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El misterio de Castiel por Calabaza

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Castiel caminaba pegado a él, pero podía decir por la serenidad de su rostro que no estaba preocupado en absoluto. El chico se veía como si estuvieran paseando por el parque en vez de en aquellos oscuros pasillos.

—Entré por la cocina. Creo que lo mejor es salir por el mismo sitio, ese camino ya lo conozco. — decía Dean en voz baja, mientras Castiel simplemente se dejaba guiar.

La enfermera que hacía guardia detrás del escritorio seguía dormida, así que pudieron pasar frente a ella tranquilamente. Cuando finalmente llegaron a las cocinas Dean no podía creer cuan fácil había resultado. Tan fácil que casi comenzaba a preocuparle.

—Dean, espera. — Castiel se detuvo de repente, deteniéndole del brazo.

— ¿Qué pasa…?

—Guarda silencio.

Castiel lo llevó detrás de una mesa y lo arrojó al suelo.

— ¡Cas! ¿Qué…?

—Shh.

— ¿Qué haces aquí? —dijo alguien a quien Dean no podía ver desde donde estaba, pero esa persona había visto a Castiel. — ¿En dónde está el otro chico? Les he visto correr hacia acá. Saben que deberían estar en sus habitaciones.

Castiel no respondió ni se movió de dónde estaba, pero el hombre que estaba hablándole se estaba acercando. Dean alcanzaba a escuchar sus pasos y su voz cada vez más cerca.

—No piensas responder ¿Eh? Ven aquí antes de que te metas en más problemas.

Y entonces Dean hizo otra cosa que habría querido no tener que hacer, pero que podía ser lo único que les daría una oportunidad de salir de ahí. Estiró la mano hasta la barra de la mesa y tomó una de las cacerolas que estaban ahí y se la lanzó al enfermero, quien no tuvo tiempo de reaccionar cuando la olla le golpeó en la cara. El hombre gruñó y lanzó el trasto a un lado y entonces Dean volvió a golpearle, esta vez con una sartén, directo en la cabeza. El enfermero se tambaleó y cayó contra la pared, luchando por mantenerse en pie. Dean aprovechó para tomar a Cas y llevarlo hasta la parte trasera de la cocina. Corrieron a través de la bodega, directo a la puerta trasera, que ya estaba cerrada y Dean temió que le hubieran echado llave, pero en cuanto presionó la palanca esta cedió fácilmente, abriendo la puerta. Sin embargo eso activó el dispositivo de seguridad y una alarma comenzó a sonar, como un grito estridente y chirriante rompiendo la quietud de la noche.

—Vamos, Cas. Hay que correr.

Dean salió de ahí, seguido por Castiel. Pero no era el único que le seguía. El enfermero que había golpeado en la cocina iba tras de ellos gritando algo que se perdía debajo del sonido de la alarma. En cambio, Dean pudo escuchar perfectamente la voz de Castiel cuando gritó su nombre. Miró atrás y vio que el enfermero había alcanzado a Cas. Dean se lanzó sobre el hombre y lo empujó, haciendo que soltara a Castiel, quien cayó al piso mientras Dean seguía dando empujones al enfermero y este intentaba tomarlo del cuello.

Finalmente el enfermero se cansó y le dio un puñetazo en la cara y entonces Dean le pateó la entrepierna, haciéndolo doblarse de dolor.

— ¡Cas, levántate! ¡Vamos!

Dean volvió a tomarle la mano y no lo soltó más mientras corrían.

Un par de guardias de seguridad se unieron al enfermero, que todavía intentaba ponerse de pie, pero Dean no iba a permitir que los alcanzaran. Ya estaban fuera y no había forma de que les hicieran volver. Siguió corriendo, esperando que Castiel pudiera seguir su ritmo. Cruzaron calles y avenidas hasta que el sonido de la alarma se quedó muy atrás, reducida solo a un eco lejano. Las luces azules y rojas de una patrulla se acercaban por la calle, así que Dean entró al callejón más cercano que serviría como escondite momentáneo  y se recargó contra una pared mientras recuperaba el aliento. Los pulmones le dolían en el pecho pero estaba demasiado feliz como para que eso importara. Lo habían logrado.

Se volvió hacia Castiel, quien lo miraba, y se dio cuenta de que se había raspado la mejilla y estaba sangrando un poco.

— ¿Cuándo pasó esto, Cas? —le preguntó, acercándose para examinar la herida, aunque la poca iluminación no servía bien a ese propósito.

—Cuando me caí.

Sí, se había caído al piso mientras Dean peleaba con el enfermero, pero no había creído que se hubiera lastimado.  Así era Castiel, nunca se quejaba.

—Tú también…— Cas tocó el pómulo de Dean, en donde el enfermero le había dado con el puño. La presión de sus dedos le causó dolor pero no se apartó mientras le acariciaba la mejilla.

—Estoy bien. Vamos, hay que alejarnos lo más posible de aquí.

Estaba cansado y pensaba que seguramente Castiel también, pero no quería rentar un cuarto. No al menos hasta que salieran de la ciudad, lo que quería que ocurriera lo más pronto posible, por lo que se dedicaron a caminar por las calles más solitarias, probando suerte con los autos hasta que se encontraron con uno que no tenía seguros en las puertas.

— ¿Vas a robarlo? — preguntó Castiel, mientras Dean estaba metido debajo del volante, intentando encenderlo con el truco de los cables.

—Sí… ¿Te molesta?

Castiel se encogió de hombros y el auto encendió. No tenía mucho combustible, pero Dean esperaba que durara lo suficiente para llegar al siguiente condado.

—Vamos, sube.

Aún si estaba robando, no creía que hubiera alguien a quien realmente le importara mucho ese auto, las ventanas estaban atascadas, no funcionaba la calefacción, la radio sólo sintonizaba una estación y el motor emitía un sonido pesado, pero nada de eso importaba. Después de todo, aquella vieja máquina era lo que les estaba llevando lejos de aquel lugar, hacia la libertad. Dean aceleró en cuanto llegaron a la carretera. Estaba aliviado, feliz, eufórico. Comenzó a cantar con la radio, una canción vieja que nunca le había gustado pero que en ese momento sonaba maravillosa.

Miró a Castiel y este le sonrió. Una pequeña y suave sonrisa que le supo a gloria.

Por la mañana  ya había logrado poner dos estados de distancia entre ellos y el hospital, así que Dean pensó que podía relajarse un poco, y quizá dormir. Definitivamente dormir. Y también comer algo. Le escocían los ojos y tenía vacío el estómago, y aun así se sentía mejor de lo que lo había estado en mucho tiempo.

Castiel también necesitaba un lugar cómodo donde dormir. Había dormido durante casi todo el recorrido, pero no parecía que estuviera muy cómodo con los pies sobre el asiento, las piernas contra el pecho y la cabeza cayendo sobre su hombro.

—Eh, Cas. Cas, despierta. — le llamó Dean cuando hubo aparcado el auto en el estacionamiento de un motel y después de pagar una habitación por el resto del día. —Vamos, estarás más cómodo adentro. — dijo, sacudiéndolo un poco. Castiel abrió los ojos repentinamente, desorientado y asustado, pero se tranquilizó en cuanto vio a Dean.

—Lo siento. ¿Estabas soñando?

—Creí… que estaba soñando.

—Oh… Bienvenido a la realidad. — le respondió con una pequeña sonrisa. — Vamos a dentro. Seguro preferirás dormir en una cama.

La habitación era pequeña, no mucho mejor que los peores cuartos en los que se había quedado a lo largo de sus viajes con su padre y Sam, pero al menos las camas parecían limpias. En cuanto estuvieron dentro Dean se dedicó a revisar hasta el último rincón, por pura costumbre, y mientras Castiel se sentó en una de las camas, observando lo que el otro hacía.

—Duerme. Te despertaré en unas horas. —le dijo Dean cuando se dio cuenta de que le miraban. Castiel asintió, pero no se movió de donde estaba.

Dean entró al baño y volvió con una toalla húmeda en la mano. Se sentó junto a Castiel y comenzó a limpiarle el rostro, ahí en donde se había raspado al caerse y la sangre se le había secado.

— ¿Duele?

—No.

—Bien. Es un raspón pequeño, se te va a quitar pronto.

La herida de color rojo intenso resaltaba sobre la suave piel de aquel rostro sin más marcas que esa. Los dedos de Dean se deslizaron de la mejilla de Cas a su frente, apartándole el cabello para mirar ahí donde solía tener la cicatriz causada por el incidente con el tractor, pero ya se había borrado.

Los ojos de Castiel estaban fijos en él, tan cerca que Dean podía ver su propio reflejo en ellos. Limpios y brillantes, sin lágrimas ni miedo en ellos. Los mismos que le miraban atentamente cuando era un niño, llenos de curiosidad. Castiel puso su mano sobre el rostro de Dean, dónde le habían golpeado.

—A ti te duele.

—Sí. Sólo cuando lo tocas. —se rió Dean. Había recibido peores golpes antes y ese pequeño dolor no le importaba realmente.

—Oh. — Castiel retiró la mano, pero no dejaba de observarle. Si cualquier otra persona le hubiera mirado con tanta insistencia y a tan corta distancia se habría puesto muy incómodo, pero la cercanía de aquel chico simplemente se sentía bien, como lo más natural y apropiado del mundo. Supuso que era así porque le conocía desde hacía años. Además el constante estado de calma de Cas resultaba contagioso, todo a su alrededor parecía moverse más lento y más suave, y así era como Dean se sentía en ese momento.

Dean también le estaba mirando fijamente. Y entonces cayó realmente en cuenta de que fuera de ese rasguño en la mejilla, la piel del rostro de Castiel estaba en perfectas condiciones, sin cicatrices ni marcas, cuando sólo unos días atrás estaba lleno de vendajes porque se recuperaba después de haber estado en un incendio. Pero no había el menor rastro de ello en su cara, cuello o manos.

—Cas, estuviste en un incendio ¿No es así?

—Sí.

Le tomó las manos libres de vendajes y se las revisó, luego levantó las mangas de la ropa para verle mejor los brazos en dónde la piel también lucía intacta.

—Se quemó la iglesia. —agregó Castiel con un plano tono de voz, como si no estuviera comentando cualquier cosa sin importancia.

— ¿Y tú? ¿Te quemaste?

—Sí.

—Sí, vi los vendajes que estabas usando, pero tu piel está bien.

—Se está curando. — afirmó Cas y luego procedió a desabrocharse la gabardina y se levantó la camiseta, dejando expuesta la piel de su abdomen, en dónde tenía todavía marcas de las quemaduras, gruesas cicatrices de un color rosa pálido que se extendían por el costado izquierdo hacia la espalda.

—Oh… Cas…— Dean le miró impresionado. Las cicatrices cubrían una zona extensa de la piel, y Dean trató de imaginarse el dolor que debía haber pasado cuando el fuego quemó su carne. —Siento… siento mucho que te haya pasado eso… Lo siento— acercó la mano tímidamente y tocó con las yemas de sus dedos las cicatrices.

Castiel, por su parte, sabía que Dean se estaba sintiendo triste de nuevo, pero no comprendió el por qué.

—Ya no importa, Dean. Ya no duele.

Pero a Dean le dolía. Le acomodó la ropa, y le palmeó con suavidad el abdomen por sobre la camiseta. Estaba decidido a no permitir que nada malo volviera a ocurrirle a Castiel. Era casi un juramente que se hacía a sí mismo en silencio.

—Me alegra que estés bien ahora. — trató de sonreír y se levantó de la cama, yendo a acostarse en la otra. — Descansa. ¿Sí? Yo también voy a dormir un rato.

Rodó sobre el colchón y cerró los ojos, tratando de quedarse dormido, pero a pesar de lo cansado que estaba apenas logró conciliar el sueño por unos minutos antes de que las pesadillas  le invadieran. Pesadillas sobre fuego. Siempre fuego, destruyendo todo lo que le importaba. Se despertó de golpe, todavía escuchando gritos en su cabeza y percibiendo el calor de las llamas en la piel. Sabía que no podría volver a dormirse después de eso, así que se levantó y salió de la habitación en silencio, porque Castiel también se había quedado dormido.

Si no podía dormir, lo siguiente mejor que podía hacer era comer algo, así que fue a la cafetería más cercana y pidió algo. Mientras esperaba que le sirvieran la comida se acercó al teléfono de monedas que estaba al fondo del establecimiento. Había una chica utilizándolo, pero a Dean no le importó esperar mientras la observaba. Iba enfundada en unos pantalones de cuero y tenía el cabello largo de un color castaño oscuro. Ella se giró y le miró de arriba abajo antes de ofrecerle una amplia sonrisa y una mirada provocativa.

—Nos vemos luego. —le dijo ella, colgando el teléfono y alejándose por el pasillo hasta la puerta, y fue solo hasta que se perdió de vista que el muchacho pudo volverse  su atención hacia el teléfono. Momentos después estaba escuchando la voz de su hermano en la bocina. Pero Sam estaba hablando muy rápido y él no lograba entender lo que decía pero que parecía ser algo malo y urgente.

—Sam. Sam, despacio ¿Qué?

—Dean, papá volvió.

Al instante de escuchar esas palabras sintió que la sangre se le enfriaba en todo el cuerpo y las manos comenzaron a sudar frío por lo que el auricular estuvo a punto de resbalársele de las manos.

— ¿Cuándo?

—Hace un rato. — respondió Sam en voz baja y furtiva —Le dije que no sé en dónde estás. Le dije que saliste apenas anoche. Está furioso.

—De acuerdo. De acuerdo… ¿Tú estás bien?

—Sí, ¿Pero qué vas a hacer tú? Diablos, creo que ahí viene. Escucha, Bobby me dijo que lo llamaras en cuanto…

La voz de Sam se cortó y un segundo después la voz de John la reemplazaba.

— ¿En dónde estás? — preguntó en un tono calculadamente calmado que hizo que Dean se estremeciera.

—Umh… fuera de California.

—Dime en dónde, voy por ti.

—No… uh, yo puedo volver. Estaré ahí pronto, lo prometo.

—Dean ¿¡En dónde demonios estás!?

No era un buen momento para decirle la verdad, mucho menos para pedirle que permitiera que Castiel se quedara con ellos, así que prefirió evadir la pregunta.

—Volveré en cuanto pueda ¿De acuerdo?

—No, Dean, vas a decirme en dónde estás. ¡Es una orden!

—Lo… lo siento, no… yo estoy bien ¿Si? No tienes que preocuparte por mí.

—Me preocupo por las estupideces que haces cuando no estoy vigilándote porque es claro que no tienes la cabeza en su lugar, muchacho. ¿Cómo se te ocurrió dejar solo a tu hermano?

—Lo sé… lo siento. Pero él está a salvo, sabía que iba a estar bien y…

— ¿Lo sabías? ¡Algo podría haberle ocurrido! ¡Tú sabes muy bien que muchas de esas bestias nos buscan! ¡Dejaste a tu hermano desprotegido! Estoy muy decepcionado de ti, Dean.

—Lo sé.

—Ahora, vas a decirme en dónde estás o…

—Lo siento, papá.

Dean colgó el teléfono. Estaba sin aliento, no podía creer que realmente le hubiera colgado a John y sabía que le costaría caro más tarde. De todas formas su padre ya estaba decepcionado de él, y seguiría así tanto como si volvía a California en ese momento como si lo hacía unos días después. Pensó que sería mejor darle tiempo para que se calmara, y mientras tanto él podría pensar en una forma de convencerlo de que Cas era parte de la familia ahora.

Al menos los días que les tomara para volver podrían pasarlos juntos y hacer lo que quisieran, y eso podría ser divertido, casi como unas pequeñas vacaciones de la realidad, un descanso. Y tanto él como Castiel necesitaban un verdadero descanso en ese momento.

 

Notas finales:

Por fin juntos y libres y por el momento las cosas no parecen estar tan mal.


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