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No tengas miedo por KyoYuy

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Notas del fanfic:

Basado en el fic Legend y escrito para mi preciosa hermana.

Notas del capitulo:

Leer con: http://www.youtube.com/watch?v=WqB3JgOo-SE

No tengas miedo

 

«No tengas miedo.»

Aquellas habían sido sus primeras palabras. Sonidos melódicos que en vez de tranquilizarle provocaban en él todo lo contrario.

Había sentido cómo su piel se había erizado con el contacto de sus dedos recorriendo su espina dorsal, jugando a ponerle nervioso, a confundir sus sentidos. 

«No tengas miedo.»

Repetía como en una nana, bajando su perfil, susurrando en su oído, haciendo bailar cada sílaba perfectamente pronunciada hasta el interior de su conducto auditivo.

Y lo cierto era que tenía miedo, y al mismo tiempo ansiedad, impaciencia y nerviosismo. Sentía como sus dedos se hundían con precisión en su espalda, contando una a una las vértebras que la componían. Con paciencia, con presencia. Porque todo lo que él hacía era perfecto, perfectamente planeado, perfectamente estudiado e increíblemente placentero.

«No tengas miedo.»

Repitió mientras bajaba por sus costados, apenas rozando su piel mientras le desprendía de las únicas prendas que aún le cubrían.

Y sabía que en el fondo aquel adonis de piel blanca deseaba que todo su cuerpo temblase temeroso. Escuchaba cada palabra entendiendo lo contrario, pero al mismo tiempo que su cuerpo se estremecía al contacto del aire frío del ambiente, su ser lo hacía impaciente por el siguiente paso.

Pero el muchacho perfecto siempre lo demoraba. Buscando esa súplica, esas lágrimas que ocultaban el éxtasis de su fuero interno.

Lo odiaba, pero al mismo tiempo lo deseaba como quien desea terminar de lamer el resto del postre que tan deliciosamente ha saboreado; pero una vez hecho añora el sabor en sus labios. Porque desde el primer beso robado se hizo, sin pretenderlo, adicto al sabor rastrero de su presencia impolutamente maldita.

No podía decir que lo amaba, pero sí que ya no podía imaginarse la vida sin él. Sin su imponente mirada vigilando sus pasos, sin sus manos de dedos perfectamente esculpidos recorriendo sus partes más intimas, sin sus labios arrancándole pecado tras pecado ruegos infinitos de un éxtasis sin fin. 

Le había robado la mente y el alma. Le había encadenado a su presencia, en cuerpo y en alma. Y con la llave en la mano la había deja caer en propia voluntad, perdiendo todo control sobre sí mismo.

Era su mundo, su dios, su vida y su amo. No había palabras más allá de la suya, ni tierra digna más allá de su lado.

Y a veces temblaba al sentir los azotes recorriendo su cuerpo, rasgando su piel, sangrando un alma que una vez fue férrea. Pero cuando sentía aquella lengua lamiendo sus heridas, cuando esa voz susurraba con paciencia...

«No tengas miedo.»

Entonces cerraba los ojos y buscaba el placer en el dolor, y al hallarlo, sentía que era inmenso, que era poderoso y que no podía dejarlo. Sentía que aquel lugar era su lugar, lejos de aquello que un día había llamado suyo, de su familia, de sus amigos, de todo aquello que una vez amó, porque cuando le escuchaba hablar, tan sólo existía él. Porque cuando le sentía a su lado, ya no había nada

Le había dado todo lo que tenía, incluso las cosas que aún no sabía que tendría. Le había dado una vida que había construido antes de conocerlo, una vida que una vez pensó que era la correcta. Le había dado su presente, gota a gota, sangre a sangre, gemido a gemido. Le había dado su futuro, como quien entrega un cheque en blanco, como quien se lanza del precipicio en busca de la verdad.

Pues sin realmente saberlo, él se había vuelto la única verdad.

Recordaba el primer día que sus ojos se cruzaron, cómo la intensa mirada de aquel que era el enemigo había entrado en él, sin pedir permiso, sin buscar excusas, simplemente entrando, rompiéndolo todo, sin pedir perdón, llevándoselo lejos. Egoísta, meticuloso mentiroso de palabras finas, ladrón de corazones ajenos con guante blanco, príncipe maldito de labios obscenos y mirada profunda, de cuerpo de ángel y alma de diablo.

La antítesis con capa y espada, con flores perfumadas en una mano y sonrisa pícara torcida, que esconde la verdad en lo más profundo de sus ojos. Unos ojos claros, brillantes, profundos, malditos. Unos ojos que sólo él mira, que únicamente se desnudaban ante él. Los ojos de un alma que pretendía esconderse bajo una capa de acero, los ojos de la persona que un día le había susurrado bajo la tormenta.

«No tengas miedo.»

Una duda infinita, una duda seductora, una promesa que jamás había salido de sus labios, algo que nunca esperaba escuchar pero que en cada susurro, en cada caricia, en cada suspiro boca a boca, lloraba inmensamente por oír.

El día en el que se vieron no dejaba de llover, el cielo estaba oscuro, anunciaba tormenta y las nubes, furiosas, descargaban su llanto sobre la tierra. El día en el que se vieron por primera vez los truenos adornaban con sus tambores la banda sonora del bosque y ellos, sin poder controlarlo, rompieron las reglas que una vez, alguien a quien ambos buscaban, había promulgado.

Recordaba con exactitud cada segundo de aquel día, cada momento y cada palabra. Recordaba cómo lo había arrinconado, como había jugado con él hasta llevarle hasta su terreno. Recordaba sus manos descubriéndole el cuerpo, sus dedos clavándose hasta dejar huella, sus ojos perforándole el alma, los dientes clavándose en su carne, la sangre derramándose sobre su piel.

Sentía el frío de la lluvia bañando su desnudez, corriendo una maratón por los recovecos de su naturaleza, el calor de su lengua astuta y directa en busca de cada uno de sus gemidos. Y finalmente aquellas palabras.

«No tengas miedo.»

Y aunque hubiese querido tenerlo no lo habría podido tener, porque ¿cómo podría tener miedo del paraíso?

Había descubierto que en realidad aquel ángel era un demonio disfrazado, el típico cuento del lobo con piel de cordero. Pero no podía negarle nada. Sabía que cada una de sus ideas era horrible, no porque estuviesen mal pensadas, sino porque cada una de ellas requería dañar a alguien. Y como si de un niño que quema hormigas con una lupa al sol se tratase, el hombre cuya boca besaba rompía más corazones que almas se lleva el diablo. Pero aún así, a pesar de ello, con las manos cubiertas de sangre, con la conciencia perdida en lo más profundo de sí mismo, aquella persona, aquella misma persona que destrozaba almas con su mirada, le rodeaba con sus brazos cada noche; acariciaba con ternura sus cabellos y se perdía dejándose hundir en lo profundo de sus ojos.

No lo llamaban amor, ni lo llamaban suerte. No le había puesto un cartel con fecha y nombre. Ni siquiera se había parado a pensarlo. Lo vivían, como quien se levanta cada mañana y saluda al sol con la mano, lo soñaban como el niño que corre intentando alcanzar el globo que se lleva el viento, y como en las olas de la playa jugaban a predecir cuán alto llegarían la próxima vez. No había un nosotros, no había un mañana, no había nada, nada que pudiesen predecir, tan sólo había dos miradas, indecisas, imprecisas y inseparables. Dos labios juguetones que se buscaban el uno al otro, dos manos que enredaban sus dedos, uno a uno, bajo la manta, dos sonrisas que, sin palabras, decían más que los libros más extensos. Y sobre todo había tres palabras, tres caricias, tres gotas de lluvia, tres truenos cruzando el cielo, tres segundos en un pasado que el tiempo había borrado tras su paso, algo que ya ninguno de los dos comentaba, pero que ninguno podría olvidar.

«No tengas miedo.»

Le susurraba con cada caricia, mientras amarraba con fuerza sus muñecas al cabezal de la cama.

«No tengas miedo.»

Repetía, como si el muchacho fuese novato en aquello, como si cada noche volviesen atrás en el tiempo, saltando, año tras año, al primer día en el que sus miradas se cruzaron. Como si la vida se hubiese detenido, como si aquella tormenta de agua y truenos les hubiese mantenido presos en un mundo sólo de ellos dos.

Y así, con las manos atadas, el cuerpo desnudo, las cadenas frías en sus piernas, sintiendo que se le cortaba la circulación. Con la ropa a un lado, porque sobraba, mostrando su naturaleza, ante el cielo, ante el aire, ante la lluvia y ante el trueno, ante la vida pasada, presente, futura; ante sus ojos, hundidos en su mirada, ante sus labios torcidos sin dejar de sonreír, ante su cuerpo, blanco y perfecto, antes sus manos, sus brazos, su alma, antes él. Ante todo ello y ante aquellas palabras, Jongdae no dejaba de sonreír.

Y había pasado mucho, más de lo que los humanos podrían llegar a contar, más de lo que los seres como ellos solían llegar a vivir, pero a pesar de todo, a pesar de los golpes, a pesar de las noches completamente solo, a pesar de los días sin noticias, de las batallas absurdas por orgullos casi olvidados, por clanes que una vez lo fueron todo, a pesar de todo aquello, incluso a pesar de su propia conciencia, seguía ahí.

Esperando sus caricias, esperando sus suspiros, sus abrazos en la mañana, sus paseos silenciosos y sus palabras con doble sentido. Esperando su presencia, su magnificencia, esperando sus palabras, que como la primera vez, se repetían incansablemente.

«No tengas miedo.»

Y no lo tenía, porque nunca lo había tenido. Porque hacía tiempo que había descubierto el mensaje oculto en aquellas palabras, aquello que decía con sus labios silenciosos, con sus ojos de mirada profunda, con su sonrisa mañanera y su pelo revuelto despeinado sobre el flequillo. Las palabras que en realidad decía.

«Te amo.»

La lluvia golpea con furia los cristales de su cuarto y él todavía no había llegado. Kyungsoo ya se había acostado y las nubes ocultaban el cielo, se avecinaba tormenta. Aquellas noches a Jongdae le gustaba tener cerca a Joonmyun, no por nada en concreto, o por lo menos no algo que ambos comentasen. Pero le gustaba sentirle cerca. Se apoyó en la ventana resoplando aburrido mirando su reloj. El primer sonido cruzó el cielo haciendo que la casa retumbase acompañada de un destello de luz. A su espalda sintió como unas manos le rodeaban la cintura.

Joonmyun le sonrió con picardía, dejando caer un beso sobre su cuello rozándole casi la nuca. Jongdae le devolvió el gesto girándose para tenerle cara a cara.

Sintió como el otro se acercaba más a él y su aliento, cálido y húmedo, hacía revolotear los pelillos de su nuca.

«No tengas miedo.»

Le susurró como sólo él sabía hacerlo y Jongdae sonrió, profundizando el beso que el otro había comenzado. Tras ellos, la tormenta no parecía amainar. Después de todo, aquella siempre había sido su noche.

 

Notas finales:

Muchas gracias por leerme, besitos y abrazos unicornianos. Dejen coments please~<3


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