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El misterio de Castiel por Calabaza

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Los ojos de Castiel eran azules.

Dean lo pensó de pronto como si se hubiera olvidado de ese detalle y lo hubiera recordado repentinamente. Probablemente si lo había olvidado, y sólo había venido a su mente porque estaba mirando al cielo que estaba azul, despejado, y aburrido.

Sus ojos eran azules y tenía el cabello oscuro. Pero por más que forzó su memoria no pudo recordar cómo era la voz de Cas. Era uno de esos detalles que parecían alejarse de su mente entre más trataba de recordarlos y que le daba la sensación de que el niño que él había conocido era menos real y tangible.

Se repetía mentalmente que aquello de verdad estaba ocurriendo, que por fin iban a verse, pero cada milla que avanzaban parecía estarlo arrastrando hacia otra desilusión, otro vacío en dónde no estaría Castiel porque algo horrible pasaría antes de que llegaran hasta él, y Castiel seguiría moviéndose por el mundo como una sombra y Dean jamás podría alcanzarlo. ¿Por qué Castiel le parecía tan irreal? A momentos lo percibía como algo que realmente nunca había existido. Demasiado quieto, demasiado callado. Lívido, casi transparente, como humo que se iba disipando en el aire hasta desaparecer. Dean detestaba esa sensación, pero estaba seguro de que no era la primera vez que la tenía. Había sentido eso desde hacía mucho tiempo atrás. Podría jurar que lo había percibido casi desde que le había conocido. Le recordaba sentado solo en su habitación, metido en la cama, mirando la ventana, con su pequeño cuerpo desvaneciéndose bajo las vendas y aquel suéter viejo y grande.

Sí, incluso entonces Dean ya tenía la sensación de que Castiel iba a desaparecer.

— ¿Estás bien, hijo?

— ¿Nh? —Dean miró a Bobby y sacudió la cabeza. —Sí.

—Te ves inquieto. ¿Estás nervioso?

—No. —respondió nerviosamente.

—Creí que estarías más contento. Estuviste esperando esto por años.

Dean volvió a mirar hacia la ventana, paseando la mirada perezosamente sobre el paisaje que pasaba frente a él rápidamente.

—Estoy contento. —dijo secamente, y luego carraspeó antes de agregar: — ¿Tú crees…? ¿Crees que sea una buena idea?

— ¿El qué? ¿Ir a verlo? ¿Qué? ¿De pronto estás cambiando de idea después de no quitar el dedo del renglón por cinco malditos años?

—No. No es… no estoy cambiando de idea. Es que… ¿Qué tal si no se acuerda de mí? ¿Y si no me reconoce? Y si…

“Y si no me gusta lo que encuentre cuando lleguemos?” fue la frase que se formó en la mente de Dean, y se quedó callado al darse cuenta de que tenía miedo de ver a Castiel tanto como lo tenía de llegar hasta allá y no verlo. Estaba asustado de lo mucho que podría haber cambiado Cas, de enterarse de que realmente había empeorado y sentirse responsable porque no había estado con él para ayudarlo. Asustado de que Castiel le odiara por haberle fallado.

—No sé. —soltó finalmente. —Olvídalo, no dije nada.

—Bueno, tienes el resto del camino para pensarlo. Y si cuando lleguemos a Nueva York decides que no quieres verlo, entonces está bien por mí. Te quedarás a esperar en el auto. ¿Tienes hambre?

—No.

— ¿Quieres ir al baño?

—No.

—Bueno, yo sí, así que haremos una parada rápida.

Bobby se detuvo en una estación de servicio al lado de la carretera y se dirigió a los baños. Dean se bajó a estirar las piernas y en cuanto divisó una caseta telefónica fue directo a ella. Golpeteó nerviosamente sobre el teléfono mientras escuchaba el pitido agudo de la línea mientras conectaba su llamada.

— ¿Hola?

— ¿Qué hay, Sammy? ¿Todo está bien?

— ¡Dean! Sí, estoy bien.

— ¿Ya volviste al hotel?

—Sí, vine directo aquí después de la escuela, como dijiste que hiciera. —soltó el más chico, con tono cansino.

— ¿Y tu niñera está ahí?

—Sí.

— ¿Es sexy?

—Dean…

—Sí, sí. ¿Te está tratando bien?

—Sí. No tienes que preocuparte, es amable y divertida. ¿En dónde estás?

—Llegando a Illinois. Bobby tenía que ir al baño, así que paramos en una estación. ¿Papá ha llamado?

—No. ¿Tú estás bien?

—Sí, estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo? —respondió Dean, sintiendo que había sonado muy a la defensiva. —Puedo cuidarme, y estoy con Bobby. Todo está bien.

—Suenas… no bien.

—Estoy bien.

—Sí, supongo.

—En serio, no hay de qué preocuparse. Te compraré un recuerdo o algo, si es que no se me olvida.

Sam se quedó callado. Por un momento Dean sólo escuchó la respiración de su hermano.

—Hey.

—Esto es importante ¿Cierto? —dijo por fin Sam. —Vas a estar bien después de esto ¿Verdad?

—Voy a estar bien ¿Por qué preguntas eso?

—Porque… después de esto ya no tendrás que estar triste todo el tiempo.

La boca de Dean se abrió mucho e inhaló tan profundo como pudo hacerlo.

—No estoy… No estoy triste. Sam ¿De qué estás hablando?

—No importa.

—No, dime. ¿Qué tonterías son esas?

—Dean…

— ¡Sam!

— Porque has estado así desde que… aquello pasó. Y a mí me pone triste todavía cuando lo pienso, pero estoy seguro de que no me veo ni la mitad de miserable que tú…

— ¿Qué? Oh, vaya. ¡Gracias!

—Y sé que no es sólo por Ellen, o por Jo.

—No sabes nada.

—Dean, pasamos todo el día juntos, te conozco. Yo sé que lo extrañas mucho.

—Sam ¿Qué?

—Y lo que pasó no fue tu culpa ¿Si lo sabes?

—Suficiente. ¿De pronto se te ocurre que puedes usar esa cosa psicológica conmigo?

—No. No de pronto. Tú nunca quieres hablar del tema. Casi nunca mencionas sus nombres o lo que pasó en la granja.

—Por qué ya lo superé ¿De acuerdo?

—Sí, claro.

—Bien, sabelotodo. ¿Qué te hace pensar que sabes lo que pienso?

—Porque hablas dormido.

Dean se quedó helado, estático, apretando el auricular con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

Él no sabía que hablaba dormido. Y aún si fuera así ¿Qué podía haber dicho? ¿Qué podría habérsele escapado entre sueños para que Sam le dijera todo aquello? Se estremeció de horror al pensarlo.

—Yo… no hablo dormido. —dijo como última línea de defensa.

—A veces lo haces.

—Cállate, Sam.

—No fue tu culpa.

—Sam…

—El rayo fue un accidente. Y Castiel…

—Bien, puedes olvidarte de que te compre un recuerdo. —gruñó Dean a la bocina. —Te llamo mañana. — dijo, y colgó.

Caminó a zancadas hasta el auto y cerró la puerta de golpe una vez que estuvo adentro.

—Hey, cuidado con eso. ¿Qué te pasa? — quiso saber Bobby, que ya había vuelto del baño y estaba listo para partir.

—Nada.

— ¿Hablaste con Sam?

—Sí.

— ¿Él está bien?

—Sí.

—Bien. Ponte el cinturón.

Dean guardó silencio el resto de la tarde, y Bobby lo dejó en paz hasta esa noche, cuando hicieron una parada en un comedor para comprar café y cenar algo. No que el chico tuviera ganas de comer, pero Bobby de todas formas le compró una hamburguesa y le hizo sentarse con él a la mesa.

— ¿Quieres contarme lo que te pasa? —preguntó el hombre, antes de darle un mordisco a su emparedado.

Dean tomó una papa frita entre sus dedos y la mira ociosamente sin decidirse a llevársela a la boca.

—No realmente.

—Umh.

—A veces…—las palabras se habían escapado de su boca repentinamente, y Dean dudo de si continuar o quedarse callado. La frase se había quedado suspendida en el aire y Bobby le estaba prestando atención, así que optó por rendirse y continuar hablando—A veces tengo pesadillas. Desde que era niño… soñaba con fuego. Pero…— Dean aplastó la papa y luego la tiró en el plato, el cual hizo a un lado. —Luego de lo que pasó en la granja también empecé a soñar con eso. A veces sueño que estoy en el ático, en la ventana, con Ellen y otras veces la veo desde abajo, desde el jardín, y veo como el rayo cae, y no puedo hacer nada.

Bobby se limitó a mirarle atento. Dean se sentía incómodo al estar hablando, pero el silencio era aún más incómodo así que continuó.

—Y a veces creo… creo que si me hubiera quedado con ella en el ático habría podido… evitarlo. O si no me hubiera quedado dormido mientras vigilaba a Castiel… Es que…hay tanto que pude haber hecho.

El hombre le dedicó una mirada compasiva.

—Está bien, hijo. Las cosas del pasado… no podemos cambiarlas.

Dean meneó la cabeza.

—Pero todo pudo haber sido tan diferente, si tan sólo… si yo…—se sentía tan frustrado poniendo aquellas emociones en palabras que no pudo terminar la frase.

—Sí, lo sé, lo entiendo. Es fácil ver al pasado y notar todas las cosas que pudimos haber hecho diferentes, pero no se trata de eso, Dean, porque por más que pienses en ello no hay ninguna forma de que vuelvas y cambies las cosas. El pasado es lo que es, déjalo estar.  

Dean entornó la mirada hacia la ventana, hacia el horizonte oscuro, dónde la noche sólo le dejaba adivinar las siluetas de las montañas a lo lejos. No quería que Bobby notara que se le habían puesto húmedos los ojos. No iba a ponerse a llorar frente a él, y menos en un lugar público. Ni siquiera sabía por qué había empezado a hablar de aquello justo ahí. No se lo había mencionado a nadie nunca y planeaba seguir así, pero Sam lo sabía de todas formas, se había dado cuenta por sí mismo. Para Dean se sentía como si alguien hubiera hecho un agujero en el dique de su mente, y ahora todo lo que se había esforzado por contener comenzaba a salir sin que él pudiera controlarlo.

Claro que se había sentido culpable por lo ocurrido en la granja. Había ocurrido todo tan rápido que aún no lograba comprender cómo era que la situación se había salido de control. Y no podía dejar de pensar en cómo habría sido todo si tan sólo no se hubiera quedado dormido.

Sabía que era irracional culparse por ello, pero era algo que no podía evitar, algo que se lo había estado comiendo en su silencio por años.

Apretó los labios, dispuesto a no decir una palabra más al respecto, especialmente para no ponerse a hablar sobre lo muy culpable que se sentía también por Castiel. Especialmente por Castiel.

—Voy a esperar en el auto. —dijo, haciendo acopio de toda su fuerza para que su voz no se quebrara al hablar. Bobby lo dejó ir, pagó la cuenta y lo alcanzó en el estacionamiento.

— ¿Estás listo?

Dean asintió y se acomodó en su asiento. Estaba muy cansado y se quedó dormido en cuanto recargó la cabeza en el respaldo.

 

Aunque estaba más que acostumbrado a dormir encogido en el asiento de un auto, por esa vez le fue difícil sentirse cómodo, y despertaba cada tanto sólo para comprobar que seguían en la carretera, que afuera todo seguía oscuro y que a él le dolía el cuello.

Cuando llegaron a la ciudad, el sol ya se había levantado en el cielo y Dean se sentía  cansado y entumido.

— ¿Ya llegamos? —gruñó, frotándose los ojos, acomodándose en el asiento.

—Estamos cerca. —Bobby le lanzó una mirada de soslayo —Pero es temprano, tenemos tiempo de hacer una parada más. Se ve que necitas un café, algo de comer e ir a polvearte la nariz.

—Estoy bien.

—Sí.

Se detuvieron en una pequeña cafetería. Dean fue al baño, se lavó el rostro y lamentó la apariencia de su rostro ojeroso. Se acomodó el cabello, le sonrió a una mesera de camino a la mesa y se sentó a comer el desayuno que Bobby había ordenado para él. Se sintió mejor después de llevarse algo al estómago y de tener cafeína corriendo por su sistema.

 

El hospital estaba compuesto por varios edificios altos, unidos por largos corredores de ladrillo rojo y ventanas estrechas. El jardín, con pocos árboles, y pasto bien cuidado, no hacía que el lugar luciera menos austero y rígido. A Dean no le gustó su apariencia.

— ¿Vas a entrar o prefieres esperar aquí? — preguntó Bobby luego de estacionar el auto.

—Sí, voy a entrar.

—Bien. —el hombre se bajó del vehículo y Dean lo siguió de cerca, con las manos en los bolsillos de la chaqueta y el aire frío de la mañana raspándole la cara. —Cuando estemos adentro deja que yo hable.

El interior del hospital, al menos la zona del recibidor, no lucía tan mal como Dean había esperado. No se veía viejo o tétrico. Era como la estancia de un hospital normal, limpio y casi agradable, bien iluminado, con pisos brillantes y cuadros de flores en las paredes.

Se acercaron a la recepcionista y ella les sonrió.

—Buenos días. Vengo de la Oficina de Servicios Familiares de Nueva York. Llamamos hace dos días para comprobar el ingreso de uno de nuestros chicos. Lo trasladaron del Hospital General el viernes.

Mientras Bobby se encargaba de darle a la mujer toda la información que requería, Dean permanecía a su lado, con la boca cerrada, pero con la cabeza lleno del ruido de sus pensamientos. Castiel estaba detrás de esas paredes. Estaba justo ahí. Y él se sintió irritado por lo nervioso que se estaba poniendo. Muy pronto los estaban conduciendo por un largo y muy blanco pasillo, hacia una sala amplia y vacía. Una enfermera se aproximó a ellos.

—Buenos días. Es el de Servicios Familiares ¿Cierto?

—Así es.

—Y viene a ver a…— la joven mujer revisó un papel que llevaba en la mano y pareció ligeramente sorprendida por lo que leyó—Oh, umh… Castiel.

—Así es.

—Bien. ¿Y este muchacho quién es?

—Amigo de Castiel. —soltó Dean de mal modo porque estaba tenso e incómodo.

—Eh, sí. Sí, así es. —se apresuró a intervenir Bobby. — Crecieron en la misma casa adoptiva y me pareció apropiado permitirle verle, ya que es lo más cercano que tiene a una familia.

—Bueno, normalmente no admitimos visitas de personas que no se identifican oficialmente como familiares, al menos no con los pacientes menores de edad. Es por su seguridad, ¿Sabe?

—Sí, comprendo perfectamente. Pero siendo huérfanos usted entenderá que es difícil que tengan parientes que los visiten. —arguyó Bobby.

La enfermera los observó detenidamente, como analizándolos, sobre todo a Dean.

—No es hora de visita todavía… pero supongo que podría dejarlo verlo unos minutos. Tal vez sea bueno para el chico. —dijo ella, indicándoles que la siguieran por un pasillo. —Sin embargo debo advertirles que su comportamiento actual no es exactamente sociable. No habla mucho y tampoco hace contacto visual así que no esperen demasiado.

Las palabras de la enfermera sólo inquietaron más a Dean, quien ya podía sentir como las manos se le ponían húmedas y le costaba cada vez más respirar con normalidad. En un segundo se imaginó todo tipo de escenarios en los que Castiel no lo reconocía y no recordaba nada de él. O aún peor, en dónde el Castiel que él había conocido había desaparecido, como esas historias que salían en la televisión de personas que se enfermaban tanto de la mente que simplemente dejaban de ser ellas mismas, quedando en su lugar sólo un cuerpo babeante y vacío sin recuerdos ni pensamientos coherentes.

Y pensar en eso le hacía querer salir corriendo de ahí en ese mismo momento, pero no pudo más que seguir caminando lentamente detrás de la enfermera y de Bobby.

Y de todas formas no iba a comportarse tan cobarde como para huir en ese momento, cuando estaba a solo unos metros, a unos cuantos pasos.

La enfermera abrió una puerta y entraron a otra sala, más grande que la anterior, muy iluminada y con mucha gente, que Dean notó después, eran todos muy jóvenes, como de su edad. Había una televisión, y varias mesas, sillas y sillones. Había estantes llenos de libros y juegos de mesa, y cajas llenas de juguetes. El lugar parecía bastante animado y ruidoso, aunque al fijarse mejor era evidente que el comportamiento de la mayoría de aquellos chicos no era normal. Había uno en el fondo que estaba gritando de cara a la pared sin razón aparente, y algunos otros jugaban en el piso con los juguetes como si fueran niños pequeños. Había un grupo mirando la televisión atentamente sin que pareciera importarles que el ruido a su alrededor apenas permitía escuchar el sonido del aparato. Había chicos aventando cosas, chicos llorando, había una niña pintándose la cara con acuarelas y hubo un muchacho que se acercó a Dean, tratando de abrazarlo.

—No, no, no, no, no. Sabes que no debes hacer eso, vuelve a tu lugar. Vamos. —dijo la enfermera, retirando al muchacho de mirada boba del perímetro de Dean, quien sintió pena por él porque pareció muy triste cuando le hicieron alejarse.

—Quédate lejos de ese. Muerde. —murmuró la mujer, sonando mortificada.

Dean no podía comprender cómo Castiel, el que él conocía, su Castiel, encajaba en ese lugar.

—Ahí está. —Dean miró hacia el lugar que la enfermera señalaba y entonces lo vio, y no supo que era él sólo porque acababan de decírselo, sino porque todavía lucía como lo recordaba, aunque más alto, y llevaba todavía la gabardina color marrón que habían tomado del armario en la casa de Ellen.

Castiel estaba sentado en una silla, con la cabeza levantada, mirando hacia la ventana, que estaba demasiado alta como para ver por ella algo más que el cielo.

—Las vendas en sus manos…—dijo Bobby en voz baja hacia la enfermera.

—Por las quemaduras. Sabe del incendio, supongo.

—Si, por supuesto.

Dean sintió la mano de Bobby sobre su hombro.

—Ve.

—Si…

Pero le tomó reunir toda su fuerza dar un paso en dirección a Castiel, y seguir caminando hacia él. Sentía como si todavía estuvieran muy lejos y en cualquier momento algo pudiera ocurrir que le evitara llegar hasta donde estaba.

Pero nada sucedió, y unos segundos después estuvo justo a su lado, asombrado por lo claro y limpio de los ojos de Castiel que reflejaban la luz del exterior. Ojos azules, como recordaba. Cabello oscuro, desordenado, un poco sucio, un poco largo, cayendo sobre su frente, los labios entre abiertos en una expresión que parecía de asombro, aunque Dean no veía nada de que asombrarse allá arriba en el pedazo de cielo que el otro chico contemplaba. Su rostro estaba un poco más alargado, aunque sus mejillas seguían redondas, lo que le hacía lucir todavía como un niño. No había vendas sólo en sus manos, también se veían por el pequeño triángulo que los primeros botones sueltos de la camisa dejaban ver sobre su pecho. Tenía gasas cubriéndole también el cuello y la mejilla derecha. Dean pensó con pena que eso tampoco había cambiado, que de alguna manera siempre terminaba cubierto de vendas.

Castiel no lo miró aunque estaba junto a él, no parecía que si quiera se diera cuenta de que alguien se había acercado. Dean metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, intentando contener las ganas de ponerlas sobre los hombros de Cas y obligarlo a mirarle.

En vez de eso sólo se atrevió a llamarle por su nombre en lo que fue apenas un murmullo.

—Cas… Castiel.

Y se quedó petrificado, creyendo que Castiel voltearía a verle. Pero no sucedió así. No sucedió nada en realidad. Castiel no hizo más movimiento que el que era apenas necesario para seguir respirando.

—Hola, Cas. — habló de nuevo, pero no obtuvo respuesta alguna. — ¿Sabes quién soy?

Dean tembló porque aquello no estaba empezando nada bien. Miró hacia atrás, Bobby seguía hablando con la enfermera, seguramente intentando darle el mayor tiempo posible a solas con Castiel, lo cual tal vez resultaría inútil, pensó con amargura, volviéndose otra vez hacia el rostro vacuo del otro chico.

—Soy Dean. — Una parte de él quería irse. Necesitaba desesperadamente alejarse de ahí, porque había algo doloroso creciendo dentro de su pecho y asomando por sus ojos. Era el miedo de que todo lo que había temido que encontraría al volver a verle se estaba haciendo realidad. — ¿Me recuerdas? Yo… yo me he acordado de ti todos los días.

—Castiel. —dijo de nuevo, esta vez más fuerte. El otro no respondía, no parecía que fuera a hacerlo sin importar cuanto más lo llamara, y Dean pudo sentir como se le cerraba la garganta. Carraspeó y jadeó levemente.

—Está bien… está bien…—musitó para sí mismo, tallándose los ojos, tratando de enfocar su mirada húmeda en lo que había alrededor. Había una silla cerca, así que la tomó y la puso junto a la de Castiel y se sentó.

—Está bien si no quieres… Umh, sólo escucha ¿De acuerdo? …Te he extrañado. Y… lo siento por no haberte encontrado antes. Lo siento por todo. Te dije que todo iba a estar bien y fue una mentira. Y te prometí que iba a ayudarte y te fallé. Y sé… sé que no hay nada que pueda hacer para remediar lo que sucedió. Sé que lo has pasado mal. Lo siento, Cas. —Dean tenía su mirada fija en la cara del chico, desesperado por ver una reacción, aunque fuera pequeña, aunque fuera enojo y resentimiento contra él. Pero aquel rostro de niño permaneció impasible y ausente. Dean ya había pasado por eso antes, la experiencia de tener que esforzarse por llamar su atención cuando se quedaba abstraído en sus propios pensamientos, pero siempre había logrado llegar hasta él y conseguir que al menos notara su presencia y le mirara.

— ¿Estás ahí?... Por favor, háblame.

El cuerpo estaba ahí. Sin duda era él. Pero su mente quizá se había ido. Dean miró a la ventana, el cielo estaba pálido y vacío. De pronto surgió en él la desagradable idea de que tal vez Castiel no lo veía porque no podía. Tal vez algo le había ocurrido a sus ojos, quizá en el incendio. Tal vez tampoco podía escucharlo porque también estaba sordo.

— ¿No me escuchas, Cas? — preguntó con el corazón encogido, apoyando su mano en el hombro del otro, esperando que al menos reaccionara a ser tocado.

—Te escucho, Dean. —dijo Castiel en un susurro.

— ¿Q-qué? Cas. ¡Castiel!

—Siempre te escucho, Dean. —volvió a hablar, aunque su mirada permanecía fija en la ventana. Su voz seguía siendo suave, aunque un poco más gruesa que antes, y se sintió como terciopelo caliente en los oídos de Dean, quien levantó de la silla, con el corazón acelerado  y se paró frente a él, tratando de hacer que lo viera de frente, pero los ojos de Castiel seguían atravesándolo como si fuera invisible.

—Cas, mírame. — suplicó.

—No puedo… Estás muy lejos.

—No, Cas. Estoy aquí mismo ¿Ves? — le puso las manos sobre rostro y se acercó más —Mírame. ¡Mírame!

—…muy lejos…— continuó murmurando.

—Estoy aquí. Por favor, Cas.

—Dean.

—Mírame ¿Si?

— ¿En dónde estás?

— ¡Aquí! Aquí, justo frente a ti. —Dean estaba cara a cara con él y aun así no parecía que Castiel fuera consciente de su presencia. — ¿Me ves, Cas? —musitó, llevando su frente contra la de Castiel.

—Aquí estás. —dijo Castiel, poniendo sus manos sobre las que le sostenían el rostro.  Lucía como si hubiera abierto los ojos por primera vez y miraba a Dean completamente sorprendido. —Dean. Dean aquí estás.

El nudo en la garganta de Dean se apretó tanto que ya no pudo hablar. Asintió con alivio, mirando como los ojos de Castiel le veían directamente, y cuan asombrado parecía por ello. Las manos de Cas se movieron hacia el rostro de Dean, y ambos permanecieron así por un momento, sosteniendo la cara del otro muy cerca.

—Dean. Dean… Dean… Dean.

Dean asintió y jadeó.

—Sí.

No se dio cuenta de que estaba sonriendo hasta que los dedos de Castiel tocaron las comisuras de su boca.

—Aquí estoy.

—Eres tú. —soltó aún incrédulo, como si aquello fuera imposible.  Luego con un tono dolido, preguntó— ¿En dónde…? ¿En dónde estabas?

—Lo… lo siento. De verdad, Cas.

— ¿Por qué? — una de las manos de Castiel se movió hacia arriba, acariciando el cabello de Dean con ternura, intentando consolarlo por la inquietud que veía en su rostro. —Siempre te estás disculpando por cosas de las que no tienes la culpa.

Dean volvió a sonreír al escuchar eso, porque era algo que Castiel ya le había dicho antes, y porque eso le hacía sentir que era el mismo, y aún se acordaba de él, y de su tiempo en la graja, y eso automáticamente derivó a Dean a la conciencia de que probablemente también recordaba lo que había ocurrido con Ellen.

— ¿Estás bien? —preguntó, y se sintió estúpido mientras lo hacía porque obviamente no estaba bien, pero no sabía cómo comenzar a decirle todas las cosas que había pensado ni cómo hacerle todas las preguntas que había planeado en aquellos años.

—Estoy bien ahora. —respondió Castiel con una sonrisa débil, todavía sin soltar a Dean y sin parecer dispuesto a hacerlo pronto. Dean tuvo que arrodillarse frente a él, pues se había quedado inclinado en una posición muy incómoda, pero no quería moverse de donde estaba. —Te esperé por mucho tiempo. Fui a buscarte, pero me perdí.

— ¿Por eso escapaste?

—Tú no sabías en dónde estaba, así que yo tenía que ir a ti.

—Lo lamento.

— ¿Por qué? ¿Por qué te ves triste, Dean?

—No debí dejarte dormir sólo. —contestó en voz baja. —La última noche en la granja no me pediste quedarte en mi cama y yo no dije nada. No te vigilé.  Pasaron cosas malas porque no estaba cuidándote.

—Eso ya no importa.

—Sí, importa mucho. Lo siento ¿Si? Yo también quería buscarte, pero no sabía cómo hacerlo… no podía… Dejé que pasara mucho tiempo, dejé que te pasaran cosas malas.

Dean tomó las manos de Castiel y observó los vendajes gruesos. Las puntas de los dedos estaban intactos, suaves y sanos, pero se preguntó qué tanta piel bajo la ropa estaría quemada. No podía luchar contra la idea de que era responsable por las heridas en el cuerpo de Castiel. Seguro él no habría podido evitar el incendio, pero para empezar Cas no tendría que haber estado ahí. No tendría que haber pasado por todos los hogares adoptivos en los que había estado  hasta terminar escapándose. Dean tendría que haber ido por él, pero había sido muy cobarde para actuar. Dean habría tenido que cuidarlo mucho más, porque Castiel lo necesitaba para protegerlo. Era así, no tenía dudas de ello, y no comprendía como los demás no lo veían de esa manera y no lo culpaban.

Y entonces Castiel lo abrazó.

—Te preocupas mucho.

Dean se quedó quieto, permitiéndole a Cas recargarse contra él, y cerró los ojos, dejando  a su cuerpo acostumbrarse a aquella cercanía y a aquel calor que lo hacían todo más real. Castiel no estaba desapareciendo, no era una sombra hecha de humo. Era real, de carne y hueso, y estaba ahí, podía sentirlo.

—Me alegra tanto verte de nuevo, Cas. Tenía miedo… de que no volvería a verte, o de que no te acordaras de mí.

Castiel se separó lo suficiente para mirarle de nuevo a la cara, con el ceño fruncido.

— ¿Creíste que te olvidaría? — preguntó como si la idea de ello le ofendiera.

—Sí, bueno, pensé que después de tanto tiempo…

—Es hora de las medicinas —dijo una voz masculina, y Dean levantó la vista para encontrarse a alguien que seguramente era un enfermero porque llevaba un uniforme azul.

Castiel se encogió contra Dean.

—Yo puedo dárselas. —se ofreció Dean, levantándose y mirando la charola que llevaba el hombre, en dónde había varios vasitos llenos de pastillas de distintos colores y formas.

—No, no puedes. ¿Quién eres tú? Estas no son horas de visita,  retírate.

—No. —dijo Castiel, y sus manos se aferraron alrededor de uno de los brazos de Dean.

La enfermera que los había guiado hasta ahí y Bobby se acercaron.

—Lo siento, es mejor que se retiren ahora. —dijo ella.

—Creo que puede darles unos minutos más, no se habían visto en años. —objetó Bobby, pero la enfermera se negó en seguida.

—Estos chicos necesitan horarios muy definidos o de lo contrario tienden a salirse de control fácilmente. Los medicamentos tienen que ser administrados a la hora precisa, y como verá no es un buen momento para una visita social. Sin embargo, si quieren volver después…

— ¡No! —gritó Castiel, escudándose detrás de Dean. — ¡No! — volvió a gritar cuando el enfermero se acercó, y Castiel le arrancó la bandeja de las manos, tirándola al suelo en dónde las pastillas se desperdigaron por todas partes.

—Tranquilízate, niño. No me hagas tener que hacerlo por las malas. —amenazó el hombre, jalándolo por el cuello de la gabardina. Castiel levantó sus manos hacia él y le arañó la cara hasta dejarle surcos rojos.— ¡Amelia, sostenlo! — gritó el enfermero, y la mujer se acercó a él, tratando de ayudar a su compañero a sujetar a Castiel, que había empezado a forcejear salvajemente para soltarse.

—Por favor, retírense.

— ¡No quiero! ¡No quiero que se vaya! ¡Dean! ¡DEAN! — continuaba gritando.

Dean iba a acercarse, pero Bobby lo detuvo.

—Es mejor que salgamos de aquí, muchacho.

—Bobby, no… van a lastimarlo.

Otra enfermera se acercó, viendo que no eran suficientes dos de ellos para aplacar al chico que estaba lanzando patadas y golpes en todas direcciones, gritando a todo pulmón que lo soltaran, que no quería que Dean se marchara. Dean escuchaba su propio nombre en aquella voz afligida que le llamaba. Los ojos de Castiel estaban húmedos, enrojecidos, y llenos de miedo. Estaba aterrado y Dean podía sentirlo como si fuera su propio temor. Las manos de Castiel se extendían hacía él con desesperación.

— ¡Dean! ¡No te vayas!

—Cas… ¡Cas! — Dean estiró sus propias manos, intentando alcanzarlo pero Bobby lo detuvo y lo apartó, mientras alguien más del personal se acercaba con una jeringa preparada para Castiel.

—Manténganlo quieto.

— ¡No! ¡Dean! ¡No los dejes hacerlo! ¡Dean!

— ¡Suéltenlo! ¡SUÉLTENLO! — gritaba Dean, forcejeando contra Bobby, listo para lanzarse sobre ellos, hasta que alguien le tomó con demasiada fuerza, casi arrastrándolo por la sala llena de chicos que gritaban también, alterados por el bullicio. Dean se vio empujado hacia el pasillo por otro enfermero y Bobby iba detrás de él.

—Mejor que nos vayamos antes de que esto empeore.

— ¡No podemos irnos, Bobby! ¡No podemos dejarlo así! — respondió Dean. Todavía alcanzaba a escuchar los gritos de Castiel y estaba decidido a volver a la sala, pero entonces Amelia apareció por la puerta. Parecía enojada, pero al dirigirse a ellos utilizó una voz fríamente calmada.

—Será mejor que se retiren.

—Tengo que ver a Castiel. —dijo Dean.

—No. Fue un error de juicio de mi parte dejarte verlo. No es el horario de visitas. Hice una excepción por usted…— dijo mirando a Bobby —Por qué creí que le haría bien algo de compañía, pero está visto que fue anti producente.

— ¡Eso fue por que comenzaron a amenazarlo! ¡Déjeme verlo otra vez!

—Dean, vámonos.

— ¡No podemos dejarlo!

—Nos vamos. —repitió Bobby en una voz tan absoluta que Dean se giró para verle y supo que estaba en serio. —Es hora.

—Bobby…

Bobby frunció el ceño y Dean obedeció, aunque de mala gana.

—Lamento las molestias. Conozco el camino a la salida, no se moleste. —dijo Bobby a la enfermera y luego siguió a Dean por el pasillo.

— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Dean cuando cruzaron el vestíbulo hacia la puerta de salida.

—Evitando que hagas algo que empeore la situación.

— ¿Empeorarla yo? ¿Viste cómo lo trataron? ¡Estaba llorando! Yo… Yo no lo había visto llorar antes. — Dean se dio cuenta de que realmente era así, era la primera vez que le veía llorar, que le oía gritar, que le veía comportarse de esa forma. Estaba completamente en pánico. —Él no se pondría así por nada.

—Por nada no, pero… —Bobby suspiró e intentó encontrar una voz más suave para seguir hablando. —Pero tienes que considerar el lugar en dónde está, Dean. No te meten en uno de estos por nada.

— ¿Piensas…? ¿Piensas que está loco?

—Pienso que no está del todo bien. Ese ataque de pánico fue bastante violento.

— ¡Por qué lo asustaron! Seguramente lo estaban lastimando, estaban usando fuerza innecesaria con él.

—Innecesaria. —masculló Bobby, encaminándose hacia el auto. —Dean, él estaba agrediendo al personal.

— ¡Está asustado! Estaba perfectamente bien hasta que ese enfermero se acercó con las medicinas. Estaba bien, te lo juro. ¿No lo viste? Estaba hablando conmigo, como lo hacía antes. Él no está loco o enfermo, sólo no… no pertenece aquí. No podemos dejarlo.

Dean puso su cara más suplicante.

—Nos necesita. Hay que sacarlo.

Bobby soltó un gruñido en voz baja y meneó la cabeza.

—Esa no es buena idea, muchacho. No al menos hasta que esté más estable. No me arriesgaría a intentar sacarlo y que terminara perdiendo el control sólo porque se asustó por algo. Podría lastimarse o lastimar a alguien más.

—Eso no va a pasar.

—Sí, tú no sabes eso. Y si pasa, tú no vas a poder evitarlo.

Dean arrugó la frente y apartó la mirada, intentando pensar en un argumento que pudiera convencer al hombre. Él estaba seguro de que habría podido tranquilizar a Castiel de no haber sido por los enfermeros. No era porque estuviera en la faceta adolescente en la que creía que podía hacerlo todo, porque estaba en esa faceta, pero en el caso de Castiel sabía que él habría podido acercarse y calmarlo porque tenía la certeza de que Cas todavía le necesitaba, de que aún era capaz de llegar a él, y era cierto, sólo que Dean todavía no comprendía la naturaleza de ese lazo ni que tan profundo podía ser.

—Vamos, sube al auto.

Dean obedeció y se sentó de mala gana en su asiento.

—Tenemos que volver.

—Podemos intentarlo luego. —Bobby metió la llave en la ranura y encendió el motor del vehículo que protestó levemente antes de ponerse en marcha. —Pero hay que darle tiempo. Después de lo que pasó dudo mucho que vayan a dejarte entrar tan fácil como fue hoy. Tendremos suerte si no deciden investigar los datos que les di. Si lo hacen sabrán que todo era un montaje y tal vez tampoco yo pueda volver.

Como el camino de ida, el de vuelta prometía ser pesado y frustrante para Dean.

Todo era demasiado complicado, tener que hacer ese viaje a escondidas de su padre, tener que mentir, esperar tanto sólo para poder ver a Castiel unos minutos. ¿Con qué derecho podían impedirle verlo? ¿Por qué creían que retenerlo en ese horrible lugar era mejor para él que estar con personas que de verdad lo querían? A Dean no le importaba lo que le dijeran, ni siquiera le importaba la opinión de Bobby, porque el que conocía mejor a Cas era él y sabía que  no debía estar en el hospital. Castiel pertenecía a sus amigos, a la poca familia que le quedaba, aunque ésta estuviera desperdigada por el mundo. A Jo, a Ash, a Sam y a él. Castiel debía estar con él.

Notas finales:

Creo que es el capítulo más largo que he subido hasta ahora y aún así me parece muy corto. Esta historia se ha extendido mucho más de lo que esperaba y siento que todavía falta bastante por contar. Por fin volvemos con Castiel (ya lo extrañaba yo, lo extrañaba Dean, y más de uno de ustedes también, seguramente). Sé que no van a estar felices con el final del capítulo, pero todo es por el bien de la historia, lo prometo~ A veces no puedo con el nivel de culpabilidad que Dean carga sobre sus hombros.


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