en la pequeña florería del mercado con la dulce anciana de siempre, así que por las mañanas Sehun solía llegar antes de las nueve a la casa de éste. No tocaba la puerta porque era más fácil si la empujaba con fuerza, era una entrada vieja, al igual que la casa, llena de oxido y producía horribles chirridos al ser abierta, si algún delincuente planeaba entrar no se tendría que esforzar mucho, solo debía ser silencioso en el acto.

Monggu y Jjanggu, los adorables perros de la familia Kim, tenían todo el patio trasero para disfrutar, corretear y hasta ladrar a las intrépidas lagartijas que subían por las tuberías viejas. De vez en cuando el joven rubio les llevaba juguetes y comida, los perros lo adoraban y brincaban a su alrededor con mucha alegría, Jjanggu movía su pequeña colita café y ladraba adorablemente para que el visitante le hiciera caso, era una escena dulce que hacía sentir a Sehun como en casa. En sus visitas matutinas subía las escaleras y ocasionalmente entraba al baño de la habitación de Jongin, se lavaba la cara y, si su amigo seguía profundamente dormido, tomaba un baño. En ocasiones cargaba con un cambio propio pero tenía años con la mala costumbre de tomar toda la ropa de Jongin que quisiese. Igual, no le reprocharía nada. Cuando terminaba se echaba en la cama del mayor, ésta era individual y les empezaba a quedaba pequeña con el paso del tiempo.

A veces, si tenía ganas, despertaba a su amigo y le pedía que desayunara con él, comenzaba a hablarle con susurros y le contaba de todo, sobre lo orgulloso que estaba después de que Monggu por fin aprendiera un truco o sobre algún viaje que tenía en mente o simplemente le narraba el noticiero que la noche anterior había visto con su tío, tratando de replicar los sonidos de patrullas o helicópteros hasta hacer tanto ruido que hiciese que el mayor le pegara con el codo en la cara (Jongin apreciaba sus horas de dormir casi tanto como a Sehun y aunque el rubio era su sol y su le llenaba de energía el solo verlo, nada se comparaba a cerrar los ojos por unas horas).  Si no las tenía, prefería colarse entre las sábanas y dormir un poco más o simplemente mirarle por un rato, especialmente si ese era un día flojo: las sábanas terminaban siendo un desastre y sus piernas luchaban por el preciado territorio –aun estando Jongin medio dormido- o con los brazos fuera de la suave plataforma, en busca de alguna superficie fría para esos bochornosos días (y el calor sofocante y tentador que el otro despedía).

 El golpetear de las olas entraba melodioso y pacífico, la espuma se disolvía al entrar en contacto con la arena o al chocar con las enormes piedras, el espectáculo atravesaba la distancia entre el mar y los oídos del rubio, la frescura y el eco retumbaban y contrastaban con los no tan preciosos ronquidos del moreno. Una ventana abierta daba hacia el mar y las cortinas de tafetán se meneaban al ritmo con el que con la brisa cálida y los rayos del sol penetraban en aquel cuarto blanco y desordenado. La maravillosa iluminación explotaba la belleza del mayor en niveles insanos. La piel canela resaltaba de una forma extraordinaria, sus gruesos y granates labios se abrían minuciosamente al dejar escapar el aire, el pistache de su pijama le hacía parecer un pequeño niño pero su cuerpo estaba tan bien construido que no hacía falta mucha imaginación para descubrir en qué belleza se convertiría al avanzar los años. Su tatuaje quedaba a la vista casi siempre y, Sehun recordaba que en realidad se pertenecían. Si ponía su brazo a la altura del de Jongin, entre los tatuajes quedaba una pequeña diferencia, como ese espacio entre dos personas cuando se ven de cerca y de pronto la menos alta se pone de puntillas para alcanzar al otro y darle un beso, justamente así lucían al estar cerca.

 

De vez en vez, cuando dormían abrazados o simplemente por la proximidad de sus cuerpos, Sehun quería catalogar el aroma de Jongin. Era dulce pero fuerte. Muy masculino pero delicado, no irritaba y el rubio era adicto a él. No era perfume de marca o Sehun ya lo sabría, era más natural, como una fruta. Eso era, una fruta ¿Pero cuál? Oh, lo que daría Sehun para saber de qué se trataba ¿Tal vez naranja? No, no era tan ácido ¿O era sandía? No, no era tan líquido pero sí casi imposible de confundir ¿Mango? No, eso no es un olor para un hombre como él. Pero seguro era una fruta. Alguna fruta mágica, quizás.

 

—Jongin — Sehun hablaba medio dormido mientras le hacía cosquilla cerca del hombro al mayor, la elevada temperatura de julio les había permitido dormir sin camisa por unas cuantas horas, pero el calor se elevaría una vez pasando el mediodía y el estar dormido no quitaría la sofocante sensación —¿Qué harás hoy? ¿Te importa si vamos a comprar algo de comida al supermercado? En la cocina no hay mucho.

—Ve tú. Afuera ha de estar peor.

—Pero aquí morirás de hambre, anda, yo pago.

Un pequeño gruñido fue lo que escuchó. Jongin odiaba que lo despertaran con preguntas sobre lo que harían. Prefería ir con el tiempo, sin planear desde tan temprano. A pesar de ello, Sehun lo tomó como un ‘no estaré ocupado’ y lo sacó de la cama a empujones.

 

Llevaron a casa varias de cosas por capricho de Sehun: un par de sándwiches empaquetados de jamón de pavo con aceitunas, algunas paletas de hielo, pan y mermelada para que Jongin se pudiera llevar como lonche a su trabajo algo ‘nutritivo y azucarado’ según el propio Sehun. Llenaron el carrito del supermercado con golosinas y papas para el resto de la semana y algunas frutas y carne que el pequeño dejaría en la casa de su amigo a escondidas. Ambos andaban en pantalones cortos con camisas sin abotonar completamente, algunas chiquillas de la colonia los veían con amor y deseo pero ninguna era tan valiente para irrumpir en la hermosa atmósfera que creaban los dos al platicar.

Comían en la habitación de los padres de Jongin, la televisión de ellos era la más grande y ambos cabían perfectamente en la cama. Las envolturas se quedaban esparcidas alrededor y eran minutos antes de la partida del mayor que se dignaban a recogerlos y tirarlos, pero ese día no ensuciaron tanto, de una forma ‘extraña’ o así quería llamarlo el moreno, sus manos terminaron entrelazadas, sin mucha fuerza pero era un apretón visible, no lo dejaría ir si solo agitaba la mano con suavidad.

El mayor no sabía si eran los nervios o qué le sucedía en realidad, pero sus manos se sentían sudorosas con ese pequeño contacto, trataba de concentrarse en la película de superhéroes que había rentando pero su mente y sus ojos se centraban en sus manos, justamente sus brazos tatuados chocaban ligeramente pero no se separaban, pensó en lo hermoso que era Sehun y en lo mucho que significaba su existencia en la vida del castaño, pensó en los momentos tontos y aburridos que pasaban pero no se quejaban porque no era tiempo desperdiciado. Miró el hermoso perfil de éste y trató de recordar si alguna vez alguien había sido tanto para él, no había comparación.

Lo vio un momento más hasta que el pequeño fue quien se le acercó, lo vio a los ojos y se perdió en la preciosa oscuridad, ambos respiraban suavemente, casi no se notaba que lo hacían hasta que sus labios chocaron tiernamente, fue el beso, el primer beso de ambos y era tan pequeño y significativo que no se permitieron repetirlo hasta unos años después.

 

 

 


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