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Más allá de los límites por Miny Nazareni

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Notas del fanfic:

Hola a todos!!! Aquí estoy con un nuevo fic (ya sé, ya sé) es una historia que nació de las bromas de mis amigos (Fanservice de los amigos, admitanlo, lo hemos vivido y sufrido ja) y espero de todo corazón que les agrade.

Tendrá un poco de Yuri, como avisé en el resumen, pero muy poco porque no es lo mío y este Yuri tiene su propósito, no porque me llame la atención (quizá sí me llama, pero no será un gran Yuri, insito, será ligero)

Ojalá les guste y un beso ;)

Notas del capitulo:

Sean bienvenidos al primer capítulo, luego luego se develará el misterio con "Nuestra protagonista" (si es que se le puede llamar así) jaja

Ojalá les guste mucho, a mí me agrado.

Les dejó el prólogo y el capítulo 1 :D

Más allá de los límites.

Prólogo.

Llegó lo más rápido que pudo. Su delicada salud no le permitía correr o de lo contrario habría ganado un maratón. Cuando la madre de Vania lo llamó avisándole la tragedia, él ya se lo imaginaba. ¿Qué otra cosa podría haber resultado de todo aquello? Unos días antes, su mejor amiga se había ido a quejar en su casa, lloraba a mares y no dejaba de lamentarse. Y él, que ya de por sí odiaba a esa bolita de bastardos, los detestó aún más.

No con Vania, métanse con cualquiera, incluso conmigo, pero no con ella, siempre había pensado así. Pero la joven de cabellos castaños y ojos claros era demasiado ingenua, demasiado amable en ocasiones. Estúpidamente se le ocurrió acercarse a ese cuarteto de villanos e intentar formar parte. ¿Qué fue lo que obtuvo? Humillación y lágrimas, además de dolor, mucho dolor.

Vania no pudo soportar tanto y después de desahogarse con él, le aseguró que su vida no tenía más sentido, que acabaría con ella. Al principio él no creyó que hablara en serio, esos malditos no valían tanto la pena. Así que simplemente la dejó marchar diciéndole que necesitaba descansar un poco para sacar de su cabeza esos locos pensamientos.

Ahora sabía que se había equivocado.

                —¡Noah! ¡Menos mal que has llegado!—gritó la señora Ibáñez

                —Lamento la tardanza—la miró con preocupación y cuestionó angustiado—¿Cómo está ella?

                —Afortunadamente la traje a tiempo. No logró su objetivo.

                —Menos mal—lanzó un suspiro de alivio y la mujer lo miró con ojos llorosos.

                —Pero es casi lo mismo—no pudo dejar de contenerse y lanzó un sollozo—Entró en coma.

El mundo se le vino encima. No, Vania no podía estar en coma, eso era casi la muerte. No, no, no… Vania. Su corazón le dolía, su amada Vania, su mejor amiga, la chica que le brindó la mano cuando nadie lo hizo, su hermana del alma. Pasaban juntos la mayor parte de su tiempo y eran demasiado unidos. Aún con todos los percances que provocaban sus achaques y sus múltiples hospitalizaciones, Vania siempre estaba ahí, para él. Ahora la chica que iluminaba su mundo con su sonrisa estaba dormida, casi muerta. La había perdido.

Quiso llorar, en ese preciso instante se lamentó el infortunio que el destino le mandaba. ¿Por qué? ¿Por qué estaba pasando esto? No era justo, Vania merecía vivir y sonreír como todo el tiempo, ser esa chispa de felicidad en su mundo lúgubre. ¿Quién? ¿Quién había decidido que esa luz se apagara? ¿Por qué el destino hacía esto?

Cerró sus puños y su mente se iluminó.

No, no era obra del destino.

La desgracia de Vania tenía un responsable… cuatro responsables en realidad.

Esos malditos infelices… ellos… ellos pagarán lo que le hicieron… lo pagarán…

                —Lo juro—se dijo en voz alta mientras derramaba lágrimas.

 

Capítulo 1: El cuarteto del mal

 

La hermosa rubia se colocó al frente del salón para poder presentarse. Era en verdad llamativa. Sus cabellos eran rubios como el oro, sus ojos de un hermoso color negro, como la noche y su rostro estaba perfectamente delineado. Era en verdad bellísima, la chica más bonita que había pisado ese colegio.

Todos la admiraron con diferentes sentimientos y ella simplemente asintió con la cabeza mientras se presentaba. “Soy Marina Montero” dijo con un tono de voz dulce, suave, que evocaba delicadeza y pulcritud. Más de la mitad de los chicos suspiraron al oírla hablar y la otra mitad giró los ojos (o fingió hacerlo, la realidad era que todos sucumbieron ante lo deslumbrante que era).

Excepto el Cuarteto, claro está.

El Cuarteto era un grupo de cuatro chicos que representaban todo el estereotipo de popularidad en las escuelas. Liderados por Olga Valencia, una atractiva pelinegra de baja estatura que a simple vista te provocaba protegerla. Pero Olga era cualquier cosa, excepto una chica indefensa o al menos, esa era la imagen que proyectaba. Era sarcástica, directa, cruda y despiadada. Era la persona encargada principalmente de rechazar o aceptar a los novatos que deseaban unirse a su grupito.

El siguiente integrante del “equipo” era Sergio Carrión. Un galán en toda la palabra. Un espectacular pelirrojo de ojos color turquesa y un cuerpo, si bien no delgado, tampoco muy marcado. Pero su rostro era suficiente atractivo para traer locas a las chicas. Y él fomentaba esa locura, era un “Don Juan” a pesar de tener una bonita novia. La dulce y a la vez elitista Erika Sánchez, la hija del director. La chica era quien quizá mejor te trataba en el Cuarteto, solía decirte cosas hirientes, pero lo hacía con tacto y los chicos babeaban por ella, sus curvas bien definidas, su cabello rubio cenizo y una sonrisa deslumbrante que te cegaba, haciéndote sentir mareado.

Y al final, nos queda Diego Oropeza. Atractivo visualmente, alto, de complexión media, piel morena pero no tostada y poseedor de unos hermosos ojos verdes olivo. Su cabello era igual o incluso más oscuro que el de Olga, pero a diferencia de ella, Diego era atrayente por esa aura de mutismo e indiferencia que le caracterizaba. Así es, Diego era frío, mezquino, callado. No tímido, si no indiferente, como si nada le importara. Y quizá así fuese.

Ellos eran, a grandes rasgos, el Cuarteto, el grupito de amigos más popular e influyente del colegio. Y Marina acababa de inspeccionarlos a todos de reojo. Estaba seria y pensativa, casi perspicaz y astuta, como si ya los conociera y sólo se estuviese controlando. Tomó asiento junto a Lupita, la presidenta del consejo estudiantil y dejó que las clases pasaran mientras meditaba cosas.

Nuevamente los veo, Cuarteto, pensó rápidamente la rubia y sonriendo como si estuviera planeando algo.

Lo estaba haciendo.

****

En la hora del almuerzo se sentó con Lupita, no dejaba de observar a su alrededor y más que nada, no dejaba de inspeccionar al Cuarteto. En la mesa del fondo, donde los perversos se sentaban, estaban solamente Olga, Erika y Sergio. Diego no los acompañaba. Qué extraño, pensó Marina, por lo que ella recordaba, el Cuarteto siempre estaba unido, nunca se separaban para absolutamente nada.

Lanzó un suspiro y se levantó para traer su almuerzo. Había olvidado lo horrible que era la comida en esa cafetería. Después de recibir en su bandeja una mezcla extraña y viscosa color café, la rubia no tuvo más elección que aceptarla y alejarse de ese lugar con una mueca de estupefacción y asco. Tan ensimismada iba en sus pensamientos con respecto a la comida y el Cuarteto, que no se fijó al caminar y tropezó con una chica menor. Todos al instante se rieron cuando vieron a la pequeña caer al suelo, incluido el Cuarteto, y Marina trató de ayudarla notando que era una chica a la cual nunca había visto. Conocía a casi todos en esa escuela y estaba segura que la habría reconocido de haberla visto antes. Lupita se acercó aún con las risas y la chica solo agachó su cabeza apenada.

                —Lo siento—se disculpó Marina—estaba yo distraída.

La mencionada sólo asintió temblorosamente y Lupita le sonrió.

                —Tranquila Cinthya, Marina es una buena persona, no te hará daño.

Como si esas simples palabras tuvieran el poder de calmar la guerra en el mundo, Cinthya sonrió ligeramente y después de hacer una reverencia agradeciendo la ayuda, se despidió agitando levemente la mano derecha. Aún extrañada, Marina respondió la despedida y después de acomodar las bandejas, volvieron a su mesa. Ahí Lupita procedió a explicarle el motivo por el que Cinthya era diferente a las demás personas.

                —Cinthya es especial, no habla.

                —¿Es muda?—preguntó sorprendida la rubia.

                —No realmente, ella tiene la capacidad de hablar… es… es más una cuestión psicológica. No habla desde los doce años, no sé qué trauma haya tenido como para que ahora simplemente no quiera hablar. Es demasiado joven, tiene quince años, un año menor que nosotras, pero es una circunstancia extraña.

                —Ya veo. ¿Y no se ha tratado con un especialista?

                —Precisamente por eso es que han traído al Psicólogo David Oliveros, toda una eminencia en estos casos a pesar de su corta edad. Esperan que él la trate y devele el misterio de su falta de voz. Solo espero que con esto, todos dejen de tratarla como si no fuese nada, incluso el Cuarteto, esos bastardos la tratan tan mal, principalmente Erika. Es la única persona que trata mal.

                —¿Por qué razón?—estaba furiosa, de nuevo el Cuarteto arruinando la vida de personas inocentes.

                —Lo desconozco. Es como si sólo a ella le tuviese tanta tirria, me sorprende al ser la sobrina del director.

                —¿Cinthya es sobrina del director?—había nuevos datos que anotar a la lista sobre Cinthya, quizá ella fuese quien le proporcionara información de Erika Sánchez.

                —Así es, por ello es que está en esta escuela—lanzó un suspiro resignado—De igual modo, Cinthya es medio suicida, se inscribió en las clases de baile que Erika y Olga dan después de clases. Los rumores dicen que, si como personas son despreciables, como profesoras son diabólicas. Te tratan horrible, yo no entiendo porque sabiendo que su prima la odia tanto, está ahí.

Lupita encogió los hombros sin comprender muchas cosas y Marina volvió a quedarse pensativa. Demasiadas cosas acababa de descubrir sobre Erika Sánchez y su “prima incómoda”. ¿Habría alguna forma de contar con la ayuda de la callada Cinthya para destruir a la “princesa” del colegio? Lo dudaba, Cinthya parecía una dulce y adorable muchacha sin rencores, rencores que debería tener.

                —Bienvenida Marina Montero.

Aquella voz la sacó de sus pensamientos y levantó la mirada. Sergio Carrión estaba frente a ella y le sonreía seductoramente, como a la mayoría de sus chicas. Lupita estaba sorprendida y callada y el galán en cuestión la miró esperando una respuesta a su saludo.

                —Gracias… supongo—respondió indiferente.

                —Vengo a hacerte una invitación que no le hacemos a cualquiera. Olga considera necesario conocerte y me pidió que te invitara cordialmente a sentarte en nuestra mesa.

Enarcó una ceja como si se tratara de una broma y Lupita tuvo que beber de su botella para no atragantarse. Era la primera vez que el Cuarteto ofrecía a alguien sentarse con ellos. La propia Marina era consciente de ello y con unas enormes ganas de rechazarlos, estaba a punto de decir un insulto sarcástico, cuando Lupita adivinó sus intenciones y se le adelantó.

                —Estaría encantada.

“¿Lo estoy?” preguntó Marina en una mirada sin entender y en la misma Lupita asintió.

                —De acuerdo, iré.

Sin comprender muy bien la señal del dedo pulgar arriba de Lupita, se levantó de su asiento, no sin antes tomar su bolsa entre sus manos y rebuscar secretamente un objeto dentro de ella. Siguió a Sergio Carrión ante el asombro de la mayoría de los que estaban en esa cafetería y cuando el mencionado muchacho le ofreció una silla para sentarse, Marina supo al instante que las cosas se pondrían interesantes.

                —Hola Marina, supongo que nos conoces, seguramente todos ya te hablaron de nosotros. Soy Olga Valencia—la morena señaló a la rubia—ella es Erika Sánchez y él, es Sergio Carrión.

                —Ya los conocía—respondió con un ligero tono cortante.

                —Bueno, entonces, ya deberías saber en ese caso, lo que queremos.

                —Nos interesa que te unas al Cuarteto—alegó Erika con una mirada firme que no dejaba a dudas la imposición.

                —¿Y por qué razón?—preguntó Marina sin saber muy bien cuáles eran los motivos ocultos de ese trío de villanos.—Se supone que son el Cuarteto. ¿Qué ganancia habría para ustedes en que una persona más se agregue? Y aún más importante… ¿Qué ganaría yo con unirme?

Olga enarcó una ceja ante los cuestionamientos, Erika frunció la boca y Sergio cruzó los brazos. La líder del Cuarteto, respondió como si no estuviera turbada en verdad.

                —Tenemos el deseo de conocerte y a simple vista pareces la candidata perfecta para unírtenos, desde hace tiempo estamos buscando a alguien así.

                —Entiendo—¿Y qué hay de ella malditos? ¿Qué hay de ella? Apretó sus puños, no debía perder el control, no aún.

                —Con respecto a lo que tú ganarás. Bueno, es obvio que ser miembro te dará muchos privilegios, tanto curriculares como de popularidad. Sólo piénsalo, podrás hacer lo que quieras a tu completo antojo sin que nadie te cuestione, nosotros nos encargaremos de los profesores.

Marina sonrió satisfecha. Le encantaba que Olga estuviese revelando tantas cosas en tan poco tiempo. Sin que nadie lo notara, ni el propio Sergio Carrión, había colocado una grabadora debajo de la mesa que, con papel adhesivo, se mantenía pegada a la mesa y estaba encendida.

Ya tenía las primeras pruebas.

                —La popularidad no es algo que me interese y me gusta ganarme por mí misma las calificaciones—hizo una cara de póker ante sus propuestas y aún sonriendo, agregó—Pero lo pensaré. Ahora, si me disculpan, volveré a mi mesa.

Sin decir nada, ni siquiera mostrar una señal en su rostro de desagrado o indignación, Olga la dejó marcharse. La grabadora se quedó pegada y encendida y justo cuando Marina se sentó al lado de Lupita, fue Erika la que estalló.

                —¡Maldita zorra!

                —Te dio en el orgullo. ¿Verdad?—ironizó Olga sin dejar de comer su ensalada. Hasta privilegios en la comida tenía el Cuarteto.

                —Yo te dije que había algo que no me agradaba de ella, desde el instante en que la vi.

                —Pues hicimos lo que pudimos Erika—siguió Sergio mientras se sentaba y recargaba su barbilla en sus manos en una pose que denotaba aburrimiento.

                —No lo suficiente. Necesito tenerla cerca, bien lo dicen. Ten a tus amigos cerca y a tus enemigos mucho más.

                —Si tanto te interesa, porque no haces tú el trabajo. Me empieza hartar el hecho de fingir que yo soy la líder del Cuarteto, cuando en realidad lo eres tú. Es un mejor papel para ti—Olga lanzó un suspiro con fastidio.

Erika sonrió maliciosamente y se acercó a ella mientras colaba su mano izquierda debajo de la mesa, específicamente, en los jeans de Olga.

                —Querida, yo tengo el papel de la dulce y bonita chica. Además, soy la hija del director, no puedo liderar un grupito.

La morena había cerrado los ojos al sentir la mano de Erika entre sus piernas y Sergio, consciente de todo lo que pasaba, giró los ojos y se levantó de un brinco.

                —Muy bien, me siento como mal tercio aquí. Iré a buscar a Diego.

Estaba por alejarse cuando Erika lo detuvo levantando la voz.

                —Amor… ¿No te vas a despedir de mí?

El pelirrojo se giró para mirarla entrecerrando los ojos y Erika indicó en su propia mirada autoridad. Sin rechistar, se acercó a ella y fingiendo una sonrisa, le dio un beso en los labios mientras se despedía.

                —Adiós “mi amor”.

                —No olvides que eres mi novio y que me quieres. Por lo menos ten la decencia de fingir un poco mejor—susurró la rubia y Sergio se alejó de ella harto.

Las dos chicas se quedaron solas en la mesa. Erika volvió a sonreír y Olga tuvo una expresión en su rostro de tristeza mezclada a incertidumbre. La primera se volvió a acercar a ella y sin dejar de acariciarla, cuestionó qué era lo que la tenía tan “extraña”. Olga, sin querer, lo confesó.

                —Sospecho que la verdadera razón de tu interés hacia Marina Montero es una cuestión personal.

                —¿Insinúas que me gusta?

                —No lo insinúo, estoy segura que quieres unirla a tu séquito de chicas que te llevas a la cama—mordió sus propios labios, Erika era una diosa con las manos, odiaba ser tan débil ante ella.

                —Tal vez, pero quizá más adelante. Por ahora solo me importa descubrir cuáles son sus intenciones en esta escuela—le dio un rápido beso en la mejilla que nadie en la cafetería pudo notar y después susurró en su oído—pero despreocúpate querida. La única que quiero de verdad es a ti.

Contuvo las ganas de derramar lágrimas en ese preciso momento. No le iba a permitir que la viera vulnerable, no más. Se apartó bruscamente de su lado y levantándose de la mesa, la miró con cierto reproche y dolor.

                —Eso es solo una mentira con la que me tienes a tu merced.

Se alejó de la cafetería sin ni siquiera escuchar su respuesta. No quería oírla, ya la conocía y escuchar solo le dolería más. Erika la observó irse toda temblorosa y sonrió aún más complacida mientras cruzaba sus piernas y recargaba su espalda en la silla.

                —En efecto, lo es.

La grabadora seguía encendida y lo había grabado todo.

****

Salía de la biblioteca. Había ido por unos cuantos libros para hacer algunas de las tareas y ponerse al corriente. En verdad se había atrasado bastante con los meses que no fue a la escuela debido a sus enfermedades y se suponía que ella venía de una escuela aún mejor que la Academia Noberón. Bendita la hora en que se me ocurrió esto, ironizó en su cabeza y nuevamente distraída, por lo que una vez más tropezó con alguien y todos sus libros fueron a dar al suelo.

Estaba por disculparse por segunda vez en el día cuando notó quién era la otra persona con la que había chocado. Diego Oropeza también había tirado unos cuantos libros y, contrario a lo que esperaba, no le estaba reprochando.

                —Disculpa—dijo con amabilidad y se quedó estática. Diego, el indiferente, estaba siendo amable—No me fijé, pero te ayudo.

Aún en contra de todo pronóstico, el pelinegro de ojos verdes como el olivo, se arrodilló y comenzó a levantar los libros. Por acto reflejo, ella hizo lo mismo y él sonrió ligeramente. ¿Qué demonios le pasaba a Diego Oropeza? En serio… ¿Dónde había quedado el chico frio y mezquino que ella recordaba?

                —Eres Marina Montero. ¿Verdad?

                —Así es—respondió aún confundida con su actitud. Seguramente todo era una trampa de su parte.

                —Bienvenida a la Academia Noberón, espero que no te decepciones de este lugar.

Su voz sonaba sincera e incluso cálida y estuvo a punto de tartamudear como estúpida. ¿Qué era lo que estaba planeando este chico? Tenía que descubrirlo a toda costa antes de que cayera en sus garras.

                —Gracias.

                —Soy Diego—le dio los libros y sonrió un poco, muy poco en realidad, pero sí lo suficiente como para que Marina no supiera qué hacer con tanta buena vibra.

El chico entró a la biblioteca asintiendo con la cabeza en señal de despedida y ella hizo lo mismo. Cuando estuvo sola, lanzó un suspiro e inspeccionó sus libros sin entender nada de ese extraño encuentro. Fue en ese momento en el que descubrió que uno de los libros no era suyo. Seguramente me lo dio sin querer, pensó y volvió a entrar al recinto esperando encontrarlo aún.

La biblioteca de la escuela era enorme y se perdió en los pasillos buscándolo. Cuando ya había pasado media hora y aún no tenía señales de él, se dio por vencida y dio la vuelta en uno de los pasillos. Fue ahí donde tuvo que retroceder sus pasos rápidamente y se ocultó lo suficiente para no ser vista. Diego y Sergio hablaban, más bien, Sergio suplicaba. Rebuscó en su mochila la grabadora y recordó que la había dejado encendida tanto tiempo que ya no tenía pilas. Frunció la boca y se dedicó a escuchar.

                —Anda Diego… por favor… por favor… me lo debes, te desapareciste todo el almuerzo y me dejaste solo con Erika y Olga.

                —Ese es tu problema, porque no te vas y punto.

                —El Cuarteto siempre está unido, no comprendo porque ahora nos dejas como si fuésemos peste.

                —Me harté de las apariencias.

Sergio reprimió una risita y abrazándolo por detrás, agregó burlonamente:

                —¿Y desde cuando te importa fingir frente a los demás?

                —Desde que una chica nos descubrió teniendo sexo y juró que lo pagaríamos—respondió quitándoselo de encima y Sergio no pudo reprimir la risa a pesar del lugar en donde estaban.

                —El pequeño Diego tiene miedo. No puedo con esto—sostuvo su estómago ante tanta risa—Eres tan serio y aburrido Dieguito que por eso dejamos de ser amigos sexuales.

Hizo una mueca. No. La verdadera razón por la que decidieron dejar de tener sexo a pesar de ser mejores amigos fue porque ambos se sentían raros con ello. En alguna ocasión hasta Sergio llegó a decir que se sentía como un incestuoso.

                —Precisamente por esa razón no te llevaré a “La Cueva”.

El pelirrojo hizo un puchero y volvió a perseguirlo mientras lo aprisionaba en sus brazos.

                —No… no Diego… anda… llévame a La Cueva… quiero despejarme… yo también estoy harto del teatro de Erika… anda… vamos y te prometo que te presento a alguien.

Diego lo meditó bastante y después negó con la cabeza. No quería ligar con nadie, no estaba interesado en conocer a un tipo, follarlo y después olvidarlo para siempre. No. Él quería conocer una pareja de verdad y enamorarse. Eso no lo iba a encontrar en un antro gay. ¿Verdad? Además, acompañar a Sergio a La Cueva era soportar al chico ebrio, cogiendo con quien se le cruzara y después andarlo cuidando. Era molesto, principalmente porque el tarado de su mejor amigo no se atrevía a ir solo.

                —No me prometas nada de eso, solo no quiero andarte cargando cuando te pierdas en el alcohol. ¿De acuerdo?

Los ojos de Sergio se iluminaron y con una gran sonrisa aceptó.

                —Te lo prometo, nada de perderme. Iremos entonces hoy en la noche.

                —No, mañana. Hoy tengo mucho que hacer—enfatizó Diego resignado. Cómo detestaba acceder a todo lo que su amigo pedía.

                —Bien, mañana. Prepararé los condones—dijo en un canturreo y Diego giró los ojos.

                —No quiero enterarme de eso.

Sergio siguió brincando emocionado mientras Marina sonreía desde su escondite. Más información para agregar a su lista y más secretos. Estaba ansiosa por ir con ellos a “La Cueva” y descubrirlos.

Oh sí, descubrir su secretos para después hacerlos pedazos.

****

Llegó patinando a su casa, eso le pasaba por estar espiando a Sergio y Diego después de clases. La rubia inspeccionó el reloj de pared que se encontraba en la cocina y casi da un brinco. Afortunadamente ya tenía la comida preparada y sólo era cuestión de servirla. Su papá no tardaba en llegar y ella debía arreglarse, principalmente, colocar todo lo que había tomado, en su lugar. Se quitó las zapatillas sobándose los pies, era increíble cómo las mujeres soportaban los tacones tanto tiempo. Subió las escaleras y se dirigió a la habitación de su padre, específicamente, donde guardaba todos los artilugios de su segundo empleo.

Se sentó frente al espejo y con una gran cantidad de algodón, recién untado de desmaquillante, se quitó toda la pintura de su rostro. Las pestañas postizas, las sombras en los ojos, el delineador, el rubor; una vez libre de todo eso, con mucho cuidado y, tratando de no alarmarse cada vez que escuchaba ruidos de la planta baja, procedió a quitarse los lentes de contacto. Cómo odiaba los lentes de contacto, sin ellos no veía nada, prefería mil veces sus lentes normales, pero obviamente, Marina debía ser deslumbrante y no  podía usar lentes.

Con mucho más cuidado, como si se tratara de algo sagrado, se quitó la peluca rubia. El hermoso y dorado cabello de “Marina” era falso y en realidad estaba muy bien cuidado debido a que su padre, Tomás, protegía con sol y sombra todo lo relacionado a su “empleo”. Acomodó la peluca en uno de los maniquíes, cepillándola para evitar que se maltratara y una vez libre de ella, se quitó a la velocidad de la luz y como pudo, el vestido amarillo que había estado portando y que había arrancado más de un suspiro en varias chicas por lo hermoso que era. De igual modo lo guardó y salió de la habitación inspeccionando que no se notara su intromisión en él. Como si nunca hubiese entrado.

Corrió a paso veloz a su propia habitación, se quitó la ropa interior y abrió la llave de la regadera. Detestaba la sensación que tenía en el cuerpo, como si no fuese quien era y después de un baño rápido, salió con una gran sonrisa y se vistió con lo primero que encontró en su armario. Frente al espejo pudo vislumbrarse y el suspiro que lanzó fue de absoluto alivio. Volvía a ser quien era en realidad. Su cabello castaño como el chocolate, los lentes que opacaban sus bellos ojos almendrados y la ropa que en verdad le pertenecía. Justo entonces escuchó la puerta abrirse y la voz de su padre saludando.

                —¡Estoy en casa!

Brincó en su propia silla y después se levantó corriendo para ir a recibirlo. Qué cerca, qué cerca estuvo, pensaba sin parar y una vez que bajó las escaleras, saludó al mayor con una deslumbrante sonrisa, como si fuese inocente, como si no hubiese hecho nada.

                —Bienvenido papá, la comida está lista.

                —Menos mal, vengo con el tiempo encima—dijo Tomás, su padre, mientras tomaba asiento—Tengo una hora para cambiarme y arreglar todo lo de “Tania”. Lo que sobre es para llegar al club. Tengo que estar ahí a las 6.

—Ya veo, comamos entonces—tomó dos platos y sirvió en ellos arroz para después darle uno a su padre.

Se sentó a su lado y comenzaron a comer más tranquilos y serenos, a pesar del tiempo y las prisas. Varios minutos después acompañados de charlas triviales acerca de su trabajo y de lo que había estado haciendo, Tomás sonrió y dirigiendo su mirada al frente cuestionó:

                —Pero ya he hablado mucho de mí, corazón, mejor dime. ¿Cómo estuvo tu primer día en la escuela Noah?

El chico sonrió ligeramente y levantando la mirada respondió la pregunta de su padre.

                —Estuvo bien, no me sentí mal ni nada por el estilo si es lo que te preocupa.

                —Menos mal hijo, estaba ansioso. Pero te veo algo sereno. ¿Seguro que todo bien? ¿Acaso no pasó nada interesante?

Noah contuvo las ganas de lanzar una carcajada y decidió simplemente suspirar con satisfacción y responder como si se tratara de un gran secreto.

                —Todo lo contrario papá… hubo muchas cosas interesantes.

Notas finales:

Si no me di a entender (que es lo más probable) Marina y Noah son la misma persona, Marina no existe, es un disfraz que Noah se inventó para poder acercarse al Cuarteto. Ya verán en el próximo capítulo sus motivaciones y cómo fue que se le ocurrió "esa" idea.

¿Qué tal les cayeron los personajes? 

¿Los odiaron a simple vista? ¿Hay alguien que les haya agradado? Yo no diré nada, espero solo con mi alma que les haya gustado y me regalen su opinión :D

Nos vemos en el próximo :D


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