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En idioma de un corazón destrozado por Dagger

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Notas del fanfic:

Acabo de recuperar la contraseña de mi vieja cuenta xD

Hola a todos! (n.n)/

Bueno, los personajes son de exclusiva propiedad de Yana Toboso.

 

La luna se encontraba en su punto más alto y aún a esas horas de la noche las calles de la ciudad estaban repletas de gente yendo y viniendo en todas direcciones. Era veinticuatro de diciembre. Lo niños desfilaban por las aceras de la mano de sus padres, andando sin prisa en dirección a sus casas para disfrutar de una bella nochebuena al lado de sus familiares y seres queridos; claro que ciertamente, ese no era su caso.

     -Me voy Claude.- se despidió cortésmente con una dulce sonrisa en los labios al advertir que uno a uno los demás clientes se iban retirando y que los empleados ansiaban poder seguirles el ejemplo en unos cuántos minutos más.-¿cuánto es?

     -Vamos, hombre; sabes que no es nada. La casa invita.- le guiñó un ojo cómplice el sujeto de las gafas tras la caja registradora.

     -Van a terminar echándote un día de estos si sigues pagando mis cuentas.- se burló divertido el peli-negro, tendiéndole una mano a manera de despedida.- nos vemos mañana.

     -Sebastián…- llamó cuándo el mencionado ya había empezado a caminar hacia la puerta principal.- si lo deseas puedes venir a cenar a la hora que gustes, sabes que a mi madre le encantaría que nos acompañaras.

     -Gracias, pero no quiero ser una molestia este día tan familiar.- respondió amable con una media sonrisa y el semblante un tanto triste.

     -Sabes que no es así, pero como quieras. Igual sabes que eres bienvenido cuando gustes.

     -Lo sé muy bien, gracias de nuevo. Saluda a tu familia de mi parte.- hablaba mientras empujaba la puerta de vidrio.- nos veremos mañana.

Era diciembre; día de nochebuena y afuera llovía. No era algo que se viera todos los años, sin duda aquella era una noche especial. Sebastián cogió la sombrilla roja que llevaba bajo el brazo y la abrió tras poner el primer pie fuera del establecimiento.

No había sitio a donde ir con ese frío y menos en domingo por la noche. No quería incomodar a nadie, por lo que de igual forma descartó la idea de llamar a cualquiera de sus amigos. No había más opciones; debía llegar a su casa.

Caminó entonces despacio bajo los faroles de la gran ciudad que alumbraban las sonrisas alegres de las personas que transitaban por las calles bajo sus sombrillas negras. ¿Por qué él no podía tener en el rostro una sonrisa igual de cálida y alegre? Sin duda eso era suficiente para amargarle el resto de la noche; sabía que nadie lo esperaba en casa para cenar y abrir regalos como solía hacerlo en su adorada infancia. No había un motivo para que él tuviera una, no tenía una razón para sentir verdadera alegría.

Detuvo su andar un segundo para esperar que el semáforo cambiara de color y le permitiera cruzar con tranquilidad la calle, dejado que su mirada vagara por las demás aceras deteniéndose justo al divisar una sombrilla azul. Sonrió divertido, además de la suya esa era la única sombrilla de color entre el desfile negro que suponían las demás. El semáforo cambió la luz roja a una blanca que les indicaba a los peatones que podían atravesar con plena seguridad, pero siguió parado en ese mismo sitio esperando ver quién era el dueño de la sombrilla de color.

Abriéndose paso entre la gente, del otro lado de la acera, se encontraba un joven de cabellos grisáceos con un elegante abrigo de lana sosteniendo la sombrilla con su semblante triste mientras que en la otra mano cargaba cuatro libros sellados, que al perecer acababa de comprar. El mayor no pudo evitar soltar una pequeña risita al verlo, pues a pesar de que se suponía que el negro era un color sombrío y que denotaba cierto grado de luto no tenía nada que ver con aquel espectáculo ya que las únicas dos personas con algo de color en ese sitio parecían ser las más infelices. El mencionado no pareció notar en absoluto que estaba siendo observado, por lo que con clara atención miraba el cielo que comenzaba a despejarse para poder apreciar las estrellas. Nuevamente esperó la luz que le indicaba que podía seguir su camino, e intentó memorizar el rostro de aquel chico antes de continuar.

 

No pudo sentirse más desdichado que unas horas después al ver el carro plateado frente a la cochera de su casa, sin duda su tío había llegado. Intentó ser lo más sigiloso que pudo al dar vuelta un par de veces a la llave para abrir la puerta, rogaba al cielo por que el hombre ya estuviera dormido o al menos no le escuchara.

La casa era pequeña, pues no había más habitantes en la casa aparte de ellos dos y los tres gatos que tenía el joven escondidos en su armario donde su tío jamás se acercaba a revisar.

     -Sebastián…- llamó una figura de pillándolo antes de que pudiera entrar en su recámara con los zapatos en la mano mientras caminaba de puntillas.- ven aquí.

El peli negro dejó escapar un largo suspiro antes de resignarse a hacer caso e ir a la sala al encuentro de la persona que tanto quería y odiaba al mismo tiempo.

     -¿Si...?

     -Ven, tengo algo para ti.

Sebastián se acercó despacio analizando cada movimiento del hombre rubio que aparentemente se veía inofensivo sentado en el sillón con ambos pies sobre la mesita de sala mientras bebía cerveza mirando la televisión. En la misma mesita había una caja decorada con papel navideño y un gran moño color rojo; Bardroy señaló con la mirada que la cogiera, a lo que el menor inmediatamente hizo caso y la tomó con ambas manos.

     -¿Qué pasa? No seas tímido, siéntate a mi lado.- regañó halándolo de un brazo para que tomara asiento en el sillón de tapiz naranja donde él se encontraba. Los ojos del menor se cristalizaron al borde del  llanto al romper la envoltura y encontrar al fondo de la caja un pequeño alhajero musical de su madre que él mismo le había arrojado la última vez que trató de defenderse de Bardroy estando ebrio después de conocer las preferencias sexuales del peli-negro, que por cierto, ambos compartían.- Creo que hemos tenido ciertas diferencias.- hablaba pasando una mano por los hombros del chico  acercándose para oler mejor el perfume de su cuello, lamiendo con parsimonia suavemente el lóbulo de su oído.- ¿no te gustaría que arregláramos las cosas?

Intentar liberarse era inútil, pues hizo prisioneras ambas manos del chico con su firme agarre. El alcohol se percibía claramente en el aliento del mayor, por lo que el más mínimo disgusto podía desencadenar un nuevo ataque violento, recordando que el último le había costado una gran cicatriz que se inscribía en su costado izquierdo. Consciente de que no había manera de salir victorioso no dejaban de correr las lágrimas por sus mejillas, cuándo mecánicamente las palabras salieron de sus labios.- Si… señor…

     -Buen chico.- susurró dejando que una de sus manos recorriera la perfecta silueta del cuerpo del muchacho sin que este pudiera hacer nada.-… feliz navidad…

 

 

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Veinticinco de diciembre; se dirigía con un agudo dolor en la espalda baja hacia su habitación. Quería dormir, dormir y olvidar… dormir y no despertar… pero no podía…

Siempre que pensaba en lo insignificante que era su vida recordaba a su adorada madre quién era gemela de Bardroy, por lo que cualquier parecido con ella era insignificante, pues el guardaba completo parecido al padre que jamás conoció.

Buscó una posición cómoda en la esquina de su pieza y sollozó ligeramente abrazando un portarretratos viejo hasta que cansado, terminó dormido.

     -¿Si?- cogió el teléfono del buró de su recámara y miró el reloj antes de lanzar un gran bostezo; marcaba exactamente las 3:54 a.m.

     -Sebastián… lamento molestarte tan tarde…

     -Alois… no te preocupes, lamento no haberte llamado antes. ¿Cómo estuvo todo?

     -Malas noticias…- hizo una pausa el chico al otro lado de la línea, dejando escapar un largo suspiro.

     -¿Qué te han dicho?- murmuró intrigado sentándose en la cama.

     -Bueno, me gustaría que lo vieras tú mismo.

     -Ah…- lanzó un suspiro resignado.- Bien, ¿vendrás mañana a tocar con nosotros, cierto?

     -¡Vale entonces!- chilló el rubio.- Lamento haberte incomodado, nos vemos mañana después del colegio, debo ir a recoger algunas cosas.

     -De acuerdo Alois.

     -Sebastián…- apuntó justo antes de que el pelinegro se quitara el auricular del oído.-Feliz navidad…- colgó sin darle tiempo de responder; sabía bien que algo había ocurrido y que no tendría ánimo para pensar en ese día como una buena fecha. Sin embargo esas palabras sinceras de su querido amigo fueron suficientes para colocarle una media sonrisa.

      -…feliz navidad Alois…- susurró para sí y se puso de pie para irse a tumbar de nuevo en la cama.

 

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Muy temprano se levantó a ducharse como era su costumbre, se puso el uniforme del colegio y cepilló sus cabellos rubios antes de salir caminando con tranquilidad.

Para su sorpresa al llegar al colegio encontró a los chicos rodeando los ventanales de la dirección y por no quererse perder detalle se acercó a ver qué pasaba. Podía verse claramente que dentro de la pieza se encontraban congregados los maestros y directivos entorno a un pequeño chico, delgado y de piel blanca, de cabellos grisáceos.

“¿Has visto al chico nuevo?” susurraban los chicos. “El lindísimo” decían las chicas. “Sin duda es un alumno espléndido” “Ciertamente, es un chico brillante” elogiaban los profesores. El colegio más prestigioso de Londres, Weston High, recibía con orgullo a Ciel Phanhomhive; un estudiante que superaba las expectativas de cualquier maestro con sus perfectas notas y sus extraordinarias habilidades musicales. Para su infortunio, tras quedar huérfano había sufrido una caída considerable y, quién además poseía una increíble habilidad para meterse en problemas, pues apenas había entrado al aula consiguió un pequeño conflicto con tres chicos.

     -¿Quién es?- interrogó Alois a un estudiante de menor grado.

     -¡Es Ciel Phanthomhive!- respondió el entusiasta Macmillan.- Es el Beethoven del nuevo siglo. ¡Un verdadero genio!

     -Ya veo…- lanzó una fugaz mirada al oji-azul, quién no distinguió en lo absoluto la presencia del rubio entre la multitud.

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Llamó a Hanna, su madre adoptiva para decirle simplemente se iría con sus amigos sin que esta pudiera replicar al respecto, pues se encontraba siempre demasiado ocupada en el trabajo.

Se encaminó hacia la parada del autobús donde Sebastián lo esperaba con el estuche de su violín pendiendo de su mano. Siempre puntual, como era su costumbre. El menor  hizo un gesto con la mano a manera de saludo y abordaron juntos sentándose juntos en los asientos de la parte de atrás. Hacía frío y no había mucha gente en la cuidad ese día.

     -Bien… ¿qué sucedió?- interrogó el mayor después de largos minutos de silencio, el rubio jugueteó con sus manos antes de volverse a verlo.

     -Está empeorando.- susurró devolviendo la vista al suelo.- quizá con buen tratamiento pueda alcanzar al menos un año más… o dos…- Sebastián no daba crédito a lo que su colega le decía, sentía un hueco enorme al advertir que en cualquier momento una de las personas que tanto quería no tendría más tiempo de vida.- ¡Quién lo diría! Tendré una muerte lenta y bastante tiempo para despedirme, lo que mi hermano no pudo tener… Luka ni siquiera… Luka no debió…- hablaba cada vez más quedamente, sollozando enfurecido.

     -¿Y Claude… ya lo sabe?

     -No quiero que nadie más lo sepa, Sebastián.- alegó mejorando un poco el tono de voz al notar que el peli-negro entristecía gradualmente.- ¡Venga hombre! Ni que fuera para tanto… veré de nuevo a mi hermano… pero no ahora… ¡hay tantas cosas que me faltan por hacer!

     -Cierto…- exclamó suspirando, imaginando el amargo llanto detrás de la sonrisa del rubio; siempre tan optimista a pesar de la gravedad de sus problemas y de que se encontraba a un paso de la tumba.


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