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El misterio de Castiel por Calabaza

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El tema de lo ocurrido en la granja Harvelle no volvió a ser tema de conversación. Para los Winchester la vida en el camino seguía siendo en apariencia la misma que era antes del accidente, excepto que todo se había vuelto más difícil. Los días pasaban largos y tediosos, como si nada de aquello  hubiera ocurrido, pero todo se sentía distinto.  La tristeza y el dolor no se disipaban, y poco a poco iban fundiéndose con la rutina hasta que los chicos ya no pensaban tan seguido en ello y comenzaban a dejar de ser conscientes de la continua presión en el pecho, a la tensión constante en el aire que simplemente se había convertido en otra parte de ellos y de su rutina. Era Sammy el que a veces rompía esa tensión mencionando ocasionalmente a Jo o Ash, o a Castiel, mirando de soslayo a Dean mientras le preguntaba si creía que iban a estar bien. Pero al final Dean siempre buscaba cambiar de tema.

Luego de su partida precipitada de la casa de Bobby, a Dean le tomó algún tiempo decidirse a llamarle por teléfono y pedirle la dirección del hospital en que tenían internado a Castiel, y aunque no estaba muy convencido de ello, el hombre terminó por acceder y darle la información que quería, no sin antes advertirle repetidamente que no le dejarían ver a Castiel si iba él solo sin compañía de un adulto.

Eso no le importó a Dean, quien estaba convencido de que encontraría la manera de que le dejaran verlo.

Sin embargo esa determinación iba minándose día a día, porque aunque no podía sacarse de la mente la idea de que necesitaba ver a Castiel, y de que Castiel le necesitaba a él, Dean no podía olvidarse de que su mayor responsabilidad estaba con Sam.

 Tras las primeras semanas le había quedado claro que su padre no iba a llevarlo a ver a Cas y era obvio que tampoco le daría permiso de ir por su cuenta, lo que de todas formas no hubiera detenido a Dean, pero si se iba ¿Quién cuidaría a Sam? Estaría a salvo mientras se quedara con su padre, pero ¿Y si John tenía que salir de cacería? ¿Y si John se distraía por un momento y algo terrible y desastroso le sucedía a Sammy, porque su hermano mayor no había estado ahí para protegerlo? Sentía que Sam era aún muy joven, muy pequeño e indefenso para dejarlo.

Cada vez que pensaba en escabullirse de noche y pedir aventón en la carretera para ir a ver a Cas, el temor de dejar a Sam lo paralizaba.  

En esa indecisión las semanas se convirtieron en meses y Dean todavía buscaba el momento indicado para irse, deseando que al menos pasaran cerca de la ciudad en dónde estaba el hospital, pero parecía que las cacerías de su padre los habían llevado a lugares cada vez más lejanos.

Dean intentaba calmar su ansiedad tratando de convencerse de que Castiel podía esperar, de que iba a estar bien aún si no iba a verlo, aunque estaba seguro de que no era así, y esa certeza se  sentía como una piedra en el pecho, y el corazón se le agitaba y le dolía al pensar en él, porque ¿Quién podría estar bien metido en un hospital para gente demente? ¿Cómo iba a estar bien si después terminaban enviándole a un orfanatorio? Un orfanatorio tenía que ser peor que un psiquiátrico. Dean casi podía decir que aborrecía los orfanatorios porque desde que se había enterado de lo que esa palabra significaba, había temido que él y Sam terminaran en uno, y las cosas que sabía de esos lugares eran lo suficientemente espantosas como haberle convencido de que si alguien intentaba llevarlos allí, tomaría a Sammy y se escaparían lo más rápido y los más lejos que les fuera posible.   

Pensaba en que tendría que hacer lo mismo por Castiel, ir a sacarlo de dónde fuera que estuviera y llevarlo lejos, y asegurarse de que estuviera bien y feliz, porque Castiel no necesitaba un hospital, lo que necesitaba era una familia de verdad. Necesitaba que le quisieran y se preocuparan por él y le tuvieran mucha paciencia. Necesitaba a alguien que le leyera y se asegurara de que comiera aunque fuera un poco. Alguien que estuviera con él en las noches de lluvia. Alguien que pudiera alejar las voces que lo asustaban. ¿Quién iba a encargarse de todo eso? Se preguntaba Dean lleno de ansiedad, especialmente cuando había tormentas, y pasaba el tiempo imaginándose a Castiel solo, metido en una celda oscura o algo parecido, temblando cada vez que estallaba un nuevo trueno en el cielo, aun cuando era probable que por la distancia no estuviera lloviendo en donde él estaba, casi al otro lado del país. Se imaginaba que estaba junto a él y le tomaba la mano hasta que lo sentía relajarse. Dean cerraba sus propios dedos sobre su palma vacía, añorando la tibieza de la mano de Castiel, deseando desesperadamente poder verlo otra vez.

Pero el tiempo y la distancia tornaban esas ideas en algo cada vez más irrealizable.

Continuó llamando a Bobby tanto como pudo hacerlo, y siempre preguntaba por Castiel, aunque el hombre le había dicho que no podía ir a visitarlo seguido porque tenía que fingir ser un trabajador social para que le dejaran verlo.

—Él está bien, Dean. — le repetía Bobby, pero sus palabras no tranquilizaban al niño. Necesitaba verlo por sí mismo, o sentía que de lo contrario no podría volver a estar en paz.

Siempre esperaba a que su padre estuviera de buen humor para volver a pedirle que le llevara, pero John continuaba dándole largas, excusándose con que el trabajo era más importante. Y Dean siguió planeando en su mente huidas nocturnas  que nunca pudo realizar. Sabía bien que no sería capaz de irse sin Sam y que tampoco se atrevería a exponer a su hermano a un viaje como ese llevándole consigo.

Se sentía atrapado, y esa sensación le drenaba. Se pasaba el día tumbado frente al televisor o en la cama, arrastrando las manos sobre las sábanas, buscando las de Castiel que no estaban ahí. Le resultaba muy raro extrañar tanto a alguien, especialmente a alguien que no era de su familia y a quien apenas había conocido, pero lo cierto era que no había echado de menos tanto a nadie desde que había perdido a su mamá. Seguramente Castiel también le extrañaba y le necesitaba y él le estaba fallando, y la idea de ello era lo que más hería a Dean, porque él le había prometido ayudarle, le había dicho que todo iba a estar bien y en contraste las cosas habían salido horriblemente mal, y la conciencia de ello le pesaba a Dean demasiado para sus pequeños hombros de un niño.

Sólo lograba motivarse a disfrazar su apatía y  angustia cuando Sam estaba cerca. Sam apenas estaba asimilando lo de Ellen y Dean no quería preocuparlo, así que hacía todo lo posible por ser el de siempre cuando estaba con él, esforzándose por lidiar con sus emociones de la única manera en que le habían enseñado a hacerlo: ignorándolas.

Así que continuó empujando esos sentimientos hasta apartarlos en un rincón de su mente y poco a poco, día a día, la urgencia por ir a ver a Castiel fue cada vez más fácil de pasar por alto, volviéndose algo que no podía olvidar pero en lo que ya no pensaba tanto porque no podía hacer nada al respecto.

Pasó casi un año antes de que John decidiera que era tiempo de ir a ver a Bobby. En realidad era que no tenía opción pues estaba en un caso difícil y necesitaba ayuda, pero cuando le informó a sus hijos que irían a verlo el corazón de Dean dio un vuelco en su pecho y la ansiedad que había intentado ignorar volvió a despertarse dentro de él, pero estaba bien porque se sentía feliz de que por fin podría ir a ver a Castiel, porque no había forma en que Bobby se negara a llevarlo.

Y de haber podido, Bobby no se habría negado, en verdad. En la primera oportunidad en la que Dean se quedó a solas con él, se lo pidió, y Bobby le miró con pena antes de anunciarle que Castiel ya no estaba en el hospital.

— ¿En dónde está? —quiso saber Dean al enterarse.

—Bueno, aparentemente mejoró un poco y lo trasladaron a una casa adoptiva.

— ¿Una casa adoptiva? ¿Con una familia?

—Pues, si… algo así.

— ¿En dónde?

—No lo sé.

— ¡Por favor!

—Te digo que no lo sé. Fue hace poco, así que no he tenido tiempo de averiguar a dónde lo llevaron.

Dean se dejó caer sobre una silla, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, luciendo como si estuviera a punto de hacer una rabieta. Se sentía con ganas de hacer una. Había esperado demasiado tiempo y ahora Castiel estaba aún más lejos, perdido en quién sabe dónde con quien sabe qué tipo de personas.

—Vamos, chico, quita esa cara. A mí también me preocupa y no pienso quedarme sin hacer nada.

— ¿Qué vas a hacer?

— Bueno, seguir buscando.

Dean puso una mueca de insatisfacción.

—Quizá cobrando algunos favores y valiéndome de algunas artimañas podría conseguir traerlo aquí.

— ¿Sería cómo adoptarlo?

—Bueno… más como un secuestro.

— ¿Pero cuando?

—Aún no sé. Estas cosas llevan su tiempo.

—Pero no tenemos tiempo. — se quejó Dean, dejando caer la cabeza sobre la mesa. —Debe estar pasándola mal en donde quiera que esté.

—Bueno, eso tú no lo sabes.

Dean levantó el rostro y lo miró enfurruñado, porque aunque no lo sabía estaba casi seguro de ello.

—Yo sé que te importa mucho. —Soltó Bobby con un suspiro— Y sé que a Ellen tampoco le gustaría esta situación, así que haremos lo que sea posible, pero tienes que ser paciente, hijo.

— ¿Puedo ayudar?

—Sí, claro que sí, teniendo paciencia.

—Ayudar de verdad, Bobby.

—Bueno, no hay nada que puedas hacer por ahora, a no ser que sepas en dónde está.

Dean tamborileó los dedos sobre la superficie de la mesa.

—No lo sé. —dijo y se quedó callado un rato, y luego miró alrededor para asegurarse de que Sam no anduviera cerca. — ¿Sabes?  Umh, estaba pensando que tal vez podrías convencer a papá de que nos deje quedarnos contigo un tiempo. —soltó casi en tono de confesión, como si le apenara pronunciar aquellas palabras, como si fuera una absoluta traición a su padre el desear quedarse en casa de Bobby.

—Sólo… mientras encuentras a Castiel. Sé que papá no me llevará a verlo, así que si me quedo… tú podrías hacerlo.

La mirada de Bobby le pareció de pronto pesada y dura, fija en él y creyó que quizá estaba a punto de recibir un regaño.

—Claro que te llevo.

Soltó finalmente Bobby y Dean sonrió con alivio.

—Pero no sé si podré convencer al cabeza dura de tu papá de que los deje quedar.

Por su puesto John se negó. Aun que John no hablaba de lo que le había ocurrido a Ellen, aquel suceso terrible también le había afectado y se había vuelto aún más protector con sus hijos, casi demasiado controlador. Ya les había restringido los lugares a los que podían ir sin su compañía. Incluso habían perdido meses enteros sin asistir a la escuela porque cuando John estaba muy ocupado para supervisarlos prefería que se quedaran encerrados en la habitación del hotel en turno hasta que él volviera. Sam no estaba contento con ello, pero a Dean no le importaba demasiado faltar a clases, sin embargo de verdad quería quedarse en casa de Bobby y John no iba a dejarlos porque quería mantenerlos vigilados y saber en dónde estaban todo el tiempo. Y a pesar de todo John confiaba en Bobby, pero después de lo ocurrido en la granja prefería tener a sus hijos con él.

En cualquier otra situación a Dean eso le habría gustado mucho.

John subió a sus niños al auto, y Dean miró por el espejo lateral la casa de Bobby quedándose cada vez más atrás, sin imaginarse que no volvería a verla en un muy largo tiempo.

Faltaban un par de semanas para el cumpleaños número dieciséis de Dean, pero a cuentas cortas él se sentía mucho más adulto que eso porque había tenido que ser “el hombre a cargo” tantas veces que era imposible para él pensar en sí mismo como alguien demasiado joven para hacer cualquier cosa. Era alto, bien parecido, tenía su propia pistola y sabía conducir desde hacía mucho tiempo, aunque recién cumpliría la edad legal para obtener su licencia de conductor.

Pensaba en ello con regocijo, imaginando que pronto su padre le dejaría pasar mucho más tiempo con el Impala para correrlo por las carreteras a toda la potencia que esa magnífica máquina pudiera ir.

De pronto unas calcetas sucias le golpearon la cara y su reacción tardía y su expresión de desconcierto le sacaron una carcajada a Sam.

— ¿Qué…?

—Te he dicho que no dejes tu ropa sucia tirada en el baño. —regañó Sam, moviéndose por la habitación de hotel, colectando sus cosas para la escuela.

—Cielos, Sam, tu futuro marido va a tener una vida muy ordenada y muy triste. — Sam le lanzó la mirada de “Jaja no es gracioso” antes de colgarse la mochila al hombro.

— ¿Podemos irnos ya? Quiero pasar a la biblioteca de la escuela antes de la primera clase.

—Claro, nerd. Andando.

Sam torció la boca y frunció el ceño, y Dean soltó una risita complacida porque molestar a Sam por las mañanas era fácilmente la actividad más divertida que tenía a esas horas y presagiaba casi siempre que sería un día no tan malo.

La escuela estaba cerca, a tres cuadras, aunque Dean nunca las habría recorrido caminando de tener el Impala. Pero su padre se había llevado el auto y él y Sam tenían que hacer el recorrido a pie, lo que de todas formas no era tan malo. Al menos así tenían el tiempo de terminar su desayuno en el camino, que era casi siempre donas y café (sólo leche para Sam) de la tienda que estaba frente al hotel.

Dean estaba metiéndose el último bocado de su rosquilla glaseada  en la boca cuando el sonido del teléfono celular en uno de los bolsillos de su chaqueta llamó su atención.

— ¿Hola? — contestó al auricular, con la boca todavía llena. — ¡Hey, Bobby! ¿Qué tal todo?

Sam levantó la vista y notó como mientras escuchaba lo que fuera que Bobby estuviera diciendo al otro lado de la línea, el rostro de Dean se tensaba.

—Casi cuatro años, Bobby…—le escuchó decir a su hermano mayor unos momentos después, aunque su voz sonaba lejana y débil. Dean se aclaró la garganta un par de veces y agitó la cabeza. —Nh, no lo sé, es que…Umh… No… Bien… Sabes que si… Si, de acuerdo… Nah, está bajo control… Si. Nos vemos.

Dean volvió a guardar el celular y le dio un sorbo a su vaso de café, demasiado callado y pensativo y Sam supo que iba a tener que preguntar que le pasaba. Por que algo estaba ocurriendo y era más que evidente.

— ¿Algo malo? —inquirió.

— ¿Nh?... No. —respondió Dean, todavía ensimismado. —No. Escucha, Sam, quiero que vayas directo al hotel después de la escuela ¿Está bien?

— ¿Por qué? ¿A dónde vas a ir tú?

—A ver a Bobby.

— ¿Por qué?

—Por que sí. No preguntes.

—Sí, claro. No creas que puedes irte así nada más. ¿Qué tal si papá vuelve?

—No va a volver pronto, lo sabes. Además estaré de vuelta… en la noche, probablemente.

Dean tomó el celular y se lo dio a Sam.

—Tómalo. Si no puedo volver hoy te avisaré.

— ¿Por qué no vas a volver hoy? Dean ¿Qué está pasando? Si piensas irte por lo menos dime por qué.

—No es nada malo ¿De acuerdo? — Dean inhaló profundamente, y el aire se sintió pesado dentro de él.—Amh, es… es Castiel. —dijo, sorprendido de lo difícil que le resultaba  pronunciar ese nombre en voz alta. No lo había hecho en años. Tampoco lo había escuchado en un buen tiempo. El pecho le estaba doliendo.

—Castiel. —dijo Sam, intrigado. — ¿Qué con él?

—Bobby lo encontró.

Estaban a dos horas de distancia de la casa de Bobby, eso sí se iba en auto. Así que Dean tuvo que echar mano de sus habilidades más ilícitas para conseguirse un vehículo que le llevara hasta allá.

Se sintió nervioso e inquieto durante el trayecto, por lo que intentaba pensar lo menos posible en la razón por la que se estaba arriesgando a hacer aquel viaje. Su padre había comenzado a darles mucha más libertad desde hacía un par de años atrás, pero dejar a Sam así no era algo que John habría aprobado bajo ningún concepto. Pero Sam también estaba creciendo y sabía cómo mantenerse a salvo en la escuela y de camino a su cuarto de hotel en dónde estaba bien protegido. Estaría a salvo, y Dean no quería preocuparse mucho por eso en ese momento porque ya estaba bastante tenso y ni siquiera comprendía por qué. Es decir, si Bobby había encontrado a Castiel eran buenas noticias, pero hacía tanto tiempo que Dean había perdido la esperanza, tanto tiempo reprimiendo los recuerdos porque era la única forma de hacer más sencillo el día a día sin pensar en todo lo que había ocurrido. Y de pronto todo aquello estaba de nuevo ahí. Los recuerdos de ese verano en la granja, Castiel y su miedo. Castiel y sus manos apretando las de Dean. Los ojos de Castiel fijos en él en la penumbra. La última vez que había visto a Castiel, sobre la cornisa. Y Ellen. El hospital, el funeral. Jo y Ash. Las largas noches que había pasado después de todo eso planeando escapar para ir a ver a Cas. Cas. Así le llamaba. ¿Cómo era que había logrado dejar de pensar en él?

Para Dean todo eso había quedado muy atrás hasta el punto de haber olvidado como se había sentido. Pero estaba sintiéndolo todo de nuevo, todo a la vez y era como ser golpeado por una ola tras otra de emociones mezcladas que le aturdían.

Ni siquiera fue consiente de cómo había llegado hasta la casa de Bobby. De alguna manera había logrado recordar el camino y su cuerpo se había movido en automático para llevarlo hasta ahí. Cuando puso un pie fuera del auto fue como despertar de un largo sueño. Sintió que volvía a estar en control de su cuerpo y completamente atento a lo que estaba haciendo. La brisa en la cara le sentó bien, le dio una sensación más tangible de realidad. Estaba ahí. Aquello de verdad estaba pasando. Suspiró, todavía luchando por recomponerse y se dirigió con paso vacilante hacia la casa que todavía era azul, y cuyo patio todavía lucía descuidado.

Ni siquiera tuvo que llamar a la puerta, pues Bobby ya lo estaba esperando en la entrada.

—Vaya que has crecido. —soltó Bobby, con cierto destello de alegría pura en los ojos. Dean asintió, y no vio venir el abrazo en el que el hombre le atrapó instantes después. Dean le correspondió el gesto, porque también le había extrañado.

Dean no había vuelto a aquella casa desde que tenía doce años, pero a Bobby lo había visto dos o tres años atrás en un caso en Missouri, en el que él y John habían coincidido por pura suerte.

De todas formas Dean todavía llamaba a Bobby en ocasiones, aunque no con la frecuencia de antes. No desde que Dean se había convencido de que nunca encontrarían a Castiel luego de incontables veces en las que había llamado  esperando escuchar buenas noticias sin obtener nada. Con el tiempo incluso había dejado de preguntarle, simplemente asumía que si Bobby no lo mencionaba era porque no  había nada nuevo respecto al tema.

— ¿E-en dónde está? — fue lo primero que su voz pudo articular cuando abrió la boca.

Bobby guiñó los ojos y soltó un largo suspiró, examinando con atención el rostro del chico.

—Pasa. — le dijo, guiándolo al interior de la casa, hasta la cocina. — ¿Quieres un algo de beber? ¿Agua? ¿Una soda?

Dean se negó, sentándose en una de las sillas, mirando al rededor expectante, palpablemente ansioso.

—No está aquí, si eso es lo que piensas. —soltó Bobby, sacando una cerveza del refrigerador. —Está en un psiquiátrico. Otra vez. Bueno, supongo que esas son en realidad buenas noticias, al menos ya sabemos en dónde está, y que está a salvo. Estuvo tanto tiempo fuera del radar que llegué a pensar… que no lo encontraríamos. — “Que llegué a pensar que estaba muerto” era lo que Dean creyó que Bobby había querido decir en realidad.

Cuando a Castiel lo trasladaron a una casa adoptiva, le tomó a Bobby un par de semanas el averiguar en dónde estaba, lo que al final no había servido de nada porque para ese entonces ya lo habían enviado con otra familia. El chico pasó por una docena de casas durante el siguiente año y a Bobby le era difícil seguirle la pista.

Castiel había sido catalogado no sólo como inadaptado, también como problemático y perturbado mentalmente, por lo que finalmente lo derivaron a un centro de cuidado especial para adolescentes huérfanos en dónde al menos recibía atención psiquiátrica básica. Cuando lo llevaron a ese centro fue la ocasión en la que Bobby estuvo más cerca de lograr lo que se había propuesto, que era llevárselo. Mientras Castiel estuviera en ese lugar, elaborar un plan para sacarlo no sería difícil. Pero para entonces Bobby había comenzado a dudar de que fuera una buena idea, debido a toda la información que había obtenido del chico en el tiempo en el que lo había estado siguiendo. Si estaba tan mal como todos los que se habían hecho cargo de él aseguraban, Bobby no sabía si podría cuidarlo como era necesario. Después de todo era un viejo solo y ocupado con cacerías de monstruos. ¿Cómo iba a encargarse él de un niño que requería tanta atención especial? Cada vez que lo pensaba parecía más una locura, y en el tiempo que Bobby pasó dudando de cómo proceder ocurrió lo que menos esperaba: Castiel huyó. Y nadie volvió a saber nada de él por años, hasta unas semanas antes de Bobby llamara a Dean para contarle. Al parecer había estado viviendo en una pequeña iglesia, en un pueblito en Massachusetts, al cuidado del sacerdote que le había dado asilo. Pero la iglesia se había incendiado, destruida hasta los cimientos. A Castiel habían tenido que sacarlo los bomberos y estuvo internado después de eso. En cuanto se repuso fue ingresado de nuevo al sistema del gobierno para niños sin hogar, y fue así como Bobby, por medio de uno de sus contactos, se enteró de que le habían hallado.

— ¿Sigue en Massachusetts? —preguntó Dean.

—En Nueva York.

Dean chascó la lengua.

—Está muy lejos. Es como un día entero en la carretera.

—Sí.

—No puedo… no…—Dean dejó su mentón caer sobre su pecho, señal del abatimiento que estaba sintiendo. — ¿Vas a traerlo aquí?

—No creo que pueda hacer eso, chico. Si quieres verlo vas a tener que ir.

—Pero no puedo. No puedo irme tanto tiempo y dejar a Sam. Algo podría ocurrirle.

—Bien, de todas formas tampoco puedes conducir hasta Nueva York por tu cuenta sin licencia y en un auto robado. — Bobby le dio un trago a su cerveza y se limpió la boca con el dorso de la mano, con un casi ofendido Dean mirándole fijamente en ese momento. —Por eso yo voy a llevarte.

La sorpresa y la confusión se dibujaron en el semblante del chico.

— ¿Qué?... Si, gracias, Bobby, pero mi problema es Sam ¿Recuerdas?

—Sí, ya lo sé, y también puedo encargarme de eso.

—No podemos llevarlo. Si papá se da cuenta…

—No vamos a llevarlo. Deja que yo me preocupe por los detalles. —dijo Bobby, rodando los ojos con impaciencia y acercándose al teléfono de pared. —Le pediré a alguien que cuide de Sam mientras no estás.

—¿A quién? ¿Rufus?

—Pfff, seguro. Por qué Rufus es muy buena niñera. No. Voy a llamar a una amiga. Se llama Pamela. Ahora cállate mientras hablo con ella…

Dean se quedó en su silla, mirando a Bobby en el teléfono, aunque le costaba enfocarse en lo que estaba diciéndole a la tal Pamela. Si Bobby confiaba en ella debía ser una persona de la que él también podía fiarse para vigilar  a Sam mientras el volvía. ¿Cierto? O no. ¿Qué tal si no? Aquello era una locura. Lo que tendría que hacer sería volver con su hermano y cuidarlo, como John esperaba que hiciera. No cruzar medio país para ir a ver a … ¿A quién? ¿Quién era Castiel? Sólo un chico que había conocido hacía mucho tiempo. E incluso en ese entonces no sabía realmente quien era, de dónde venía o por qué actuaba de la manera en que lo hacía. Quizá realmente estaba loco. Tal siempre lo había estado y un Dean Winchester más joven e ingenuo había querido creer que Castiel realmente podía escuchar voces porque tenía algún tipo de habilidad sobrenatural, porque pensaba que era alguien especial.

De pronto todo aquello parecía una tontería, todo se veía como el juego de niños que había sido. ¿Por qué había pasado tanto tiempo queriendo ver a Castiel? ¿Qué importancia podría tener ya, después de tanto tiempo? Tal vez Castiel ya no se acordaba de él. Tal vez ya no escuchaba voces, y estás habían desaparecido sin necesitar que Dean estuviera con él.

Dean se había pasado todo aquel tiempo reprimiendo los recuerdos de aquella época en la granja, y ahora que volvía a pensar en ellos y los veía con claridad en su mente parecían menos importantes de lo que había creído en ese entonces. Castiel era sólo un niño enfermo con el que había jugado durante un par de semanas años atrás. Ni siquiera estaba seguro de que pudiera llamarse su amigo. No podía ser tan importante como lo era su familia.

Excepto que era importante. Tan importante que Dean se encontraba temblando ante la inminente posibilidad de tener a Castiel frente a él otra vez luego de esperarlo tanto tiempo. Lo suficientemente importante como para arriesgarse a ir a Nueva York en ese mismo momento aún que su padre lo descubriera y estuviera furioso con él al volver. Si podía ver a Cas una vez más entonces no había forma en que lo detuvieran de hacerlo, ni siquiera su propio temor.

— ¡Dean! — Dean miró a Bobby, que había estado llamándolo desde el otro lado de la cocina. —Vamos, muchacho, no te duermas. Ven a hablar con ella.

Se levantó y estiró la mano para recibir el auricular del teléfono.

—Dale la dirección del hotel y ella se hará cargo de Sam mientras volvemos.

— ¿Hola? —dijo Dean al teléfono.

—Hola, muchacho. —canturreó una voz femenina y joven al otro lado de la línea. —Bobby ya me explicó la situación, y con mucho gusto me encargaré de cuidar a tu hermanito.

—Ah… gracias. —soltó Dean, sintiéndose torpe, todavía demasiado saturado por sus emociones. Pamela soltó una risita.

—El hotel está en Sidney, Cheyenne ¿No es así?

—Sí.

—Bien, sólo dame la dirección. Me queda cerca, así que estaré ahí pronto. Deberías llamar a Sam y decirle que va a tener visitas.

—Ah… de acuerdo. También… hay una clave que debes darle o si no, no te dejará entrar ni confiará en ti.

—Oh, muy bien. Dime.

Dean no estaba seguro de que pensar respecto a la mujer. Ella le hablaba con la familiaridad y seguridad de alguien que ya te conoce y eso lo ponía un poco nervioso, aunque ese día ya estaba bastante nervioso por muchas otras razones de todas formas. La voz de Pamela era agradable, se la imaginaba como una chica sexy a la que seguramente le coquetearía en otras circunstancias, pero al mismo tiempo quería advertirle que si algo le pasaba a Sam le sacaría el corazón con sus propias manos. De todas formas no tuvo tiempo de hacer amenazas ni comentarios de ningún otro tipo porque ella ya había colgado y él se había quedado mirando a la pared, con el aparato pegado a la oreja.

—Umh, Bobby, ella es de confianza ¿Cierto? —preguntó, poniendo el auricular en su lugar y buscando al hombre con la mirada.  Bobby sonrió.

— ¿Te dio la impresión de que no lo es?

Dean se encogió de hombros.

—Muchacho, me insultaría si creyeras que dejaría a tu hermano en manos de alguien en quien no confío. Ella no es sólo amiga mía, también lo es de Ash, si eso sirve para tranquilizarte.

—Oh. ¿Cómo está Ash?

— ¿En serio quieres ponerte a hablar de Ash en este momento? Espera en el auto mientras me cambio de ropa.

—Esa ropa está bien, Bobby.

—Sí, claro, es el atuendo perfecto para meterme debajo de un auto. —soltó con sarcasmo, encaminándose hacia las escaleras. —Pero se supone que me vea como un trabajador social cuando lleguemos allá, no como un maldito mecánico.

Dean aprovechó mientras Bobby subía a cambiarse para llamar a Sam y contarle lo que había pasado. Sam no estaba complacido de saber que iba a tener una niñera.

—No sé, Dean ¿Qué tal si algo sale mal? ¿Qué tal si ella es rara?

—Sam, nosotros somos raros.

—Sí, pero… es una desconocida, Dean.

—Bobby confía en ella.

Sam suspiró.

— ¿Qué tal si le abro la puerta a alguien más creyendo que es ella? ¿Sabes si quiera cómo se ve?

—Ah…no. Pero le di la clave secreta.

— ¿Cuál clave secreta?

—Ah ¿La que usamos cuando no estamos seguros de a quien le estamos abriendo la puerta?

— ¿Beavis and Butt-head? Dios, Dean, esa es muy estúpida.

— ¿Si? Pues tú la escogiste, así que deja de quejarte, torpe.

— ¡Tenía diez años!

—Sí, bueno, habrá que pensar en una nueva cuando vuelva.

—De acuerdo. —soltó Sam, desanimado, pero completamente rendido a los planes de su hermano. —Regresa pronto ¿Si?

—Claro. No me vas a extrañar, lo prometo.

—No, seguramente no. Saluda a Castiel por mí cuando lo veas

—Si… Si, le diré que le mandas saludos.

— ¡Dean! —le llamó Bobby, que acababa de bajar las escaleras enfundado en un traje de vestir y un abrigo negro. —Andando.

—Tengo que irme, Sam. Te llamaré en unas horas para saber cómo va todo ¿Está bien?

—Está bien. Cuídate, diota.

—Tú también, imbécil.

 

— ¡Te ves bien, Bobby! —exclamó Dean, con cierto aire burlón porque el hombre se vestía formal sólo si la ocasión lo obligaba, aunque él de verdad creí que Bobby se veía bien con esa ropa.

—Oh, cállate. —gruñó el viejo, sacando algo del bolsillo de su abrigo y poniéndolo en manos de Dean. Era una fotografía que el muchacho observó atentamente durante un buen rato.

—Ash y Jo. Es Jo ¿Verdad?

—Claro que es ella. —aseguró Bobby, arrancando el auto.

—Sí, es ella. —dijo Dean, sonriéndole a la niña en la foto, sentada sobre una cerca de madera, con Ash a su lado. Se veía contenta.

— ¿Cuándo tomaron esta foto?

—En Abril de este año, en su cumpleaños número diez. Ash va a verla cada año en esa fecha. Él me envió la fotografía. Y él está bien también. Sigue estudiando en el MIT.

Dean se sintió feliz de saber que sus amigos estaban bien. Al menos dos de ellos.

— ¿Él sabe que encontraron a Cas?

—Sí.

— ¿Ha ido a verlo?

—Sí.

— ¿Te dijo algo? ¿Te dijo cómo está?

—Sí.

Bobby que tenía la vista en el camino pudo sentir la mirada  ansiosa de Dean sobre él, esperando a  que dijera algo más. Hubiera preferido guardarse los detalles, deseando no desanimarlo de ninguna forma.

—Tienes que entender que ha pasado cosas difíciles. Pero Ash dijo que está mejor que la última vez que lo vio. Al menos en esta ocasión si lo reconoció.

Dean no supo cómo sentirse respecto a eso. ¿Eran buenas o malas noticias? No tenía la menor idea de lo que iba a encontrarse al llegar a su destino. Tendría que esperar hasta tenerlo frente a él de nuevo.

 

 


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