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El misterio de Castiel por Calabaza

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Cuando Dean bajó a buscar sus galletas se encontró a Richie en el teléfono, con una sonrisa enorme y sucia de migajas y chocolate.

—Sí, ma, estoy bien. Sí, me estoy divirtiendo. Sí, estoy haciendo mis tareas. ¿Qué? Estoy comiendo galletas… si, comimos hace rato… maaa… es solo una … Sí, yo también te extraño.

Dean fue a sentarse junto a Sam, que estaba tumbado en el sofá, mirando la televisión con aire indolente y la boca llena de galletas.

— ¿Qué pasa? —preguntó masticando ruidosamente cuando al ver la cara de Dean supo que le ocurría algo.

—No mastiques con la boca abierta, cerdo.

—Oh ¿Te da asco? ….Ahhhh, mira, miraaaa…— Sam abrió la boca y le mostró a Dean la lengua llena de masa de galletas.

—No… cierra…—Dean trataba de empujarlo para alejarlo y finalmente Sam cayó hacia atrás, entre los cojines, tosiendo porque había tragado mal y soltando carcajadas a intervalos.

—Ni siquiera es gracioso. —dijo Dean, riéndose también. —Eres un imbécil.

—Y tú eres el hermano de un imbécil, lo que te hace un imbécil mayor.

—Sí, sólo porque eres tan enano y flacucho que no te cabe más imbecilidad dentro. —la risa de Dean fue apagándose lentamente mientras la voz de Richie en el teléfono iba aumentando de volumen. Al final no tuvo más ganas de reírse y se quedó mirando a la pantalla del televisor sin poner atención a lo que veía.

—Ya llamará, Dean.

—Sí, ya llamará, ya vendrá, cuando esté menos ocupado…

Escuchar a Richie hablar con su madre le había hecho a él recordar que su padre no les había llamado ni una sola vez desde su partida. Era algo cada vez más normal el no telefonear y no llegar cuando decía que lo haría. Dean creía que era porque ya estaban grandes y John no necesitaba estar al pendiente de ellos todo el tiempo como antes. Pues bien, él podía ser casi todo un hombre a sus once años, pero eso no le hacía desear menos el poder hablar con su papá, aunque fuera un solo minuto para saber que estaba bien. Se preocupaba mucho por él y de pronto eso le hacía sentir muy enojado porque estaba harto de sentirse lleno de incertidumbre y temor todo el tiempo.

—Ya llamará.

 

Por la noche, cuando se preparaban para dormir, Sam echó en falta uno de sus libros. En realidad a Dean le había sorprendido que no se diera cuenta antes, siendo el maniático del orden que era, porque normalmente no podía mover las cosas sin que Sam se pusiera a gritar que dejara las cosas en el lugar de dónde las había tomado. “¿En serio, Sam? Es un sucio cuarto de hotel ¿Qué importa en dónde deje las cosas?” “Es un SUCIO cuarto de hotel porque no puedes mantenerlo en orden.”

Así que cuando Sam asomó su pequeña carita enfurruñada en la litera de arriba, Dean ya sabía más o menos de qué iba el asunto.

—Me falta un libro.

— ¿Me ves leyendo acaso?

—Richie ¿Tomaste uno de mis libros? — dijo Sam, volviéndose hacia Richie y hablándole con una voz menos tenebrosa que la que había usado contra su propio hermano.

—No.

—Él no fue, Dean, así que quedas tú.

—Bien, fui yo. Necesitaba un libro para Castiel y pensé que no te importaría  que tomara ese porque ya lo has leído muchas veces.

—Porque es mi favorito.

—Bueno, te lo voy a devolver luego. No hagas drama, princesa.

Sam le sacó la lengua y luego Dean lo vio desaparecer de su vista y le escuchó tumbándose en su propia cama.

—No importa, puede tenerlo si le gusta.

— ¿En serio?

—Me lo sé de memoria. Además Castiel me cae bien, así si lo quiere puede quedárselo.

Dean se asomó a la litera de abajo y vio a su hermanito con la cabeza hundida en otro de sus libros. En realidad uno que no le había visto antes, grande, gordo, con una portada gruesa color negro maltratada por la humedad y llena de símbolos pintados en un desgastado color dorado.

— ¿Qué estás leyendo ahora?

—Un bestiario.

— ¿Un bestiario?

—Es un compendio de criaturas mitológicas.

—Sé lo que es, nerd. Lo que quiero saber es ¿De dónde lo sacaste? ¿Lo compraste en la librería?

—No. Lo encontré en el granero. Hay una caja llena de libros aunque  la mayoría son cosas aburridas de computadoras.

—Oigan ¿En dónde está Castiel? — interrumpió Richie desde su cama.

—Ah…

No lo habían visto en toda la tarde después del juego de la tienda imaginaria, así que Dean fue el primer en ofrecerse voluntario para ir a buscarlo, y lo encontró en el último lugar en que le había visto, que era la habitación de Ellen. Castiel ya estaba dormido, enroscado sobre sí mismo como un gato, con Jo acurrucada a su lado. Se veían muy a gusto y a Dean le alegró darse cuenta de que a Castiel no le incomodaba la presencia de la niña, después de todo eran algo así como hermanos desde que Ellen había decidido adoptar al chico, y era bueno saber que Castiel no estaba realmente tan solo como había creído en un principio. Con esos pensamientos en su cabeza, cerró la puerta con cuidado y volvió a su propia habitación.

 

Despertó con el sonido de un trueno reverberando en sus oídos. A pesar de lo despejada y tranquila que había sido la tarde de aquel día, ahí estaba de nuevo la tormenta nocturna, incansable y rabiosamente ruidosa. Si no fuera porque era solo agua abría jurado que estaba furiosa.

—No más lluvia, por favor. — gruñó adormilado, dándose la vuelta sobre la cama y topándose con que alguien más le hacía compañía. —Cas. —susurró.

Los ojos de Castiel le miraban fijamente, un poco suplicantes con las cejas curvadas hacia abajo y entrecejo arrugado.

— Hey ¿Estás bien?

—La lluvia…

—Sí, lo sé. Ven. —Dean levantó la cobija para hacerle lugar al otro chico. —Creí que ibas a quedarte con Ellen y Jo.

—Prefiero quedarme aquí. Tú haces que las voces se escuchen menos.

Dean le miró confundido esperando que Castiel explicara por sí mismo cómo era eso, pero el otro niño se quedó callado, todavía mirándole, como si temiera perderle de vista.

— ¿Yo? ¿Por qué? —se atrevió a preguntar finalmente.

—No lo sé. Cuando tú estás… es como si las voces se alejaran y casi no puedo oírlas. Están ahí, pero es… solo ruido. Creo que las ahuyentas.

—Umh…

Aquella había sido una declaración completamente inesperada que a Dean le pareció muy extraña, y al mismo tiempo le causó un secreto regocijo que creció en su pecho, porque esas palabras significaban que él podía hacer algo respecto al problema de Castiel. Él, de alguna forma podía ayudarle a que las voces que le daban miedo le dejaran en paz, y eso era algo muy bueno, porque a Dean le gustaba sentirse útil y proteger a quienes le necesitaban y era algo que había crecido en él desde muy joven, así que la idea de poder hacer algo bueno por aquel chico le gustaba mucho.

—Eso es genial, Cas. ¿Qué tengo que hacer… para que se alejen? — preguntó luego, pues en realidad no sabía muy bien qué era exactamente lo que estaba haciendo para mantener a las voces lejos. A él le parecía que no había hecho nada especial.

Notó entonces como la mano de Castiel se deslizaba en su dirección sobre el colchón y supo enseguida lo que eso significaba, así que puso su mano sobre la de él y la apretó.

—Sólo tienes que estar cerca.

—Aquí estoy. Haré lo posible por hacer que las voces se vayan ¿De acuerdo?

—De acuerdo. — murmuró Castiel como respuesta y sus ojos se cerraron. Dean pensó que se había quedado dormido muy pronto, podía escuchar su respiración acompasada y sentía el calor de su mano. Presionó un poco más su agarre, deseando poder hacer algo más por él, y al mismo tiempo sintiéndose reconfortado por su presencia. Después de todo también a él le resultaba agradable la presencia de Castiel, aun cuando era callado y constantemente parecía quedarse atrás o apartado en algún rincón, de alguna manera las cosas eran mejores cuando él estaba cerca, más divertidas, más interesantes, porque reaccionaba a todo de una forma que siempre llamaba la atención a Dean. Solía extrañarse por los asuntos más simples, y en otras ocasiones parecía dar por sentado cosas complejas. Y a veces al hablar con él a Dean no le parecía que estuviera conversando con otro niño, si no con alguien más viejo. Sam a veces parecía mayor de lo que era porque le gustaba usar términos complicados al hablar (nada de qué extrañarse que con todo lo que leía tuviera aquel vocabulario) y porque tenía manías de ancianito amargado como cuando reñía con su hermano por el orden y la limpieza, o porque llegaba tarde, y a veces porque se olvidaba la bufanda cuando hacía frío (como fuera, a Dean usar bufandas no le gustaba ni aunque estuviera nevando), pero así como refunfuñaba a momentos, al siguiente podía estar haciendo burbujas de saliva con la boca y lanzándose sobre Dean en algún intento fallido de aplicarle una llave de lucha que acababa de ver en la tele. Si, Sam podía ser maduro para su edad pero seguía siendo un crío. Y Castiel, bueno, no era que actuara como un adulto, pero tampoco lo hacía mucho como un niño, era más como una persona sin edad que se veía como un chico.  Excepto por momentos como esos, cuando le parecía mucho más pequeño de lo que era, temblado asustado de sus voces y los relámpagos, con su diminuta manita agarrada a él, entonces Castiel le parecía muy joven y le recordaba al Sam que se metía a su cama por las noches porque tenía miedo, y no podía evitar sentir un afán protector hacía él.

Y luego de lo que acababa de decirle, aquello de que él podía hacer que las voces se alejara, ese deseo de protegerlo se había fortalecido. Si necesitaba su ayuda no podía fallarle.

En ese momento, Castiel, a quien no había dejado de mirar desde que había cerrado los ojos, volvió a abrirlos, lo que sacó a Dean de su ensimismamiento.

—Dean, no tienes que preocuparte tanto. —dijo en voz baja y Dean sintió frío en el estómago al pensar que Castiel podía leer lo que le pasaba por la mente, cosa que no le parecía difícil de creer.

—Umh… Cas.

— ¿Si?

— ¿Puedes saber lo que estoy pensando ahora mismo?

Castiel guardó silencio. Aún tenía los ojos bien abiertos y estuvo sin parpadear por tanto tiempo que daba la impresión de ser una muñeca con pupilas de cristal. Finalmente tomó aire y respondió con un simple “No”.

¿Por qué tenía que pensarlo tanto de todas formas?

—Umh…el día que no encontrábamos a Jo ¿Cómo supiste en dónde estaba escondida?

—Sólo lo supe, así como tú sabes que hay estrellas en el cielo aunque no puedas verlas porque está nublado. — explicó Castiel como si se tratara de algo muy obvio, aunque Dean no comprendía lo que aquellas palabras significaban.

—Entonces ¿Tienes súper poderes?

— ¿Súper poderes?

—Si, como ver y oír cosas que otros no pueden, por ejemplo.

— ¿Cómo escuchar las voces en las nubes?

—Pues… sí. Supongo.

—Entonces creo que tengo súper poderes. ¿Eso es malo?

— Pues…no. ¿Cómo va a ser malo? Es genial, los súper héroes tienen súper poderes. Y en los comics, cuando alguien tiene poderes a veces le cuesta trabajo controlarlos al principio, hasta que logra acostumbrarse. Eso es lo que tienes que hacer, aprender a controlarlos.

— ¿Cómo?

—Pues… no sé. Pero ya sabes que yo te voy a ayudar.

Hizo una nota mental de que tenía que averiguar algo sobre poderes psíquicos y ese tipo de cosas, aunque no estaba muy seguro de por dónde empezar.

En cuanto tuvo oportunidad al día siguiente de acercarse a Ash y preguntarle, lo hizo.

Ash estaba en el desván. El desván que era el único lugar dentro de la casa al que ninguno de los niños tenía permitido entrar sin compañía de un adulto responsable. En el desván estaban guardadas todavía algunas viejas pertenencias de los dueños anteriores de la casa, y algunas otras de Ellen de las que todavía no se decidía a deshacerse, como feas pinturas de frutas y flores, una televisión antigua que no servía, la ropa de su esposo, y algunas otras cosas que había  sido de Bill Harvelle en vida.

Se suponía que Ash estaba trabajando en la ventana, poniendo nuevo sellador en las orillas ya que estaba  dejando que la lluvia se colara dentro, lo que provocaba que toda la habitación apestara a humedad y que la madera del piso se estuviera estropeando, pero cuando Dean se acercó lo encontró ocioso, sentado completamente fuera de la ventana, sobre el tejado.

—Ash.

— ¡Hola! ¿Qué tal todo? —saludó Ash, girando la cabeza para mirar al niño que se asomaba por la ventana. Dean miró el paisaje, verde y mojado, brillante por el sol que ya salía y hacía que todo se viera más claro y limpio. El cielo estaba maravillosamente azul y despejado, y había una brisilla fresca que invitaba a salir y pasar el día vagando.

Se encaramó al alfeizar de la ventana para ver mejor.

—Sólo quédate dentro, chico. Sabes que el tejado es territorio prohibido para los menores de edad.

—Sí, sí, ya sé. —respondió Dean chasqueando la lengua. —Oye, Ash…

— ¿Nh?

—Tú… Tú sabes mucho del mundo de los cazadores ¿No?

—Pues…— Ash se encogió de hombros y dejó caer la cabeza sobre uno de sus hombros —Algunas cosas.

— ¿Sabes algo sobre personas con poderes mentales?

— ¿Cómo telequinesis y eso?

—Como gente que puede escuchar y ver cosas que otros no pueden. Bueno, sobre todo escuchar.

—Umh, no sé mucho del tema. ¿Qué es lo que quieres saber?

Dean se mordió los labios, pensativo por unos instantes y luego dijo: — Si alguien tiene ese tipo de poder ¿Cómo lo controla? ¿Hay personas que enseñan cómo hacerlo?

—Pues supongo que alguien con experiencia puede enseñarle a un principiante, es algo para lo que se necesita estudiar, ya sabes, hay técnicas, meditación, bolas de cristal. Tienes que saber controlar tu mente y enfocarte en lo que estás percibiendo, y luego de eso, tienes que saber cómo descifrarlo.

— ¿Tú sabes cómo hacer eso?

— ¿Yo? Ahaha, nah, no es mi área. ¿Por qué el repentino interés?

—Por nada, sólo por conversar. Voy a desayunar. —dijo el niño, bajándose de la ventana y yendo hacia la puerta. —Nos vemos.

—Claro. Suerte con eso, sea lo que sea.

El clima estaba tan estupendo que se pasaron el día afuera jugando, excepto por Jo, a quien aún no se le permitía salir de la cama, muy a su pesar y aunque había hecho una pataleta ejemplar y había llorado a mares. Por eso mismo  los chicos volvieron temprano a casa y le hicieron compañía, todos sentados sobre la cama jugando parchís  hasta que Ellen los llamó para la sesión de estudios cuando comenzaba a caer la noche.

Se acomodaron en la sala como era la costumbre. Ellen se sentó con Castiel en el sofá, intentando que el chico leyera algunas palabras. Castiel reconocía todas las letras del alfabeto y podía nombrarlas con facilidad, pero el descifrar lo que decían más de una letra a la vez parecía confundirlo. Ya lucía algo frustrado cuando Ellen le dijo que tomara un descanso mientras ella hacía la cena.

—A mí también me costó mucho aprender a leer. Aunque las matemáticas se me dan peor. —dijo Richie, en un intento de mostrarle apoyo moral.

—Algunos se tardan más en aprender, pero vas a poder hacerlo tarde o temprano. — agregó Dean levantándose de su lugar frente a la mesita de centro para ir a sentarse junto a Castiel. —No te desanimes. Además, cuando puedas hacerlo ya no vas a tener que esperar a que otros te lean, y podrás devorarte los libros como Sam.

Sam sonrió, y entonces Dean recordó el libro que su hermano le había dejado para Castiel, así que sin decir nada subió en carrera por las escaleras.

—Gohulim…toltorg.

Sam apartó la vista de su lectura y se encontró con que Castiel lo estaba viendo fijamente, por un momento creyó que le había hablado a él pero no estaba seguro de lo que había dicho.

— ¿Ah?

—Eso es… criatura de la tierra. —dijo Castiel, todavía mirándole.

— ¿Qué?

—El libro que habla de las criaturas de la tierra, del fuego, del agua y del aire. —Castiel se levantó del sofá, caminó hasta donde estaba Sam y acercó su mano al libro que estaba leyendo, pasando  los dedos por el encuadernado. El libro era el bestiario que Sam había encontrado en el granero. —Eso es lo que dice.

— ¿Puedes leerlo? —preguntó Sam con extrañeza, levantando el libro hacia el otro chico.

—Entiendo lo que dice. Sólo esta parte. —respondió, siguiendo con la punta de un dedo una línea de símbolos.

— ¡Dean! ¡Castiel puede leer! —anunció un emocionado Sammy cuando su hermano mayor volvía a la estancia.

Notas finales:

Feliz jueves~


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