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Love is Blindness por Kanes

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Notas del capitulo:

angst, angst everywhere...

-Cálmate, cálmate -dijo, sin quitarme la mirada de encima. Puso las manos en mis hombros. Le zamarreé otra vez- ¡Ouch! ¿Qué está mal contigo?
-Estoy bien -dije mascullando. No obstante, noté que mi voz era levemente temblorosa, y que agua empezaba a rodar por mis mejillas.
No.
-No, no estás bien, y temo... temo que quieras matarme. Y que lo logres. Ya has matado, al fin y al cabo.

(Kanes: https://www.youtube.com/watch?v=Ixsrw0cx2h8)

-¡Cállate! -le grité, ya dado por advertido de mi llanto.
Estaba destrozado, y ni siquiera me había dado cuenta del momento en que había definitivamente salido del shock, dando la bienvenida al llanto rabioso. Estaba sintiendo demasiado de repente, pero de un modo nuevo y desagradable. Era el opuesto de ser besado por John en aquel sillón, como el opuesto de sentir aquel placer ante el contacto suyo contra mí. Tan opuesto, pero igualmente intenso.
Había pasado años tratando de evitar todo eso, y cuando finalmente me rendía ante el sentimiento, este me hería.
-Estás experimentado algo normal, Sherlock, pero necesito que me sueltes. Descarga tu rabia contra otra cosa.
-¡¿Por qué?! ¡Tú eres el culpable de todo!
-¿En verdad crees que yo soy el culpable de todo? Siempre te dije que tenías que ser sincero con la gente que te importaba. Yo me equivoqué hace años contigo porque te oculté cosas, y pensaste que me había alejado de ti porque estaba enojado. ¿No aprendiste nada a partir de lo que hice?
-No tiene nada que ver. Esto es diferente.
-Lo sé, esto es más intenso. Lo sé, Sherlock. Pero no puedes esperar que esté contento con que le mientas.
-Todo estaba bien hasta que tú le pusiste en bandeja aquellos...
-Tú se los pusiste en bandeja -dijo, tomándo mi manos empuñadas alrededor de la tela de su camisa. Empecé a ceder, pero en respuesta mis manos temblaban- . Dejaste los documentos en su casa. ¿No crees que en el fondo querías ponerlo a prueba?
-¿Por qué querría si el resultado sería obvio?
-Piensa racionalmente, Sherlock.
-¡No puedo!
Le solté.
Piensa racionalmente, racionalmente. Piensa, piensa, ¡Piensa!
Nada de eso iba a servir en esta situación. ¡La gente siempre quería que pensara! ¡John quiere que piense, que resuelva todo, pero no puedo! ¡No en esta situación sin solución!
Me paseé por la sala de estar, apartando las cosas que me obstruían el camino. Pateando, empujando..., hasta que llegué a mi sillón y lo empujé contra el mueble de biblioteca. En vez de empujar el sillón de John, empujé el mío, porque me odiaba a mí y mis mentiras. Me odiaba a mí y a mis malas decisiones. ¿Cómo pude equivocarme así si la elección más racional siempre fue no mentirle, no engañarle? ¿Cuántas veces me había dejado en claro que no le gustaba que le ocultara cosas? Y yo fui y le engañé de nuevo. ¿Acaso el amor te pone así de tonto? ¿Acaso me torné un imbécil, uno más del montón que piensa con el corazón en vez de con la cabeza? ¡En qué momento, en qué puto momento me había convertido en eso! Una mera sombra de... No, no una sombra, ni siguiera un vestigio, sino una versión sordida de lo que yo era realmente. Incluso Mycroft me lo había advertido. No te involucres, no te involucres.... y había terminado haciendo exactamente lo contrario.
“Eres desapegado, igual que yo. Bien” recordé decir a John, en el restaurante de Ángelo, años atrás. Ese primer día en que John armó los vestigios que ayudaron a que entendiera todo tan bien tiempo después.
Miré la cara feliz en amarillo en el lado izquierdo de la pared lateral.
Los dos éramos desapegados. Bien. Habíamos llegado a esa conclusión ambos. Él primero y yo por obviedad. Siempre supe que era desapegado. Siempre supe que no me involucraba. Pero el tema era que me equivoqué en suponer porqué. O me forcé a pensar en una solución que me hiciera menos daño: soy un sociópata. Me quise convencer de eso, y que por esa razón no me apegaba nadie. Pero entonces recordaba a RedBeard y toda esa teoría se iba al carajo. ¿Cómo pude ser tan estúpido? Ambos desapegados... Precisamente esa creencia nos hizo desapegarnos el uno del otro, John y yo. Precisamente eso. “Somos desapegados. No habrá problema en nuestra relación de compañeros de piso. Somos el uno para el otro. Como compañeros de piso, por supuesto. Así ninguno de los dos se atará al otro en ningún nivel, porque no nos importa establecer relaciones con nadie...
“Salvaremos las vidas del otro constantemente en el futuro, pero no significará que me importas o que yo te importe. Y no golpearás a otro hombre por ofenderme. Sólo ofenderme. No. Y si llegas o yo llego a hacerlo, no será porque sentimos algún tipo de apego o cariño por el otro. No será por eso para nada. Será por lealtad, porque somos compañeros de cuarto.
“No llorarás por mí por pensarme muerto. Y no me lamentaré por ti por verte llorar ante mi tumba. Porque no me he apegado a ti. Para nada. Y si llego a sentir lástima será porque... porque somos leales el uno al otro. Es lo que hacen los compañeros de piso, ¿no? Preocuparse por el bienestar del otro. El bienestar físico, mental, psicológico. Es lo que hacen, es natural y no da cuenta de nada especial. Tampoco significa nada interesarse por los datos privados del otro, por las particularidades del otro, o reírse ante las rarezas del otro. Es natural. Y no significa nada estar al borde de golpearse por el nivel de estupidez que pensamos que el compañero de piso tiene.
“Te llamaré idiota porque te creo realmente idiota, no porque quiera pensar que no eres vital para mi trabajo, para mis deducciones, para mi pasatiempo o porque quiera negármelo a mí mismo. Sólo eres el blogger, el que me hace propaganda, no eres nada, John. Nada. No me he apegado a ti, John. No siento nada por ti excepto cierto respeto por verte tan... correcto, tolerante y maravilloso con respecto a mis particularidades. Sólo es profundo respeto, ese respeto que no he llegado a sentir por nadie, ni por Mycroft, ni por mi madre o mi padre, ni por mis profesores, ni por Victor Trevor o por Lestrade, por Molly..., pero que en ti es tan fuerte porque sé que me toleras. Toleras en mí lo que nadie más tolera. Te respeto porque no me rebajas por ser como soy, y si lo haces no lo piensas realmente. Te respeto y me agrada que me llames un idiota. Adoro que me llames idiota porque nadie más lo hace. Todos tienen un alto concepto de mi inteligencia, y tú eres el único que la vanaliza. 'Sólo es una de tus características y las admiro, Sherlock, pero no es un gran tema. No por eso dejaré de verte como un igual. No por eso dejaré de pensar que eres un idiota.'
“Idiota. Llámame idiota.
“No sentiré nada de nada, John. Ni tú sentirás nada por mí. Sólo será mutua lealtad por compartir un espacio. Y respeto porque somos dos adultos hechos y derechos. No tan hechos y derechos, quizá tú sí, John. Yo... yo soy un desastre.
“Evité sentir algo y terminé sintiéndolo todo. Y lo odio. Amé sentir lo que siento. Oh, sí, amé tanto el sentimiento, como estar drogado, como estar en una nube. Pero por fin desperté de la fantasia y me di cuenta de que es horrible.
Amar es lo más pavoroso del mundo, John. Amarte es pavoroso.

Me dirigí acelerado hacia la cara feliz de la pared, y ante la mirada consternada de Victor, comencé a sacar el papel mural que le servía de lienzo. Se asomó la pared detrás, y para cuando dejé de pensar en la presencia de Victor en el cuarto, dejé de fijarme en que se había quedado quieto, como un niño que ve un programa de televisión violento. Saqué el papel de toda la extensión que había sido el círculo con la boca curvada y los ojos como puntos. Y la cara feliz se fue, y sólo quedó el poster de la calavera al lado derecho, junto a la puerta. La abracé en mi mente, tratando de deshacerme del sentimiento. Había dibujado esa cara feliz tres años atrás, como una suerte de recuerdo de lo que fue el Banquero Ciego, aquel caso que me había llevado a recordar el hecho de que nunca había conseguido tener amigos. Entonces, meses atrás John me había dicho que yo era su mejor amigo y todo se había vuelto confuso. ¿Qué me perdí en esos dos años? ¿Qué? ¿Qué señales me salté?
Pero no, no fueron las señales, fue mi propia baja autoestima, o el pesimismo realista que había desarrollado en la Universidad, cuando dejé de intentar agradar a la gente y en oposición empecé a alejarla, sumiéndome en el placer de llamar imbécil a cualquiera que se me cruzara por delante. ¿Para qué sería amable con ellos si ellos no lo serían? No tenía porqué poner esfuerzo en ello, nunca debí, ni en el colegio ni en los primeros meses de Universidad. Fui un estúpido por siquiera intentarlo.
Y nuevamente soy un estúpido por atarme a alguien como me he atado a John. No atarme, sino... desarrollar aquella inutil obsesión por... mantenerlo a salvo. Fue por culpa de Redbeard, me recordó que no debo bajar la guardia, ni con él, ni con Scott, ni contigo, o corro el riesgo de perderte. Y te mantuve a salvo, quise protegerte, John, pero crucé la raya. No debí mentirte. Mantenerte en la mentira no equivale a mantenerte a salvo, aunque sí lo haga.
-Volví para verte sucumbir -susurró Victor- . Siempre tuve curiosidad por ver replicada la pérdida de Redbeard.
-Sí -dije, con una sonrisa amarga- . Nunca aprendo, ¿eh?
-Nadie lo hace -dijo Victor, acercándose lentamente a mí, como si estuviera cuidando no provocarme.
Apoyó la mano en mi saco, para luego dejarla resbalar. Sentí el olor de la sangre. Le había roto el labio.
-Necesito -susurré- … ahm...
-Te llevaré un té a tu cuarto.
Asentí con la cabeza. Caminé hacia allí y me encerré.
Victor nunca trajo el té, y me alegré. No le habría abierto la puerta de todos modos



Hace doce horas que no tomaba una gota de agua. Amanecí con la boca seca tras una noche entera de estar con los labios cerrados. Lo comprobé en cuanto separé mis párpados de un tirón, cuando oí que Victor trataba de abrir la puerta.
-¿Sherlock? Oh, por favor, al menos dime que estás vivo.
Me quedé quieto en la cama. Sí, sería util estar muerto de verdad ahora mismo. Pero no soportaría estar en un lugar donde John no está. Supongo que esas eran las desventajas del masoquismo. No podía ver a John, pero tampoco quería cortar del todo la posibilidad de.
Me recosté boca arriba, y una lágrima involuntaria resbaló por el lado de mi ojo derecho. Tenía la garganta apretada en cuanto había despertado, pero no recordaba el sueño, por lo que supuse que había sido uno triste.
Me sequé la cara, mientras Victor volvía a insistir.
-¡Necesito dinero para sacar dinero del banco! -gritó por la puerta.
Di un suspiro. Me salí de la cama. El exterior de las mantas fue como miles de cuchillas en mi cuerpo. Había dormido con la ropa de ayer. Fui hasta la puerta y apoyé la frente en ella, cerca del orificio.
-Mi tarjeta está bajo la calavera -dije.
-Ya lo sé, pero no quería sacarla sin permiso. También tienes cigarros allí.
-Déjalos allí -le dije.
-¿Por qué? Vas a usarlos de todos modos. No eres un hombre de emborracharte.
-No. Pero déjalos allí -repetí con fastidio.
-¿Quieres que traiga algo especial del supermercado?
¿Cómo era posible que un hombre que siempre tuvo a toda persona a sus pies en sus años de Universidad fuera así de servil ahora? No podía tragármelo. Había un truco allí.
-No quiero nada -dije, yendo a sentarme a la cama, planeando volver a cobijarme bajo las mantas. Así habían sido los últimos ocho días y no planeaba cambiar mi rutina.
-Te traeré chocolates. La gente siempre quiere comer cuando ha tenido una... decepción amorosa.
-¿Es en serio? Te diré cuando tenga una -dije, cobijándome bajo las mantas.
-Eres un cínico. Te traeré algunos. Nos vemos. ¿No quieres que llame a Greg Lestrade para preguntarle por algún caso?
No respondí. Victor entendió la indirecta.

John

Creo que sólo he estado así, como un autómata, una vez más en la vida. Tras mi operación del hombro, con mi cojera psicosomática, yendo al psiquiatra para recuperarme de la guerra. O eso creí que era de lo que me recuperaba. Pero ser un autómata, un zombie, consiste en mucho más que estar aburrido, consiste en estar ya un poco loco por la rutina de la vida. Con Sherlock nunca me aburría. A veces estaba estresado, pero incluso en eso había cierto atractivo. Me agradaba... estar siempre ocupado, ocupar mi mente con deducciones, con sus deducciones, con su rostro iluminándose y su voz excitándose en el transcurso de un caso especialmente fascinante.
Al principio pensé que era solo eso. Pero no. Madaba había dejado una huella en mí, como también el placer en aquel sillón. Con sólo fricción uno puede lograr muchas cosas, como también sucumbir a ottas tantas. Sucumbir al acostumbramiento de ser tocado.
Extrañaba ser tocado, extrañaba el conocimiento de que cuando quisiera podía tocar a otro, a Sherlock. Extrañaba tener esa certeza, o el sólo tenerlo cerca, como un faro, una almohada cálida que irradiaba... temperatura al menos. Pero ni siquiera eso tenía, y si bien el contacto con mi hijo era inmensamente gratificante, necesitaba otro tipo de... contacto. Con mi hijo era natural, sin tensión, lleno del cariño tan inmensamente gratificante que conlleva el amar a alguien incondicionalmente, pero no era lo que yo y Sherlock habíamos tenido en tan... escasas ocasiones.
Habían pasado ocho días, y las cosas no parecían querer mejorar. Construí un horario, una agenda que me mantuviera ocupado, a la que pudiera acostumbrarme por lo que quizá sería... el resto de mi vida. Tenía la ventaja del trabajo, que a veces se extendía hasta diez horas, pero Hamish reclamaba mi tiempo, y no podía dejarlo por doce horas seguidas con una niñera sólo porque tomaba más casos... digo, clientes en la clínica. Además, el trabajo no mantenía mi cabeza ocupada constantemente, especialmente porque me recordaba a Mary.
Había contratado a una nueva enfermera que me facilitara parte del trabajo que tenía como doctor. Tenía sabido que no era muy bueno en el contacto directo con los clientes, el trabajo de consejero y apaciguador de los ánimos. Los doctores teníamos que lidiar con ello todo el tiempo, pero no todos éramos necesariamente sociables. Y el hecho de que no fuera sociable siempre fue algo que me costó asumir, tal como el hecho de que me atrajeran los hombres además de las mujeres. Es decir, ¿Cómo definirlo si hasta tres años atrás nunca me sentí verdaderamente atraído por otro hombre? Al menos no a ese nivel... Tal vez había otra manera de definir tal comportamiento, pero no tenía el nombre, y a esas alturas no me interesaba encontrarlo. Me gustaba Sherlock, y le amé cada tanto, le deseé y le adoré y le extrañé, pero eso había terminado, y dudaba volver a sentirme atraído por un hombre de nuevo.
Siempre le hayé tan encantador. Tan único. Y otras veces sólo quería golpearlo. Y a veces yo sólo... desfallecía por querer tocarlo. Por querer que fuese una libra más atento conmigo... al menos en una ocasión. Pero no se podía tener todo en la vida, y para cuando Sherlock se comportó atento conmigo, yo estaba casándome con otra persona.
Y para el momento en el cual logré tenerlo para mí, ya sabía de sus engaños acerca de Mary. Y aún así no pude resistirme.
-Ahh... John... -balbuceaba, mientras yo me balanceaba sobre él en ese sillón.
Notaba su excitación, y la empujaba y la empujaba, como si ya no estuviera lo suficientemente crecido. Yo sólo quería seguir, sentirme satisfecho, quería sentirme unido a él, aunque hubiera capas de tela aún entre nosotros. Aunque el tocar su torso bajo su ropa no fuera suficiente, y aún así exquisito. Dios, el costado de su abdomen, su espalda baja, la curva leve antes de su trasero... sus dedos delicados y viriles en mi rostro, en mi cuello, balanceándose entre el límite de lo pulcro y lo lujurioso.
Sherlock se mantuvo a todo momento balanceándose entre ambas cosas, mientras yo me lanzaba hacia la lujuria sin poder evitarlo. Mientras yo besaba la piel de su cuello queriendo bajar por todo su ser a por más, queriendo darle más placer de lo que la fricción me permitía, queriendo entrar en él. Queriendo que él entrara en mí.
La tensión en mis brazos mientras le oía y sentía llegar al orgasmo fue espeluznante. Fue igual de intensa que con otras personas antes, pero era nuevo, y notaba la diferencia entre rodearle a él con los brazos y rodear a otra persona. Lo que mis manos tocaron en ese momento fue lo que siempre quise tocar. Tuve cientos de sueños imaginando cómo se sentiría palpar a Sherlock, como se sentiría algo tan simple como pasar los dedos por su cabello, como quien imagina cómo se siente meter los dedos en una fuente llena de arroz. Y era un placer tan simple y mundano, pero que antes parecía imposible. No me habría atrevido, ni por mí ni por él. No a causa de su autoconvencimiento de que una relación era lo último que deseaba. No por causa de su poca experiencia recibiendo cariños. No por tantas cosas.
Apoyé la frente contra la suya, tratando de recuperar el aliento. Sherlock tenía los ojos cerrados, en una expresión de dolor. Parecía sufrir, pero una leve sonrisa surcó sus labios, y los tomé para mí largamente al ver esto. Apreté mi boca contra la suya, mientras oía sus gemidos ininterrumpidos salir de su garganta hasta mis oídos. Él separó más sus labios en respuesta y movió su lengua dentro de mi boca, provocándome escalofríos. Me empujé hacia él un poco más, notando su temblor por el placer que aún debía de recorrer su ser, y me hundí en él de nuevo, moviendo mis dedos por su mandíbula hasta su cuello. Así fue luego de llegar ambos al orgasmo.

La pieza estaba algo más caldeada de lo normal y Hamish estaba con Victor, pero nos perdimos, y yo le besé y le besé, como si fuera la última vez, como si temiera perderlo al día siguiente.
Y lo hice.
-Eres... eres... -le susurré, entre suspiros.
-¿Hm...?
Le oí suspirar. Pasé los labios por su mejilla, besando su piel hasta su coronilla. Luego bajé hasta su oreja.
-Eres mi todo, Sherlock. ¿Lo sabes?
-¿Sí?
-Tú y Hamish... Siempre quise esto... desde el principio -sonreí, notando un nudo en mi garganta. Empezaba a emocionarme.
Finalmente le había conseguido. Si tan solo hubiese durado más tiempo. Lo habría hecho si no le quisiera tanto. Pero amaba a Sherlock y no quería que me mintiera, ni siquiera por mi bien. No es así como deseo que sean las cosas.
No quiero que sea un mentiroso. No quiero que me engañe, no quiero que salte por completo el hecho de que yo... de que yo moriría si él se va de nuevo.
Estuvo diez segundos muerto por causa de Mary y él aún así...
¿Por qué no entendía que no podía vivir sin él? Era algo tan simple de entender...
-Yo... me demoré un poco más de la cuenta -le oí decir.
Reí por lo bajo. Mi garganta estaba anudada. Recuerdo haber sentido incluso dolor. Le quería tanto, tanto...
-Lo sé, lo sé... Pero... así eres tú, Sherlock, y adoro... cómo eres. Adoro cada trozo de ti.
Besé su frente, y finalmente le rodeé con los brazos, con sus labios respirando contra mi cuello. Incluso esto se sintió increíblemente bien, y dejé que hundiera su nariz en mi cuello, allí bajo mi oreja, mientras sus manos presionaban mis caderas hacia él, al notar que había resbalado un poco. Noté sus pulgares acariciando, para luego sentir sus manos subiendo por toda mi espalda. El estremecimiento que me atacó fue exquisito...
Sherlock tenía manos grandes...
Temblequeé un poco, al sentir el dulce escalofrío llegar a mi nuca. Sherlock se echó a reír.
-¿Qué fue eso? -susurró, alejándome un poco para mirar mi rostro.
-Nada...
-¿Qué fue?
-Nada, Sherl...
Él se rió.
-¿Dónde dormirás? -preguntó.
-No lo sé. ¿Quieres...?
-Aún no -dijo rápidamente, aunque sin dejar de acariciarme.
-Lo que quieras -susurré- . Haré lo que quieras...
-¿Qué quieres tú? -susurró.
Eso me cogió un poco por sorpresa. Me quedé quieto, mirándole a los ojos tan cerca suyo, con mis brazos en sus hombros.
-Yo sólo... -suspiré, y cerré los ojos, con la frente contra la suya- Sólo...
-Eres tan guapo...
-Quiero... ¿Eh?
Nos miramos. Sherlock apartó la mirada.
-Nada.
-Ehm... -susurré, viendo su expresión cohibido. “... guapo...”- quiero... que no nos separemos nunca.
-¿Sólo eso? Dime todo y lo cumpliré todo.
-Quiero que... me abraces siempre que nos veamos y... me beses aunque haya gente -Besé su cuello, medio ido. Mi respiración no lograba calmarse. Era un suspiro tras otro, mientras sentía sus piernas bajo las mías y su entrepierna cálida contra la mía.
-OK -le oí susurrar.
-Y que... uses gafas para leer o tu vista de cerca empeorará.
-OK.
-Y quiero que... me conquistes todos los días.
Sherlock alzó las manos hacia mi rostro, con los ojos cerrados, y las pasó por mis mejillas, mientras yo lo hacía por las suyas.
-¿Todos los días?
-Todos y cada uno -dije, sintiendo los mechones de cabello sobre su frente contra mis labios. Me hicieron cosquillas- . Y que me mires como si... me hicieras el amor.
Sherlock inspiró repentinamente en ese instante. La idea lo asustaba, pero sus dedos se movieron sobre mi espalda, haciendo un amago hacia el dobladillo de mi camisa.

Mirarme como si me hicieras el amor a cada momento, como Mary hizo al principio de nuestra relación, y como no hizo al final, cuando me miraba con nada más que culpabilidad. “Sherlock estuvo a punto de morir por mí, ¡Cómo quieres que no me preocupe!”.
-Doctor Watson, una clienta le espera desde hace quince minutos -dijo la enfermera asomándose.
Di un brinco y la miré. Dios, otra vez me había perdido.
Si tan sólo Sherlock apareciera para convencerme de volver. Aunque... ¿volver a qué? Nunca dijimos nada.
“Quiero que me conquistes todos los días”. ¿Todos los días por cuanto tiempo? Ojalá le hubiera dicho cuanto, quizá así él habría confesado la mentira y yo no habría estado enojado. Desearía no tener la facultad de enojarme y sólo... dejar pasar aquello que me moleste para poder estar con Sherlock todo los días. Despertar con él, sentirle abrazarme a cada mirada, sentirle a cada gesto... Sé que es una utopía, porque las parejas reales no son asi, pero no podía evitar querer todo eso. Todas aquellas cursilerías contra las que ambos siempre dijimos estar.
Quisiera que una de esas cursilerías alcanzables fuera la de despertar todos los días a su lado. Ser acariciado por él cada día. Sólo un toque sería suficiente. Y es que necesitaba... necesitaba tanto ser acariciado. A veces me volvía loco, y se me ocurría la loca idea de que necesitaba a mi madre de vuelta para que me besara en la frente cada vez que me veía, pero no era eso lo que necesitaba. Tal como con Hamish, sabía que no era lo mismo. Eran los labios de Sherlock los que necesitaba, esos labios que me provocaban tensión y placer al mismo tiempo. Que me hacían paralizarme, que me llenaban de gozo y que me hacían desear más.
Dios, cómo le necesitaba. Mi mente y mi corazón estaban tan vacíos sin él.

Salí del trabajo a las siete. La nueva niñera, llamada Allison, era una encantadora joven de veintirés años. No pude negar su atractivo al momento de conocerla, tres días antes, y esperé con esperanza que durara un poco más que las dos niñeras anteriores. Ninguna parecía soportar mis horarios mutables de doctor de cabecera, si es que ese cargo todavía existía en estos días.
Salía a comprar cada día con la esperanza de no encontrarme a Sherlock. Él no era mucho de comprar en negocios grandes de todos modos, ya que estos no se encontraban dentro del radio de cercanía con Baker Street y en ellos no podía evitarse la molestia de ser reconocido. Pero al mismo tiempo quería encontrármelo. Otro gran acto de masoquismo de mi parte.
Un día me encontré con alguien que, si bien no era él, me lo recordaba: Bill Wiggins estaba comprando mercadería por allí, y parecía un poco recuperado de sus adicciones, aunque mantenía esa mirada evaluadora que caracterizaba a aquellos a los que les saltan las deducciones a la vista sin proponérselo. Sherlock era así, y por eso a veces mantenía la mirada baja, y cuando fijaba su atención en alto, adoptaba la expresión de quien escudriña con secretismo. Lo hacía para no distraerse con datos innecesarios. Siempre la creí una extraña actitud de su parte... al principio. Luego me pareció lógico.
Me preguntaba qué veía en mí cuando me miraba. Qué deducciones saltaban a la vista.
-Hey -lo saludé.
Me miró una vez, con desconfianza, y luego volvió a mirar la estantería.
-Pensé que andabas con tu hijo para todos lados.
-No esta vez. Vengo saliendo del trabajo y pasé a comprar -dije, con una sonrisa que en vano trataba de ablandarlo.
Aún recordaba las deducciones que había hecho de mí esa vez, en el hospital, y no podía evitar avergonzarme. Inflamamiento, ¿eh? Mary esbozó una sonrisa picaresca esa vez, una muy elocuente. Daría todo por haber puesto atención a la reacción de Sherlock, pero estuve muy entretenido mirando a mi esposa, que sabía exactamente de lo que Bill Wiggins estaba hablando.
“Él siempre ha caminado así” había dicho Sherlock. Entonces recordé involuntariamente el primer quejido de Sherlock cuando empecé a empujar mi cadera contra la suya.
-No sabía que tú venías al supermercado. ¿Dónde estás viviendo estos días?
-No en una casa okupa si me preguntas. Estoy viviendo en un refugio, y gano dinero yendo a comprarle cosas a Sherlock, y de paso compro para mí.
Vi las cervezas en su canasto. Se había suavizado bastante. Lo demás consistía en arroz, espaguetti, salsas, sazonadores, cigarros...
Saqué los cigarros del canasto. Bill alzó las cejas.
-¿Qué? Me gusta la nicotina.
Le miré la boca y la piel. No, hace meses que este hombre no tocaba la nicotina.
-Son para Sherlock.
-Son para mí. ¿De qué habla, Doctor Watson? -dijo, fingiendo horror.
Me quitó los cigarros de las manos. Habían dos cajetillas más en el canasto.
-¿Cuántos está fumando por día?
Bill Wiggins calló. Pasó al lado mío sin respuesta alguna. Di un suspiro de frustración. Le seguí a la caja.
-Sherlock no tiene paciencia para tratar con máquinas -comentó- . Por eso me envía.
-No le gusta lidiar con gente tan inteligente e idiota como él. Quizá sí con gente inteligente, pero no idiota. Y las máquinas son idiotas -dije, con frustración latente- ¿Al menos sale del departamento? -le pregunté.
-No sé si él quisiera que revelara cosas de él.
-No te estoy pidiendo que me cuentes uno de sus secretos.
-Son como secretos para él. No quiere que te cuente que se está levantando temprano porque no puede dormir -dijo como quien no quiere la cosa- , o porque teme dormir, y que Victor Trevor está tomando a sus clientes porque él no quiere ir a terreno a hacerlo.
Bill pasó la mercadería por en frente de la maquina. No pude contenerme a tragar, preocupado.
-Siguen llegando clientes, entonces.
-Claro. Sherlock puso un aviso en su blog en un intento por... distraerse, pero cuando llegó el primero, fue incapaz de contestar, por lo que fue Victor quien lo hizo.
Asentí con la cabeza. Revisé mi celular para acceder a su blog. No lo había revisado porque ya hacía tiempo desde que Sherlock no publicaba nada. Escribí la dirección rápidamente.
-¿Paso tu mercadería? -preguntó Bill.
-Por favor.

Sherlock

Sabía que sólo podría seguir el rastro de Scott si me movía de esta cama, pero era incapaz de levantarme, y Victor se cobró esto como una oportunidad.
La primera vez que salí después de ocho días de no cruzar el umbral de mi puerta, encontré a Victor atendiendo a un cliente en la sala de estar. Había olor a café en la estancia, por lo que pasé primero a la cocina, donde me lavé el rostro. Entonces miré hacia la sala de estar y vi a Victor... sentado en la silla de John.
-Siéntate en la mía -dije automáticamente.
Sólo entonces noté al cliente, sentado donde siempre se sentaban, al frente y en medio de las dos sillas, una de ellas ahora vacía. Victor se volteó a mirarme fastidiado.
-No va a conservar su aroma si es eso lo que pretendes que pase -dijo. Se dirigió al cliente, un adolescente de dieciséis años corto de vista con sofisticados anteojos de hipster y chaleco con figuras latinoamericanas, más probablemente incas. Era un chaleco original. Los pantalones eran pegados y gruesos, para invierno, y las zapatillas... eran de la marca de las que solía usar Scott.
Otra vez Scott. Pero no, era incapaz de salir del departamento, y no me sentía capaz de romper con esa incapacidad.
-Higgins, ¿Tienes algún tipo de conexión con los hombres que te robaron tu cactus? -le preguntó Victor.
-Sí. Son vecinos de mi anterior barrio. Los reconocí, pero estaban mucho más fornidos que la última vez que los vi, y no me atreví a pelear con ellos.
-¿Y ellos saben qué tipo de fertilizante estabas usando?
Miré las manos del cliente. Tenía picadas de cactus, algunas con bastante tiempo. No parecía lidiar muy bien con la dichosa planta, a la cual debían de estarle creciendo muchos helechos alrededor, ya que de otra manera no tendría que lidiar con las espinas tan a menudo. ¿Qué helecho estaba creciendo alrededor del cactus? Y además, ¡¿Quién venía aquí para inentar encontrar su planta?!
-¿Señor Holmes? -preguntó el chico, levantándose del asiento- Señor Holmes, estaba esperando que usted pudiera resolverme esto.
-Ahm... -dije. Miré el resto de él y pensé en la información escuchada hasta ahora, y en las marcas bajo los ojos del chico. Era fumador social de marihuana, ningún rastro de adicción, incluso a tan corta edad. Plantaba la marihuana alrededor del cactus para evitar robos. Mala idea.
-Yo te lo resolveré -dijo Victor- . Ven...
Llevó al chico de vuelta, que me miraba con la ansiedad de un perro que espera su hueso. Me fui de vuelta al cuarto, y me encerré allí.
Los siguientes días fueron más o menos iguales. Los clientes venían y Victor los atendía. Y Bill Wiggins venía con mi mercadería, y yo le pagaba a cambio. Y lo enviaba a Scotland Yard de vez en cuando, si surgía un caso interesante para él, pero no tan difícil. Era el inicio de su entrenamiento después de todo. Tal vez sí terminase heredando mi trabajo.
No obstante, al mes de ese encierro voluntario no parecía que este estuviera funcionando del todo bien para mis reemplazantes. A Bill Wiggins no se le permitió dejar el refugio ese día viernes. Lo habían encontrado esnifándose algo. Me avisaron por celular.
-Victor -le dije a este, asomándome a la estancia. Estaba atendiendo a un nuevo cliente. Los últimos casos eran tan fáciles que Victor los atendía desde la misma casa- . ¿Puedes ir a comprar algunas cosas...?
-No. Estoy ocupado. Deberás ir tú esta vez.
-Ahm... -Miré hacia la ventana. Estaba sumamente nublado afuera, lo cual parecía encajar desgraciadamente conmigo. No tenía ganas de meterme en la ducha, la verdad, así que tal vez... tal vez fuera mejor esperar hasta mañana, cuando a Bill lo dejasen salir de nuevo... - No. No importa. Enviaré a Bill mañana.
-No. Necesito comer algo también. Trae tomates, quiero prepararlos con huevo.
El cliente se volteó a mirarme. Me miró con cierto miedo. Mi rostro con barba debía ser aterrador.
-Toma. El cliente acaba de pagarme -dijo Victor, pasándome un billete- . Hazlo.
Miré sus ojos. Iba en serio, ya que sus pupilas se veían especialmente grandes cuando estaba serio. Di un suspiro. Lo recibí.
Me di una ducha con agua caliente y luego me afeité, la cual fue realmente una mala ideal: su rostro estaba más delgado. No me agradí. Me metí en un saco que hace tiempo no usaba, ya que el otro me lo recordaba.
Ojalá las acusaciones de asesinato se hubieran extendido por más tiempo.
Fui al supermercado. En las tiendas pequeñas no iba a poder abastecerme muy bien, y en ellas había demasiada probabilidad de encontrarme con la señora Hudson y alguno de sus muchos conocidos. Fui a uno alejado de Baker Street, dentro del cual me quité la bufanda con cierta parsinomia. Mi preocupación por verme y actuar cool se había ido al traste. De todos modos, no había nadie para el cual verme y actuar cool.
Fui echando las cosas en el canasto sin mirar demasiado los precios. Mycroft seguía depositando dinero, y ahora más que nunca. Se había aparecido un par de veces a ver qué tal estaba, pero lo único que había podido ver de mí habían sido los cigarros en el cenicero de la ventana derecha de la sala de estar. Me paraba junto a ella cada noche, cuando no había rastro de Victor en la sala de estar. Fumaba un cigarro tras otro y a veces llegaba a los diez. Hoy llegaría a los quince sin duda, ya que me había salido de la cama a horas “extrañas”.
Ahora el día me era extraño, y no tenía intenciones de cambiar la rutina que había adoptado en honor a mi... tristeza. No quería decir depresión, eso era ya... otro nivel...
Fumé un cigarro afuera del supermercado. No había moros en la costa, por lo que me apoyé contra un auto, entre este y otro, donde nadie pudiera verme. Había desactivado la alarma con mi celular, por lo que apoyé la espalda contra este sin miedo, y me fumé un cigarro, y dos, y tres.
-¿Sherlock? -preguntó una voz conocida al rato.
Rayos. Molly.
-Estoy ocupado.
-¿Qué haces aquí escondido? -preguntó, agachándose a mi lado.
Agité el cigarro en frente de ella.
-Oh, es verdad.
Lo apagué contra la rueda de atrás, y me puse el guante en la mano derecha.
-Vete. Estoy ocupado -insistí.
-No he sabido de ti en un mes.
-Hm. Y lo estaba llevando bien. Pero incluso yo necesito comer -dije, parándome, harto. ¿Por qué no podía dejarme en paz?
Cogí las bolsas, y guardé la cajetilla en mi bolsillo. Molly llevaba tres bolsas llenas.
-Ayer me visitó Janine, preguntando por ti. Nos hemos hecho grandes amigas.
Di un suspiro.
-Tienes un gran talento para atraer psicópatas, Molly -le dije.
-Oh, ella ya se salió de todo eso -dijo.
La miré extrañado.
-¿Cómo sabes?
-Ella me lo dijo. Dijo que era lo obvio luego de haber trabajado con aquel... criminal. Chantajeador... maldito -dijo, más para sí.
-Está bien.
-Quiero que sepas que estoy muy feliz de que te hayas deshecho de él.
Sonreí.
-Gracias. Pero después de él llegará la tormenta.
Frunció el ceño.
-¿Te refieres a Moriarty? ¿Cómo estuvo eso, a propósito? John sólo me contó la generalidad de lo que ocurrió.
La miré de reojo. Saqué otro cigarro.
-No debieras... -dijo Molly.
-El próximo policía aparece en diez minutos. ¿Qué te contó Jo...? -tragué. Pronunciar su nombre dolía. Qué cliché- ¿Qué te contó?
-Que resultó ser alguien más, y no... el mismo James Moriarty que conocimos nosotros. Que... yo conocí... -dijo, con un estremecimiento.
-No. El verdadero James Moriarty es una mujer. Fue una sorpresa, la verdad. Creí que las mujeres estaban menos inclinadas a perder la cordura.
-Es porque no tenemos la libertad o el tiempo para eso.
-Tú sí. Aún no eres madre -le dije, sonriéndole.
-Ahm... y no lo seré. No parece que tenga mucha... suerte en esas cosas.
Rió nerviosamente, como si el tema la divirtiera. Fruncí el ceño.
-Siempre puedes ser madre. No es necesario que tengas a alguien.
Molly me miró extrañada. Sacó la cajetilla de mi saco. Seguí su mano con atención, y luego la vi encender un cigarro, y apoyarse en el auto junto a mí.
-Lo he considerado, pero creo que no. No -dijo, sacudiendo la cabeza- . Tengo demasiado trabajo y...
-Puedo ser donador si quieres -se me escapó.
Me arrepentí de ello un segundo después de decirlo.
-¿Q-qué?
-Donador, no... fecundador -dije.
-P-por supuesto, pero... ¿Desde cuando te importa que alguien tenga hijos?
-Desde que vi que... -dudé- es un buen medio para deshacerse de todos.
Molly me miró preocupada.
-¿Quieres deshacerte de mí?
-Quiero que te alejes. Es lo mejor.
Di una chupada larga al cigarro, y luego solté el humo por la nariz. No obstante, comencé a toser. Era una marca muy fuerte. Creo que me había sobreestimado.
-¿Estás bien? ¿Cuántos estás... fumando al día?
-Sólo... un par.
Molly asintió.
-Nada de drogas, ¿verdad?
-No.
Ahora no me cabía duda: sabía de mí y John. Sobre que nos habíamos dejado de ver, me refiero.
-Espero... las cosas se arreglen -dijo.
-Yo espero que no -dije, volteándome un poco a mirarla. Le sonreí de nuevo.
-Lo de donar era una broma, ¿verdad?
-Quizá no.
Y me alejé. La sentí seguirme con la mirada, y mantuve un caminar pausado hacia la vereda.


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