Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Hablemos de Ratones y Elefantes por Baddest_Female

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Bueno, se suponía que el plazo para el DIK acababa ayer, pero la teniente(?) es tan desatre como yo y nos dio un día más de margen, que Dios la bendiga(?) Hemos cambiado el calendario, hoy es 29 de febrero y marzo tiene 30 días. Ya véis.

De forma que, al final, sí pude acabar este fic que... solo es una cosa absurda pero quería subir. 

 

—¿Tú crees que realmente un elefante pueda temer a un ratón? Es absurdo —espetó Aoi. Aquél era uno de esos días en que nuestras conversaciones rozaban lo incoherente. Como tantas otras veces, el guitarrista estaba buscando excusas para no hacer nada y obligar al resto a lo mismo.

—Todo miedo lo es —respondió Uruha, sin despegar la vista de los folios en los que anotaba todo lo que pasaba por su cabeza. Parecía ser el único de los cuatro allí presentes que trabajaba en algo productivo—, ¿por qué tememos nosotros los humanos a unos bichos tan enteramente pequeños que no pueden hacernos nada? Digo, no sé, no creo que una polilla pueda hacer más que chocarse contra ti en pleno vuelo de forma molesta.

—¿Siempre tienes que decir algo lógico? —se quejó el moreno, antes de suspirar y levantarse para ir a sentarse junto a Reita, olvidando por completo la presencia del castaño que no parecía interesado en seguirle el juego, o prestarle atención—. Reita, ¿tú qué opinas?

—Creo que es una leyenda urbana —dijo el rubio—, pero lo dicho por Uruha tiene sentido… además, en este lugar hay ratones.

Fue la primera vez desde que llegamos todos al estudio, que había visto a Kouyou alzar la mirada de sus papeles con entera sorpresa y visiblemente asustado por lo dicho. La idea de que hubiese ratones pululando por el estudio no era, ni por asomo, de su agrado. Pero, antes que Reita llegase a responder, Ruki se adentró en la sala mientras que tecleaba en su teléfono móvil y todos guardaron silencio sin motivo aparente.

—Oye, Kai —dijo, obligándome a alzar los ojos hasta él y mirarle con seriedad aparente que buscaba ocultar mi nerviosismo al ser aquellas palabras dirigidas hasta mi persona. Se me acercó y se sentó a mi lado, picando mis piernas con sus manos como si fuese un niño. Retrocedí y él frunció el ceño—, tengo entradas para el acuario; ¿vendrías conmigo? Me las regalaron y la promoción caduca esta semana.

—¿Tengo que ir yo?

Le vi levantar una ceja y ponerse a la defensiva, levantándose con rapidez dejando que la silla se echase para atrás violentamente y me lanzó una de esas miradas de odio tan recuentes en él últimamente, que me obligaron a dirigir los ojos a otro lugar con tal de no salir corriendo. Respiré hondo.

—No admitiré un no por respuesta —espetó, antes de marcharse casi refunfuñando.

¿Por qué era todo así? ¿Por qué tenía que comportarme de esa forma tan y tan estúpida cuando se trataba de Ruki? ¿Tan estúpido era? No, mis nervios me jugaban malas pasadas solo de mirarle a los ojos; quería volverme un muro de piedra para mantenerle en otra dirección y solo conseguía que él chocase contra mí haciéndose daño, haciéndole daño y haciéndole enfadar sin querer, y aún así cruelmente. Mi actitud estaba mal. Era orgulloso y jamás lo admitiría, pero mi actitud estaba jodidamente mal.

—Los elefantes son tranquilos, fuertes y seguros de sí mismos y, aunque torpes en ciertos aspectos, son muy inteligentes —prosiguió Aoi con el tema—, ¡es imposible que algo así le tema a un ratón!

—Kai es un elefante —espetó Reita, captando enseguida mi atención, y no solo la mía, pude ver a Uruha esbozar una media sonrisa cuando aquella frase fue dicha—, y Ruki es el ratón.

»¿Cuánto tiempo más esperarás para declarar tus sentimientos?

—Cállate —respondí tras un suspiro.

Todo lo dicho al final no era tan absurdo. Siempre había sentido algo por Ruki, nunca supe qué fue pero con el paso de los años que me di cuenta que había algo en él que llamaba mi atención incluso más de lo necesario, de una forma que solo había sentido en mujeres hasta entonces. Por eso me costó darme cuenta, Ruki era una persona excesivamente especial y compleja; ¿por qué sino, a mí que jamás me habían atraído los hombres, no podía ver a Ruki sencillamente como un amigo? Me asustaba su mera presencia, y por ello respondía inevitablemente con violencia como si de esa forma pudiese lograr resguardarme de mis sentimientos. Un choque de trenes, yo saliendo despedido por una ventana para que Ruki me rematase con un puntapié en la boca del estómago, así me sentía cada vez que me miraba. Indefenso, solo, asustado. Asustado de un ente al que podía controlar sin problemas y del que, en cambio, desde hacía semanas solo rehuía.

Reita tenía toda la razón. Yo era un elefante, asustado de un ratón que era Ruki. Pero jamás lo admitiría ni aunque me torturasen a base de cosquillas.

—¿Cómo vas a decirle que no? —me preguntó Uruha. Podía verles reírse por lo bajo de mi situación. Parecía estar dándoles motivos para que se siguiesen burlando de mí por mis conflictos con Ruki. Incluso yo sabía lo patética que era la situación.

—Ya se me ocurrirá algo —suspiré—, aunque con lo terco que es como no me esconda en una cueva no sé cómo lo haré.

—¿Por qué no sencillamente le dices que sí? No muerde —dijo Reita. Bueno, que Ruki no mordía… estando enfadado nuestro vocalista, que seguro que el menor de mis problemas sería que me mordiese.

—Le tiene miedo —largó Uruha. Di un respingo. Había dado en el clavo.

—Realmente ¿cómo puedes tenerle miedo a algo tan pequeño? —Cuestionó Aoi. Los otros dos rieron a carcajadas como si estuviesen ebrios cuando el mayor se refirió a Ruki en aquellos términos.

—Porque es el único que puede matarme —respondí.

—¿Matarte? —les oí decir a los tres a la vez, con su rostro de entera estupefacción y expectantes a por una respuesta que no les di.

Me levanté de golpe, sin poder evitar mantener el ceño fruncido y me aproximé a la puerta. Takanori continuaba dando vueltas de un lado a otro y sonriéndole a todo el mundo. Parecía un depredador acechándole, o un acosador; pero me encantaban esos días en los que Ruki se veía tan animado, mala suerte la mía que no podría disfrutar de esa felicidad suya porque me empeñaba en alejarle, porque me empeñaba en tratarle mal. Así no conseguiría olvidarle jamás.

Sí, Ruki podía matarme, podía matarme si se enteraba de mis sentimientos, y sin siquiera necesidad de un arma o de tocarme. Su respuesta y lo que ocurriese tras y a consecuencia de ello en la banda iba a matarme. Porque me rechazaría, porque la situación en la banda se volvería tensa y todo acabaría en una hecatombe, no había forma que acabase bien. Pero ocultar mis sentimientos era doloroso, cosa que esos tres idiotas que tenía por compañeros de banda no parecían ver. Reita tenía razón, lo mío era un miedo ilógico, como el que los elefantes profesan —dicen— a los ratones.

El vocalista se giró de golpe y sin previo aviso, pillándome desprevenido y descubriéndome observándole medio escondido tras una puerta. Patético. Me vi cerrando la puerta de golpe mientras mis manos sudaban y temblaban tanto que parecía que hubiese visto un fantasma. «¡Maldición, Kai, céntrate!» Pero me era imposible, me era imposible concentrarme con ese «ratón» dando vueltas cerca de mí. Quería acercarme, deseaba hacerlo, pero si era él quien se aproximaba, tenía la necesidad de salir corriendo. Empecé a darle cabezazos a la puerta.

—A ver si vas a tirarla abajo… —dijo Aoi. Había olvidado que esos tres idiotas seguían ahí; observándome y riéndose de mí. No me quejaba, de estar ellos en mi situación yo hubiese hecho lo mismo, pero empezaba a sacarme de quicio estar dándoles tantos y tantos motivos para recibir burlas de parte de mis compañeros.

 

Ese parecía ser el día oficial de mi mala suerte. Ir andando desde casa a trabajar me había parecido una buena idea por la mañana, para despejarme y llegar lo más despierto posible; cuando fue la hora de volver, no me hizo tanta gracia.

Y ya cuando llegué a la puerta y me di cuenta que me había dejado las llaves en algún lugar que siquiera sabía cuál era, pensé durante segundos que el suicidio no era una idea tan mala. Resoplé, y, tan pronto como lo hice, una gota cayó en mi mejilla, seguida de muchas más. Sí, ya nada podía ir a peor.

Tenía dos opciones, y ninguna de las dos me gustaba. La única persona que realmente vivía cerca de mí, a menos de una manzana, era Ruki. Es decir, que podía pasar la noche —porque además había anochecido ya—, en casa de esa persona a la que llevaba rehuyendo ni yo sabía cuánto tiempo. Pero la segunda opción tampoco sonaba bien. Volver al estudio a ver si las había dejado allí, sabiendo que era probable que lo encontrase cerrado, además que llegaría completamente empapado si seguía lloviendo así, parecía todavía peor.

A pesar de lo absurdo que aparentar ser, de lo cobarde o estúpido que pudiese verse mi actitud, me decanté por la segunda opción.

Corrí bajo la lluvia durante cerca de diez minutos, sino más, empapándome y calándome el agua hasta los huesos, impactándome contra la cara de forma molesta y haciéndome morir de frío, y eso que estábamos en primavera. Recé para que parase de llover pronto, pero la precipitación solo se hizo más y más intensa, como si el universo tratase de decirme algo, que había hecho algo mal quizá. ¿¡Pero de qué se trataba!?

Pegué una patada a la puerta, jadeando y recuperándome de la carrera, teniendo suerte de que sobre mí había un techo para resguardarme. Eran las siete de la tarde, era de noche y yo había perdido todo el día en idas y venidas y escondiéndome de Ruki en cualquier lugar. Todavía recordaba haber metido un pie en la papelera y haberme ido al suelo en el intento de retroceder para que no me viese. Al final, no solo llamé su atención, sino la de todo el staff prácticamente; quienes no se rieron porque mi cara de no estar demasiado contento debía de haberles intimidado. Pero Ruki sí se rió, y yo salí corriendo de la forma más patética que recordaba. Me sentía como un adolescente, o como un niño que se esconde de la chica que le gusta bajo la falda de su madre, mientras llora. Debía ponerme nervioso, debía sonrojarme quizás ante su presencia, ¿pero ese miedo? Eso era la cosa más absurda y estúpida que pudiese pasarle a alguien.

En tirar de la puerta, que aquella se abrió sin problemas, haciéndome emitir un largo suspiro de alivio. Debía ser lo primero bueno que me sucedía en todo el día. Recé para que no viniese con un regalo desagradable debajo del brazo.

Subí las escaleras a oscuras, empapando todo a mi paso. Nuestra sala de ensayos tenía las luces encendidas, lo que me hizo fruncir el ceño y acercarme con extrañeza. Era imposible que alguien de la banda siguiese allí, el único que me quedaba a hacer horas extras alguna vez era yo, que para algo era el líder, pero ¿ese puñado de irresponsables? La curiosidad pudo conmigo, y más que un elefante, terminé sintiéndome un gato.

—¿Qué haces aquí? —dijo Ruki.

Me quedé petrificado en el sitio, con la boca abierta y sin poder articular una sola palabra. Mi cerebro no procesaba, y mi suerte no mejoraba. ¡Qué patético! Me desplacé hasta allí con la intención de huir del vocalista y, ¿a quién me encontré? A ese mismo; como si estuviese condenado a encontrarme con él y hacer el ridículo delante de él. Sí, debía ser eso.

Retrocedí por inercia, sin recordar que había ido mojando todo a mi paso, esa misma agua que, en pisarla al dar un paso atrás, me hizo resbalar, perder el equilibrio y, por ende, hacerme caer al suelo de la forma más estrepitosa que podáis imaginar. Y, en efecto, que Takanori se rió y yo quise salir corriendo de allí, mas no pude ni moverme por temor a hacer más el ridículo delante de la persona que me gustaba. Maldición, repetí en mis adentros por millonésima vez en lo que llevaba de día.

¿En qué momento mi relación con Ruki se había vuelto así? Estábamos tan cansados de ese tipo de vínculo tan banal y confuso que terminamos por esquivarnos, creyendo que así evitaríamos un impacto inevitable; quizá él siquiera se percató y solo fue cosa mía, nunca me paré a pensarlo realmente. Él me había invitado a unirme al grupo en un inicio, y yo sonreí estúpidamente cuando le oí contestar emocionado ante mi respuesta afirmativa a dicha pregunta. ¿Desde entonces llevaba enamorado de él? Me cautivaba, eso era innegable, solo por eso le dije que sí.

Él era mi fobia y yo su presa invisible, porque jamás se vio como una amenaza para mí. No se daba cuenta de cuán aterrado me sentía cada vez que se acercaba, ese miedo irracional, que yo sabía que era más que desmesurado e ilógico pero no podía evitar. Sus gestos y todo él eran una amenaza potencial para mí. No, no era miedo a él, nunca lo fue; era miedo a ser rechazado por él: porque el amor que sentía hacia esa persona era tan y tan grande, reprimido durante tantos años e idealizado tantísimo, que si recibía un no por respuesta, me derrumbaría enteramente y nunca jamás sería capaz de mirarle a la cara de nuevo. Vivía aterrado, aterrado de poder ser descubierto, de ser tan transparente que pudiese ver a través de mí con tal nitidez como quien mira a través de una ventana. Que, en observarme, sus ojos se percatasen que estaba terriblemente enamorado de él, pero estaba hecho de cristal y era imposible que no lo viese, pronto me di cuenta.

Se me acercó y me tendió una mano que nunca cogí, me levanté por mis propios medios dejándole de cuclillas y aturdido en ese lugar. Otra vez le había hecho daño. Me tragué mis miedos solo un instante, y una de mis manos descendió hasta posarse encima de su cabeza y le revolví los cabellos cariñosamente. Me puse a temblar solo por haber hecho tal cosa. Sin decir nada, empecé a buscar, entre las cosas de todos, mis llaves; mirándole de reojo de tanto en cuando. Se había quedado quieto, sentado en el suelo y mirando a la nada, no parecía muy contento, pero tampoco enfadado; lo que me preocupó. Mi actitud era absurda y patética. ¿Tanto miedo para qué? Para nada, solo para hacerle daño. Qué buen momento hubiese sido ese para decir «te quiero», pero no dije una sola palabra.

 

Debajo de las canciones que había estado componiendo Uruha, encontré las llaves de mi piso. Con razón no las había visto, el muy idiota de Kouyou las había escondido sin querer —o quizá queriendo, no estaba muy seguro de si quería fiarme de la buena fe del guitarrista; ese hombre me la tenía jurada desde hacía años. Bueno, Reita y Ruki también—.

—Eh, tú —me espetó. Terminé girándome y mirándole, y lo único que conseguí fue que una goma de borrar se estampase violentamente en mi frente, haciéndome sisear. ¡Ese chico era un bruto!—. Eso por ignorarme.

Me sacó la lengua como si fuese un niño pequeño y se largó corriendo antes de recibir represalias, dejándome con una sonrisa estúpida en los labios que no deseaba borrarse. Ahí estaba el motivo, ahí el porqué de mis sentimientos hacia Ruki. Incluso habiendo pasado doce años, seguía siendo un niño travieso.  Ese niño que me atraía tanto.

Mi mala suerte con ese gesto que se tornó buena. Ya no me importó estar empapado, ya no me importó haberme dejado las llaves ni haber vuelto a casa caminando. Siquiera el daño que Takanori me había causado al acertarme con ese objeto en toda la cara, tan agresivo como siempre.

 

Debía cortar el problema por la raíz, devorar al ratón y dejar de sentir miedo de algo tan diminuto. No podía ser posible que mi relación con Ruki cambiase solo por el hecho de confesarme yo, o rechazarme él. Aquella mañana cuando llegué a trabajar, nadie me saludó, nadie se atrevió a dirigirme la palabra. Mis facciones solo demostraban enfado, con el ceño fruncido y una expresión de entera seriedad; no me extrañó nada.

Cuando entré al estudio, estaban todos sentados a excepción de Ruki, quien preparaba una cafetera, al parecer para todos. Aoi mantenía su cabeza recargada en el hombro de Reita enteramente dormido, mientras éste jugueteaba con el teléfono del primero riéndose a cada rato —a saber qué había en ese aparato… personalmente que prefería no saberlo, y yo no era ningún santo—, y lo que hacía Uruha no lo recuerdo.

Siquiera abrí la boca, siquiera hice nada para llamar su atención, sencillamente le agarré por los hombros y le obligué a girarse y mirarme. Por la cara de sorpresa que puso, que siquiera me había visto entrar.

Ni supe de dónde saqué el valor, ni supe cómo me atreví, pero mis labios acabaron aterrizando sobre los de Ruki; y, a pesar de lo que yo creí que ocurriría, no se movió ni un solo centímetro. No vi su expresión por haber cerrado los ojos, pero no me extrañaría que tuviese los suyos abiertos como platos.

Meros segundos duró el contacto, tan rápido como me fue posible, para evitar cualquier tipo de rechazo o algún golpe de su parte por haberle robado un beso. Y por el nudo que se me formó en el estómago, que supe que eso no había sido buena idea, pero ya no había marcha atrás. Me separé de él como si nada hubiese ocurrido y me senté en el sofá, justo enfrente de Reita, quien zarandeaba los hombros de Aoi con esmero buscando despertarle, mientras Uruha me miraba con la boca abierta sin saber muy bien qué decir.

Alcé la mirada, dejando que mis ojos a través del espejo se clavasen en las facciones de Ruki, quien tenía las mejillas sonrojadas enteramente y la mano cubriéndole los labios, con los ojos bien abiertos aún de incredulidad. Parecía querer que se le tragase la tierra, más con cómo le miraban Aoi y Reita, esperando que dijese o hiciese algo. Sencillamente se giró, dándonos la espalda para ocultarse así de las miradas indiscretas.

—Dime que lo has grabado —susurró Aoi al oído del rubio, yo me reí. Reita arqueó una ceja con los brazos cruzados, mirando al moreno. Obviamente que eso era un no, no necesitó decirlo con palabras.

—¿Alguien quiere café? —dijo Takanori tartamudeando, tuvimos que aguantarnos la risa los tres. No esperábamos ese tipo de reacción. A mí seguía latiéndome el corazón a mil por hora, temiendo que dijese algo, que me dijese algo directamente a mí. No sabía si agradecer que no hubiese respondido de malas maneras o si me dolía que no hubiese respondido de ninguna forma.

—Yo sí quiero —dijo Kouyou.

—No gracias —respondió Reita.

—Como quieras —completó el restante. Yo no dije nada.

—Voy —susurró, mientras llenaba los vasos—. Por cierto, Kai —dijo, yo di un respingo en oír mi nombre salir de sus cuerdas vocales—, supongo que eso es un sí a lo del acuario…

Reí aliviado.

—Solo si es una cita.

—Siempre lo fue —espetó en respuesta, dejándome boquiabierto; no solo a mí, a Reita también.

—¿Qué? —largué incrédulo.

Uruha sacó tres billetes de su cartera y se los tendió a Aoi, malhumorado; a diferencia del que acababa de recibir el dinero, que sonrió victorioso. ¿Habían estado haciendo apuestas a nuestra costa? Sí. Al parecer no tenían suficiente con burlarse de mí que tenían que lucrarse a mi costa. No supe ni por qué me reí.

 

Tan pendiente estaba de sus gestos, que no me percaté cuando aquél se aproximó a mí, no hasta que sentí mis cabellos ser sujetados y aquél me alzó la cabeza hasta obligarme a mirarle. Estaba tan cerca que las mejillas que ardieron aquella vez, no fueron las de Ruki sino las mías.

—Eres demasiado transparente para mí —espetó, antes de volver a besarme los labios, de la misma forma que yo lo había hecho instantes atrás, tan rápido que no me dejó ni reaccionar y me dejó aún más estupefacto—, ¿te crees que esos idiotas se habían dado cuenta y yo no?

Se oyó un colectivo «¿eh?» de sorpresa y molestia cuando aquellos oyeron a Takanori insultarles, pero yo solo reí; antes de darme la vuelta sobre el asiento, quedando de rodillas sobre el sofá para rodearle con un brazo el cuello y acercar mis labios a su oreja.

—Pues este chico trasparente te ha hecho sonrojarte antes —espeté antes de morderle el lóbulo. Se revolvió inquieto pero no le dejé alejarse. Mi nerviosismo no desaparecía, pero no podía dejarle escapar cuando estaba tan cerca de lograr mi cometido.

—Bueno, nosotros ya… —oí decir a Uruha. Antes de que pasasen diez segundos la puerta se cerró, dejándonos solos.

—Me pillaste desprevenido, no me lo esperaba —dijo, antes de conseguir soltarse y mirarme.

—Te aguantas —dije causando que hiciese un infantil puchero a modo de reproche.

»Además… si ya lo sabías ¿¡por qué me dejaste seguir haciendo el idiota!? —se rió carcajadas.

—¡No tienes idea de lo divertido que era verte huir de mí!

—Te odio —espeté.

Entonces me di cuenta de algo, Ruki nunca quiso matarme, nunca lo intentó, solo buscó molestarme, solo buscaba llamar mi atención mientras yo huía y él se reía a mi costa. Solo era un niño travieso, un «roedor» travieso.

—Bueno, Nezumi* ¿y cuando dices que iremos al acuario?

Notas finales:

Y vuelvo a pelearme con el formato y la puta sangría. Te odio, AY. 

Bueno, ya veis que solo es una paranoia, no es gran cosa.

Nezumi significa ratón en japonés; sonaba mejor así por eso lo dejé de ese modo, me hacía más gracia que que le llamase "ratón" en español. No sé.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).