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Aroma de Muerto por Hollie Cherry

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El aire que respiraba era asfixiante, el olor de las flores muertas, de la cera derretida y el polvo de las tumbas, todo eso era nauseabundo, como si todo eso te presionara el pecho, parecía impedir el paso del oxígeno hasta tus pulmones.

Ese aroma de muerto, pesado, tenebroso. El ambiente tampoco dejaba mucho que desear, era un simple y tétrico cementerio general. La zona era abrumadoramente hermosa, aunque pensar de esta forma era macabra, ¿Quién podría considerar a un cementerio, un campo santo, como algo precioso? Sólo un demento como yo, la gran mayoría por no decir casi todos lo consideraban como un lugar temible, que provocaba pena, desamor, desesperanza, nauseas, pero a mi ese…ese aroma a muerto, ese sabor que se hacía presente a flores podridas, agua escasa, almas olvidadas; ese dolor tan real no solo de los vivos, sino también de los otros; era precioso, era glorioso.

El cuerpo físico de los cadáveres era comido por los gusanos y otros parásitos, esa carne putrefacta, maloliente, que estaba dentro de un ataúd en un hueco, con su escrito. Todo había terminado con la muerte, eso es lo que dicen los demás, pero yo digo que es el comienzo de todo, cuando tu valor es puesto a prueba y lo hecho o no hecho en vida se te juzga por así decirlo. El trance de la vida a la muerte, el paso de este mundo al otro, complicado para los recién muertos.

Algunos de ellos eran olvidados por sus parientes, tantos años muertos, solo eran recordados en fechas especiales, día de la madre, padre y sus cumpleaños, quizá. Otros corrían más “suerte”, esa “suerte” hipócrita he innecesaria. Sus parientes les traían flores frescas, serenatas; como si al muerto le importara eso, como si lo necesitara, ¿por qué no hacían eso cuando ellos estaban vivos o enfermos?, pero de alguna forma les hacía sentir más cerca de sus seres queridos. Pronto se olvidarían de él y él de ellos. Ese perfume tan delicioso que desprendía las flores, solo se transformaba en flores secas que sus pétalos eran llevados por el viento, como un simple polvo y tiempo después despegaba un simple aroma a muerto.

Los vivos entierran a sus familiares, lloran, sufren su dolor correspondiente, regresan a casa y siguen con su vida normal, sin miedo; como si nunca les fuera a pasar lo mismo. Y ahí quedo todo, pero dentro de ese sepulcro donde “descansan” los restos, queda un alma intacta que deambula por los pasillos del campo santo sin encontrar la liberación.

Recostado en una pared cubierta de moho, frente mío tenía la tumba donde reposaban los restos de la señora Vásquez, una anciana que había tenido sesenta años, murió de una forma muy trágica en realidad. Era cálido hablar con ella.

—El señor en su infinita misericordia, permite que con el tiempo nosotros olvidemos y perdamos la memoria cuando entramos aquí. Así el dolor es menor y la necesidad de estar con los tuyos disminuye, pero hay quienes no se apartan de esta vida mortal y es mucho peor—dijo ella, alzando la mirada piadosa al cielo.

Una de mis rastas se ensucio por la humedad de la pared, enderecé la espalda, sacudí mi cabello. —Yo, ¿Por qué no puedo contactarme con él? —pregunté, un poco resignando.

—Hace poco tu novio se ha ido, aún su alma no sale de su cuerpo, sigue dentro de esa fosa. ¿Cómo me dijiste que se llamaba?

—Bill, Bill Kaulitz—sonreí con tristeza.

La mujer se encamino por uno de los pasadizos, decidí seguirla sin dudarlo.

Mientras me entraba en donde se encontraban los nichos más antiguos y un poco desmoronados, la mujer se detuvo mirando hacia la lápida del tercer casillero, pude apenas leer el nombre de quien descansaba allí “Raúl Rodríguez Vásquez, 1955”.

—Era mi hijo, murió al nacer, es el único ser que esta aquí. —poso su mano, dibujando las apenas letras que no se distinguían. Una enorme pena se formó en su rostro, si los muertos lloraran seguro lo hubiera hecho. —A veces lo recuerdo.

Cuando me gire para mirarla otra vez tratando de encontrar las palabras adecuadas, ella ya había atravesado ese muro, se había ido.

Me di la vuelta perdiéndome entre tantos difuntos, a veces hacían mucho ruido, pero por lo general eran silenciosos. Al llegar al único lugar donde de verdad me importaba, donde estaba mi novio, ese ser tan tierno, dulce y milagroso que me había dado tanto amor en vida, que ahora estaba bajo tierra, con una lápida en su cabecera. Sus padres habían decidido enterrarlo bajo tierra,  no en un casillero. Tome asiento cerca de él.

—¿Por qué Bill?, ¡¿Por qué te fuiste?! —una lágrima cayo por mi mejilla izquierda, a continuación le siguieron más y más.

—Aquí estoy, Tom, pensé que te habías olvidado de mí. —incrédulo me gire a mi costado y ahí estaba él, no lucia como antes, incluso ahora estaba más pálido de lo normal, ojeroso, pero no olía a putrefacción, segregaba un olor muy propio de él, ese perfume, me tranquilizaba.

—¡Bill! — pegue un grito más por la emoción angustiante que por la sorpresa. Sabía perfectamente que a los muertos no se les podía tocar, pero ellos si a nosotros. —Yo... yo te extraño mucho, no sabes cuánto. —comencé a llorar como Magdalena.

—Aquí estoy, tranquilízate, siempre estoy contigo. —me susurro al oído, su aliento frio me taladro el tímpano, pero no tuve miedo. Como temer a mi propio pelinegro.

—No, eso es falso, tú me dejaste solo en este mundo, yo quiero irme contigo. —alce la mirada hasta el árbol un tanto poblado, era otoño y no le quedaban muchas hojas.

—No, Tom, ¡mírame!, ya no siento dolor; lo vez ya no me duele la cabeza ni siento nada, solo estoy bien, me siento bien. No quiero que sufras por mí. — sus ojos estaban opacos, pero seguían siendo pulcros.

—Dame la mano—pedí, extendiéndole la mía.

—No, no. Tú sabes lo que pasara.

—¡Dámela!, quiero ayudarte en este trance.

—No, yo no quiero.

—¡Que me le des, joder! —solté de golpe, en un grito estridente, sentí como si la garganta se me hubiera rasgado. —Por favor Bill, solo dámela, yo estaré bien, no quiero que te quedes deambulando por aquí, asustado y solo.

Él aun dudando me extendió la mano y la poso encima de la mía, entrelazamos los dedos, como lo habíamos hecho incontables veces, frente a todo el mundo sin importar lo que dijeran los demás, sin darle importancia a esos torpes comentarios “Miren allí vienen los maricones”, “Miren esos anormales, fenómenos”. Cuanto más tiempo estuvimos juntos más fuertes nos hacíamos, frente a los demás.

Habíamos cumplidos tres años de noviazgo, cuando él murió de un tumor cerebral, era doloroso verlo morir en esas sábanas blancas, cuando vomitaba y hasta que al final estuvo en coma, durante un tiempo, su corazón dejo de latir, yo había muerto con él. 

Ese “don” que así lo llamaba él, me había parecido toda una maldición para mí, no era fácil ver muertos deambulando por allí, por acá y por allá, era terrorífico, pero ahora me permitía gracias a esa “maldición” verlo y hablar con él.

En cuanto tome su mano, sentí como mi cuerpo se desplomaba por completo y escuche gritos, gemidos, lamentos. Sentí dolor, frustración, hasta casi hacerme desfallecer y perder la conciencia, me aferre más a mi novio. Y de pronto silencio, oscuridad y por fin paz.

—¿En dónde estamos? —pregunté, encarando a mi pelinegro.

—Pues, no lo sé. Tom tengo miedo. —apretó mas el agarre de las manos. —¡Observa! Hay una puerta. —señalo con el dedo índice, una enorme puerta, no alcanzaba a divisar mucho por la falta de luz.

Caminamos hacia ella, indecisos giramos el picaporte, una enorme luz se asomó por ella.

—Hola, bienvenidos, mi nombre es Georg, síganme por favor. —ese hombre alto, con un cabello rubio oscuro, ojos hermosos. Sonrió amablemente dándonos paso a ambos para seguirle.

—Perdón, pero ¿Quién es usted?. —pregunte, dudando de si seguirlo o no.

—Ah, pues soy su guía, síganme por favor—pidió, sonriendo nuevamente.

Bill me miro como si quisiera saber si era lo correcto hacerlo o no. Le seguimos dando pequeños y torpes pasos a la vez. El rubio comenzó a explicar, como un verdadero maestro.

—¿En dónde estamos? —quiso saber el cadáver de mi lado, acelero más el paso, obligándome a que yo me apresurara.

—Verán, este no es ni el cielo, ni el infierno y muchos menos el purgatorio, este es un lugar entre los vivos y los muerto, una dimensión alterna. Aquí se encuentran las almas que no hallan el camino, ni la paz consigo misma, reviviendo los últimos minutos, he incluso horas antes de su fallecimiento. —se volteo, para corroborar si le seguíamos, se formó una curva en sus labios.

En el lugar en donde estábamos parecía un camino, en ambos lados habían arboles marchitos, secos, La vegetación era escasa y parecía que era de noche.

Al final del camino había como un mercado, pero no vendía cosas, ni nada de oferta y demanda, sino más bien eran puestos donde habían como celdas; dentro de ellas habían distintas almas algunas eran estáticas, pero otras eran realmente violentas.

—¿Que hace esa mujer? Parece como si estuviera aplastando algo. —torcí la boca asqueado.

—Acérquense, deprisa, si desean pero no le miren demasiado. —explico Georg.

La escena que encontramos era devastadora, sangrienta. Era una mujer, una madre, que asfixiaba a su pequeño bebé, parecía recién nacido, lo estaba ahogando con una bolsa plástica. El pequeño tanto ser aplastado  le había logrado romper la cabeza por la fuerza bruta y la sangre salpicaba las paredes y ropa de la mujer. Parecía encontrarse muerto el niño, pero aun así no dejaba de patalear y llorar. La madre tenía la cara rasguñada, unas heridas tan grandes, que se abrían como una boca, botando sangre y pus, usaba una bata ensuciada por la sangre, sus largos cabellos negros, caían por parte de su rostro; ella gritaba. No soporte más y salí disparado de allí junto con mi novio. —¡Pero, que fue eso!

—Calla, Tom, que se voltea la mujer, ¡da miedo! —suplico Bill, pidiendo que avancemos.

—Es la señora Cameron, mato a su hijo en un arranque de histeria, luego ella misma cogió una navaja y se rasgó el rostro. Tras una agonía pronunciada, murió en su habitación, junto con su infante. —escuche atónito, como el rubio tranquilamente explicaba andando hacia adelante, sin mirarla apenas.

Más al fondo se escucharon gritos, gemidos angustiantes y suplicas de una mujer y la voz ronca de un hombre. Acelere más el paso.

La escena superaba a la anterior vista, dentro de la pequeña celda sucia y fétida, se encontraban una pareja, el hombre con un hacha le cortaba la espalda de la mujer, salpicando los muros y la mujer gritando a horrores, se revolvía y con un fierro le golpeaba la cabeza, haciendo que su cráneo se rompiera, se abriera. Con un rápido movimiento la esposa, le planto el fierro puntiagudo en su ojo derecho, sustrayéndolo este. El hombre calvo comenzó a gritar desesperadamente.

—¡Se van a matar! —grito mi novio difunto.

—Bill, están muertos, no les pasara nada más. Observa. —me gire de nuevo para verlos. Estaba en lo cierto, nuevamente vi como el cráneo del calvo se reconstruía y su ojo era repuesto; al igual que las heridas de la mujer, eran cerradas y comenzaba otra vez con la violenta disputa.

—Se nota que no paran de divertirse, esta pareja. —rió el de ojos hermosos. —La pareja de recién casados, tenía serios problemas matrimoniales y pues terminaron matándose. Pero por el hecho de estar muertos, no significa que no sientan dolor, pues lo hacen.

Caminamos más rápido, haciendo oídos sordos a los gritos aterradores que provenían de las demás mazmorras, durante todo el camino.

Casi finalizando el camino encontramos a dos calabozos, los más silenciosos por así decirlo, nos anímanos a fisgonear en el primero.

Encontramos a un hombre, con aspecto a asesino psicópata, que sujetaba una hoz, miraba a su presa con ansiedad, a los pies del asesino habían pedazos de… de ¡partes humana!, un brazo, un pie, una oreja y retazos de cabello rojo.

Era de esperarse, la presa del hombre psicópata, era una mujer joven, muy joven, que pedía a suplicas que le cortara más, estaba demente. Completamente desnuda, divise que parte de su abdomen y senos estaba cortados y quemados, su pecho sangrante, cubierto de costras que eran arrancadas por su captor. El hombre alzo la hoz nuevamente. Instintivamente Bill y yo cerramos los ojos y nos dimos vuelta, solo escuchamos el sonido de un pedazo de carne siendo cortada.

—¡Dios! ¡Qué espanto!, quiero salir de aquí—pidió el pelinegro. Reprimí fuertes nauseas.

—¡Ah! Eso sí, es amor, ¿no les parece?, esa pareja de novios, uno el carnicero y la otra la carne. La mujer en lugar de pedir amor, pide dolor y él se lo suministra sin mucho miramiento.

Ya no quería ver nada más, pero la última mazmorra, me pareció mas intrigante pues no se escuchaba ni gritos, ni gemidos, nada solamente silencio. Dudando nos acercamos a la última.

El suceso no era ni macabro, ni asqueroso, solo era un joven, un adolescente, vestido de negro, con el cabello revuelto y unas enormes ojeras marcadas en la piel. Sus muñecas estaban cubiertas por vendas que estaban manchadas de sangre, pero en poca cantidad.

—¿Quién es él? —pregunté

—Es Richard, se suicidó, pero parece que al fin se ha encontrado, está listo para irse—el muchacho, se dirigió a donde estábamos nosotros y camino hasta el final.

Al final del recorrido había otra puerta, más pequeña que la primera.

—Tenemos que irnos, hasta aquí has llegado tú, no nos puedes acompañar aun estas vivo, no perteneces aquí. —dijo Georg, parándose frente a la vieja puerta.

—Yo, quiero acompañarlo, no le quiero dejar solo, no puedo hacerlo.

—No puedes, no perteneces aquí, les dejare un momento. —Georg entro junto con el adolescente.

—Escúchame Tom, tienes que dejarme ir, déjame ir, yo estaré bien, estoy cansado, quiero irme. —me acaricio tiernamente la mejilla derecha. Una lagrima cayo en la muñeca de Bill, bese su mano. —Te quiero, Tom.

—Yo también te quiero Bill, ya nos veremos otra vez, prométeme que no me dejaras solo nunca.

—Te lo prometo, siempre estaremos juntos. —Alce la mirada y vi como mi rostro era reflejado en los ojos de mi novio, ya no eran opacos habían recobrado su luz propia, lucia hermoso.

Perdí el conocimiento, hundiendo en la belleza de sus ojos. Al despertar estaba acostado al lado de la tumba de él.

El viento acaricio mi mejilla, fue una caricia deliciosa, un aroma se introdujo por mis fosas nasales, era ese aroma de muerto, ese aroma de Bill.

Notas finales:

Espero les haya gustado :3


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