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Kommátia por HokutoSexy

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V. LEO

 

SIDE A

It's gonna take a lot to drag me away from you
there's nothing that a hundred men or more could ever do
I bless the rains down in Africa
gonna take some time to do the things we never had.
The wild dogs cry out in the night
as they grow restless longing for some solitary company
I know that I must do what's right

Africa, Toto.

 

 

El zafarrancho comenzó por nada. El jodido melio había despertado con ánimos competitivos y le había instado a correr hasta la ciudad. Era fin de semana, por ende, el encuartelamiento era levantado para casi todos, a menos claro que tuviesen específicamente que guardar el refugio, unos cuantos se quedaban ahí por placer.

 

En cuanto Aioros le había encomendado la lista de lo que debía traer del mercado, había salido arrastrando los pies… y es que estaba completamente seguro de que la razón para encargarle esa tarea doméstica, obedecía más bien a “darle aire”, entre sus ocupaciones con Shion y las otras… las extraoficiales, a veces se sentía como una clase de estorbo, y Milo gritándole desde escaleras arriba que si lo habían lanzado a la calle, no le ayudaba.

 

Corrieron como dos críos… para fastidiarse después sobre quién había tardado más.

 

—Estás gordo Aioria… —farfulló el melio.

 

—Por supuesto que no, pedazo de animal, lo que pasa es que tú estás demasiado enclenque —refunfuñó el otro.

 

—¿Enclenque? ¡Bah! Lo dices por envidioso… —discretamente el melio bajó la vista hasta sus piernas para comprobar si es que estaba tan menudo como lo hacía sonar su compañero—, en fin, ¿qué más te falta?

 

—Queso feta, aceitunas… higos… —enlistó de memoria con el ceño fruncido.

 

En realidad los higos con miel de Ática, eran para él, desde la última vez que se había comido todos los de Aioros, enfermo como estaba del estómago, le había dicho que en adelante él mismo tendría que comprar lo que tanto le gustaba, y tardó un tiempo en juntar el poco dinero que tenía disponible para comprar un frasco.

 

—¿Higos con miel? ¿Ves? Te pondrás gordo si sigues comiendo tantos…

 

—Cierra la puta boca…

 

—Acabarás peleando con la corona y las grebas de Leo…

 

El aprendiz de Leo no le contestó nada, sólo por no seguir discutiendo estupideces que no llegaban a ningún lado. Lo ignoró, sabía que lo que más le pesaba al rubio, era que lo ignorasen.

 

Se detuvieron un momento en la entrada de un restaurante para turistas y observaron a las mujeres sirias bailar y retorcerse cadenciosamente, el melio aprovechó la distracción para quitarle el frasco de medio kilo de higos de las manos.

 

Luego corrió a toda prisa con el tesoro, mientras Aioria vociferaba como  rabioso a sus espaldas, hasta que llegaron al Teatro de Dionisio, el melio bajó los escalones de tres en tres, seguido de cerca por su compañero… y una vez en la plancha principal, empezó a arrojar el frasco hacia arriba provocando al otro.

 

—¡Joder! Milo pareces un maldito crío…

 

—Anda, ¿no me lo vas a quitar? —se burló.

 

Aioria cabreado como estaba, lanzó contra Milo un breve rayo de su puño al mismo tiempo que éste había arrojado el frasco al aire… ninguno de los dos tuvo tiempo para atraparlo… el frasco de cristal acabó por estrellarse en el piso derramando todo su contenido…

 

La mirada furibunda de Aioria dejó sin palabras a su compañero.

 

—Yo… lo siento…

 

—¡Eres un estúpido! No sé cómo es que te aguanto ¡Es más! ¡No sé cómo es que te toleran, hijo de nadie!—ladró, antes de que acabara rompiendo cada hueso de su cuerpo dio la vuelta iracundo, y lo dejó ahí plantando.

 

Milo se sintió bastante miserable.

 

Miserable por haber fastidiado a Aioria, su primer amigo, y prácticamente el único… y también fue miserable por sus palabras…

 

Poco después echó a andar, arrastrando los pies, de regreso al mercado para distraerse un poco, para tener los cojones de ir a buscarlo.

 

Aioria, por entonces, iba de regreso al Santuario, por la vereda escondida, dejó botadas las cosas que le había pedido Aioros a los pies del árbol, de su favorito, y trepó… era un gran trepador de árboles, amaba sentarse en las ramas gruesas y altas, y desde ahí sentir el viento.

 

Maldijo a Milo Kyrgiakos una vez más. Suspiró, recargó la cabeza contra el tronco y rememoró: precisamente estaba sentado en ese árbol la primera vez que vio al melio, perdido, destacaba sobre la estudiada dejadez de los demás por la presencia que le confería una distinción sobria… le cayó medianamente bien… se hicieron amigos muy pronto, y luego rebasaron juntos una frontera que tal vez hubiese sido mejor no rebasar…

 

Un día le dijo directo “Te gustan los hombres”, él lo negó y le preguntó cómo es que lo sabía, el otro simplemente dijo “No lo sabía, sólo estaba lanzando dardos a ver cuál pegaba”, ambos rieron. Lo había descubierto.

 

Después le dijo “Cierra los ojos” y muy obediente los cerró… acto seguido, lo besó en los labios, con torpeza, el acto en sí, había sido sumamente sensual.

 

—Oye… baja de ahí… —susurró una voz conocida.

 

—Estás aquí…

 

—Discúlpame… no era mi intención… —admitió.

 

—Eres un completo idiota, ¿sabes?

 

—Ya me he disculpado… ¿qué más quieres que haga? —farfulló el orgulloso aprendiz de escorpión.

 

El ateniense bajó de un salto preciso, quedó delante del melio, lo observó de cabeza a pies con aquellos ojos verde esmeralda, tan felinos, lo analizó lentamente, como sopesando si seguía furioso o no…

 

Milo, se acercó aún más, hasta que su nariz chocó con la de su compañero, buscó sus labios, despacio, cuidadoso, notaba claramente que Aioria seguía colérico, así que lo hizo con cuidado, lo besó, como otras veces había hecho, le pasó primero un brazo por los hombros, mismo que el aprendiz de Leo rechazó, aun así lo intentó, esta vez con los dos… y mientras forcejeaban, uno por tocarlo y el otro por no dejarse tocar, acabaron cayendo sobre el pasto, al pie del árbol, entre risas y un breve escarceo amoroso que no llegó a nada más que a eso: a un jugueteo.

 

Ambos observaban la copa del árbol moverse al compás del viento, ambos eran unos efebos tratando de jugar a ser mayores.

 

—Aioria…

 

—¿Qué?

 

—Me fastidia que te enojes conmigo… —confesó.

 

—Pues deja de joderme —le lanzó de inmediato.

 

—Tienes un genio de los mil carajos —respondió sacando un frasco con higos de una de las bolsas que él mismo llevaba, uno más grande que el que había roto, lo empujó hasta dejarlo a su lado—, lo siento…

 

Aioria le sonrió y negó con la cabeza.

 

Fue el rubio quien más tarde sacó una navaja de entre los pliegues de la ropa.

 

—Cuando te conocí fue aquí, saltaste de este árbol, como gato... así que… vale la pena dejar un recordatorio…

 

—¿Recordatorio de qué?

 

—Ya verás…

 

Se puso a tallar, al pie del árbol, sus iniciales en letras griegas, la “A” y la letra “M”.

 

—No sabía que ibas a declararme tu amor aquí —bromeó el ojiverde.

 

—No tonto… es un recordatorio, de que tú y yo, siempre seremos amigos… es una promesa…

 

—Siempre… toda la vida…

 

—Y después de ella…

 

—No me jodas Milo, eso es mucho tiempo de calentarme las bolas…

 

Acabaron ahogados en sus propias risas, caminaron de regreso al Santuario cuando el sol se estaba poniendo, ambas sombras se proyectaban juntas en el cenit del día, como tantos años sería de la misma forma…

 

SIDE B

If you need a friend, don't look to a stranger,
you know in the end, I'll always be there.
But when you're in doubt, and when you're in danger,
take a look all around, and I'll be there.
I'm sorry, but I'm just thinking of the right words to say.
I know they don't sound the way I planned them to be.
But if you'll wait around awhile, I'll make you fall for me,
I promise you, I promise you I will.

The promise, When in Rome.


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