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El emperador y el halcón por Shia Polux

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Notas del capitulo:

Siento la demora, en serio, no tengo excusa

Marshall D. Teach sonrió cuando vio aparecer por el amplio

mercado la pequeña figura de una muchacha que en esas últimas semanas se le había vuelto tan familiar.

 

Cuándo le había mostrado su recompensa a Akagami su única intención había sido demostrarle que tenía un talón de Aquiles, y que lo había encontrado, pero el idiota no solo no se había dado por aludido, si no que lo había retado. Y el gran Barbanegra no podía simplemente dejar pasar algo así.

 

Esperó a que se separase del grupo de muchachitas que pretendía ser una tripulación y sintió la risa reverberar en su pecho cuando la vio entrar en un callejón con el objetivo de atajar.

 

- Traédmela - Ordenó a los secuaces que había contratado para la ocasión. Estos asintieron y fueron entrando en la estrecha pero larga callejuela, mientras que el capitán quedó esperando. El plan era simple, cuando la atacaran ella saldría corriendo (o la arrastrarían, lo que pasar antes) fuera del callejón, y en ese momento él intervendría para convertirse en su salvador. La chica estaría tan agradecida que no podría negarle nada., lo que aprovecharía para ponerla contra su estúpido padre. Era simplemente brillante.

 

Pero había algo que no cuadraba… ¿por qué tardaban tanto esos inútiles? Su misión era asustar a una cría, no enfrentarse al Ouka Shichibukai, por dios. Debería ser sencillo hasta para ellos, por mucho que la niñata pudiera resistirse.

 

La comprensión lo alcanzó como un rayo en cuanto vio a los hombres salir despavoridos de la calleja, perseguidos por largas lenguas de fuego. De todas las malditas ciudades de todas las malditas islas de todo el maldito Grand Line… Él tenía que encontrarse justamente en aquella, maldito fuera.

 

Dio la orden de retirada. No habían cumplido su objetivo, pero no importaba. Tenían tiempo. Aquella chiquilla podía esperar, . Y no le convenía enfrentarse a aquel muchacho.. todavía.

 

Mientras, en el callejón, una jovencita se encogía con timidez y vergüenza bajo la cálida y amistosa mano que revolvía juguetonamente sus cabellos, mientras su dueño le obsequiaba una tranquilizadora sonrisa, libre ahora su pecoso rostro de la furia que lo había embargado al ver aquella sucia emboscada.

.

.

.

Shanks respiró aliviado, posando delicadamente el espejo sobre la antigua madera del escritorio. No le había gustado nada lo que había visto, pero al menos ella estaba bien de momento, debía recordar agradecerle a ese chico… Definitivamente le agradaba más que nunca..

 

Mihawk se limitó a mirarlo. No había sido esa reacción la que había esperado al mostrarle al pelirrojo el funcionamiento del espejo e instarlo a probarlo, si no más bien alguna muestra de algarabía de ver a su hija y alguna ruidosa expresión de su deseo por verla. Aquella reacción se acercaba más a la que se esperaría de alguien de su rango.

 

- Espero que esto sirva para que dejes de hacer tonterías.. - Murmuró el hombre halcón por lo bajo.

 

- ¡Yo no hago tonterías! -Exclamó el pelirrojo, para luego formar un puchero.- Estaba preocupado por mi niñita, eso es todo.

 

Los ojos del mayor se quedaron entonces pegados a su boca. Por un momento sintió un deseo desenfrenado de hacer algo descabellado con ella… Pero al instante lo desterró al fondo de su mente. No es como si el otro se fuera a dejar, desde luego.

 

- Teneis un modo curioso de demostrarlo… -Murmuró, intentando alejar los ojos de él. No iba a hacerse ilusiones.

 

- Puede -El pelirrojo sonrió ligeramente- De todos modos… gracias por mostrarme esto, ya me siento mucho más tranquilo.

 

- Mph… -Miró a otro lado, como si no le importase realmente.- Mejor vete de una vez…

 

- Hehe, vale, vale. Por cierto, aún no me has dicho tu nombre. - El mayor se tensó al escuchar aquello, si pensaba que realmente le diría…- De todo modos, ya lo se. Tu eres Mihawk, ¿cierto? - Notó la reacción del otro, y quiso arreglarlo de algún modo.- Yo siempre quise ser como tu, ¿Sabes? Pero después me di cuenta de que realmente… No puedo proteger a la gente…

 

Siempre recordaría aquella tarde…  Él era apenas un pirata novato, pero ya se había ganado una merecida fama, y había quien no podía perdonarle eso.

 

Ese día era especial, era su aniversario, y le había prometido a Dalia que le haría algo especial. Las había llevado, a ella y a su hija, a cenar a un restaurante en una isla, todo iba bien hasta que uno de sus hombres llegó con la noticia de un ataque, así que dejó a las dos personas más importantes en su vida a su cargo y salió corriendo en dirección a la caleta dónde habían atracado su barco.

 

Por supuesto, era Teach., aunque en ese entonces no lo sabía. Empezó ofreciéndole unirse a él, diciéndole que había oído sobre su habilidad con la espada. Asegurando que juntos podrían pasar por encima de los Yonkous, de la Marina, del Gobierno Mundial. A Shanks no le interesaba nada de eso. No quería poder, solo encontrar el Grand Line, por su capitán, se lo debía, y poder permanecer tranquilo con su familia.

 

Teach no entendió eso. Lo llamó cobarde y mandó a sus hombres atacar a su tripulación. Se desató el caos. Pronto el pelirrojo se encontró apartando enemigos a espadazos, tratando de llegar a Teach.. El grito le distrajo, permitiendo a ese canalla cruzarle el rostro con una de sus armas en forma de garra. No se quedó para responder su golpe con otro. Sólo corrió. Por que reconocería aquella voz en cualquier parte.

 

Cuándo llegó ya todo había acabado. Su nakama agonizaba un poco más atrás, rodeado de aquellos hombres que había matado pero que lo habían dejado a las puertas de la muerte… Y su esposa… Su valiente y hermosa flor… Yacía en un charco de su propia sangre, mientras su pequeña lloriqueaba aferrada a su vestido. Lo único que pudo hacer fue abrazarlas, derrumbándose también, sin fuerzas para volver al barco.

 

Allí los encontró Ben horas después. Siempre tan cabal… Lo había convencido a los pocos de levantarse. Le había quitado a la niña, por miedo a que la ahogara en su abrazo en medio de aquel shock en que se habían sumido ambos. Los había conducido de vuelta al barco y le había curado la herida, repitiéndole la suerte que tenía por no perder su ojo. A él ya no le importaba, pero su voz paternal siempre lo había reconfortado.

 

Decidió dejar a Shia al cuidado de su grumete en una isla, prometido a ambos que volvería, eventualmente. Pero había estado evitando aquel reencuentro demasiado tiempo. Y su incapacidad para dejar atrás el pasado había puesto en peligro a las únicas personas que le quedaban en el mundo.

Notas finales:

Bueno, no lo esperabais, eh? :D

 

Tomatitos?


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