Lo sabía.
Cuando lo vio por primera vez, todas sus sospechas se volvieron reales.
Siempre lo supo.
Incluso desde antes de conocerlo, había adivinado cuánta belleza tendría aquel ser, que le robaba suspiros al que alguna vez juró ser su hombre.
Y no quería aceptarlo.
Jane Foster no podía simplemente creer o aceptar que todos sus temores no eran más que la verdad. No podía hacerlo, porque le dolía.
El corazón le dolía.
Se encontraba parada frente a él. Frente a su peor enemigo.
¿Qué enemigo?... Ella nunca fue un rival para él.
La primera y única noche que Thor, su amado Thor, compartió la misma cama con ella… Ese mismo día supo que algo andaba mal. Supo de inmediato que todo estaba mal.
Thor era un hombre apasionado, que le dio todo de sí en aquel amoroso acto… Pero todo cambió cuando él se dejó vencer por el sueño, y ella, ilusa, se atrevió a observarle dormir.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al oírlo llamar a otra persona, que, solo ahora, era capaz de tener cara a cara.
“Loki” decía en sueños, y a Jane le dolió el alma “Regresa, Loki” pedía Thor.
El Dios del Engaño notó inmediatamente el efecto de su presencia, y no dudó en mostrar aquella sonrisa que, aunque a Jane doliera, desarmaba a su amado Thor.
Porque Thor era débil ante Loki.
Y que el rubio le mirara con devoción mal oculta no ayudaba en nada.
Esa sonrisa provocó un odio que Jane Foster jamás creyó sentir.
Porque era la primera persona a la que odiaba, solo por existir en este universo.
Cuando lo vio, ahí, parado cara a cara frente a Thor supo que ella no tenía lugar en la vida del Dios del Trueno. Sin importar qué pasara, o qué hiciera… Thor jamás lograría amarla como ella quería que le amara.
Porque Jane envidiaba el amor que Loki recibía de Thor.
Envidiaba la atención, el cariño, el respeto que recibía de su hombre…
Envidiaba aquella que era la innegable posesión de Loki… Thor.
Porque aquella piel de marfil, digna de aquel exigente Dios, se apagaría con los años. Aquel cabello negro azabache perdería su brillo con el tiempo. Sus orbes verdes cual esmeraldas se apagarían conforme pasaran las décadas.
No podía él presumir nada eterno que no fuera el mismo Thor.
Y Jane lo sabía. Pero no lo aceptaría jamás.
Incluso si Thor nunca fue suyo, ella viviría siempre mintiéndose. Thor fue suyo, desde el primer momento, y fue él quien se lo arrebato.
Se mentiría mil veces más de ser necesario, antes que aceptar que no había nada más que hacer.
Thor podría mirar a Loki siempre con amor, como un ciego que ve la maravilla del mundo después de tanto tiempo… Pero ella sería quien le regresara a la realidad.
Él debía quedarse a su lado sin importar qué.
Porque su amor enfermo, y su odio eterno le impediría pensar en nada más.
Pero solo era cuestión de tiempo… Solo tiempo.
Loki Laufeyson era el dueño de Thor, y no necesitaba mover ni un solo dedo para demostrar este hecho. No necesitaba tampoco decir ni una palabra para que Thor regresara, incluso arrepentido, siempre a su lado. Claro que no.
Loki no necesitaba nada más que lanzar un suspiro para tenerlo solo para él.
Y Jane Foster aprendería, tarde o temprano, que nadie podía detener a Thor cuando se trataba de estar con su querido hermano.
Ni ella, ni nadie.
Solo era cuestión de tiempo.
Thor estaría con Loki, y no con alguien más.
Y Loki, con todo y su orgullo, esperaría por Thor.
Ellos no solo nacieron para ser reyes… Nacieron para reinar juntos.
Y tarde o temprano, eso iba pasar.