Era un día soleado, bastante bonito y caluroso. Aunque para Arthur era complicado, pues ese día tenía muchas cosas que hacer y lo peor… Alfred se había perdido.
Estuvo casi toda la tarde buscándolo. Se agarraba sus cabellos rubios en forma de desesperación y se culpaba a si mismo por dejarlo salir solo. De pronto una idea le surgió en la cabeza… “El campo de flores”. Era el lugar favorito de Alfred, siempre gustaba de ir a mirarlas, y se quedaba un buen rato ahí. A veces estaba horas sentado junto a Arthur observándolas, agarraba de su mano y le decía que quería convertirse en una algún día.
“-Ne, Oniisan… ¿Algún día podré ser una flor?- Alfred preguntaba ilusionado.
-¿Una flor?, no lo creo – respondió el mayor mirando seriamente al pequeño América
-Pues, si algún día llego a serlo, tú deberás cuidarme como… como si fuera tu hermano-
-Tu siempre serás mi hermano, aunque seas una flor ridículo- sonrió Inglaterra, mostrando gran parte de sus dientes perfectamente alineados.”
Inglaterra siguió corriendo hacia el campo y vio a lo lejos un pequeño punto, que se convirtió una mancha y luego en una persona… ALFRED.
- ¡ALFRED! – Corrió Inglaterra en busca de su pequeño hermano
Al acercarse vio a su hermano llorando y con sus manos embarradas, su ropa sucia al igual que su rostro, y unas pequeñas heridas en la rodilla. Inglaterra lo miró de arriba abajo fijándose que el pequeño estuviera completo. Sus ojos comenzaron a lagrimearle y se agachó para estar a la altura del menor, lo abrazó como si no lo viera hace años y acariciaba su cabello de forma exagerada.
- No vuelvas a desaparecer así – Dijo el mayor sollozando. Alfred abrió los ojos como plato y apenas lograba respirar con el abrazo del mayor.
- N-no – respondió al fin –no lo haré – y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Esa misma tarde Arthur se despidió como siempre de Alfred, pero esta vez era diferente. Pasarían años hasta que volvieran a verse.
- Te cuidas, eh – Besó la frente del pequeño
- Claro que sí, estaré esperando para hacerme grande y fuerte como oniisan
Inglaterra volvió a sonreír y se despidió con un gesto de mano.
Después de varios años sin verse, Inglaterra volvió como lo había prometido. Estaba más exhausto y su cara parecía no ser la misma de siempre. Ese brillo que tanto resaltaba había desaparecido, o era que nunca lo tuvo pero América lo vio como quiso.
- Alfred, volví… como te lo dij- sus palabras se detuvieron al mirar al “hermano pequeño”. Este estaba más alto que Arthur y mucho más fuerte.
- ¡Arthur!, hey estás más bajo – Rió
- Es-estás muy alto
- Te dije que crecería para estar fuerte ¿verdad?
- Claro que lo dijiste –Respondió el mayor aún con asombro en su rostro.
Le costaba ver lo mucho que había crecido su “hermanito”, apenas era del tamaño hasta su cintura, y ahora él era más bajito e… ¿indefenso?
- Oye, Inglaterra… tengo algo que decirte –
- ¿A mi?, clar- se detuvo a mirar la camisa de América, estaba mal puesta, unos botones más arriba lo cual dejaba levantada su camisa por debajo- Oh Dios, tu si que no aprendes – Lo regañó y comenzó a arreglarle la corbata y su camisa- Creí que habías aprendi-
El menor sostuvo la mano que se encontraba en el cuello de la camisa, interrumpiendo el sermón del mayor. “Qué manos tan frías” pensó para si Alfred, “las recordaba más cálidas”. Una sonrisa se borró de su rostro y soltó la mano de Arthur.
- ¿Qué ocurre contigo? – dijo molesto el Inglés sin mirarlo a los ojos
América no dejaba de observar sus ojos, aunque éste no le respondiera mirándolo también. En otros tiempos Inglaterra le hubiese tomado la mano y le hubiera dicho “Déjame arreglarte, torpe” con su típica voz dulce de ese entonces, pero ahora era diferente, se notaba irritado y molesto por todo lo que él decía. “Qué ocurrió contigo en este tiempo Arthur”…
***Continuará***