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Dónde está mi tarjeta dorada por karasu

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Notas del fanfic:

Esto es breve, bebés. Intentad disfrutarlo o algo.

Notas del capitulo:

Lo he revisado, pero puede que no lo suficiente. Si hay errores decidlo, por favor, aunque me duela en el kokoro.

Ese era un sitio para homosexuales. Sí, se había metido en un prostíbulo para homosexuales.
Con los 18 recién cumplidos, había buscado el sitio en internet y había llegado con un taxi que le pareció caro.
El tipo de esa especie de recepción no lo había mirado demasiado mal al pedirle su documento de identidad. Tenía cara de niño.
Al parecer podía escoger al puto. Se había estudiado con cuidado aquellas fotos de carnet. Tipos guapos, tipos lindos, afeminados, masculinos, rubios, morenos, con el pelo de colores. Escogió a uno cualquiera, uno pelinegro con labios voluptuosos poco masculinos pero mandíbula marcada, ojos pequeños, y cejas delgadas. Le habían dado un número e indicado un pasillo que se escondía detrás de una puerta oscura.

Se había recorrido el pasillo a pasos largos pero lentos, no estaba nervioso. O quizá su corazón sí latía un poco más deprisa de lo usual. Había localizado la puerta negra, el número de habitación estaba indicado en un papel pegado el celo sobre la madera pintada. ¿En qué especie de antro se había metido? Abrió sin dudar.

El tipo no le había sorprendido. No era ni más guapo ni más feo que en la foto, simplemente era él. Estaba en pie enmedio de la habitación, esperando.

- Buenas tardes- apenas oscurecía en el exterior. La habitación no tenía ventanas. El pelinegro no había respondido, y él había ignorado su silencio.
Se le había acercado, hasta menos de un metro. Había posado su mano plana sobre el pecho de ese hombre, que sintió duro bajo la tela de esa camiseta fina de color blanco que llevaba. Había localizado ese botoncito en la superficie plana y lo había pellizcado a través de la tela, mirando al puto a la cara, y había visto la muequita que dibujaban sus labios por un instante. Había tironeado de su pezón en silencio, disfrutando de la situación. Y finalmente, con un puchero extraño, se había lanzado a la busca de la boca ajena, rodeando el cuello fuerte de ese pelinegro con sus brazos.

Por fin, estaba besando a un hombre. El sabor de su lengua, la calidez de su boca. Qué delicioso. La suavidad del interior de sus labios y el roce con sus dientes.

El beso se había acabado, y él había juntado sus bocas otra vez sin dejar a ese pelinegro respirar. Porque aquello era adictivo. Se había pegado a él, había juntado sus pechos, sus abdómenes, sus pelvis con necesidad. El otro siguiéndolo sólo lo animaba a más. Su saliva se sentía dulce y excitante en sus la labios y boca, la lengua ajena se compenetraba con la suya y le regalaba deliciosos toques y caricias húmedas.
Había colado las manos en su camiseta, sus palmas contra esa piel caliente y suave, superfície dura pero blanda. El tipo no se había quedado atrás, metiendo una mano en sus tejanos desgastados, apretando de forma suave la entrepierna del joven. Eso lo había vuelto loco, lo había calentado, excitado como nada, se había sentido crecer bajo la mano del puto. Habían roto el beso, y había dejado que ese hombre repartiera lamiditas cortas por sus labios.

Sus manos habían subido la camiseta del hombre hasta quitársela por la cabeza. Y el hombre, en venganza, lo había arrastrado hasta la cama de sábanas blancas e impolutas para abrir el cierre de sus pantalones.

-¿Eres virgen?

- Más o menos.

-Más o menos.

- Puedo hacerlo solo.

-¿Consolador?

-No he podido conseguir uno de esos, ¿Me ves yendo a una tienda de artículos eróticos y llevándome una polla de plástico? ¿Es para mi novia?- calló por unos instantes- Y tendría que esconderlo de mis padres.

Estaba sobre aquellas sábanas desconocidas, acostado, sin pantalones y con su sudadera gris, con la cabeza colgando de la cama. Empezaba a notar la sangre subiéndosele a la cabeza.
Suspiró llamando la atención del puto.

-Tengo ganas de chupar algo.

-¿Quieres chupármela?-se ofreció amablemente el trabajador.

-No, prefiero un caramelo-respondió sin immutarse ni mirar a aquel tipo.

-Chúpamela- le hablaba como un profesor de primaria paciente habla a un niño que no entiende, sonriendo y pronunciando con lentitud.

-Bueno-empezaba a estar incómodo en esa posición. Así que se levantó y avanzó gateando por la cama hasta el pelinegro arrodillado sobre el colchón, ese que le ofrecía unas deliciosas vistas de su torso de músculos suavemente marcados. Llegó ante suyo y se miró su sonrisa. Después, con la mano derecha, y sosteniéndose con la izquierda sobre la cama, tomó la goma de esos pantalones deportivos, negros y holgados que el otro cargaba. Que le hacían un culo delicioso. Bajó esa goma y se encontró con otra. Las arrastró a ambas. Aparecieron los huesos de la cadera levemente marcados, piel depilada y la base de su miembro.
Entonces sí que tuvo que quedar de rodillas para usar las dos manos para bajar esas prendas hasta los muslos del hombre, dejando también su trasero al aire. No pareció importarle.
Él miró el pene del puto unos segundos, y como un autómata sucio lo tomó con una mano, para seguir examinándolo.

- Lámelo un poco y mételo en la boca- dio cortas instrucciones el pelinegro, sin moverse.

El chico sacó la punta de su lengua para acariciar un poco de ese miembro fláccido. No pareció satisfecho con el resultado y devolvió la lengua a su boca, mojándola con su propia saliva. Y lamió aquello desde la base a la punta, humedeciéndolo. Le gustó el suspiro del puto y su sabor, uno desconocido. Se entretuvo lameteando la punta y pasando los labios toda esa extensión. En ese momento no le importaba el placer del otro, estaba explorando y lo que descubría le gustaba. Era la primera vez que tenía un pene ante su cara, al alcance de sus labios. Se sentía bien con ese trozo de carne a pocos centímetros. Abrió un poco su boquita de labios rosa en forma de "o" y la encajó con la punta del pene del pelinegro que empezaba a endurecerse, como llave en un cerrojo. Lamió esa punta detro de su boca y la succionó como pudo. Miró hacia arriba sin dejar de humedecer eso que se hinchaba en su boca y vio al pelinegro morderse el labio sonriente. Lo succionó más fuerte y lo escuchó reír en voz baja.

- ¿Bien?- preguntó el chico.

- Muy bien- dijo el hombre.

- Me gusta como sabe.

Miró por un rato ese pene, había cambiado. Aunque ya conocía aquella reacción en él mismo, era diferente. Acarició esa superfície con su índice, repasando algunas venas, y se la tragó entera. Lo atacó una arcada, coño, aquello llegaba muy al fondo. Volvió a mirar el pene del pelinegro y, terco él, lo volvió a hundir en su boca, hasta la garganta. Eso era algo desagradable. Escuchó un gemido de lo más excitante, sintió una mano en su cabeza acarciándolo y una lágrima cayendo de su ojo derecho. Usó su lengua. Succionó. Retiró su boca hasta la mitad, volvió a engullirlo todo. Sus suspiros. Sus arcadas. Lengua, saliva, labios, garganta. Esa mano apretaba su cabello y empezó a guiar su cabeza, sacarlo, meterlo, sacarlo, lamer su glande, volver a tragar. Le gustaba tener aquello entre sus labios. Aumentó el ritmo. Algo torpe se dejaba conducir por las manos que tiraban de su pelo. Los sonidos húmedos que salían de su boca y los aahh y nghh de ese tipo. Sus labios mojados. Le dolía la mandíbula. La ropa interior apretaba su erección. Caliente, caliente, caliente. Lo despertaron de su ardiente trance y miró a su acompañante intentando no preguntarle por qué lo alejaba de su polla en ese momento.

-¿Puedo hacerlo en tu boca?- ¿y qué mierda preguntaba? - Correrme en tu boca.

Sólo dirigió las pupilas hacia arriba, a esa cara algo enrojecida y sudada para meterse el miembro palpitante entre sus labios enrojecidos una vez más. Se esforzó al máximo, chupó con ganas. El caliente pelinegro empezó a mover las caderas y no pudo seguirle el ritmo. Su sabor en su boca. Le quedaba poco. Simplemente dejó que penetrara su boca, que se la follara con ímpetu. El volumen de sus gemidos había aumentado. Y él seguía sintiendo su pene apretado. Dejó resblar una mano por la cama hacia su entrepierna y se la apretó sobre esa tela. Caliente. Su gemido se perdió sobre la erección del otro. Le dolían los labios. Le dolía más la mandíbula. Sus narinas se abrían en busca de más aire, aire que no llegaba bien a los pulmones por su posición algo encogida. Eso era lo más incómodo y caliente que había hecho en su vida.

El puto de labios gordos se corrió con un "hmmmmnh" que le hizo mojar la tela elástica de su ropa interior. Algo caliente le llenaba la boca. Sabía... Pensar que era la esencia del otro le gustó. Se lo tragó. Y mantuvo el miembro en la boca, dándole aunas últimas succiones para extraer todo lo que pudiera sacar. El pelinegro gimió bajo ante eso, mientras su pecho subía y bajaba deprisa.

- ¿Te lo tragaste todo?

- Sí - se sentó en la cama en una posición más cómoda. Se le habían dormido las piernas.

- Ven aquí- pidió el puto con un movimiento de mano. Él gateó hacia él, acercó su cara a la del otro y dejó que una mano dominante en su mentón lo conduciera hasta esos labios. Se besaron, por un largo rato, entre suspiros y con cierta desesperación. Abrazado a su cuello disfrutaba de esas manos tocando todo su cuerpo, pasando por sus muslos y metiéndose bajo su sudadera, acariciándole el pecho y el abdomen, rozando sus pezones. Se sentía deseado.

El otro le subió la camiseta y sintió frío. El beso se rompió, dejándolo con los labios mojados y brillantes, y la boca del pelinegro bajó a su torso. Dejó un beso húmedo enmedio de su pecho y empezó a lamer su piel. El chico clavó la mirada en el puto, en sus ojos entrecerrados mientras pasaba la lengua por su piel muy blanca. Notaba la calidez de ese músculo juguetón, su piel siendo mojada y después esa humedad enfriándose. Le producía escalofríos. Sus pezones estaban duros. Se dejó recostar en las sábanas. Recibió más besos en el pecho. Después, una lengua juguetona en su ombligo. Ese tipo sabía cómo usar la lengua. Le estaba gustando, quería más. Justo cuando ese pensamiento se atrevió a pasar por su cabeza, el pelinegro gateó sobre suyo y se sentó sobre su pelvis con una sonrisa en los labios. El trasero, ese que se había quedado con las ganas de apretujar, quedaba sobre su semierección. El hombre se restregó contra él lamiéndose esos labios. Se movió más bruscamente, le sacó un gemido al chiquillo bajo suyo y se retiró.
Fue a sentarse a la cama. Las sábanas empezaban a arrugarse.

-Ven-susurró al que seguía tirado en el colchón, mirando el techo. Estaba pintado de un color crema, un blanco amarillento. El chico reflexionaba sobre el mal gusto que debía tener el que eligió la pintura- Bebé, ven aquí.

Se puso en cuatro perezosamente, su miembro apretujado en la ropa interior le hizo dibujar un puchero con la boca. Se esforzó en borrarlo para hablar.

-¿A quién llamas bebé?

-A ti, bebé-habló el pelinegro con una sonrisa burlona.

Se detuvo a menos de un metro de él. Sabía que deseaba que se le acercara, lo veía en sus ojos azabache. Le aguantó la mirada, aquello era la guerra.

-Bebé, ven- repitió. El bebé en concreto bajó la mirada hacia sus labios. Vio esa media sonrisa, entre burlona, seductora y sucia. Volvió a sus ojos. Ese brillo.
Y cedió porque tenía demasiadas ganas.

Se acercaba a él gateando y podía sentir la satisfacción del puto, porque la emanaba. Lo vio cruzar las piernas, sentado y esperando.

El pequeño fue recibido por los brazos del otro hombre, que abrazó su cuello y le plantó un corto beso mojado en los labios, sentándolo en el espacio entre sus piernas, mirándolo a los ojos, mordiéndole la mejilla.

Y de esa forma acabó sentado en el espacio entre sus piernas, con un brazo de ese pelinegro en su espalda que lo mantenía incorporado, y otro paseándose por su abdomen. Y de esa forma parecía un bebé. O una princesa. Y aquello le empezaba a gustar bastante. Y menos le disgustaba lo que prometía esa mirada con la que su puto lo exploraba.

La mano grande acarició su abdomen y subió a su pecho. Sin romper el contacto visual, el hombre tomó uno de sus pezones entre los dedos para juguetear con él. Lo acarició, apretó y tiró de él disfrutando de las muecas de su víctima.

- Quiero ver las caras que pones, bebé- un susurro en el oído, pequeños mordiscos en el cartílago de la oreja izquierda. Le apartó el flequillo de la cara.

El pelinegro colmaba al chico de atenciones y parecía disfrutar el verlo reaccionar. Le tocaba los pezones, le daba besos en la boca y en el cuello, le acariciaba las piernas y lo miraba a los ojos.

Y el chico suspiraba y gemía sin abrir los labios y apretaba los brazos alrededor del cuello del hombre mientras miraba esa mano recorrer su cuerpo con cierto morbo.
Y la vio descender por su abdomen y hacia su pelvis. Su respiración se aceleraba como la mano descendía. Se sentía suave y amable sobre su piel, y se sintió caliente sobre su entrepierna.

El pelinegro simplemente se detuvo ahí, miró al chico respirar entrecortadamente con la mirada fija en su mano, grande para ese cuerpo bastante pequeño, y tomó su labio inferior entre los dientes. Cerró su mano en torno de la erección de su bebé mientras le mimaba y mordisqueaba el labio inferior. Sentía el aliento del cliente en su boca. Apretó eso que tenía en la mano sobre la tela y lo escuchó gemir.

Le había bajado la ropa interior hasta medio muslo y él no se había cubierto. Ese hombre había jugueteado con su pene y lo había hecho gemir en voz baja. Ahora simplemente lo masturbaba de forma tan placentera que no podía hacer otra cosa que gemir alto y retorcerse sobre sus piernas y entre sus brazos calientes. También sentía su lengua mojándole el cuello, y los labios húmedos succionando sobre su piel. Y él no tenía donde cogerse, y esa mano lo estaba volviendo loco. Sentía que iba a explotar, sentía que no podía más, sentía que aquello era demasiado, era extraño, placentero, era locura y era insuperable.

Entonces el pelinegro se detuvo unos segundos para reacomodarlo sobre su cuerpo, con el trasero entre el espacio que dejaban sus piernas, antes cruzadas y que en ese momento se decidió a estirar. Lo movió como un títere, porque era un montoncito de carne caliente, sudada y jadeante. Por un segundo el pequeño pudo notar el bulto que se formaba en los pantalones del hombre. Hasta que este lo separó un poco de su cuerpo.
El puto volvió a pasar un brazo por su espalda para incorporarlo y pellizcó otra vez sus pezones con la mano libre. Esa mano traviesa no tardó a volver a su erección, para acariciársela lentamente.
Aceleró.
De nuevo ese ritmo que lo hacía retorcerse. Gimió un poco al oído del hombre y se tiró del pelo para hacer algo con las manos. Iba a explotar, estaba por enloquecer, sentía que no podía más, sentía que aquello era demasiado, era extraño, placentero, era locura y era insuperable...

Subió los brazos al cuello del hombre para colgarse de él y susurrarle al oído.

- P-para...- y las caricias sobre su pene se hicieron más lentas hasta desaparecer. Su miembro quedó rojo, hinchado, caliente, contra su abdomen.
El pelinegro lo miraba, miraba todo su cuerpo sudado y tembloroso y le miraba la cara sonrojada y sudada. Parecía pensativo, pero sólo intentaba contener una sonrisa.

- ¿Qué quieres, pequeño?

La respuesta era sencilla.

- Házmelo.

- Sé claro, bebé- le acarició la mejilla y apartó los mechones sudados de su cara.

- Fóllame.

- Bebé- jadeó el hombre, tocando de nuevo su miembro, pasando la mano entre el vello púbico del chico, bajando a masajear sus testículos.
Le lamió el cuello y le mordió la mejilla, buscó sus labios y coló la lengua entre ellos. Mojaron sus lenguas con la saliva ajena y movieron los labios contra los del otro con ganas. Al separarse, las bocas de ambos estaban rojas y húmedas y brillantes.

El puto entonces lo levantó de sus piernas y lo colocó en cuatro sobre las sábanas arrugadas. El pequeño se sintió caliente, ¿iban a hacerlo en esa posición? Respiraba deprisa y se sentía toda la sangre en la cara. También sintió algo de vergüenza por estar completamente desnudo.
La olvidó, pero, cuando esas manos grandes que empezaba a conocer se posaron sobre sus nalgas. El hombre las acarició y apretó de forma obscena entre suspiros. Precía disfrutar al tocarlo de esa forma, así que él también lo disfrutó.
El pelinegro jugaba a juntar y separar sus nalgas. Las apretaba con sus dedos largos. El más joven ardía.

Cuando las tuvo separadas, el puto acercó la boca a su trasero.

- ¿Qué tenemos aquí?- habló echando el aliento sobre su agujerito cerrado. Y lo lamió. Lamió esa zona sensible y repartió besos por su culo. Y el más joven tenía ganas de retorcerse y gemir alto, pero sólo apretaba las sábanas entre sus dedos y cerraba los ojos cuando creía que no podría soportarlo.

Segundos después el hombre se alejó por unos instantes, pudo escuchar cajones y sintió una sustancia fría en el trasero. La mano grande extendió eso entre sus nalgas y empezó a acariciarle. Llegaron besos a sus hombros. Alguno en el cuello. Y el pelinegro se estiró para darle otro más en la mejilla y juntar sus labios. Al besarse, se acariciaban y lamían y mordían las bocas con lentitud, y dejaban sonidos húmedos que aumentaban su temperatura un poco más. También le lamió el cuello y lo masturbó dulcemente. Pretendía relajar sus músculos y excitarlo más y lo estaba haciendo bien.

El chico escuchó el sonido de una tapa abrirse, una tapa cerrarse. Un aliento en su oído. El puto le lamió el lóbulo de la oreja derecha.

- Di tu nombre, bebé- le susurró. Tenía dos dedos mojados en lubricante entre las nalgas.

- Ruki- no quería pero temblaba.

- Yo soy Aoi- le besó la nuca y hundió el índice en su ano.

- Aaaaaaahmmm- qué bueno, qué bueno, qué bueno. Sentía ese dedo dentro suyo. Contrajo los músculos y lo apretó. La lengua de Aoi en su nalga izquierda fue la respuesta.
Al no encontrar resistencia, el pelinegro empezó a juguetear con ese dígito. Lo sacó y volvió a meter, lo movió en círculos y acarició sus paredes.
Y él sólo podía mirar las sábanas arrugadas y su sombra proyectada en ellas.
Gimió alto cuando el puto tocó su próstata. Gimió más alto cuando se la acarició con los dos dígitos que lo dilataban. Se mordió el labio hasta hacerse sangrar cuando la lengüita mojada del pelinegro sustituyó a esos dedos. Se moría de placer, de sucio placer sexual.

*   *   *   *   *   *   *   *   *   *

- Mamá, ¡he quedado con los chicos!- gritó. ¿Quiénes eran los chicos? No lo sabía. Pero salía con ellos como mínimo una vez por semana, y si no podía resistirlo, dos.
Se había puesto ropa de calle y se había cepillado un poco el pelo. Le dio un beso en la mejilla a su madre y salió.

- Ve con cuidado, Taka.

Tomó el bus que había descubierto que lo dejaba cerca del sitio, mucho más económico que un taxi. Dokidoki.


- ¿El de siempre?

- El de siempre.

- Creo que te empezaremos a hacer descuentos.

-¿Dónde está mi targeta dorada?- rió junto al recepcionista del prostíbulo.

Notas finales:

Cómo estuvo.
Hacía bastante que no escribía e hice algo raro. Por favor, errores, críticas, lo que sea... Necesito saber qué mierda he hecho, así que opinad <3
También os dejé sin pene de Aoi en culo de Ruki... ¿Lo deseáis? Si os apetece sexo adorable... ES FÁCIL. Review a karasu con el mensaje "Que follen" (puede usted añadir centarios sobre el fic y felicitarme y darme amor también para ganar puntos <3)


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