Le abrazaba mientras lo estaba teniendo. No veía su cara porque era de noche y porque la escondía al lado de su cuello pero algo en él lo doblegaba. No sabía quien era pero deseaba lo que le estaba haciendo. Era una locura.
Todo era confuso pero no le importaba por el ritmo de las sensaciones. Sus manos en su cuerpo, su lengua en su cuello y aquél dentro. Después dijo las palabras que él esperaba oír.
Eres mío, solo mío—para luego llegar al éxtasis.
Joey sintió entonces sus colmillos clavándose en la fina piel de su cuello.
Despertó agitado por el sueño y miró semi inconsciente a su alrededor. Su maestro yacía a unos pocos metros, un gran charco de sangre se había formado bajo él. La ballesta que portaba yacía al lado del cuerpo sin vida.
Con el poco movimiento que podía pues su cabeza estaba sangrando por el golpe en la cabeza y su cuerpo estaba rígido por los multiples moretones de la pelea la noche anterior, recorrió el bosque y el sendero con la mirada.
Todo parecía tranquilo ahora. Tres de los hombres que les acompañaban estaban también tirados en el sendero, del cuarto no había ni rastros.
De pronto Wheeler recordó que la noche anterior lo habían jalado en medio de la lucha tras los matorrales.
Ese vampiro era un tipo diabólico. Se preguntó porque no le había matado…
…luego recordó el sueño y tocó muy despacio la zona del cuello que él recordaba… y las sintió, estaban ahí como demostración indeleble de que todo eso no había sido un mero sueño.
Se sintió molesto y frustrado. Despacio se levantó y se dirigió a donde el cadáver de su maestro estaba tendido y tomó la ballesta.
El consejo te tiene un trabajo—dijo el inmediato superior de Joseph en la Asociación de cazadores. –Han desaparecido unas chicas en un pueblo cercano a Glasgow y se piensa que por ahí puede estar escondiéndose uno de los rapaces—añadió.
Rapaces era la forma en que se llamaba a los que atacaban y se llevaban a sus presas para no ser descubiertos.
Joey estaba inquieto por los sueños recurrentes que tenía cada noche con ese vampiro que lo atacó y las mordidas en su cuello aún no cicatrizaban después de tres días.
Hazlo con cuidado pues sabes bien que estas bajo la lupa del consejo—le dijo Antonian. Era cierto pues ostentaba marcas de colmillos y además su maestro estaba muerto. Eran dos puntos en contra de que permaneciera como miembro de la organización.
Llego a Iselin a las tres de la tarde de un día de invierno. Era enero y todo el pueblo parecía un sombrío recuerdo de la novela de Stocker. Se aposentó en el único hostal para luego recorrer el lugar.
Desde una de sus calles pudo ver claramente un castillo negro que coronaba la cercana colina.
¿Alguien vive ahí?—preguntó a un pueblerino que solo asintió con la cabeza mientras le miraba con ceñuda mirada.
Era lo más acertado esperar al día siguiente pues con la nocturnidad llegaban los riesgos pero Joseph Wheeler era más bien impulsivo y no se aguantó.
Entró en la propiedad y llamó a la enorme puerta que resonó con estrépito más nadie le abrió lo que le dio más seguridad de que allí se encontraba el vampiro rapaz.
Los grises nubarrones amenazaban lluvia desde hacía rato y se preguntó si alcanzaría a salir de ahí antes de que la tempestad arreciara. Empezó a inspeccionar la construcción buscando otra manera de entrar cuando…
¿Qué desea usted?—preguntó una voz a sus espaldas y él volteó.
Se trataba de un hombre de más o menos su edad pero más alto, castaño, de evidente abolengo por su pose y de una penetrante mirada azul.
¿Es usted el dueño de la propiedad?—preguntó el rubio.
En efecto. ¿Quién es usted y que quiere?—preguntó el castaño.
Joseph desconfiaba. Podía ser el vampiro. Sabía que ellos podían salir por el día aunque cazaban de noche. No lucían diferente de los humanos normales a menos que se les pusiera en peligro o tuvieran mucha hambre.
Etoooo, pues investigo lo que sucedió a esas jóvenes que desaparecieron de aquí—le informó el ojos mieles.
¿Es usted de Scotland Yard?—preguntó el ojiazul.
Así es—respondió Wheeler mintiéndole. --¿Cuál es su nombre? No me lo ha dicho—preguntó después.
Soy Seth Kaiba—respondió el castaño. –Imagino que soy sospechoso—añadió.
No se ofenda. Todos lo son—le dijo el ojos mieles para tranquilizarlo.
No me ofendo. Es lo más plausible después de todo. Estoy solo y apartado. Es lógico. ¿Quiere entrar a inspeccionar?—preguntó Kaiba causando que el otro sospechara de una trampa.
No entrar significaba perder una oportunidad de descubrir si el otro era o no un vampiro y de terminar con la matanza.
Por supuesto—dijo y agarró con la palma la daga oculta en su manga. Fingió caerse mientras se cortaba con el filo de esta.
Levantó su mano sangrante y dijo--¡Me he lastimado! ¿Tendrá algo con que curarme?—y le miró a los ojos. Se sorprendió porque al otro pareció repugnarle la visión de la sangre.
Pase usted. Dentro tengo un botiquín—le dijo el dueño del castillo.