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El misterio de Castiel por Calabaza

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Cuando se despertó le tomo más de un momento darse cuenta de que se había quedado dormido, y recordar en dónde. Oh, cierto, papá, Ellen, la litera de arriba.

Un estruendo lo distrajo de sus pensamientos, y la luz intensa que entró por la ventana le hizo saber que afuera estaba relampagueando. Bajo el sonido de los truenos se escuchaba el de la lluvia cayendo pesadamente. La momentánea luz iluminó la habitación el tiempo suficiente para que pudiera ver a Gordon durmiendo en la cama de arriba de la otra litera y a Richie abajo. Se acercó a la orilla y se asomó debajo de su propia litera. Sammy estaba ahí, enredado en las sábanas, durmiendo con un pie colgando de la cama y la boca abierta. 

Dean bajó de la cama y se acercó a arropar a su hermano, quien solo se giró para seguir durmiendo a sus anchas.

Ya que estaba de pie, Dean se decidió a ir al baño, así que  salió en silencio de la habitación y se aseguró de cerrar la puerta detrás de él muy suavemente. Toda la casa estaba hundida en una profunda quietud, interrumpida únicamente por el sonido de la lluvia repiqueteando sobre los techos, y los truenos ocasionales.

Atendió su asunto en el baño lo más rápido que pudo, hacía frío y quería volver a calentarse bajo las mantas, pero en su camino de regreso algo lo distrajo de su objetivo: había alguien más en el pasillo, alguien que salía de la habitación contigua a la suya. Era un chico bajito, envuelto en un suéter raído y demasiado grande para su pequeño y flaco cuerpo. Lo vio cruzar el pasillo hacia la habitación de Ellen pero se detuvo antes de llegar y se giró para mirar a Dean, y Dean lo miró, y ninguno de los dos dijo nada.

 Entonces  la luz de un nuevo relámpago los iluminó y los ojos del otro chico se cerraron con fuerza y sus manos taparon sus orejas, aunque eso no fuera suficiente para evitar escuchar el trueno que parecía causarle pavor. Una vez que el estruendo hubo pasado corrió hacia la puerta de Ellen y entró a la habitación,  dejando a Dean solo de nuevo en el pasillo.   

Ese debía ser Castiel, pensó Dean, antes de ir a acostarse otra vez.

 

A la mañana siguiente el clima seguía húmedo y frío y Dean se revolvió en la cama deseando no tener que levantarse porque se estaba muy bien bajo las mantas, pero al mirar a las literas de al lado se dio cuenta que los otros chicos ya no estaban. Se asomó a la cama de Sam y  tampoco estaba ahí. Todos se habían levantado antes que él, lo que era raro porque normalmente Dean era el primero en estar en pie por las mañanas.

Se vistió debajo de las sabanas, todavía resguardado por su tibieza, y luego hizo la cama (era una de las reglas de la casa) para finalmente bajar al primer piso. Se encontró con Ellen, quien estaba ocupada lavando platos en la cocina.

—Buenos días, cariño. ¿Has dormido bien?

—Sí. Demasiado. Lo siento, me quedé dormido.

—No te preocupes. Aunque tendrás que desayunar solo, los otros chicos ya han comido.

— ¿Dónde está Sam?

—Está afuera, jugando con los demás.

Dean se asomó por la ventana, esperando ver a su hermanito, pero solo alcanzaba a escuchar su voz y la de los otros niños a lo lejos, sumadas a las risas y gritos de Jo.

—Hace frío, pero no he podido mantenerlos adentro. De todas formas más tarde saldrá el sol y tendremos un buen clima por la tarde, o al menos eso dijo el tipo del reporte del tiempo. Venga, siéntate. La avena aún está caliente.

Dean se sentó y Ellen puso frente a él un plato lleno de avena espesa y tibia, y unas galletas.

—Estaré arriba por si me necesitas. Y abrígate bien si sales.

—Sí.

Dean volvió a quedarse solo, y a pesar de que tenía hambre no iba a comer avena. Tampoco iba a negarse frente a Ellen, pero no iba a comer algo que parecía que alguien más ya había masticado antes, así que se guardó las galletas en el bolsillo de su chaqueta y vacío el contenido del plato de vuelta en la olla, porque  el que él no quisiera comerla no era razón para desperdiciarla.

Estaba dejando caer la avena dentro de la olla cuando se dio cuenta de que le observaban. Se giró alarmado temiendo que fuera Ellen, pero en vez de ella se encontró con el niño del pasillo de la noche anterior. Se le veía mucho más tranquilo a la luz de la mañana, observando silencioso y muy atento como Dean ponía su porción de avena de vuelta en la cacerola.

Atrapado, Dean se giró, intentando actuar como si no estuviera haciendo algo que no debía y dejó el plato vacío en el fregadero. Cuando se volvió de nuevo el otro chico ya no estaba.

Lo encontró en la sala, sacando un libro gordo y grande del librero y cargándolo hasta el sofá en donde se acomodó entre los almohadones.

—Castiel. —le llamó Dean, y al escuchar su nombre el otro chico apartó la vista del libro y volvió a mirarlo a él.

—Hola. Me llamo Dean.

Castiel asintió y concentró una vez más su atención en el libro. Dio vuelta a la página con mucho cuidado, muy lentamente, y luego paso las palmas abiertas sobre las hojas, acariciándolas.

Castiel estaba ahora únicamente mirando al libro, y Dean se sintió incómodo, un poco invisible, como si no estuviera ahí. Metió una mano en su bolsillo derecho y sacó una de las galletas, extendiéndola en su mano como una pequeña ofrenda.

— ¿Quieres? 

Castiel no levantó la cabeza, sólo le miró de reojo, acercó la mano para tomar la galleta y la puso sobre el sofá, a su lado. Luego volvió a darle vuelta a la página del libro, y como hizo antes pasó delicadamente sus manos sobre toda la extensión de las hojas.

— ¿Por qué haces eso? —preguntó Dean.

Castiel apretó los labios y le miró confundido.

—Eso... cuando cambias la página pasas tus manos sobre las hojas. —dijo Dean con auténtica curiosidad.

—El papel... — respondió Castiel, con una voz muy queda que Dean apenas fue capaz de captar. —Está fresco y suave. Y huele bien. — hundió su pequeña cara dentro del libro, aspirando sobre él. El olor parecía complacerlo mucho, pues sonrió levemente.

— ¿Quieres olerlo? —le preguntó a Dean.

—Ah...

En realidad no quería.

Pero lo hizo de todos modos.

Se inclinó sobre el libro, dejando que el olor de las hojas le saturara la nariz. Olía a papel viejo, pero no era desagradable.

— ¿Te gusta mucho leer? —preguntó Dean, cuando Castiel volvió a cambiar de página y cumplió con su ritual de pasar las manos sobre ellas. Sus dedos se detuvieron sobre una imagen de colores intensos que ocupaba la mitad de la hoja.

—No sé leer. — confesó Castiel.

—Oh.

Dean se sentó en el borde del sofá. 

— ¿Ellen no te ha enseñado? Sé que puede hacerlo porque le enseñó a Jo.

—Ella quiere enseñarme, pero yo no he aprendido a hacerlo.

—Ah. Ya. Bueno... ¿Quieres que te lea algo?

Castiel no respondió con palabras, pero empujó el libro hacia Dean, quien lo tomó, y acomodándose contra el respaldo del sofá para estar más cómodo, se dispuso a leer.

Miró la portada del libro que ponía en letras grandes y doradas "Gran enciclopedia del mundo"

—Parece aburrido, del tipo de libros que te hacen leer en la escuela —declaró mientras lo hojeaba, sintiéndose de pronto menos entusiasmado que en un principio. — ¿Hay algo en especial que quieras que te lea? No sé… acerca de algún país o un hecho histórico o algo.

—Cualquier cosa. Todo. —respondió Castiel. Luego, con una voz aún más débil  agregó en tono dudoso —Necesito aprender todo lo que pueda.

—Umh... vale. —Dean repasó el libro en busca de algo que le pareciera remotamente interesante. Pero no lo encontró, porque en ese momento Sam le interrumpió entrando en la sala, llamándolo a gritos, con una enorme sonrisa en los labios, las mejillas enrojecidas y la respiración agitada, seguramente por pasar toda la mañana correteando afuera.

— ¡Dean! ¡Ash volvió  y dice que nos dejará subirnos al tractor...!- se detuvo al mirar al chico sentado junto a su hermano, y le sonrió también a él.

— ¡Hola! Soy Sam.

Castiel se dedicó a mirarle fijamente sin responder a su saludo así que Dean tuvo que presentarlo.

—Se llama Castiel.

—Ah. ¿Te has subido al tractor antes, Castiel?

Castiel negó con la cabeza.

—Entonces deberías venir también. ¡Vamos, Dean!

—Claro. — contestó Dean, dejando el libro a un lado. — ¿Quieres venir? —preguntó a Castiel.

 Era difícil decir si quería o no ir con ellos, porque no soltaba palabra alguna y la expresión ecuánime de su cara era difícil de leer. Volvió a tomar el libro y se lo colocó sobre las piernas, lo que los hermanos interpretaron como un “No”.

 

 Sam y Dean fueron detrás de la casa, cerca del viejo granero que únicamente  servía para guardar cosas que no se usaban, como un igualmente viejo tractor que Ash había reparado sólo por diversión. Gordon, Richie y Jo ya estaban ahí.

—Hey, Ash ¿Vas a dejarnos subir? —preguntó Dean cuando llegaron hasta la máquina, donde Ash, un muchacho delgaducho y de cabello rubio muy largo por detrás y corto por delante, estaba sentado al volante del tractor.

—Claro, compañero... en cuanto logre que encienda. — dijo mientras giraba la llave, sin conseguir que el motor arrancara. —Demonios, ayer estaba bien. Tendré que ir por las herramientas.

Se bajó de un salto y caminó rumbo al granero. Pero se detuvo y se volvió, apuntando con ambos dedos índices hacia los niños —Oh, y no se suban hasta que vuelva. Solo por si acaso.

Cuando Ash se perdió de vista lo primero que Gordon hizo fue saltar sobre el tractor, trepando por un lado hasta el puesto del conductor.

—Ash ha dicho que no subiéramos.

—Oh, vamos, Sam, no seas aburrido. —respondió Gordon poniendo las manos sobre el volante. —Si no puede moverse qué más da que nos subamos.

Richie subió también, acomodándose detrás del asiento de Gordon porque no había más espacio donde sentarse.

—Vamos, ¿Vas a quedarte mirando, Winchester?

Dean rodó los ojos. No le gustaba el tono de desafío de Gordon, así que trepó también sobre el viejo trasto y cuando llegó arriba extendió una mano para ayudar a subir a Sam, a quien seguía sin parecerle buena idea, pero ya que su hermano mayor lo había hecho él no podía quedarse atrás.

— ¡Yo también quiero subir! —gritó Jo, estirando los bracitos para que la ayudaran.

—Tú no puedes subir, Jo. Te caerás. —respondió Gordon.

— ¡No me caeré!

— ¡He dicho que no!

Jo frunció el ceño, apretó la boca en un pequeño botón rosado e infló las mejillas.

— ¡Le diré a mamá! —gritó mientras echaba a correr.

— ¿Desde cuándo decides tú quien puede subir y quién no, Gordon? —cuestionó Dean, poco contento con la forma en que el otro chico le había hablado a la niña.

—Si se cae, y sabes que lo hará, Ellen nos culpará. —fue el argumento de Gordon.

—Bueno, nosotros tampoco deberíamos haber subido. —dijo Sam.

— ¡Vaya! ¡Los Winchester son unos aguafiestas! Si vas a ser un llorón cobarde puedes bajar tú también, Sam.

— ¡No le llames cobarde! —Dean empujó a Gordon, cuya pierna accidentalmente  fue a dar contra una palanca, lo que hizo que en ese momento el tractor empezara a moverse.

— ¡Salta, Sam! —gritó Dean impulsándose hacia el suelo, rodando sobre la hierba, seguido por su hermano.

Gordon y Richie saltaron también, mientras la máquina seguía moviéndose muy lentamente, bufando y gruñendo como una vieja y cansada bestia caminando hacia el pastizal. Luego pareció cambiar de idea repentinamente y se giró a la izquierda, moviéndose en dirección a la casa.

Por alguna razón Castiel estaba en el camino. Estaba parado justo frente al tractor y no se movía.

Dean intentó llamarlo, pero su garganta reseca por el miedo sólo alcanzó a emitir un sonido estrangulado.

— ¡Mierda! — exclamó Ash desde la puerta del granero, dejando caer la caja de herramientas y echando a correr hacia el tractor, logrando alcanzarlo y subirse a él de un salto para apagarlo.

La máquina se detuvo, y Dean llegó hasta ella corriendo.

— ¡Ash! ¡Castiel! —exclamó casi sin aliento, agachándose bajo el tractor.

Castiel estaba tumbado bocabajo sobre la hierba que se había manchado con la sangre que le salía de la frente en forma de hilillo.

—Oh, no, no... Traigan a Ellen —soltó Ash, tratando de no parecer asustado frente a los otros niños que también se habían acercado para ver. Sam corrió hacia la casa.

 

 

— ¡¿Cómo es posible, Ash?!

Dean había perdido la cuenta de cuantas veces Ellen había gritado esa misma frase. Desde la otra habitación podían escuchar perfectamente todo lo que ella decía con la voz enojada y regañona que todavía le causaba miedo.

Había intentado explicarle a la mujer  que no había sido culpa de Ash, pero ella le había hecho callar con una mirada y lo envió a la cocina con los otros chicos. Jo también estaba ahí. Castiel no.

Dean miró a Gordon.

Luego Gordon miró a Dean.

—No ha sido culpa de Ash.

— ¿Vas a decirle a Ellen que fue culpa tuya? —preguntó Gordon.

—Ha sido culpa de los dos.

—Culpa mía no. Tú me empujaste.

—Ash nos dijo que no subiéramos y no lo escuchamos.

—Bueno, ve y di que fuiste tú. Yo no hice nada malo.

— ¿Quién es el cobarde ahora? —gruñó Dean. Se levantó y subió las escaleras con Sam detrás de él.

—Lo siento, debí hacerte caso, Sam. Sé que tú no querías subir. —dijo Dean cuando estuvieron solos. Sam lo miró con indulgencia y se encogió de hombros.

—Todos nos subimos. La culpa fue de todos.

Dean se detuvo frente a su dormitorio, y miró hacia la puerta de al lado, que estaba entre abierta.

— ¿Qué haces? —preguntó Sam cuando su hermano se asomó por ella. Dean le hizo un gesto de que se callara y Sam no tuvo otra opción más que seguirlo.

Dean empujó la puerta para que se abriera un poco más. Castiel estaba ahí, acostado en una de las literas de abajo, con el rostro pálido y con un vendaje abultado sobre su frente. Parecía más pequeño de lo normal, como si la cama, al igual que sus ropas, fuera demasiado grande para él. Dean tuvo el raro pensamiento de que era porque Castiel ni siquiera estaba ahí realmente. Su cuerpo se estaba evaporando, desapareciendo poco a poco. No podía explicar cómo, o por qué le daba esa impresión. Simplemente así era.

Se mordió los labios con angustia, convencido de que el chico estaba agonizando.

—El doctor dijo que va a estar bien. — dijo oportunamente Ellen, quien estaba detrás de ellos. No se habían dado cuenta en que momento había llegado, pero no parecía más esa mujer furiosa que se había quedado abajo gritándole al pobre de Ash.

 —No ha sido grave, pero hay que dejarle descansar.

—Ellen, no fue culpa de Ash.

—Sí, lo sé, Dean. Pero él fue descuidado al dejar las llaves puestas en el tractor con un montón de críos sin supervisión al rededor. Por cierto, ustedes también están castigados, sin televisión y sin salir el resto del día. Ahora traigan sus libros y vayan a hacer sus deberes.

 


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