Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El misterio de Castiel por Calabaza

[Reviews - 49]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

—Uh-huh. No se suponía que vieran eso.

Dean se giró sobre sus talones para encarar a Meg que caminaba hacia ellos.

—Que mal, pero ¿Qué se le va a hacer, chicos?

— ¿Tú hiciste esto, Meg?

—Oh, vaya. Eres demasiado astuto para engañarte ¿Cierto? — soltó ella sarcásticamente, riendo entre dientes. Puso la mano sobre el toldo de la cajuela y la cerró de un golpazo. —Sí, soy culpable. Seguro recuerdas al ex novio del que te hable ¿Verdad? Era él.

—Lo mataste…

—Oh. — Meg frunció los labios en un gesto que imitaba algo parecido a la ternura. — ¿De verdad te importa? Yo no creo que sea la primera vez que ves un cadáver.

—Así que eres una asesina, ¿uh?…— murmuró Dean dando un paso hacia atrás, poniéndose entre Meg y Castiel.

—Tranquilo, vaquero. Ese cuerpo ha estado muerto desde hace mucho tiempo, y el que lo habitaba escapó, por desgracia.

— ¿De qué hablas? Esa sangre es fresca.

— ¿En serio? ¿No sabes de lo que estoy hablando? ¿Qué tal tú, Cas?

— ¡Déjalo fuera de esto! — Dean sintió las manos de Castiel detrás del él, aferrándose a su ropa.

— ¿Por qué no suben al auto? Podemos hablar de esto con calma, o podemos hacerlo difícil.

— ¿Por qué no subes tú al auto y te largas?

—Oh. Al modo difícil, entonces.

Meg se movió tan rápido que Dean no alcanzó a verla cuando se acercó más a él y le soltó un golpe en el estómago, tan fuerte que el chico se dobló sobre sí mismo y cayó al suelo luchando por recuperar el aliento.

—No ¡Aléjate de él! — gritó Castiel empujándola, pero ella le tomó la muñeca, le dobló el brazo hacia la espalda, lo puso contra la cajuela del auto y le dijo:

—Sé un buen chico y sube al auto, y te prometo dejarlo en paz sin hacerle más daño.

— ¡Cas, no! — tras varios intentos, Dean logró ponerse de pie tambaleante. — ¡Déjalo en paz!

—Quédate atrás. — le advirtió Meg. —Esto es entre Castiel y yo.

Dean se lanzó sobre ella, poniéndole un brazo alrededor del cuello en un intento por asfixiarla, aunque encontró que la chica oponía una poderosa resistencia. Sin embargo logró hacer que soltara a Castiel, y en cuanto lo vio libre le ordenó que huyera.

—No voy  a dejarte. —respondió Castiel.

— ¡Corre! ¡Pide ayuda!

—Dean no.

— ¡Ve, Cas!

Castiel dudo. Entonces su semblante cambió, llenándose de una absoluta decisión y corrió hacia la estación de gasolina para hacer como Dean había dicho, buscar ayuda, a quien fuera que pudiera auxiliarlos.

—Oh, sólo me los has hecho más fácil. — dijo Meg soltándose al fin con una facilidad sorprendente, como si siempre hubiera tenido la capacidad de quitarse a Dean de encima pero hubiera estado fingiendo. Soltó un codazo directo al torso del chico, en el costado, dónde estaba más lastimado. Él cayó de nuevo al suelo, resollando, con los ojos abiertos mirando manchones oscuros danzando en el aire, sin poder enfocar la vista, sin tener noción por un momento en dónde estaba o cómo moverse. Gritó, resopló y la tierra sobre la que había caído se le metió en la boca y en la nariz, haciéndole toser dolorosamente.

Meg se inclinó sobre él, presionando la mano sobre el costado herido y dejando un beso en la mejilla del muchacho.

—Él es un peligro sólo cuando está contigo. Gracias por alejarlo.

—D-déjalo. ¡Déjalo en paz! —gritó desesperadamente Dean cuando ella se alejó, caminando hacia donde había visto que Castiel se dirigía. —Cas…Cas, no.

Intentó ponerse de pie, pero al intentar doblar el cuerpo el dolor le hizo tirarse de nuevo, y se desmayó, o al menos eso le pareció: un largo periodo en blanco sin sentir, pensar o ver nada.  Después sintió que comenzaba a despertar con la urgencia de que debía levantarse y correr, pero estaba muy débil y no conseguía moverse. Se encontró tratando de recordar por qué era tan importante moverse. ¿Qué era lo que resultaba tan urgente? Ah… ¡Ah! Castiel, cierto.

—Cas.

Escuchó una explosión, un tronido potente que le sacudió el cuerpo y le hizo doler la cabeza. De pronto llegó a su mente el recuerdo claro y vívido de la noche en que el relámpago cayó sobre la casa Harvelle, el gruñido de los truenos en las nubes, como bestias, como explosiones, luego la luz blanca.

Abrió los ojos, asustado, y vio el cielo iluminado por una luz, pero no era blanca si no anaranjada y roja. Entonces sintió el calor, como en oleadas que le embestían. Giró la cabeza sobre el suelo y miró la columna de fuego que se levantaba en dónde momentos antes había estado la gasolinera.

—Cas…—soltó, sintiendo su garganta vibrar y sus labios moverse, pero no escuchó su propia voz. — ¡Cas! — gritó, pero los únicos sonidos que lograba percibir era un intenso pitido en sus oídos, y el rugido del fuego.

Logró girarse sobre sí mismo y arrastrarse hasta donde el auto de Meg le proporcionaba un refugio contra el aire caliente que despedían las llamaradas. Se apoyó en el vehículo para lograr ponerse de pie y no volver a caer.

—Cas… no…—gimoteó cuando pudo ver mejor lo que pasaba. La estación de gasolina estaba en llamas, igual que el supermercado que estaba al lado, al que los ventanales le habían estallado. No alcanzó a ver a ninguna persona, nada se movía más que el fuego, y temió que todos hubieran muerto. Temió especialmente por Castiel que había ido en esa dirección. — ¡CASTIEL! — le llamó de nuevo, sintiendo como el calor del fuego le calentaba las lágrimas en el rostro hasta evaporarlas.

Luego hubo otra explosión. Más ruido, más luz. Dean cerró los ojos y percibió como su cuerpo se movía lentamente, como fluyendo en una corriente cálida y suave.

Y luego más oscuridad y silencio. Algo frío se movía sobre él. Y después volvió el dolor. Más fuerte, invadiendo todo su cuerpo. Por un momento creyó que debía tener el cuerpo destrozado, pero al intentar moverse se sorprendió al notar que podía hacerlo. Dolía horriblemente, pero fue capaz de levantar la cabeza y apoyarse sobre los brazos. Miró hacia el fuego, que había crecido, tanto que había alcanzado al auto de Meg. Algo más debía haber explotado en la estación, alimentando el fuego. Y Dean supuso que la explosión lo había hecho saltar varios metros atrás sin darse cuenta.

Notó entonces que la piel le ardía. Se tocó el rostro que dolía, y se miró las manos y vio la piel enrojecida, manchada de lodo y mojada porque estaba lloviendo. Eso era aquella cosa fría que le había despertado, la lluvia sobre su piel, refrescando la piel irritada por el calor.

—No deberías moverte. —escuchó una voz, aunque fue como si la escuchara a través de una pared. Levantó el rostro y vio a Meg de pie junto a él.

—Cas… ¿En dónde está Cas? — se apresuró a preguntarle y ella soltó una melodiosa carcajada.

—Creí que estaría aquí, contigo. —dijo ella, fingiendo una expresión de pena, haciendo un puchero. Se puso de cuclillas frente a Dean, mirándole con interés, observando aquí y allá las magulladuras sobre su piel, sonriendo como si se regocijara. —Pero creo que te abandonó.

—Está… ¿Vivo?

—Oh, claro que está vivo, no iba a dejar que le pasara nada a mi presa. La explosión fue para deshacerme de todos los que estorbaban, y bueno, también porque es muy divertido. Pero tranquilo, el fuego no ha tocado un solo cabello de su adorable cabecita.

— ¿Por qué…? ¿Por qué lo estás persiguiendo? ¿Por qué a él?

Meg sonrió, apartándose un mojado mechón de cabello del rostro.

—Porque él es alguien muy especial. Pero eso tú ya lo sabes bastante bien. ¿No es así? Por eso querías quedártelo solo para ti, tan egoísta.

—Él no… él no te ha hecho nada. No ha hecho nada malo en toda su vida. Déjalo en paz.

—Umh… —la sonrisa de la chica se esfumó y su frente se arrugó. —Tú… Tú de verdad no sabes nada de él ¿No?

Dean la miró confundido y ella soltó una viva risotada que hizo que al chico le dolieran los oídos otra vez.

—No tienes idea de lo que él es ¿Verdad? — tomó el rostro de Dean con una mano, apretando bruscamente su mentón. — ¿Verdad? — le miró directamente a los ojos y supo que tenía razón. —No puedo creerlo, no tenía idea. De verdad que los humanos son estúpidos.

—Tú no eres… ¿humana? — preguntó él, sintiendo que el corazón se le aceleraba de rabia y de miedo.

—Soy un demonio. — respondió ella, acercándose tanto que pudo sentir su aliento sobre la piel. Y de pronto sus ojos castaños se tornaron negros, incluso las  partes que debían ser blancas. Por un momento dudó de lo que estaba viendo, pensando que era una ilusión óptica que hacía parecer que la chica se había quedado sin ojos, pero aquellos oscuros pozos de negrura se clavaron en él, mirando directamente en su interior.

Dean no había visto antes a un demonio, y no conocía en persona a nadie que hubiera visto uno y sobrevivido. No sabía que podían tomar apariencias tan humanas y tampoco sabía que tenían ojos como aquellos. Pero lo que más le preocupó fue que no conocía la forma de cómo pelear contra ellos. Había cosas básicas que se suponía funcionaban contra los demonios, como agua bendita, sal, un exorcista. Pero Dean no tenía nada de eso a mano, y se dio cuenta de que si ella decidía matarlo ahí mismo él no podría escapar.

Y entonces Castiel apareció. Llegó a través de la cortina de lluvia, y Dean se talló los ojos, confundido, ante la desconcertante percepción de que Castiel estaba frente a ellos, pero al mismo tiempo ni el agua, ni la tierra y ni las cenizas que lo ensuciaban todo alrededor pudieran tocarlo a él.

—Suéltalo. — ordenó.

—Ah, ahí estás. Creí que habías huido. —contestó Meg, soltando a Dean y poniendo toda su atención al otro chico. Dean se revolvió en el lodo, intentando pararse, pero ella le puso un pie sobre el pecho, y para él fue como si una roca le sostuviera contra el piso.

—Déjalo. —volvió a hablar.

—Bien, su vida por la tuya. — dijo ella. —Es un trato justo, y lo cumpliré. Lo prometo.

Castiel miró a Dean por un momento.

—De acuerdo. — soltó, sin la menor pizca de duda o miedo en su voz.

— ¡Cas, no! ¡Es peligrosa…! ¡Aghh!

El pie de Meg le estaba aplastando el pecho sin piedad  y un nuevo dolor le hizo enmudecer momentáneamente.

— ¡He dicho que le sueltes! — intervino Castiel, imperiosamente, y Meg por fin retiró el pie.

—Pero vaya, si tienes tu lado dominante debajo de esa carita inocente. —dijo caminando hacia él. —Andando.

—C-Cas… Cas, no.

Castiel  se quedó parado en donde estaba, mirándole con infinita tristeza.

—Ven…ven…— pidió Dean, extendiendo un brazo hacia él.

—Es hora de irnos. —interrumpió Meg. —Vamos, sabes que esto no le habría pasado si no fuera por ti, Castiel. Sólo estará a salvo si te alejas de él.

Castiel no respondió, pero lentamente se dio la vuelta y siguió a la chica.

—Cas, no. Cas, vuelve. ¡Vuelve! — gritó Dean con toda la fuerza que pudo hacerlo, sintiendo como le ardían los pulmones, la garganta, sus ojos húmedos. —Vuelve, por favor… Castiel.

 

Quédate conmigo.

Dijiste que querías quedarte. Quédate.

 

 

— ¿Por… qué… siempre… fuego? —dijo, sin darse cuenta de que estaba hablando.

—Estás despierto. Muy bien, muchacho. Eso es muy bueno. Resiste ¿Está bien? Quédate conmigo. — dijo la voz de un hombre que Dean no reconoció. Abrió los ojos y vio un techo gris y percibió a alguien moviéndose a su lado.

—…el.

—No hables. — le dijo el hombre.

—Casti…el.

—Vas a estar bien. No te preocupes por nada.

Le pusieron algo en el rostro. Levantó la mano para tocar aquella cosa y dedujo que era una mascarilla de oxígeno, y que estaba en una ambulancia y por eso sentía que estaba en movimiento.

— ¿En dónde estoy? —preguntó, luchando por no volver a la inconciencia que le jalaba pesadamente a la oscuridad. — ¿En dónde…?

—Estás en una ambulancia, vamos a llevarte al hospital.

— ¿Y…? ¿Y Cas? ¿En dónde está?

— ¿Quién es Cas?

—Mi amigo.

—No te preocupes por eso ahora.

—Es… mi amigo.

—Sí, de acuerdo. Quédate tranquilo. ¿Puedes mover las piernas?

Dean levantó un poco la cabeza y se miró las piernas. Se sentían horriblemente pesadas, pero logró moverlas y menear los pies de un lado al otro.

—Bien. Muy bien, muchacho. Recuéstate, ya casi estamos ahí.

— ¿En dónde estamos?

—En una ambulancia. — repitió el hombre.

—No. No. ¿Ya estamos en Kansas?

—Oh. No. Estás en Missouri.

—Tengo que buscar a Castiel. —dijo, y fue una declaración para sí mismo, aunque el paramédico creyó que seguía hablando con él, así que le respondió que podría hacer lo que quisiera en cuanto se repusiera.

Dean tardó todavía un rato en estar completamente despierto y consciente de lo que había ocurrido. La estación de gasolina había explotado. Meg había hecho explotar la estación de gasolina. Castiel se había ido con ella. Había un cadáver en el portaequipaje del auto, aunque la verdad eso ya no tenía importancia. Excepto que Meg había puesto ese cadáver ahí porque era un demonio y era capaz de asesinar. Y Castiel se había marchado con ella.

Dean apretó los dientes y gruñó.

El vehículo se detuvo, las puertas se abrieron y la camilla de Dean fue jalada hacia afuera, al frío y la humedad. El chico se estremeció bajo la manta con la que lo habían cubierto y en seguida lo llevaron dentro del hospital. Él sólo podía ver el techo blanco e inmaculado y a las personas moviéndose a su alrededor, pero nadie estaba poniéndole atención mientras él intentaba explicar que no tenía tiempo para estar ahí y que debía irse.

—No te muevas, niño. En seguida te verá el doctor. — dijo una enfermera, y luego le dejaron a solas en un pasillo. Levantó la cabeza y verificó que en verdad estaba solo. Se incorporó, pero el dolor que se extendía por todo su torso volvió a tumbarlo. Aún le dolía el costado, pero también dolía mucho en donde Meg había puesto su pie.

No parecía ni remotamente posible que fuera capaz de levantarse, mucho menos salir del hospital. Pero Meg lo había lastimado. ¿Qué podría hacerle a Castiel? Ese pensamiento era suficiente para convencerlo que aunque saliera de ahí en silla de ruedas o arrastrándose, él iría a buscar a su amigo.

—Lo siento, Cas. Debí hacerte caso. — murmuró entre dientes, haciendo acopio de su escasa energía para levantarse apoyando su peso en sus brazos. —Tú sabias que había algo malo en ella. Debí escucharte. Fui un completo idiota.

Empujó las piernas al borde de la camilla, las bajó con cuidado e intentó mantenerse de pie, pero las rodillas le fallaron, haciéndole caer al piso. Se arrastró hacia la pared y la utilizó de apoyó para volver a pararse y caminar. Los primeros pasos se sintieron como el infierno. Sus huesos dolían y su propio peso parecía demasiado para sostenerlo, pero finalmente y a paso lento, consiguió llegar a la puerta. Había mucha gente, y nadie reparó en él. Se quedó parado en la entrada, contemplando el paisaje oscuro. Seguía lloviendo con fuerza.

Ir caminando no parecía una opción, no llegaría muy lejos ni muy rápido a ningún lugar. Pensó en tomar un taxi, o quizá pedir a alguien que le llevara. Y entonces la solución se presentó sola cuando otra ambulancia llegó, los paramédicos bajaron a dos personas en camilla que debían estar muy graves porque todos parecían mucho más agitados de lo que había estado el que había atendido a Dean, y por unos preciosos momentos el vehículo se quedó sin vigilancia.

Dean se acercó y miró dentro, las llaves estaban pegadas en el switch.

—Un poco de buena suerte. — dijo, subiéndose y acomodando cuidadosamente en el asiento. Movió despacio los pies sobre los pedales y notó que el pie derecho dolía más cuando intentaba doblarlo. —Vamos, has estado peor, Winchester. — se dijo, encendiendo la ambulancia. En realidad eso no era cierto. No recordaba haber sentido más dolor del que sentía en ese momento, pero eso no estaba deteniéndolo.

Arrancó velozmente, con la sirena pitando y parpadeando, anunciando a todos que se la estaban llevando. Dean manoteó sobre los botones y palancas que encontró, hasta que por fin encontró el que apagaba la sirena, y él aceleró sobre el asfalto mojado, dirigiéndose hacia la autopista.

El plan que tenía en mente era volver a la estación de gasolina y rastrear a Castiel desde ahí.

De ser necesario iría hasta Salt Lake City, que según recordaba era a donde Meg había dicho que se dirigía. Eso si es que podía confiar en lo que le había dicho un demonio.

De todas las cosas que podían haberle pasado se había encontrado con un demonio.

¿Qué podía querer un demonio con Castiel?

Había escuchado cuentos de que los demonios se llevaban a los que les vendían su alma. Pero dudaba que ese fuera el caso con Castiel. De ninguna manera podía creer eso. Excepto que él realmente no sabía tanto acerca del chico como para estar completamente seguro de ello. Castiel estaba lleno de secretos, y siempre ocurrían cosas extrañas a su alrededor, no siempre daba respuestas claras, casi nunca hablaba de sí mismo y a veces parecía saber cosas que no tendría que saber.

Meg había acertado cuando había dicho que Dean no sabía nada de Castiel. ¿Es que ella sabía más acerca de él?

Quizá se conocían de antes, de la vida que Castiel tuvo antes de llegar a la granja. Tal vez Castiel si tenía asuntos con los demonios. Después de todo había actuado con Meg como si supiera que había algo malo con ella. Era posible que incluso supiera que era un demonio y hubiera elegido no decirle a Dean. La idea pasó por su mente pero la desechó en seguida, porque no estaba seguro de nada y no iba a permitirse desconfiar de Cas.

Recordaba cómo había dudado el chico en marcharse cuando le dijo que pidiera ayuda mientras él sostenía a Meg, y como después de la explosión el demonio había tenido la oportunidad de matarlo y probablemente lo hubiera hecho de no ser porque Cas apareció y le ordenó que parara. En ese momento le había protegido, y le había salvado la vida. Y luego lo recordó a diciendo que quería quedarse con él, acurrucado a su lado, y no podía imaginarse que aquello hubiera sido una mentira.

Odiaba la sensación de la duda y no necesitaba sentir más dolor, así que apartó esos pensamientos y concentró todos sus sentidos en no salirse de la carretera mientras esquivaba vehículos a alta velocidad sobre la carretera mojada, porque no tenía el tiempo para ser precavido.

Le fue más difícil de lo que había pensado que sería dar con el lugar de la explosión. Tuvo que dar varios rodeos largos y preguntar por direcciones en un pueblo cercano, lo cual no resultó sencillo porque seguía lloviendo y no había mucha gente a quien preguntarle, además de que algunos pueblerinos se asustaban de su apariencia maltrecha.

Cuando por fin logró dar con el lugar estaba mojado, y muy adolorido, e intentar caminar y moverse como si no le pasara nada era imposible, pero eso no le impidió estacionar la ambulancia y caminar hasta el lugar en dónde horas antes había habido una estación de gasolina y una tienda. Ahora en su lugar se erigía un fuego menos potente que el que Dean había visto horas antes, pero que se negaba a extinguirse del todo, y todo olía a humo y combustible. El lugar estaba acordonado y no había forma de acercarse a la zona de la explosión. Había mucha gente, policía y forenses sobre todo, la prensa y algunos civiles curiosos que eran mantenidos a raya por las autoridades que estaban constantemente diciéndoles que se fueran a casa.

Dean caminó entre la gente sin que nadie reparara en él. Escuchó como algunos de los presentes habían ido a buscar a algún familiar conocido que podía haber estado en la zona del percance. Escuchó también decir que no había un solo cadáver reconocible, de entre los pocos que se habían logrado recuperar.

Él ni siquiera había tenido el tiempo de ponerse a pensar en toda la gente que había sido afectada por culpa de Meg, e indirectamente por su culpa por no haberla detenido. Después de todo él era un cazador, y aunque no tenía idea de cómo combatir a un demonio se suponía que su deber era proteger a las personas inocentes de criaturas como ella.

Dio un par de vueltas entre la multitud, pero por supuesto no vio a Castiel ni a Meg, ni el menor rastro de ellos. Se dio cuenta de que cualquier cosa que pudiera haberle dado indicaciones de por donde se habían ido se había perdido a causa de la lluvia, la gente y los montones de vehículos estacionados alrededor.

Se encaminó de vuelta a la ambulancia sólo para encontrar que un par de policías ya habían llegado hasta ella y la estaban revisando, así que él se deslizó entre los autos desatendidos al lado de la carretera, buscó uno que estuviera abierto y se alejó de ahí rápidamente sólo por el instinto de huir, aunque en realidad no tenía idea de a dónde ir.

Pensó en que llamar a Bobby y contarle lo que había ocurrido era la mejor opción. Bobby era sabio. Le diría que hacer para arreglar todo y le ayudaría. Y él obedecería a todo lo que le dijera porque estaba desesperado por hacer que las cosas estuvieran bien de nuevo.

De pronto las punzadas en su torso se volvieron intensas oleadas de dolor que le obligaban a inclinarse hacia adelante para respirar mejor. Dean se inclinó demasiado y algo empezó a arder en su pecho, algo que le llevaba un regusto amargo a la boca. Tuvo que detener el auto y abrir la portezuela para vomitar. No había comido en todo el día, así que sentía como su estómago vacío se convulsionaba dolorosamente, y sólo consiguió escupir flemas y sangre. Cuando terminó y logró incorporarse notó la sensación de quemazón entre su pecho y su estómago. Algo andaba muy mal, y él estaba solo a mitad de la nada.

Tras un largo esfuerzo logró encender el auto otra vez y estacionarlo en una cuneta. Esa noche no iba a poder llegar más lejos. Se recostó en el asiento, luchando por encontrar una posición en la que el dolor le diera una tregua, e intentó dormir.

Pero extrañaba el calor de Castiel. Estaba mojado y helado, y echaba de menos su cercanía, sus manos suaves, sus ojos siempre atentos.

— ¿En dónde estás, Cas?

Se quedó dormido pensando en él, y lo encontró en sus sueños.

Primero le escuchaba muy lejano, le veía a través de algo que era como niebla, o quizá algo más corpóreo. Dean extendió la mano y tocó la tela transparente de una cortina, la corrió y se encontró con el pequeño Castiel escondido detrás de ella. El pequeño Castiel le sonreía. Castiel le tomó de la mano y lo guió a través de un pasillo iluminado por una luz blanca que venía de las muchas ventanas dispuestas a cada lado, todas cubiertas con cortinas delgadas, a través de las cuales alcanzaba a adivinar formas difusas. Mientras caminaban escuchaba hablar a Castiel, pero su voz sonaba como el tintineo de muchas campanas y agua corriendo.

En algún momento el niño desapareció entre las cortinas y la luz blanca comenzó a sentirse muy caliente sobre su piel, y se dio cuenta de que las cortinas ondulantes se habían transformado en largas lenguas de fuego blanco que le rodeaba.

Dean retrocedió, aterrorizado, e intentó gritar, pero su boca estaba sellada por una fuerza que le superaba. Cerró los ojos y sintió que caía en el fugo, pero en vez del calor de las llamas, unos brazos lo sostuvieron por la espalda.

—No tengas miedo, Dean. — dijo la voz del Castiel más grande, y Dean abrió los ojos y miró hacia atrás pero no pudo ver su rostro porque la luz era muy brillante.

Intentó responderle. Intentó decirle que le había estado buscando. Que estaba asustado y perdido, y temía no volver a verle. Quería poder decirle: Dijiste que querías quedarte, Cas. ¿Por qué me dejaste?

Pero seguía siendo incapaz de hablar, y sus palabras se volvieron pesadas en su garganta y sintió ganas de llorar.

De pronto el fuego se convirtió de nuevo en largos y vaporosos cortinajes blancos que se corrieron a un lado para dejarle ver un paisaje que le pareció conocido.

Montañas al fondo, bosques de pinos, y un extenso pastizal, meciéndose con el viento como un océano verde y dorado.

Era el paisaje que se veía desde el patio de la granja de Ellen.

Dean aspiró profundamente el olor a hierba y tierra húmeda en el aire, y sintió la brisa refrescando su piel. Y luego miró a su lado, al pequeño Castiel que había vuelto a aparecer junto a él.

—Me gusta observarlas. Es lo primero que vi al llegar. — le escuchó decir. Su voz aún sonaba como campanas repiqueteando, pero Dean se dio cuenta de que esta vez lograba distinguir perfectamente lo que estaba diciendo. Sin embargo no comprendió de qué estaba hablando.

—En… la granja…— musitó Dean, abriendo los ojos, sintiendo una descarga de dolor recorriéndole, como si lo hubieran azotado repentinamente contra el suelo. —Está en la granja. — dijo en voz alta para que los pensamientos que bullían en su cabeza tomaran más fuerza. Había sido un sueño, pero había sido vívido, lleno de sensaciones muy reales. Estaba seguro de que aún podía oler la hierba, y escucharla mecerse con el viento, aunque luego pensó que más bien debía ser el sonido de la lluvia golpeteando sobre el techo del auto. Pero lo más real de todo era la sensación de que debía ir a la granja, de que Castiel estaba ahí.

— ¿Fue lo primero que viste al llegar? ¿Qué significa eso? — dijo, recordando lo que el pequeño Cas había mencionado en el sueño. Quizás eran sólo palabras sueltas, y quizá aquel sueño no significaba nada, pero se aferró a él porque su intuición le decía todo lo contrario, y porque no tenía nada más.

Dean se incorporó, y todo el malestar se avivó, y fue más consiente de él que antes de quedarse dormido. El mayor daño seguía estando en su torso, pero podía sentir cada hueso de cada extremidad, doliéndole. También le dolía todavía la nariz, en dónde Slider le había dado un puñetazo, y además le escocía mucho la piel.

Se miró en el espejo retrovisor y se horrorizó de su propio aspecto, con la piel enrojecida, la nariz amoratada, cortes y rasguños por todos lados, y los ojos hundidos de cansancio. Además debía tener fiebre por que no dejaba de temblar y la cabeza le dolía mucho.

Y entonces, casi con alivió, recordó que se había guardado el medicamento para la fiebre que había robado para Castiel. Sacó la caja de uno de los bolsillo de su chaqueta, en dónde también encontró la medicina que le había comprado para el dolor de estómago, y además, el botecito de analgésicos que Meg le había dado.

Se tomó una pastilla para la fiebre, y miró los analgésicos con recelo antes de decidirse a tomar un par. Le causaba un poco de repulsión pensar en que habían sido de ella, pero en su precaria situación no tenía mucho de dónde escoger. Además quería sentirse lo mejor posible para cuando la encontrara y poder patear su trasero hasta cansarse.

Dean cayó en un pesado sopor.

—Quizá… el hospital no sería tan mala idea. — dijo para sí mismo, volviendo a recostarse contra el respaldo del asiento, tembloroso y débil. —Un hospital estaría bien. —apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos, y vio de nuevo la luz de un cielo nublado y las montañas, y el campo infinito de hierba. Era como si aquel lugar le estuviera llamando. Se habría puesto en marcha de no ser porque se quedó dormido antes de darse cuenta, aunque su sueño fue incómodo e inquieto, y le proporcionó poco descanso.

En algún momento, horas después, cerca del amanecer, despertó y se dio cuenta de que había  dejado de temblar y de se sentía relativamente mejor, o al menos lo suficiente como para conducir. Supuso que la fiebre había bajado, aunque aún estaba sudando y tenía la boca muy seca, sin embargo no reparó en ello. No había tiempo que perder ahora que ya tenía un objetivo fijo: Castiel, la granja Harvelle.

Estaba consciente de que esa idea no tenía ninguna lógica. Estaba a medio estado de distancia de ese lugar, y de todas formas ¿Cómo podría Castiel llegar hasta allá? Eso suponiendo que Meg se lo permitiera. Y sin embargo, no cabía duda en él de que le encontraría ahí. El sueño se había sentido como una revelación mística, algo mágico y extraño, pero real, como todo lo que rodeaba a Castiel.

 

La necesidad de volver a aquel lugar bullía bajo su piel como la fiebre que aún terminaba de disiparse. Además, de todos los lugares del mundo ese era el único hogar que él y Cas habían compartido, era como volver a casa y en realidad no había nada más lógico que eso.

 

 

Notas finales:

 

En el blog avisé que este capítulo sería más largo, en parte para compensar que la semana pasada no actualicé. Puse eso pensando en que este capítulo sería el último y que podría soltar el final todo de una vez. Al final decidí que no. Tengo planeado que el capítulo final sea el de la próxima semana. Uhuu~

Al final hemos soportado el hiatus de la serie (espero que disfruten mucho la temporada 10!) , y hemos llegado muy lejos con esta historia, y por fin estamos cerca del desenlace. 

Por fin.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).