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Love is Blindness por Kanes

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Cinco meses. Hamish había cumplido un año y dos meses. Vaya. Y Victor seguía en casa, y le había dado por invitar amigos a tocar música. Al parecer había aprendido a tocar instrumentos arábicos en sus viajes. Y olía como vagabundo. Yo había vuelto a ducharme todos los días, pero me había dejado un poco de barba, la cual creció levemente más clara que mi cabello.

Había reducido los cigarros a seis al día. Molly me había hecho un examen, al notar yo que estaba tosiendo demasiado, y había cambiado la marca a una más suave. Me estaba poniendo viejo tal vez.

Resultó que todos los amigos de Victor, hechos en pubs, bares y restaurantes a los que iba cuando no había clientes, eran homos o bi. Fue una sorpresa, ya que él no podía ser más hétero. Los miré practicar música en compañía de ellos, con un cigarro entre los dedos por horas, mientras la estancia se llenaba de olor a licor. En esas ocasiones en que venían al 221B, mi mente siempre estaba un tanto aletargada gracias al whisky que Victor me había enseñado a tomar. Había tomado antes, pero con cerveza previa en la sangre, por lo que no era lo mismo. Ahora era al seco, como primer trago del día. Había reducido mis cigarros, pero ahora bebía cada vez que ese extraño grupo venía a casa, y empezaba a recordarme a mis años de Universidad.

Por suerte ninguno me había pretendido. Victor les había advertido de mi poco gusto por establecer relaciones, si bien en la tercera junta mi primer contacto con el whisky por más de medio vaso comenzó a volarme un poco la cabeza. Uno de los amigos de Victor, un extraordinario celista con una novia de Kent adicta a los programas de conversación, se acercó al sillón, cerca de la calavera, y comenzó a hacerme masajes en la sien. El relajo del que fui víctima fue suprasensorial. Aquel joven, a lo menos diez años menor que yo -Victor decía que los jóvenes tenían mejores temas de conversación- tenía aliento a cerveza, ya que sólo eso era capaz de tomar, y al rato estuvo sentado junto a mí haciendo ademanes no cumplidos de besarme. Llevaba un extraño gorro y el pelo le tapaba casi la totalidad de los ojos, un pelo liso y grueso, que delataba su sangre mulata, y unas mangas largas casi tapaban sus manos perfectas y oscuras, con las cuales tan bien acariciaban mi rostro.

-No creo que sea buena idea -escuché que Victor decía- . La novia de Louis es muy celosa.

-Cállate -susurré.

-Tienes linda voz -dijo Louis.

“Me gusta tu voz... Háblame hasta que me duerma”. Estaba borracho, y la petición de John resonó en mi cabeza. Sonreí, como si él estuviera allí, y me adelanté hacia Louis, estampando mi boca contra la suya.

Unas exclamaciones cortaron el sonido perfecto de la música. Ningunas de esas voces perteneció a Victor, y me adentré en la boca de aquel desconocido, y poco a poco sentí la diferencia latente con los besos de John. Este era mucho más sobre sensaciones al besar. John quería unirse conmigo, mezclarse conmigo, ser uno...

Ser uno con él...

Tal vez debí... debí ser mucho más rápido y tener sexo con él esa misma noche, luego de los suspiros y gemidos en el sillón. Me arrepentía tanto de no haberlo hecho de inmediato.

-Creo que es suficiente... -dijo Victor.

Louis pasaba sus manos por mi pecho, encima de mi camisa. Su tacto era leve, como si estuviera más acostumbrado a tocar a una mujer. Era como John, delicado al tocar... al principio. Pero pensaba: incluso con una mujer John debió ser sumamente apasionado.

John me tenía tan enfermo.

-Hey, Louis...

El contacto se quebró. Bajé la cabeza, confundido por aquello. ¿Por qué se metía Victor entre los dos?

-Tu amigo está realmente sensible. ¿No quieres al menos que lo recomponga un poco? No parece que tú lo hayas ayudado a recomponerse. El tío está por el suelo.

-Ven a tocar el celo. Yo me encargo -dijo Victor.

Louis se fue de mi lado, y yo caí hacia un lado. Estaba tan borracho, pero no lo suficiente para salirme de mi lucidez. No obstante, Victor se sentó a mi lado y me hizo apoyar la cabeza en sus piernas, casi a la fuerza. Estaba enojado.

-¿Estás enfadado? -pregunté.

Las risas me acompañaron. ¿Por qué se reían?

Di un suspiro. Estaba un poco incómodo sobre el sofá, con la cadera doblada. Me acomodé, y terminé acostado boca arriba, con Victor aproblemado, sin saber donde poner las manos. Tomé su mano derecha, dando un quejido de molestia y se la guié a mi frente, ante lo cual Victor miró a sus amigos aproblemado.

-Hey, ¿Por qué esa cara? -dijo uno de ellos- Te deja quedarse en su departamento. Tú devuélvele la mano.

-No vine a hacer de novio. Y ciertamente Sherlock no estaría así... si estuviera lúcido. Desdeña cualquier tipo de relación.

-Yo lo veo bastante dado.

Victor dio un suspiro de frustración. Tomé su brazo izquierdo y lo puse sobre mi abdomen, como una manta. Mis ojos estaban ya cerrados, y poco a poco empecé a relajarme, mientras Victor pasa su mano torpemente sobre mi frente. Pero incluso con su torpeza, empecé a sentirme inmensamente complacido, especialmente cuando llevó sus dedos a mi oreja. No delineó mi lóbulo como John había dicho mientras nos besábamos en el mar muerto, ni pasó sus dedos por mi cabello, pero lo que estaba consiguiendo ahora podía recargarme para el próximo mes. No me había dado cuenta de cuanto necesitaba aquello.

-Espero no lo recuerdes cuando estés sobrio.

-No dejes que me ponga sobrio, entonces -le pedí- . No dejes que empiece a dolerme de nuevo.

Dejó de acariciarme. Estaba tan relajado.

-Debes encontrar alguna manera de que no te duela, o esconderé el licor, ¿OK? -susurró, para que los demás no escucharan.

Reí.

-No hay ninguna manera. No hay cura. Sólo John es la cura.

-No es tan extraordinario. Busca a otro.

-No. Sólo John, sólo John -repetí- Sólo él me gusta así. Mi John...

Di un suspiro, soñoliento.

-Mi... John...

Sentí que me acariciaba la frente. El toque se hizo más suave, como también sus dedos entre medio de mi pelo. Eso es, haz eso, como John. Aunque... los dedos de John eran más cortos y ásperos. Las manos de mi John... Debí hacerte el amor esa noche, John...

 

-¿Sabías que la mejor forma de hacerlo volver es volviéndote un ser un humano digno, Sherlock? Y lo que eres ahora no es nada -me susurró Victor.

Estaba más lúcido, y me había alejado al notar sus manos sobre mi abdomen y mi cabeza. Estaba avergonzado. Pero seguía mareado, y el café no estaba haciendo muchos avances.

-¿Has pensado en visitar a tus padres?

-No.

-Mycroft quiere invitarte a que visites a tu padre. Está un poco enfermo.

-¿Está enfermo? -dije, sorprendido.

-Sí. ¿No mantienes contacto con ellos?

-No mucho.

Encendí un cigarro. Victor desvió la cabeza a otra parte. No quería hacerse responsable.

Estaba encogido en mi sillón, con las pienras dobladas y los pies sobre el cojín. Victor, por su parte, estaba recostado en el sillón grande, como yo solía hacer con parches de nicotina en mi brazo. Estaba tan agradecido de pronto de que la señora Hudson no se apareciese por allí. Me daba..., me daba vergüenza. Así era. Estaba avergonzado del chiquero en que se me había convertido mi vida.

-Ve una temporada. Te hará bien el aire fresco.

Di un suspiro.

-Y encuentra a otro tío. Es en serio.

-No soporto a los “tíos”, Victor. Demasiado arrogantes, inseguros sobre... su propia sexualidad. Es patético.

-La mayoría de los hombres quieren probar que son hombres hechos y derechos.

-¿Para qué? Las mujeres odian eso.

-Supongo. Por eso siempre le gustaste a las chicas. Elegante y bien vestido Sherlock, siempre con buen aroma y postura perfecta. Las mujeres mueren por eso, no por la nueva moda de volverse neoyorkino en estilo.

-Es desagradable.

John siempre olió tan bien. Pero no en mi estilo. Olía como... un hombre. Perfumado pero como un hombre. Con manos ásperas como las de un hombre, la tez ajetreada, no lisa como la de un niño, como yo. “Luce como un niño de doce...” dijo una vez en su blog.

-¿Me acompañas a... -comencé a decir- espiar a John antes de irme?

-¿Ya es un hecho, entonces?

-Sí. Creo que probaré. Mis padres me estresan: es la mejor medicación contra el aburrimiento.

-Y el cigarrillo.

-El cigarrillo no. Mis pulmones ya no me preocupan.

-¿Y tu piel? Eres vanidoso.

Eso me lo callé. Eso sí que me preocupaba. Miré el cigarro, y entonces me di cuenta: mi vanidad estaba retornando.

Mi vanidad. La que nunca reconocí sino hasta empezar a subconcientemente tratar de lucir y actuar cool frente a John. Sólo para John. Perfecto, alto, viril y elegante para John. Tan perfecto que quisiera olfatearme incluso...

Sentí un estremecimiento al pensar en eso. Mi sensibilidad también estaba volviendo. No quería sentir nada eso. Estuve tentado de servirme otro whisky, pero sólo pensar en ese líquido me dio asco. ¿Por qué la gente tomaba licores tan fuertes si no iba a disfrutarlos? La cerveza era mejor. La boca de Louis sabía a cerveza...

-¿Qué dijo Louis al irse?

-Que feliz te quitaría la virginidad.

Di un bufido.

-No era tan extraordinario.

-Bromeas -dijo como afirmación.

Recordé sus manos grandes. Tragué. No quería esas manos sobre mí de nuevo.

-Entonces, ¿Cuándo quieres ir a espiarlo?

-Conoces su itinerario, me imagino.

-Como la palma de mi mano.

 

 

John

 

Ese día en el mall la calefacción estaba un tanto deficiente. Mantuve a Hamish en el canguro, confiado en que lo mantuviera calentito, pero después de unos minutos de caminar comencé a sentirme adolorido y cansado, por lo que lo bajé para caminara un poco. Allison me acompañaba, eligiendo algunas de las compras. Había cosas que se me olvidaba contar dentro de la lista de la mercadería y ella me las recordaba. Me había acostumbrado a la rutina y esta empezaba a atontarme un poco.

 

Victor, quien se aparecía frente a mí cada tantos días, se me acercó en el área de verduras. Los precios estaban por los cielos y mi sueldo como doctor no era extraordinario. Hasta hace poco no me había dado cuenta de cuanto nos aliviaba el dinero de Mycroft nuestra renta con Sherlock. Nunca sufrimos necesidades y a veces el dinero nos sobraba con los clientes como añadido, aunque algunas veces Sherlock simplemente no les cobraba. Para él era pago suficiente mantenerlo lejos del aburrimiento, no obstante yo fantaseaba con que era su espíritu filantrópico.

 

Pero a quien engañaba.

 

-¿Nunca cambias la rutina? Yo ya me habría vuelto loco -me dijo.

 

-A algunos nos agrada -le dije.

 

-Sherlock se va por un tiempo a casa de sus padres.

 

Me volteé a mirarlo de sopetón. Sherlock esto, Sherlock esto otro... Victor me había mantenido filantrópicamente informado los últimos seis meses, y aunque a veces la información era la misma, “No ha salido del departamento esta semana”, a veces salía con algo diferente.

 

Sólo había llegado a verlo en la calla unas tres veces en esos cinco meses, y siempre había constituido una sorpresa. Una vez le vi cruzando la calle hacia un café, con cigarro en mano. Sherlock en un abrigo diferente, con el pelo alborotado y una camisa perfecta debajo. Elegante y sensual como sólo él sabía ser, en los movimientos, en la mirada atenta, escudriñando a cada persona y deduciendo sin proponérselo. Sin embargo, siempre iba apurado. Me di cuenta de que nunca había visto a Sherlock simplemente sentado en alguna banca del parque o de una plaza. Siempre estaba en movimiento, sin descanso, con la ansiedad siempre latente, ayudándole a pensar y al mismo tiempo, ayudándolo a ayudarse. Sin ansiedad, se rendía y acudía a los vicios.

 

La segunda vez que lo vi fue en el metro. Estaba en el otro lado de la plataforma y miraba fijo a un punto del túnel, esperando. Tenía las manos en los bolsillos, y la gente más cerca suyo no paraba de mirarle, incluso hubo una chica que pareció querer acercarse a hablarle, pero que después de cinco minutos de espera a por el siguiente tren, desistió. Y me encontré queriendo que se acercara. Al menos tú haz el intento, ya que ni siquiera yo me atrevo. Hazle ver que sí es de importancia.

 

No llegó a notarme. O más bien yo me encargué de que no me notase, aunque en el fondo habría dado todo porque me viera. Me escondí tras otros transeúntes, y cuando finalmente quise asomarme, el tren que iba en dirección opuesta a la mía apareció. Cuando el andén volvió a quedar vacío, Sherlock ya no estaba.

 

La tercera vez fue intencional. Sabía perfectamente que tarde o temprano me lo toparía en el Hospital San Bartolomé, y si bien no iba en plan de conversar con él, logré verlo entrando al laboratorio usado por Molly. Me quedé estático en el pasillo, camino allí, y luego de unos segundos fui a asomarme. Le había avisado a Molly que vendría, y cuando la vi allí acompañando a Sherlock, me di cuenta de su impaciencia. Esperaba que yo llegase. Esperaba juntarnos, y no me habría extrañado que ella misma hubiera llamado a Sherlock para que viniese. Me fui poco después.

 

-¿Le dijiste que su padre estaba enfermo? –le pregunté a Victor.

 

-Sí.

 

Asentí con la cabeza. Por supuesto que acudiría con una información así.

 

-¿Cuán grave le dijiste que era?

 

-No le dije. Si no accedía a ir, adornaría un poco la situación con... una mentira como esa.

 

-Para alguien de la edad del señor Holmes, cualquier enfermedad es grave, Victor.

 

-Lo sé, pero...

 

Miré por encima de su hombro. Allison y Hamish estaban en el sector de golosinas. Yo había accedido a que le comprara algo suave, pero al mirar vi que no estaban solos.

 

-Volvió a salir del departamento -susurré, con un hilo de voz.

 

-Sí. El último mes no se había animado a hacerlo, pero… ya se ducha y afeita de nuevo. No se perfuma, pero el shampoo tiene un olor fuerte, así que... -dijo Victor.

 

Tragué. Estaba agachado junto a Hamish, y le sonreía, con las arrugas junto a sus ojos marcándose intensamente.

 

-Quería saludar a Hamish -dijo Victor- , así que me envió a distraerte.

 

Hice un ademán de ir hacia Sherlock. Victor me detuvo, no obstante.

 

-Ehm... él prefiere que no... ya sabes. Quiere compartir con Hamish un rato -Carraspeó volteándose a mirar al susodicho - . Comentó lo grande que está. Ya sabe caminar un poco.

 

-Puede mantenerse en pie, pero... no camina muy bien aún -dije- . Estoy poco tiempo en casa y...

 

Me detuve al ver que Hamish extendía sus manitas hacia Sherlock. Él lo levantó del piso y lo sostuvo contra sí. Le besó le cabeza mientras Allison los miraba. Vi que finalmente empezaban a hablar, y pedí que a Sherlock no se le ocurriera preguntarle si era mi novia. A Allison le incomodaba cuando alguien pensaba eso, especialmente porque había sido la novia de Harry por un tiempo. Otro intento fallido luego de Clara. Harry no había logrado enamorarse de nadie en todos estos años, y en esto vi cierta similitud. Yo en seis meses no había logrado interesarme por nadie, aunque suponía que seis meses no era nada comparado con casi cuatro años.

 

Sherlock volvió a besar a Hamish en la cabecita. Mi hijo rio a gusto. Sentí algo cálido en mi pecho de nuevo.

 

Finalmente nuestras miradas se cruzaron. La sonrisa en el rostro de Sherlock cedió un poco, y entonces me dio la espalda, y siguió hablando con Allison. Bajé la mirada, de pronto dolido por la decisión que había tomado sobre nosotros. Probablemente había sido muy radical...

 

Carraspeé para afirmar mi voz.

 

-¿Cuánto tiempo estará donde sus padres? -le pregunté a Victor.

 

-No lo sé. Hasta que se aburra de no estar aburrido. Dice que le servirá para distraerse.

 

-Pero no soporta estar en casa con ellos.

 

-Quizá esta vez le venga bien tenerlos alrededor.

 

-¿Yo podría... visitarlos? Los señores Holmes no conocen a Hamish todavía y... -carraspeé otra vez. La voz empezaba a temblarme. Tenía tantos deseos de acercarme. Sólo... para mirarlo. Para comprobar en cada rincón de su rostro si estaba bien. De lejos parecía saludable y animado, pero quería saber lo que me decían sus ojos.

 

-No creo que sea buena idea.

 

Le miré frustrado. Acercarse no era buena idea, ir a ver a sus padres no era buena idea. ¡Qué rayos!

 

-Debo darle a Hamish su leche -dije, yendo hacia ellos.

 

-Espera, John...

 

Me tomó del codo, pero yo cogí el suyo en respuesta.

 

-Ay...

 

Victor se soltó, adolorido.

 

No obstante, Sherlock se había dado cuenta de mi presencia, y empezaba a alejarse. Victor dio un suspiro de alivio.

 

-La rutina no te está viniendo bien, al parecer -me dijo, mientras se alejaba caminando de espaldas.

 

Di un suspiro, pero el enojo se me fue cuando volví a seguir a Sherlock con la mirada.

 

 

 

 

Tenía un nudo en la gargana, y era de solamente frustración acumulada, frustración porque mi enfado hacia Sherlock estaba peleando una batalla con mi deseo de volver a verlo.

Volví a casa con la moral hecha pedazos. Allison se ofreció a hacerme un té, mientras yo me sentaba en el sillón sin quitarme la chaqueta. Hamish estaba jugando en la alfombra con unos legos. El hervidor fue encendido en la cocina.

-¿Un buen amigo suyo? -me preguntó Allison.

-Buen amigo. Agradezco tanto que no seas de aquí -le dije- . Me ahorra muchas explicaciones.

-Lucía cansado, pero era un chico guapo.

Reí por lo bajo.

-Ya no es un chico, aunque sumirte en tus adicciones sí te hace uno -susurré más para mí- . A veces parece que ha madurado, pero otras no.

Tragué. Sentí el agua aventarse en mis párpados.

-¿Cómo lucía? ¿Lucía... sano?

-Tenía aliento a cerveza y cigarro. Supongo que es mala señal -dijo.

Allison había puesto pan a tostar.

-Lo es.

-Disculpe que pregunte, pero... ¿Es adicto?

-Lo fue. Ahora es adicto a otras cosas.

-No me cuadra. Fue tan amable y encantador conmigo. Me preguntó si yo era su novia. Harry nunca lo mencionó, pero parece que ustedes han sido amigos de años.

-No tantos años, pero... suficientes.

-Bueno, los años hacen a una amistad fuerte. ¿Desde cuando se conocen? ¿Desde la Universidad?

-No -dije, riendo- , desde hace sólo... unos años.

-¿Y cuando se pelearon? -preguntó.

Sentí cierto alivio en estarle contando todo eso.

-Hace seis meses.

Hamish se acercó a mí. Siempre lo hacía cuando la tristeza cruzaba la línea de mis expresiones hacia el exterior.

-Vaya. Debió haber puñetes y todo -dijo Allison.

-No. No hubo nada de eso.

La voz se me quebró al acabar esa frase, y me cubrí los ojos con las manos. Por suerte Allison no se dio cuenta. Me sequé los párpados rápidamente. Miré por la ventana de la sala de estar.

Imaginé a Sherlock ahí parado, con el primer botón de la chaqueta abrochado, y luego sentándose en el sillón con una pierna cruzada sobre la otra, tras desabrochar ese botón. Sensual, con cada movimiento adquirido como ensayo para lucir más atractivo.

Siempre quiso que le mirasen y vieran algo extraordinariamente atrayente, pero que no se le acercaran. Quería dejar implícito que era peligroso hacerlo, porque no dejaría entrar a nadie.

Oh, Sherlock, ¿Por qué me gustaste desde el primer momento? Ni siquiera eras amable. Eras tan aniñado, tan inmaduro, tan idiota. Aún lo eres, pero eres idiota con mayúscula ahora. ¿Por qué te dejas influenciar por el abandono de alguien como yo? Debieras mantenerte bien, como antes. Sano, sin rastro de adicciones, sin rastro de suciedad, pulcro y perfecto. No eres para vicios. Porqué no vuelves a ser indiferente. Porqué no vuelves a ser frío. Aunque a veces creo que nunca lo fuiste. Te volviste tan hosco esa vez cuando dijiste que yo era tu amigo y yo te corregí diciendo que era un colega. Estabas tan enojado, sin demostrarlo casi nada. Eras tan sutil, siempre tan disimulado, fingiendo que nada te importa, que nadie te importa, cuando lo cierto es que resultaste ser el con más puntos de presión de todos nosotros.

Su padre era uno de ellos. Ahora.

Su madre me había llamado días antes diciéndome que el señor Holmes había estado presentado síntomas de Alzheimer los últimos tres meses. Cuando le conocí vi algunos síntomas, pero tan leves que pensé que eran una cosa normal de ancianos. Y de hecho, cuando Sherlock llegó en Navidad con una cadenilla de metal quirúrjico para sus lentes, me enternecí completamente. Sherlock siempre ponía atención a las pequeñas cosas, incluso más que su madre. Absolutamente más que su madre.

-Está listo, Doctor Watson.

 

 

Sherlock

 

El Alzheimer ya era un tema real. Me bastó mirar y escuchar a mi padre por cinco segundos para definir que el Alzheimer ya estaba haciendo estragos reales.

-¿Está tomando medicamentos? -le pregunté a mi madre, mientras Victor conversaba con mi padre junto al árbol de Navidad. El árbol llevaba tres meses allí, y mi padre no había querido sacarlo.

-Pensamos en pedirle a John que le recete los remedios.

-John no está especializado en... Papá, ese es Victor -le repetí, al ver que se paraba mirando a Victor con desconfianza- . Es un amigo, papá.

-¿No era un colega? -preguntó Victor con picardía.

-Has subido de nivel -dije, esbozando una sonrisa forzada.

-Eso es tétrico -dijo, mirando mi sonrisa.

-Mamá -insistí- , llévenlo a Londres mañana. Deben evaluarlo y recetarle medicamentos.

-No mejorará con medicamentos. He visto a amigos de tu padre sufrir lo mismo y los medicamentos nunca sirven.

-Lo sé, pero... Papá, Victor no es... Victor, ¿Podrías ocultarte el cabello? Papá cree que eres un hippie.

-¿No le gustan los hippies?

-Sí, pero hace cuarenta años no y lo está recordando... al parecer.

-Supongo que tampoco le agradan los homosexuales -dijo.

Cerré los ojos. Mi madre apartó la mirada, incómoda.

-Oh -dijo Victor- . No tienen idea.

-¿De qué habla Victor? ¿Cree que no sabemos que tú...? -dijo mi madre.

Asentí con la cabeza. Mi madre sonrió.

-Entonces por fin crees que teníamos razón.

-No me había interesado por nadie cuando ustedes me dijeron lo que pensaban.

-Oh, pero qué otra cosa podías ser. Nunca te gustó ninguna chica.

Di un suspiro de hastío.

-Y ningún chico. No significaba nada -aclaré, parándome de la mesa, molesto.

Mi madre rió de gusto. Siempre le había gustado ganar, y por fin ganaba una batalla que había estado peleando desde que yo cumplera los doce. “Creo que eres gay, cielo” me había dicho. “Se supone que yo debo aproblemarme tratando de definirlo, mamá” le había contestado.

-Es John, ¿no? -dijo, insistente.

Tragué. Me acerqué a mi padre.

-No le gustaban los homos, ¿verdad? -preguntó Victor, cuando me senté junto a mi padre.

 

-Mis padres están en el extremo de no tener problemas por ninguna particularidad que posean sus hijos, Victor.

 

-Oh. Tienes suerte.

 

-Ningún extremo es bueno, Vic.

 

Victor sonrió. “Vic”. Apreté los dientes.

 

-¿Ha venido el Doctor Watson, hijo? -preguntó mi padre.

 

-No, papá. Está trabajando.

 

-Hm. Me agrada. Se parece mucho a mí.

 

-Lo sé, papá.

 

-Cielo, ¿Quieres Pie de naranja? -preguntó mi madre.

 

-Sírvele a Victor. No tengo hambre.

 

Di un suspiro. Ya empezaba a estresarme la excesiva atención de mi madre. Victor sonrió.

 

-Al menos te estás distrayendo.

 

-Ayúdame a quitar el árbol al anochecer -le dije.

 

-Pero a él le agrada -dijo, indicando a mi padre.

 

-Necesito que algo le indique que se ha olvidado de algo: de sacar el árbol -le susurré.

 

-OK. A cambio me dejas dormir en tu cuarto. El que usabas aquí -dijo, mirando la casa fascinado- . Dios, siempre adoré la casa de tus padres.

 

-Pudiste venir más si no te hubieras alejado.

 

-Hm -dijo, sin darle importancia.

 

Bajé la mirada. ¿Por qué no podía nunca darle importancia?

 

-John durmió allí cuando vino esa Navidad, ¿no? Dudo que haya dormido en otra parte.

 

-Esa vez no vino por dos días seguidos. Pero sí se quedó en otra ocasión.

 

-Oh, por eso tu padre lo recuerda tan bien -dijo, mirándome con picardía.

 

-No, es sólo que le causó una buena impresión -susurré, empezando a molestarme.

 

-Aquí tienes tu Pie -le dijo mi madre a Victor- . Y aquí está el tuyo.

 

Di un suspiro, rendido. Lo recibí a regañadientes.

(Kanes: http://www.youtube.com/watch?v=i1LlDdnmufc)

 

Mi cuarto estaba igual. La vez que había visitado a mis padres conmigo, John había dormido en el sofá cama. Esa vez se negó a dormir en mi antigua cama, al notar que tenía aroma a shampoo de bebé. Recuerdo que me hizo preguntas sobre mis padres hasta altas horas de la noche, y que yo respondí sin problemas. En ese entonces John no sabía nada del tercer Holmes, o sobre Redbeard o sobre nada. En un par de semanas él y Mary se casarían, y esos dos días que se quedó aquí le sirvieron para despejarse, especialmente porque yo había estado todo estresado por no haber resuelto el caso de aquel soldado, mientras que John había estado todo orgulloso por haberle salvado. Sospechaba que había sido por demostrar mi propio orgullo por él en el hospital.

 

-Espero esté bien -comentó John.

 

-Está bien, le sellaron perfectamente la bala. Y estuvo a cargo tuyo, además -dije.

 

En ese momento me miró sorprendido.

 

-¿Qué? -dije, frunciendo el ceño- Eres un buen doctor.

 

-Pero siempre has pensado que soy un estúpido.

 

-Lo eres. Sólo sales de lo ordinario -reconocí.

 

John sonrió. “Son tan... corrientes” había dicho sobre mis padres, al conocerlos por primera vez, en unos fugaces cinco segundos que duré entre que él entró a la sala de estar de Baker Street y entre que yo los eché del cuarto.

 

-¿Estás diciendo que soy extraordinario? -dijo.

 

Se había ensalzado demasiado, pero me sorprendí estando completamente de acuerdo. Pero no iba a ayudarle a hinchar su ego.

 

-Eres poco común. Francamente, nadie está tan a gusto en el peligro, John -le dije, más en tono de recriminación.

 

Sonrió como si le hubiera dicho el mayor de los elogios.

 

 

 


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