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Más allá de los límites por Miny Nazareni

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Notas del capitulo:

Oh sí!!!! Un capítulo completo para Diego!!! (Nah!!! Con ciertos tintes Sergio Carrión jajaa)

Primero me disculpo por la tardanza, tuve muchos problemas, hice mi servicio en una feria del libro los últimos 4 días (hermosa experiencia por cierto) pero bueno, reitero mi disculpa :)

Ahora sí, les cuento, no asistí a terapia, lo siento jaja asi que todo seguirá siendo lacrimógeno (solo un poco más, descuiden). Este capi es para resolver la confusión de Diego y, como dije en el capi anterior, echarle sal a la herida :)

Pero ya lo verán, solo espero que les guste y muchas, muchísimas gracias. :D

 

Capítulo 14: Después de Diego.

 

Estaba nervioso, hubiese querido llegar a ese lugar en compañía de Diego, pero sabía que este era un asunto que debía arreglar por su cuenta y por una vez en la vida quería ser responsable de sus propios actos. Alisó sus pantalones con sus manos y se encaminó al laboratorio mirando a su alrededor. Estaba avergonzado, sentía que todos lo miraban como si supieran su secreto. Entró al lugar y todas las miradas se posaron en él. ¿Lo notarán? ¿Es muy obvio? ¿Mi rostro lo denota? ¿Todos lo saben? Eran esa clase de pensamientos los que lo ponían al borde de una crisis, no sabía qué hacer, acercarse a la recepcionista y preguntar o qué más. ¿Me tendrán asco? Era uno de sus últimos pensamientos y la idea lo aterraba más y más.

Sintió una mano posándose en su hombro y brincó alarmado ante la idea de que alguien lo fuera a correr de ese lugar, que todos lo señalaran, lo juzgarán, lo repudiaran…. Su corazón se aceleró y se giró para ver a la persona que lo había tocado. Sus grises y serenos ojos enviaron una ola de calma por cada una de sus terminaciones nerviosas y soltó el aire que había estado conteniendo. David lo miraba entre preocupado y confuso y Sergio simplemente asintió indicándole que estaba listo.

                —Pasaremos en un par de minutos, ten paciencia y relájate—dijo el psicólogo de manera tranquila.

Después de varios días, David había tomado control de la situación justo como había prometido, reprogramó las citas con el laboratorio y monitoreaba a Sergio siempre que podía. Odiaba ver la tristeza en sus ojos, el miedo, la incertidumbre, su sonrisa nunca apareció después de revelarle lo del chico rubio. No comprendía, simplemente no podía odiarlo a pesar de que debería, lo amaba, realmente se había enamorado tanto de este chico que bien le hubiese permitido que rompiera su corazón una y otra vez si fuese necesario. Pero eso no significaba que todo volvería a ser como antes entre ellos, esa relación falsa había dejado de existir, Sergio no era suyo, nunca lo había sido, esa hermosa noche que recordaba a su lado era una mentira, como todo él y eso era lo que dolía. Pero en ese momento, lo más importante era que lograran salir de esa situación, ya después… bueno… después vería lo demás.

Sergio por su parte estaba demasiado agotado, sabía que no le hacía ningún bien no comer como debía, pero cuando veía el plato, el apetito moría, no podía de igual modo dormir bien y no sabía qué era con precisión lo que le dolía más, si saber que había metido en ese maldito lío al amor de su vida o que éste lo tratara con una frialdad que iba más allá de lo que alguna vez le trató. Dejaste de amarme cuando supiste del verdadero Sergio, sabía que eso pasaría, si tan solo pudiera decirte lo mucho que en verdad te amo, si tan solo tuviera otra oportunidad, pensaba al mirarlo, pero sabía que estaba perdido, leía la decepción en su rostro y también dolía, como todo lo que últimamente le pasaba.

                —Oliveros—dijo una enfermera borrando sus pensamientos y la tensión se apoderó de su cuerpo.

El psicólogo se levantó y mirándolo a los ojos le aseguró que todo estaría bien. Relájate, susurró y lo ayudó a levantarse para ir en la dirección que indicaba la enfermera. Nuevamente se sintió observado, pero se calmó al sentir la mano de David sobre la suya. Fue como si le dijera que no había nada que temer y tomando aire extra de sus pulmones, ambos entraron a la habitación para las pruebas.

Su futuro pendía de un hilo… en realidad… de una aguja.

****

“Necesito verte”

Eso puso en el mensaje. Desde la vez que hicieron su “tregua” bajo la lluvia, Diego y Noah habían comenzado a mandarse mensajes, intercambiaron números con la idea de hablar cualquier día o ponerse de acuerdo en alguna situación, pero Diego un día le mandó un mensaje de texto cuando estaba aburrido y Noah lo había respondido sintiéndose emocionado. Claro, su lucha interna con Marina era lo que lo ponía así y cada vez que Diego le escribía, algo en su pecho brincaba de la alegría. Ahora sin embargo, el propio Noah había decidido mandarle ese mensaje, debía acabar con toda esa situación pero tenía tanto miedo de que en verdad Diego lo odiara tanto después de saberlo. No lo culparía, se había metido con sus dos mejores amigos, Sergio y Olga, no era precisamente algo de lo que estuviese orgulloso, no con todas sus dudas carcomiéndole los nervios.

Recibió el mensaje de respuesta.

“¡Qué coincidencia! Justamente ahorita iba a mandarte un mensaje. Estoy organizando una pequeña salida, no me gusta ver a Sergio tan triste y Olga está demasiado extraña desde lo que pasó, quiero animarlos. Pensé que podrías unírtenos”

Lo analizó lentamente. Él, en el mismo lugar que Sergio, con sus ojos llorosos y su aura de agonía; con Olga y su mirada de reproche y con Diego sonriéndole como solía hacerlo con Marina los primeros días. No, es una pésima idea, le dijo su cerebro.

“No creo que le agrade a ellos” respondió en el mensaje, además, necesitaba hablar con él a solas, decirle la verdad, enfrentarse a todas las consecuencias, entre menos testigos hubiese, mejor. ¿Por qué tenía tanto miedo de la reacción de Diego? ¿Por qué le preocupaba que lo odiara? ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué hay en ti Diego que provocas que todo en mi sea inseguro?

La respuesta tardó en llegar, pero lo hizo.

“En realidad te estoy invitando solo a ti, Sergio tiene un asunto importante que atender y Olga pasa todo su tiempo con Cinthya, así que… solo seríamos tu y yo. ¿Qué dices?”

Sonaba a cita y los colores se le subieron al rostro. Oh, si tan solo no se sintiera tan mal como lo hacía, podría haberse permitido emocionarse por ello. Diego lo invitaba a salir como si se tratara de una cita, al parecer Marina cada vez le importaba menos. ¿Yo te gusto Diego? Se cuestionaba y sus propias dudas lo abordaban, ¿Qué es lo que yo siento por ti? Sabía que todo esto dejaría de ser importante cuando le revelara todo, adiós dudas y cuestionamientos, ya no tendrían sentido porque para entonces, quizá Diego ya no querría saber nada de él.

“Sí, ¿Por qué no? ¿Dónde te veo?” respondió sabiendo que se acercaba al final y sintiendo una gran incertidumbre.

“En el centro comercial de la ciudad, como a las 4” respondió Diego y al mandar el mensaje una sonrisa tonta se pintó en sus labios.

Uno preocupado por el futuro y el otro emocionado, ambos miraron las pantallas de sus celulares. Noah lanzó un gran suspiro y deseó haber estado en otra situación, que se tratara de una cita real y que él pudiese tomárselo como anhelaba hacerlo.

“Bien, ahí te veré”

****

Salieron del laboratorio en silencio, casi como si se trataran de extraños que acababan de conocerse y no saben de qué hablar. Ahora era así a cada momento y no era algo que le gustaba. Sergio sabía muy bien que no tenía derecho a intentarlo, pero varios días de llanto descontrolado le habían servido para ser consciente de que no podía seguir así. Sí, era verdad que ahora el asunto de su posible contagio era más importante que cualquier cosa, pero para él, David Oliveros era lo más importante y, ayudándolo o no, el psicólogo aún creía lo peor de él.

No te culpo, pensó mirándolo de reojo y recordó todo lo que él era antes de conocerlo. Incluso se había acercado a David porque le había “gustado” físicamente, le había parecido guapo y se había imaginado un montón de perversidades con él de protagonista. Pero Sergio no contaba con la belleza de persona que era David Oliveros, estaba acostumbrado a cosas negativas, pocas personas habían logrado atravesar esa barrera que él había construido delante de sí mismo.

Recordó a Diego y la época en que lo conoció. Eran unos críos de 13 años y él ya era una zorra perdida que disfrutaba el sexo y conocía a muchos chicos. Supo que era gay desde que tenía once, cuando miraba a sus compañeros de escuela primaria jugar futbol con esa pasión que los niños le dedican a ese juego. Le fascinaba verlos correr, sudar, gritarse y simplemente suspiraba tratando de ser discreto.

Sus padres nunca habían estado con él, desde que tenía memoria, esos señores se habían dedicado más a su empleo o sus anhelos que a él mismo. Cuando era niño simplemente se preguntaba por qué lo habían tenido si no lo querían. Ya a los doce descubrió la razón. Su abuelo paterno había dejado una cuantiosa herencia al primero de sus hijos que tuviese un varón y su padre había buscado ser esa persona. Buen negocio, había pensado en esa época y justo entonces, cuando se sentía más solo que nunca, había conocido al indiferente y serio Diego Oropeza.

Le había gustado a primera vista, no lo negaba, pero cuando conoció su verdadera forma de ser, le pareció casi como un pedazo de algodón de azúcar envuelto en capas y capas de algo simple, todo para distraerte de la maravillosa persona que era en realidad. Le adoró, no de forma romántica, pero sí lo suficiente como para depositar toda su confianza en él y dejarlo ser parte de su vida.

Y es que Diego era tan fraternal, era como si él se tratara de esa familia que nunca tuvo, le cuidaba, le regañaba cuando hacía falta e incluso le educaba. Había sido Diego quién había frenado (un poco) la locura que él fue al principio. Todo el tiempo le decía “Ya eres lo suficientemente capaz de distinguir lo bueno de lo malo. Si te quieres coger a medio mundo, adelante, allá tú, pero siempre con responsabilidad. No le rompas el corazón a nadie, sé tú mismo y nunca, nunca busques dañar a otra persona”. Muy bien Sergio, le obedeciste con maestría y perfección, ironizó en su cabeza y volvió a mirar a David.

El día que cruzó la línea de su amistad con Diego, en realidad fue algo no planeado. Habían bebido hasta hartarse y simplemente se les ocurrió intentarlo. Las sensaciones nunca se rechazan y más las placenteras y si bien, el sexo no era algo que hacían mal, simplemente, no había una conexión más allá de la hermandad.

Y todo acabó la noche de la fiesta de Vania.

                —¿Quieres que te lleve?—cuestionó David haciendo que olvidara lo que estaba pensando.

                —¿Qué?

                —Llevarte a tu casa, ya es un poco tarde.

                —Estoy bien, no quiero ser una molestia para ti—respondió el pelirrojo alejándose un poco.

                —No lo eres—respondió el doctor y Sergio se permitió dudar.

Era algo que no entendía, no sabía qué era peor. Aunque agradecía en el alma que no lo mirara con odio, la decepción era suficiente para hacerlo sentir mal. Pero entonces… ¿Por qué David tenía que ser de ese modo? ¿Por qué lo trataba de esa forma aún con todo lo que sabía? Con todo lo que le estaba haciendo pasar, con la posibilidad de haberlo contagiado de una horrenda enfermedad.

                —¿Por qué?—susurró sin querer.

                —¿A qué te refieres?

                —¿Por qué eres así conmigo? ¿Por qué no me insultas? ¿Por qué no me reclamas? ¿Por qué simplemente no… me culpas?

David abrió los ojos sin creerlo. ¿Qué era lo que estaba pensando?

                —¿Acaso piensas que lo es? Claro que no, no tendría por qué hacerlo. Fue mi responsabilidad, no nos cuidamos y debimos hacerlo. Yo debí tomar mi papel como adulto.

                —No hables así, yo no soy un niño, era plenamente consciente de lo que estaba haciendo. En ese momento… y antes…

Agachó la mirada sintiéndose avergonzado con lo que había dicho y David lo miró recordando el video. No quería pensar en eso, no quería que a su mente volvieran esas imágenes, no quería evocar el dolor que había sentido al descubrir que nada era real, que amaba y que no era correspondido.

                —Tienes razón—simplemente agregó y Sergio vio su oportunidad.

                —David yo…

                —No, ya lo hablamos, no hay nada que decir.

Evitó mirarlo, el turquesa de sus ojos era hechizante y no quería caer. No lo haría.

                —Te equivocas, tienes que escucharme, por favor, te lo ruego.

El pelirrojo se acercó a él y estuvo a punto de arrodillarse, pero David lo detuvo. No, no era necesario que hiciera eso.

                —No tienes por qué hacerlo Sergio, yo entiendo y en verdad no estoy furioso. Me duele, no te lo voy a negar. Aunque te parezca ridículo lo que voy a decirte, yo sí me enamoré de ti, aún te amo, a pesar de todo.

El rojo se arremolinó en su cara sin poderlo evitar y estuvo a punto de sonreír, pero recordó que debía explicarle, decirle que también lo amaba, que sólo al principio había sido una mentira, pero que su amor, que esa hermosa primera vez con él, todo lo demás, era real.

                —Yo también te amo, te juro que es verdad, te amo más que a nada, te amo tanto.

El castaño volteó a verlo, quiso tomarlo en sus brazos, quiso besarlo, quiso hacerlo sonreír como amaba que Sergio lo hiciera, quiso decirle que siempre estaría a su lado, a pesar de todo lo ocurrido.

Pero simplemente no podía.

                —¿Y cómo creerte?

Sonó crudo, sonó seco e incluso frio, pero al mismo tiempo cargado de dolor y Sergio ya no pudo replicar nada más. Se quedó quieto ante tanta franqueza, era verdad. ¿Cómo iba a creerle? ¿Cómo? Si desde el principio le había mentido.

Ya no dijo nada más y David ya no quiso mirarlo. Olvidando que con anterioridad le había ofrecido transporte, se alejó de él queriendo creer las palabras que decía, queriendo olvidar, queriendo amarlo.

Si tan solo pudiera creerle de verdad, se olvidaría de todo y estarían juntos.

****

Esperaba en la entrada del centro comercial con bastante nerviosismo, sus manos temblaban, miraba a los lados esperando que llegara Diego y así terminar con todo. Le iba a decir la verdad, recibiría unos cuantos insultos del chico, quizá hasta lo golpearía, esperaba de todo, total, ya nada tenía sentido. Había ido a visitar a Vania al hospital unas horas antes y la miraba sin decir ni una sola palabra, solo con las preguntas en la garganta y la angustia, el miedo, todo; de modo que agregarle un poco más de llanto y sufrimiento a la ecuación no tendría por qué ser tan malo. No era como si Diego fuese especial.

Lo es, le dijo una vocecita en su cabeza y negó desesperado. No, no debía pensar así, de lo contrario sabría que en realidad todo estaba arruinado, que lloraría, que ver los ojos de Diego bañados en decepción lo destrozaría. Y adiós venganza, adiós odio, adiós dudas, adiós miedo, porque Diego nublaría todos sus sentidos, como siempre lo hacía, incluso los sentimientos negativos.

                —¿En dónde andas?—le preguntó con su voz el protagonista de sus pensamientos despertándolo de sobresalto.

Dio un mini brinquito en su lugar y abrió los ojos por la sorpresa. Ahí venía la primera punzada, el chico de ojos verdes como el olivo le sonreía entre divertido y curioso ante su actitud taciturna y dispersa. Oh… cómo iba a doler cuando ya no sonriera así.

                —Yo… en… nada… no pasa nada… llegaste… mmm… yo tengo que hablar contigo, verás…—entre más pronto mejor. ¿No?

                —Nada, nada. Antes de que hables, hay que darnos prisa, nuestros pases indican una hora y si no llegamos a tiempo ya no podremos entrar.

Lo miró sin comprender nada y antes de que pudiese evitarlo o cuestionarlo, Diego tomó su mano y lo arrastro por el lugar. Sucedió lo de siempre, la corriente atravesando sus dedos al tocarse, pero ahora ya no se sintieron abrumados con ello, al menos Diego ya no. Sergio, con su destrozado corazón le había estado aconsejando lo suficiente como para aclarar sus ideas. Quizá lo hacía para olvidar sus propios problemas, pero no desperdiciaría la sabiduría. El pelirrojo le había dicho que tal vez lo de Marina solo era un deslumbramiento, que quizá Noah solo le gustaba por su físico, que probablemente había pasado mucho tiempo con Marina y muy poco con Noah, que era hora de salir con Noah y conocerlo más allá de unos mensajes de texto.

Pero a Diego le encantaba comunicarse así con el chico y a veces recordaba su sonrisa de la primera vez que lo vio. Sonreía sin evitarlo y moría de ganas de verlo, pero no quería parecer acosador, por ello le mandaba mensajes, se lo imaginaba contestándole, cada uno de sus gestos y eso le gustaba. Por ello ya ni había prestado atención a Marina y sus actos, Noah ocupaba la mayor parte de su mente, con ello creía que poco a poco, sus dudas habían sido resueltas y sus sentimientos eran por Noah, solo él.

Así que buscaba comprobarlo con esa salida.

Llegaron a la pista de patinaje y Noah negó con la cabeza al instante. No, no y no, nunca había patinado en su vida, iba a darse una golpiza memorable, estaba seguro y ver la sonrisa burlona en el moreno comprobó su teoría.

                —¿Por qué no?

                —Porque no sé hacerlo y no quiero morir, además, qué vergüenza el estarme cayendo a cada rato. ¡Olvídalo!

                —Yo te enseñaré, anda—sostuvo su mano entre las suyas y le miró de esa forma tan dulce, como en La Cueva. Aquello fue suficiente para que dejara de negarse. ¿Quién lo haría? ¿Cómo decirle que no?

                —Bien, lo haré—asintió con el rostro rojo y olvidando por un momento la verdadera razón por la que tenía que verlo.

Diego ensanchó su sonrisa y ambos ingresaron a la cabina donde les explicaron cada uno de los elementos del equipo, las instrucciones y las reglas para poder patinar. Noah puso toda su atención y Diego simplemente asintió como si ya lo supiera todo. Una vez listos, entraron a la pista, el moreno con una facilidad, como si se tratara de un experto jugador de hockey y el castaño buscando apoyo en las pilas de la pista. Diego solo se burló.

                —Vamos, suéltate, pareces Bambi recién nacido caminando en el hielo de ese modo.

                —Cállate—replicó avergonzado, todos en la pista lo miraba como si fuese un idiota—por eso te dije que no quería venir.

Se acerco a él y le ofreció su mano:

                —Ven aquí, yo te llevaré.

Su corazón brincó y estuvo tentado a sostenerse el pecho con las manos aún si eso significara caerse. Esas palabras, esa sonrisa, esa mano extendida como si le ofreciera el universo al estar a su lado. Diego… ¿Qué demonios haces? ¿Por qué me siento así? Cuando Diego lo supiera todo, lo rechazaría, estaba seguro que incluso le gritaría, le miraría de la forma más cruda y horrible que se podía imaginar. Le diría cosas terribles, incluso más que Olga y en verdad esperaba los golpes, en serio los esperaba, no bromeaba al sugerirlo. Toda dulzura iba a morir y sin embargo, ahí estaba, ofreciéndole la vida en una mano. ¿Tenía a derecho a tomarla?

No, claro que no.

Y sin embargo, extendió una de sus manos y tomó la del otro confiando plenamente en él.

Diego era muy gentil en cada enseñanza, tomó su mano derecha de forma firme y con su mano libre sostuvo su cintura para evitar que cayera. El único que se mareaba, el único que dudaba, el único que ahora no sabía qué hacer con su corazón desbocado era él, Noah. Patinaron al ritmo del chico de ojos olivo, sin dejar de mirarse a los ojos y olvidándose un poco de los demás. Era como si volara, era como si Diego lo condujera por nubes y estrellas, a cada avance su corazón latía con más fuerza y las lágrimas amenazaban por aparecer. Pero no por tristeza, si no por la inmensa calidez que sentía en todo su cuerpo.

Oh por Dios, Diego, esto es más fuerte de lo que pensé.

El aludido le sonrió por enésima vez y se permitió besar su frente, aún si todos los miraran, aún si empezaran a murmurar porque ambos eran hombres, aún si les juzgaran, le importaba en lo más mínimo, el Noah que tenía frente a él era más que hermoso, era la viva personificación de lo que siempre había estado buscando. Eres tú, siempre has sido tú, pensó y volvió a besar su frente con cariño, ahora estaba seguro, al fin la maraña de su mente estaba despejada.

                —No lo entiendo Noah, no comprendo qué es lo que me pasa contigo, simplemente… es como… como si…

Noah lo miró a los ojos encandilado. No lo digas, por favor no digas eso, te lo suplico, pensaba y al mismo tiempo anhelaba que esas palabras salieran de su boca, sentir toda esa calidez siempre, que sus ojos le llevaran a otros mundos y poderse perdonar por lo menos un poco.

Antes de decir o hacer algo más, Diego se puso serio, tomó con firmeza su mano y lo sacó de la pista de patinaje con prisa exagerada. Lo siguió extrañado y temeroso de que algo malo hubiese pasado. Se quitaron el equipo, dieron las gracias y después caminaron por todo el centro comercial, sin soltarse de las manos. Solo hasta que llegaron a una parte completamente despejada o con personas lo suficientemente ocupadas con sus vidas, el chico oji-olivo se detuvo, le sonrió una vez más y con sus manos sostuvo su rostro acercándose.

                —No…—susurró Noah, pero ya era tarde.

Besó sus labios de una forma tan dulce, tan bella, tan amorosa, que cada movimiento dolía, dolía porque en ese preciso momento en el que sintió la electricidad en su boca lo comprendió por fin como si se tratara de una sentencia mortal. Se había enamorado de Diego, se había enamorado de la forma más patética y estúpida, cada cualidad, cada mirada, cada gesto, cada sonrisa poco a poco había contribuido a que él cayera de bruces en la maldición que los hombres llaman amor. Por eso la palabra “enamorarse” significa caer en el amor en otro idioma, porque no es como un suceso planeado, es… como un accidente.

Y él amaba a este accidente de su venganza.

Vania murió por completo en su memoria, Vania no pudo importar menos en ese momento. Lo amaba, lo amaba tanto que hacerle daño provocaba que todas las caricias de sus manos en su rostro, en su cuello, en su cuerpo, dolieran, porque cada una de ellas denotaba que Diego también lo amaba y que sufriría, sufriría cuando supiera la verdad.

Correspondió su beso sin aguantarse más las lágrimas, ellas fluyeron en cada roce porque amar es sufrir dicen algunos poetas y sólo cuando hizo falta el aire se separaron. Diego limpió sus lágrimas, las cuales interpretó de emoción y no de auténtico dolor y en la mágica aura que destilaba su mirada, su rostro, todo él, dijo lo que Noah ya sabía, pero que no quería y a la vez sí, escuchar.

                —Creo que estoy enamorado de ti Noah… creo que te amo…

El rojo invadió su rostro y sus piernas temblaron. Agachó la cabeza y las lágrimas fueron más y más, no paraban de salir de sus ojos. ¿Por qué? ¿Por qué lo amaba? ¿Por qué a él? Él que era tan horrible que había planeado un venganza asquerosa, él que había destruido a Sergio Carrión, a David Oliveros; él, que fue cómplice de un atentado que por poco acaba emocionalmente con Olga, que marcó a Cinthya; él, que había jugado con su corazón al fingir ser dos personas al mismo tiempo. ¿Por qué él que no tenía nada hermoso para ofrecer?

                —Yo también… también te amo.

Y dolió decirlo también, dolió porque ahora más que nunca debía decirle la verdad, porque cuando amamos, no podemos mentir, no debemos. Porque el amor gana, muchos aseguran que después de la lucha, viene la recompensa, después de la tribulación, viene la paz, después de la vida viene la muerte, una muerte tranquila; después del dolor viene la dicha…

Pero después del amor, después del amor ya no hay nada, después del amor hay un infinito, después de Diego no había nadie más, nunca, él era la persona que había hecho que su corazón reaccionara, él, que nunca se había interesado en nada, que nunca creyó darle importancia a otra persona que no fuese su padre o Santiago o incluso Vania, él que nunca se había atrevido a nada y de repente Diego había llegado iluminando a Marina, atrapando a Noah, para siempre, robándole mucho más que su amor.

Su propio ser.

Por eso le diría que él era Marina, por ello le iba confesar que él no había sido honesto, que al principio simplemente había querido hacerle daño. Le diría todo, no por la amenaza de Olga, sino porque lo amaba, por ello sería sincero.

Lo abrazó con fuerza siendo consciente de que eran los últimos momentos que tendría con él de esa forma. Después, Diego se alejaría y nunca más volvería a decirle esas palabras tan bellas. Sin comprender muy bien por qué Noah actuaba de esa manera, Diego también lo abrazó sintiéndose feliz de saberse correspondido. Ya después arreglarían todo con Marina, ya después solucionarían los conflictos que se originaran por su amor, ahora lo que importaba era que lo tenía frente a él, en sus brazos y que era suyo.

                —En verdad te amo… es… más fuerte de lo que alguna vez sentí.

Noah apretó su agarre y quiso quedarse ahí para siempre, sin dejar de llorar lo aferró a su cuerpo, aspirando su aroma, disfrutando estos últimos momentos.

                —También me siento así, te amo tanto, que te juro que voy a decírtelo todo, pase lo que pase.

Aunque te pierda, aunque te pierda para siempre cuando lo haga.

Aunque dejes de amarme…

…yo siempre lo haré.

Notas finales:

:'''/ He llorado un poco con este capi y en verdad me preocupa, porque señores y señoras, Diego sabrá la verdad el próximo y no reaccionará nada bien. Espero narrar adecuadamente las emociones que busco transmitir y aunque muchos me dicen que es muy triste, en realidad creo que hay belleza en la tristeza y todo se soluciona, se solucionará, se los juro :)

Ahora sí, espero verlos (Dios me permita ja) el próximo domingo y muchas, muchísimas gracias, los quiero :D


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