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Kommátia por HokutoSexy

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IV. CÁNCER

 

SIDE A

You turn around, so hot and dry.
You're hiding under a halo, your mouth is alive.
Get out of my way! Get out of my sight!
I'm not attracted go-go deeper tonight.
Hey, what's your word? What's your game?
I know your business but I don't know your name...

Dangerous, Roxette.

 

Desde que era un niño había sido una criatura siniestra, hijo bastardo de un capo siciliano y una de sus meretrices. Drake Maccione, gustaba de jugar en los rincones de la casa con esas luces… las luces que nadie parecía ver, sólo él, eso le gustaba, que nadie más interrumpiera sus juegos, que nadie más supiera de sus luces, cómo él las llamaba.

 

Mirella, su madre, era una mujer joven, bella, peculiarmente seductora, a todas luces una mujer acostumbrada a la buena vida y por supuesto no a las responsabilidades de tener un crío, sin embargo lo había tenido a él por conveniencia, para extorsionar al padre, y porque ella presentía que Drake no era un niño normal, lo sentía cuando latía en su vientre, sabía que ese niño sería diferente… por alguna razón tenía la seguridad de que el no nato se convertiría en un portal entre los mundos.

 

Las estrellas no mentían.

 

Su madre, y a la vez la madre de su madre, provenían de una larga estirpe de mujeres que tenían el don de leer en los astros, interpretar los signos.

 

Mirella, estaba obsesionada con la muerte, con eso que llamaban “la vida después de la muerte”, tenía una amplia colección de fotografías de estudio, de esas que durante el siglo XIX se acostumbraba conservar como último recuerdo de los difuntos, también tenía en el desván, entre los baúles de maderas finas, máscaras mortuorias de su familia.

 

Mio bambino… ven, acércate —dijo cuando Drake se escondió tras unas cajas—, ven… no tengas miedo…

 

Le tendió la blanca mano y lo atrajo, le mostró el dantesco espectáculo, observo el tránsito de la vida hacia la muerte, tal como ella lo llamaba.

 

—Un día, tú controlarás los dos mundos… lo sé… —susurró cuando sus dedos infantiles tocaron aquellos rostros de gesto descompuesto.

 

—¿Para qué las guardas, mamma? —inquirió en un hilo de voz.

 

—Algunas son como trofeos… esa de allá —le señaló una espantosa máscara de una mujer entrada en años con un rictus de dolor—, la tía Vicenza, mujer horrorosa y persignada; aquel… —esta vez le señaló el rostro de un hombre joven que tenía aspecto severo—, el primo Simone… siempre quiso arrastrarme con él hacia… en fin, algunas son un triunfo, mi triunfo sobre sus vidas miserables —comentó Mirella.

 

—Son horribles —arguyó el niño.

 

—Algún día yo estaré entre estas máscaras…

 

—¿En serio? —inquirió Drake tocando el rostro de su madre—, eres muy bonita mamma, seguramente tu máscara será hermosa…

 

—¿Lo crees?

 

—Sí.

 

—Tú tienes que preparar mi máscara… sólo tú —comentó ella acariciando su cabeza, como si fuese una charla amorosa cualquiera entre un hijo y una madre.

 

Drake nunca olvidó esas máscaras, ni esos gestos… nunca… en sus pesadillas a menudo observaba las caras de dolor de aquellas máscaras mortuorias…

 

Cuando llegó al Templo del Gran Cangrejo, el pulso le latía en las sienes, estaba rabioso, como un animal acorralado… y se sentía como uno, literal. Se llevó las manos al cabello desordenado y estuvo por tirar de él.

 

Se sirvió un vaso con agua, mismo que vació de golpe, luego otro… y al final, cuando no fue suficiente, tomó la botella de whisky y le dio un trago.

 

Maldijo el día en el que se metió con el Arconte de Piscis, con Afrodita. Lo maldijo profundamente, ante todos los dioses, con todas las palabras altisonantes que se le vinieron a la mente…

 

—Vamos, ¿qué es lo peor que puede pasar? Nadie se va a enterar… ¡Nadie! Ni siquiera es que la Cosa Nostra, vaya a venir con todos sus hijos de puta, por mí… —se dijo a sí mismo—, cabrón de mierda, afeminado de estola… —volvió a despotricar en contra de Afrodita.

 

Dentro de su peculiar concepción de la vida hasta entonces, nada habría pasado si el imbécil de Afrodita hubiese mantenido los condenados pantalones cerrados… pero visto estaba que eso era demasiado pedirle, y si de menos fuera discreto… él lo pasaría por alto… su estúpido romance con el todavía más estúpido Arconte de Tauro: Albretch…

 

—Y tal vez ese inútil seguiría vivo… ¡Já! —satirizó.

 

Cuando se observó en el espejo del baño la imagen siniestra que le devolvió le hizo proferir un chasquido con la lengua, un ojo completamente derramado, y el otro… le estaba temblando.

 

Deseaba, ante todo, empotrar al bastardo de Afrodita y su delicado culo en la cama, hasta que pidiera piedad, hasta abrirlo en canal… deseaba… hacerle pagar cara la humillación… ¡Irse a revolcar con el tarado de Tauro!

 

Por alguna razón recordó las máscaras mortuorias… hacía tanto tiempo que no las recordaba, en su niñez habían representado tantos terrores, y ahora que era un adolescente, ya ni siquiera le aterraba la idea… ya no, pensó que eran trofeos, medallas únicamente… eso había dicho ella... tragó saliva espesa con gusto a sangre y whisky, tragó la hiel que le estaba consumiendo, que siempre había estado latente y rio, acabó por carcajearse de su patético estado…

 

Caminó hacia la habitación principal del Templo del Gran Cangrejo, abrió el candado del arcón a los pies de la cama, sacó la urna de cristal que tenía envuelta en terciopelo, la descubrió despacio…

 

—¿Tú qué opinas? ¿Quieres compañía, mamma? —preguntó tranquilamente a la cabeza que estaba ahí dentro, conservada casi perfectamente, bajo rituales secretos de conservación, todavía bella, con un gesto tranquilo.

 

Esa misma noche localizó el lugar en donde Afrodita había enterrado clandestinamente el cuerpo de Albretch, seguramente un lugar que guardaba algún recuerdo cursilón… no le costó nada el apoderarse del fuego mortuorio que ardía sobre la tumba, sólo él podía verlo… agradecía eso, tener la clave para encontrar a quién fuese…

 

Regresó al refugio, a su templo… una vez ahí abrió el portal del Inframundo, abrió el camino al Yomotsu, depositó el fuego fatuo que llevaba: el alma de Albretch…

 

Congraciando aún más su obra, hizo brotar, a la orden de sus dedos, la máscara mortuoria del anterior Arconte de Tauro, en el muro de su templo, casi le conmovió su rostro doliente… casi, se acercó para observarle detenidamente.

 

—Alégrate, le dará un gusto fenomenal a Afrodita verte por aquí… si es que se acuerda, ya sabemos que le basta esto —se llevó la mano a la entrepierna, sobándose lascivamente—, para olvidar…

 

Sus risas espeluznantes llenaron el cuarto templo en medio de la noche…

 

 

SIDE B

Feeling unknown
and you"re all alone
flesh and bone
by the telephone
lift up the receiver
I"ll make you a believer
I will deliver
you know I"m a forgiver.
Reach out and touch faith
your own personal jesus
reach out and touch faith.

Personal Jesus, Depeche Mode.


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