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El misterio de Castiel por Calabaza

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El Impala recorrió aquel camino de tierra que le era tan familiar y que había transitado tantas veces en los últimos años, desde que había pasado a ser propiedad de Dean.

Dean aceleraba a medida que se acercaba a la granja. El camino de ida siempre era así, lleno de expectación y un poco de ansiedad. Esperanzado, continuaba creyendo en el fondo de su corazón que podía ser esta la vez en que volvería a esa vieja casa abandonada y encontraría a alguien ahí. Alguien de ojos azules y mirada penetrante. Habían pasado ocho años desde que le había visto y aún recordaba sus ojos con claridad, a pesar de la desgracia de no haber procurado hacerle una fotografía cuando había tenido la oportunidad.

Pero es que había tantas cosas que no había tenido la oportunidad de hacer.

Al aproximarse a la casa el corazón de Dean dio un vuelco un tanto desagradable al notar que había un vehículo estacionado que no había estado ahí la última vez. Alguien estaba fisgoneando donde no le llamaban y eso lo puso de mal humor. La granja aún pertenecía a los Harvelle, así que no había ninguna razón válida para que un extraño se metiera en el terreno.

Se bajó de su auto y caminó alrededor de la casa con actitud envalentonada, presto a ahuyentar a quien fuera que se hubiera atrevido a meterse sin permiso.

Pronto se encontró a esa persona, parada en el patio, junto a los árboles que ya no daban ninguna fruta pero que al menos no se habían muerto a pesar de que nadie los cuidaba con regularidad. Luego la vio acercándose a la puerta trasera de la casa, husmeando a través de los cristales.

— ¡Oye tú! — soltó con su tono más brusco, aproximándose. Ella, una chica rubia y delgada, se volvió y le miró pasmada, luego soltó un grito y se echó sobre él, colgándosele del cuello tan repentinamente que le dejó sin aire. — ¡Dean Winchester! ¡Estás enorme!

— ¡Hey! Tranquila. — soltó él, completamente confundido, y ella se apartó y le miró a la cara, leyendo en su semblante despistado que no la había reconocido.

—No te atrevas a decirme que ya no te acuerdas de mí. — dijo ella, llevándose las manos a la cintura, y apretando los labios. El gesto infantil que puso entonces refrescó la memoria de Dean, aunque no por ello estaba menos sorprendido.

—No puede ser. ¿Jo?

—A-há. ¿Quién más? Santo cielo, Dean, la última vez que te vi eras un niño. — dijo conmovida, y al momento siguiente puso una expresión feroz y soltó un puñetazo en el brazo de Dean.

— ¡Maldito!

— ¡Ouch! ¿Qué…?

— ¡En trece años sólo pudiste enviarme dos cartas! Ni una sola llamada telefónica. Todo lo que sé de ti es por lo que Bobby me cuenta. ¡Te odio! — volvió a abrazarlo. —Te he extrañado tanto. ¡No tienes una idea de cuánto! A ti y a Sam.

Jo se separó, y Dean notó las lágrimas en sus ojos, que ella se esforzó en disimular, así que él no dijo nada por cortesía.

— ¿Cómo está Sam, por cierto? —dijo luego la chica.

—Él está bien.

— ¿Vino contigo? ¿Está aquí?

—No. Está en Stanford.

—Cierto. Se fue a estudiar leyes o algo así ¿No? Bobby me contó.

—Sí. —Dean sonrió, sin poder quitarle la mirada de encima.

— ¿Qué? ¿Por qué me ves así? 

—Bueno, tú también eras una niña la última vez que te vi. Eras… pequeñita.

—Cierto. Soy toda una mujer ahora ¿A que sí?

—Nah, sigues siendo una niña, sólo que más alta.

Jo alzó un puño en forma amenazante y se rió, y Dean se rió con ella.

— ¿Qué haces aquí, Jo? Creí que ibas a quedarte en Canadá.

—Ni hablar.  Eso era lo que quería mi tía. Que fuera a la universidad, me graduara, consiguiera un trabajo, un departamento y un esposo. Me tenía planeada la vida entera. Una normal y muy aburrida. Así que en cuanto pude juntar suficiente dinero por mi cuenta me largué.

—Una vida normal no suena tan mal.

— ¿En serio? Que yo sepa tú no te has esforzado mucho en hacer una vida normal tampoco.

—Sí, bueno, la vida como cazador no es algo a lo que puedas renunciar.

—Eso mismo. Por eso volví.

— ¿Estás cazando? — preguntó entonces, receloso. — ¿Tú sola?

— ¿Qué? ¿Estás preocupado?

—Por supuesto. Tú tienes la posibilidad de tener una vida normal ¿Por qué quieres meterte en esto?

—Lo dices como si fuera ajena al mundo de los cazadores.

—Pues sí, has estado lejos de esto mucho tiempo. Creciste lejos, a salvo.

—Sí, primero que nada entérate de que hay monstruos y fantasmas también en Canadá, Dean. — soltó la chica, mortificada por el tono paternal que él estaba tomando. —Y es mi mundo también. Crecí en él.

—Estabas fuera de él.

—Quizá no quiero quedarme fuera. Quizá me gusta esto. La cacería está en mis venas.

—No es un juego, Jo. Es peligroso.

— ¿Crees que no lo sé? Mi papá murió cazando ¿Te acuerdas?

Dean no supo que decirle. Se quedó callado y miró al suelo con pena.

—Es algo de familia. —dijo ella. —Y me hace sentirme más cerca de ellos. De papá y mamá.

—Bien…

—Además no salgo a cazar sola. Bueno, casi nunca. Al menos no para los casos difíciles. Tengo un equipo. Seguro que te acuerdas de Ash ¿No?

— ¿Estás con Ash?

—Sí. — respondió ella sonriendo de nuevo, emocionada como una niña pequeña. —Tenemos una especie de base secreta en un bar. Bueno no tan secreta, casi cualquiera que sea cazador puede pasar por ahí.

— ¿Cuándo sucedió eso? ¿Bobby sabe lo que están haciendo?

—Ah, hace como seis meses, y claro que Bobby sabe. Él nos ayuda con las investigaciones a veces.

— Nunca me dijo nada.

—Sabrías más cosas si te comunicaras con la gente de vez en cuando. Bobby me dijo que no lo has llamado en meses.

—Oh… eso…

— ¿Pasa algo malo?

Dean suspiró y se llevó las manos a los bolsillos del pantalón.

—No pasa nada.

— ¿Seguro? Bobby está preocupado ¿Sabes? Por tu familia, por ustedes. Me dijo que tu papá no ha parado en años, yendo tras ese demonio que… Umh, y dice que tú estás siguiendo sus pasos.

— ¿Eso te dijo? — Dean agachó el rostro, sintiéndose  conflictuado, como si no pudiera creer que Bobby hablara de él y su familia con otros. No le gustaba la sensación de que otras personas, ni siquiera sus seres queridos, se pusieran a comentar la forma en que llevaba su vida. —Bueno, es el negocio familiar. ¿Cierto? Al final lo que hacemos es asunto nuestro, y ni Bobby ni nadie más tiene por qué preocuparse al respecto.

—No te portes tonto. — soltó ella de pronto, cruzando los brazos, y el tono de su voz le trajo a Dean el recuerdo de Ellen más fresco y vivo que había tenido en mucho tiempo. —Tío Bobby se preocupa por que es tu familia también. Le importas y te quiere, igual que lo hacemos Ash y yo, aunque hayas decidido distanciarte.

—Si… lo sé.

—Tú y Sam son como hermanos para mí. Tal vez tú no lo veas así, pero para mí ustedes eran parte importante de mi vida cuando vivía aquí. Mamá los quería como si fueran suyos. Yo los he querido siempre. Te escribí cientos de cartas, aunque nunca respondías. ¿Dudas de que te quiero?

Dean habría querido a toda costa evitar aquello y tener que dar explicaciones, pero ya era tarde para cambiar el tema sin parecer un completo imbécil frente a esa chica que estaba hablándole tan honestamente. Esa niña que para él también era parte de su familia, a quien había echado mucho de menos y que no había creído que volvería a verla más que en sus sueños.

—Lo sé. — volvió a decir. —No es… que me haya olvidado de ti. ¿De acuerdo? Es sólo que tenía esta idea de que tu vida era muy diferente ahora. Esperaba que fuera algo mucho mejor que dedicarte a esto. Y no quería mezclarte a ti, o a Ash, o a Bobby, ni a nadie más en nuestro trabajo.

—También somos cazadores.

—Sí. Pero no se trata sólo de cazar monstruos y fantasmas. Estamos persiguiendo demonios, papá y yo, y no quiero que nadie cercano salga herido. Se lo dije a Bobby. Le expliqué. Por ahora no es seguro para ninguno de ustedes que estemos cerca. No hasta que hayamos acabado con ese hijo de… con ese… demonio.

Jo lo miró con tristeza, pero asintió porque lo comprendía.

—Pero en el momento en que necesites ayuda puedes llamarnos ¿Sabes, Dean?

—Lo tendré en mente.

—Es en serio. No estamos indefensos si eso es lo que te preocupa. Yo tengo experiencia cazando y Ash es un genio que sabe de todo. Y además está Richie, y hay un chico nuevo que se llama Garth, y algunos otros que nos ayudan a veces. Siempre hay alguien dispuesto a echar una mano.

— ¿Richie también caza?

— ¡Sí! También se mete en muchos problemas, pero se puede contar con él.

—Ya. ¿Y hay algún adulto responsable que cuide de ustedes?

— ¡Eh! ¡Somos adultos todos! …Técnicamente.

—Tienes dieciocho años.

—Casi diecinueve. Y Ash es lo bastante mayor.

—No lo suficiente si cree que es buena idea que una cría se meta en esto.

—Para ya con los regaños.

—Es que me preocupa.

—Ya. Pues si tanto te preocupa podrías no desaparecerte y darte una vueltecita por allá de vez en cuando para ver que todo está en orden.

Dean suspiró con cansancio, se pasó la lengua entre los labios y meneó la cabeza.

—Bien. — soltó. —Pero sigue sin gustarme.

—Bueno, no tiene que gustarte. Tú tampoco haces lo que yo quisiera que hicieras, y estoy en paz con eso.

Dean gruñó algo entre dientes y se encogió de hombros.

— ¿Ibas a entrar? — preguntó entonces, señalando la puerta a través de la cual la chica había estado fisgoneando momentos antes.

—Ah… no. Sólo quería saber cómo se ve el interior.

—Tengo la llave de la puerta del frente, puedes entrar a ver.

Jo se mostró dudosa. Al final sólo agitó la cabeza y esbozó una sonrisa débil. No era difícil adivinar que resultaba duro para ella volver y enfrentar todos los recuerdos que se habían quedado dentro de aquella casa.

—Nh. No. No creo… no me apetece mucho ir adentro. —dijo al fin, y su voz se había minimizado hasta volverse un balbuceo tímido.

—De acuerdo. ¿Te importa si yo entro?

—No. Supongo que ya lo has hecho antes. ¿Verdad?

—Sí.

— ¿Vienes seguido? —preguntó mientras seguía a Dean al frente de la casa.

—A veces.

Subieron las escaleras del porche, y Dean sacó la llave de su bolsillo. La puerta se abrió con un rechinar de goznes, y el ambiente cargado de humedad y polvo les dio la bienvenida. Jo soltó una exclamación de desagrado.

—Te espero aquí. — dijo, dando un paso hacia atrás, y Dean entró solo, como estaba acostumbrado a hacer. Entró en silencio, dejando que únicamente el sonido de sus pasos resonando sobre las maderas del piso inundara la atmósfera.

Nada dentro de la casa había realmente cambiado desde la última vez que había estado ahí algunos meses atrás. Nada había cambiado mucho realmente desde que había vivido ahí. Faltaban algunos muebles, y todo estaba cubierto de capas de polvo, y las paredes estaban manchadas de humedad, pero todo seguía prácticamente igual. Lo comprobó mirando cada una de las habitaciones, paseando por ellas lentamente, dejándose absorber por las memorias, llenándose los pulmones de aquel aire viciado y el olor a madera vieja, y mientras recorría el camino de la sala hacia la cocina, saboreaba la antelación de subir al segundo piso, de dirigirse a su antigua habitación y entrar casi con reverencia en ella, sólo para comprobar con decepción que nada ahí dentro había sido movido. Los colchones de las camas seguían intactos, al igual que las sábanas de la que había sido su cama, y que estaban también cubiertas de polvo. El calor de Castiel había desaparecido de ellas hacia demasiado tiempo. Dean lo buscó en vano, pasando una mano sobre la superficie de la cama. Luego miró con decepción los libros que había dejado ahí, acomodados en la posición exacta en la que los había puesto.

Para cuando se encaminó a las escaleras del desván, cualquier esperanza que hubiera albergado de que Castiel pudiera haber vuelto, ya se había desvanecido. Era obvio que nadie más que él mismo había puesto pie en aquella casa en un largo tiempo.

La vela que Castiel había pegado al suelo seguía ahí, en el mismo lugar. Aún había algunos pedazos de cristal esparcidos sobre las duelas del piso, aunque había recogido la mayoría de ellos, y había reemplazado el vidrio de la ventana que se había roto. No había tenido mayores cuidados en dar mantenimiento a la casa, pero quería que se mantuviera en pie hasta el regreso de Castiel. Ni si quiera sabía si cuando él volviera sería a aquel lugar, aunque le parecía lógico siendo ese el último en el que había estado, y quería que tuviera un lugar a dónde volver.

—Regresa pronto. —murmuró junto a la ventana, mirando el paisaje que tampoco mostraba demasiados cambios. Ahí seguía el pozo, y la vieja cerca de madera que todavía tenía escamas de la pintura blanca con la que había estado pintada. La casa todavía estaba rodeada por un extenso campo de hierba, aunque ese año las lluvias habían sido pocas, y el paisaje no era verde, sino más bien amarillo y parduzco. No había vuelto a haber lluvias abundantes en aquella zona desde la partida de Castiel.

—Vuelve, Cas. — dijo de nuevo, recargando la cabeza junto al marco de la ventana, recordando todavía vívidamente como había sido la vista desde ahí la mañana después de despedirse de él. Todo estaba brillante y húmedo por la lluvia, y había tenido la sensación de que el mundo estaba verdaderamente vivo. Incluso él mismo.

El tiempo se había encargado de ir diluyendo esa percepción, hundiéndolo de nuevo, poco a poco, día a día, en el vacío doloroso en el que su vida se había estado convirtiendo en los últimos años. Pero al menos aquella mañana, con la promesa que Castiel le había hecho de volver aún fresca en su corazón, Dean se había sentido absolutamente vivo, y había vuelto directo a California, dispuesto a presentarse frente a John, y a aceptar cualquier cosa que eligiera a hacer con él, pero también decidido a contarle  todo lo que había ocurrido, y hacerle entender que se había marchado por una buena razón.

Al final logró relatarle a John lo sucedido, pero él no le creyó. John Winchester estaba convencido en su corazón, como el mismo Dean lo había estado tiempo atrás, de que criaturas como los ángeles no existían más que en cuentos para hacer dormir a los niños, y que si Dios era real, debía tratarse de un ser indiferente a la humanidad y a sus desgracias. Eso fue lo que le dijo a Dean, antes de castigarlo durante seis meses en los cuales apenas le dirigió la palabra.

John estaba verdaderamente decepcionado de él, y a Dean le costó mucho volver a ganarse su confianza después de eso, y nunca más volvió a mencionar a Castiel o a los ángeles frente a su padre.

Sam por otra parte le había creído absolutamente todo. Después de todo Sam había conocido a Castiel en persona, había experimentado por sí mismo la extraña aura que le rodeaba, si particular forma de ser, lo que hacía más fácil creer que no era un humano. Además Sammy era todavía un niño y la idea de que los ángeles de verdad existieran le gustaba muchísimo. Él seguía defendiendo la idea de la lógica que había en que si existían los monstruos, también debían ser reales las criaturas buenas. Pero más que nada, Dean estaba convencido, por la forma en que Sam le miraba mientras le relataba su aventura, que él le creía porque era su hermano, y porque tenía una prodigiosa confianza ciega y absoluta en él.

Muchos años después, Sam le contaría que la razón por la que no había tenido duda de que decía la verdad era por la expresión ingenuamente feliz en la cara de Dean cuando mencionaba el nombre de Castiel, y por la triste paciencia que su rostro reflejaba cuando creía que nadie lo veía.

—Con lo cabezota que eras, (bueno todavía lo eres) era obvio que si Castiel hubiera estado todavía en este mundo no habrías podido estar tranquilo nunca hasta ir a buscarlo de nuevo. Vamos, Dean, le habrías seguido a donde fuera.

—Cállate, Sam.

Dean salió de la casa, asegurándose de cerrar bien la puerta, y al buscar a Jo con la mirada la encontró sentada en el columpio de neumático que todavía colgaba del árbol.

—Ya estás grande para eso. — soltó con una sonrisa risueña.

—Lo sé. — suspiró ella, levantando las piernas en el aire. —Y además esto no es tan cómodo como recordaba.

—Supongo que no. Baja de ahí antes de que la cuerda se rompa y te caigas.

— ¡No va a romperse! Esa cuerda aguantó años de niños traviesos colgados de ella. ¿Recuerdas que nos subíamos todos juntos al mismo tiempo? Y el columpio aguantaba por más que nos movíamos. En los viejos buenos tiempos.

Dean recargó una mano sobre el tronco del árbol, y acarició su aspereza.

—Los viejos buenos tiempos, ¿eh?

—Sí.

—Sí.

Jo apoyó los pies en el suelo y se contorsionó hasta lograr liberarse del viejo neumático, y se sacudió los pantalones, los brazos y el pelo, que le habían quedado cubiertos de hojitas secas y tierra.

—Mis recuerdos más felices son de este lugar. —dijo en voz baja, limpiándose las manos en las perneras del pantalón.

—Si… Escucha, Jo. La granja sigue siendo tuya, quizá querrías hacer algo con ella.

— ¿Hacer algo? ¿Cómo qué?

—Pues, no sé, venir a vivir aquí otra vez. O venderla.

—Oh. No sé. No me apetece mucho volver a vivir aquí después de lo que pasó. — dijo ella, mirando hacia la casa. —Me gusta saber que sigue aquí, y que está en pie, pero yo… no estoy lista para vivir aquí.  

—Ah.

—Pero tampoco la vendería. —dijo después mirándolo a él. —Tú no quieres que lo haga ¿No?

—Bueno, es tuya, puedes hacer lo que te plazca.

Jo inclinó la cabeza ligeramente, con una tierna sonrisa en los labios.

—Dean, sé por qué sigues viniendo.

Dean tensó la mandíbula y apretó los labios.

— ¿Bobby…?

—Sí, Bobby me dijo.

—Oh.

—Pero no te molestes con él por eso. ¿Cómo no iba a contarme lo que ocurrió con Castiel si siempre le preguntaba por él?

—Supongo. Es que no me gusta hablar al respecto. No me gusta que me miren como… si estuviera loco por hablar de lo que ocurrió. Incluso Bobby dudó de lo que le dije.

—Yo no. Yo no creo que estés loco. No lo entendía cuando era pequeña, pero para mí siempre estuvo claro que él no es como nosotros. Las cosas de las que hablaba…

Dean la miró a los ojos y encontró en ellos un profundo entendimiento, porque Jo también se había dado cuenta de cómo era Castiel en realidad.

—Y cuando Bobby me contó lo de los ángeles me pareció muy obvio. —prosiguió ella. —Él va a regresar ¿No?

—Sí.

— ¿Aquí?

—No… no lo sé. No me lo dijo, pero supongo que querrá volver a un lugar conocido.

—Pues sí. Esta es su casa también. Por eso no puedo venderla ¿No?

Dean asintió y ella sonrió.

—Pues eso. ¿Quieres ir a comer algo?

—Nh. Creo… que voy a quedarme un poco más. —respondió él. —Pero dame tu dirección. Y dile a Ash que voy a ir a ver que te esté cuidando bien.

—Pero si soy yo la que lo cuida a él. — Jo sacó una tarjeta y un bolígrafo de uno de los bolsillos de su pantalón y garabateó su domicilio y su teléfono. —Juro que si no vas pronto a vernos voy a ir detrás de ti como si te estuviera cazando ¿Entendido?

—Sí, señora.

—Más te vale. — le pasó la tarjeta a Dean y volvió a abrazarlo. —No te desaparezcas ¿Si?

Dean asintió y ella se separó, caminando hacia su auto, con los ojos húmedos otra vez.

—Y trae a Sam contigo. O podemos ir a visitarlo, e ir a una de esas fiestas universitarias.

—Tienes dieciocho años, Harvelle.

— ¡Edad más que suficiente para ir de fiesta! Cuídate ¿Si?

—Tú también.

Jo se montó en el vehículo y se despidió agitando la  mano a través de la ventana antes de encenderlo. Dean siguió el auto con la mirada hasta que se perdió de vista.

—Papá no ha vuelto y no ha llamado en varios días…— dijo Dean, asegurándose de que la puerta de la habitación de hotel estaba bien cerrada, y acercándose después a la ventana para correr las cortinas. Luego tomó el teléfono celular que guardaba en el bolsillo de su chaqueta de mezclilla, y comprobó que no tenía ninguna llamada perdida o algún mensaje de su padre. Tampoco de Sam, pero eso era normal, él estaba ocupado con su nueva vida en Stanford. No habían hablado en casi dos años. Dudó unos momentos con el teléfono en la mano, pensando en si debía cambiar eso y llamar a su hermanito en ese momento para decirle acerca de su padre. Al final dejó el celular sobre la mesita de noche y se dejó caer sobre la cama. No iba a llamar a Sam, al menos no esa noche. No quería alarmarlo, y de todas formas John se había ausentado por largos periodos antes y siempre volvía.

—Él está bien ¿No es así? Él siempre está bien… a su manera. ¿Puedes verlo, Cas? ¿Está a salvo?

Se recostó, hundiendo la cabeza sobre la almohada.

—Sé que él suele hacer esto, pero no puedo evitar seguir preocupándome.

Respiró hondamente y cerró los cansados ojos.

—Anoche volví a soñar contigo. —una leve sonrisa se formó en sus labios. —Aunque eso quizá ya lo sabes. Tal vez. Espero que no me estés leyendo la mente todo el tiempo.

Abrió los ojos, miró el techo y suspiró.

—Aunque seguro tienes cosas más importantes en que entretenerte allá arriba, como para poner atención a todas las tonterías de las que siempre te estoy hablando ¿No? Pero… ¿Cómo voy a saberlo si yo no puedo escucharte a ti? No fue un trato justo.

Aquellos monólogos se habían convertido en algo común para Dean, hablarle a Castiel era algo que se había acostumbrado a hacer en cuanto se quedaba solo, y que constituía un ritual personal. Era él al primero al que le hablaba por las mañanas, y a quien por las noches le contaba lo que había hecho durante el día. Lo había estado haciendo desde que se había despedido de él, y aun cuando a veces llegaba a dudar de que el ángel estuviera realmente escuchándole, no podía renunciar a aquel hábito de hablarle, hábito que al final  siempre le daba la sensación de claridad mental y de estar menos solo.

Incluso si era sólo su imaginación, Castiel se había convertido en su constante compañía.

—No importaría si no fuera porque te has tardado tanto. ¿Qué se supone que haga yo desde aquí, sin poder enterarme de cómo estás? … De si estás bien. Quiero saber que estás bien. Quiero volver a verte. Sé que te lo digo todo el tiempo… Lo siento, pero es la verdad. Te extraño.

Se giró sobre el colchón, cerró los ojos y se dispuso a dormir.

—Buenas noches, Cas.

—Voy a morir pronto. —susurró Dean al viento, sentado sobre el cofre de su auto, en algún solitario punto de la carretera interestatal de Idaho. La noche comenzaba a caer, y desde donde estaba podía ver la transición de colores entre el naranja y rojo del atardecer, al azul plomizo, el violeta, y luego un azul oscuro y frío en dónde brillaban ya algunas estrellas.

— ¿Qué se supone que significa eso, Castiel? ¿Estabas mintiendo? Porque creí que los ángeles no podían mentir. Supongo que fui un estúpido al creer eso. Al creerte. ¿Sabes que es lo peor? Que todavía quiero hacerlo. Quiero poder aferrarme a la idea de que de verdad vas a volver, de que todo lo que me dijiste era cierto, todo eso… todo lo de tener una misión en este mundo, y que Dios quería que me cuidaras. — la voz se le ahogó en la garganta. Le dio un trago a la botella de cerveza que tenía en la mano para humedecerse la boca.

— ¿Por qué tendrías que mentirme? ¿Qué podías ganar tú con eso? Si no ibas a volver podías haberme dicho la verdad desde un principio, habría sido menos cruel que dejarme esperándote durante doce años. Doce años sin saber nada de ti. ¿No podías haberme dado una señal? ¿No se suponía que querías estar aquí? ¡Dijiste que eso querías! ¡Dijiste…!

Sintió que los ojos se le humedecían y tuvo que detenerse, temiendo que si seguía aquello podría terminar en llanto. Y aunque no había nadie en kilómetro a la redonda no podía deshacerse del pensamiento de que Castiel podría estarlo mirando, y no quería que lo viera llorar.

—Sé que es mi culpa. Este trato, todo esto… yo lo elegí. Es mi problema, pero… te necesito. Solo… necesito verte, aunque sea por un momento. Una última vez… por favor.

Pero no hubo respuesta, como no la había habido antes cada vez que le pedía a Castiel que apareciera frente a él. Se talló los ojos con el dorso de la mano y luego lanzó la botella de cerveza entre los matorrales al lado del camino.

—No importa. — musitó. — ¿Sabes que te habría esperado toda la vida? Lo habría hecho, pero ya no tengo tiempo, Cas. Voy a morir pronto y voy a irme al infierno y… no creo que a los ángeles los dejen entrar ahí, ¿No? Así que ya no voy a poder verte. Lo siento. Espero que puedas entender por qué lo hice, porque tuve una muy buena razón. Y hablando de eso ¿Podrías cuidar de Sammy?  Si vuelves a la Tierra creo que le gustará verte, y si no, al menos mantenlo vigilado desde allá arriba ¿De acuerdo?

—Dean.

Dijo aquella voz potente como trueno, y delicada como campanillas de cristal.

Y Dean creyó estar soñando. Sin embargo dormir y soñar eran conceptos que no se aplicaban en el Infierno. No había ahí nada que pudiera permitirle distraerse ni un solo segundo de su constante suplicio.

Sin embargo un sueño parecía la explicación más realista. Parecía más factible el hecho de poder soñar, que el de escuchar un sonido tan bello en aquel antro de convulsiva miseria y retorcida maldad.

—Dean. — dijo la voz otra vez, y Dean se dio cuenta de que la palabra que estaba pronunciando era su nombre, y recordó de pronto que tenía un nombre y que era ése, y que no siempre había estado asociado a dolor y sufrimiento. Que antes ese nombre había sido pronunciado con cariño, por personas que le costaba trabajo recordar con claridad.

Se sintió extrañado por la profunda nostalgia que le embargó. Tampoco se acordaba de la nostalgia ni de que era posible sentirla, pero ahí estaba.

— ¿Qué? — susurró, adolorido, y temeroso de que alguien más le escuchara hablándole a la voz. Por qué esa voz no pertenecía a ese lugar, y que él no debería estarla escuchando — ¿Qué quieres? ¿Qué eres?

—Soy un ángel, y he venido por ti.

—No. Vete.

—Dean.

— ¡Cállate! ¡Déjame en paz! ¡Deja de burlarte de mí!

—Dean, abre los ojos.

Dean abrió los ojos y se miró las manos mojadas en la sangre de los que había atormentado, y una mezcla de lujuria y repulsión se revolvió dentro de él, y sintió deseos de arrancarse los ojos y dejarse consumir por la agonía y el fuego.

—Dean.

Dean levantó la vista y vio un resplandor frente a él. Algo que era completamente distinto a todo lo que habitaba el infierno. Era una luz de inmaculada blancura, y sintió que se consumía frente a ella.

— ¡No! — gritó. — ¡Aléjate!

Pero la luz se acercó más, y él tuvo que apartar la vista y se retiró, tratando de ocultarse, porque el ardor que la luz le causaba era terrible, pero lo que más temía de ella era que le mirara. Ante aquella luz, Dean se sintió más avergonzado que nunca de lo que era, y chilló, lleno de pena y amargura.

— ¡Aléjate! ¡No me mires!

—Está bien, Dean. No tienes que ocultarte. Puedo verte perfectamente.

— ¡No! ¡No lo hagas!

La luz se aproximó hasta quedar a su lado, y lo tocó suavemente, y ahí donde la luz se posó, Dean sintió que se quemaba, que le carcomía el dolor más intenso que recordaba haber sentido, pero un instante después ese dolor desaparecía, dejando solo una suave y gentil sensación de calidez

—No… no…

—Estás herido. — dijo la voz. — Te han lastimado hasta dejarte irreconocible incluso para ti mismo. Tú alma está hecha pedazos, pero yo puedo volver a unirla. Permíteme sanarte.

Y Dean se lo permitió. Se quedó quieto mientras la luz lo envolvía, y le dejó tomar cada trozo de su atormentado ser, y aulló y lloró porque el contacto con la luz era desgarrador, pero era un dolor distinto al que había conocido en el infierno. Era algo limpio, purificador. Era como si quemara la suciedad que llevaba encima, para luego cubrirlo con un suave y revitalizante calor.

Mientras la luz trabajaba, Dean se aferraba a ella, y recordaba lo que era sentirse amado, porque no había nada en aquel tacto maravilloso que no exclamara el más puro y profundo cariño.

—Ahora voy a sacarte de aquí. —dijo la voz. —Tú no perteneces a este lugar.

—Pero yo… yo hice…

—Shh. Trata de dejar esas memorias aquí. Deja en el Infierno todo lo que es de él.

Dean sollozó y la luz lo abrazó y reconfortó. Besó sus mejillas y su frente, y entonces Dean la miró directamente y se dio cuenta de que el brillo ya no le molestaba, y de que estaba frente a lo más bello que había visto nunca.

— ¿Quién eres? — preguntó.

—Castiel. — dijo la luz.

Entonces un estruendo los sacudió, y Dean vio que de cada rincón del Infierno surgían sombras que se lanzaban contra ellos, listas para destrozarlos.

— ¡Vete! — gritó Dean. — Antes de que te atrapen… No dejes que te toquen.

—No podrán alcanzarnos.

—Vete.

—No voy a dejarte.

La luz le tomó del brazo, con tal firmeza que sintió como si aquella mano blanca y luminosa se fundiera con su carne.

Castiel lo levantó sobre las sombras, sobre los fuegos y los ríos de sangre, y Dean luchaba por no dejarse tocar por las garras que se elevaban desde los abismos, intentando cogerlo. Al final la luz fue más fuerte, su resplandor hizo que las sombras se apartaran, y Dean cerró los ojos, deseando que aquel brillo penetrara hasta los más oscuros y doloridos parajes de su ser.

 

A pesar de haber vuelto a la vida después de haber estado muerto durante cuatro meses, Dean estaba lejos de sentirse vivo. Su cuerpo podía haberse recuperado de forma milagrosa, pero su espíritu se sentía pesado, agotado y herido.

Estaba contento de volver al mundo, se complacía en volver a sentir el calor suave y agradable del sol, oler el aire fresco, poder volver a comer, y sobre todo ver a Sam otra vez. Pero después de haber estado en el infierno, el mundo se veía diferente para él, como fragmentado, como si en cualquier momento pudiera mirar detrás de la cortina de falsa seguridad, y ver de nuevo los fuegos del infierno, y sentir el calor quemando su carne, y el olor a muerte y putrefacción ahogándole.

Por eso se esforzaba en mantener los recuerdos del infierno al margen, y concentrarse en el presente, en Sam a su lado, en Bobby, en el misterio que era su vuelta a la vida, en descubrir de qué se trataba todo aquello, y quién era el responsable.

 ¿A quién le estaba debiendo la vida ahora? ¿Cuál iba a hacer el precio a pagar?

Dean pensaba en ello y sentía el temor creciendo en su estómago, llevando un desagradable regusto amargo a su boca y a sus pensamientos.

La única pista que tenían era la extraña marca en su brazo, la impresión enrojecida de una mano marcada sobre su piel.

Fue Bobby quien sugirió que debían ir a buscar a alguien quien pudiera ayudarlos a obtener información al respecto. Fue él quien mencionó a Pamela.

Dean nunca se había enterado de que ella tuviera algún tipo de poder psíquico, y no  la había visto en persona antes, pero la recordaba como la que había hecho de niñera de Sam una vez, y cuando llegaron a su casa el primer pensamiento que tuvo al verla fue que era una pena que no se la hubieran presentado antes.

Ella les recibió como si les hubiera estado esperando todo el tiempo, abrazó efusivamente a Bobby, luego aún más efusivamente a Sam, haciendo énfasis en lo guapo y alto que se había puesto, haciendo que Sam se sonrojara y sonriera tímidamente; y  luego ella miró a Dean con interés y les hizo pasar al interior de la casa.

Los sentó alrededor de una mesa, con un mantel negro y velas, al estilo de las clásicas sesiones espiritistas, lo que hizo que por un momento Dean dudara de que aquello fuera a funcionar en serio, pero Pamela parecía muy confiada así que decidió cooperar con ella, dejándole poner su mano sobre la marca en su brazo para conseguir de esa forma contactar con la criatura que la había hecho.

De pronto todo tomó un peso real cuando la mujer empezó a hablarle. Parecía como si aquella cosa, lo que fuera, intentara amedrentar a Pamela, advirtiéndole que debía detenerse. La mujer sin embargo no se dejó intimidar y continuó pidiéndole que se mostrara ante ella.

Y ese fue su grave error.

Al momento siguiente sus ojos estaban quemándose y ella cayó al suelo, gritando de dolor. Cuando volvió a abrir los ensangrentados párpados, vieron que detrás de ellos solo quedaban las cuencas vacías.

Dean concluyó que  aquella cosa desconocida no era amigable, y por eso mismo debían dar con ella cuanto antes y aniquilarla.

La noche en que decidió hacerlo Sam había salido a comprar comida o algo así. Dean lo llamó por teléfono para comprobarlo, pero no le dijo lo que él pensaba hacer, en compañía de Bobby. No estaba seguro de a qué estaban enfrentándose y no quería arriesgarse a poner a Sam en mitad de aquello.

El lugar que eligieron para hacerlo fue un granero abandonado a las afueras de la ciudad, y dedicaron gran parte de la noche a pintar cuanto símbolo y sello caza monstruos pudieron encontrar, esperando que alguno de ellos funcionara para retener al ser al que estaban enfrentando. Bobby hizo un hechizo para invocarlo, y luego esperaron a que hiciera su aparición. Esperaron largamente, en guardia y ansiosos, hasta el punto en que creyeron que habían fracasado y que nada ocurriría esa noche.

Y entonces la criatura llegó a ellos.

Primero los techos comenzaron a agitarse, y luego las bombillas en las lámparas que pendían de las vigas comenzaron a reventarse una a una. El aire estaba cargado de una energía extraña. De pronto la puerta del granero, la cual habían asegurado con una tabla de madera, se abrió violentamente dando paso a la figura de un hombre.

Dean estaba aturdido por el ruido, nervioso, y en la oscuridad resultaba difícil ver con claridad, pero entonces vio el rostro de ese que estaba frente a ellos, iluminado por las chispas de luz que estallaban en las bombillas. Era un rostro que le pareció familiar, pero vaciló unos momentos, incapaz de reconocerlo del todo, pues la cara que recordaba era la de un chico de mejillas rosadas, y aquel era un hombre.

Pero sus ojos eran indudablemente los mismos, azules, demasiado penetrantes. Su boca, la expresión de su cara, la manera en que estaba mirándole. Dean se estremeció. Y entonces notó la cosa que hizo que sus dudas desaparecieran. La gabardina que el hombre estaba usando era igual a la de Castiel, esa vieja gabardina que le quedaba demasiado grande. Incluso ahora no parecía quedarle del todo bien, aunque al menos podía sacar las manos fuera de las mangas. Dean sintió ganas de reír, pero se dio cuenta de que había un nudo en su garganta.

El hombre se detuvo frente a él.

 

—Hola, Dean.

 

 

Notas finales:

 

De nuevo, lamento la tardanza. Pero aquí está al fin, el cierre de esta historia. Estoy satisfecha porque pude incluir todo lo que quería. 

Quise hacer un epílogo para contar que pasó con algunos de los personajes que no aparecen al final, para explicar un poco como fue la vida de Dean mientras esperaba el regreso de Castiel, y finalmente su reencuentro. 

La última parte, en dónde relato parte del primer capítulo de la cuarta temporada, tuve que cambiar algunas cosas de la historia original, como el hecho de que Pamela no supo el nombre de Castiel cuando intentaba contactarlo, si no no hubiera sido una sorpresa para Dean al final.

Para los que se lo estén preguntando, Castiel nunca se comunicó con Dean desde el cielo directamente porque no se lo permitían. Digamos que también él estaba un poco castigado por haberse escapado de casa para ir a ver a su novio antes de tiempo XD

Pero iba a visitar los sueños de Dean tanto como podía hacerlo y por eso Dean soñaba con él.

Tristemente, igual que en la serie, Dean no recuerda lo que pasó cuando Castiel fue a sacarlo del infierno, pero estoy segura de que aunque no lo recuerda conscientemente, su amor por Castiel es aún más fuerte por lo que tuvieron que pasar allá abajo.

En fin. Sólo me resta darles las gracias a todos los que leyeron este fanfic. Ustedes le dan vida leyéndolo. Espero que disfrutaran con él. Espero que se enamoraran aún más del Destiel, uhuhu.

Estoy infinitamente agradecida por su apoyo, y les envío todo mi cariño~


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