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Más allá de los límites por Miny Nazareni

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Notas del capitulo:

Hola!!! Ya sé que es tarde, perdónenme, pero tuve conflictos para salir de mi pueblo ayer y no volví hasta hoy, lo siento :S

Pero ya estoy aquí, en el capi anterior les conté que Sergio se volvería la magdalena del fic, pues lo ha logrado, oh sí, ni Noah chillará tanto como este pelirrojo promiscuo, el asunto es que en realidad a nadie se le desea esta incertidumbre, no claro que no, pero también es importante que pase, porque a veces las lecciones se aprenden de ese modo :D

Pero me calmo con mi filosofía motivacional, espero que el capi les guste, desafortunadamente para ustedes y para mi, Noah no recapacitara, no hasta que el daño ya esté hecho y sí, eso es malo, pero es necesario insisto.

Ahora sí, se los dejo, espero que les guste y perdonen mi tardanza :)

Capítulo 12: El caballo es derribado

 

Llevaba el sobre en sus manos y sus pasos eran lentos, como si no quisiera llegar al lugar destinado. Una parte de él no quería, la otra era la que lo instaba a caminar. Se había desvelado toda la noche editando el video, agregándole títulos y preparando cada efecto para que quedara listo, un material digno de una venganza. La otra mitad de él se sentía como un monstruo.

Relájate, ya verás que esa sensación desaparece cuando veas todo consumado, se dijo en su consciencia y quiso creer fervientemente en ello, la posibilidad de sentir satisfacción cuando el rostro sonriente y soñador de Sergio cambiara a lágrimas o una mueca de tristeza. Quizá le haría sufrir, pero quizá ese amor de todos modos estaba condenado al fracaso, ese par se llevaba ocho años de diferencia, Sergio era un menor de edad y ambos no podían faltar al respeto a la Academia Noberón siendo una pareja de incógnito, tarde o temprano uno de los dos se cansaría y ese amor moriría. No tenía futuro. ¿Para qué retrasar lo inevitable?

Esa era la clase de pensamientos que relajaban la culpa que sentía en el pecho. El propio Sergio le había abierto su corazón a Marina, había confiado plenamente en ella y hasta le había suplicado que no le dijera nada a David Oliveros sobre su pasado. Él iba a ignorar todo esto y rompería esa promesa, aquello, lo viera por donde quisiera, era un actor traidor, cobarde, miserable y todos los insultos posibles. Pero él tenía un motivo y sólo aferrándose a él era que dejaba de sentirse así, Vania era su motivo, Vania era la razón de todo, Vania y la injusticia que se había cometido con ella. Vania y solo Vania.

Llegó al consultorio de David Oliveros e inspeccionando que no hubiese nadie rondando, deslizó el sobre manila que llevaba el DVD con la “evidencia”. Suspiró rápidamente y se alejó con prisa tratando que los tacones de Marina no sonaran en el suelo. Controló los temblores en sus manos haciéndolas puños y negó repetidamente con la cabeza. Ya estaba hecho, no había forma de retractarse ahora.

Solo le quedaba esperar.

****

David estaba revisando algunos archivos y avances en el caso de Cinthya Gálvez. La chica ya había comenzado a decir unas cuantas sílabas y él la había instado a no sobre esforzarse. Si ella creía necesario hablar, entonces podía hacerlo, pero si consideraba que las palabras sobraban, ella estaba en su derecho a negarse. Lo importante era que poco a poco, y sin presión, Cinthya entendiera el valor de comunicarse verbalmente con otros.

Llevaba en su rostro una sonrisa deslumbrante y todas sus actividades las realizaba con un ánimo poco creíble para alguien que trabajaba en una escuela. Su club de fans lo había notado y no paraban de bombardearlo con preguntas, las cuales nunca contestaba y en la cafetería, el aura que expedía era de absoluta felicidad. Estaba enamorado, enamorado como una chiquilla de secundaria, como tenía mucho tiempo que no se sentía. Y lo más irónico del asunto era que estaba enamorado de un chico ocho años menor. Ese chico, esa criatura inocente le hacía sentir así, en las nubes como dicen los adolescentes y no le importaba. ¿Por qué se había tardado tanto en aceptarlo? Era la persona más feliz del mundo, y cuando Sergio le miraba de reojo en la cafetería, la luz que destilaban sus ojos le parecía la cosa más hermosa que había visto en su vida. Estaba en verdad profundamente enamorado de Sergio Carrión y ya no se preocupaba en lo más mínimo por los convencionalismos, habían muerto, todo lo que quería era tenerlo en sus brazos para siempre.

Un sobre de color manila se asomó por debajo de su puerta y él se percató de su existencia un par de segundos después. Se levantó de su asiento, se agachó para recoger el sobre y una vez que estuvo frente a su escritorio, se sentó y abrió dicho sobre encontrando un DVD. El mencionado solo estaba en blanco y el sobre solo tenía escrito su nombre, como si estuviese destinado únicamente para él. Encogió los hombros restándole importancia y lo colocó en la computadora para que ésta lo reprodujera.

Al principio parecía que la máquina no podía reconocer el disco, pero una vez pasados un par de segundos, la pantalla se volvió negra y después apareció una inscripción en letras color rojo que decía lo siguiente: “Es hora de que conozca al verdadero Sergio Carrión”. Entrecerró los ojos ante la mención de su chico y la pantalla volvió a ser negra para después, mediante una transición, enfocar los baños de un centro nocturno. No entendía nada acerca del video y estaba por quitarlo molesto por la broma de mal gusto cuando la puerta de dicho baño se abrió impetuosamente y le mostró aquello que nunca creyó que vería.

Y que hubiese deseado no haber visto.

Sergio, su Sergio, su pequeño Sergio se besuqueaba con un extraño de cabello rubio mientras sus manos se paseaban por todos los rincones de su cuerpo con lascivia, como si ambos estuviesen ansiosos de llevar a cabo lo que tenían planeado. Lo vio hacerle sexo oral al desconocido, lo vio siendo penetrado y gimiendo a cada movimiento y después, cuando creyó que ya era demasiado, el video enfocó otra escena, con otra persona, pero los mismos eventos. Una y otra y otra vez con diferente persona y en diferente posición, pero ahí estaba, su dulce e “inocente” Sergio. Cada gemido, cada envestida, cada besuqueo, cada escena le partía el corazón. Era uno de tantos, esa fue su conclusión y nunca creyó que un chiquillo de 16 años le haría tocar el cielo y el infierno al mismo tiempo.

Dejó de ver asqueado, adolorido, confundido, destrozado por sus propias deducciones y el dolor poco a poco fue extendiéndose por su pecho. Él se había enamorado de este chico, había caído como un idiota en la trampa de alguien que solo quería un reto, coger con alguien mayor, alguien con experiencia, alguien diferente. Y lo consiguió, se dijo en su cabeza, ellos habían hecho el amor o por lo menos él lo había hecho, porque para Sergio seguramente fue algo sin importancia, una conquista, un logro más. Dolía, no comprendía la magnitud de su dolor, pero así era, era un imbécil que se había enamorado de alguien que solo lo veía como un trofeo a conseguir y eso dolía demasiado.

Volvió a reproducir el video por puro masoquismo, como si una parte de él quisiera cerciorarse de que se trataba de su Sergio y verlo en acción nuevamente acabó con sus esperanzas. Lo detuvo y la cámara quedó enfocada en el sujeto desconocido en cuestión. Lo miró detenidamente y el dolor pasó a un segundo plano cuando creyó reconocer ese rostro. ¿Dónde lo había visto? ¿Dónde?

Comenzó a buscar en los archiveros que tenía debajo de su escritorio, ahí era donde guardaba los expedientes que algunos de sus amigos le habían prestado para comentar o retroalimentarse. Algo le decía que había visto el rostro de ese chico en uno de esos expedientes. Buscó y rebuscó sin parar y una vez que halló una carpeta vieja con un sobre manila lleno de polvo, quitó el hilo y obtuvo de él los expedientes, separados por clips. Uno en uno iban pasando y la información en ellos le desagrada más y más. Eran los expedientes de su mejor amigo de la universidad y lo que él sabía era que éste trabajaba en un hospital donde se atendían personas con Enfermedades de Transmisión Sexual. Que no sea lo que estoy pensando, que no sea lo que estoy pensando, rogaba en su cabeza sin parar y cuando creyó que había descartado esa sección, el rostro del chico rubio apareció frente a sus ojos. Leyó los datos, leyó la sintomatología y el diagnóstico le pareció lo más lúgubre y mortal que había leído en su vida.

“Prueba VIH: Positiva”.

Dios Sergio… ¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho?

****

Iba sonriente mientras llevaba su bandeja de comida, Diego al verlo giraba los ojos, Olga sonreía comprensiva, Erika resoplaba mientras le daba igual y Marina no lo miraba. La última estaba sentada en otra mesa, junto a Lupita, quien había notado la ausencia del psicólogo a la hora del almuerzo y mostraba conmoción junto al resto del club de fans.

                —No vino a almorzar. ¿Qué crees que haya pasado?

                —Seguramente no tuvo hambre—comentó Marina con la voz apagada. Seguramente estaba asqueado de lo que había visto y no lo culparía. Él mismo se sintió así la primera vez que lo vio.

                —¿Qué extraño?—Lupita desvió la mirada y centró su atención en el Cuarteto—Y hablando de cosas extrañas. ¿Te has fijado en Sergio Carrión? Últimamente anda demasiado brillante, incluso le sonríe a quienes no son populares.

Noah no dijo nada, solo observó al aludido pensando que esa sonrisa estaba a punto de morir. Y como si de un mal augurio se tratara, el teléfono de Sergio sonó y él lo atendió con más alegría. De seguro era David quien le llamaba para decirle una sarta de insultos o quizá sería lo suficientemente cruel como para hacerlo de frente. De pronto no quiso ver, pero sintió cómo el pelirrojo se levantaba de su asiento sin tocar la comida y se encaminaba a toda velocidad fuera de la cafetería.

En dirección a su consultorio.

Ya comenzó. El caballo ha sido derribado.

****

Tocó la puerta con nerviosismo. Desde que le había llamado sintió que algo no andaba bien, el tono de su voz había sido demasiado frío, demasiado serio y cortante. El hambre se le escapó del cuerpo y una vez que David le pidió que fuese a su consultorio en ese preciso momento, supo que era algo de gravedad. Escuchó el “adelante” y abrió la puerta con lentitud mientras trataba de mostrar una sonrisa. El psicólogo lo miró a distancia y en vez de devolvérsela, desvió la mirada. Aquello ya no le gustó en lo más mínimo, algo definitivamente malo había ocurrido, lo suficiente como para que David ya no le mirara con esa devoción con la que lo hacía.

                —Toma asiento—le indicó el mayor con voz monocorde y él obedeció.

                —¿Pasa algo?

                —Podría decirse que sí. Hay algo que quiero mostrarte y necesito que seas sincero conmigo. ¿De acuerdo?

                —Claro.

Entrejuntó las cejas sin entender, pero asintió a la petición de David, quien al momento giró la pantalla de su computadora para que pudiera verla y reprodujo un DVD que tenía en las manos. Al principio no comprendió de qué trataba, pero cuando la leyenda de “El verdadero Sergio” apareció y luego las imágenes del baño de La Cueva, sus manos comenzaron a temblar sin poderse frenar y sus ojos se bañaron de lágrimas. David no necesitó otra cosa para comprobar la horrible verdad, pero ni así se resignó a ella tan prontamente.

                —Quiero que me digas si en verdad eres tu el que está en este video. ¿Lo eres?

Las lágrimas rodaron por sus mejillas y se rehusó a mirarlo a los ojos. Sabía la verdad, lo sabía todo. Agachando el rostro y con el corazón a punto de quebrarse, supo que ya no podía seguir mintiendo, que ahora que lo sabía, David tenía el derecho de conocer quién era en realidad.

                —Lo soy—dijo en un susurro y todo murió.

David pausó el video y se sostuvo el puente de su nariz como una forma de evitar verlo a los ojos. Que él mismo se lo dijera era aún peor que verlo en un video, aún tenía la ridícula esperanza de que todo fuese un montaje, una broma de mal gusto, cualquier cosa, menos la verdad.

                —Entiendo. Está bien, ahora comprendo—replicó y el tono de su voz hizo volver a Sergio.

No, él no entendía, necesitaba explicarle, necesitaba decirle que ese era el de antes, pero que con él todo era diferente, que a él lo amaba de verdad, que su vida se había transformado por él, solo por él.

                —No… escucha… no es…

El psicólogo no lo dejó hablar. Una sola mentira más y era capaz de creerla, no podía permitir eso.

                —No quiero oírlo, ya te dije que sé lo que ocurre y no necesito que me des explicaciones.

                —Pero…

                —¡No Sergio! No voy a creerlo—recordó el expediente que había visto y centró su atención en eso—Además, es lo de menos ahora. Tienes cosas más importantes por las cuales preocuparte.

Sergio trató de limpiar sus lágrimas y, aún temeroso, se atrevió a mirarlo a los ojos para hacerle ver que no sabía a qué se refería.

                —¿De qué hablas?

                —Este chico… el rubio… el rubio con el que estuviste… ustedes…—le costaba demasiado decirlo, preguntar lo que debería, le costaba ser imparcial en esta situación, ser el psicólogo que era—¿Ustedes se protegieron?

El menor abrió los ojos sorprendido por el tipo de pregunta y recordó la última vez que estuvo en La Cueva. Ya hacía de eso más de un mes, casi dos meses y era difícil concentrarse en sus recuerdos con todo el dolor que sentía con el desprecio de David ahora que sabía la verdad. Pero lo hizo, recordó al rubio y recordó su noche en ese antro, a su mente vino la pregunta del susodicho y su afirmación ante las palabras dichas. No, no habían usado condón.

                —No… no lo hicimos.

La máscara murió, sus peores miedos se habían hecho realidad. David se cubrió el rostro con las manos y después miró al techo contrariado. Sergio no entendía, pero cada vez le agradaba menos el asunto. ¿Qué estaba pasando?

                —Por Dios Sergio. ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué no te protegiste? ¿Qué pasa contigo?

                —No entiendo… ¿Por qué me dices esto? ¿Qué ocurre?

El castaño lo miró a los ojos y se levantó de su asiento para colocarse frente a él. Aún si hubiese jugado con su corazón, Sergio seguía siendo preciado para él y lo que estaba por decirle era demasiado horrible como para sentirse satisfecho con ello. El muchacho en cuestión seguía perplejo ante sus actos y le devolvió la mirada con indagación.

                —Quiero que lo tomes con calma Sergio. Ponme mucha atención—Sergio asintió y él continuó—Este chico, el rubio que aparece en el video, es el paciente de un amigo mío y… bueno… según su expediente… él… él es cero positivo.

El color se fue de su rostro y David temió una reacción acelerada. Pero Sergio solo miró al suelo como si estuviese meditando lo que había escuchado y al final, un nuevo par de lágrimas lo abordó. No soportó verlo así, aún con todo lo que había hecho, aún si era una mentira, él amaba a este chico e iba a estar a su lado en este calvario.

                —Quiere decir que yo… yo… yo…

                —Así es… es posible que te hayas contagiado—reafirmó sintiendo su dolor y agregó con una nota de esperanza—Pero escucha, he mandado a hacer una cita en un laboratorio reconocido, donde son muy discretos. Voy a acompañarte a que te hagas una prueba y tal vez salga negativo, no lo sabemos, quizá este chico se contagió mucho después de conocerte o… o… no lo sé… pero no te precipites… todo va a estar bien…

Comenzó a negar con su cabeza desesperadamente. Sergio no lloraba por eso, no lloraba por saber que probablemente su vida había terminado, no lloraba por creer que por un descuido ahora tenía SIDA. No, él lloraba porque a su mente vino aquella hermosa noche, la vez que había hecho el amor por primera vez con alguien, la vez que le entregó su corazón y su cuerpo a la persona que amaba. Su mente voló a ese momento preciado y único en su corazón.

Tampoco se habían protegido.

                —No lo entiendes… no lo entiendes…—comenzó a decirle entre lágrimas ante su nuevo descubrimiento y David tuvo ganas de tomarlo en sus brazos y calmar esas lágrimas.

                —Tranquilízate por favor, ya te lo dije, todo estará bien, te fe Sergio, trata de…

                —No… no te das cuenta… ¿Acaso no lo ves? No lloro por eso… tú y yo…. Tú y yo… tampoco nos protegimos… ¿Sabes lo que eso significa? Si yo tengo SIDA… eso quiere decir… quiere decir que tú… tú…

Cubrió su rostro con sus manos liberando un sollozo desgarrador y David por fin lo entendió. Se quedó paralizado al ser consciente de lo que Sergio trataba de decirle y lentamente se alejó de él para volverse a sentar frente a su escritorio. Era verdad, no se habían protegido, eso significaba que él también podía tener VIH.

                —De acuerdo… lo entiendo… yo… yo…—no podía desfallecer, no con Sergio tan inestable. Lloraba y lloraba sin parar sollozando con fuerza, como nunca lo había visto y trató de estar sereno. Si él se derrumbaba, Sergio moriría—Vamos, cálmate, todo está bien… mira… nos haremos la prueba y yo… yo me encargaré de todo… trata de… trata de…

                —¿De qué?

Sergio levantó la mirada, sus ojos hinchados en lágrimas, su mirada bañada en una angustia que iba más allá del dolor, del miedo, de la miseria, de la agonía. Y ya no pudo seguir fingiendo, sus ojos también se nublaron ante el llanto, menos escandaloso, casi silencioso, las pocas lágrimas cayeron en la madera del escritorio y trató de pensar con claridad. Pero no podía, no con él llorando de esa forma tan destrozada, como si ya no tuviese nada.

                —Déjame solo—pidió en un susurro suave, queriendo ser sutil con él.

Pero el chico interpretó tal petición como un reclamo y abandonó el consultorio a toda velocidad sin parar de llorar. Corrió y corrió mientras las lágrimas entorpecían su visión y solo cuando se dio cuenta que estaba lo suficientemente lejos, se desplomó en el suelo en posición fetal y lloró con más fuerza. Diego… necesito a Diego, pensó fugazmente y sacando el celular de su bolsillo tecleó unas cuantas palabras para después hundirse nuevamente en su dolor.

Su vida estaba arruinada y la de la persona que amaba, también.

Nunca iba a perdonárselo.

****

Estaba con Marina cuando recibió el mensaje.

Nuevamente su profesora se había ausentado por lo que la mayoría de los alumnos había decidido largarse a sus casas. Diego optó por largarse a la librería y Marina tuvo la misma idea aparentemente. En realidad Noah había querido huir a ese lugar, aún no tenía noticias de Sergio y pensaba que no soportaría encontrárselo en un pasillo con una mueca de tristeza y dolor provocada por el rechazo del hombre que él decía amar.

Sin embargo, una vez dentro de la biblioteca, Diego la notó y viejos recuerdos vinieron a su cabeza. Cuando la conoció y cuando habló con ella por primera vez. A Diego le había gustado esa chica en particular, la Marina que conoció después de descubrir a Noah fue otra que ya no le agradaba tanto. ¿Qué había sido de esa Marina que se divertía hablando de libros y amaba a Edgar Allan Poe? ¿Dónde estaba esa chica natural que había conocido? Lanzó un suspiro y decidió acercarse a ella a pesar de los antecedentes.

Noah estaba tan preocupado por los resultados de sus acciones con Sergio, que cuando Diego se sentó a su lado, abandonó su pose de chica malvada y miró al pelinegro con duda. Él le sonrió ligeramente, como en los viejos tiempos y justo entonces, su celular sonó. Diego miró el mensaje de Sergio y algo le dijo que las cosas no andaban bien, las palabras estaban mal escritas, pero el mensaje central era que lo necesitaba.

                —¿Qué ocurre?—preguntó Marina con curiosidad.

                —Sergio me mandó un mensaje, creo que me necesita. Iré a ver qué le pasa. ¿Quieres venir conmigo?

Estuvo tentado a negarse, no quería ver el rostro de Sergio, no quería ver su obra tan recientemente, esperaba ver al chico hecho un mar de tristeza hasta el día siguiente. Pero la ansiedad en el propio Diego le hizo aceptar con un asentimiento de cabeza y ambos salieron de la biblioteca en dirección al edificio donde estaba el consultorio de David Oliveros.

Caminaron en los pasillos notándolos extrañamente desiertos y solo cuando giraron al lugar en donde estaban los baños, Diego se percató de un bulto escondido en un rincón al fondo del sitio. Rápidamente, como una madre alarmada al ver a su pequeño sufrir, el chico de ojos olivo corrió en dirección a él mientras Marina lo seguía.

                —Sergio… ¿Qué pasa? ¿Cómo estás?

                —Diego… Diego…—el pelirrojo aún era un manojo de lágrimas y ni siquiera notó la presencia de Marina—David… él… él lo sabe todo…

                —¿Cómo? ¿Pero quién se lo dijo?

                —Alguien… alguien le mandó un video de nuestra última vez en La Cueva… pero eso es lo de menos, no importa…—Diego lo miró como si estuviese loco. ¿Cómo podía decir que no era importante? Él mismo había suplicado que guardaran su secreto. Además… ¿Cómo que había un video? ¿Quién podía haber hecho algo así?

                —¿Por qué dices eso?—cuestionó Marina contrariada. Noah no entendía, parecía que Sergio estaba así por otra cosa, no por lo que él le había hecho.

                —Es que yo… yo…

No paraba de sollozar y ambos, Diego y Marina, lo miraban expectantes. ¿Qué podía ser tan grave como para tenerlo así?

                —¿Tú qué Sergio?—preguntó Diego y la voz le tembló al pelirrojo antes de continuar.

                —Yo… es posible… es… es posible que yo sea… cero positivo.

Silencio, eso fue lo que hubo.

Noah estuvo a punto de desmayarse y Diego negó frenéticamente sobrecogido por la información.

                —A ver… a ver, a ver. ¿De dónde sacaste eso?

                —El rubio… el rubio con el que me metí… ¿Lo recuerdas?—el chico asintió—él… él tiene VIH y cuando lo hice con él, no usamos condón.

Parecía como si Sergio pudiese secarse en cualquier momento. No paraba de llorar, a cada palabra que decía, eran más lágrimas. Marina estaba callada, Noah no podía decir nada, no encontraba las palabras, esto iba más allá de todo lo que había pensado. Diego por su parte, comenzó a cuestionar el motivo por el que no había usado condón y Sergio solo lloraba más y más.

                —Oh Sergio, Dios…

                —Y eso no es lo peor.

—¿Hay algo peor?—preguntó el muchacho sin saber cómo reaccionar.

—Lo hay… cuando David y yo hicimos el amor… tampoco nos protegimos.

El castaño reaccionó. David Oliveros había tenido sexo con este chico… este chico que probablemente tenía SIDA. Si el amor de Sergio era verdadero… por fin entendía sus lágrimas. Diego no lo pensó dos veces antes de lanzarse al chico y abrazarlo con fuerza, consolándolo, haciéndolo sentir mejor… o por lo menos intentándolo.

                —Mierda, mierda, mierda—replicó conmocionado con todo, lo entendía, lo había captado al vuelo y el chico de los ojos turquesa continuó llorando mientras recargaba su rostro en el pecho de su mejor amigo. Ni siquiera Diego podía calmar su dolor, ni siquiera él era suficiente para acabar con lo que sentía en su cuerpo, una sensación de vacío, de miedo.

                —Lo ves, lo entiendes ahora… yo sé… yo sé que me merezco esto. Fui un imbécil irresponsable, he sido una maldita ramera durante mucho tiempo, una zorra que necesitaba un castigo… él… él me dijo… me dijo que nos haríamos la prueba… que no era algo seguro… pero… pero si resulta que yo estoy infectado… yo… yo nunca me perdonaré haber destruido su vida… él no… él no lo merece. Lo que me pase es lo que menos me importa, pero yo no podré soportar el hecho de que David haya perdido su futuro por mi culpa… no podre… lo amo demasiado… lo amo más que a nada en este mundo, lo amo más que a mi vida… jamás me lo perdonaré… nunca…

                —Basta, no hables así, tú no mereces eso. No digas esas cosas.

                —Diego tiene razón, ni el ser más vil del universo merece algo así—dijo Marina con sinceridad. Ni siquiera tu, pensó fugazmente y los ojos destrozados de Sergio lo desarmaron.

No era esto lo que quería, no era esto. Él buscaba que el Cuarteto sufriera por lo que había pasado con Vania. Pero de ahí a desearles algo así, nunca. No eso, no así, no esa clase de dolor. Sergio no se veía triste y mal, estaba destruido, no había quedado nada, todo él se había desvanecido en dolor, en lágrimas, en miedo. No era eso lo que había querido, no se sentía bien verlo así, todo lo contrario, la sensación en su pecho fue más profunda, la culpa lo invadió y entendió entonces que esta venganza no solo iba a acabar con los miembros del Cuarteto.

También lo destruiría a él.

Lentamente, convirtiéndolo en un monstruo.

Notas finales:

Sí Noah, la venganza es un platillo ni dulce ni frio, si no amargo, completamente amargo y crudo, no le hace bien a nadie, he ahí la lección a aprender, pero todavía falta más sufrir para que te sientas un verdadero monstruo (qué mala soy se fijaron)

Espero que les haya gustado, nos vemos el domingo (ahora sí, lo prometo)

Bye bye y gracias, los amo!!!


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