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Amor en época Edo por koru-chan

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 Amor en época Edo

 by koru

 Capítulo 11: El tormento de los demonios.

-Ruki

 

       – Ah… – Exhalé un vaho tórrido al sentir como entre mis piernas ardía de forma bulliciosa. Llevé mi zurda hacía mis labios reprimiendo aquellos sonidos emitidos sin mi consentimiento; era como si mi cuerpo autómata reaccionara de aquella forma desconocida por un deseo insano, al cual nacía en mis más recónditos sentidos.

 

Sentí unos labios húmedos en mi cuello y el calor de un aliento chocar contra mi piel, suspiré sintiendo mis sentidos agudos y como mi dermis se erizaba con cada sutil y tibio toque. Contraje mis parpados sintiendo mi pulso disparado contradiciéndome, queriendo más de aquellas sensaciones extrañas mientras una pequeña parte de mi imploraba para que todo terminara, quería despertar ya de esta pesadilla para no sentir más aquellas caricias que me estaba crispando la piel de forma… placentera.

 

Abrí mis parpados con lentitud al sentir unos dedos suaves acariciar la dermis de mis muslos, con temor y sin sentirme prisionero de mis actos, tomé el extremo de mi yukata intentando cubrir aquella piel de horrible apariencia mientras de mis ojos un torrente salino se escapaba acongojándome entre espasmos quebrados.

 

Aquel ser sobre mi se detuvo en seco, escuchando, tal vez, mis sollozos ser reprimido por mis manos temblorosas posadas en mis labios. Con la vista nublada pude apreciar un pecho musculoso descubierto frente a mis ojos y como un rostro de piel dorada se hacía notar entre aquella oscuridad nocturna. Parpadee un par de veces para enfocar mi vista cuando el dorso de su mano acarició mi mejilla de forma tan cálida y serena que mi cuerpo, en cosa de segundos, dejó de estremecerse, en cambio ahora, se sentía afiebrado y expectante.  

 

– ¿Qué… qué ocurre…? – dije en un susurro entre cortado al fijarme que estaba recostado en un futon y aquel samurái entre mis piernas. Miré a mí alrededor encontrándome con sólo espesa bruma siendo que aquel hombre,  el único  haz de luz que brillaba en aquella absurda realidad.

 

Fijé mi vista avergonzaba nuevamente en su persona cuando su rostro se acercaba al mío sin previo aviso, de forma cohibida interpuse mi diestra, la cual extrañamente no dolía, entre su pecho deleitándome con el tacto de su ardiente piel. Trague en seco sintiendo sus labios en la comisura de los míos, cerré mis ojos temblando al sentir sus caricias en mi muslo, el cual con ímpetu, anteriormente no dejaba de cubrir; Tenía miedo, pero a la vez deseo de sentir sus caricias contra mi piel sucia y fría. Egoístamente quería sentir como mi dermis revivía en cada toque suyo sin importarme siguiera si estas se manchaban con mi suciedad impregnada e imposible de limpiar.

 

Gemí entre cortado, las nuevas sensaciones que me trasmitían sus dedos paseándose con cuidado, como si mi piel se fuese a quebrar si ejercía más presión en su recorrido, eran de otro mundo. Su boca experta danzaba en un vals cautivo; lento, que mis labios, como gelatina, intentaban seguir aquel ritmo desconocido que llenaba de sensaciones mi cuerpo. Suspiré con lagrimas en los ojos cuando sus labios bajaron por mi cuello esparciendo un caminito húmedo hacía mi clavícula diestra. Se detuvo unos segundo abriéndose paso sobre mi pecho posando ambas manos sobre el borde de mi ropa almidonada de aquel yukata blanco que vestía para dormir, para jalar la tela hacía fuera dejando expuesta mi piel.

 

Sentí tanta vergüenza que él mirara mi horrible cuerpo que con recelo intenté ocultar mi piel desnuda, interponiendo mis brazos temblorosos sobre mí pecho. Giré mi cabeza hacía un costado pegando mis parpados con fuerza mientras sentía  el rosar de su lengua contra mi vientre, su actuar me hizo estremecer provocando que en un jadeo abriera mis ojos dado de lleno con su mirada dorada justo cuando posó sus labios en besó sutil sobre mi abdomen,  el cual contraje apreciando como mi piel ardía y se quemaba lentamente por dentro haciéndome sentir como mi parte baja se erguía poco a poco.

 

– Ah… Reita, por favor… no. – gemí al sentir como su lengua lamia sin reparo una de mis tetilla provocándome  espasmos  eléctrico por toda la extensión de mi columna. Cogí sus suaves cabellos color miel entre mis dedos  aprisionando sus caderas contra mis muslos, al requerir de forma desesperada más contacto y en un jadeado abatido arquee mi columna sintiendo como mi entrepierna se humedecía con una sustancia cálida…

 

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Abrí mis ojos de par en par, mi respiración se esbozaba entrecortado, sentía mi cara roja y un malestar viscoso entre mis piernas. Trague sintiéndome sediento mientras me sentaba en aquel futon percatándome que ya era de día, jalé mis cabellos rubios y alborotas hacía atrás despejando mi frente acalorada y sudorosa mientras buscaba con la mirada  un vaso de agua que había dejado sobre una mesita la noche anterior, y como si hubiera estado días  sin beber una gota de aquel vital liquido me lancé a coger la fría cerámica color verde entre mi mano y de un trago me bebí todo su contenido. Posicioné el recipiente de vuelta en su lugar mientras alzaba las mantas sintiendo mis piernas pegajosas. Con las mejillas encendidas vi como mis muslos estaban impregnados con una sustancia blanquecina. Abrí mi ropa para introducir mis dedos sintiendo la viscosidad de aquel extraño liquido provenir de mi pene.

 

Miré mis dedos humedecidos con aquel liquido de espesa apariencia, sintiendo, de forma paulatina, como mi vista se nublaba con un llanto incontrolable. Mordí mi labio inferior reprimiendo cualquier sonido lastimero que esbozase mi garganta. Me sentía tan sucio y asquiento ¿Cómo podía sentir aquellas sensaciones tan bajas? ¿Me había convertido en uno de ellos de pensamientos lascivos y obscenos?

 

Abracé mis rodillas con mi zurda sintiendo como la ropa de me adhería a mi vientre y mis piernas desnudas de humedecían con mis lagrimas saladas.

 

Podía sentir como claramente mi corazón un estaba exaltado y como rememoraba con detalle cada acción vivida por mi subconsciente, aquel acto que con aberración revivía noche tras noche ahora se transformaba en un deseo ¿Gustoso…? ¿Quería ser tocado por aquellas manos y acariciados por aquellos labios privados de libertad?

 

Sollocé con impotencia, ¿De verdad quería sentirme ultrajado de nuevo? Temblé de la cabeza a los pies sintiendo mi pecho oprimido por los recuerdos que taladraban mi mente a cada minuto mientras escondía mi rostro entre mis rodillas aterrado por aquellos memorias tatuados a fuego vivo.

 

Ensimismado en mi pensamiento escuché como tocaban la marquesina de madera fuera del cuarto en el cual dormía todas las noches.

 

– A-adelante. – esbocé cohibido tapándome los muslos con las mantas nuevamente ocultando mi vergonzosa realidad mientras con mis mangas limpiaba mis ojos aguados.

 

– Buenos días… – Saludó aquel pomposo pelinegro, el cual portaba un simple, pero elegante yukata con un tapado sobrio azul marino y pequeños detalles en dorado. Su mirada extrañada se fijó en el único ser que se encontraba en aquel cuarto mientras se adentraba a paso lento fijando sumo análisis de mi estado. Descendí mi mirar percibiendo como se situaba junto a mi cama. Examinó mi rostro un par de segundos y luego estiró sus dedos con el objetivo de posarlos en mi frente, en un movimiento atento de mis reflejó me alejé de él bajando la cabeza mientras secaba el reguero de lagrimas aun posada en mis mejillas. – Tranquilo, sólo quiero saber si no estás afiebrado. ¿Estarás enfermo? Te ves muy acalorado. – habló dándome a entender que no debía temer de él ni de nadie de aquella mansión, pero aunque intentaba creer en sus buenas intenciones mi mente me atormentaba con el miedo y terror de aquellos demonios que no se querían quedar en el olvido; temía volver a vivir lo mismo. Cerré uno de mis ojos al sentir su tacto frio en mi febril rostro una vez que dispuso su pálida mano en frente y un suspiro se escapaba de mis labios.

 

– No lo sé… – exclamé en voz baja seguido de una exhalación quebrada. Aquel hombre me miró extrañado por mi ambigua respuesta, pero como siempre, nunca preguntaba más allá de lo debido.  

 

– Le diré al médico que te venga a examinar, ¿sí? – abrí mis ojos recordando aquel viscoso inconveniente y en un apresurado reaccionar tomé la muñeca de aquel importante hombre.

 

– ¡A-ah…! Primero… me gustaría bañarme…– imploré atropelladamente avergonzándome de mis actos al instante que vi mi mano sobre su brazo, en cosa de segundos la quité percatándome de mis acciones delatoras.

 

– ¿Seguro que éstas bien? – asentí a sus palabras preocupadas bajo su mirar inquisitivo.

 

– Sólo me quiero bañar, estoy algo… sudoroso. – dije en voz baja tímido ocultando la mitad de los hechos.

 

– Claro, cuando termines ve al cuarto de Reita, le diré al médico que te revise después de atender su lesión. – asentí quedándome inmóvil bajo las mantas viendo como de forma tranquila sus pasos me dejaban atrás. Tomó la madera con sumo protocolo para abrirla y cerrarla de la misma forma, dejando apenas una silueta translucida grisease lucir tras el shoji tradicional. Permaneció unos segundos fuera, estático, para luego marcharse en dirección desconocida en un pausado andar.

 

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Miré mi reflejo escuálido en aquel espejo frente a mí, mi cabello rubio caía sobre mi ojo izquierdo con suma pesadez, mis ojos se encontraban rojos y rastros violáceos adornaban mi translucida piel. Cogí el cuello de mi yukata abriéndola para deslizarla sobre mis hombros, la prenda descendió encontrándome con un cuerpo, el cual detestaba ver. Esbocé una mueca de asco hacía mi reflejo mientras cubría pudoroso mi cuerpo con una toalla a pesar que nadie más se encontraba junto a mí.

 

Tomé un recipiente madera con agua tibia junto a una barra de jabón y un paño de menor tamaño, me adentré, abriéndome paso atreves de una puerta corrediza, hasta un espacioso lugar bañado de un cálido vapor. Me senté en un banquillo y con  especial ímpetu fregué cada rincón de mi cuerpo sin importarme el dolor latente que poseía mi piel aun sin sanar del todo.

 

Tomé agua de una gran bañera para verter, con el mismo recipiente de madera, aquel liquido sobre mi desnudes enjuagando desde la cabeza hacía los pies sintiéndome como si estuviese al aire libre con una cascada sobre la nuca deleitándome con ella como si fuese una tarde calurosa de verano. Vi como las gotitas de agua serpenteaban por mi cuerpo como si fueres pequeños ríos y como si las gotas de mi cabello fuesen el roció matutino caer de un flor marchita reviviéndola un poco de su agonía. El agua sucia se perdió bajo unas rendijas justo al tocar el suelo de porcelana pulcra. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi piel se erizó al percibir la falta de calor, con rapidez y tras un estornudo tomé una fina tela para posarla en mi cuerpo vaporoso.

 

Tomé una prenda de color azul apetrolado colocándola sobre el género blanco de la ropa interior, ordené mis cabellos húmedos secándolos mientras apreciaba mi rostro frente a un espejo con una fina capa de vaho, evalúe como mi piel estaba amarillenta o verdosa donde antes estaba violáceo oscuro, aun tenía heridas sin cicatrizar y moretones sin cambiar su estado negrusco, suspiré  apartando la mirada del espejo sintiendo como todo pasaba con lentitud, pero mi alma aun no sanaba; se abría y sangraba cada noche cuando el silencio y la soledad sobraba.

 

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Caminé a paso lento, no quería llegar a su cuarto, me sentía avergonzado por mi torpeza aquella madrugada y por aquel sueño insano que él había sido protagonista. Sentí como mi cara ardía cuando me situé a las afueras de las puertas corredizas que daban a aquella alcoba, tragué duro mientras suspiraba con los ojos cerrados e impulsaba mi zurda en forma de puño hacía la madera para golpear tres veces de forma rítmica la delicada puerta frente a mí.

 

– Adelante. – escuché la voz del médico provenir de algún lugar dentro de la habitación.

 

– Permiso… – hablé en un susurro con la vista clavaba en el tatami. – Bu… bueno días. – hice una inclinación de mi tronco con suma educación hacía los presentes intentando, lo más posible, ocultar mi rostro encendido de los presentes.

 

– ¿Por qué tanta formalidad? Pasa. – Sentí su gruesa voz viajar en rítmicas y guturales ondas las cuales penetraron mis tímpanos como una caría aterciopelada. Alcé mi vista levemente percatándome de su posición sentada sobre un futon y como se disponía a quietarse el yukata ligero que posaba sobre sus hombros ya abierto mostrando gran parte de su piel expuesta hacía los presentes, me miró y yo aparté mis vista cohibido, fijándola, esta vez hacía el médico, quien disponía los implementos necesarios para revisar aquella herida que le traía problemas a aquel samurái de mirada penetrante.

 

Bajé levemente mi mirada nerviosa sin saber en qué sitio posarla, tenía a aquel samurái frente a mi desnudo, su vendaje cauteloso cubría con ímpetu su dorso, el cual se notaba fuerte y fibroso, su pecho oscilaba en un respirar tranquilo y el color de su rostro se percibía lozano y repuesto.

 

– El señor Aoi me dijo que estabas un tanto enfermo, me ayudas aquí y luego te reviso, ¿sí? – desvié mi mirada de su escrutinio deleitar soporífero mientras asentía hacía las palabras de aquel hombre de mayor edad. Dirigí mis pasos hacía la cama del dueño de aquella habitación para acercarme a cooperar en aquella tarea. Me arrodillé junto a aquel rubio mientras desviaba mi mirada hacía la cama vacía a un lado suyo, percatándome que su esposa no se encontraba en el lugar.

 

– Ruki, ven. Ayúdame a quitar las vendas mientras voy por agua caliente. – requirió mientras alzaba su cuerpo cansino y desviaba sus pisadas descalzas hasta la puerta de teca, la cual abrió y sin modular palabra alguna salió del enorme cuarto dejándonos a ambos sometidos en un elipsis palpable provocando que una corriente nerviosa recorriera mi cuerpo.

 

Suspiré alzándome de mi posición y caminé hasta posarme frente a aquel samurái mal herido.  Osé, de forma irrespetuosa, al posar mí mirada tímida sobre su piel tostada; desnuda que se mostraba altiva frente a mí. Mi inspección observó con detalle cada una de las cicatrices que relucían como un pergamino valioso el cual mostraba su historia en aquel lienzo brillante bajo la luz generosa de aquella mañana. Su pecho subía y bajaba mientras con temor acerqué una de mis manos hacía la tela blanca de algodón delgado, la cual adornaba su pecho. Pasé mi lengua sobre mis labios con suma lentitud, intentando que mis pulsaciones no se agitaran en aquel momento en el cual me dedicaba a una delicada y específica tarea. Toqué su piel lozana con mis dedos temblorosos enfocándome en aquella simple labor que estaba revolucionado todos mis sentidos

 

– Tienes las manos frías. – su voz sonó más ronca de lo normal. Aparté mis dedos de su tez dorada para cubrir mis labios sintiendo mis mejillas arder mientras alzaba un poco mis ojos para observar sus rostro, el cual sus cabellos miel cubrían parte de su rostro; su mirar estaba clavado en mí, como si me analizase cuidadosamente.

 

– Lo siento… – exclamé concentrándome en lo que me habían encargo hacer. Me dispuse a tomar un extremo de los vendaje enrollando la tela levemente manchada de sangre haciendo, que sin querer, mis dedos rosasen con su piel cálida. Sentí mi respiración agitada y nuevamente un ardor bullir de mis entrañas. Suspiré dejando el primer trozo de tela sobre un recipiente. Me alcé levemente de mis talones para coger un extremo, el cual cruzaba por su pecho hasta su hombro derecho, tomé la tela entre mis dedos sintiendo, el respirar cálido de Reita, chocar en cuello haciéndome estremecer, cerré mis ojos apaciguando aquellas nuevas sensaciones que recorría mi piel erizándose. Giré mi rostro encontrándome con su agudo mirar el cual agitó mis sentidos junto a un cosquilleo nervioso en mi vientre.

 

Intenté mantener mis pensamientos en blanco queriendo mantenerme concentrado en aquella simple labor, pero el tener su torso desnudo frente a mi me hacía rememorar aquel extraño sueño vivido horas atrás.

 

– Dame tu mano. – dijo atrayendo mi atención. Pestañe un par de veces en mi sitio viendo como extendía sus masculinas manos frente a mí, lo observé unos segundos sin entender a lo que se refería.

 

– ¿Para qué? – dudé extendiéndole mi zurda para posarla sobre sus palmas tibias. Me atreví a alzar la vista y una mirada parda me miraba hipnotizada sin una expresión en su rostro.

 

– Para esto… –  dijo mientras frotaba mi mano entre sus palmas con delicadeza transmitiéndome su calor. Miré su rostro viendo como sus labios rosados mostraban una dulce sonrisa y su mirada castaña se posaba en mi rostro sonrojado y cohibido por sus actos. Miré hacía mi lado derecho intentando, suavemente deshacer aquel dulce toque se sus manos contra la mía, mi corazón se había acelerado de tal forma que no pude evitar exhalar extasiado sintiendo como mis dedos se apartaban se aquella calidez. Suspiré cuando vi mi mano nuevamente sobre mi regazo y como se enfriaba poco a poco.

 

Sentí como alzaban con delicadeza mi mentón y sin previo aviso unos aterciopelados labios masajear los míos en un rose tímido. Abrí enormemente mis ojos sintiendo nuestros alientos calientes  mezclarse, aprecié como una de sus manos cogía mi nuca mientras yo estaba estático con los ojos abiertos como plato sin saber qué hacer; mis labios temblaban estampados contra los suyos mientras  escuchaba húmedos sonidos del chocar de nuestras bocas. Percibí como su mano descendía de mi nuca acariciando mi pecho en su recorrido hasta posarla en mi cintura atrayendo mi cuerpo paralizado al suyo desnudo.

 

Contaje mis parpados interponiendo mi palma izquierda contra su pecho mientras giraba estupefacto mi rostro sintiendo como un hilito de saliva colgada de mis labios calientes y palpitantes.  

 

Mi respirar estaba entre cortado, sentía dificultoso como el oxigeno me escaseaba y mi respirar se esbozaba duro. Reita deslizó suavemente su mano por mi rostro sintiendo un reguero ardiente donde él seguía aquel camino hasta terminar en mis labios, giré mi rostro carmín al sentir como su dedo pulgar secaba aquella piel roja y húmeda después de recibir, sorpresivo, sus labios sobre los míos.

 

Con cuidado me alejé de él, retrocediendo en mi misma posición liado de aquella extraña situación. Me alcé aun con mí respirar entre cortado, sintiendo como mis rodillas temblaban como si fuesen una gelatina. Con la mirada clavada, en los labios del rubio viendo como articulaba algunas palabras incomprensibles por mi cegado actuar de movimientos y pensamientos inútiles, retrocedí hasta tocar con mi espalda el shoji esforzándoseme por pasar hacía mis pulmones el aire necesario, sentía que desfallecería en cualquier minuto; mi cabeza daba vueltas.

 

Giré mi cuerpo apegando mi frente en la madera mientras posaba mi zurda temblorosa sobre la madera deslizando esta con cuidado.

 

–Ruki…– Escuché su voz celestial como una dulce caricia, mas simplemente me dediqué a salir de aquel acalorado sito con el respirar erróneo,  las mejillas tórridas y un cosquilleo que revoloteaba mi vientre y mi pecho. Suspiré viendo como la figura longeva de aquel médico caminaba por el pasillo junto a aquella hermosa mujer, la cual posaba las manos en su vientre abultado con notoria ternura maternal. Sequé aquel reguero con mis puños, que sin mi permiso inundaba mis mejillas.

 

– Ruki, ¿Qué tienes? ¿Estás bien? –  Escuché al médico a mis espaldas mientas me giraba sobre mis talones en una marcha desesperada por huir de mis demonios y deseos erróneos.

 

 

 

 

Notas finales:

¡Hola!

Espero de verdad que les haya gustado el capítulo de hoy C:

Gracias por seguir mi fic y esperar mi actualización con ancias y sobretodo GRACIAS por sus simpre fieles reiviews, saben que me alimento de su amor, que las leida de un fanfic suban simpre es bueno, pero que esas personitas se den el tiempito de escribirte es mágico, de verdad gracias♥

Espero que nos leamos pronto, bye! :D

 

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