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Más allá de los límites por Miny Nazareni

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Notas del capitulo:

Buenas noches mis estimados y estimadas (sigo perfeccionando el saludo) espero que hayan tenido una muy bella semana, aquí les traigo el lacrimógeno capítulo de hoy. Creo que Noah se está esforzando demasiado en ganar el afamado premio de "La Magdalena del fic" pero... ¿Creen que Sergio se deje vencer? Eso lo sabremos después ;)

Las buenas noticias son que, después de este capítulo, ya no vendrá otro cargado de llanto, las cosas se solucionarán para una de nuestras parejas (Oh sí!!! un poco de felicidad en este mar de lágrimas!!)

Espero de corazón haber logrado transmitir el dolor de Diego y el de Noah y... como anexo, un poco de mi uke favorito, oh mi dulce y tsundere Tomás!!! :3

Nos vemos y muchas, muchísimas gracias :D

Capítulo 15: Los juegos retorcidos.

 

Escuchó la campanita de la puerta de entrada y sus ojos se dirigieron automáticamente a la silueta que ingresaba al lugar. Resopló frustrado, un nuevo cliente, era un tipo con una sonrisa tan deslumbrante que hasta le parecía nauseabunda, su jefe fue quien lo atendió mientras él continuaba armando el arreglo de nardos que se le había encargado. Ya llevaba horas con el mismo, pero estaba decidido a hacerlo ver perfecto, casi como una creación divina.

Y de ese modo podía distraerse de sus horribles pensamientos.

Santiago Villanueva, el maldito de Santiago Villanueva ocupaba toda su maldita mente. Se odiaba, se odiaba tanto por no dejar de pensar en él, se odiaba por imaginar que en cada vez que la campanilla sonaba, era el rubio con una mueca burlona y sus ojos bañados en brillo egocéntrico. Había cumplido, no lo volvió a ver desde esa noche en la que discutieron, cuando Tomás le dijo todas esas cosas hirientes y terribles. Ya habían pasado un par de semanas y simplemente no podía creerlo. Santiago había dicho que nunca se rendiría. ¿Ahora lo hacía?

¿Y qué esperabas? Cuestionó su mente con puya y él volvió a fruncir el ceño por enésima vez en el día. Claro que esperaba que estuviera molesto, a nadie le gusta que lo comparen con sus padres, no cuando se trata de “esa clase de modelos” de padre y muy a su pesar admitía que se le había pasado la mano al decir aquello. Pero ya eran dos semanas, dos semanas sin saber absolutamente nada de él. ¿En serio no iba a volver? ¿En serio cumpliría su promesa?

                —Oye… ¿Estás bien?—cuestionó su jefe al notarlo tan disperso en sus pensamientos y Tomás fingió una deslumbrante sonrisa que nadie, ni siquiera la persona más ingenua del planeta, habría creído.

                —Perfectamente—miró su ramo—creo que hace falta agregarle un par de detalles, pero en esencia, ya está. ¿Qué dices?

                —Digo que estás obsesionado con los nardos y más con este, lo has arreglado y desarreglado sin control durante toda la mañana. ¿Seguro que nada tiene que ver con cierto muchacho rubio quince años menor?

                —Para nada—negó frenéticamente y comenzó a deshacer el arreglo de nardos por quincuagésima vez—¿Por qué habría de afectarme lo que haga? Además, seguramente tiene mucho trabajo, es eso. El muy tarado siempre se la pasa aquí, así que ahora debe ponerse al corriente.

El jefe de Tomás enarcó una ceja y decidió probar una teoría.

                —O quizá al fin consiguió una linda novia, no me extrañaría, es joven y apuesto y puede tener a la persona que él quiera en el momento que él deseé. No tiene por qué rogarle a nadie.

La mirada afilada que el pelinegro le lanzó fue suficiente para que su jefe lo comprobara. Oh dulce Tomás, acabo de hacerte rabiar de celos. Reprimió una gran carcajada.

                —Ciertamente, él puede hacer lo que quiera, no es como si lo estuviese esperan…

La campanita volvió a sonar y Tomás involuntariamente volvió a mirar en esa dirección con anhelo. Una jovencita como de catorce años acababa de ingresar y se veía nerviosa. Tomás hizo una mueca y volvió a preparar materiales para armar una vez más el ramo de nardos. Su jefe hizo un gesto de compasión y antes de lanzarse a atender a la nueva cliente, palmeó su hombro y habló con voz serena, completamente firme ante lo que iba a decir.

                —Es verdad, no es como si anhelaras su presencia.

Las palabras le atravesaron como cuchillos y molesto consigo mismo, deshizo una vez más (y quizá para siempre) el ramo de nardos, destrozando cada pétalo, cada hoja y creando un verdadero desorden. Sus manos temblaban ante lo que había hecho y miró a la puerta tratando de convencerse a sí mismo de que no extrañaba a ese idiota, claro que no. Admitir eso sería aceptar de una vez y para siempre lo mucho que lo amaba, lo especial que era para él.

Y ni muerto iba a admitirlo.

Aunque terminara destrozando todos los ramos de nardos de esa florería.

****

                —Mírate, destilas cursilería. ¿Me vas a contar qué te pasó?

Diego sonrió brillantemente ante el sarcasmo de Sergio y después remplazó el gesto con una mueca de preocupación. Mirándolo atentamente a los ojos y con una serenidad digna de cualquier monje budista, el pelinegro cuestionó otra cosa, cambiando el tema bruscamente.

                —Antes de que yo hable, mejor dime cómo te fue a ti.

Sergio encogió los hombros y miró en dirección a David Oliveros, quien no había probado nada de su bandeja y miraba al vacío, como si estuviese pensando algo importante.

                —Pues… supongo que bien. David se hizo cargo de todo, nos hicimos la prueba, los resultados estarán en dos semanas. Se podría decir que después de ese tiempo sabré si estoy vivo o soy un cadáver andante.

                —No uses ese humor conmigo, no me gusta que seas tan fatalista—le reprendió Diego y Sergio suspiró.

                —Lo siento, pero no puedo evitarlo. Muchas veces me lo dijiste y siempre te escuche. Una maldita vez que se me ocurrió no hacerlo y ve lo que pasó. Tengo tanto miedo, en verdad tengo mucho miedo de que sea positivo. No sé qué voy a hacer si lo es, no sé cómo mirar a David a la cara si es positivo.

Diego negó con la cabeza desaprobando esa actitud de sacrificio que Sergio había adoptado. Era como si en verdad se culpara y David lo hiciera, y estaba seguro, a pesar de no conocerlo a fondo, que el psicólogo no lo hacía, claro que no.

                —David Oliveros no es centro del universo.

                —Lo es para mí—respondió Sergio adivinando los pensamientos de su mejor amigo y quiso cambiar el tema fingiendo una sonrisa que Diego no se tragó—Pero… dejemos de hablar de eso… por favor. Mejor cuéntame. ¿Por qué tan feliz?

El chico de ojos olivo suspiró resignado y se permitió sentirse emocionado.

                —Bueno… me declaré a Noah.

El pelirrojo casi se atraganta con su propio aliento y conmocionado miró en dirección a Marina, quien, últimamente, evitaba mirarlo a los ojos. No lo entendía, pero en realidad no se había detenido a pensarlo.

                —A ver, a ver, yo me quedé en la cuestión de que no sabías quién te gustaba. Si Noah o Marina. ¿Me puedes explicar de qué me perdí?

Lanzó una ligera carcajada y le respondió.

                —Es sencillo, ayer me di cuenta de lo que realmente siento. Estoy enamorado de Noah y él… él me corresponde.

                —¿De verdad? ¿A pesar de tener novia? Perdóname que sea precisamente yo quien te lo diga, pero… no le encuentro sentido. ¿Por qué no termina con ella si le gustas tú?

                —Es algo que hará eventualmente. Pero me gustaría ser yo el primero que hable con ella.

Sergio recargó su barbilla en una de sus manos, usando sus codos y la mesa como base mientras enarcaba las cejas.

                —Entonces… ¿Es oficial?

                —Sí, completamente.

                —Bueno, no me queda más que felicitarte Diego, quizá eres de nosotros, él único que conseguirá la felicidad y que no debe vivir un drama.

Diego entrecerró los ojos ante el sarcasmo.

                —Muy gracioso, no comiences con tu pesimismo, tú también vas a ser feliz y Olga y Cinthya y…

Se detuvo. El propio Sergio también se quedó callado. Ni siquiera la vieron llegar, simplemente estaba ahí, frente a ellos. Marina seguía sin mirarlo a los ojos y por primera vez se dedicó a meditarlo. ¿Por qué Marina no lo miraba a los ojos? Era como si se avergonzara de algo. ¿De qué? Diego también miró a la recién llegada y estuvo por soltar todo de golpe, pero antes de siquiera proferir un solo sonido, Marina habló cortando de tajo toda posibilidad.

                —Tú y yo necesitamos hablar Diego.

                —Es… cierto—respondió pasmado ante tanta seriedad y recordó lo que quería y tenía que decir—Podemos hacerlo ahora si quieres.

                —No—respondió al instante, la sola idea de decirle todo frente a Sergio le sonó aterradora, moría de miedo, estaba tan asustado y triste, triste ante lo que se avecinaba—Será mejor que te vea después de la escuela. ¿Puedes venir a mi casa?

                —Claro, no hay problema.

Ella asintió y se alejó de ellos, quienes seguían extrañados ante su actitud. Sergio continuaba buscando respuestas ante su  inusual comportamiento y Diego simplemente se imaginaba que, quizá, Noah ya le había dado ciertos preámbulos.

                —¿Crees que lo sepa?—preguntó el pelirrojo.

                —Tal vez.

Fuera lo que fuera, él iba a ser claro. Lo lamentaba, pero se había enamorado de él, era imposible no hacerlo, cayó como un idiota e iba a tomar la responsabilidad.

Pasara lo que pasara.

****

Ya estaba en Catacumbas.

Su jefe en la florería le había terminado dando el día libre ante tanto destrozo de nardos. Si te dejo quedarte, acabarás con mis flores, había replicado y Tomás creyó prudente lanzarse a su otro trabajo de inmediato y esforzarse, mucho, muchísimo, iba a trabajar tanto que se olvidaría de todo y seguro de tal decisión, le había telefoneado a Noah para avisarle que llegaría muy tarde a casa.

El problema estaba en que ahora nadie quería su compañía.

Tania estaba sola, sentada frente a la barra y mirando a la nada. Ningún cliente se le acercaba y no comprendía el motivo. Perla, que la había estado mirando detenidamente los últimos días, se acercó a Christa, preocupada por su actitud y su mutismo.

                —Oiga jefa… ¿Puedo comentarle algo?

                —Adelante—respondió la dueña del lugar.

                —Últimamente Tania está muy… extraña. No es que quiera acusarla ni nada por el estilo, pero creo que debería hablar con ella, desde que Santiago dejó de venir, las cosas no andan muy normales que digamos. Me preocupa un poco. Ahora que es lo suficientemente libre como para que cualquier cliente que siempre la anheló, se le acerque, simplemente nadie lo hace. ¿Y sabe por qué es? Porque ella emana un aura de hostilidad… es como si les dijera a otros “Acércate 5 centímetros y no te la acabarás”. Si sigue así, sus ingresos bajarán.

Christa sonrió mirando en dirección a Tania y comprobando todo lo que su pupila le decía. Ciertamente, Tania no era la misma desde que Santiago había dejado de asistir. No sabía con exactitud qué había pasado entre ellos, pero estaba segura que Tomás tenía toda la culpa.

                —Perla, eres muy linda al preocuparte así por Tania, de acuerdo, hablaré con ella.

                —Gracias jefa.

La dulce Perla se alejó de Christa, quien suspiró como armándose de valor y comenzó a caminar en dirección a la barra. La hermosa Tania, la estrella de Catacumbas, no brillaba, no destacaba, al contrario, parecía que quería ocultarse, apagarse, como si solo una persona tuviese derecho de verla brillar. El problema radicaba en que, quizá, la propia estrella había alejado a esa persona. Ya era hora de hacerle ver a Tomás los errores que estaba cometiendo.

Se sentó a su lado, sorprendiéndola de repente y le habló con una voz maternal.

                —Hola Tania… ¿Tomarías una copa conmigo?

                —Sólo si tú pagas—respondió Tomás extrañado ante su invitación.

La dueña del lugar pidió dos bebidas al barman con una sonrisa y después procedió a ir directo al asunto.

                —¿Estás preocupada por algo?

                —Claro que no.

                —Pues no lo parece si me lo preguntas. Te voy a decir algo. No eres la misma desde que Santiago dejó de venir. ¿Algo pasó entre ustedes?

                —Nada fuera de lo común—mintió Tomás haciendo una mueca. ¿Por qué todos automáticamente deducían que su actitud se debía a Santiago? Era ridículo, completamente ridículo—Quizá… mi rechazo fue un poco más crudo en esta ocasión y tal vez… me pasé un poco.

                —¿Qué le dijiste?

                —Que desapareciera de mi vida para siempre—enarcó una ceja tratando de usar el sarcasmo—Es un chico muy obediente cuando le conviene, ahora sí me hizo caso.

Bebió de su copa rápidamente, tomando todo de un trago y miró a Christa con interrogación. La dueña asintió y el barman le sirvió otro trago a Tania.

                —Tomás, perdona que te diga esto y de esta forma pero… creo que por primera vez Santiago hizo lo correcto. No conozco los detalles de su historia, pero he sido testigo de las muchas veces que le has rechazado y no se me hace justo. Creo que lo más sensato que Santiago puede hacer es olvidarse de ti y buscar a alguien que en verdad lo ame.

                —Sí, eso sería lo más sensato—la mano de Tania temblaba y bebió una vez más de su copa, terminándosela al instante. Ya no hubo necesidad de que le cuestionara, automáticamente el barman le sirvió otra—Pero qué tonto, ¿No crees? Desperdició tantos años en mí y de repente un día, decide hacerme caso, por una vez en la vida se le ocurre rendirse y me deja confundido… me deja… extraño… yo… yo…

                —Pues te lo mereces—dijo crudamente Christa y Tania la miró sorprendida ante tanta frialdad—Cualquiera de nosotras querría que alguien nos ame así y lo que tú hacías era rechazar ese amor. Creo que cualquier sentimiento que tengas en este momento no compensa todos estos años. Pero… está bien. ¿No era lo que querías? ¿Qué se olvidara de ti y buscara a otra persona?

No pudo más, la franqueza de Christa era dolorosa, imaginarse a Santiago con otra persona era doloroso, comprender por fin, que se quedaría sin amor por su necedad, era doloroso, aceptar, después de tanta negación, que amaba a esa persona y que sin ella no era nada, era doloroso. El vaso cayó de sus manos temblorosas y sin poderlo frenar más, cubrió su rostro con sus manos y sollozó sonoramente. Todos en Catacumbas voltearon a mirarla y Christa se sintió mal. No quería ser tan directa, pero hacía falta que alguien le dijera unas cuantas cositas a Tomás para que por fin aceptara lo que estaba haciendo.

                —No, no es lo que quiero—confesó entre sollozos—lo amo, lo amo demasiado, quiero que vuelva, lo echo tanto de menos que no lo soporto. Es como si a mi vida le faltara luz, sin él nada brilla.

                —Muy bien, entonces sabes lo que debes hacer. ¿Cierto?

Tania se limpió las lágrimas mirando a Christa atentamente mientras asentía. Claro que sabía lo que tenía que hacer, buscarlo, rogar, como tantos años lo hizo él, por su amor y si de repente Santiago había decidido ya no amarlo, entonces estaba bien, al menos lo intentaría, remediar tantos años de rechazo. Amarlo como se lo merecía y olvidar el pasado, olvidar para siempre.

Permitirse ser feliz por una vez.

****

Tocó el timbre de la casa que con anterioridad ya había visitado. Se preguntaba si Noah estaría también ahí y esperaba que no, aunque quizá fuera mejor si los dos hablaban con Marina. Solo esperaba no romper su corazón, que Marina entendiera y no los juzgara. En el amor nadie manda y los sentimientos no se pueden controlar. La pasión no debe ganar a la razón dice la filosofía, pero en esta ocasión, la regla tenía excepciones.

La puerta fue abierta y Marina lo recibió. Entró extrañado, había algo diferente en ella, llevaba muy poco maquillaje, casi nada y una bata de dormir encima, como si ocultara sus ropas. Verla de esa forma le hizo pensar que le era familiar, como si la hubiese visto mucho antes de conocerla, como si se pareciera a…

Sacudió la cabeza, era una tontería.

                —¿Quieres que yo hable primero o quieres hacerlo tú?—cuestionó Diego y Marina negó con la cabeza.

                —No, lo haré yo.

                —Bien, entonces, dime.

                —Diego… lo primero que debes saber es que… mi nombre no es Marina, Marina Montero ni siquiera existe que yo sepa. No soy quien tú crees.

Diego entrecerró los ojos sin entender nada de lo que la rubia decía.

                —¿Entonces quién eres?

Marina no respondió, cerró los puños de sus manos para darse valor y después los relajó. Con sus manos y un pañuelo procedió a quitarse el nulo maquillaje que tenía y después, con sus dedos, se quitó los lentes de contacto, dejando al descubierto el verdadero color de sus ojos. Diego reconoció las almendras que le habían gustado desde la primera vez y como si quisiera comprobar lo que empezaba a sospechar, se quitó la peluca de repente y después la bata de dormir.

Frente a él quedó Noah.

Abrió la boca sin comprender absolutamente nada, mirando cada rincón de su piel, la peluca tirada en el suelo, los pañuelos que denotaban que había existido maquillaje en ese rostro y sus ojos, sus ojos que por el momento no tenían lentes, pero que estaba acostumbrado a verlos así, con lentes que no permitieran apreciarlos como se debía. No pudo decir todo lo que tenía en la cabeza, las millones de preguntas que se arremolinaron en su cerebro, todo lo que quería saber. Todo, sólo lo expresó en una sencilla y simple pregunta.

                —¿Por qué?

Noah agachó la mirada, evitando sus ojos y respondió con la verdad.

                —Por Vania, todo fue por ella.

                —¿Vania? ¿Vania Ibáñez? ¿Qué tienes tú que ver con ella?—seguía sin entender a Noah o Marina o cómo se llamara.

                —Vania es mi mejor amiga, he estado con ella desde hace algunos años y yo… no podía dejar impune todo lo que le habían hecho, no cuando entró en coma.

El pelinegro analizó sus palabras. Vania estaba en coma, Vania y las personas que la rodeaban, no recordaba para nada a Noah a su lado y de repente comprendió que en realidad nunca le había prestado la suficiente atención a Vania como para saberlo. Vania y su juramento la noche de la fiesta, Vania y sus ojos bañados en… en…

Vania… Vania y sus anónimos.

                —Lo planeaste… todo lo planeaste tú. Eres quien manda los anónimos… eres…—sus orbes se ensancharon cuando recapituló todo. Marina en la biblioteca, Marina salvando a Olga y a Cinthya, Noah en La Cueva… La Cueva…—tú… tú mandaste el video de Sergio.

                —Sí, fui yo—aceptó Noah temiendo que Diego explotara.

No lo hizo, aún no entendía por completo.

                —Pero… pero… ¿Por qué? ¿Por qué planear algo así contra nosotros? No… no lo entiendo… ¿Por qué Olga o Sergio o yo?

                —Ella dejó una nota antes de intentar suicidarse, los acusaba a ustedes por ser responsables de su violación y yo… yo no pude controlar la ira… tenía que hacerlos pagar… pero Diego…

                —¿Violación? ¿Alguien abuso de Vania? ¿Y tú pensaste? ¿Pensaste que nosotros éramos los responsables?—todas las piezas comenzaron a acomodarse en su cabeza, por ello era que mandaba esa clase de anónimos, por eso es que se había disfrazado, Marina era una mentira.

Y Noah también.

                —La carta lo decía—trató de justificarse el castaño y agregó—pero yo… yo…

                —¿Qué clase de monstruo eres? ¿Acusarnos de algo así? ¿Te tomaste la molestia de conocer nuestra versión? Claro que no, nos tachaste de culpables sin ni siquiera pensarlo. Analízalo por un momento Noah. ¿Piensas que Sergio pudo haber violado a Vania? ¿O creíste que fui yo? Tú… todo lo que has hecho… por vengarte de nosotros… una venganza que ni siquiera tiene fundamentos—se sostuvo las sienes sintiéndose contrariado y sin saber qué hacer con el temblor de sus manos. Todo Noah era mentira, todo lo que había compartido con Marina, con él… sus besos… sus palabras del día anterior…—yo… yo… te golpearía… en verdad te golpearía… yo… yo… no comprendo… ¿Por qué hacernos ese daño sin razón?

                —No Diego, yo tenía una razón… yo…

                —¡Cállate! ¡Esa no es una verdadera razón! ¡Nadie juzga a un convicto sin escuchar su versión de los hechos, sea mentira o no! ¿Acaso ya viste lo que hiciste? ¡No me pidas que te justifique!

                —No estoy pidiendo que lo hagas. Solo trata de entender…

                —¡No puedo!—apretó sus puños y golpeó la pared—¡No puedo hacerlo y no lo haré! … ¡Eres...! ¡Eres una basura! ¡Un despojo de humano que se dejó llevar por su ira y no midió las consecuencias de lo que hacía! … yo… yo…

Las palabras de Diego le atravesaron, dolió más de lo que pensaba, era como si con cada grito le estuviese acuchillando sin piedad y lo peor era que se lo merecía.

                —Sé que lo soy… yo sé que…

                —¡No, no lo sabes! ¡No te imaginas la magnitud del odio que te tengo ahora!—lo miró sintiendo que parte de sí mismo se rompía. ¿Por qué? ¿Por qué Noah había hecho algo así?—De verdad… me das… tú… haces que se me revuelva el estómago… ¿Qué ganabas con destruirnos la vida? ¿Acaso Vania iba a volver del coma una vez que acabaras con nosotros? ¿Te sientes bien con lo que hiciste? ¿De verdad no tienes nada en el corazón?

                —No es así, yo… simplemente pensé… que mi dolor disminuiría… si yo… yo les hacía sufrir lo que ella había sufrido entonces… entonces todo estaría bien… pero… pero…

Diego lo interrumpió tragándose el coraje que sentía, el dolor, las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos. Todo era un maldito juego, un jodido acertijo, una burla, una broma, un miserable juego de ajedrez donde todos eran piezas y los sentimientos eran lo de menos. El rey, la reina, las torres, el caballo, el alfil, los peones; los juegos del destino eran así, retorcidos, macabros, todas las piezas se movían a su completo antojo, y no había un ganador, nunca lo habría.

                —Pues te digo algo Noah, lo lograste, ganaste, ahí tienes tu venganza. Sergio está hecho pedazos, a Olga casi le destruyen la vida y yo… yo… yo ya no tengo a quien amar—Noah tembló ante esa sentencia y el pelinegro le dirigió una mirada cargada de decepción, de absoluto rencor, un rencor que carcomía todo lo bello que había sentido por él—Espero que estés satisfecho.

Quería salir de ese lugar en ese momento, no soportaría estar frente a él un minuto más y comenzó a caminar hacia la puerta. Noah hace tiempo que había dejado de reprimir sus lágrimas y sabiendo que debía dejarlo ir, no se movió ni un centímetro.

Pero su corazón le suplicaba que lo detuviera, que le dejara explicarle.

                —No Diego, espera—lo sujetó del brazo y el chico se zafó eléctricamente de él—por favor tienes que escucharme, tienes que…

                —¡No tengo nada que escuchar de ti… nada!

                —Tienes que hacerlo, por favor… por favor…

Se arrodilló y esto, en vez de conmover a Diego, lo hizo enfurecer más. Obligándolo a levantarse, negó con la cabeza.

                —No funcionará, nada que venga de ti me convencerá jamás. ¿Qué tan estúpido crees que soy? No vuelvas a tocarme y no te atrevas a acercarte de nuevo o juro que no me detendré. Te odio, te odio tanto, todo el amor que te tenía se ha vuelto desprecio. No quiero volver a verte.

Noah ya no se movió, ahora sí lo dejó marcharse superado por sus palabras. Diego destilaba tanto rencor, tanto odio, tanto desprecio, que por fin comprendió que en efecto, lo había perdido para siempre. Nunca lo perdonaría, nunca.

La puerta se azotó y volvió a caer de rodillas para llorar amargamente mientras lo pensaba, fugazmente, como si de algo prohibido se tratara. ¿Qué objeto había tenido esta venganza? ¿Qué había ganado al final? Nada… ¿Qué había perdido? Todo. A sí mismo y a Diego, a la única persona que amaría por el resto de su vida, solo él y nadie más.

Por su parte, Diego había salido de esa casa con el coraje carcomiéndole el alma y el corazón roto. Se sentó en el asfalto y dejó de reprimir sus lágrimas. Lanzó un sonoro grito de frustración, de enojo, de dolor, de odio, de agonía, de una maraña de sentimientos encontrados a los cuales nunca les hallaría solución. Porque Noah, con su maldita venganza, con su maldita ira, con sus malditos sentimientos, había destrozado todo a su paso. No solo al Cuarteto, no solo a la imagen de perfección de Erika, no solo a la confianza de Sergio o la amabilidad de Olga o a su propio corazón.

No, Noah había destruido mucho más que eso.

Lo había roto a él mismo y su posibilidad de amar de nuevo.

Notas finales:

:/ A Diego le va costar mucho perdonar a nuestro Noah, bueno... entiéndanlo, el chico en verdad creé que Noah le mintió (lo cual es cierto, Noah le mintió) pero también piensa que su declaración es mentira y que todo, todo fue para destruirlo a él y a sus amigos, eso es lo que no perdona, pero ya verán.

Os lo dije, Diego sería el encargado de aplicar el castigo a Noah, qué más karma quieren que ese?? 

Y mi tsundere Tomás!! Me encantó Christa y su participación y el hecho de que todos a su alrededor le hicieran ver a este testarudo de Tania/Tomás que la había regado :)

Espero que les haya gustado y nos vemos el próximo domingo :D

Muchas gracias y los quiero ;)


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